XXXI. NOMBRE


66

¡Silencio!

Marlene se deleitó… Más aún cuando podía romperlo si quisiera. Se agachó para coger un guijarro y lo lanzó contra una roca. El objeto dejó oír un ruido sordo, cayó al suelo y quedó inmóvil.

Ella se sintió absolutamente libre y segura aunque hubiese abandonado la Cúpula con la misma ropa que solía llevar en Rotor.

Había caminado directamente desde la Cúpula hacia el arroyo, y sin fijarse en el terreno para tomar referencias.

Las últimas palabras de su madre habían sido más bien un ruego:

Por favor, Marlene, has dicho que te quedarías a la vista de la Cúpula, recuérdalo bien.

Ella le había dirigido una sonrisa fugaz pero sin prestar atención. Tal vez se quedara a la vista y tal vez no. No pensaba dejarse intimidar cualesquiera fuesen las promesas que le habían forzado a hacer para mantener la paz. Después de todo, llevaba un emisor de ondas.

Se la podría localizar en cualquier momento. Ella misma podría utilizar el receptor incorporado para buscar la dirección del emisor de la Cúpula.

Si sufriera cualquier accidente… una caída o una lesión cualquiera… ellos podrían acudir a recogerla.

Si la golpeara un meteorito… Bueno, quedaría muerta. Nadie podría hacer nada al respecto… aunque se quedase a la vista de la Cúpula. A pesar de la idea inquietante de los meteoritos, todo era maravillosamente tranquilo sobre Erythro. En Rotor había siempre ruido. Dondequiera que fueses, el aire vibraba y te martilleaba con ondas sonoras los fatigados oídos. Y aún sería peor en la Tierra, con sus ocho billones de personas y trillones de animales, con sus tormentas y precipitaciones de agua desde el cielo y el mar. Cierta vez que ella intentó oír una grabación titulada Ruidos de la Tierra, había dado un respingo y se cansó en seguida.

Pero aquí, en Erythro, reinaba un silencio maravilloso

Mientras pensaba así, Marlene llegó al arroyo y contempló como el agua circulaba ante su vista con un leve burbujeo. Cogió un canto rodado y lo lanzó a la corriente; se oyó un leve chapuzón. Los sonidos no estaban prohibidos en Erythro, sólo amortiguados como adornos ocasionales que sirvieran para hacer más precioso el silencio circundante.

Luego estampó un pie sobre la fina arcilla en la margen del arroyo. Oyó un leve eco, y dejó la impresión vaga de un huella. Se agachó, recogió agua con una mano y la arrojó en el suelo. Este se humedeció y oscureció en diversos puntos, bermellón sobre un fondo rosado. Marlene añadió más agua; por último plantó su zapato izquierdo sobre la mancha oscura y apretó. Cuando lo levantó, había dejado una huella profunda.

Como había algunos pedruscos en el lecho del arroyo, ella los aprovechó a modo de puente para cruzar hasta la otra orilla.

Luego, reanudó la marcha caminando enérgica, balanceando los brazos, haciendo inspiraciones profunda. Sabía muy bien que el porcentaje de oxígeno era algo inferior al de Rotor. Si corriera se cansaría pronto. Pero le faltó el impulso para correr. Si corriera, agotaría más aprisa su mundo.

¡Quería examinarlo todo!

Miró hacia atrás. El abultamiento de la Cúpula era visible, sobre todo la burbuja donde se alojaban los instrumentos astronómicos. Eso la irritó. Quiso alejarse lo suficiente para poder volverse y ver sólo el horizonte como un círculo admirable, aunque irregular, sin la intrusión de ningún indicio de presencia humana (salvo ella misma).

¿Debería llamar a la Cúpula? ¿Debería advertir a su madre que se perdería de vista durante un rato? No, porque le pondrían objeciones. Ellos podrían recibir las ondas de su transmisor. Y sabrían que estaba viva y coleando. Decidió que, si la llamaran, no haría caso. ¡Caramba! Deberían dejarla en paz.

Sus ojos se adaptaron a la rojez de Némesis y del terreno en torno suyo. No era meramente rosado; había también sombras y luces en tonos purpúreos y anaranjados, casi amarillentos en algunos lugares. A su debido tiempo, se convertiría en una nueva paleta de colores para sus sentidos agudizados, tan abigarrada como Rotor, pero más sedante.

