XXXIII. MENTE


73

Eugenia Insigna pareció desconsolada.

— ¿Has decidido de verdad salir otra vez, Marlene?

— Madre — respondió la muchacha perdiendo por momentos la paciencia-, lo dices como si hubiera llegado a esta decisión hace cinco minutos tras un largo período de incertidumbre. Durante mucho tiempo he estado segura de que ahí, en Erythro es donde quiero estar. No he cambiado de idea y no cambiaré.

— Tienes el convencimiento de que ahí estás segura, lo sé bien y reconozco que no te ha sucedido nada hasta ahora; pero…

— Me siento segura en Erythro — la interrumpió Marlene-. Y también atraída hacia él. El tío Siever lo comprende.

Eugenia miró a su hija como si quisiera volver a hacer objeciones; pero en lugar de eso movió la cabeza. Marlene había tomado una decisión y no había quien la detuviera.


74

Esta época es la más calurosa en Erythro, pensó Marlene, lo bastante calurosa para acoger con gusto la brisa. Las nubes grisáceas navegaban algo más aprisa por el cielo y parecían más densas.

Se había predicho lluvia para el día siguiente, y Marlene pensó que sería agradable estar bajo ella y observar lo que sucedía. Chapotearía en el arroyuelo, humedecería las peñas, reblandecería y enfangaría el suelo.

Entre tanto, se encaramó a una peña lisa próxima al arroyo, la barrió con la mano y se sentó muy despacio. Desde allí, contempló el agua fluyendo en torno a las peñas que la rodeaban, y se dijo que la lluvia sería como tomar una ducha.

Pero la ducha provendría de todo el cielo, así que no se podría salir de ella. Se preguntó de pronto: ¿Habrá dificultad para respirar?

No, no era probable. En la Tierra llovía sin parar, o por lo menos con frecuencia; y, que ella supiera, nadie se había ahogado. No, sería como una ducha. Y bajo una ducha puedes respirar.

Ahora bien, la lluvia no estaría caliente, y a ella le gustaba la ducha caliente. Se recreó pensando en ello. Allí había mucho silencio, mucha tranquilidad, y ella podría descansar sin que nadie la viera. Sin que la vigilaran. Sin tener que interpretar. ¡Era estupendo no tener que interpretar!

¿Qué temperatura tendría? Se refería a la lluvia. ¿Por qué no habría de tener la agradable temperatura de Némesis? Desde luego, ella se mojaría; y cuando se salía toda mojada de una ducha, se tenía siempre frío. Además la lluvia empaparía también su ropa.

Pero sería una tontería llevar ropa bajo la lluvia. Uno no llevaba ropa en la ducha. Si lloviese, se quitaría la ropa. Eso sería lo lógico.

¿Pero dónde la pondría? Cuando uno se duchaba la dejaba en el ropero. Aquí, en Erythro tal vez se la pudiera colocar debajo de una roca, o construir una caseta donde meter su ropa los días lluviosos. Después de todo, ¿para qué llevar ropa cuando llueve?

¿Y si hace un día soleado?

Deseas llevar ropa si hace frío, por supuesto. Pero ¡en días de calor…!

Entonces ¿por qué la gente llevaba ropa en Rotor, donde hacía siempre calor? No la llevaba en las piscinas… Esto hizo recordar a Marlene que la gente joven con cuerpos esbeltos y bien formados era la primera en quitarse la ropa… y la última en volver a ponérsela.

Las personas como ella no se quitaban la ropa en público. Tal vez fuera ésa la razón de que la gente llevara ropa. Para ocultar su cuerpo.

¿Por qué la mente no tenía formas vistosas para que pudieses exhibirlas? Además, cuando lo hacías, no le gustaba a la gente. La gente se deleitaba contemplando cuerpos bien formados, pero hacía ascos a las mentes bien formadas. ¿Por qué?

Pero aquí en Erythro, sin ningún espectador, ella podría quitarse la ropa siempre que la temperatura fuese benigna. Y no habría nadie que la señalara con el dedo o se riera de ella.

La realidad era que podría hacer lo que se le antojara porque tenía todo un mundo confortable a su disposición, un mundo vacío, un mundo señero que la rodeaba y envolvía cual una enorme y suave manta, y sólo… silencio.

Marlene se sintió cada vez más libre. Su mente lo esbozó de modo suave, para que incluso eso interfiriera lo menos posible.

Silencio.

Pero de pronto, se enderezó. ¿Silencio?

