Aunque parezca extraño, Crile Fisher tuvo necesidad de habituarse a la Tierra… o volverse a habituar. No se le ocurrió que Rotor había llegado a ser una parte de él en cuestión de cuatro años escasos. Había sido su ausencia más larga de la Tierra pero no lo bastante para olvidarse de ella.
Estaban el mero tamaño de la Tierra, el horizonte distante recortándose en el cielo y no volviéndose hacia arriba entre brumas. Estaban las multitudes, la gravedad inalterable, la sensación de una atmósfera abrumadora y desbocada, de temperatura ascendente y descendente, de naturaleza sin control.
No era que él necesitase experimentar todo eso para sentirlo. Incluso cuando se encontraba en su alojamiento, sabía que aquello estaba ahí fuera, y la idea de los peligros que representaba impregnaba su espíritu, lo invadía por así decirlo. O podría ser que la habitación fuese demasiado pequeña, que estuviese demasiado abarrotada, y que el empuje del sonido resultara demasiado inconfundible, como si lo inyectaran a presión una multitud y un mundo decadentes.
Era extraño que él hubiese añorado tanto la Tierra durante aquellos años en Rotor y que ahora, de vuelta a ella, echara de menos a Rotor con idéntica intensidad. ¿Se pasaría la vida queriendo estar donde no estaba?
La luz de aviso destelló y el zumbido se dejó oír. Parpadeó… Las cosas en la Tierra tendían a parpadear; mientras que en Rotor todo era constante, de una eficacia casi agresiva.
— Entre — dijo en voz baja pero lo bastante alta para activar el dispositivo de apertura.
Garand Wyler entró (Fisher había adivinado que sería él) y lo miró con una expresión divertida.
—¿Te has movido de ahí desde que me fui, Crile?
— He ido de acá para allá. He comido. He pasado bastante tiempo en el baño.
— Me alegro por ti. Eso significa que estás vivo aunque no lo parezcas.
Hizo una amplia mueca. Piel tersa y bronceada, ojos oscuros, dientes blancos, pelo espeso y crespo.
—¿Cavilando acerca de Rotor? — inquirió.
— Pienso en él alguna vez que otra.
— Siempre me estoy proponiendo preguntar pero nunca me decido a hacerlo. Fue Blancanieves sin los siete enanos ¿verdad?
— Blancanieves — dijo Fisher—. Nunca vi una persona negra allí.
— En tal caso que tengan buen viaje. ¿Sabes que ellos se fueron? Fisher tensó los músculos y casi saltó de su asiento, pero resistió el impulso. Asintió.
— Dijeron que lo iban a hacer.
— Y dijeron la verdad. Se esfumaron. Les estuvimos observando mientras pudimos; captamos su radiación. Luego, cobraron velocidad con esa hiperasistencia suya y, en una fracción de segundo, cuando aún podíamos detectarlos con claridad, desaparecieron. Todo se cortó.
—¿Los captaste cuando retornaron al espacio?
— En varias ocasiones. Cada vez más débilmente. Viajaron a la velocidad de la luz, y después de tres destellos en el radar, al hiperespacio y vuelta al espacio, se encontraron demasiado lejos para que los captáramos.
— Así lo eligieron — dijo con amargura Fisher—. Echaron a patadas los votos negativos… como yo.
— Siento que no estuvieses allí. Debieras haberlo visto. Fue interesante contemplarlo. Como sabes, hubo algunos obstinados que insistieron hasta el último instante en que la hiperasistencia era un fraude, dijeron que todo estaba amañado por alguna razón.
— Rotor tenía la Sonda Lejana. Ellos no podrían haberla enviado tan lejos como lo hicieron sin la hiperasistencia.
—¡Amañado! Eso fue lo que dijeron los obstinados.
— Fue genuino.
— Sí, ahora lo reconocen. Todos ellos. Cuando Rotor se desvaneció en los instrumentos, no hubo ya ninguna explicación. Cada Establecimiento estuvo observando. Ningún error. Se desvaneció en todos los equipos de instrumentos al mismo tiempo. Lo más irritante es que no podamos saber a donde ha ido.
— A Alpha Centauri, supongo. ¿Qué otro sitio si no?
— La Oficina sigue pensando que tal vez no sea Alpha Centauri y que tú pudieras saber algo al respecto. Fisher pareció molesto.