¿Qué sucedería si algún día la gente se estableciese en Erythro, introduciendo vida, edificando ciudades? ¿Lo estropearía todo? ¿O habrían escarmentado con la Tierra y emprenderían un camino diferente, asimilando este mundo nuevo e intacto y transformándolo en algo compaginable con sus afanes?

¿Los afanes de quién?

Ahí radicaba el problema. Personas diferentes tendrían ideas diferentes. Disputarían entre sí y perseguirían fines irreconciliables. ¿No sería mejor dejar vacío a Erythro?

¿No se debería a un atavismo rememorativo de la Tierra? ¿No alentaría en sus genes una propensión a habitar mundos inmensos e infinitos, una nostalgia que un espacio urbano, pequeño y artificial no podía calmar? ¿Cómo se explicaba eso? Sin duda la Tierra se diferenciaba totalmente de Erythro si se exceptuaba la similitud de tamaño. Y si la Tierra estaba en sus genes, ¿por qué no habría de estarlo en los de todo ser humano?

Pero debía de haber alguna explicación. Marlene meneó la cabeza como si quisiera aclarar los pensamientos, y giró sin cesar sobre sí misma, al igual que si estuviera en medio de un espacio infinito. En Rotor podían verse acres de cereales y huertos de árboles frutales; una bruma verdosa y ambarina; y también la irregularidad de líneas rectas inherente a las estructuras humanas. Sin embargo, aquí, en Erythro, se veía el suelo ondulante salpicado con peñas de todos los tamaños como si las hubiera esparcido una mano gigantesca; formas extrañas y silentes, con hilos de agua acá y allá fluyendo entre ellas. Y ni rastro de vida si no se cortaban las miríadas de minúsculas células similares a gérmenes que mantenían llena de oxígeno la atmósfera gracias al suministro de energía proporcionado por la luz roja de Némesis.

Y Némesis, como cualquier enana roja, continuaría vertiendo su energía dosificada durante doscientos o trescientos billones de años, atesorando su fuerza energética y procurando que Erythro y sus diminutas prokaryotes estuviesen calientes y cómodas a lo largo de todo ese tiempo. Mucho después de que la Tierra y el Sol hubiesen muerto y otras estrellas brillantes, nacidas todavía más tarde, muriesen también, Némesis seguiría brillando sin cambiar, y Erythro giraría alrededor de Megas sin cambiar tampoco, y las prokaryotes vivirían y morirían aunque sin cambiar en esencia.

Desde luego, los humanos no tenían derecho a invadir este mundo inalterable para cambiarlo. Sin embargo, si ella estuviese sola en Erythro, necesitaría alimento… y compañía.

Podría ir de cuando en cuando a la Cúpula para abastecerse, y satisfacer la necesidad de ver a otras personas; no obstante, podría pasar casi todo su tiempo a solas con Erythro. Ahora bien, ¿no la seguirían otros? ¿Cómo podría impedirlo? Y con otros, aunque fuesen muy pocos, ¿no se arruinaría irremediablemente el Edén? ¿Acaso no se estaría arruinando ya porque ella misma lo había invadido… sólo ella?

¡No! gritó.

Dio voces a pleno pulmón en un súbito y afanoso experimento para comprobar si podía hacer temblar la extraña atmósfera y obligarla a transportar las palabras hasta sus oídos.

Marlene oyó su propia voz, pero en el terreno llano no hubo eco. Su grito se extinguió apenas emitido.

Marlene empezó a girar otra vez. La Cúpula fue sólo una sombra tenue en el horizonte. Casi se podía descartar; aunque no del todo. Quiso que no fuera visible en absoluto. No deseaba tener ante la vista, salvo su propia persona y Erythro.

Oyó el leve suspiro del viento, y dedujo que éste había cobrado velocidad. No fue lo bastante fuerte para dejarse sentir, y su temperatura no bajó ni fue desagradable.

Fue sólo un leve ah-h-h-h.

Ella lo emitió regocijada:

¡Ah-h-h-h!

Luego, levantó la vista y miró curiosa el cielo. Los meteorólogos habían anunciado que haría un día claro. ¿Sería posible que las tormentas se presentaran de repente sobre Erythro? ¿Soplaría el viento hasta hacerse incómodo? ¿Navegarían nubes por el cielo y comenzaría a caer la lluvia antes de que ella regresara a la Cúpula?