Ahora bien, ella había acudido allí para escuchar otra vez la voz. Sin gritar esta vez. Ni espantarse. ¿Dónde estaba la voz?

Y como si la hubiese llamado, como si le hubiese dado un silbido para atraerla…

— ¡Marlene!

El corazón se le sobresaltó un poco; pero se mantuvo firme. No debería dar ninguna señal de miedo o turbación.

Miró a su alrededor y luego dijo con mucha calma:

— Dime dónde estás, por favor.

— No es necera… necesario… hablar para hacer vibrar el aire.

La voz era la de Aurinel; pero no se expresó ni mucho menos como Aurinel. Daba la impresión de que hablar le resultaba difícil, si bien se percibía que cada vez lo seria menos.

— Esto mejorará — murmuró la voz.

Marlene no había dicho nada. Y siguió sin pronunciar palabra. Se redujo a pensar éstas: No tengo que hablar. Sólo necesito pensar.

— Sólo necesitas ajustar el esquema. Ya lo estás haciendo.

— Pero yo te oigo hablar.

— Estoy ajustando tu esquema. Es como si me oyeras.

Marlene se lamió los labios. No debería dejarse asustar, sino mostrar mucha calma.

— No hay nada de que… de quien asustarse dijo la voz.

Esta vez no fue ni mucho menos la de Aurinel.

Ella pensó: — Tú oyes todo ¿verdad?

— ¿Acaso te molesta?

— Sí, mucho.

— ¿Por qué?

— No quiero que sepas todo. Deseo reservarme algunos pensamientos. (Marlene procuró no pensar que así era como los demás reaccionaban ante ella, deseosos de preservar la intimidad de sus sentimientos, pues estuvo segura de que el pensamiento se manifestaría tan pronto como ella se esforzara por ocultarlo.)

— Pero tu esquema no es como el de otros.

— ¿Mi esquema?

— El esquema de tu mente. Otros son… enmarañados… laberínticos… El tuyo es… espléndido.

Marlene se lamió otra vez los labios y sonrió. Cuando su mente podía ser percibida se la veía espléndida. Experimentó una sensación de triunfo y pensó con desdén en las chicas que tenían sólo… formas externas.

La voz en su mente preguntó:

— ¿Es íntimo ese pensamiento?

Marlene habló casi en voz alta:

— Sí lo es.

— Puedo detectar cierta diferencia. No responderé a tus pensamientos íntimos.

Marlene se sintió hambrienta de elogios.

— ¿Has visto muchos esquemas?

— He sentido muchos desde que vosotros, las cosas huma… nas, llegasteis.

No ha estado muy segura de la palabra, pensó Marlene. La voz no dio respuesta y la joven se sorprendió. Al parecer, la sorpresa había sido una sensación íntima, pero ella no la había declarado abiertamente como íntima para sus adentros. Quizá lo íntimo fuera íntimo tanto si ella lo pensaba como si no. La mente había dicho que podía detectar la diferencia; y resultaba evidente que era así. Lo demostraba el esquema.

La voz no respondió tampoco a eso. Ella tendría que hacer una pregunta específica para evidenciar que no era un pensamiento íntimo

— ¿Se revela en el esquema, por favor?

Ella no necesitaría especificar. La voz sabría de qué estaba hablando.

— Se revela en el esquema. Todo se revela en tu esquema porque está muy bien diseñado.

A Marlene le faltó muy poco para ronronear. Había obtenido los elogios solicitados. Ahora lo justo sería devolver el cumplido.

— El tuyo también está muy bien diseñado.

— Eso es diferente. Mi esquema se dilata. Es simple en cada punto, y sólo complejo cuando se lo toma como conjunto. El tuyo es complejo desde el principio. No hay simplicidad en él. Y también se diferencia de otros de tu especie. Los demás son… laberínticos. No es posible intercambiar ideas con ellos… comunicarse. Una adaptación es perjudicial porque el esquema es frágil. Yo no lo sabía. Porque mi esquema no es frágil.

— ¿Es frágil el mío?

— No. Se ajusta bien.

— Tú has intentado comunicarte con otros, ¿verdad?

— Sí.

La plaga Erythro.

(No hubo respuesta. El pensamiento fue íntimo.)

Marlene cerró los ojos, hizo esfuerzos por tantear con su mente hacia fuera, intentó localizar la fuente de esa mente externa que la penetraba. lo hizo de una forma que ni ella misma entendió; quizá todo estuviera mal hecho, quizá no hiciera nada en definitiva. Tal vez la mente se riera de su torpeza… suponiendo que supiera lo que era la risa.

