Desandamos el camino por el que habíamos llegado, pero ahora el pasillo era recto y más estrecho, otro pasillo, en definitiva. Miré por encima del hombro y no vi la puerta de dos hojas. Los aposentos de la reina estaban en otro lugar. De momento, estaba a salvo. Empecé a temblar y no podía parar.
Rhys me abrazó, apretándome contra su pecho. Me hundí en él, y deslicé mis brazos en torno a su cintura, debajo de su capa. Él me apartó el cabello de la cara.
– Tienes la piel fría. ¿Qué te ha hecho, Merry? -Volvió a levantarme la cabeza, con delicadeza, para poder verme la cara mientras yo me aferraba a él-. Cuéntamelo -dijo, con voz dulce.
Negué con la cabeza.
– Me lo ofreció todo, Rhys, todo lo que una sidhe puede desear. El problema es que no confío en ella.
– ¿De qué estás hablando? -preguntó.
Entonces, me aparté de él.
– De esto. -Me toqué la garganta, donde se estaba secando la sangre-. Soy mortal, Rhys. El hecho de que se me ofrezca la luna no significa que vaya a sobrevivir para ponerla en mi bolsillo.
Tenía una expresión dulce, pero de golpe caí en la cuenta de que era mucho mayor que yo. Su cara era todavía joven, pero no la mirada de su ojo.
– ¿Es ésa la peor de las heridas?
Asentí.
Me tocó la mancha de sangre. Ni tan siquiera me había dolido. En realidad no era ni siquiera una herida. Me costaba mucho explicar que la verdadera herida no se manifestaba en mi piel. La reina vivía negando la auténtica esencia de Cel, pero yo no. No compartiría nunca el trono conmigo: uno de nosotros tendría que estar muerto antes de que el otro se sentara en él.
– ¿Te amenazó? -preguntó Rhys.
Asentí de nuevo.
– Pareces aterrorizada, Merry. ¿Qué te dijo?
Lo miré, y no se lo quería contar. Era como si decirlo en voz alta fuera a hacerlo más real. Pero había algo más: el hecho de que si Rhys lo sabía, no le disgustaría del todo.
– Como suele decirse tengo una noticia buena y una mala -solté.
– ¿Cuál es la buena?
Le expliqué que me habían nombrado coheredera.
Me abrazó con fuerza.
– Es una noticia fantástica, Merry. ¿Qué mala noticia podría haber después de eso?
Me deshice del abrazo.
– ¿Crees realmente que Cel me dejará vivir lo suficiente para desplazarle? Él estuvo detrás de los atentados contra mi vida hace tres años, y entonces ni siquiera tenía ninguna buena razón para quererme muerta.
La sonrisa desapareció del rostro de Rhys.
– Ahora llevas la marca de la reina, ni tan siquiera Cel se atrevería a matarte. Si alguien te lastima morirá por orden de la reina.
– La reina me explicó que yo me había ido de la corte a causa de Griffin. Intenté contarle que no me había ido porque me hubieran roto el corazón, que me había ido por los duelos. -Negué con la cabeza-. Habló de mí, Rhys, como si yo no dijera nada. Se niega a ver la realidad, y no creo que mi muerte cambie eso.
– Quieres decir que cree que su hijo nunca haría algo así -dijo.
– Exactamente. Además, ¿crees realmente que Cel pondría en peligro su propio cuello? Si puede ordenará que lo hagan otros, y así serán ellos los que se pondrán en peligro, no él.
– Nuestra misión es protegerte, Meredith. Nosotros hacemos bien nuestro trabajo.
Reí, pero era una risa más tensa que alegre.
– Tía Andais ha cambiado tus condiciones de tu trabajo, Rhy
– ¿Qué quieres decir?
– Vayamos andando mientras te lo cuento. Siento la necesidad de poner distancia entre nuestra reina y yo.
Me volvió a ofrecer el brazo.
– Como quiera mi señora.
Sonrió al decirlo, y me dirigí a él, pero le ceñí la cintura en lugar de tomar su brazo. Se puso tenso, sorprendido por un segundo, pero acto seguido me pasó el brazo por los hombros. Caminamos por el pasillo, abrazados. Todavía tenía frío, como si algún calor interior se hubiera extinguido.
Hay hombres con los que no puedo caminar abrazada, como si nuestros cuerpos tuvieran ritmos diferentes. Rhys y yo caminábamos por el pasillo como dos mitades de un todo. Me di cuenta de que, sencillamente, no podía creer que tuviera permiso para tocarle. No parecía real que, de golpe, me entregaran las llaves del reino. Rhys se detuvo y me giró hasta que pudo frotarme los brazos.
