11

Una hora más tarde Sholto y yo estábamos sentados en torno a una mesita blanca en dos encantadoras aunque incómodas sillas. La habitación era elegante, aunque para mi gusto se habían excedido un poco con el rosa y el dorado. Había un carrito con entrantes esperándonos en la mesa y un vino de postre muy dulce, ideal para acompañar el queso, aunque chocaba con el caviar. Claro que todavía no había probado nada que pudiera hacer agradable el caviar. Por muy caro que fuera seguía teniendo gusto a huevas de pescado.

Parecía que a Sholto le gustaban el caviar y el vino.

– El champán habría sido más adecuado, pero nunca me ha gustado -dijo.

– ¿Estamos celebrando algo? -pregunté.

– Una alianza, espero.

Me tomé mi tiempo para catar el vino dulce y le miré.

– ¿Qué tipo de alianza?

– Entre nosotros dos.

– Eso ya me lo imaginaba. La gran pregunta, Sholto, es por qué quieres hacer una alianza conmigo.

– Eres la tercera en la línea sucesoria al trono.

Su semblante se había vuelto muy cerrado, muy cuidadoso, como si no quisiera ocultarme lo que estaba pensando.

– ¿Y? -dije.

Me miró con sus ojos dorados.

– ¿Por qué no querría un sidhe unirse a una mujer que está a sólo dos pasos del trono?

– Normalmente, esto sería un razonamiento correcto, pero tú y yo sabemos que el único motivo por el que todavía soy la tercera en la línea sucesoria es que antes de morir mi padre se lo hizo jurar a la reina. De no haber sido por esto, me habría desheredado sólo por mi mortalidad. No tengo derechos sobre la corte, Sholto. Soy la primera princesa de la línea que no tiene magia.

Sholto dejó cuidadosamente la copa de vino sobre la mesa.

– Eres una de las mejores en cuestión de encanto personal -dijo.

– Cierto, pero ése es el mayor de mis poderes. Por la Diosa, todavía me llamo NicEssus, hija de Essus. Un título que debería haber perdido después de la infancia, cuando alcancé mi poder. Claro que no alcancé mi poder. Quizá no lo alcance nunca, Sholto. Esto solo bastaría para apartarme de la línea sucesoria.

– Si no fuera por el juramento que la reina hizo a tu padre -dijo Sholto.

– Sí.

– Soy consciente de lo mucho que te aborrece tu tía, Meredith. A mí me detesta de igual modo.

Bajé la copa de vino, cansada de fingir disfrutar con él.

– Tienes suficiente magia para tener un título en la corte. No eres mortal.

Me miró, y era una mirada larga, dura, casi áspera.

– No seas tímida, Meredith, sabes exactamente por qué la reina no puede verme.

Le sostuve aquella mirada dura, pero era… desagradable. Lo sabía, toda la corte lo sabía.

– Dilo, Meredith, dilo en voz alta.

– A la reina no le gusta tu sangre mezclada. Asintió.

– Sí.

Parecía casi aliviado. La aspereza de sus ojos era desagradable, pero como mínimo era genuina. Por lo que sabía, todo lo demás era falso. Quería ver qué había de verdadero detrás de ese rostro agradable.

– Pero ése no era el motivo, Sholto. Ahora, entre las sidhe reales, hay más sangre mezclada que pura.

– Es cierto -dijo-, no le gusta la línea sanguínea de mi padre.

– No es por el hecho de que tu padre sea un ave nocturna, Sholto. Frunció el entrecejo.

– Si conoces el motivo, dímelo.

– A excepción de la oreja puntiaguda, hasta que tú llegaste la genética sidhe se imponía independientemente de con quién se mezclara.

– La genética -dijo-, olvidaba que eres nuestra primera licenciada universitaria.

Sonreí:

– Mi padre quería que fuese médico.

– No puedes curar con el tacto, ¿qué tipo de médico es ése?