Tampoco ahora hubo respuesta.

Marlene pensó: Piensa en algo.

Le llegó el inevitable pensamiento: ¿Qué he de pensar?

No provino de parte alguna. No provino de aquí, ni de allá, ni de acullá. Provino del interior de su mente.

Ella pensó (disgustada con su propia insuficiencia):

— ¿Cuándo sentiste el esquema de mi mente?

— En el nuevo contenedor de seres humanos.

— ¿En Rotor?

— En Rotor.

Marlene tuvo una inspiración súbita.

— Me quisiste. Me llamaste.

— Sí.

¡Por supuesto! ¿Qué la había impulsado si no a visitar Erythro? ¿Qué la había inducido si no a contemplar Erythro con tanta añoranza aquel día en que Aurinel se le acercara para decirle que su madre la buscaba?

Marlene apretó los dientes. Creyó preciso seguir preguntando.

— ¿Dónde estás tú?

— En todas partes.

— ¿Eres el planeta?

— No.

— Déjate ver.

— Aquí.

Y de repente la voz tuvo una dirección.

Marlene se encontró mirando absorta el arroyo, y se dio cuenta, de súbito, que mientras había estado comunicando con la voz dentro de su mente, el arroyo había sido lo único que le había hecho sentir algo. No se había apercibido de ninguna de las cosas circundantes. Era como si su mente se hubiese replegado dentro de sí misma para hacerse más sensitiva hacia lo único que la llenaba.

Y ahora el velo se levantó. El agua se movió a lo largo de las peñas, burbujeando sobre ellas, arremolinándose hasta formar un pequeño torbellino en un espacio delimitado por varias de aquellas burbujas. Las pequeñas pompas giraron y se rompieron mientras se formaban otras nuevas perfilando un dibujo que no cambiaba en esencia aunque los detalles menores no se repitieran ni una vez.

Luego, las burbujas se rompieron una tras otra sin ruido, y el agua quedó lisa, carente de rasgos distintivos; pero todavía girando. ¿Cómo podía saber que giraban si no tenía ningún rasgo distintivo?

Porque se deslizaban muy levemente bajo la luz rosada de Némesis. En efecto, giró, y ella pudo ver cómo lo hacía porque los reflejos trazaban arcos en espiral y al final se fundían. Sus ojos quedaron prendados de ello, siguieron muy despacio las volutas, que se fueron concentrando hasta componer la caricatura de un rostro, dos huecos oscuros a modo de ojos, un tajo por boca.

Se perfiló cada vez más mientras ella observaba fascinada.

Por fin se definió como un rostro auténtico que la miraba fijamente con ojos vacíos y, sin embargo lo bastante real para ser reconocible.

Era la cara de Aurinel Pampas.


75

Caviloso y mesurado, Siever Genarr dijo, haciendo un esfuerzo para tratar con calma del asunto:

— ¿Así que te marchaste en ese momento?

Marlene asintió:

— La otra vez me marché cuando oí la voz de Aurinel. Esta vez me he marchado al ver la cara de Aurinel.

— No te lo reprocho…

— Me estás siguiendo la corriente, tío Siever.

— ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Patearte? Déjame seguirte la corriente… si me place. Está claro que la mente, como tú lo llamas, captó la voz y el rostro de Aurinel de tu propia mente. Ambas cosas deben de haber estado muy claras en tu cerebro. ¿Hasta dónde llegaba tu intimidad con Aurinel?

Ella lo miró recelosa:

— ¿Qué quieres decir con intimidad?

— Nada terrible. ¿Teníais amistad?

— Sí. Claro.

— ¿Estabas enamoriscada de él?

Marlene reflexionó y apretó los labios. Al fin dijo:

— Supongo que lo estaba.

— Usas un tiempo pasado. ¿Ya no lo estás?

— Bueno, ¿de qué me sirve? Él me tiene por una niña. Tal vez una hermana menor.

— Una idea nada antinatural, dadas las circunstancias. Pero tú piensas todavía en él… Y por esa razón has creído oír su voz, y luego ver su cara.

— ¿Qué quieres decir con eso de que he creído? Fueron una voz real y una cara real.

— ¿Estás segura?

— ¡Por supuesto!

— ¿Has contado algo de esto a tu madre?

— No. Ni una palabra.

— ¿Por qué no?

— ¡Oh, tío Siever! Ya la conoces. Yo no podría soportar tanto… nerviosismo. Ahora me dirás que todo es por lo mucho que me quiere. Lo sé, pero eso no resuelve las cosas.

