XXV. SUPERFICIE

54

Eugenia Insigna sintió aprensión. Más que eso.

— Te lo aseguro, Siever, no he dormido bien ni una noche desde que la llevaste en el avión — su voz se aflautó hasta lo que, en una mujer de carácter menos firme, pudiera haber sido descrito casi como un lloriqueo- ¿Es que el vuelo a través del aire… hasta el océano y regreso, para aparecer aquí después del anochecer… no fue suficiente para ella? ¿Por qué no la detienes?

— ¿Por qué no la detengo? — murmuró Siever despacio, como si estuviera estudiando la pregunta- ¿Por qué no la detengo? Escucha, Eugenia, ¿no crees que hemos dejado atrás la fase de nuestra capacidad para detener a Marlene?

— Eso es ridículo, Siever. Casi cobarde. Tú te escondes detrás de ella, haciéndola pasar por omnipotente.

— ¿Y no lo es? Tú eres su madre. Ordénale que se quede dentro de la Cúpula.

Insigna apretó los labios.

— Ella tiene quince años. No me gusta ser tirana.

— Todo lo contrario. Te encantaría ser tirana. Pero, si lo intentas, ella te mirará con esos extraordinarios ojos suyos y te dirá algo parecido a esto: «Te sientes culpable, madre, por haberme privado de mi padre, y por tal razón crees que el universo está conspirando para privarte de mí como castigo, lo cual es una superstición tonta.»

Insigna frunció el ceño.

— Eso es la mayor estupidez que jamás he oído, Siever. No siento nada semejante, ni nunca podría sentirlo.

— Claro que no. Yo estaba inventando. Pero Marlene no lo hará. Ella sabrá, por el temblor de tu pulgar o el movimiento de tu paletilla o de cualquier otra cosa, lo que te está incordiando, y te dirá que estás demasiado ocupada buscando medios para defenderte, lo cual será muy cierto y muy humillante, y tú cederás ante ella antes que dejarla deshojando las capas externas de tu psique.

— ¡No me digas que eso es lo que te ha sucedido a ti!

— No tanto, porque ella me aprecia y yo he procurado hablarle de forma muy diplomática. Pero, si la enfado, me estremece pensar cómo me trituraría. Mira, yo he conseguido hacerle considerar un aplazamiento. Concédeme ese mérito. Ella quiso salir de inmediato después del viaje aéreo. Yo pude aplazarlo hasta fin de mes.

— ¿Cómo lo hiciste?

— Pura astucia, te lo aseguro. Estamos en diciembre. Le dije que dentro de tres semanas comenzará el Año Nuevo, al menos si nos regimos por el calendario de la Tierra ¿y qué mejor manera de celebrar el comienzo del 2237, le pregunté, que empezar la nueva era de la exploración y el asentamiento de Erythro? Ya sabes, ella ve bajo esa luz su propia penetración del planeta… como el principio de una nueva edad. Lo cual lo empeora si cabe.

— ¿Por qué lo empeora?

— Porque ella no lo ve como un capricho personal sino como algo de importancia vital para Rotor, quizás incluso para la Humanidad. No hay nada como satisfacer tu placer personal y pensar que es una contribución noble al bienestar general. Eso disculpa todo. Yo mismo lo he hecho, tú también, y todo el mundo. Pitt más que cualquiera de los que conozco. Probablemente, él está convencido de que respira sólo para aportar bióxido de carbono al mundo vegetal de Rotor.

— ¿Así que la has hecho esperar valiéndote de su megalomanía?

— Sí, y así disponemos de una semana más para ver si algo podrá detenerla. Sin embargo, sospecho que mi petición no la engañó. Se mostró conforme con la espera; no obstante dijo: «Tú crees que si me entretienes recobrarás, al menos un poco, el afecto de mi madre ¿no es verdad, tío Siever? Pues nada acerca de ti me indica que atribuyas la más mínima importancia a la llegada del Año Nuevo.»

— ¡Qué grosería tan insoportable, Siever!

— Insoportable pero acertada, Eugenia.

Insigna desvió la mirada.

— ¿Mi afecto? ¿Qué puedo decir..?

Genarr se apresuró a replicar.