– Todavía estás temblando.
– No tanto como antes -dije.
Me dio un beso delicado en la frente.
– Venga, tesoro, cuéntame qué te hizo la Bruja Malvada del Este.
Sonreí.
– ¿Tesoro?
Sonrió.
– ¿Cielo? ¿Encanto?
Reí de nuevo.
– Cada vez peor.
Su sonrisa se desvaneció. Miró el anillo en contacto con su manga blanca.
– Doyle dijo que el anillo cobró vida para él. ¿Es cierto?
Miré la pesada joya octogonal de plata y asentí.
– Se está quieto en mi brazo.
Lo miré a la cara. Tenía un aspecto… apenado.
– La reina solía dejar que el anillo escogiera a su consorte-dijo.
– Ha reaccionado con casi todos los guardias que he tocado esta noche.
– Excepto conmigo. -Su voz estaba tan llena de pesar que no podía dejarlo así.
– Tiene que tocarte piel desnuda -dije.
Empezó a cogerme la mano y el anillo. Me aparté de él.
– No, por favor.
– ¿Qué te pasa, Merry? -preguntó.
La luz se había reducido a un tenue resplandor. El pasillo estaba cubierto de telarañas, como grandes cortinas de plata brillante. Entre los hilos se ocultaban unas arañas pálidas y blancas, más grandes que mis dos manos juntas, como fantasmas hinchados.
– Porque incluso con dieciséis años, yo era quien decía basta. Ya tendrías que saberlo.
– Una pequeña palmada y quedo apartado para siempre del juego. Cariño, esto es una crueldad.
– No, es práctico. No quiero acabar mi vida clavada en una cruz de San Andrés.
Por supuesto, lo que acababa de decirle ya no tenía sentido. Podría contárselo a Rhys y hacerlo contra la pared en ese mismo instante, y no habría ningún castigo. O eso había dicho Andais. Pero no confiaba en mi tía. Sólo me había dicho a mí que se había suprimido el celibato. Sólo tenía su palabra de que Eamon lo sabía, y él era su consorte, su criatura. ¿Qué pasaría si pusiera a Rhys contra la pared y entonces ella cambiara de opinión? No sería real, no sería seguro, hasta que lo anunciara en público. Entonces, y sólo entonces, me lo creería de verdad.
Una araña grande y blanca se acercó desde el extremo de la telaraña. Su cabeza medía como mínimo siete centímetros. Tendría que pasar justamente por debajo de aquella cosa.
– Ves a una mujer mortal torturada hasta la muerte por seducir a un guardia y te acuerdas de ello el resto de tu vida. Buena memoria -dijo Rhys.
– Vi lo que ordenó a su torturador que le hiciera al guardia que transgredió la ley Rhys. Creo que tu memoria es demasiado corta. Lo detuve tirándole del brazo, justo antes de que tocara la araña. Podía convocar fuegos fatuos, pero las arañas no se sentían impresionadas por ellos.
– ¿Puedes convocar a algo más fuerte que fuegos fatuos? -pregunté.
Miré a la araña que esperaba, con un cuerpo tan grande como mi puño. Las telarañas de encima de mi cabeza parecieron, de golpe, más pesadas, y empezaron a combarse bajo el peso de los cuerpos hinchados, como una red cargada de pescado, amenazando con caer sobre mi cabeza.
Rhys me miró, desconcertado, después miró hacia arriba como si sintiera que las espesas telarañas fueran a ceder.
– Nunca te han gustado las arañas.
– No -dije-, nunca me han gustado.
Rhys se movió hacia la araña que parecía estar esperándome. Me dejó de pie en medio del pasillo, escuchando los pesados movimientos y mirando cómo se hundían las telarañas. No hizo nada que pudiera ver yo. Simplemente puso un dedo en el abdomen de la araña. Ésta empezó a escapar, pero acto seguido se detuvo abruptamente, y empezó a agitarse, sus patas se convulsionaron, se estremeció y rasgó la telaraña, de manera que quedó colgada sin poder hacer nada.
Oía a decenas de aquellos bichos corriendo en pos de un lugar seguro en una ruidosa retirada. Las telarañas ondearon como un océano puesto boca abajo por el peso de la desenfrenada huida. Tenía que haber centenares.
El cuerpo blanco de la araña empezó a marchitarse, cerrándose sobre sí mismo como si lo estuviera aplastando una mano enorme. Aquel gordo cuerpo blanco se convirtió en una cáscara seca, hasta el punto de que nunca habría sabido lo que era si no la hubiese visto viva antes.
