Marlene observó a su madre con mirada de búho. Puso buen cuidado en mantener una expresión inane, pero dentro sintió complacencia y sorpresa. Al fin su madre le había relatado los acontecimientos referentes a su padre y al comisario Pitt. Estaba siendo tratada como una persona adulta.
Marlene dijo:
— Yo habría estudiado los movimientos de Némesis sin tener en cuenta lo que dijera el comisario Pitt, madre; pero veo que tú no lo hiciste así. Tu sensación de culpabilidad lo evidencia.
— Puedo habituarme a la sensación de que llevo la culpabilidad como una etiqueta en la frente — respondió Insigna.
— Nadie oculta sus sentimientos — comentó Marlene-. Si se observa bien, serán siempre perceptibles, otros no podrían hacerlo. Marlene lo había aprendido poco a poco y con gran dificultad. Las personas no miraban, no se apercibían, no se preocupaban. Ellas no vigilaban los rostros y los cuerpos, los sonidos, las actitudes y los pequeños hábitos nerviosos.
— A decir verdad, Marlene, no debieras observar así — dijo Insigna como si sus pensamientos siguieran cursos paralelos; pasó un brazo por la espalda de la chica para atenuar la posible aspereza de sus palabras-. Las personas se ponen nerviosas cuando esos enormes ojos oscuros tuyos las contemplan inquisitivos. Respeta la intimidad de la gente..
— Sí, madre — dijo Marlene mientras percibía sin esfuerzo que Eugenia intentaba protegerse, pues se ponía nerviosa preguntándose cuanto revelaba sin querer en cada momento.
Entonces Marlene preguntó:
— ¿Cómo se explica que, no obstante todos tus sentimientos de culpabilidad acerca del Sistema Solar, no hicieses nada?
— Hay varias razones, Molly.
“Molly” no, pensó angustiada Marlene. ¡Marlene! ¡Marlene! ¡Marlene! Tres sílabas. Acentuada la segunda. ¡Ya soy mayor!
— ¿Qué razones? — inquirió malhumorada.
¿Es que su madre no podía percibir la oleada de hostilidad que la invadía cuando empleaba ese apelativo infantil? Sin duda le retorcía las facciones, le hacía contraer los ojos, le agitaba los labios. ¿Por qué no se fijaba la gente? ¿Por qué no miraba?
— Para empezar, Janus Pitt fue muy convincente. Por mucha hostilidad que sientas hacia ellos, él te convence siempre de que tiene muy buenas razones para respaldar sus puntos de vista.
— Si eso es cierto, madre, debe de ser un hombre extraordinariamente peligroso.
Insigna pareció desligarse de sus pensamientos para lanzar una mirada curiosa a su hija.
— ¿Por qué dices eso?
— Todo punto de vista puede estar respaldado por buenas razones. Si alguien las capta aprisa y las presenta de forma convincente, podrá persuadir a cualquiera de cualquier cosa, y eso es peligroso.
— Reconozco que Janus Pitt posee esa facultad. Me sorprende que entiendas de estas cosas.
Marlene pensó: Porque tengo sólo quince años y tú estás habituada a considerarme una niña.
En voz alta manifestó:
— Se aprende mucho observando a las personas.
— Si; pero recuerda lo que te he advertido. Controla esa vigilancia.
— Jamás.
— Así que el señor Pitt te persuadió.
— Me hizo ver que no es perjudicial esperar un poco.
— ¿Y tú no sentiste siquiera la curiosidad de estudiar Némesis y comprobar con exactitud hacia dónde se dirige? Deberías haberla sentido.
— La sentí; pero eso no es tan fácil como te imaginas. El Observatorio se halla en funcionamiento constante. Tienes que esperar tu turno para utilizar los instrumentos. Aunque yo sea jefe, no puedo emplearlos a mi antojo. Así que cuando alguien los utiliza, no puedo mantenerlo en secreto. Todos sabemos para qué y por qué se usan.