— Te has mostrado dispuesta a contármelo, Marlene, y yo también te quiero sin la menor duda.

— Tienes razón, tío Siever, pero tú no eres un tipo excitable. Tú analizas las cosas con lógica.

— ¿He de aceptarlo como un cumplido?

— Ésa ha sido mi intención.

— En tal caso, examinemos lo que has descubierto y hagámoslo con lógica.

— Está bien, tío Siever.

— Veamos. Para comenzar, en este planeta hay algo vivo.

— Sí.

— Y no es el propio planeta.

— No, en manera alguna. Él lo negó.

— Pero, al parecer, es una cosa viviente.

Tengo la impresión de que es una cosa viviente. Por desgracia, tío Siever, lo que yo capto no es como se supone ha de ser la telepatía. Ni la adivinación del pensamiento. Son, pues, impresiones que te asaltan al instante, como el que mira la totalidad de un cuadro en lugar de los pequeños detalles de luz y sombra que lo componen.

— Esta impresión es la de una cosa viviente, ¿eh?

— Sí.

— ¿E inteligente'

— Muy inteligente.

— Pero no tecnológica. No hemos encontrado nada tecnológico en el planeta. Esa cosa viviente no es visible, ni aparente… es como si se limitara a vegetar… Piensa… razona… pero no hace nada. ¿No es así?

Marlene titubeó.

— No puedo afirmarlo por completo, pero es posible que sea como dices.

— Y entonces llegamos nosotros. ¿Cuándo supones que esa cosa viviente se dio cuenta de nuestra llegada?

Marlene meneó la cabeza.

— Me es imposible decirlo.

— Está bien, querida. Eso te detectó cuando estabas todavía en Rotor. Y debió darse cuenta de que una inteligencia invadía el sistema nemesiano cuando estábamos todavía a gran distancia. ¿Tuviste esa impresión?

— No lo creo, tío Siever. Creo que él no sabía nada de nosotros hasta que descendimos a Erythro. Eso atrajo su atención, y fue entonces cuando exploró alrededor y encontró a Rotor.

— Quizá tengas razón. Entonces experimentó con esas nuevas mentes que había sentido en Erythro. Sin duda eran las primeras que sentía aparte de la suya. ¿Cuánto tiempo habrá vivido, Marlene? ¿Tienes alguna idea?

— A decir verdad no, tío Siever, pero mi impresión es que él ha vivido largo tiempo, tal vez tanto como el planeta.

— Tal vez. En cualquier caso, por mucho que haya vivido, ésta es la primera vez que se encuentra inmerso entre muchas otras mentes muy diferentes de la suya. ¿Te suena bien esa deducción, Marlene?

— Sí.

— Así que la cosa viviente experimentó con las mentes nuevas y, como sabía tan poco acerca de ellas, las dañó. Por tanto surgió la plaga Erythro.

— Sí. — exclamó Marlene con súbita animación-. Él no me habló directamente de la plaga, pero la impresión fue intensa. Esa experimentación original fue la causa.

— Y cuando se dio cuenta de que estaba causando daño, la interrumpió.

— Sí. Por eso no tenemos ahora plaga Erythro.

— Y de ahí se infiere que esta mente es benévola, que tiene sentido de la ética tal como la entendemos nosotros, y que no desea dañar nuestros cerebros.

— ¡Sí! — aprobó entusiasmada Marlene-. Estoy segura de eso.

— ¿Pero qué es esta forma de vida? ¿Un espíritu? ¿Algo inmaterial? ¿Algo incomprensible para nuestros sentidos?

— No puedo saberlo, tío Siever suspiró Marlene.

— Bien, déjame repetir lo que la cosa viviente te dijo — propuso Genarr-. Detenme si me equivoco. Dijo que su esquema «se dilata», que «está en cada lugar y sólo es complejo en su conjunto», y que «no es frágil». ¿Voy bien?

— Sí.

— Y la única vida que hemos encontrado en Erythro son las prokaryotes, esas minúsculas células parecidas a bacterias. Si no admito nada que sea espiritual e inmaterial, he de quedarme con esas prokaryotes. Es muy posible que las pequeñas células que parecen separadas entre sí formen parte de un organismo que abarca el mundo. Entonces, el esquema de la mente se dilataría. Sería sencillo en cada lugar, y complejo sólo cuando se lo viese como un conjunto. Y no sería frágil, porque aunque muriesen grandes secciones de él, el organismo mundial resultaría poco afectado en su conjunto.

