XX. PRUEBA


42

Con su tenacidad habitual, Kattimoro Tanayama sobrevivió al año que se le había asignado, y siguió viviendo durante una buena parte del siguiente, antes de que la batalla terminara. Cuando le llegó la hora, abandonó el campo de batalla sin una palabra ni un signo, de modo que los instrumentos registraron la muerte antes de que ningún espectador pudiera verla venir.

El hecho causó poco revuelo en la Tierra y ninguno en los Establecimientos, pues el Viejo había realizado siempre su trabajo a escondidas del público, lo cual le hizo aún más fuerte. Los que trataban con él fueron quienes conocieron su poder, y aquellos que más dependían de su fortaleza y su política fueron quienes sintieron más alivio al verle marchar.

La noticia llegó enseguida a Tessa Wendel por medio del canal especial establecido entre su cuartel general y la Ciudad del Mundo. Por diversas razones, el hecho de que fuese noticia esperada durante meses no amortiguó el trauma.

¿Qué ocurriría ahora? ¿Quién sucedería a Tanayama y cuáles serían los consecuentes cambios? Ella había estado largo tiempo haciendo conjeturas sobre esa cuestión; pero hasta ese momento el asunto no pareció tener verdadero significado. Evidentemente y a pesar de todo, la Wendel (y quizá cuantos estaban comprometidos) no había esperado de verdad la muerte del Viejo.

Ella buscó consuelo en Crile Fisher. Era lo bastante realista para saber que no era su cuerpo, claramente de mediana edad (dentro de dos meses alcanzaría la increíble cincuentena) lo que retenía a Fisher, el cual tenía ahora cuarenta y tres años. El esplendor de la juventud había menguado también algo en su caso, pero esto no se evidenciaba tanto en un hombre. Como quiera que fuese, él quedó retenido y la Wendel pudo hacerse todavía ilusiones de que era ella quien le retenía en la teoría y en la práctica, sobre todo cuando se daban esas ocasiones en que lo retenía de verdad.

— Bueno. ¿Y ahora qué? — planteó a Fisher.

— No representa sorpresa alguna, Tessa — respondió Fisher —. Debería haber ocurrido mucho antes.

— De acuerdo; pero es ahora cuando ha sucedido. Su determinación ciega fue lo que mantuvo en marcha este proyecto. Ahora estás preocupada. Pero no creo que tengas motivo para ello. El proyecto seguirá adelante. Una cosa de esta magnitud adquiere vida propia y no es posible detenerlo.

– ¿Te has detenido a calcular cuánto cuesta esto, Crile? Habrá un nuevo director de la Junta Terrestre de Indagación, y el Congreso Global elegirá sin duda a alguien a quien pueda controlar. No habrá un nuevo Tanayama ante cuya presencia se acobarden… Al menos en un futuro previsible. Luego, echarán un vistazo a su presupuesto, y como no lo cubrirá la mano nudosa de Tanayama, verán que hay metros en tinta roja y querrán recortarlo.

– ¿Como pueden hacerlo? Ellos han gastado ya mucho. ¿Van a cortarlo sin poder presentar resultado alguno? Eso sería un verdadero error.

— Pueden echarle la culpa a Tanayama. Dirán que era un loco, un ególatra impulsado por su obsesión. Lo cual será cierto en considerable medida, como nosotros dos sabemos. Y ahora ellos, que no son responsables de nada, harán que la Tierra recobre la cordura y abandone algo que el planeta no puede permitirse.

Fisher sonrió.

— Tessa, amor mío, tu agudeza para penetrar el pensamiento político es, probablemente, inferior a tu genio excepcional de hiperespacialista. El director de la Oficina es, en teoría y para el público, un funcionario con poderes limitados que, presuntamente, se halla bajo el control absoluto del Presidente General y del Congreso Global. Estos funcionarios, supuestamente poderosos y designados por elección, no pueden entrever que Tanayama los gobernaba a todos y los acobardaba hasta el punto de hacerles temer que el corazón les latiera sin su permiso. Si lo hicieran, revelarían que son unos cobardes, unos pusilánimes incapaces, y se arriesgarían a perder sus cargos en la siguiente elección. Ellos tendrán que continuar el proyecto. Sólo harán cortes cosméticos.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? — masculló la Wendel.