– Tomó un buen trago de vino.

– Algún día te tengo que llevar de visita a un hospital moderno -dije.

– Me enseñes lo que me enseñes, será un placer.

Fuera cual fuese la emoción que empezaba a asomar, se desvaneció entre los dobles sentidos.

Yo no hice caso de la insinuación y continué hurgando. Había visto verdadera emoción, y quería ver más. Si estaba a punto de arriesgar mi vida, tenía que ver a Sholto sin las máscaras que nos habían enseñado a llevar en la corte.

– Hasta que naciste tú, todas las sidhe tenían aspecto de sidhe con independencia de con quién se juntaran. Creo que la reina te ve como una muestra de que la sangre de sidhe se está debilitando, igual que mi mortalidad demuestra que la sangre de sidhe se está haciendo más clara.

El rostro de Sholto se endureció.

– En la Oscuridad predican que todos los elfos son bellos, pero algunos de nosotros sólo lo somos durante una noche. Somos entretenimientos, pero nada más.

Vi cómo el enfado se abría paso por sus hombros, hasta llegar a los brazos. Sus músculos se tensaban a medida que la ira se apoderaba de él.

– Mi madre -y recalcó esta palabra- pensaba que tendría una noche de placer y no le costaría nada. El precio fui yo.

Se comía las palabras, mientras la rabia intensificaba la luz de sus ojos de manera que los anillos dorados resplandecían como una llama.

Había clavado una aguja a través de su hermosa apariencia y había pinchado en hueso.

– Yo diría que fuiste tú quien pagó el precio, no tu madre. Cuando te parió, volvió a la corte y recuperó su vida.

Me miró, y en su cara todavía había rabia al rojo vivo.

Le hablé cuidadosamente al verle tan enfadado, porque no quería que vertiera su ira hacia mí, pero me gustaba verle así. Era algo auténtico, no un estado de ánimo calculado para obtener algo. No había planificado estar de ese humor. Me gustaba, me gustaba mucho. Una de las cosas que me agradaba de Roane era que sus emociones estuvieran tan cerca de la superficie. Nunca fingía nada que no sintiera. Por supuesto, éste era el mismo rasgo que le había permitido volver al mar con su nueva piel de foca, sin preocuparse jamás de despedirse. Nadie es perfecto.

– Y me abandonó con mi padre -dijo Sholto. Miró a la mesa y a continuación, levantó hacia mí sus extraordinarios ojos-. ¿Sabes qué edad tenía antes de conocer a otro sidhe?

Negué con la cabeza.

– Tenía cinco años. Pasaron cinco años hasta que vi a alguien con una piel y unos ojos como los míos. -Dejó de hablar, con los ojos distantes por el recuerdo.

– Cuéntamelo -dije, pausadamente.

Me habló con suavidad, como si estuviera hablando consigo mismo.

– Agnes me había llevado al bosque para jugar en una noche oscura, sin luna.

Quería preguntar si Agnes era la arpía Agnes la Negra que había visto antes, pero le dejé hablar. Ya habría tiempo para las preguntas cuando su humor cambiara y dejara de compartir conmigo sus secretos. Había sido sorprendentemente fácil conseguir que se sincerara. Normalmente, cuando las protecciones de alguien se superan con tanta facilidad es porque desea hablar, porque necesita hablar.

– Vi un brillo entre los árboles como si la luna hubiese bajado a la tierra. Pregunté a Agnes qué era aquello. No me lo dijo, simplemente me cogió de la mano y me condujo cerca de la luz. Al principio, pensé que eran humanos, pero los humanos no brillan como si tuvieran fuego debajo de la piel. Entonces la mujer se volvió hacia nosotros, y los ojos… -su voz se apagó, y había en él una mezcla de admiración y dolor que casi me obligaba a dejarlo tranquilo, pero no lo hice. Quería saber más, si él quería explicármelo. -Sus ojos… -le animé.