Había muy pocas posibilidades de que yo pudiera elaborar un espectro bien detallado de Némesis y de Sol y de utilizar la computadora del Observatorio para los indispensables cálculos, sin que la gente supiera al instante lo que estaba haciendo. Asimismo sospecho que Pitt ha destacado unas cuantas personas en el Observatorio para vigilarme.
Si yo me pasara de la raya, él lo sabría al instante.
— Pero no podría hacerte nada por eso, ¿verdad?
— No podría hacerme fusilar por traición, si es a lo que te refieres… Pero podría quitarme de mi cargo en el Observatorio y hacerme trabajar en las granjas. Lo cual no me gustaría nada. Un poco después de que yo tuviera mi breve charla con Pitt, descubrimos que Némesis tiene un planeta… o una estrella acompañante. Hasta el presente día, seguimos sin decidir cómo la llamaremos. Las separaba tan sólo una distancia de cuatro millones de kilómetros, y el objeto acompañante no radiaba lo más mínimo en la luz visible.
— Estás hablando de Megas, ¿verdad, madre?
— Sí. Es una palabra antigua que significa “grande”, y para un planeta es muy grande, bastante más que el planeta más grande del Sistema Solar, Júpiter. Pero muy pequeña para una estrella. Algunos creen que Megas es una enana parda — se interrumpió y, contrayendo los ojos, escrutó a su hija como si dudara de pronto de su capacidad para asimilar esos datos-. ¿Sabes lo que es una enana parda, Molly?
— Me llamo Marlene, madre.
Insigna se sonrojó un poco.
— Si. Siento que se me olvide algunas veces. No puedo evitarlo ¿sabes? Hubo un tiempo en el que tuve una querida niñita que se llamaba Molly.
— Lo sé. Y la próxima vez que yo tenga seis años podrás llamarme Molly cuanto quieras.
Insigna se rió.
— ¿Sabes lo que es una enana parda, Marlene?
— Lo sé, madre. Una enana parda es un cuerpo pequeño semejante a una estrella con una masa demasiado pequeña para desarrollar temperaturas y presiones que desencadenan la fusión del hidrógeno en su interior; pero con la masa suficiente para ocasionar reacciones secundarias que la mantengan caliente.
— Exacto. No esta nada mal. Megas se halla en la divisoria. No es un planeta muy caliente ni una enana parda muy apagada. No irradia luz visible pero tiene ricas emisiones en la zona infrarroja. No se asemeja a nada de lo que hemos estudiado. Fue el primer cuerpo planetario extrasolar… Es decir, el primer planeta fuera del Sistema Solar que hemos sido capaces de estudiar con detalle, y el Observatorio quedó inmerso en él. Yo no habría tenido la menor oportunidad de trabajar sobre el movimiento de Némesis aunque hubiese querido y, para decirte la verdad, me olvidé de ello por aquel tiempo. Megas me interesó tanto como a todo el mundo, ¿comprendes?
Marlene gruñó.
— Resultó que fue el único cuerpo planetario importante girando alrededor de Némesis: pero eso fue suficiente. Tenía cinco veces la masa…
— Lo sé, madre. Cinco veces la masa de Júpiter y una trigésima parte de la masa de Némesis. La computadora me enseñó eso hace mucho.
— Claro, querida. Y no es más habitable que Júpiter: menos si acaso. Ello nos decepcionó al principio, a pesar de que no esperáramos un planeta habitable girando alrededor de una estrella enana roja. Si un planeta estuviera lo bastante cerca de una estrella como Némesis, la influencia de las mareas le forzaría a dar la misma cara a Némesis en todo tiempo.
— ¿No es eso lo que hace Megas, madre? ¿Quiero decir, mirando siempre con una cara a Némesis?
— Si, lo hace, lo cual significa que tiene un lado cálido y otro frío, con el cálido muy caliente. Podría estar al rojo vivo si no fuera porque la circulación de su densa atmósfera tiende a igualar algo las temperaturas.
