Había épocas en que Janus Pitt encontraba algún rato libre una vez al cabo de cierto tiempo, o una vez al cabo de demasiado tiempo le parecía a él, para respaldarse en su butaca, solo y silencioso, y dar descanso a la mente.
Eran momentos en los que no había órdenes por dar, ni información que absorber, ni decisiones inmediatas que tomar, ni granjas por visitar, ni fábricas por inspeccionar, ni regiones del espacio por penetrar, ni nadie a quien ver, ni nadie a quien escuchar, ni nadie a quien combatir, ni nadie a quien alentar…
Y siempre que se presentaban tales ocasiones, Pitt se permitía el lujo superlativo menos extinguible: compadecerse a sí mismo.
No era que él quisiera nada diferente de lo existente. Había proyectado para toda su vida adulta ser comisario por creer que nadie podía gobernar Rotor como él; ahora que era comisario, seguía pensando lo mismo.
¿Pero por qué no podía encontrar entre todos los insensatos de Rotor uno cuya vista alcanzara tanto como la suya? Habían transcurrido catorce años desde la Partida y no había todavía nadie que pudiera ver lo inevitable; ni siquiera después de sus prolijas explicaciones.
Allá en el Sistema Solar, alguien desarrollaría, más bien temprano que tarde, la hiperasistencia tal como lo habían hecho los hiperespacialistas de Rotor… y quizás incluso de forma más alambicada. Algún día la Humanidad trasladaría sus millones y billones de personas a sus centenares y millares de Establecimientos para colonizar la Galaxia; y ésa sería una época brutal.
Sí, la Galaxia era inmensa. ¡Cuántas veces no habría oído él eso! Y por añadidura había otras galaxias. Pero la Humanidad no se expandiría de manera uniforme. Siempre habría algunos sistemas estelares que, por cualquier razón, serían mejores que otros y, en consecuencia, se lucharía por ellos. Si hubiese diez confluirían en uno de los sistemas estelares, y sólo uno.
Tarde o temprano, ellos descubrirían Némesis y los colonizadores aparecerían… ¿Cómo sobreviviría entonces Rotor?
Sólo si Rotor ganase la mayor cantidad de tiempo posible, crease una civilización sólida y se expandiera de forma razonable. Si tuviesen el tiempo suficiente, podrían asentarse en un grupo de estrellas. De lo contrario, Némesis no bastaría por sí sola… Había que hacerla inexpugnable.
Pitt no soñaba con conquistas universales ni de ninguna otra clase. Lo único que quería era una isla de tranquilidad y seguridad para sobrellevar los días en que la Galaxia se incendiase y sumiera en el caos como resultado de las ambiciones conflictivas.
Pero sólo él lo veía así. Sólo él soportaba el peso de lo insoslayable. Tal vez viviera otros veinticinco años y pudiera conservar el poder durante ese tiempo, bien fuera como comisario o como estadista veterano, cuya palabra fuese decisiva. Sin embargo, moriría cuando llegase la hora, y entonces ¿a quién podría transmitir su clarividencia?
Pitt sintió un arrebato de compasión por sí mismo. Había laborado durante muchos años, laboraría muchos más y, no obstante, nadie lo apreciaba… de verdad. De cualquier forma, todo llegaría a su fin y la Idea se asfixiaría en el océano de la mediocridad cuyas olas lamían sin cesar los tobillos de los pocos que podían ver más allá de los años.
Catorce años desde la Partida y ¿cuándo se había podido sentir discretamente confiado? Se iba a dormir cada noche con el temor de que le despertase muy temprano la noticia de que otro Establecimiento había llegado allí… de que Némesis había sido descubierta.
Se pasaba cada día con una parte recóndita de él desinteresada de lo que indicaba la agenda, sólo tendiendo el oído por si escuchaba… las palabras fatales.
Catorce años y ellos seguían sin estar a salvo. Se había construido un Establecimiento adicional: Nuevo Rotor. Ya vivía gente en él; pero era un mundo nuevo, por supuesto. Olía aún a pintura como suele decirse. Otros tres Establecimientos estaban en diversas fases de construcción.
Muy pronto, o como máximo dentro de una década, aumentaría el número de Establecimientos en construcción, y todos recibirían la más antigua de las órdenes: ¡sed fecundos y multiplicaos!