El movimiento en las telas de araña había cesado. En el pasillo reinaba la calma, sólo rota por la figura sonriente de Rhys. La luz tenue, muy tenue, parecía reunirse en torno a sus rizos y el traje blanco y hacía brillar al guardia contra las grises telarañas y la piedra, todavía más gris. Me estaba sonriendo, cariñoso, normal en él.
– ¿Vale así? -preguntó.
Asentí.
– Sólo te había visto hacer eso una vez antes y fue en combate, pero entonces tu vida estaba en peligro.
– ¿Estás llorando por el insecto?
– Es un arácnido, no un insecto, y no, no lloro por él. Nunca he tenido el tipo de poder adecuado para caminar con seguridad por este lugar. -Pero… lo que quería era que hubiera hecho aparecer fuego en sus manos, o luces más intensas, y las hubiera ahuyentado. No quería que él…
Apartó su mano de mí, todavía sonriendo.
Miré a la cáscara negra ondeando delicadamente de la telaraña cuando nuestro movimiento provocó una minúscula corriente de aire al avanzar por el pasillo.
La sonrisa de Rhys no cambió, pero sus ojos se volvieron más amables.
– Soy un dios de la muerte, o lo fui, Merry. ¿Qué pensabas que haría, encender una cerilla y gritar: «¡Uh!»?
– No, pero…
Miré la mano que me ofrecía. La miré durante más tiempo de lo que mandaban las buenas maneras, pero finalmente estiré el brazo hacia él. Las puntas de nuestros dedos se tocaron, y Rhys exhaló un suspiro.
Sus ojos buscaron la joya de mi mano y luego subieron hasta encontrar mi mirada.
– Merry, ¿puedo, por favor?
Miré a su ojo azul pálido.
– ¿Por qué es tan importante para ti?
Me preguntaba si ya se había divulgado un rumor sobre lo que la reina pretendía anunciar esa noche.
– Todos tenemos la esperanza de que te haya llamado para que escojas a un consorte. Me imagino que aquel al que no reconozca el anillo no participará en la competición.
– Falta menos de lo que te imaginas -dije.
– Entonces, ¿puedo? -preguntó.
Intentó ocultar su ansiedad, pero no lo consiguió. Supongo que no podía culparle. En cuanto corriera la voz toda la noche iba a ser así. No, sería peor, mucho peor.
Asentí.
Empezó a acercar mi mano a sus labios sin dejar de hablar.
– Sabes que nunca te haría daño conscientemente, Merry.
Me besó la mano, y sus labios rozaron el anillo. El anillo despertó, es la única palabra que tengo para explicarlo. Llameó a través de mi cuerpo, de nuestros cuerpos. La sensación me puso el corazón en la garganta.
Rhys se quedó doblado sobre mi mano, pero lo oí respirar y pronunciar un «oh, sí». Se levantó, y su ojo parecía desenfocado. Era la reacción más fuerte hasta el momento, y eso de algún modo me preocupó. ¿Acaso la fuerza de la reacción guardaba relación con la virilidad del hombre, como si fuera una especie de cuenta espermática? No era nada personal contra Rhys, pero tenía que acostarme con alguien esa noche, y probablemente el elegido sería Galen, aunque el anillo no reaccionara contra su pequeño corazón. Yo decidiría quién compartiría mi cama. Hasta que la queridísima tía me enviara a su espía, por supuesto. Aparté este pensamiento. No podía ocuparme de él en ese momento. Había algunos sidhe en su Guardia a los que mataría antes que besarlos, no digamos ya otra cosa.
Rhys colocó sus dedos entre los míos, apretando la palma de su mano contra el anillo. Su pulso era más fuerte y me hizo ahogar un grito. Sentí que me acariciaban algo muy profundo dentro de mi cuerpo. Algo que ninguna mano podría tocar nunca, pero el poder… el poder no estaba coartado por los límites de la carne.
– Oh, me gusta -dijo Rhys.
Aparté mi mano de la suya.
– No lo vuelvas a hacer.
– Te ha gustado y lo sabes.
Observé su cara preocupada y dije:
– La reina no quiere simplemente que encuentre otro novio. Quiere que tenga relaciones sexuales con varios guardias o con todos los que reconozca este anillo. Es una carrera para ver quién le da en primer lugar un heredero de sangre real. Cel o yo.
Me miró, examinando mi semblante, como si intentara desentrañar mis pensamientos.
– Sé que no harías bromas con esto, pero parece demasiado bueno para ser verdad.
