XXX. TRANSICIÓN


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Crile Fisher trató de reprimir su emoción, intentó mantener la misma expresión calmosa de los demás.

No sabía dónde estaba Tessa Wendel. No podía hallarse lejos, pues la Superlumínica era relativamente pequeña. Sin embargo, estaba dividida en compartimientos, de tal manera que la persona que se encontraba en uno de ellos no veía a quien ocupase otro.

Los otros tres miembros de la tripulación fueron sólo pares de manos para Fisher. Cada uno de ellos tenía algo que hacer, y todos lo hicieron. Sólo Fisher no tuvo ninguna tarea específica salvo tal vez la de no interponerse en el camino de los demás.

Lanzó miradas casi furtivas a los otros tres (dos hombres y una mujer). Los conocía lo suficiente para trabar conversación y había hablado a menudo con ellos. Todos ellos eran jóvenes. El mayor, Chao-li Wu tenía treinta y ocho años y era hiperespacialista. Le seguía Henry Jarlow, de treinta y cinco, y Merry Blankowitz, el bebé del equipo, de veintisiete años y con la tinta todavía húmeda en su diploma de doctora.

La Wendel tenía cincuenta y cinco, era antigua en comparación; pero también la inventora, la diseñadora y la semidiosa del vuelo.

Fisher era quien podía ser encasillado como el instrumento. En su próximo cumpleaños, ya no muy lejano, alcanzaría la cincuentena, y por otra parte no poseía ningún adiestramiento especializado. No tenía derecho a encontrarse en aquella nave, ni por su juventud ni por sus conocimientos.

Pero él había estado una vez en Rotor. Y eso importaba. Y la Wendel lo quería con ella, lo cual importaba todavía más. También lo quisieron así Tanayama y Koropatsky, quienes importaban sobre todo.

La nave estaba haciendo su camino bamboleante a través del espacio. Fisher podía atestiguarlo aunque no hubiese ninguna indicación física que lo denotase. Él podía sentirlo con los zarcillos de los intestinos… si los hubiese. Y pensó enorgullecido: Yo he estado en el espacio mucho más tiempo que todos ellos juntos, muchas más veces y en muchas más naves. Puedo asegurar que esta nave no tiene nada de elegante sólo con sentirla. Ellos no pueden.

La Superlumínica carecía por fuerza de elegancia. Las fuentes energéticas normales que mantenían a las naves espaciales ordinarias moviéndose a través del vacío, estaban apiñadas y recortadas en la Superlumínica. Y había de ser así, pues la mayor parte de la nave debía acoger a otros motores hiperespaciales.

Así pues, era como un ave marina que anadease torpemente en tierra porque había sido creada para el agua.

De pronto apareció la Wendel un poco sudorosa y con el pelo algo revuelto.

– ¿Marcha todo bien, Tessa? — inquirió Fisher.

– ¡Ah, si, perfectamente!

La mujer descansó el trasero sobre una de las convenientes depresiones en la pared (muy útiles, considerando la ligera seudogravedad mantenida dentro de la nave) y agregó:

— Sin problemas.

– ¿Cuándo nos moveremos dentro del hiperespacio?

— Faltan pocas horas. Queremos alcanzar las coordenadas apropiadas con todas las fuentes gravitatorias adecuadas retorciendo el espacio según los cálculos.

– ¿Para que podamos darle con exactitud el margen previsto?

— Eso es.

— Visto así, el viaje hiperespacial no parece muy práctico— contestó Fisher —. ¿Qué pasará si no sabes dónde está cada cosa, o si la premura te impide calcular cada retorcimiento gravitatorio?

Con una sonrisa inesperada, la Wendel miró a Fisher.

— No me has dirigido nunca una pregunta semejante. ¿Por qué lo haces ahora?

— Porque no he participado nunca en un vuelo hiperespacial. Dadas las circunstancias, me planteo con suma urgencia la cuestión, ¿comprendes?

— Durante años me he planteado con la máxima urgencia imaginable esa cuestión y muchas más. Bienvenido al club.

— Pero contéstame.