Eso era tonto, tan tonto como los meteoritos. Desde luego, en Erythro llovía; pero en ese momento había sólo unas cuantas nubes etéreas y vaporosas allá en lo alto. Se movían con pereza sobre el cielo limpio y oscuro. No parecían anunciar una tormenta.

Ah-h-h-h, susurró el viento, ah-h-h-h ay-y-y-y.

Fue un sonido doble, y Marlene frunció el ceño ¿Qué podría producir semejante sonido? No lo haría el viento, sin duda. Para ello tendría que pasar por alguna obstrucción y silbar al hacerlo. Pero por allí no se veía nada parecido.

Ah-h-h-h ay-y-y-y uh-h-h-h.

Ahora el sonido fue triple, con el acento en la segunda emisión.

Marlene miró a su alrededor, extrañada. No pudo constatar de donde provenía. Para hacer ese sonido, algo tenía que vibrar pero ella no vio nada, no sintió nada.

Erythro parecía vacío y silencioso. No pudo hacer sonido alguno.

Ah-h-h-h ay-y-y-y uh-h-h-h.

Otra vez. Más claro que antes. Fue como si estuviera dentro de su propia cabeza y, al pensarlo, le pareció que el corazón se le encogía y se estremeció. Sintió que se le ponía la carne de gallina en los brazos; no necesitó mirarlos.

No podía haber nada malo en su cabeza. ¡Nada!

Aguardó expectante a oírlo otra vez, y le llegó. Más fuerte. Todavía más claro. De repente, hubo un tono de autoridad en él, como si estuviera practicando y mejorando por momentos.

¿Practicando? ¿Practicando el qué?

Y de manera involuntaria, por completo involuntaria pensó: Parece como si alguien que no puede pronunciar las consonantes, quisiera decir mi nombre.

Como si su pensamiento hubiese sido una señal, o hubiese desencadenado otro espasmo de poder, o hubiera quizás agudizado su imaginación, oyó decir…

Mah-h-h ley-y-y nuh-h-h.

Maquinalmente, sin saber lo que estaba haciendo, alzó ambas manos y se tapó los oídos.

Sin emitir sonido alguno, pensó: Marlene.

Y entonces llegó el sonido, remedándola:

Mah r-ley-nuh.

Luego se repitió, casi con soltura, casi con naturalidad:

Marlene.

Ella se estremeció y reconoció la voz. Era Aurinel, Aurinel de Rotor, a quien no había visto desde aquel día que ella le dijo que la Tierra sería destruida. Desde entonces había pensado pocas veces en él.. pero siempre con dolor cuando lo hacía.

¿Por qué estaba oyendo su voz en un lugar donde él no estaba presente? ¿Por qué oía una voz donde no había nada?

Marlene.

Entonces Marlene se rindió. ¡Era la plaga de Erythro, la que ella dio por seguro que no la tocaría!

Corrió a ciegas hacia la Cúpula sin detenerse a pensar dónde se hallaba.

No supo que estaba gritando.


67

Ellos la llevaron adentro. Percibieron su inesperada llegada a la carrera. Dos centinelas con traje «E» y casco salieron al instante y la localizaron por sus gritos.

Pero los gritos cesaron antes de que la alcanzaran. La carrera se aminoró y cesó también. Y eso ocurrió antes de que ella pareciera darse cuenta de que se le acercaban.

Cuando los dos llegaron a su altura, Marlene los miró y les sorprendió preguntando:

¿Sucede algo?

Ninguno contestó. Una mano se alargó para cogerla del codo, y ella la apartó de un manotazo.

No me toque dijo.. Iré a la Cúpula si es eso lo que quieren; pero puedo caminar.

Y Marlene caminó muy tranquila entre ambos. Se mostró muy segura de sí misma.


68

Eugenia Insigna, con labios resecos y pálidos, se esforzó por no parecer enloquecida.

¿Qué sucedió ahí fuera, Marlene?

— Nada. Nada de nada- contestó la muchacha.

Sus ojos oscuros parecían desmesurados e insondables.

— No digas eso. Estabas corriendo y gritando.

— Quizá lo haya hecho; pero sólo durante un rato, un rato muy breve. Escucha, todo estaba tan callado que al cabo de cierto tiempo me sentí como si estuviera sorda. Sólo silencio, imagínate. Así que di una patada, y corrí sólo para oír el ruido, y grité…

— ¿Sólo para oír el ruido que hacías? — inquirió Insigna frunciendo el entrecejo.