— ¿Por qué decir nada? En el pasado te he dicho que te quiero, y descubro que al envejecer.. no han habido grandes cambios. Pero ese problema es mío. Tú no has sido nunca desleal conmigo. Jamás me

diste motivo de esperanza. Y si yo soy lo bastante insensato para no poder aceptar una respuesta negativa, ¿por qué has de preocuparte?

— Me preocupa que te sientas desgraciado por alguna causa.

— Eso cuenta mucho en este caso — Genarr consiguió sonreír-. Es muchísimo mejor que nada.

Insigna desvió la mirada otra vez y con toda deliberación volvió al tema de Marlene.

— Pero, Siever, si Marlene adivinó tu verdadero motivo, ¿por qué se conformó con el aplazamiento?

— No te gustará lo que voy a revelarte, pero mejor será decir la verdad. Éstas son las palabras de Marlene: «Esperaré hasta el Año Nuevo, tío Siever, porque quizás así complazca a madre, y yo estoy de tu parte.»

— ¿Dijo eso?

— No se lo reproches, por favor. Sin duda alguna, la he fascinado con mi ingenio y encanto, y ella cree estar haciéndote un favor.

— Mi hija es una casamentera — dijo Insigna debatiéndose a todas luces entre el fastidio y el regocijo.

— Se me ocurrió que, si te esforzaras por mostrar cierto interés en mí, podríamos persuadirla de que hiciera muchas cosas que ella cree idóneas para propiciar ese interés… si bien habría de ser algo auténtico pues, de lo contrario, descubriría la ficción. Por otra parte, si fuera auténtico, ella creería innecesario hacer sacrificios para fomentar algo que ya existe. ¿Entiendes?

— Entiendo que si no fuera por la perceptividad de Marlene, tu aproximación a mí sería positivamente maquiavélica.

— ¡Has dado en el clavo, Eugenia!

— Pues bien, ¿por qué no hacer lo adecuado? Encerrarla y, a su debido tiempo, meterla en el cohete de regreso a Rotor.

— Atándola de pies y manos, supongo. Aparte de no creer que podamos hacer tal cosa. He conseguido captar la visión de Marlene. Estoy empezando a pensar en colonizar Erythro… todo un mundo al alcance de la mana

— Y respirando sus extrañas bacterias, ingiriéndolas en los alimentos y en el agua.

Insigna hizo una mueca de repugnancia.

— ¿Y qué? Aquí mismo las aspiramos, comemos y bebemos hasta cierto punto. No podemos eliminarlas por completo de la Cúpula. Y, si vamos a eso, en Rotor hay bacterias que también aspiramos, bebemos y comemos.

— Sí, pero estamos adaptados a la vida de Rotor. Ésas son partículas extrañas a la vida.

— Tanto más seguro. Si nosotros no nos hubiésemos adaptado a ellas, tampoco se habrían adaptado ellas a nosotros. No hay ningún indicio de que puedan ser parásitos nuestros. Son, sencillamente, muchas partículas innocuas de polvo.

— Y la plaga.

— Ésa es la verdadera dificultad, desde luego, incluso en el caso de algo tan simple como permitir que Marlene salga de la Cúpula. Tomaremos precauciones, por supuesto.

— ¿Qué clase de precauciones?

— Por lo pronto, ella llevará un traje protector. Además, yo la acompañaré. Le serviré de canario

— ¿Qué quiere decir de «canario»?

— Era una artimaña que tenían en la Tierra hace varios siglos. Los mineros llevaban canarios, ya sabes, esas pequeñas aves amarillas, a la mina. Si el aire se enrarecía, el canario moría antes de que los hombres resultaran afectados, y entonces éstos, conocedores ya del problema, salían del túnel subterráneo. Dicho con otras palabras, si yo empiezo a actuar de forma extraña se nos llevará adentro sin tardanza.

— Pero ¿qué pasará si ella resulta afectada antes que tú?

— No creo que ocurra eso. Marlene se siente inmune. Lo ha afirmado tantas veces que he empezado a darle crédito.

55

Eugenia Insigna no había esperado nunca con tan dolorosa concentración la llegada del Año Nuevo. También era cierto que tampoco tuvo nunca motivo para ello. A fin de cuentas, el calendario era una resaca residual, eliminada dos veces.