— Porque me he pasado la vida observando a la burocracia y tengo larga experiencia, Tessa. Además, detenernos sería como invitar a todos los Establecimientos a que se nos adelanten…, para profundizar en el espacio y dejarnos atrás como lo hizo Rotor.

– ¡Ah! ¿Y cómo harán eso?

— Considerando tu conocimiento de la hiperasistencia ¿no crees inevitable su avance hacia el vuelo superlumínico?

La Wendel miró sardónica a Fisher.

— Crile, cariño, tu agudeza para penetrar lo hiperespacial es, probablemente, pareja a tu habilidad inigualable para engatusar con secretos. ¿Es eso lo que opinas de mi trabajo? ¿Que es una consecuencia inevitable de la hiperasistencia? ¿No has captado el hecho de que la hiperasistencia es una consecuencia natural del relativismo? No permite todavía viajar más aprisa que la velocidad de la luz. Moverse a velocidades superlumínicas requiere un auténtico salto en el pensamiento y la práctica. No llega de una forma natural, y así se lo he explicado a diversas personas del Gobierno, los cuales se han quejado de la lentitud y del gasto, y he tenido que exponerles las dificultades. Ellas lo recuerdan ahora, y no les importaría nada detenernos en este momento. No puedo azuzarles diciéndoles de repente que alguien podría ganamos la carrera.

Fisher movió la cabeza.

— Desde luego puedes decirles eso, y además ellas te creerían porque sería la verdad. Se nos podría superar con mucha facilidad.

– ¿No has escuchado lo que te he dicho?

— Lo he escuchado, pero te dejaste algo. Tolera un poco de sentido común, sobre todo en alguien a quien acabas de llamar hábil engatusador.

– ¿De qué estás hablando, Crile?

— Ese enorme salto desde las hiperasistencia al vuelo superlumínico es sólo un salto enorme si uno comienza por el principio como hiciste tú. Sin embargo, los Establecimientos no están comenzando por el principio. ¿Crees de verdad que ellos no saben nada sobre nuestro proyecto, sobre la Hiperciudad? ¿Crees que yo, y mis colegas terrestres, somos los únicos engatusadores con secretos en el Sistema Solar? Los colonizadores tienen sus engatusadores, los cuales trabajan tanto como nosotros y con la misma eficacia. Por lo pronto, ellos saben que estás en la Tierra casi desde tu llegada a ella.

– ¿Y qué si lo saben?

— Sólo esto. ¿Crees que ellos no tienen computadoras que les dirán que has escrito y publicado documentos en este campo? ¿Y crees que no tienen acceso a tales documentos? ¿Imaginas que no los han leído con sumo detenimiento y que no han descubierto que, a tu parecer, las velocidades superlumínicas son teóricamente posibles?

La Wendel se mordió el labio y dijo:

— Suena..

— Sí, reflexiona sobre ello. Cuando escribiste tus pensamientos acerca de la velocidad superlumínica, estuviste haciendo conjeturas. Virtualmente representa una minoría de uno al creerlo posible. Nadie lo tomó en serio. Pero ahora vienes a la Tierra y te quedas aquí. Te pierdes de vista de repente y no vuelves a Adelia. Tal vez ellos no conozcan todos los detalles de lo que estás haciendo, pues la seguridad establecida para este proyecto es tan rigurosa como lo ha permitido la paranoia de Tanayama. No obstante, el mero hecho de que hayas desaparecido es sugerente, y no puede haber ninguna duda, a la luz de tus publicaciones, sobre la naturaleza de tu trabajo.

— Algo como la Hiperciudad no puede ser un secreto absoluto. Las increíbles sumas de dinero invertidas dejan un rastro perceptible. Así que cada Establecimiento está rebuscando escurriduras y residuos que puede convertirse muy bien en fracciones de conocimiento. Y cada fracción le procura indicios que le permitirá progresar mucho más aprisa que tú. Diles todo eso, Tessa, si surgiera la cuestión de poner fin al proyecto. Nos superarán en la carrera si dejamos de correr. Ese pensamiento hará que la nueva gente se mantenga tan entusiasmada con el asunto como Tanayama, si no más, pues tiene el mérito de ser la verdad.

La Wendel guardó silencio durante largo rato mientras Fisher la observaba atento.