Por ese motivo y por el calor interno de Megas, incluso el lado frío está muy caliente. Hubo muchas cosas acerca de Megas que fueron únicas en la experiencia astronómica. Y entonces descubrimos que Megas tenía un satélite o, si prefieres conceptuar a Megas como una estrella muy pequeña, tenía un planeta… Erythro.
— Alrededor del cual gira Rotor, lo sé. Pero, madre, han pasado once años desde que hubo todo ese alboroto acerca de Megas y Erythro. ¿No has conseguido, a lo largo de ese tiempo, echar una ojeada a los espectros de Némesis y del Sol? ¿No has hecho tus pequeñas conjeturas?
— Bueno…
— Sé que las has hecho — se apresuró a decir Marlene.
— ¿Por mi expresión?
— Por todo acerca de ti.
— Puedes llegar a ser una persona muy incómoda, Marlene. Si, las he hecho.
— ¿Y qué?
— Si, se encamina hacia el Sistema Solar.
Hubo una pausa. Luego Marlene dijo muy bajo:
— ¿Y lo golpeará?
— No, según revelan mis cifras. Estoy segura de que no golpeará al Sol, ni a la Tierra y, en definitiva, a ninguna parte significativa del Sistema Solar. Pero no necesitará hacerlo, ¿comprendes? Aun en el caso de que pase de largo, destruirá, probablemente, a la Tierra.
Para Marlene estuvo muy claro que a su madre no le agradaba hablar de la destrucción de la Tierra, que había fricciones internas cuyo influjo la hacían reprimirse en su conversación, y que por su gusto, cesaría de hablar al instante.
La expresión del rostro, la forma de apartarse un poco de ella como si quisiera marcharse, su manera de lamerse con delicadeza los labios como si quisiera quitarse el mal gusto de las palabras… Todos estos fueron datos esclarecedores para Marlene.
Pero ella no quiso que su madre se interrumpiera. Necesitaba saber más.
— Si Némesis pasa de largo — dijo con tono suave-, ¿cómo destruirá la Tierra?
— Déjame explicártelo. La Tierra gira alrededor del Sol, lo mismo que Rotor gira alrededor de Erythro. Si en el Sistema Solar estuviesen solos la Tierra y el Sol, la Tierra seguiría la misma trayectoria casi eternamente. Digo “casi” porque, según se sabe, irradia ondas gravitatorias que merman su momento y le hacen dar vueltas con muchísima lentitud hacia el Sol. Podemos desentendemos de eso. Hay otros factores interferentes, porque la Tierra no está sola. La Luna, Marte, Venus, Júpiter y todo objeto en la vecindad la atrae. Esa atracción es ínfima comparada con la del Sol, de modo que la Tierra permanece más o menos en su órbita. Ahora bien, las atracciones menores que varían de forma complicada en dirección e intensidad, a medida que los diversos objetos se mueven, introducen cambios menores en la órbita de la Tierra. La Tierra se mueve lentamente hacia dentro y hacia fuera, su inclinación axial vira y cambia levemente su sesgo, la excentricidad se altera algo y así sucesivamente. Se puede demostrar, y se ha demostrado, que todos esos cambios menores son cíclicos. No progresan en una dirección sino que se mueven hacia delante y hacia atrás. Ello significa que la Tierra, en su órbita alrededor del Sol, se estremece un poco de doce formas diferentes. Todos los cuerpos del Sistema Solar se estremecen del mismo modo. Los estremecimientos de la Tierra no le impiden sustentar la vida. En los peores momentos puede haber una edad glacial o una desaparición del hielo con el consiguiente descenso o ascenso del nivel del mar; no obstante, la vida ha sobrevivido a todo durante más de tres billones de años. Pero, supongamos ahora que Némesis se precipita y pasa de largo, que no se acerca más de un mes luz o algo así. Eso seria menos de un trillón de kilómetros. Requeriría numerosos años para pasar… y, al hacerlo, propinaría un empujón gravitatorio al sistema. Le haría estremecerse de forma notable; pero luego, cuando hubiese pasado, los estremecimientos menguarían.