En la Tierra, el año había comenzado con la delimitación de las estaciones y las fiestas asociadas a ellas… solsticio de verano, solsticio de invierno, siembra, recolección… mediante los nombres que se hubiese elegido para ellas.

Recordaba Insigna que Crile le había explicado las complejidades del calendario, y se había deleitado con ellas a su manera sombría y solemne, como le ocurría con todo cuanto le recordase la Tierra. Ella le había escuchado entre entusiasmada y recelosa. Lo primero porque deseaba compartir su interés por si eso contribuyera a unirlos más; lo segundo porque temía que su interés por la Tierra lo distanciara de ella, como ocurrió al fin y a la postre.

Le parecía extraño experimentar todavía esa angustia. ¿Más amortiguada ahora? Tuvo la sensación de que en realidad, no podía recordar la cara de Crile, que ahora recordaba sólo el recuerdo ¿Era nada más que la rememoración de una rememoración lo que se estaba interfiriendo entre ella y Siever Genarr?

Sin embargo, esa rememoración de una rememoración era lo que ahora mantenía asociado a Rotor con el calendario. En Rotor él y todos los Establecimientos en el sistema Tierra-Luna (con exclusión de los pocos que giraban alrededor de Marte o los que habían sido construidos en el cinturón asteroidal) acompañaban a la Tierra en su trayectoria alrededor del Sol. No obstante, el año sin estaciones carecía de significado. A pesar de todo, seguía conservándose, junto con los meses y las semanas.

Rotor tenía también el día determinado artificialmente, a razón de veinticuatro horas durante las cuales se permitía que la luz solar entrara la mitad de ese tiempo, y se bloqueaba en la otra mitad. Se lo habría podido determinar con cualquiera, medida de tiempo, pero se había optado por la duración de un día terrestre para dividirlo en veinticuatro horas de sesenta minutos cada una y cada minuto compuesto por sesenta segundos. (Así, al menos, los días y las noches tenían, uniformemente, doce horas de duración.)

Había habido movimientos ocasionales entre los Establecimientos para adoptar un sistema que consistía en numerar los días y agruparlos en decenas o múltiplos de diez, es decir, decadías, hectodías, kilodías; y, en dirección contraria, decidías, centidías, milidías; pero eso era verdaderamente imposible.

Los Establecimientos no podían imponer su propio sistema porque eso habría reducido el comercio y las comunicaciones al caos. Ni había ningún sistema unificado posible salvo el de la Tierra, donde vivía todavía el noventa y nueve por ciento de la población humana y al cual se asociaba aún, por los lazos de la tradición, el uno por ciento restante. La rememoración mantenía unidos a Rotor y a todos los Establecimientos con un calendario que, intrínsecamente, carecía de significado para ellos.

Pero ahora Rotor había abandonado el Sistema Solar y era un mundo aislado y solitario. No existían días, meses ni año en el sentido terrestre. No había siquiera una luz solar que diferenciase el día de la noche, pues Rotor brillaba con luz diurna artificial y se oscurecía hasta una débil luz cada doce horas. La rigurosa precisión no resultaba rota siquiera por el oscurecimiento y el alumbramiento graduales en los límites, que podrían simular los crepúsculos matutinos y vespertinos. No parecía haber necesidad de ello. Y dentro de esta división para todo Establecimiento, cada hogar conservaba su iluminación individual en cada momento, según conviniera a sus necesidades o caprichos; pero contaba los días con arreglo al calendario del Establecimiento… que era el mismo de la Tierra.

Incluso aquí, en la Cúpula de Erythro, donde había un día y una noche naturales cuyo empleo casual correspondía a las personas trabajadoras, la duración del día, no coincidente con la del Establecimiento, permanecía todavía asociada a la de la Tierra (la rememoración de una rememoración) que se empleaba en los cálculos oficiales.

Ahora se intensificaba el movimiento para descartar el día como la única medida básica del tiempo, Insigna sabía que Pitt era partidario de adoptar el sistema decimal para la medición del tiempo. No obstante, ni siquiera él se atrevía a hacer una sugerencia oficial por miedo a suscitar una ardiente oposición.