— Tienes razón, mi querido engatusador — dijo ella al fin —. Cometí el error de conceptuarte, de forma irreflexiva, más como amante que como consejero.

– ¿Por qué han de excluirse mutuamente ambos conceptos? — inquirió Fisher.

— Pero yo sé muy bien — continuó la Wendel — que tú tienes tus motivos particulares.

— Aunque sea verdad, ¿qué importa eso mientras corran paralelos a los tuyos?


43

Una delegación de congresistas llegó a su debido tiempo junto con Igor Koropatsky, el nuevo director de la Junta Terrestre de Indagación, el cual había ocupado durante años cargos subalternos en la Oficina, de modo que no resultaba un completo desconocido para Tessa Wendel.

Era un hombre tranquilo con pelo gris y ralo, nariz un poco bulbosa, y doble papada. Parecía bien alimentado y bondadoso. Sin duda era también sagaz pero carecía, evidentemente, de la intensidad casi enfermiza de Tanayama. Eso se podía ver a un kilómetro.

Los congresistas le acompañaron, por supuesto, como para demostrar que este sucesor era propiedad suya y estaba bajo su control. Y sin duda esperando que iba a seguir siendo así. Tanayama había representado una lección duradera y amarga.

Nadie sugirió que se pusiera fin al proyecto. Por el contrario, predominó la preocupación de apresurarlo…, si fuera posible.

Los cautelosos tanteos de la Wendel para acentuar la posibilidad de que los Establecimientos superaran a la Tierra, fueron aceptados sin rodeos, casi no se comentaron por parecer palmarios.

Koropatsky, a quien se permitió actuar como portavoz y asumir la responsabilidad, dijo:

— Doctora Wendel, no le pediré una larga gira oficial por la Hiperciudad. He estado aquí antes y es más importante que pase algún tiempo reorganizando la Oficina. No pretendo ser irrespetuoso con mi distinguido predecesor; pero el traslado de un importante cuerpo administrativo desde una persona a otra requiere mucha reorganización, en particular si el mandato del predecesor ha sido de una duración considerable. Ahora bien, yo no soy, por naturaleza, un hombre ceremonioso. Hablemos, pues, con toda franqueza y confianza, y le formularé algunas preguntas que espero usted me conteste de una forma que sea comprensible para un hombre de mis modestos alcances en materia científica.

La Wendel asintió.

— Haré cuanto pueda, director.

— Bien. ¿Cuándo espera usted tener en marcha una nave estelar superlumínica?

— Comprenda, director, que ésa es una pregunta que carece de respuesta. Estamos a merced de dificultades y accidentes imprevistos.

— Demos por supuestos los accidentes y las dificultades razonables.

— En tal caso, puesto que hemos completado el sector ciencia y nos queda sólo la ingeniería, si hay suerte tendremos una nave dentro de tres años…, quizá.

— En otras palabras, usted estará lista en 2236.

— Desde luego no antes.

– ¿Cuántas personas transportará?

— De cinco a siete, supongo.

– ¿Hasta donde llegará?

— Hasta donde deseemos, director. Eso es lo más hermoso de la velocidad superlumínica. Como pasamos a través del hiperespacio, donde las leyes físicas ordinarias no tienen aplicación, ni siquiera la conservación de energía, no cuesta más esfuerzo recorrer mil años luz que uno.

El director se agitó inquieto.

— No soy físico pero me resulta difícil aceptar un medio ambiente sin limitaciones. ¿Acaso no hay cosas que no se puedan hacer?

— Existen limitaciones. Necesitaremos un vacío y una intensidad gravitatoria por debajo de cierto punto si hemos de entrar en el hiperespacio y salir de él. Con la experiencia, encontraremos sin duda limitaciones adicionales que habrán de ser determinadas mediante vuelos de prueba. Los resultados podrían imponer nuevos aplazamientos.

— Una vez tengamos la nave, ¿a donde nos llevará el primer vuelo?

— Parece prudente no permitir que el primer vuelo vaya más allá del planeta Plutón, por ejemplo, pero tal vez algunos lo consideren una pérdida inadmisible de tiempo. En cuanto tengamos la tecnología requerida para llegar a las estrellas, la tentación de visitar una será irresistible.

– ¿Nos dirigiremos a la Estrella Vecina?