— Sí, madre.

— ¿Esperas que me lo crea, Marlene? Porque no es así. Nosotros percibimos los gritos, y no eran gritos para hacer ruido. Eran gritos de terror. Algo te asustó.

— Ya te lo he dicho. El silencio La posible sordera.

Insigna se volvió hacia la D'Aubisson.

.¿Es posible, doctora, que si una persona no oye nada, nada en absoluto, y está habituada a oír cosas sin cesar, llegue a imaginar que sus oídos perciben algo de manera que pueda considerar útil ese sentido?

La D'Aubisson hizo una sonrisa forzada.

— Una forma pintoresca de exponerlo; pero es cierto que la privación sensorial puede producir alucinaciones.

— Eso me perturbó, supongo manifestó Marlene.. Pero después de oír mi propia voz y mis propias pisadas me tranquilicé. Preguntad a los dos centinelas que vinieron a recogerme. Yo estaba absolutamente tranquila cuando ellos llegaron, y les seguí hasta la Cúpula sin complicaciones. Pregúntales, tío Siever.

Genarr asintió.

— Ya me lo han contado. Además, nosotros vimos lo que sucedía. Entonces todo está bien. Se acabó.

— No se acabó, ni mucho menos dijo Insigna con rostro todavía pálido… de espanto, o de cólera; o de ambas cosas.. Ella no saldrá más. El experimento ha concluido.

— ¡No, madre! exclamó agraviada Marlene.

La D'Aubisson alzó la voz como queriendo prevenir un violento encontronazo de voluntades entre madre e hija.

— El experimento no ha concluido, doctora Insigna. No se trata de que ella salga o no. Todavía tenemos que examinar las consecuencias de lo sucedido.

— ¿Qué quiere decir? preguntó enérgica Insigna.

— Quiero decir que está muy bien hablar de voces imaginarias porque el oído no está acostumbrado al silencio; pero sin duda puede haber otra razón para imaginar voces. Es el principio de cierta inestabilidad mental.

Insigna quedó pasmada.

— ¿Se refiere a la plaga de Erythro? inquirió con voz sonora Marlene.

— No tiene por qué ser eso contestó la D'Aubisson.. No tenemos ninguna prueba evidente; sólo existe una posibilidad. Así que necesitamos otra exploración de cerebro. Es por tu propio bien.

Marlene miró con ojos inquisitivos a la D'Aubisson. Luego dijo:

— Usted espera que yo tenga la plaga. Usted quiere que yo tenga la plaga.

La D'Aubisson se puso tiesa y su voz se quebró.

— Eso es ridículo. ¿Cómo te atreves a decir semejante cosa?

Pero ahora fue Genarr quien miró con fijeza a la D'Aubisson mientras le decía:

— Escucha, Ranay, hemos discutido ya esta cuestión insignificante sobre Marlene, y si ella dice que quieres que tenga la plaga es porque debes haberte delatado de alguna forma. Es decir, suponiendo que Marlene sea seria y no lo diga sólo por miedo o cólera.

— Lo he dicho en serio insistió Marlene.. Ella estaba casi burbujeando de gozosa expectación.

— Bien, Ranay- dijo Genarr con creciente frialdad.. ¿Es cierto eso?

— Veo lo que quiere decir la chica dijo la D'Aubisson frunciendo el ceño.. Hace años que no estudio un caso reciente de plaga. Y cuando lo hacía, cuando la Cúpula era primitiva, pues acababa de ser montada, yo no tenía virtualmente, ningún medio apropiado para estudiarlo. Desde el punto de vista profesional, yo acogería encantada la oportunidad de hacer un estudio exhaustivo de un caso de plaga empleando técnicas e instrumental modernos para descubrir, quizá la verdadera causa, la verdadera curación y la verdadera prevención. Eso es motivo suficiente para sentir emoción, sí. Es una emoción profesional que esta jovencita, incapaz de leer el pensamiento y sin la menor experiencia en tales cosas, interpreta como regocijo. No es nada simple.

— Puede no ser simple dijo Marlene, pero si malévolo. Y ahí no me confundo.

— Pues te confundes. La exploración de cerebro debe hacerse y se hará.

