Tres días más tarde estaba de pie en medio del despacho de Jeremy con sólo un sujetador de encaje negro, bragas a juego y botas altas también negras. Un individuo al que no había visto nunca antes me inspeccionaba el sujetador. Normalmente, tengo que planear acostarme con un hombre antes de dejar que me acaricie los pechos, pero en esta ocasión no se trataba de nada personal, sólo de negocios. Maury Klein era un técnico de sonido, e intentaba colocar un micrófono diminuto debajo de mi pecho derecho, donde el aro del sujetador impediría que Alistair Norton lo notara si movía su mano entre mis costillas o mi pecho. Debió de pasarse casi treinta minutos con el micrófono, quince de los cuales los dedicó a encontrar el mejor escondite en mi escote.
Estaba arrodillado frente a mí, moviéndose la punta de la lengua y mirándose fijamente las manos desde detrás de unas gafas con montura de alambre. La derecha la tenía prácticamente escondida dentro de una de las copas del sujetador, y con la izquierda separaba la prenda de mi cuerpo para poder trabajar mejor. Al tirar del sostén, puso al descubierto mi pezón y la mayor parte del resto de mi pecho derecho.
Si Maury no hubiese permanecido tan claramente ajeno tanto a mis encantos como a nuestra audiencia, le habría acusado de entretenerse porque estaba disfrutando, pero su mirada fija no dejaba margen para la duda: no veía nada aparte de su trabajo. Entendí por qué había tenido quejas de mujeres que se preparaban para operaciones secretas. Las detectives se quejaban porque no trabajaba en privado, quería testigos de que no había sobrepasado los límites. Pensándolo bien, si todos los testigos hubieran sido humanos, podrían haber estado de mi parte de todos modos. Había jugado, levantado y manipulado de cualquier forma mi pecho como si no perteneciera a nadie. Lo que estaba haciendo era muy íntimo, sin embargo, él no lo consideraba así. Era el típico profesor despistado. Tenía una única obsesión y eran sus micros escondidos, sus cámaras ocultas. En Los Ángeles, si quieres lo mejor, vas a ver a Maury Klein. Instalaba sistemas de seguridad para estrellas de Hollywood, pero su verdadera pasión eran las infiltraciones: cómo conseguir un equipo cada vez más pequeño y mejor disimulado.
En una ocasión, sugirió que el micrófono estaría mejor escondido dentro de mi cuerpo. No soy tímida, pero me opuse a esta idea. Maury había negado con la cabeza y había murmurado.
– No sé cómo sería la calidad del sonido, pero me gustaría que alguien me lo dejara probar.
Tenía un ayudante, es decir, un vigilante y, quizá, diplomático de emergencia. Chris (si tenía apellido, no lo había oído nunca) había pedido a Maury que no fuera tan grosero y poco delicado. Permaneció inmóvil hasta que le aseguré que me encontraba bien. En ese momento estaba al lado de Maury como una enfermera de quirófano, dispuesto a entregarle cualquier pieza que pudiera necesitar.
Jeremy contemplaba el espectáculo con una sonrisa divertida, sentado ante su escritorio. Me observó con una mirada entre picante y educada cuando me quité el vestido y me quedé en ropa interior, pero después se limitó a contener la risa ante la absoluta frialdad de Maury Klein. Jeremy había halagado el asombroso contraste ente el blanco níveo de mi piel y el negro de la lencería. Uno siempre tiene que decir algo agradable la primera vez que ve a una persona desnuda.
Roane Finn estaba sentado en la esquina del escritorio de Jeremy, dando patadas en el aire en un movimiento inconsciente mientras también él disfrutaba del espectáculo. No necesitaba piropearme. Me había visto desnuda la última noche y muchas noches antes de ésa. Sus ojos son lo primero que llama la atención de él: grandes y castaños, dominan su rostro igual que la luna domina el cielo nocturno. A continuación, uno tanto puede fijarse en su cabello oscuro y en la manera en la que le cae hacia la cara y se le enrolla detrás de la nuca, como en la perfecta curva de sus labios rojos: Muchos creen que usa carmín para conseguir ese color, pero se equivocan. Todo es natural. Su piel se ve blanca, pero no lo es realmente, al menos no por completo. Es como si alguien cogiera mi propia tez pálida y le añadiera una gota del castaño rojizo de su pelo. Cuando se viste en tonos marrones o colores de otoño, su piel parece oscurecerse.