Pero quizá no para siempre. Las unidades, tradicionalmente desordenadas, de semanas, días y meses parecían menos importantes. En su trabajo astronómico, Insigna empleaba los días corno las únicas unidades significativas. Llegaría un momento en que el calendario antiguo se extinguiría y, en un lejano futuro, surgirían sin duda nuevos métodos para medir el tiempo.. quizás un calendario galáctico estándar.

Por lo pronto, ella se encontraba jalonando el tiempo con un Año Nuevo que empezaba de forma arbitraria. Al menos en la Tierra el Año Nuevo comenzaba con el solsticio, de invierno en el hemisferio austral y de verano en el boreal. Estaba relacionado con la órbita de la Tierra alrededor del Sol, lo que en Rotor nadie recordaba bien salvo los astrónomos.

Sin embargo, aunque Insigna fuera astrónomo, hoy el Año Nuevo estaba relacionado sólo con la aventura de Marlene sobre la superficie de Erythro, una fecha elegida por Siever Genarr porque implicaba un retraso razonable, y aceptada por Insigna porque le preocupaba la noción que una adolescente tenía de lo romántico.

Eugenia salió del abismo de sus cavilaciones para encontrarse de pronto con que Marlene la estaba mirando solemne. (¿Cuánto tiempo llevaría la chica en el aposento? ¿0 era que ella se había enredado tanto con esa maraña interna que le habían pasado inadvertidas sus pisadas?)

— Hola, Marlene — dijo casi en un susurro

— No eres feliz, madre — aseveró la joven con aplomo.

— No necesitas ser superperceptiva para verlo, Marlene. ¿Estás todavía decidida a salir de Erythro?

— Sí. Por completo.

— ¿Por qué, Marlene, por qué? ¿Puedes explicarlo de forma que me sea posible entenderlo?

— No; porque tú no quieres entenderla. Es una llamada para mí.

— ¿Quién te llama?

— Erythro. Me quiere ahí fuera.

El rostro por lo general taciturno de Marlene pareció iluminarse con una felicidad secreta.

— Cuando hablas así, Marlene — dijo con aspereza Insigna-, tengo la impresión de que has sido ya afectada por la… la…

— ¿La plaga? No lo estoy. El tío Siever dispuso que se me hiciera otra exploración de cerebra. Le dije que no había necesidad; pero él contestó que era preciso realizarla para tener constancia antes de partir. Pues bien, mi estado no puede ser más normal.

— Las exploraciones de cerebro no lo revelan todo — aseguró Insigna frunciendo el ceño.

— Tampoco lo hace el miedo de una madre — replicó Marlene, y agregó con más ternura-: Por favor, madre, sé que quieres retrasar esto, pero no admitiré retraso alguno. El tío Siever lo ha prometido. Pienso salir aunque llueva, aunque haga mal tiempo. En esta época del año no hay tormentas ni temperaturas extremadas. No las hay en casi ninguna época. Es un mundo maravilloso.

— Pero yermo.. muerto. Exceptuando los gérmenes — dijo desdeñosa Insigna.

— Sin embargo, algún día le infundiremos vida de nosotros mismos — Marlene miró a lo lejos con expresión soñadora. Estoy segura de ello.


56

— El traje «E» es una indumentaria — dijo Siever Genarr. No necesitas ofrecer resistencia a la presión. No es un traje de inmersión espacial. Tiene un casco, una reserva de aire comprimido regenerable y una pequeña unidad térmica que mantiene una temperatura confortable. Además era hermético, por descontado.

— ¿Me sentará bien? — inquirió Marlene mirando, disgustada, el tosco material seudotextil.

— No es elegante — reconoció Genar con ojos chispeantes- No está hecho para la belleza sino para lo práctico.

Marlene. dijo con cierta exasperación.

— No me interesa parecer guapa, tío Siever. Pero tampoco quiero ir arrastrándolo por ahí como un fantasmón. Si dificulta el caminar, no valdrá la pena ponérselo.

Eugenia Insigna la interrumpió después de haber seguido la conversación con semblante algo pálido y desencajado.

— El traje es necesario para protegerte, Marlene. No me importa que lo arrastres por ahí.

— Pero no hace falta que sea incómodo ¿verdad, madre? La protección será la misma aunque me siente bien.