– Ése sería el objetivo lógico. El director Tanayama quiso visitarla; pero debo hacer constar que hay otras estrellas mucho más interesantes. Sirio se halla tan sólo a cuatro veces esa distancia, y eso nos daría la oportunidad de observar desde más cerca a una estrella enana blanca.

— Doctora Wendel; creo que la Estrella Vecina debe ser el objetivo, aunque no necesariamente por los motivos de Tanayama. Supongamos que usted viaja hasta cualquier otra estrella, y regresa. ¿Cómo probaría que ha estado en ella?

La Wendel pareció atónita.

– ¿Probar? No lo entiendo.

— Quiero decir que cómo rebatiría las acusaciones de que el supuesto vuelo fue una ficción.

– ¿Una ficción? — La Wendel se levantó enfurecida —. ¡Eso es insultante!

La voz de Koropatsky se hizo dominante de repente.

— Siéntese, doctora Wendel. No se le acusa de nada. Estoy intentando prever una situación posible y preservarme contra ella. La Humanidad se mueve por el espacio desde hace casi tres siglos. No es un episodio olvidado por completo en la historia, y mi subdivisión del Globo lo recuerda muy bien. Cuando los primeros satélites ascendieron en aquellos días oscuros del confinamiento terrestre, hubo quienes insistieron en que todo lo que presentaban esos satélites era ficción. Según se dijo en algunos medios, las fotografías de la cara oculta de la Luna fueron una falsificación. Incluso las primeras imágenes de la Tierra desde el espacio fueron tachadas de falsificaciones por unos cuantos que creían que la Tierra era plana. Ahora, si la Tierra asegura poseer el vuelo superlumínico, nosotros podemos encontrar unas dificultades idénticas.

– ¿Por qué, Director? ¿Por qué habría de creer nadie que mentimos sobre una cosa semejante?

— Mi querida doctora Wendel, usted es una ingenua. Desde hace más de tres siglos Albert Einstein ha sido el semidiós que inventó la Cosmología. Generación tras generación las gentes se han habituado al concepto de que la velocidad de luz es un límite absoluto.

« Y no quieren de ninguna formar renunciar a él Incluso el principio de la causalidad parece haber sido violado… y el hecho de que la causa precede al efecto es el pensamiento básico más arraigado. Eso por una parte.

«Por otra, doctora Wendel, los Establecimientos podrían encontrar de utilidad política convencer a sus pueblos y también a los terrícolas de que nosotros estamos mintiendo. Eso nos confundirá, nos acarreará múltiples polémicas, nos hará perder tiempo y les brindará más de una oportunidad para adelantarnos. Por todo eso le pregunto si se puede presentar alguna prueba sencilla de que cualquier vuelo emprendido por usted es auténtico e irrefutable.

La Wendel contestó con tono glacial:

— Permitiríamos a los científicos que inspeccionaran nuestra nave una vez regresáramos, director. Explicaríamos las técnicas empleadas…

— No, no, no Por favor. No siga por ese camino. Eso convencería sólo a unos científicos tan bien informados como usted.

— Bueno, entonces cuando regresáramos traeríamos fotografías del cielo, y las estrellas más próximas mostrarían posiciones algo diferentes de las que tienen entre sí. Por el cambio de las posiciones algo relativas, seria posible calcular con exactitud dónde estuvimos en relación al Sol.

— También sólo para científicos. Nada convincente para la persona ordinaria.

— Traeremos imágenes cercanas de cualquier estrella que visitemos. Ésta será diferente del Sol en todos los aspectos.

— Pero eso se hace en cada programa trivial de holovisión sobre viajes interestelares. Es el pequeño cambio de la ciencia-ficción épica. No sería más que un programa Capitán Galaxia.

— En tal caso — dijo la Wendel apretando los dientes con exasperación —, no sé de ningún otro medio. Si la gente no quiere creer, no creerá. Es un problema que debe solucionar usted. Yo sólo soy una científica.

— Vamos, vamos, doctora. Temple su temperamento, por favor. Cuando Colón volvió de su primer viaje hace siete siglos y medio, nadie le acusó de falsificación. ¿Por qué? Porque trajo consigo personas nativas de las nuevas playas que había visitado.

— Eso está muy bien, pero las probabilidades de encontrar mundos portadores de vida y de traer especímenes, son muy escasas.