Tenía exactamente mi altura y, aunque esto le hacía parecer enclenque a primera vista, el cuerpo que se descubría bajo la ropa negra que había escogido para esa noche tenía un aspecto firme y musculoso. Sabía que no era sólo fuerte. También era ágil. Descubrí cicatrices de quemaduras a lo largo de su espalda y sus hombros, como si fueran callos blancos sobre la delicada seda de su cuerpo. Las cicatrices se remontaban a cuando un pescador quemó su piel de foca. En tiempos, Roane podía ponerse su piel de foca y convertirse en una foca y luego quitársela y convertirse en humano, o, mejor dicho, adquirir apariencia humana. Entonces un pescador descubrió su piel y la quemó. La piel no era sólo un objeto mágico para cambiar de forma, era una de sus partes igual que los ojos o el pelo. Roane es la única persona foca de la que he oído decir que sobrevivió a la destrucción de su otro yo. Sobrevivió, pero no podrá cambiar de forma nunca más. Quedó condenado a permanecer atado a la tierra eternamente y olvidar para siempre la otra mitad de su mundo.
A veces, por la noche, yo encontraba la cama vacía. Si estábamos en mi apartamento, él miraba por la ventana poniendo cualquier pretexto. Si estábamos en su casa, observaba el océano y su mente se fundía con las olas mientras yo miraba por el balcón. Nunca me despertó ni me pidió que acudiera a su lado. Era su dolor particular y no lo podía compartir. Supongo que era justo, porque en los últimos años en que habíamos sido amantes, yo jamás había dejado caer mi encanto completamente. Él no había visto nunca las cicatrices de los duelos. Las heridas me delataban como alguien relacionado íntimamente con los sidhe. Por más que fuera una negada en hechizos ofensivos, había pocos mejores que yo para mantener el encanto personal. Esto me ayudaba a esconderme, pero poco más, Roane no podía quebrar mis defensas y, no obstante, sabía que existían. Sabía que, incluso en los momentos de descanso, me reservaba. De haber sido humano, habría preguntado por qué, pero como no lo era no lo preguntó, del mismo modo que yo nunca le pregunté sobre la llamada de las olas.
Un ser humano no habría podido dejar de curiosear, pero un amante humano tampoco habría podido sentarse tan tranquilo mientras otro hombre manoseaba mis pechos. Roane no era celoso. Sabía que eso no significaba nada para mí y, por tanto, tampoco significaba nada par él.
La otra mujer de la habitación era la detective Lucinda Tate, a la que todos llamaban Lucy. Habíamos trabajado con ella en diversos casos de acciones perpetradas por no humanos, y cuyas víctimas estaban siendo hechizadas o asesinadas. En realidad, la primera vez que se amplió la Ley sobre el Ejercicio de la Magia par incluir el trabajo policial fue cuando Jeremy y el resto de nosotros actuamos circunstancialmente como policías. Todos nosotros cumplíamos con los requisitos de tener dotes mágicas y eso nos hacía idóneos para la labor, porque significaba que podían prescindir de toda la prelación que un compañero no mágico habría necesitado y que nos podían poner a trabajar de inmediato. Una especie de ayudantes de emergencia. La Ley sobre el Ejercicio de la Magia me permitió sacarme el carnet de detective ahorrándome el montón de horas de preparación que se exige normalmente para obtener una licencia en California.
La detective Tate se apoyaba en la pared y movía la cabeza.
– Joder, Klein, no me extraña que hayas tenido demandas por acoso sexual.
Maury pestañeó para recuperar la atención. Tenía el aspecto de alguien que está al final de un hechizo poderoso, como si se estuviera despertando pero el sueño todavía no se hubiera acabado. La capacidad de concentración de Maury era envidiable. Finalmente, se dirigió a la detective, con las manos todavía en mi sujetador.
– No sé a qué se refiere, detective Tate.
La miré por encima de la cabeza gacha de Maury.
– De verdad no lo sabe -dije.
Tate me sonrió.
– Perdón por el manoseo, Ferry. Si no fuera el mejor en lo que hace, nadie se lo toleraría.
– Casi nunca utilizamos equipos de sonido ni cámaras ocultas -dijo Jeremy-, pero cuando lo hacemos, me gusta pagar por lo mejor.