— A decir verdad, éste te sentará bastante bien — dijo Genarr- Es lo mejor que hemos podido encontrar. Al fin y al cabo, tenemos solamente tamaños para adultos — volvió la cabeza hacia Insigna, Ahora no los usamos mucho. Hubo una época, tras la extinción de la plaga, en que hacíamos algunas exploraciones; pero conocemos ya muy bien las inmediaciones, y en nuestras raras salidas solemos utilizar los vehículos herméticos «E».

— Me gustaría que ahora utilizarais un vehículo cerrado «E».

— ¡No! — protestó Marlene- molesta a todas luces ante semejante sugerencia- He salido ya con un vehículo. Quiero andar. Quiero.. sentir el suelo.

— Estás loca — sentenció Insigna.

Marlene replicó:

— ¿Quieres dejar de sugerir..?

— ¿Dónde está tu percepción? No me estaba refiriendo a la plaga. Quise decir lisa y llanamente loca, sólo loca en el sentido ordinario. Quise decir… Por favor, Marlene, vas a conseguir que yo también me vuelva loca — a continuación se dirigió a Siever-. Si estos trajes «E» son tan antiguos-¿cómo sabes que no transpirarán?

— Porque los hemos probado, Eugenia. Te aseguro que todos se hallan en buenas condiciones. Recuerda, yo salgo con ella y me pongo también un traje.

Estaba claro que Insigna buscaba objeciones.

— Y supón que de repente necesitáis…

Hizo un gesto con la mana

— ¿Orinar? ¿Es eso lo que quieres decir? Ya lo hemos previsto, aunque no sea cómoda Sin embargo, no se dará esa' circunstancia. Hemos vaciado la vejiga y estaremos en forma durante varias horas… o deberemos estarlo. Además, no nos aventuraremos demasiado lejos, y en caso de urgencia podremos volver a la Cúpula. Ahora tenemos que partir, Eugenia. Las condiciones ahí fuera son buenas, y necesitamos aprovecharlas. Vamos, Marlene, déjame ayudarte a ponerte el traje.

— ¡No te muestres tan contento! — le recriminó Insigna.

— Por qué no? Para ser franco contigo, me gusta también salir. La Cúpula acaba por parecer una prisión, ya sabes. Tal vez si todos saliéramos un poco más, nuestra gente soportaría mejor los largos turnos en la Cúpula. Ya está, Marlene, sólo te falta ajustarte el casco.

La joven titubeó.

— Sólo un minuto, tío Siever.

Se acercó a Insigna con los brazos abiertos de pies a cabeza y voluminosa.

Insigna la examinó cabizbaja.

— Madre — dijo- Una vez más, te pido que tengas calma, por favor. Te quiero, y no haría esto ni te causaría tanta ansiedad sólo para divertirme. Lo hago porque sé que estarás bien y que no existen motivos para que te alarmes. Apuesto cualquier cosa a que tú quieres ponerte también un traje «E» para poder salir y no perderme ni un instante de vista, pero no necesitas hacerlo.

— ¿Por qué no, Marlene? ¿Cómo podré perdonarme si te ocurre algo y no estoy presente para ayudarte?

— No me ocurrirá nada. Y aunque así fuese, que no será, ¿qué podrías hacer para evitarlo? Además, Erythro te asusta tanto que, probablemente, tu mente está abierta a toda clase de efectos anómalos. Además ¿qué pasaría si la plaga te afectase a ti? ¿Cómo podría vivir yo con ese remordimiento?

— Tiene razón, Eugenia — la apoyó Genarr, Yo permaneceré a su lado, y lo mejor que puedes hacer es quedarte aquí y conservar la calma. Todos los trajes «E» están equipados con radio. Marlene y yo podremos comunicarnos y mantener contacto con la Cúpula. Te prometo que, si ella se comporta de una forma extraña, cualquiera que sea, si hay el más mínimo barrunto de anomalía, la haré regresar sin demora a la Cúpula. Y si yo mismo siento cualquier anormalidad, volveré al instante trayéndome conmigo a Marlene.

Insigna meneó la cabeza y no pareció muy convencida mientras observaba cómo se colocaba el casco a Marlene, y luego a Genarr.