— Lo haré gustosa. Por lo pronto, hay dispositivos que miden la intensidad gravitatoria de todo, en los aspectos escalar y tensional, en cualquier punto del espacio, tanto si conoces la vecindad como si no. El resultado no es tan preciso como lo sería si midieses concienzudamente cada fuente gravitatoria y las sumaras todas; pero es bastante aproximada.. lo cual bastará si el tiempo es inapreciable. Y si el tiempo es todavía más inapreciable y necesitas pulsar el botón hiperespacial, por decirlo así, y esperas de la buena suerte que la gravitación no sea muy significativa y adolezca sólo de un leve error, la transición irá acompañada de algo equivalente, más o menos, a una sacudida. Será como cruzar un umbral y tropezar con el dedo gordo. Si podemos evitarlo nos felicitaremos; pero de lo contrario no será fatal por necesidad. Por supuesto nos gustaría un paso lo más sedoso posible en el primer intento de transición… Aunque sólo fuera por nuestra tranquilidad psicológica.

– ¿Y qué pasará si con las prisas piensas que la gravitación es desdeñable y resulta no serlo?

— Sólo te cabe esperar que eso no suceda.

— Tú hablaste de tensiones durante la transición. Ello significa que nuestra primera transición podría ser fatal, incluso aunque se diera margen a la gravedad.

— Podría serla, pero las probabilidades contrarías a una transmisión determinada son enormes.

— Y aunque no fuera fatal, ¿podría ser desagradable?

— Eso es más difícil de decir porque requiere un juicio subjetivo. Comprende que aquí no interviene aceleración alguna. En la hiperasistencia, la nave ha de abrirse camino hacia arriba a velocidad reducida, e incluso a intervalos más allá, mediante el empleo de un campo hiperespacial de energía limitada. La eficiencia es módica, las velocidades altas, los riesgos grandes y, francamente, no sé cuáles pueden ser las incomodidades.

«En nuestro tipo de vuelo superlumínico, empleamos un campo hiperespacial de energía elevada, hacemos la transición a velocidades normales. En un instante determinado podemos viajar a mil kilómetros por segundo sin aceleración. Y puesto que no hay aceleraci6n, no lo notamos.

– ¿Cómo puede no haber aceleración cuando en un instante multiplicas la velocidad por millones?

— Porque la transición es el equivalente matemático de la aceleración. Sin embargo, mientras que tu cuerpo responde a la aceleración, no lo hace a la transici6n.

– ¿Cómo puedes saberlo?

— Enviando animales a través del hiperespacio desde un punto a otro. Ellos están en el espacio sólo una mínima fracción de un microsegundo, pero la transición entre espacio e hiperespacio es lo que nos preocupa, y hay una en cada dirección, incluso durante el paso más breve posible a través del hiperespacio.

– ¿Habéis enviado animales?

— Claro. Una vez alcanzaron el punto de recepción, los animales no pudieron contarnos cómo estaban las cosas; pero se hallaban allí sanos y salvos. Quedó muy claro que no habían sufrido daño alguno. La probamos con docenas de animales muy diversos. La intentamos incluso con monos; todos ellos sobrevivieron a la perfección… salvo un caso.

– ¡Ah! ¿Y qué sucedió en ese caso?

— El animal apareció muerto, con unas mutilaciones grotescas; pero la causa fue un error en la programación. No la transición, ni mucho menos. A nosotros puede sucedernos una cosa parecida. No es probable, pero posible. Equivaldría a cruzar un umbral, tropezar con el eslabón, caer de bruces y romperte el cuello. Tales cosas han sucedido, por descontado, pero no son de esperar cada vez que cruzas el umbral. ¿Conforme?

— Me figuro que no tengo elección — dijo taciturno Fisher —. Conforme.

Dos horas y veintisiete minutos después, la nave entró sin dificultad en el hiperespacio. A bordo, nadie lo sintió, y desde ese instante tuvo lugar el primer vuelo a velocidades muy superiores a las de la luz.

La transición se hizo el 15 de enero de 2237 a las 21:20, hora de la Tierra.

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