Tate lo miró.
– El departamento no se lo podría permitir, sin duda.
Maury habló sin quitar su atención de mi pecho.
– En otra época trabajé como autónomo para la policía, detective Tate.
– Y nos gustó de verdad, señor Klein.
El brillo travieso en la mirada de la detective y el semblante cínico no se correspondía demasiado con sus palabras. El cinismo parecía ser un gaje del oficio. El brillo travieso formaba parte de la esencia misma de Lucy Tate. Siempre parecía reírse de todo por lo bajo. Yo estaba bastante segura de que se trataba de un mecanismo de defensa para mantener oculta su verdadera identidad, pero todavía no había descubierto qué trataba de esconder. No era asunto mío, aunque admito cierta curiosidad muy impropia de duendes acerca de la detective Lucy Tate. Era la suma perfección de su camuflaje, el hecho de que no se podía ver más allá de esa careta divertida, lo que me animaba a penetrar en ella Veía el dolor de Roane, y por eso lo podía dejar en paz, pero no conseguía ver nada en Lucy, y tampoco Teresa, lo cual significaba, por supuesto, que la detective Tate era un ser con unos poderes psíquicos considerables. Algo había sucedido en su más tierna edad que le hacía ocultar sus poderes hasta tal punto que ni ella misma sabía que los tenía. Ninguno de nosotros le había explicado esta idea. La vida de la detective Tate parecía en orden y ella tenía aspecto de ser feliz. Si tocaba la herida que había forzado el declive de sus poderes, todo podía cambiar. El suceso quizá fuera tan traumático como para que no se recuperase nunca. Así que la dejábamos tranquila, pro nos preguntábamos por ella, y en algunas ocasiones resultaba especialmente difícil no probar con ella estratagemas mágicas o psíquicas, sólo para ver qué pasaría.
Maury retrocedió y por fin apartó las manos de mi pecho.
– Creo que ya está. Pondré sólo un poco de cinta para asegurarme de que no se mueve y listo.
Chris le pasó trocitos de cinta adhesiva que ya había preparado previendo la petición de Maury. Éste las cogió sin hacer comentarios.
– ¿Ha visto lo que he tenido que hacer para poner el micrófono dentro? Bueno, este tipo tendrá que hacer lo mismo para encontrarlo.
Me había pedido que sostuviese el sujetador de manera que él pudiera trabajar con las dos manos. Era lo más amable que había hecho en los últimos cuarenta y cinco minutos.
Maury dio un paso atrás.
– Póngase el sujetador como lo lleva normalmente.
Fruncí el entrecejo.
– Así es como normalmente lo llevo.
Hizo un pequeño movimiento con las manos a la altura del pecho.
– Ahuéquelo para que quede como el otro.
– Ahuecarlo -dije, pero reí porque finalmente le había entendido.
Suspiró y dio un paso hacia delante.
– Se lo mostraré.
Yo levanté una mano para detenerle.
– No necesito ayuda.
Me incliné y sacudí mi pecho derecho dentro de copa del sujetador, utilizando la mano para colocar todo en su sitio. Mi pecho, ya bastante bonito de por sí, quedaba tan levantado que adquiría un aspecto casi obsceno, pero cuando puse la mano en el área donde debería haber sentido el micrófono, lo único que noté fue el aro y la tela.
– Es perfecto -dijo Maury-. Puede quedarse con el sujetador, mientras lo lleve puesto él no se dará cuenta nunca.
Inclinó la cabeza hacia un lado, como si acabara de pensar algo.
– He pegado el micrófono al sujetador así que puede quitárselo si es necesario, simplemente déjelo dentro de un radio de un metro y medio Cuanto más cerca mejor. Si pongo un micro más sensible, entonces registrará los latidos de su corazón y los movimientos de la ropa. Lo puedo filtrar, pero hay que hacerlo en la grabación. Supongo que querrá oírla esta noche, en caso de que su sospechoso desaparezca.
– Sí -dijo Jeremy-, sería interesante saber si Ferry necesita ayuda. -Un sarcasmo demasiado sutil para Maury.
– Podríamos haber enganchado el micrófono en el borde superior elástico de las medias, pero no podría jurar que las medias no se caerían y dejarían el micrófono al descubierto. Si se quita el sujetador, asegúrese de enrollarlo para que no se vea el micrófono.