– Sus ojos brillaban, ardían. Eran azules, luego de un azul oscuro, después verde. Tenía cinco años, por lo que no era su desnudez ni el cuerpo del hombre encima del suyo lo que me admiró, sino aquella piel blanca y aquellos ojos. Como mis ojos, como mi piel. -Me miró como si no estuviera allí-. Agnes me apartó de allí antes de que nos vieran. Yo quería hacerle infinidad de preguntas, pero ella me dijo que le preguntara a mi padre.

Me miró y respiró profundamente como si regresara literalmente de otro sitio.

– Mi padre me contó cosas sobre los sidhe, y me dijo que yo era uno de ellos. Él me educó para pensar que era un sidhe. No podía ser lo que era él. -Sholto soltó una risa seca-. Rompí a llorar la primera vez que me di cuenta de que nunca tendría alas.

Me miró, frunciendo el ceño.

– Nunca había explicado esta historia a nadie de la corte. ¿Tienes algún tipo de magia sobre mí?

En realidad, no creía que se tratara de un hechizo, de lo contrario se habría mostrado más alterado, quizá incluso atemorizado.

– ¿Quién más de la corte, excepto yo, comprendería el significado de la historia? -pregunté.

Me miró durante unos largos segundos y a continuación, asintió lentamente.

– Sí, aunque tu cuerpo no está tan marcado como el mío, tú tampoco eres una de ellos. No te dejarán pertenecer a su grupo.

Se apoyaba en la mesa con tanta fuerza que sus manos se pusieron blancas. Se las toqué, y se apartó como si le hiciera daño, pero se detuvo en mitad del movimiento. Observé el esfuerzo que representaba para él volver a poner sus manos a mi alcance. Actuaba como alguien que teme resultar herido.

Cubrí sus grandes manos con una de las mías o, mejor dicho, las cubrí en la medida de lo posible. Sonrió con la primera sonrisa real, porque esta vez carecía de su habitual confianza. No sé lo que vio en mi cara, pero fuera lo que fuese, le tranquilizó, porque abrió las manos y se llevó la mía a sus labios. No me la besó propiamente, más bien apretó su boca contra ella. Fue un gesto sorprendentemente delicado. La soledad puede ser un vínculo más fuerte que ningún otro. ¿Quién más en alguna de las dos cortes nos comprendía mejor que cada uno de nosotros? No era amor ni amistad, pero sin duda era un vínculo.

Separó la cara de mi mano y me clavó una mirada que pocas veces había visto entre los sidhe, una mirada abierta, primitiva. Se percibía en sus ojos una necesidad tan grande que era como mirar a un pozo sin fondo. Sus ojos semejaban los de una criatura sin domesticar, los de una cría de animal salvaje malherido. Espero que mis ojos nunca presenten ese aspecto.

Apartó mi mano lentamente, de mala gana.

– Nunca he estado con otra sidhe, Meredith. ¿Comprendes lo que significa?

Lo comprendía, probablemente mejor que él, porque era peor todavía haber estado con uno y haberlo perdido. Sin embargo, mantuve mi voz neutra porque estaba empezando a temer adónde nos estábamos dirigiendo, y con independencia de la simpatía que sintiera por él, no merecía la pena ser torturada hasta la muerte.

– Te preguntas cómo sería.

Sacudió la cabeza.

– No, ansío ver carne pálida tensa debajo de mí. Quiero que mi brillo sea correspondido por alguien. Eso es lo que quiero Meredith, y tú puedes dármelo.

Estaba planteando la situación que temía.

– Ya te lo he dicho, Sholto, no me arriesgaría a morir torturada por placer. Nadie, nada, se lo merece. -Creía en lo que decía.

– A la reina le gusta que sus guardias la vean con sus amantes. Algunos se niegan a mirar, pero la mayoría de nosotros estamos allí con la esperanza de que nos invite a entrar. Incluso cuando se realiza con crueldad, el sexo entre dos sidhe es algo maravilloso. Daría mi alma por él.