— Se me desproveyó de información durante todo el camino hacia la Luna y regreso. No he retenido nada.
— Claro. Estamos enterados de eso. No es nada acerca de lo que sepas. Ellos quieren que hable contigo, de amigo a amigo, y compruebe si sabes alguna cosa que no creas saber. Puede surgir algo sobre lo que no hayas reflexionado. Estuviste cuatro años allí, casado, tuviste un hijo. No pudo haberte pasado inadvertido todo.
—¿Cómo que no? Si hubiesen tenido la más leve noción de que yo perseguía algo, me habrían dado la patada. El mero hecho de tener procedencia terrestre me convertía ya en terrible sospechoso. Si no me hubiese casado, probando así que me proponía ser rotoriano, me habrían despachado. Y en realidad, se me mantuvo a distancia de todo cuanto fuera susceptible de crítica o afectara a la sensibilidad.
Fisher miró a lo lejos.
— Y dio resultado. Mi mujer era sólo astrónomo. No pude elegir, compréndelo. No pude poner un anuncio en holovisión proclamando mi deseo de entablar relaciones con una señorita que fuese hiperespacialista. Si hubiese conocido a alguna, habría hecho todo lo posible para engancharla bien aunque hubiera parecido una hiena; pero no conocí a ninguna durante mi estancia allí. La tecnología estaba tan protegida que, según creo, mantenían en un aislamiento completo a todas las personas clave. Me imagino que todas ellas llevarían máscara y usarían nombres codificados en los laboratorios. Cuatro años… sin detectar el menor indicio ni descubrir jamás nada. Y supe que ello significaría el fin de mi relaciones con la Oficina.
Se volvió hacia Garand y añadió con apasionamiento súbito:
— Las cosas empeoraron tanto que acabé siendo como un palurdo. La sensación de fracaso fue abrumadora.
Wyler, sentado al otro lado de la mesa frente a Fisher, se balanceó hacia atrás sobre las patas traseras de su silla pero cuidando de sujetarse a la mesa para que el balanceo no fuera excesivo.
— Crile — dijo—, la Oficina no puede permitirse delicadezas, pero tampoco es insensible del todo. Ellos lamentan haberte abordado así; sin embargo, estaban obligados. Yo lamento tener que desempeñar este trabajo. Y también estoy obligado. A todos nos preocupa que hayas fracasado y no nos trajeras nada. Si Rotor no se hubiese marchado, podríamos pensar que no había nada para traer. Sin embargo ellos se marcharon. Y contaron con hiperasistencia. No obstante, tú volviste a nosotros sin nada.
— Lo sé.
— Ahora bien, eso no significa que queramos expulsarte o desembarazarnos de ti. Esperamos poder utilizarte todavía… Así pues, necesito asegurarme de que no hubo malicia en tu fracaso.
—¿Qué significa eso?
— Debo estar en condiciones de decirles que no fracasaste por ninguna debilidad personal. Después de todo te casaste con una mujer rotoriana. Por cierto, ¿era bonita? ¿Le tenías afecto?
Fisher gruñó:
— En verdad, lo que me estás preguntando es si por amor a una mujer rotoriana no estaría yo protegiendo deliberadamente a Rotor y ayudando a guardar su secreto.
— Bien — contestó sin alterarse Wyler—. ¿Lo hiciste así?
—¿Cómo puedes preguntarme tal cosa? Si yo hubiese decidido ser rotoriano me habría marchado con ellos. A estas horas estaría perdido en el espacio y tal vez no me encontraras jamás. Pero no hice eso. Abandoné Rotor y volví a la Tierra a sabiendas de que mi fracaso podría destruir mi carrera.
— Apreciamos tu lealtad.
— Hay en ello más lealtad de la que piensas.
— Reconocemos que, probablemente, amabas a tu esposa y que por sentido del deber, te viste obligado a abandonarla. Ello te favorecería si pudiésemos estar seguros…
— No tanto por mi mujer como por mi hija. Wyler examinó pensativo a Fisher.
— Sabemos que tienes una hija de un año, Crile. Dadas las circunstancias, quizá no debieras haber confiado un rehén tan particular a la fortuna.
— Convengo en ello. Pero yo no puedo comportarme como si fuera un autómata bien engrasado. A veces las cosas suceden contra tu voluntad. Y una vez nació la niña y la tuve durante un año…
— Eso es comprensible. Pero fue sólo un año. En realidad, muy poco tiempo para establecer unas relaciones…
— Tal vez creas comprenderlo, pero no lo comprendes.