— Pareces creer que sería mucho peor de lo que dejas entrever — observó Marlene-. ¿Por qué ha de ser tan malo que Némesis propine un pequeño estremecimiento adicional al Sistema Solar si después se ha de normalizar todo otra vez?
— Bien, ¿se normalizará otra vez en el mismo sitio exactamente? Ése es el problema. Si la posición de equilibrio de la Tierra es un poco diferente… un poco más distante del Sol, un poco más cercana, si su órbita es un poco más excéntrica y su eje está un poco más inclinado, o menos… ¿cómo afectará eso al clima terrestre? Un cambio mínimo podría convertirla en un mundo inhabitable.
— ¿No te es posible calcularlo por anticipado?
— No. Rotor no es un buen lugar para hacer cálculos. Él se estremece también… y no poco. Se requeriría mucho tiempo y harían falta considerables cálculos para deducir desde aquí, con precisión, por medio de mis observaciones, la trayectoria que sigue Némesis… Y no estaremos seguros hasta que ésta llegue mucho más cerca del Sistema Solar, lo cual ocurrirá mucho después de que yo esté muerta.
— Así que no puedes decir, de un modo exacto, lo cerca que pasará Némesis del Sistema Solar.
— Resulta casi imposible calcularlo Es preciso tener presente el campo gravitatorio de cada estrella cercana a menos de doce años luz. Al fin y al cabo, el menor efecto no calculado puede ocasionar tal desviación en unos dos años luz, que el paso calculado ya como una colisión, o poco menos, sea un fallo total. O viceversa.
— El comisario Pitt dice que todas las personas que se hallan en el Sistema Solar podrán abandonarlo, si lo desean, cuando llegue Némesis. ¿Es cierto?
— Podría serlo. Pero ¿cómo puede vaticinar nadie lo que sucederá dentro de cinco mil años? ¿Qué giros históricos tendrán lugar y cómo afectarán a la cuestión? Sólo cabe esperar que todo el mundo salga y se ponga a salvo.
— Aunque no se les advierta, lo averiguarán por sí mismos — opinó Marlene sin la necesaria confianza en sí misma para hacer notar a su madre el truismo astronómico-. Tienen que hacerlo. Némesis se acercará cada vez más y, al cabo de algún tiempo, se hará inconfundible, y ellos podrán calcular su trayectoria con mucha más exactitud cuando esté más cerca.
— Pero dispondrán de mucho menos tiempo para preparar su escape… si fuere necesario.
Marlene se miró la punta de los pies y dijo:
— No te enfades conmigo, madre. Pero me parece que sigues descontenta, e incluso en el caso de que todos salgan del Sistema Solar y se pongan a salvo. Hay otra cosa que no te gusta. Por favor, dímela.
— No me gusta que todo el mundo abandone la Tierra. La idea no me agrada aunque lo hagan de forma ordenada con suficiente antelación y sin bajas. No quiero que se abandone a la Tierra.
— Supón que sea necesario.
— Entonces se hará. Me inclino ante lo inevitable. Pero no por eso ha de gustarme.
— ¿Te sientes sentimental acerca de la Tierra? Estudiaste allí, ¿verdad?
— Me licencié en Astronomía allí. No me gustó la Tierra; pero eso no importa. Es lugar donde se han originado los seres humanos. ¿Sabes lo que quiero significar, Marlene? Aunque no me gustara mucho cuando estaba allí sigue siendo el mundo en el que la vida se desarrolló a lo largo de los eones. Para mí no es solo un mundo sino también una idea, una abstracción. Quiero que siga existiendo por amor al pasado. No sé si puedo aclararlo más.