— No dijo casi gritando Marlene.. Usted tendrá que hacérmela a la fuerza o darme sedante, y entonces no será válida.

Insigna dijo con voz trémula:

— No quiero que se haga nada contra su voluntad.

— Esto es algo que va más allá de lo que ella quiera o deje de querer… empezó a decir la D'Aubisson, pero se interrumpió y retrocedió dos pasos llevándose la mano al abdomen.

— ¿Qué le sucede? preguntó al punto Genarr.

Entonces, sin esperar una respuesta y dejando que Insigna condujera a la D'Aubisson hasta el sofá más próximo y le ayudara a sentarse, se volvió hacia Marlene y le pidió apremiante:

— Da tu aprobación a ese test, Marlene.

— No quiero. Ella dirá que tengo la plaga.

— No lo haré. Te lo garantizo. A menos que la tengas de verdad.

— No la tengo.

— Estoy seguro de que no, y la exploración de cerebro lo demostrará. Confía en mí, Marlene. Por favor.

— Marlene miró de Genarr a la D'Aubisson y luego a la inversa.

— ¿Y podré ir otra vez a Erythro?

— Claro que sí. Siempre que lo desees. Si estás normal… y tú tienes la seguridad de estar normal, ¿no es verdad?

— Tengo una seguridad total.

— Entonces la exploración de cerebro lo demostrará.

— Sí, pero ella dirá que no puedo salir otra vez.

— ¿Tu madre?

— Y la doctora.

— No se atreverán a detenerte. Ahora di sólo que permitirás la exploración de cerebro.

— Está bien. Puede hacerla.

Ranay D'Aubisson hizo un esfuerzo para levantarse.


69

La D'Aubisson realizó un análisis concienzudo de la exploración de cerebro mientras Siever Genarr observaba.

— ¡Curioso gráfico! masculló la D'Aubisson.

— Eso ya lo sabíamos le recordó Genarr.. La cuestión es saber si no hay cambios.

— Ninguno- informó la D'Aubisson.

— Pareces decepcionada.

— No empieces otra vez con eso, comandante. Hay cierta decepción profesional. Me gustaría estudiar la situación.

— ¿Cómo te sientes?

— Ya te lo he explicado.

— Quiero decir físicamente. Fue muy raro el colapso que sufriste ayer.

— No fue un colapso Fue una tensión nerviosa. No estoy acostumbrada a que me acusen de querer que alguien padezca una enfermedad grave…

— ¿Qué sucedió? ¿Una alteración de indigestión?

— Podría ser. Dolores abdominales, en cualquier casa Y vértigo.

— ¿Te ocurre a menudo, Ranay?

— No- respondió con aspereza la doctora.. Ni tan poco se me acusa a menudo de conducta poco profesional.

— Sólo una excitable jovencita. ¿Por qué te lo tomaste tan en serio?

— ¿Te importa que cambiemos de tema? Ella no acusa ninguna señal de cambio en la exploración del cerebro Si era normal antes, sigue siéndolo ahora.

— En tal caso ¿cuál es tu opinión profesional? ¿Puede continuar explorando Erythro?

— Puesto que, al parecer, no ha resultado afectada, no tengo ningún motivo para prohibírselo.

— ¿Y estás dispuesta a ir todavía más allá y enviarla fuera?

La actitud de la D'Aubisson se hizo aún más hostil.

— Tú sabes que he ido a ver al comisario Pitt.

Aquello no sonó como una pregunta.

— Sí, lo sé- respondió con mucha calma Genarr.

— Él me pidió que dirigiera un nuevo proyecto concebido para estudiar la plaga Erythro. Y se concederá una generosa asignación a ese estudio.

— Creo que es una buena idea y que eres la persona idónea para dirigir tal estudio.

— Gracias. Sin embargo, él no me nombró comandante en tu lugar. Por consiguiente, te corresponde decidir, comandante, si Marlene Fisher puede ser autorizada para salir a Erythro. Yo me limitaré a hacerle una exploración si presenta signos de anormalidad.

— Me propongo dar permiso a Marlene para explorar libremente Erythro siempre que lo desee. ¿Me prestas tu apoyo en eso?

— Ya que te he dado mi opinión médica y, por tanto, sabes que ella no tiene la plaga, no haré nada para detenerte. Pero la orden para hacerlo así deberá ser tuya exclusivamente. Si se ha de poner por escrito algo, deberás firmarlo tú.