– No tengo pensado quitármelo.
Maury se encogió de hombros.
– Sólo intentaba plantearle todas las opciones.
– Gracias, Maury -dije.
Maury asintió. Chris ya recogía los trocitos de cinta y material que habían quedado esparcidos por el suelo.
Roane saltó de la mesa y agarró mi ropa, que estaba plegada encima. Me dio el vestido negro. Había optado por el negro porque éste siempre es mejor que los colores brillantes para ocultar cosas. Aunque me caía bien, nunca iba toda de negro si podía evitarlo. Era el color favorito de la corte de la Oscuridad porque era el color preferido de su reina.
Roane desplegó la prenda de seda y la sostuvo por la parte superior. A continuación empezó a enrollar la ropa con deliberada lentitud, mirándome a la cara en todo momento. Cuando terminó, se arrodilló frente a mí, dejando abierto el vestido para que me lo pusiera.
Me apoyé en su hombro para sostenerme y metí los pies en el vestido. Roane empezó a levantar las manos, soltando al mismo tiempo el vestido par que cayera en torno a mí como una cortina de teatro al acabar la función. Roane estaba de pie, con las manos apoyadas suavemente en mis cadera y a una distancia ideal para que le besara. Sus ojos estaban a la altura de los míos y los dos teníamos una intimidad en el contacto visual que yo no había conocido con nadie más. Nunca había estado con alguien tan bajo como yo antes. Esto hacía la postura del misionero increíblemente íntima.
Roane levantó el vestido hasta que yo pude deslizar mis brazos por las mangas, después lo colocó sobre mis hombros, moviéndose por las mangas, después lo colocó sobre mis hombros, moviéndose a mi alrededor hasta situarse detrás para dar el último tirón a la seda y ponerla en su sitio. Empezó a abrocharme el vestido por la espalda. El vestido se ceñía a mi cuerpo a medida que subía la cremallera, como si estuviera dibujando lentamente la silueta de mi cintura, mis caderas, mis pechos. El delicioso escote en uve era otro motivo para llevar un sujetador de realce. El vestido no tenía mangas y se adaptaba como una segunda piel, revelando mi carne blanca contra la ropa negra. Había escogido una ropa apretada a sabiendas. El sujetador apenas se veía, sólo invitaba a contemplar mis pechos, de modo que si alguien intentaba deslizar la mano por ahí, no lo conseguiría sin rasgar el vestido. Si Alistair Norton quería jugar con mis pechos, tendría que limitarse a la parte que quedaba al descubierto, a no ser que tratase de violarme, y según Naomi las fantasías de violación no habían surgido hasta al cabo de dos meses. El primer mes todo había sido perfecto. Dado que era la primera cita, Alistair probablemente se comportaría bien. Tendría que ser yo quien se quitara el vestido para que él pudiera encontrar el micrófono, y no pensaba hacerlo.
Roane acabó de abrocharme el vestido, sujetando el ganchito de arriba. Posó sus pulgares sobre la piel desnuda de mi torso, en un contacto insinuante, y a continuación se apartó de mí. En realidad, sus pulgares habían rozado las cicatrices de mi espalda, que no podía ni ver ni sentir. Estaba tan segura de mi capacidad que el vestido dejaba expuestas las cicatrices; sólo mi encanto las ocultaba. Eran pequeñas arrugas en la piel, imborrables. Otro sidhe había intentado cambiarme la forma durante un duelo. Muchos duendes pueden cambiar de forma, pero sólo un sidhe puede cambiar la forma de los demás en contra de su voluntad. Yo no sé cambiar mi forma ni la de otra persona, otro punto en mi contra en las cortes.
– ¿Cómo lo hacéis? -preguntó la detective Tate.
La pregunta me sobresaltó e hizo que me volviera hacia ella.
– ¿Hacer qué? -pregunté.
Chris levantó la mirada mientras empaquetaba el equipo. Maury ya se afanaba con un finísimo destornillador sobre un transmisor de tamaño medio. El resto de nosotros podría muy bien no haber estado en la habitación.
– Te has pasado casi una hora en ropa interior con un hombre que te manosea los pechos, pero no ha habido nada erótico. Luego Roane te ayuda a ponerte el vestido sin tocarte la piel en ningún momento, sólo te abrocha y, de golpe, la tensión sexual de la habitación es tan densa que se podría caminar por ella. ¿Cómo diablos lo conseguís?