Oculté mis emociones lo mejor que pude.

– No sé qué hacer con tu alma, Sholto. ¿Qué más me podrías ofrecer, algo por lo que valiera la pena arriesgarse a morir torturada?

– Si eres mi amante sidhe, Meredith, entonces la reina sabrá lo que representas para mí. Me aseguraré de que comprenda que si te pasa algo, perderá la lealtad de los sluagh. Actualmente, no se lo puede permitir.

– ¿Por qué no hacer este trato con otra mujer sidhe más poderosa?

– Las mujeres de la guardia del príncipe Cel cuentan con él para tener relaciones sexuales y a diferencia de la reina, Cel las mantiene ocupadas.

– Cuando me fui, algunas mujeres estaban empezando a rechazar la cama de Cel.

Sholto sonrió con satisfacción:

– Ese acto ha adquirido bastante popularidad. Arqueé las cejas.

– ¿Estás diciendo que el pequeño harén de Cel le da calabazas?

– Cada vez más.

Sholto todavía parecía contento.

– Entonces, ¿por qué no haces esta oferta a una de ellas? Todas ellas son más poderosas que yo.

– Quizás es lo que dijiste antes, Meredith. Ninguna de ellas me comprendería tan bien como tú.

– Creo que las subestimas. Pero ¿qué les puede hacer Cel para que le abandonen? La propia reina es una sádica sexual, pero sus guardias se arrastrarían sobre cristales rotos para acostarse con ella. ¿Qué ofrece Cel que sea peor que esto?

No esperaba una respuesta, pero ni tan siquiera podía empezar a pensar en algo tan malo.

En la cara de Sholto se desvaneció la sonrisa.

– La reina lo hizo una vez -dijo.

– ¿El qué? -pregunté, torciendo el gesto.

– Hizo que uno de nosotros se desnudara y se arrastrara sobre cristales rotos. Si lo hacía sin mostrar dolor, entonces se lo follaría. Le miré. Había escuchado cosas peores, incluso había visto cosas peores. Pero una parte de mí quería saber de quién se trataba, de modo que lo pregunté:

– ¿Quién era?

Negó con la cabeza.

– Los miembros de la guardia hemos jurado no revelar las humillaciones. Nuestro orgullo y nuestros cuerpos sobreviven mejor así. -Su mirada volvía a estar perdida.

De nuevo, me pregunté qué podía hacer Cel peor que los juegos de la reina.

– ¿Por qué no hacer esta oferta a una mujer sidhe más poderosa que no sea miembro de la guardia del príncipe? -pregunté.

Mostró una leve sonrisa.

– Hay mujeres en la corte que no son miembros de la guardia del príncipe, Meredith. No me hubieran tocado antes de entrar en la guardia. Tienen miedo de traer al mundo más criaturas perversas. -Emitió una risa salvaje, casi como un grito. Hacía daño oírlo-. Así es como me llama la reina, su «criatura perversa»: a veces, simplemente «criatura». Dentro de unos siglos seré simplemente su criatura -Emitió de nuevo aquella risa dolorosa-. Estoy dispuesto a arriesgarme para impedir que esto suceda.

– ¿Realmente necesita tanto el apoyo de los sluagh, tanto que abandonaría la idea de matarme y dejaría de castigarnos por ir contra su más estricto tabú? -Sacudí la cabeza-. No, Sholto, no lo va a permitir. Si encontramos una manera de romper su tabú del celibato, entonces otros lo intentarán. Será como la primera grieta de un embalse. A1 final se rompe.

– La reina está perdiendo el control, Meredith, está perdiendo el mando sobre la corte. Estos tres años no han sido buenos para ella. La corte se está disgregando bajo el peso de su conducta errática y además, el príncipe Cel…

Parecía no encontrar las palabras

– Cuando llegue al poder -dijo por fin-, Cel hará que Andáis parezca cuerdo. Será como Calígula después de Tiberio.