— Quizá no. Como usted sabe, se cree que Rotor ha descubierto la Estrella Vecina con su Sonda Lejana, y poco después ha abandonado el Sistema Solar. Puesto que no ha regresado, cabe la posibilidad de que haya viajado hasta la Estrella Vecina para permanecer allí y, de hecho, esté todavía en ella.

— Así lo creyó el director Tanayama. Sin embargo, ese viaje con hiperasistencia les habrá costado más de dos años. Puede ser que un accidente, un fallo científico o un problema psicológico les haya impedido completar el viaje. Eso explicaría también que no regresara jamás.

— No obstante — insistió sin alterarse Koropatsky —, puede haber llegado a destino.

— Incluso en el caso de que haya llegado, es probable que esté en órbita, sencillamente, alrededor de la estrella, ante la ausencia segura de un mundo habitable. Y en pleno aislamiento, las tensiones psicológicas que no le detuvieron durante el recorrido le detendrán entonces, y es probable que ahora sea sólo un Establecimiento muerto girando siempre alrededor de la Estrella Vecina.

— Siendo así, usted verá ya que ése debe ser el objetivo, porque una vez esté usted allí, buscará a Rotor, vivo o muerto. De la forma que sea, usted debe traer algo rotoriano a todas luces, y entonces será muy fácil para todo el mundo creer que usted ha ido a las estrellas y ha regresado — Koropatsky sonrió de oreja a oreja —. Incluso lo creería yo, y eso sería la respuesta a mi pregunta sobre cómo probaría usted que ha hecho el viaje superlumínico. Entonces ésa será su misión, para lo cual, no tema, la Tierra seguirá buscando el dinero, los recursos y los trabajadores que necesite.

Y terminada aquella cena, durante la cual no se plantearon los puntos técnicos, Koropatsky dijo a la Wendel con el tono más amigable posible aunque no exento de cierto deje glacial:

— De todos modos, recuerde que tiene sólo tres años para hacerlo. Como máximo.


44

– ¿Entonces no fue necesaria mi ingeniosa estratagema? — dijo Crile Fisher algo apenado.

— No, ellos tomaron la determinación de continuar sin la amenaza de que otros se les adelantara. Lo único que les inquietó, y que no había parecido intranquilizar nunca a Tanayama, fue la necesidad de afrontar posibles acusaciones de impostura. Supongo que Tanamaya quiso sólo destruir Rotor. Si se consiguiera eso, el mundo podría seguir gritando «ficción» todo lo que quisiese.

– Él habría exigido que la nave trajera algo para demostrarle que Rotor había sido destruido. Y, de paso, le habría servido también como prueba ante el mundo. ¿Qué clase de individuo es el nuevo director?

— El reverso de Tanayama. Parece blando, casi apocado; pero tengo la impresión de que el Congreso Global lo encontrará tan difícil de manejar como lo fue el Viejo. Koropatsky necesita afirmarse en su cargo, eso es todo.

— Por lo que me has contado sobre la conversación, me parece más razonable que Tanayama.

— Sí, pero me sigue sublevando esa sugerencia de… impostura. ¡Imagínatelo! ¡Sospechar que los vuelos espaciales sean ficticios! Eso no puede deberse a otra cosa, probablemente, que a la falta de sensibilidad de los terrícolas respecto al espacio. No existe la menor sensibilidad. Porque vosotros no abandonáis jamás este mundo infinito. Quienes lo han hecho representan una fracción microscópica.

Fisher sonrió.

— Bueno, yo pertenezco a esa fracción microscópica que ha abandonado esto. Lo he hecho a menudo. Y tú eres una colonizadora. Así que ninguno de nosotros está ligado al planeta.

— Eso es cierto — admitió la Wendel mirándolo de soslayo —. A veces pienso que tú no recuerdas mi condición de colonizadora.

— Jamás la olvido, créeme. No voy por ahí rezongando «¡Tessa es una colonizadora! ¡Tessa es una colonizadora!» Pero sé en todo momento que lo eres.

— Sin embargo, ¿acaso lo sabe alguien más? — Tessa trazó un arco imaginario con la mano como si quisiera abarcar un volumen circundante indefinido —. Aquí está la Hiperciudad rodeada de un cerco increíblemente compacto y ¿para qué? contra los colonizadores. Su objeto es salir ahí fuera mediante un vuelo superlumínico antes de que los colonizadores tengan tiempo siquiera para arrancar. ¿Y quién está a cargo de todo el proyecto? Una colonizadora.