Como todos se hallaban ante el principal compartimiento estanco, Eugenia pudo seguir de cerca las manipulaciones. Ella conocía muy bien el dispositivo para cerrar, pues de otro modo no hubiera podido ser una colonizadora.

Allí estaba el delicado mecanismo para controlar la presión del aire y asegurarse de que había un lento transvase de aire desde la cúpula hacia fuera, jamás desde Erythro hacia dentro. Se comprobaba a cada momento, por medio de computadora, para tener la certeza de que no había fugas.

Por fin se abrió la puerta interna. Genarr entró en el compartimiento estanco e hizo señas a Marlene para que le siguiera. Ella lo hizo así y la puerta se cerró. Ambos se perdieron de vista al instante. Insigna sintió con toda claridad cómo se alteraban los latidos de su corazón.

Entonces observó atenta los controles y supo exactamente cuando se abría la puerta exterior y poco después volvía a cerrarse. La holopantalla cobró vida y la doctora pudo ver a las dos figuras con extraños trajes, plantadas sobre el suelo árido de Erythro.

Uno de los ingenieros le entregó un diminuto auricular, e Insigna se lo insertó en el oído derecho. Luego, le colocaron sobre la cabeza un micrófono también minúsculo.

Oyó que una voz decía «contacto radio», y al punto sonó la voz familiar de Marlene:

— ¿Me oyes, madre?

— Sí, querida — contestó Insigna.

Notó que su propia voz sonaba seca, anormal.

— Ya estamos aquí fuera y es maravilloso. No puede ser más agradable.

— Sí, querida — repitió Insigna sintiéndose vacía, perdida. Se preguntó si volvería a ver a su hija con una mente normal.


57

Siever Genarr sintió casi júbilo cuando pisó la superficie de Erythro. Detrás de él se alzaba la pared inclinada de la Cúpula; pero Siever siguió dándole la espalda, pues una vista tan poco «erythroniana» menoscabaría el sabor del mundo.

¿Sabor? Extraña palabra para aplicar a Erythro, pues de momento no tenía el menor significado. Él vivía bajo la protección de su casco, respiraba el aire purificado y acondicionado dentro de la Cúpula. En el interior de aquel refugio no podía oler el planeta ni saborearlo.

Sin embargo, había un contacto que le infundía una extraña felicidad. Sus botas crujían un poco sobre el suelo. La superficie de Erythro no era rocosa pero sí algo guijosa y, entre los guijos, se percibía lo que sólo podía ser descrito como suelo. Desde luego había agua y aire en abundancia, que se habrían encargado de desmenuzar la roca primaria. Y quizá las omnipresentes prokaryotes, en sus incontables trillones, hubieran contribuido con su paciente trabajo al correr de billones de años.

El suelo estaba blando. Había llovido el día anterior, la llovizna lenta y constante de Erythro… o al menos de esa porción de Erythro. Se notaba una superficie todavía húmeda, y Genarr imaginaba las partículas de suelo, las pizcas de arena y marga, cada una con su envoltura sutil de agua que había sido renovada. Dentro de esa película, las células prokaryóticas vivían felices, absorbiendo la energía de Némesis, fabricando proteínas complejas con las más simples, mientras que otras prokaryotes, indiferentes a la energía solar, utilizaban el contenido energético de las otras, que en sus incalculables millones morían a cada momento.

Marlene caminó a su lado. Levantó la mirada y Genarr le dijo afable:

— No mires directamente a Némesis, Marlene.

La voz de Marlene le sonó natural. No denotó tensión ni temor alguno. Más bien un regocijo tranquilo.

— Estoy mirando las nubes, tío Siever — contestó.

Genarr alzó la vista hacia el cielo oscuro, donde, si se guiñaba durante un rato, era posible detectar un leve fulgor verde amarillento, sobre cuyo fondo las alígeras nubes de bonanza captaban la luz de Némesis y la reflejaban en un esplendor anaranjado.

El ambiente de Erythro era de una quietud espeluznante. No había nada que emitiera sonido. Ninguna forma de vida cantaba ni rugía, gruñía ni mugía, trinaba ni graznaba. No había hojas que provocaran rumores ni insectos que zumbaran. En las raras tormentas, se dejaba oír el estampido del trueno; el viento suspiraba entre los ocasionales cantos rodados… si soplaba con la suficiente fuerza. Sin embargo, en un día tranquilo como éste, todo era silencio.