– ¿Estás diciendo que si pensamos que ahora la situación es mala, es que todavía no hemos visto nada? -Intenté hacerle sonreír, sin conseguirlo.

Me miró con desesperación.

– La reina no se puede permitir perder el apoyo de los sluagh. Créeme, Meredith, yo tampoco quiero acabar a merced de la reina. A merced de la reina se había convertido en una expresión entre nosotros; si tenías miedo de algo, decías «preferiría estar a merced de la reina que hacer esto». Significaba que no había nada que te asustara más.

– ¿Qué quieres de mí, Sholto?

– Te quiero a ti -dijo, con una mirada muy directa.

Tuve que sonreír.

– Tú no me quieres, lo que quieres es una sidhe en la cama. Recuerda que Griffin me repudió porque no era suficiente sidhe para él.

– Griffin estaba loco.

Me eché a reír, y esto me hizo pensar en las palabras de Uther de esa misma noche, cuando había dicho que Roane estaba loco. Si todo el mundo estaba loco por dejarme, ¿por qué no paraban de hacerlo? Le miré e intenté ser igual de directa.

– No he estado nunca con un ave nocturna.

– Se considera perverso incluso entre los que consideran que nada es perverso -dijo Sholto, y su voz era amarga-. No espero que tengas ninguna experiencia con nosotros.

Nosotros. Un pronombre interesante. Si se me preguntaba qué era, era sidhe, ni humana ni brownie. Era sidhe y si me apretaban, pertenecía a la corte de la Oscuridad, para bien o para mal, aunque podía reclamar tener sangre de ambas cortes. Pero jamás hubiera dicho «nosotros» para referirme a algo que no fuera una sidhe de la Oscuridad.

– Después de que mi tía, nuestra querida reina, intentase ahogarme cuando tenía seis años, mi padre se aseguró de que tuviera mis propios guardaespaldas sidhe. Uno de ellos era un ave nocturna, Bathar.

Sholto asintió.

– Perdió un ala en la última batalla que libramos en suelo americano. Nosotros podemos volver a hacer crecer la mayoría de las partes de nuestro cuerpo, de manera que no era una herida mortal.

– Bhatar dormía en mi habitación por la noche. Nunca se apartó de mi lado cuando era pequeña. Mi padre me enseñó a jugar al ajedrez, pero Bhatar me enseñó cómo ganar a mi padre. -El recuerdo me hizo sonreír.

– Todavía habla bien de ti -dijo Sholto.

Me dispuse a formular una pregunta, pero después sacudí la cabeza.

– No, él nunca te hubiera propuesto que hicieras algo semejante. Nunca habría puesto en peligro mi seguridad o la tuya. Ya ves, él también hablaba bien de ti, rey Sholto. El mejor rey que los sluagh habían tenido en doscientos años, es lo que solía decir.

– Me siento halagado.

– Ya sabes lo que tu pueblo opina de ti. -Intenté interpretar su rostro. Había en él necesidad, sin duda, pero la necesidad puede enmascarar muchas cosas-. ¿Qué ocurrirá con las arpías de tu pequeño harén?

– ¿A qué te refieres? -preguntó, pero había en sus ojos una mirada que no dejaba creer sus palabras.

– Quieren hacerme daño para mantenerme alejada de ti. ¿Qué crees que harán si me acuesto contigo?

– Soy su rey. Harán lo que les diga.

Entonces, me eché a reír, pero no era una risa amarga, sólo irónica:

– Eres el rey de un pueblo de elfos, Sholto, nunca hacen exactamente lo que les dices, o exactamente lo que piensas que harán. Desde las sidhe a las pixies, son seres libres. Si confías en su obediencia eres tú quien quiere correr el riesgo.