— No intentarás detenerme, ¿eh?

— No tengo ningún motivo para hacerlo.


70

La cena dio fin y una música suave se dejó oír al fondo. Siever Genarr, que había tenido buen cuidado en hablar de otras cosas a una inquieta Eugenia Insigna, dijo:

— Esas palabras son de Ranay D'Aubisson, pero la fuerza que hay tras ellas es de Janus Pitt.

La intranquilidad de Insigna aumentó.

— ¿Lo crees de verdad?

— Sí. Y también deberías creerlo tú. Conoces mejor que yo a Janus, supongo. ¡Lástima! Ranay es una doctora competente, tiene una mente profunda y es buena persona; pero también ambiciosa… como lo somos todas de una forma o de otra… Por tanto, se la puede corromper. Verdaderamente, quiere pasar a la historia como la persona que erradicó la plaga de Erythro.

— ¿Y para lograrlo haría correr riesgos a Marlene?

— No se prestaría a ello en el sentido de que quiera hacerlo o lo ansíe, sino en el sentido de… bueno, si no queda otro recurso.

— Pero tiene que haber otros recursos. Enviar a Marlene contra el peligro, como un procedimiento experimental, es monstruoso.

— No desde su punto de vista, y ciertamente no desde el de Pitt. Se dará por bien perdida una mente si ello sirve para rescatar un mundo y hacerlo habitable para millones de seres humanos. Es una forma despiadada de verlo; sin embargo, las generaciones futuras podrían hacer una heroína de la Ranay por haber sido despiadada, y convenir con ella en que vale la pena perder una mente o mil… si así se requiere.

— Claro, y si no son sus propias mentes.

Desde luego. A lo largo de la historia, los seres humanos han estado dispuestos a hacer sacrificios a expensas de otras personas. Pitt lo haría. ¿O no lo crees?

— De Pitt sí lo creo respondió enérgica Insigna.. ¡Y pensar que he trabajado con él durante todos estos años!

— Entonces sabrás que él le daría a esto un sentido muy moralista. «El mayor bien para el mayor número», diría. Ranay reconoce haber hablado con él en su reciente visita a Rotor, y Pitt se lo dijo así con unas palabras o con otras; estoy tan seguro de ello como de que ocupo esta butaca.

Insigna dijo con amargura:

— ¿Y qué diría si Marlene se expusiera y resultara destruida… y sin embargo la plaga quedara sin conocerse? ¿Qué diría él si la vida de mi hija quedase reducida, inútilmente, a la vacuidad? ¿Y qué diría la doctora D'Aubisson?

— La doctora lo lamentaría. Estoy seguro de eso.

.¿Porque no sería acreedora al mérito de haber hallado el método de curación?

— Desde luego, pero lo lamentaría también por Marlene… y me atrevo a decir que se sentiría culpable. Ella no es un monstruo. En cuanto a Pitt…

— Él es un monstruo.

— Yo no diría tanto; pero tiene una visión de túnel. Ve sólo su plan para el futuro de Rotor. Si algo se tuerce, desde nuestro punto de vista, él se dirá sin duda que Marlene habría trastocado sus planes. En cualquier caso, considerará que todo ha sucedido para bien de Rotor. Y no pesará mucho en su conciencia.

Insigna meneó despacio la cabeza.

— ¡Cuanto me gustaría que nos hubiésemos equivocado, que ni Pitt ni la doctora D'Aubisson fuesen culpables de semejante cosa!

— A mí también me gustaría, pero confío en Marlene y en su perspicacia para traducir el lenguaje del cuerpo. Ella dijo que a Ranay le encantaba la posibilidad de tener una oportunidad para estudiar la plaga. Acepto el juicio de Marlene sobre esto.

— La doctora D'Aubisson dijo sentirse feliz por razones profesionales- le recordó Insigna.. A decir verdad, me lo creo en cierto modo. Después de todo yo soy también una científica.

— ¡Vaya si lo eres! — exclamó Genarr-, y una sonrisa llenó de arrugas su rostro campechano.. Estuviste dispuesta a abandonar el Sistema Solar y emprender un viaje problemático a través de los años luz para adquirir conocimientos astronómicos, a sabiendas de que todo ello podría concluir con la muerte de todas las personas a bordo de Rotor.

— Me parece que había muy pocas probabilidades de eso.