– ¿Es ésta la primera vez que se te ocurre eso al cabo de tus cinco años con el proyecto?

— No. Lo pienso de cuando en cuando. Es sólo que no lo entiendo. ¿No les asusta confiar en mi?

Físher se rió.

— No, la verdad. Eres una científica.

– ¿Y qué?

— Pues que los científicos están conceptuados como mercenarios sin lazos con sociedad alguna. Da a un científico un problema fascinante y todo el dinero, equipo y ayuda que necesite para solventar el problema, y ese científico no se preocupará lo más mínimo por la fuente de semejante asistencia. Sé veraz. A ti te tiene sin cuidado la Tierra, Adelia y los Establecimientos en su conjunto…, incluso como conjunto. Sólo quieres concretar los detalles del vuelo superlumínico y, aparte de eso, no guardas lealtad a nadie.

La Wendel replicó altiva:

— Eso es un estereotipo y no todo científico se ajusta a él. Yo podría no ajustarme.

— Estoy seguro de que ellos se han apercibido también de eso, y te someten, probablemente, a una vigilancia constante, Tessa. Tal vez algunos de tus colaboradores más cercanos tengan, como una parte de su trabajo, la misión de supervisar de forma permanente tus actividades e informar con puntualidad al Gobierno.

— Espero que no te estés refiriendo a ti mismo.

— No me digas que no has pensado nunca que yo podría mantenerme cerca de ti representando mi papel como engatusador con secretos.

— A decir verdad, se me ha ocurrido esa idea…, en algunas ocasiones.

— Pero no es ése mi trabajo. Según sospecho, me mantengo demasiado cerca de ti para inspirar confianza. Estoy seguro de que se informa también de mí y de que se sopesa meticulosamente mi actividad. Mientras te haga feliz…

— Tienes mucha sangre fría, Crile. ¿Cómo puedes bromear con semejante cuestión?

— Aquí no hay nada de broma. Estoy procurando ser realista. Si te cansas de mí algún día, perderé mi función. Una Tessa desgraciada puede ser una Tessa improductiva, así que se me desenganchará de ti y se allanará el camino para mi sucesor. Después de todo, tu contento vale para ellos mucho más que el mío, y reconozco que es muy razonable que sea así. ¿Ves mi realismo?

La Wendel alargó la mano de pronto para acariciar la mejilla de Crile.

— No te preocupes. Creo haberme habituado demasiado a ti para cansarme ahora de tu compañía. Con la sangre caliente de mi juventud, yo solía cansarme de los hombres y los descartaba; pero ahora…

— Es un esfuerzo excesivo ¿eh?

— Si prefieres verlo así… También podría haberme enamorado…a mi manera.

— Comprendo lo que quieres decir. El amor con sangre fría puede ser sedante. Pero me figuro que éste no es el momento apropiado para demostrarlo. Primero necesitas cavilar sobre ese intercambio verbal con Koropatsky y arrojar de ti esa impresión ponzoñosa acerca de imposturas.

— Lo conseguiré un día de éstos. Pero hay otra cosa. Hace un momento te dije que las personas terrestres no tienen sensibilidad para el espacio.

— Sí, lo recuerdo.

— Pues bien, ahí tienes un ejemplo Koropatsky no posee sensibilidad, ni la más mínima, para apreciar la magnitud absoluta del espacio. Él habló de ir a la Estrella Vecina y encontrar a Rotor. Ahora bien, ¿cómo se ha de hacer eso? De tanto en tanto localizamos un asteroide y lo perdemos antes de poder calcular su órbita. ¿Sabes cuánto tiempo cuesta localizar otra vez al asteroide perdido, incluso con todos nuestros dispositivos e instrumentos modernos? A veces, años. El espacio es vasto, incluso en la vecindad inmediata de una estrella, y Rotor es pequeño.

— Sí, pero nosotros buscamos un asteroide entre centenares de miles. Rotor, al ser un Establecimiento funcionando, emitirá una radiación notable, lo cual será fácil de detectar.