— Entonces explícate, y lo intentaré.
— Se trató de mi hermana ¿sabes? Mi hermana menor. Wyler asintió.
— Se la menciona en tu expediente computado. Rose, si mal no recuerdo.
— Roseanne. Murió hace ocho años en las algaradas de San Francisco. Tenía sólo diecisiete años.
— Lo siento.
— Ella no se pronunció por ninguno de los dos bandos. Fue uno de esos espectadores inocentes, más expuestos a sufrir daño que los propios manifestantes o los agentes. Al fin encontramos su cuerpo, y entonces tuve algo para incinerar.
Wyler, un poco violento, guardó silencio
Por fin, Fisher continuó:
— Ella tenía sólo diecisiete. Nuestros padres murieron… — al decir esto movió la mano hacia un lado como indicando que no quería tocar esa cuestión— cuando mi hermana tenía cuatro años y yo catorce. Trabajé después del colegio y procuré que no le faltaran alimento, vestido y comodidad, incluso aunque yo no los tuviera. Aprendí por mi cuenta programación… si bien eso no bastara tampoco para vivir de una forma decente… Y entonces, cuando ella cumplió los diecisiete sin haber hecho daño jamás ni a un alma, sin conocer siquiera la causa de toda aquella lucha y de aquel griterío, se vio atrapada, sencillamente.
— Ahora entiendo por qué te presentaste voluntario para Rotor — dijo Wyler.
—¡Ah, sí! Durante un par de años. Me alisté en la Oficina para tener ocupada la mente y también porque creí que allí encontraría situaciones peligrosas. Por algún tiempo esperé hallar la muerte haciendo al tiempo algo útil de paso. Cuando se discutió el problema de colocar un agente en Rotor, me presenté voluntario. Deseaba abandonar la Tierra.
— Y ahora estás de vuelta. ¿Lo lamentas?
— Sí, un poco; pero Rotor me asfixiaba. Con todos sus defectos, la Tierra ofrece «espacio». ¡Si hubieras conocido a Roseanne, Garand! No puedes ni imaginártelo. No era bonita ¡pero tenía unos ojos…! — los propios ojos de Fisher enfocaron el pasado, con una leve arruga entre las cejas como si estuviese forzando la vista para percibir una imagen clara—. Ojos hermosos pero alucinantes. Me parecía imposible sostener su mirada sin sentirme nervioso. Ella podía ver a través de ti. No sé si entiendes lo que quiero decir.
— A decir verdad, no — respondió Wyler. Fisher no le hizo caso.
— Ella sabía siempre cuándo mentías o estabas ocultando la verdad. Uno no podía guardar silencio sin que ella adivinara cuál era la causa.
—¡No irás a decirme ahora que era telepática!
—¿Cómo? ¡Ah, no! Ella solía decir que leía las expresiones y escuchaba las entonaciones. Afirmaba que nadie consigue disimular lo que está pensando. Por mucho que te rías no puedes ocultar el trasfondo trágico; ninguna sonrisa es suficiente para encubrir la amargura. Ella intentaba explicarlo pero yo no lograba captar nunca lo que aquello significaba. Roseanne era algo especial, Garand. Me tenía pasmado de admiración. Y entonces nació la niña, Marlene.
—¿Y que pasó?
— Tenía los mismos ojos.
—¿El bebé tenía los mismos ojos que tu hermana?
— No inmediatamente, pero vi cómo evolucionaban. Cuando cumplió los seis meses, esos ojos me sobrecogieron.
—¿También a tu mujer?
— Nunca percibí que se mostrara afectada; pero, al fin y al cabo ella no era hermana de Roseanne. Marlene apenas lloraba; era muy tranquila. Recuerdo que Roseanne, de pequeña, era igual. Y Marlene no daba tampoco señales de convertirse en una chica guapa. Era como si Roseanne hubiese vuelto a mí. Así comprenderás lo difícil que resultó todo.
—¿Te refieres a regresar a la Tierra?
— Sí, hacer eso y dejarlas atrás. Fue como perder por segunda vez a Roseanne. Ahora no la veré nunca más. ¡Nunca más!
— No obstante, regresaste.