– Cómo lo conseguimos Roane y yo, o nosotros… -dejé el pensamiento en suspenso.
– Me refiero a los duendes -dijo ella-. Vi a Jeremy hacerlo con una mujer humana. Vosotros podéis caminar alrededor de mí desnudos y lograr que me sienta a gusto, a continuación os vestís y hacéis algo aparentemente sin importancia y de golpe siento que debería salir de la habitación. -Sacudió la cabeza-. ¿Cómo lo hacéis?
Roane y yo nos miramos mutuamente, y observé en sus ojos la misma pregunta que sabía que estaba en los míos. ¿Cómo se explica lo que es ser un duende y lo que es no serlo? La respuesta, por supuesto, es que no es posible. Se puede intentar, pero normalmente no se consigue.
Jeremy lo intentó. Al fin y al cabo, era el jefe.
– Es una parte de lo que representa ser duende, ser una criatura de los sentidos.
Se levantó de la silla y caminó hacia ella, sin mostrar ninguna expresión en la cara ni insinuación en sus movimientos. Le tomó la mano y se la llevó a los labios, depositando un casto beso en sus nudillos.
– Ser un duende es la diferencia entre esto y este.
Tomó nuevamente la misma mano y la levantó mucho más lentamente, mirándola a los ojos con esa educada mirada sexy que cualquier duende podría haberle dado a aquella mujer alta y atractiva. Sólo la mirada la hizo temblar. Le besó la mano, esta vez con una lenta caricia de sus labios, cogiendo sólo un poco de piel con el labio superior al tiempo que ya se separaba de ella. Había sido delicado, sin abrir la boca, nada grosero, pero a ella se le habían subido los colores, y desde el otro lado de la habitación se apreciaba que su respiración se había vuelto profunda y su pulso se había acelerado.
– ¿Esto responde a tu pregunta, detective? -preguntó.
Tate rió ligeramente, se agarró una mano con la otra y se la acercó al cuerpo.
– No, pero tengo miedo de preguntar de nuevo. No creo que pudiera trabajar esta noche conociendo la respuesta.
Jeremy hizo una pequeña reverencia. Tanto si lo sabía como si no, Tate le había dado un cumplido de duende. A todo el mundo le gusta que se le estime.
– Alegras enormemente el corazón de este anciano.
Entonces ella se echó a reír de buena gana, complacida.
– Puedes ser muchas cosas, Jeremy, pero nunca serás viejo.
Él hizo otra reverencia, y me di cuenta de algo que no había observado antes. A Jeremy le gustaba la detective Tate, le gustaba de la manera que una mujer gusta a un hombre. Nosotros tocamos a seres humanos más de lo que ellos se tocan entre sí, o como mínimo más de lo que la mayoría de estadounidenses se tocan. Pero hubiera podido escoger otras formas de “explicar” a Tata. Había escogido tocarla de un modo en que no la había tocado antes, se había tomado esa libertad con ella, porque le había dado la excusa para hacerlo sin parecer atrevido. Así es como el duende coquetea al ser invitado. En ocasiones bastaba una mirada, pero los duendes no van donde no se les llama. A pesar de que nuestros hombres cometen el mismo error que cometen los humanos en ocasiones, y confunden un pequeño coqueteo con una proposición sexual, la violación es algo prácticamente desconocido entre nosotros.
Es curioso cómo el pensamiento de violación me llevó de nuevo al trabajo que tenía entre manos. Me dirigí al despacho donde había dejado los zapatos y me los puse para crecer así ocho centímetros.
– Ya puedes decirle a tu nuevo socio que entre -dije a Lucy.
Era un insulto mostrar excesivo recato en una situación no sexual entre la mayoría de duendes y, sin duda, entre sidhe. Echarlas implicaría una falta de confianza, o un desagrado manifiesto Había sólo dos excepciones. La primera era que la persona no supiera comportarse de una manera civilizada. El detective John Wilkes nunca había trabajado anteriormente con no humanos. No parpadeó cuando Maury me pidió que me quitara la ropa, pero cuando me quité el vestido sin advertir a la sala, el detective se derramó el café caliente en la camisa. Cuando Maury introdujo su mano en mi sujetador, Wilkes dijo: “¿Qué diablos está haciendo?”. Yo le pedí que esperara fuera.