— Eso en el caso de que Rotor sea un establecimiento que funcione. ¿Y si no lo es? Entonces se habrá convertido en un asteroide más, y encontrarlo puede significar una tarea inmensa. Es posible que en un período razonable de tiempo no tengamos el menor éxito.

Fisher no pudo evitar que su cara se descompusiera.

La Wendel dejó escapar un leve sonido de congoja y, acercándosele le pasó el brazo por la abatida espalda.

– ¡Oh, querido! Tú conoces la situación. Debes afrontarla.

Fisher respondió con voz ahogada:

— Lo sé. Pero ellos pueden haber sobrevivido ¿verdad?

— Pueden haberlo hecho — dijo la Wendel con voz levemente cadenciosa —. Y, si fuera así, tanto mejor para nosotros. Como indicaste hace un momento, sería fácil localizarlos mediante su radiación de partículas. Y más que esa..

– ¡Ah! ¿Si?

— Koropatsky quiere que traigamos algo para demostrar que hemos encontrado Rotor; pues, según él, ésa sería la mejor evidencia de que hemos visitado el espacio profundo y regresado de él recorriendo varios años luz en unos cuantos meses a lo sumo. Ahora bien… ¿qué podríamos traer que fuera convincente? Supón que encontramos algunos trozos de metal o cemento a la deriva. Un fragmento cualquiera no serviría. Un pedazo de metal sin nada que lo identifique como rotoriano sería algo que podríamos haber llevado con nosotros. Incluso aunque consiguiéramos hallar una pieza que fuese característica de Rotor, algún artefacto que pudiera existir sólo en un Establecimiento, la gente podría decir que era una falsificación.

«Sin embargo, si Rotor fuese un Establecimiento viviente, en funcionamiento, intentaríamos persuadir a algún rotoriano para que nos acompañase de vuelta. Un rotoriano puede ser identificado como tal. Huellas dactilares, esquemas retinales, análisis del ADN.. Habría incluso personas en otros establecimientos, o en la Tierra, que reconocerían al rotoriano que nos acompañase. Koropatsky hizo hincapié sobre ese punto. Comentó que Colón, a la vuelta de su primer viaje, trajo consigo a americanos nativos. Por supuesto… — la Wendel exhaló un hondo suspiro mientras proseguía — lo que podamos traer, animado o inanimado, tiene un limite. Algún día poseeremos naves estelares tan grandes como Establecimientos, pero la primera, salida de nuestras manos, será pequeña… y primitiva comparada con lo que vendrá después. Tal vez pudiéramos traer sólo un rotoriano. Más de uno sería demasiado para nuestras posibilidades, así que deberemos escoger el idóneo.

— Mi hija Marlene — se apresuró a decir Fisher.

— Quizás ella no quisiera venir. Sólo podremos traer a alguien que esté dispuesto a regresar. Habrá de ser sólo uno entre miles; pero si ella no quiere venir…

— Marlene querrá venir. Si me dejas hablar con ella. La convenceré de una forma o de otra.

— Tal vez su madre no lo desee.

— La persuadiré como sea — insistió tozudo Fisher —. Lo conseguiré de algún modo.

La Wendel suspiró otra vez.

— No puedo dejar que concibas esperanzas, Crile. ¿No ves que no podemos traer a tu hija aunque esté dispuesta a venir?

– ¿Por qué no? ¿Por qué no?

— Ella tenía un años cuando se marchó. No acuerda nada del Sistema Solar. Nadie del Sistema Solar podría identificarla. Es muy poco probable que hayan quedado datos que puedan ser revisados, independientemente, en otro lugar del sistema. No, necesitaríamos una persona de mediana edad por lo menos, alguien que haya visitado otros Establecimientos o, mejor todavía, la Tierra.

Tras una pausa agregó con voz tensa:

— Tu esposa nos podría convenir. ¿No me dijiste una vez que ella hizo parte de sus estudios en la Tierra? Ahí sí habría datos y ella sería identificable. Pero, para ser sincera, me gustaría más traer a otra persona.

Fisher guardó silencio

La Wendel murmuró, casi con timidez:

— Lo siento, Crile. Las cosas no salen como yo hubiera querido.

Y Fisher respondió lleno de amargura:

— Sólo hace falta que mi Marlene viva. Entonces veremos lo que se puede hacer.

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