Con el ejemplo de la Tierra ante su vista, con la certidumbre de que cada Establecimiento tenía una capacidad limitada, no para derrochar, la procreación había estado siempre bajo un control estricto en el espacio. Aquí, las necesidades inmutables de la aritmética se enfrentaban con la fuerza tal vez irresistible del instinto, y la inmovilidad triunfaba. Pero al aumentar el número de Establecimientos, llegaría un momento en que se necesitaría más gente, mucha más, y se podría dar rienda suelta al impulso de producirla.
Ello tendría carácter temporal, por supuesto. Por muchos Establecimientos que hubiera, se podrían llenar sin esfuerzo con una población que duplicara fácilmente su número cada treinta y cinco años o menos. Y cuando el ritmo de la formación de Establecimientos sobrepasara su punto de inflexión y empezara a disminuir, sería mucho más difícil hacer entrar al genio en su redoma que sacarlo de ella.
¿Quién sería capaz de prever semejante cosa y se prepararía para afrontarla una vez hubiese desaparecido él?
Y también estaba Erythro, el planeta alrededor del cual giraba Rotor, de tal forma que la inmensa Megas y la rojiza Némesis salían y se ponían siguiendo un intrincado esquema. ¡Erythro! Esto había sido un interrogante desde el principio.
Pitt recordaba bien los primeros días de su entrada en el sistema nemesiano. La limitada complicación de la familia planetaria de Némesis se había revelado lentamente a medida que Rotor corría al encuentro de la estrella enana roja.
Megas había sido descubierta a una distancia de cuatro millones de kilómetros de Némesis, sólo quince veces inferior a la distancia entre Mercurio y el Sol del Sistema Solar. Megas recibía más o menos la misma cantidad de energía que la Tierra de su Sol, pero con una intensidad menor de luz visible y una intensidad mayor de infrarrojos.
Sin embargo, Megas no era habitable, como se percibía incluso a primera vista. Un gigante gaseiforme con una cara mirando siempre a Némesis. Tanto su rotación como su revolución duraban veinte días. La noche perpetua en una mitad de Megas la enfriaba sólo de forma moderada ya que su propio calor interno llegaba hasta la superficie. El día perpetuo en la otra mitad era de una masa mayor y un radio menor que los de Júpiter y cuarenta veces la de la Tierra.
Némesis no tenía ningún otro planeta importante.
Pero cuando Rotor se le acercó más y pudo ver con claridad creciente a Megas, la situación se alteró de nuevo.
Fue Eugenia Insigna quien participó la noticia a Pitt, aunque el descubrimiento no fuera suyo. Éste había aparecido en las fotografías ampliadas por la computadora y fue puesto en conocimiento de Eugenia como astrónomo jefe. Ella había corrido muy agitada a la cámara del comisario para hacérselo saber a Pitt.
Empezó hablando con naturalidad, y mantuvo un tono mesurado aunque algo tembloroso por la emoción.
— Megas tiene un satélite — dijo.
Pitt enarcó un poco las cejas; pero se limitó a contestar:
—¿Acaso no era de esperar? Los gigantes gaseiformes del Sistema Solar tienen hasta una veintena de satélites.
— Desde luego, Janus; pero éste no es un satélite ordinario. Es grande.
Pitt continuó impasible.
— Júpiter tiene cuatro satélites grandes.
— Quiero decir grande de verdad, con tamaño y masa casi equiparable a los de la Tierra.
— Ya veo. Interesante.
— Más que eso. Mucho más que eso, Janus. Si ese satélite girase directamente alrededor de Némesis, el influjo de las mareas ocasionaría que sólo una cara mirase a Némesis, y entonces sería inhabitable. En lugar de eso sólo una cara mira a Megas, mucho más fría que Némesis. Por añadidura la órbita del satélite se inclina considerablemente hacia el ecuador de Megas. Esto significa que, en el cielo del satélite, Megas se deja ver sólo desde un hemisferio y se mueve hacia el Norte y hacia el Sur con un ciclo de más o menos un día, mientras que Némesis atraviesa el cielo saliendo y poniéndose también con un ciclo de un día. Un hemisferio tiene doce horas de oscuridad y doce de luz. El otro tiene lo mismo pero, durante su día, Némesis queda eclipsada con frecuencia media hora cada vez, con el enfriamiento compensado por el calor módico de Megas. Durante las horas oscuras en ese hemisferio, la oscuridad queda atemperada por la luz reflejada de Megas.