Me hizo sentir mejor que Rhys tampoco se fiara.
– Exactamente. Ahora mismo me acaba de decir que para mí no hay celibato, pero no tengo testigos. Creo que es sincera, pero hasta que lo anuncie ante la corte en pleno, haré como si el sexo continuara estando prohibido.
Rhys asintió.
– ¿Qué representa esperar unas cuantas horas más después de mil años?
Arqueé las cejas.
– No puedo hacerlo con todos esta noche, Rhys, o sea que habrá que esperar más de unas cuantas horas.
– Mientras sea el primero de la lista, ¿qué importa esto?
Intentó decirlo de forma jocosa, pero no reí.
– Tengo miedo de que así sea como se sienta exactamente todo el mundo. Yo sólo soy una, y vosotros, ¿cuántos?, ¿veintisiete?
– ¿Tienes que acostarte con todos nosotros?
– No lo dijo así, pero insistirá en que me acueste con su espía, sea quien sea éste.
– Odias a algunos de los guardias, Merry, y ellos también te odian. No puede pretender que te los lleves a la cama. Dios mío, si uno de los que odias te dejara embarazada… -no acabó el pensamiento.
– Quedaría obligada a casarme con un hombre que desprecio, y sería rey.
Rhys pestañeó, y su ojo cerrado se iluminó a medida que movía la cabeza.
– No había pensado en ello. Sinceramente, sólo pensaba en el sexo, pero tienes razón, uno de nosotros será rey.
Miré al gris montón de telarañas. Estaban vacías, pero…
– Preferiría no hablar de esto con esas telarañas encima. Rhys levantó la cabeza.
– Tienes razón. -Me ofreció el brazo-. ¿Te puedo acompañar al banquete, señora?
Desplacé la mano por su brazo.
– Será un placer.
Me dio una palmadita en la mano.
– Así lo espero, Merry. Ciertamente, así lo espero.
Reí, y el sonido provocó un extraño eco en el pasillo. Fue casi como si el techo se alejara en una vasta oscuridad que sólo las telarañas nos ocultaban. Mi risa se desvaneció, mucho antes de salir de debajo de las telarañas.
– Gracias, Rhys, por comprender por qué tengo miedo, en lugar de sólo concentrarte en el hecho de que puedes estar a punto de poner fin a varios siglos de abstinencia.
Apretó mi mano izquierda contra sus labios.
– Sólo vivo para servir debajo ti, o encima de ti, o de cualquier manera que tú quieras.
Le toqué en el hombro.
– Para.
Sonrió.
– Rhys no es el nombre de ningún dios de la muerte conocido. Lo investigué en la universidad, y no te encontré.
De repente, le vi muy ocupado mirando el pasillo que se estrechaba cada vez más.
– Rhys es mi nombre ahora, Merry. Ya no importa quién era antes.
– Por supuesto que importa -dije.
– ¿Por qué? -preguntó, y de golpe se puso muy serio, como si hubiera formulado una pregunta de adulto.
Viéndole brillar en blanco, recortado en una luz gris, yo no me sentía adulta. Me sentía cansada. Pero había un peso en su mirada, una pregunta en su cara, que tenía que responder.
– Sólo quería saber con quién estaba tratando, Rhys.
– Me conoces desde siempre, Merry.
– Entonces, dímelo -dije.
– No quiero hablar de los años pasados, Merry.
– ¿Y si te invito a mi cama? ¿Me contarías todos tus secretos entonces?
Me estudió la cara.
– Me estás provocando.
Toqué sus cicatrices, pasando las puntas de los dedos sobre su piel áspera hasta llegar a sus labios.
– No te estoy provocando, Rhys. Eres guapo. Has sido mi amigo durante muchos años. Me protegiste cuando era más joven. Sería una egoísta si te dejara célibe, cuando puedo poner fin a eso; además, recorrer con mi boca tu estómago liso ha sido una de mis fantasías sexuales recurrentes.
– Qué gracia, yo he tenido la misma fantasía -dijo, y levantó las cejas en una mala imitación de Groucho Marx-. Quizá puedas subir a mi casa para que te enseñé mi colección de sellos.
Sonreí y sacudí la cabeza.
– ¿Ya no ves películas desde que son en color?
– Casi nunca.
Me tendió la mano y se la cogí. Caminamos por el pasillo de la mano, y era agradable. De todos los guardias que me gustaban, pensaba que Rhys sería el más insistente en cuanto a la posibilidad de tener una relación sexual con él. Pero se había comportado como el caballero perfecto. Otra prueba evidente de que yo no entendía a los hombres.