– ¿Igual que ha hecho la reina durante un milenio? -dijo a medio camino entre la pregunta y la afirmación.

Sonreí.

– O igual que ha hecho desde hace aún más tiempo el rey de la corte de la Luz.

– Comparado con ellos, soy un rey nuevo y no tan arrogante.

– Entonces explícame con sinceridad qué harán tus amantes arpías si las abandonas por mí.

Reflexionó largo y tendido sobre esta cuestión antes de mirarme con semblante serio.

– No lo sé.

Casi me puse a reír.

– No tienes experiencia como rey. Nunca he oído a ninguno de ellos admitir ser ignorante.

– No saber algo no es ignorancia. Fingir un conocimiento que no tienes, sí puede serlo -sentenció.

– Inteligente y modesto; un caso único en la realeza de los elfos. -Me acordé de una pregunta que me hubiese gustado hacer-. La Agnes que te llevó al bosque cuando eras niño, tu nodriza, ¿era Agnes la Negra?

– Sí -dijo.

– ¿Tu antigua nodriza es ahora tu amante?

– No ha envejecido -dijo-, y yo ahora ya soy mayor.

– Crecer en medio de seres inmortales es desconcertante, lo admito, pero aun así no pienso de esa manera en los elfos que me educaron.

– Lo mismo me pasa con algunos sluagh, pero no con Agnes.

Quería preguntar por qué, pero me abstuve. Para empezar no era de mi incumbencia; en segundo lugar, puede que no comprendiera la respuesta incluso si me la daba.

– ¿Cómo sabes a ciencia cierta que la reina quiere ejecutarme? -volví a la cuestión importante.

– Porque me enviaron a Los Ángeles para matarte. -Lo dijo como si ello no significara nada: sin emoción, sin lamentarse, una mera constatación.

El corazón me latía un poco más rápido, y se me hizo un nudo en la garganta. Tuve que concentrarme para dejar escapar el aire sin que se notase.

– Si no acepto acostarme contigo, ¿ejecutarás la sentencia?

– He jurado que no quería hacerte daño. Y no quiero.

– ¿Lucharías contra la reina por mí?

– El mismo razonamiento que nos mantendrá seguros si nos acostamos juntos, es válido si te dejo viva. Necesita a los sluagh más de lo que necesita ser vengativa.

Parecía muy convencido de esto último. Seguro de lo que estaba seguro, inseguro de todo lo demás; como la mayoría de nosotros, si somos sinceros. Observé su cara, la mandíbula un poco ancha para mi gusto, los huesos del mentón exageradamente marcados. Me gustaban los hombres con un aspecto más suave, pero era guapo, sin lugar a dudas. Su cabello era de un blanco perfecto, denso y liso, recogido en una cola de caballo suelta. El pelo le llegaba hasta las rodillas como a los sidhe más viejos, aunque Sholto sólo rondaba los doscientos años. Sus hombros eran anchos, el pecho se adivinaba fuerte debajo de la camisa blanca. Ésta le sentaba muy bien, y me preguntaba si habría usado algún tipo de encanto para que cayera de aquella manera, porque sabía que lo que había debajo de la camisa no era muy suave.

– No esperaba esta oferta, Sholto. Me gustaría tener un poco de tiempo para pensarlo.

– Hasta mañana por la noche -dijo.

Asentí y me levanté. También él se puso de pie. De repente me descubrí mirándole el pecho y el estómago, intentando ver lo que había visto en la calle. No se veía nada, estaba gastando encanto en esconderlo.

– No sé si puedo hacerlo -dije.

– ¿El qué? -preguntó.

Me moví hacia él.

– Una vez te vi sin camisa cuando era mucho más joven. Y no he olvidado esa visión.

Su cara palideció, sus ojos se endurecieron. Estaba colocando las cosas en su sitio.