— Marlene miró pasmada a Geinarr.

— ¿Quieres decir que he estado hablando con gérmenes?

— No puedo asegurarlo, Marlene. Es sólo una hipótesis; pero encaja a la perfección, y no se me ocurre ninguna otra cosa que lo explique tan bien. Además, Marlene, si consideramos los billones de células que componen tu cerebro veremos que cada una de ellas, tomada de forma independiente, no es gran cosa, la verdad. Tú eres un organismo en el que todas las células cerebrales se hallan apiñadas. ¿Acaso es tan extraño que hables con otro en el que todas las células cerebrales están separadas y entrelazadas mediante, digamos, radioondas?

No lo sé murmuró Marlene, perturbada a todas luces.

— Pero planteemos otra cuestión, que es muy importante. ¿Qué quiere de ti esa forma de vida, sea lo que sea?

Marlene pareció sorprendida.

— Puede hablar conmigo, tío Siever. Puede transferirme sus ideas.

— ¿Sugieres, pues, que sólo quiere tener a alguien con quien hablar? ¿Supones que, cuando aparecimos aquí, esa cosa se dio cuenta por primera vez de que estaba sola?

— No lo sé.

— ¿No tuviste ninguna impresión en ese sentido.

— No, no la tuve.

— Eso podría destruirnos — ahora Genarr pareció estar hablando consigo mismo-. Si se cansara de ti o si le aburrieras, podría destruirnos sin esfuerzo.

— ¡No, tío Siever!

— Pero a mí me hizo daño cuando intenté romper tu conexión con la mente del planeta. E hizo daño a la doctora D'Aubisson, a tu madre y al centinela.

— Sí, pero os dañó a todos lo mínimo imprescindible para que no os interpusierais en mi camino. No pasó de ahí.

— Esa cosa llega a tales extremos para tenerte fuera, en la superficie, a fin de poder hablar contigo y de que tú le hagas compañía.

— Quizá la razón sea algo que no podemos entender — sugirió Marlene-. Quizás él tenga una mente tan diferente que le impida explicar sus razones o hacerlas comprensibles para nosotros.

— Pero su mente no es tan diferente que le impida conversar contigo. Recibe ideas de ti y te transmite ideas suyas, ¿no es verdad? Vosotros dos os comunicáis.

— Sí.

— Y él te entiende lo suficiente para intentar congraciarse contigo adoptando la voz y el rostro de Aurinel.

Marlene bajó la cabeza y clavó la mirada en el suelo.

Genarr prosiguió con tono afable:

— Puesto que él nos entiende, nosotros debemos ser capaces de entenderle; y, siendo así, debes averiguar qué quiere de ti. Es muy importante averiguarla ¡Quién sabe lo que él puede estar planeando! Y no tenemos otro medio de hacerlo como no sea por tu mediación, Marlene.

La muchacha empezó a temblar.

— No sé cómo hacerlo, tío Siever.

— Limítate a comportarte como hasta ahora. La mente parece ser amigable contigo, y tal vez se explique.

Marlene examinó por un instante a Genarr. Luego declaró:

— Estás asustado, tío Siever.

— Por descontado. Estamos tratando con una mente mucho más poderosa que la nuestra. Y si ella decide que no nos necesita, puede deshacerse de nosotros.

— No me refiero a eso, tío Siever. Estás asustado por mí.

Genarr vaciló.

— ¿Tienes todavía la seguridad de encontrarte a salvo en Erythro, Marlene? ¿Te sientes segura cuando hablas con esa mente?

Marlene se levantó y respondió casi con altanería.

— Claro que sí. No hay riesgo alguno. No me dañará.

La chica pareció de un aplomo supremo, pero el corazón de Genarr se vino abajo. Lo que la joven pensara tenía escaso valor, porque su mente había sido ajustada por la mente de Erythro. ¿Podré confiar ahora en ella? se preguntó.

Después de todo, ¿por qué esa mente constituida por trillones y trillones de prokaryotes no podía tener una agenda propia como, por ejemplo, la de Pitt? ¿Y por qué esa mente, en su ansiedad por cumplir esa agenda, no podía mostrar la misma doblez que Pitt?

En suma, ¿qué pasaría si esa mente mintiera a Marlene por razones que sólo ella conocía?

¿Hacía bien él enviando a Marlene al encuentro con esa mente en semejantes condiciones?

¿Pero acaso importaba que él tuviera razón o no? ¿Es que tenía otra elección?

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