Genarr habló para asegurarse de que esta tranquilidad era real y de que él no se había quedado sordo de repente. (Aunque tuviera la seguridad de que no era así porque oía su propio aliento.)

— Te encuentras bien, Marlene?

— Me encuentro maravillosamente. Hay un arroyuelo ahí delante.

Marlene apresuró el paso hasta romper casi en una carrera estrafalaria por culpa de su traje «E».

— Cuidado, Marlene — le previno él- Puedes resbalar.

De pronto, la voz de Eugenia Insigna sonó en el oído de Genarr.

— ¿Por qué corre Marlene, Siever? — y enseguida añadió-: ¿por qué corres, Marlene?

Marlene no se molestó en contestar, pero Genarr dijo:

i — Sólo quiere echar un vistazo a un arroyo un poco más adelante,

i Eugenia.

— ¿Se encuentra bien?

— Claro que sí, Esto es de una belleza sobrenatural. Al cabo de un rato no te parece yermo siquiera… Más bien como una pintura abstracta.

— Ahórrate la crítica de arte, Siever. No la dejes alejarse de ti.

— No te preocupes. Estoy en contacto permanente con ella. Ahora mismo está oyendo lo que dices, y si no contesta es porque no quiere que la molesten con cosas sin importancia. Cálmate, Eugenia. Marlene está disfrutando. No lo estropees.

Genarr se hallaba convencido de que Marlene disfrutaba lo suyo. Y él también hasta cierto punto.

Marlene corrió arroyo arriba a lo largo del cauce. Genarr no creyó urgente seguirla. Dejémosla que disfrute, pensó.

La Cúpula se hallaba construida sobre una formación rocosa; pero, en esa dirección, la comarca estaba atravesada por mansos arroyos que, treinta kilómetros más allá, componían un río bastante caudaloso cuya corriente desembocaba en el mar.

Los arroyos tenían plena utilidad, por supuesto. Proveían a la Cúpula con sus reservas naturales de agua, una vez eliminadas las prokaryotes (o mejor sería decir «muertas»). En los primeros días de la Cúpula, algunos biólogos se habían opuesto al exterminio de las prokaryotes; pero eso era ridículo. Los diminutos corpúsculos eran tan increíblemente numerosos en el planeta y se reproducían tan aprisa para paliar la merma que no existía en el proceso de asegurar las reservas de agua el menor riesgo de que pudieran ser dañados de modo significativo. Luego, una vez iniciada la plaga, se generalizó una hostilidad vaga pero intensa contra Erythro y desde entonces a nadie le preocupó lo que se hiciera con las prokaryotes.

Por supuesto, ahora que la plaga no parecía ser amenazadora ni mucho menos, resurgían los sentimientos generosos. Genarr simpatizaba con ellos; pero, si se impusieran ¿de dónde sacaría la Cúpula su provisión de agua?

Sumido en esas reflexiones, Genarr dejó de vigilar a Marlene, de tal modo que el grito repentino le ensordeció.

— ¡Marlene! Siever, ¿qué está haciendo Marlene?

Entonces él levantó la vista y, cuando se disponía a contestar de modo automático que todo marchaba bien y no había cuidado, divisó a la chica.

Por unos instantes no pudo percibir lo que estaba haciendo.

Pero pronto se dio cuenta. Marlene se había desatado el casco y se lo estaba quitando. A renglón seguido parecía dispuesta a salir de su traje «E».

¡Era preciso detenerla!

Genarr intentó llamarla a gritos; pero, en el horror de la urgencia, le falló la voz. Intentó correr a ella. Sus piernas parecieron de plomo y no respondieron apenas al apremio de su voluntad.

Fue como si padeciera una pesadilla en la que ocurriesen cosas horribles y él se viera impotente para atajarlas. 0 quizá su mente, bajo la presión de los acontecimientos, se estuviera disociando de su cuerpo.

Genarr se preguntó empavorecido: ¿no será que me está afectando la plaga? Y si es así ¿qué será de Marlene ahora que ha decidido exponerse a la luz de Némesis y al aire de Erythro.

Загрузка...