— Padre era terrícola — recordó Marlene.
Insigna apretó un poco los labios.
— Y volvió a la Tierra.
— Así lo dijo el registro. Supongo que lo haría.
— Entonces yo soy terrícola a medias. ¿No es así?
Insigna frunció el ceño.
— Todos nosotros somos personas de la Tierra, Marlene. Mis tatarabuelos vivieron en la Tierra toda su vida. Mi bisabuela nació en la Tierra. Todos, sin excepción, descendemos de gente de la Tierra. Y no sólo los seres humanos. Cada partícula de vida, desde un virus hasta un árbol, procede de la vida terrestre.
Marlene dijo:
— Pero sólo lo saben los seres humanos. Y algunos están más cercanos que otros. ¿Piensas a veces en padre incluso ahora? — Marlene levantó la vista por un instante y al ver el rostro de su madre dio un respingo-. No es asunto mío. Eso es lo que ibas a decirme.
— Así lo había sentido; pero no he de dejarme guiar por mis sentimientos. Después de todo, tú eres su hija. Si, pienso en él algunas veces.
Hizo un leve encogimiento de hombros.
Tras una pausa Insigna añadió.
— ¿Y tú, piensas en él, Marlene?
— No tengo nada en lo que pueda pensar. No lo recuerdo. Nunca he visto un holograma ni nada.
— No, no tiene sentido…
— Pero cuando yo era más pequeña solía preguntarme por que algunos padres permanecían con sus hijos cuando tuvo lugar la Partida, y otros no. Pensé que los que no se marchaban quizá no tenían cariño a sus hijos y que padre no me lo tenía a mí.
Insigna la miró fijamente.
— Nunca me contaste eso.
— Fue un pensamiento privado cuando yo era pequeña. Pero, al hacerme mayor supe que eso era más complicado de lo que parecía.
— No deberías haber pensado así nunca. No es cierto. Yo te lo habría demostrado si hubiese tenido la más mínima idea de…
— A ti no te gusta hablar sobre esos tiempos, madre. Y lo entiendo.
— Lo habría hecho de todas formas si hubiese conocido esas ideas tuyas; si hubiese podido leer en tu cara como tú lo haces en la mía. El te quería. Y te habría llevado consigo si se lo hubiese permitido. La culpa de que vosotros dos estéis separados es mía, de verdad.
— Suya también. Él debiera haberse quedado con nosotras.
— Bueno, debiera, pero ahora que los años han pasado puedo ver y entender sus problemas un poco mejor que entonces. Después de todo, yo no estaba abandonando mi casa; mi mundo venía conmigo.
Tal vez esté a dos años luz de la Tierra, pero estoy todavía en casa, en Rotor, donde nací. Para tu padre era diferente; él nació en la Tierra, no en Rotor, y supongo que no pudo soportar la idea de abandonarla por completo y para siempre. También pienso en ello algunas veces. Aborrezco la idea de que la Tierra quede desierta. Hay billones de personas a las que se les rompería el corazón si la abandonaran.
Por un momento, hubo silencio entre ambas. Luego, Marlene dijo:
— Me pregunto ¿qué estará haciendo padre ahora mismo allá en la Tierra?
— ¿Cómo podría decírtelo, Marlene? Veinte trillones de kilómetros es un camino largo, muy largo, y catorce años es un período también larguísimo.
— ¿Supones que vivirá todavía?
— No podemos saber ni eso siquiera — repuso Insigna-. La vida puede ser muy corta en la Tierra — y como si se diera cuenta de que no estaba hablando para sí, agregó-. Estoy segura de que vive, Marlene. Tenía una salud excelente cuando se marchó. Ahora se estará aproximando a los cincuenta tan sólo — y murmuró enternecida-: ¿Le echas de menos, Marlene?
Marlene negó con la cabeza. No puedes echar de menos lo que no has tenido nunca.
Pero tú lo viste, madre, pensó. Y lo echas de menos.