—¡Lealtad! ¡Deber! Pero, si quieres saber la verdad, estuve a punto de no hacerlo. Quedé plantado allí, hecho pedazos. ¡Pedazos! Quise desesperadamente permanecer con Roseanne… Marlene. Ya ves, hasta confundo los nombres. Y Eugenia, mi mujer, me dijo con tono apesadumbrado, «si supieras adonde nos encaminamos, no estarías tan presto a la marcha». En ese instante no deseé marcharme. Le pedí que me permitiera por lo menos llevarme a Ro…Marlene. También se negó. Y entonces, cuando yo podría haber cedido y tomar la decisión de quedarme, ella se enfureció y me ordenó marchar. Y me fui.
Wyler miró caviloso a Fisher.
— «Si supieras adonde nos encaminamos, no estarías tan presto a la marcha.» ¿Es eso lo que dijo ella?
— Sí, eso es lo que dijo. Y cuando pregunté «¿por qué? ¿Adónde va Rotor?», ella dijo: «a las estrellas».
— Eso no puede ser, Crile. Tú sabías que ellos proyectaban ir a las estrellas; pero ella dijo «si supieras adonde nos encaminamos». Hubo algo que ignorabas. ¿Qué fue lo que ignorabas?
—¿Qué estás diciendo? ¿Cómo puede saber nadie lo que ignora? Wyler lo descartó con un encogimiento de hombros.
—¿Referiste eso a la Oficina durante la cancelación de instrucciones?
Fisher reflexionó unos instantes.
— Creo que no. Ni siquiera pensé en ello hasta que te conté la escena que casi me indujo a quedarme — cerró los ojos y dijo muy despacio—: No, ésta es la primera vez que hablo de eso. Es la primera vez que me permito pensar en ello.
— Está bien. Entonces, ahora que lo has pensado, ¿adonde iba Rotor? ¿Oíste algún comentario en ese sentido? ¿Algún rumor? ¿Alguna conjetura?
— Se suponía que iba a Alpha Centauri. ¿Adónde si no? Es la estrella más próxima.
— Tu mujer es astrónomo. ¿Qué dijo ella al respecto?
— Nada. Nunca comentaba ese asunto.
— Rotor expidió la Sonda Lejana.
—Lo sé.
— Y tu mujer formaba parte del proyecto… como astrónomo.
— Cierto; pero tampoco hablaba de eso jamás, ponía buen cuidado en no hacerlo. Si yo hubiese mostrado una curiosidad insana y demasiado patente, mi misión habría abortado
— Pero, como astrónomo, ella conocería el destino. Y llegó al extremo de decir, «si supieras…». ¿No lo ves? Ella sabía que si lo supieras, también…
Fisher no pareció interesado.
— Puesto que ella no me contó lo que sabía, no puedo decírtelo.
—¿Estás seguro? ¿Ninguna observación casual cuyo significado te pasara inadvertido a la sazón? Después de todo, tú no eres astrónomo y ella pudo decir algo que no te fuera posible detectar. ¿Recuerdas algo que dijera ella y te desconcertara?
— No se me ocurre nada.
—¡Piensa! Podría ser que la Sonda Lejana hubiese localizado un sistema planetario alrededor de una o de las dos estrellas similares al Sol, las Alpha Centauri ¿no?
— No puedo decírtelo.
— O planetas en torno a cualquier otra estrella. Fisher se encogió de hombros.
—¡Piensa! — le apremió Wyler—. ¿Tienes algún indicio para suponer que ella quisiera significar, «te crees que vamos a Alpha Centauri; pero hay planetas girando a su alrededor y nosotros nos dirigimos a ellos»? También podría haber querido dar a entender, «crees que vamos a Alpha Centauri pero nos dirigimos hacia otra estrella que estamos seguros de que será un planeta útil». Eso o algo parecido.
— Me es imposible recordarlo.
Por un momento Garand Wyler apretó los carnosos labios. Luego dijo:
— Te diré lo que ocurrirá, Crile, viejo. Ahora hay tres cosas que van a suceder. Primera, se te someterá a otra cancelación de instrucciones. Segunda, según sospecho habrás de persuadir al Establecimiento Ceres para que nos permita utilizar su telescopio asteroidal a fin de inspeccionar minuciosamente cada estrella dentro de los cien años luz del Sistema Solar. Y, tercera, necesitaremos azuzar a nuestros hiperespacialistas para que salten un poco más alto y más lejos. Ya verás como es eso lo que sucederá.