Lucy se rió por lo bajo.
– Pobre chico, creo que ha sufrido quemaduras de segundo grado cuando te quitabas la ropa.
Me encogí de hombros.
– No habrá visto a muchas mujeres desnudas.
Ella sonrió, sacudiendo la cabeza.
– He tenido tratos con duendes, incluso con algunas sidhe, y tú eres la única modesta que ha conocido.
Torcí el gesto.
– No soy modesta. Sólo pensaba que si ver cómo me quedo en ropa interior es suficiente para que tu compañero casi se trague la lengua, no debe de tener mucha experiencia.
Lucy miró a Roane y a Jeremy.
– ¿No sabe qué aspecto tiene?
– No -contestó Roane.
– Creo, aunque no lo sé, que Ferry creció en algún lugar en el que era considerada el patito feo -dijo Jeremy.
Le miré a los ojos, y el pulso se me aceleró en el cuello. El comentario era demasiado directo para sentirme cómoda.
– No sé de qué estáis hablado, chicos.
– Sé que no lo sabes -dijo Jeremy.
Había una gran sabiduría en sus ojos gris marengo, una intuición cercana a la certidumbre. En ese momento, supe que intuía quién era yo, qué era yo. Pero no me lo preguntaría nunca. Esperaría a que yo me decidiera a hablar, o la pregunta quedaría sin respuesta para siempre entre nosotros.
Miré a Roane. Era el único amante duende que conocía que no se había acercado a mi cama por sus ambiciones políticas. Para él, yo era sólo Ferry Gentry, una human con antepasados de duende, no la princesa Meredith NicEssus. Miré fijamente aquel rostro familiar e intenté leer su expresión. Estaba riendo. O no se le había ocurrido nunca que yo pudiera ser la princesa sidhe desaparecida, o bien lo había intuido desde hacía mucho tiempo pro nunca había sido lo suficientemente descarado para plantear la cuestión. ¿O acaso Roane lo sabía desde el principio? ¿Era éste el motivo por el que se me había acercado? De golpe, todas las precauciones que había construido frente a esa gente, frente a mis amigos, empezaron a desmoronarse.
Algo de esto se reflejó en mi cara porque Roane me tocó. Me aparté de él. Su cara mostró desconcierto, se sintió herido. No lo sabía. Le abracé de repente, escondiéndole mi cara, pero todavía veía a Jeremy.
De la misma manera que la mirada de Roane me había tranquilizado, la mirada de Jeremy me asustó. Y eso supondría que mi verdadero nombre sería mencionado después de que cayera la oscuridad e iría flotando hasta mi tía. Ella era la reina del Aire y la Oscuridad y podía escuchar cualquier cosa pronunciada durante la noche. El hecho de que mencionara la desaparecida princesa americana de los elfos fuera más popular que mencionar a Elvis contribuía a ello. Su magia siempre captaba la atención de los periódicos. La princesa Meredith esquiando en UTA. La princesa Meredith bailando en París. La princesa Meredith jugando en Las Vegas. Al cabo de tres años, yo seguía siendo noticia de primera página en los periódicos, aunque los últimos titulares habían especulado con la posibilidad de que estuviera muerta como el Rey del Rock.
Si Jeremy pronunciaba mi nombre en voz alta, las palabras resonarían, y cuando finalmente regresaran a ella, ya sabría que estaba viva, y sabría que Jeremy había pronunciado mi nombre. Incluso si huía, se lo preguntaría a él, y si los métodos civilizados no funcionaban, recurriría a la tortura. He oído que es una amante creativa; sé que es una torturadora con inventiva.
Me aparté de Roane y les dije parte de la verdad.
– Mi madre era la guapa.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Jeremy.
Le miré.
– Me lo dijo.
– ¿Quieres decir que tu madre te dijo que no eras guapa? -preguntó Lucy. Sólo un humano podía ser tan directo.
Asentí.
– No lo tomes a mal, pero menuda perra.
Sólo tenía una respuesta:
– Estoy de acuerdo, ahora pasemos a otras cuestiones.
– No queremos hacer esperar más al señor Norton -dijo Jeremy.
– Insisto en que habría que buscar pruebas para acusarlo de intento de homicidio -dijo Lucy.