— Las suficientes para hacer correr riesgos a tu hija de un año. Debías haberla dejado con tu hogareño marido para asegurarte de que estaba a salvo, aunque ello hubiese significado no verla nunca más. En lugar de eso arriesgaste su vida, no sólo por el mayor beneficio de Rotor, sino también el mayor beneficio tuyo.

— Cállate, Siever. Eso es muy cruel.

— Sólo pretendo demostrarte que, si se tiene suficiente ingenio, se puede ver casi todo desde dos puntos de mira opuestos. Sí, la D'Aubisson llama placer profesional el poder estudiar la dolencia; pero Marlene dice que la doctora es malévola, y una vez más confío en las palabras elegidas por Marlene.

— La boca de Insigna se curvó hacia abajo por las comisuras de los labios.

— Entonces supongo que ella quiere ver otra vez a Marlene fuera, en Erythro.

— Sospecho que sí; pero es lo bastante cauta para insistir en que yo dé la orden y además la ponga por escrito. Quiere asegurarse de que sea yo y no ella quien resulte culpable si algo sale mal. Está empezando a pensar como Pitt. Nuestro amigo Janus es contagioso.

— En tal caso, Siever, no debes enviar fuera a Marlene. ¿Por qué hacerle el juego a Pitt?

— Al contrario, Eugenia. Esto no es nada simple. Debemos enviarla fuera.

— ¡Cómo!

— No hay elección posible, Eugenia. Y tampoco hay peligro para ella. Fíjate, ahora creo que tenías razón cuando sugeriste que alguna forma de vida impregnaba el planeta y podía ejercer cierto poder sobre nosotros. También señalaste que yo resulté afectado, y asimismo tú y el centinela cuando nos opusimos de un modo o de otro a Marlene. Y vi claramente que lo mismo le sucedió a Ranay. Cuando Ranay intentó imponer la exploración de cerebro a Marlene, se encogió de dolor. Y cuando convencí a Marlene de que aceptara la exploración de cerebro, Ranay se recuperó al instante.

— Pues bien, ahí lo tienes, Siever. Si hay una forma de vida maligna en el planeta…

— Un momento, Eugenia. Yo no he dicho que tenga que ser maligna. Aunque esa forma de vida, sea lo que sea, originara la plaga, según habías sugerido tú, ahora se ha detenido.

— Dijiste que eso era porque parecíamos conformarnos con permanecer dentro de la Cúpula; pero si la forma de vida fuera de verdad maligna, nos habría borrado del mapa y no habría accedido a lo que me parece haber sido un compromiso civilizado.

— No creo que sea seguro enjuiciar las acciones de una forma de vida totalmente extraña e inferir de eso sus emociones o intenciones. Lo que la mueva puede estar al margen de nuestro entendimiento.

— Conforme, Eugenia, pero no está haciendo daño a Marlene. Todo cuanto ha hecho sirvió para protegerla, para escudarla contra las interferencias.

— Si es así, ¿por qué se asustó ella, por qué empezó a correr gritando hacia la Cúpula? No creo ni por un instante ese cuento suyo de que el silencio la puso nerviosa, lo cual la indujo a hacer algún ruido para romperlo.

— Eso es difícil de creer. Ahora bien, la cuestión es que el pánico acabó pronto. Cuando sus presuntos salvadores la alcanzaron, ella no pudo mostrarse más normal. A mi juicio, algo que la forma de vida hizo, asustó a Marlene… me imagino que esa forma de vida tiene pocas probabilidades de entender nuestras emociones como nosotros las suyas… Pero, al ver lo que había causado, procedió a tranquilizarla. Eso explicaría lo sucedido y demostraría una vez más la naturaleza humana de esa forma de vida.

Insigna frunció el ceño.

— Lo malo de ti, Siever, es esa terrible tendencia a pensar bien de todo el mundo.. y de toda cosa. No me fío de tu interpretación.

— Te fíes o no, comprenderás que no podemos oponernos a Marlene. No sé qué quiere hacer; pero ella lo hará venciendo toda oposición, gimiendo de dolor o medio inconsciente si fuera necesario.

— ¿Pero qué es esa forma de vida?

— No lo sé, Eugenia.

— Y lo que más me asusta ahora es esto: ¿qué quiere de Marlene?

Genarr movió la cabeza.

— Tampoco lo sé, Eugenia.

Se miraron impotentes.

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