– Entiendo. La idea de tocarme te asusta. Lo entiendo, Meredith. -Dejó escapar una larga bocanada de aire-. Fue bonito mientras duró.

Se apartó de mí, recogiendo el abrigo del respaldo de la silla donde lo había colgado. La pesada coleta de su cabello caía por su cuerpo como una tira de piel.

– Sholto -dije.

No se volvió, simplemente se echó todo el cabello hacia un lado mientras se ponía el abrigo.

– No he dicho que no, Sholto.

Entonces, se volvió. La expresión de su rostro seguía cuidadosamente indescifrable, con todas las emociones que tanto me había costado hacer aflorar enterradas de nuevo.

– ¿Entonces, qué me dices?

– Digo que esta noche no quiero sexo, pero no puedo decir que sí, que tendré una relación contigo, hasta que lo vea todo.

– ¿Todo? -volvió a preguntar.

– ¿Ahora quién es el tímido? -dije.

Vi que la idea tomaba cuerpo en su cara, en sus ojos. Se dibujaba en sus labios una pequeña sonrisa extraña.

– ¿Me pides verme desnudo?

– No del todo. -No pude reprimir una sonrisa-. Pero hasta la cadera, sí, por favor. Tengo que ver cómo me siento con tus… extras.

Sonrió y el ambiente estaba caldeado con un punto de incertidumbre. Era su sonrisa auténtica, con aquel punto de encanto y miedo.

– Ésta es la palabra más amable con la que alguien lo ha descrito.

– Si no puedo estar contigo con ilusión y placer compartidos, entonces tu sueño de unir tu brillo con otro se desvanece. Una sidhe no brilla por deber, sino por placer.

Asintió. -Entiendo.

– Así lo espero, porque es más que verte desnudo. Necesito tocar y ser tocada para ver si… -Abrí las manos-. Si puedo hacerlo.

– ¿Pero sin sexo esta noche? -su voz nunca se había aproximado tanto a un tono pícaro.

– Sueñas con carne de sidhe y nunca la has tenido. Yo sí la he tenido, y durante tres, casi cuatro años, he pasado sin ella. Echo de menos mi hogar, Sholto. Aunque sea extraño y perverso, siento melancolía. Si consiento a ello, entonces tendré un amante sidhe y un hogar. Sin mencionar que estoy huyendo de una sentencia de muerte. No eres un destino peor que la muerte, Sholto.

– Algunos han pensado que sí a lo largo de los años. -Intentó hacer un chiste de esta situación, pero sus ojos le traicionaban.

– Éste es el motivo por el que necesito ver dónde me estoy metiendo.

– ¿Entonces, te pregunto por el amor o el amor es algo demasiado ingenuo para un rey y una princesa? -preguntó.

Sonreí, pero esta vez era una sonrisa triste.

– Probé el amor una vez; me traicionó.

– Griffin no se merece emociones tan profundas y es, sin lugar a dudas, incapaz de corresponderlas.

– Ya me di cuenta -dije-. El amor es grande mientras dura, Sholto, pero no dura.

Nos miramos el uno al otro. Me pregunté si mis ojos estaban tan cansados y llenos de reproches como los suyos.

– ¿Se supone que tengo que discutir contigo y decirte que algún amor sí dura? -preguntó Sholto.

– ¿Lo harás?

Sonrió y sacudió la cabeza.

– No.

Acerqué mi mano hacia él.

– No quiero mentiras, Sholto, ni tan siquiera las piadosas.

Su mano estaba muy caliente y envolvía la mía.

– Deja que te lleve a la cama y muéstrame qué me ofreces -dije.

Me permitió que le llevase a la cama.

– ¿Puedo ver qué me ofreces tú?

Lo empujé hacia atrás en la cama para mirarle la cara. -Si quieres.

Pasó por sus ojos una mirada que no era ni sidhe, ni humana, ni sluagh, sino simplemente masculina.

– Quiero -dijo.

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