– No podemos presentar al tribunal una prueba de su hechizo mortal que se sostenga -afirmé.
– Pero esta noche podríamos probar que utiliza la magia para seducir a mujeres -intervino Jeremy-. La seducción con empleo de magia es una violación según la ley de California. Tenemos que encerrarle en la cárcel alejado de su mujer, y ésta es la manera más segura de hacerlo. No conseguirá salir bajo fianza en una acusación de delito en la que esté implicada la magia.
Lucy asintió.
– Estoy de acuerdo en que el plan es perfecto para la señora Norton, pero ¿qué pasa con Ferry? ¿Qué ocurrirá si este chico recurre al afrodisíaco mágico que ha utilizado con las demás amantes, las que nunca se cansan de él, como Naomi Phelps?
– Contamos con eso -dije.
Me miró.
– ¿Y qué pasará si funciona? ¿Qué pasará si empieza a gemir por el micrófono?
– Entonces Roane tira abajo la puerta fingiendo ser el amante celoso y se me lleva.
– Si nos cuesta trabajo sacarlo, Uther entrará como si fuera mi amigo y me ayudará a llevar a mi mujer a casa.
Lucy cerró los ojos.
– Bueno, Uther consigue lo que quiere.
Uther medía cuatro metros y tenía una cabeza más parecida a la de un cerdo que a la de un ser humano, y dos colmillos, uno a cada lado de su hocico. Uther Squarefoot no era demasiado bueno en trabajos delicados, pero era el no va más cuando se necesitaban músculos.
Uther se había excusado y había salido de la sala al darse cuanta de que me estaba quitando el vestido. Dijo únicamente:
– No es nada personal, Ferry, no lo conviertas en más de lo que es, pero ver a una mujer atractiva desnuda de cerca no es bueno para un hombre cuando no hay esperanza de calmar los pensamientos que surgen libremente.
Hasta que se dirigió hacia la puerta no me di cuenta de algo que debería haber observado anteriormente. Uther mide cuatro metros, el tamaño de un gran ogro, y no hay muchas mujeres de su altura en la zona de Los Ángeles. Llevaba aquí unos diez años y eso es mucho tiempo para estar sin el contacto de otro cuerpo desnudo. Qué terriblemente solo tenía que sentirse.
Si nadie descubría quién era yo realmente, y si Alistair Norton no me sonsacaba nada, ya pensaría en aparejar a Uther con alguien. Uther no era el único duende gigante que había fuera de las cortes, sólo el único en la zona. Si no podíamos encontrar a nadie de su estatura, ya encontraríamos otra solución. El sexo no tiene que implicar forzosamente penetración. Hay mujeres en las calles que harían cualquier cosa por doscientos dólares. Si yo fuese una duende de la cabeza a los pies, habría ayudado a Uther y misma. Esto es lo que haría un verdadero amigo. Pero fui educada fuera de la corte, entre seres humanos, desde los seis a los dieciséis años. Quiero decir que, independientemnte de que sea duende, algunas de mis actitudes son humanas.
No puedo ser humana porque no lo soy. Pero no puedo ser completamente duende porque tampoco lo soy. Soy en parte de la corte de la Oscuridad, pero no soy una de ellas. También soy en parte de la corte de la Luz, pero no pertenezco a su multitud brillante. Soy una sidhe parcialmente oscura, parcialmente luminosa, y ninguna sidhe desea estar en mi lugar. Siempre he estado fuera mirando hacia adentro, con la nariz pegada a la ventana, pero no he sido nunca bienvenida en el interior. Comprendo lo que significa sentirse aislado y solo Esto me hacía sufrir por Uther. Me daba pena que no me gustar la idea de ayudarle con un poco de sexo amistoso y esporádico. Pero no me gustaba y no podía hacer nada. Como siempre, era suficientemente duende para ver el problema, pero demasiado humana para resolverlo. Por supuesto, si hubiese sido una pura sidhe de la Luz, no hubiera tocado a Uther bajo ningún concepto Hubiera estado fuera de mi conocimiento. En la corte de la Luz no follan con monstruos. Los sidhe de la Oscuridad… bueno, hay que definir lo que es un monstruo.
Uther no era un monstruo según los criterios de la corte de la Oscuridad, pero Alistair Norton quizá sí. Un monstruo, o un espíritu similar de la oscuridad.