— Entonces el satélite tiene un cielo interesante. Fascinante para los astrónomos.
— No es sólo un solaz astronómico, Janus. Cabe la posibilidad de que el satélite tenga una temperatura uniforme en el sector derecho para los seres humanos. Puede ser un mundo habitable.
Pitt sonrió.
— Todavía más interesante. Sin embargo, tal vez no tenga nuestro tipo de luz ¿verdad? Insigna asintió.
— Eso es bastante posible. Tendrá un sol rojizo y un cielo oscuro porque no habrá luz de onda corta para difundir. Y presentará un paisaje rojizo, supongo yo.
— En ese caso, ya que tú bautizaste a Némesis y uno de los tuyos bautizó a Megas, me adjudicaré el privilegio de bautizar al satélite. Llamémosle Erythro, lo cual, si mal no recuerdo, está relacionado con la palabra griega que significa «rojo».
Bastante tiempo después, la noticia siguió siendo fehaciente. Se localizó un cinturón asteroidal más allá de la órbita del sistema Megas-Erythro, y esos asteroides resultaron ser a todas luces una fuente idónea de material para construir más Establecimientos.
Cuando se aproximaron a Erythro, la naturaleza de su habitabilidad apareció cada vez más favorable. Erythro apareció como un planeta de mar y tierra, si bien sus mares, a juzgar por las apreciaciones preliminares de su cubierta nubosa, divisada con la luz visible e infrarroja, parecieron menos profundos que los océanos terrestres, y las cordilleras, realmente impresionantes, fueron muy pocas. Fundándose en cálculos adicionales, Insigna aseguró que el clima general del planeta sería apropiado para la vida humana.
Y luego, cuando el vuelo de aproximación les llevó hasta una distancia desde la que se podía estudiar con precisión, por vía espectroscópica, la atmósfera de Erythro, Insigna le dijo:
— La atmósfera de Erythro es un poco más densa que la terrestre y contiene oxígeno libre, un dieciséis por ciento, más un cinco por ciento de argón y el resto nitrógeno. Habrá pequeñas cantidades de bióxido de carbono pero no las hemos detectado todavía… Lo importante es que se trata de una atmósfera respirable.
— Cada vez suena mejor — dijo Pitt—. ¿Quién pudo imaginarlo cuando localizamos a Némesis?
— Cada vez suena mejor para el biólogo. Pero quizá no sea tan bueno para Rotor en general. Un contenido apreciable de oxígeno libre en la atmósfera es un indicio seguro de vida.
—¿Vida? — exclamó Pitt sintiéndose momentáneamente estupefacto ante tal pensamiento.
— Vida — reiteró Insigna, sintiendo un placer aparentemente perverso al recalcar las posibilidades—. Y, si hay vida, posiblemente vida inteligente, quizás haya incluso una civilización desarrollada.
Lo que siguió fue una pesadilla para Pitt. No sólo hubo de vivir con la aprensión terrible de su propia gente terrestre persiguiéndole y alcanzándole, superior en número sin duda y, con mucha probabilidad, en tecnología, sino que ahora era acompañada por un temor todavía mayor. Ellos podrían estar aproximándose a una civilización antigua y avanzada, violando una civilización capaz de suprimirlos sin pensarlo dos veces, en un arrebato de fastidio, como suele ocurrirle al ser humano; podía aplastarlos como un mosquito que silba demasiado cerca del oído.
Mientras continuaban acercándose a Némesis, Pitt dijo a Insigna con aire de profunda preocupación:
—¿Es que la existencia de vida implica, verdaderamente, la necesidad de oxígeno?
— Es una inevitabilidad termodinámica, Janus. En un planeta similar a la Tierra… y por lo que sabemos Erythro lo es, el oxígeno libre no puede existir, tal como sucede en cualquier campo gravitatorio similar al terrestre, una roca queda suspendida por sí sola en el aire. Por lo pronto, si el oxígeno está presente en la atmósfera, se combinará de manera espontánea con otros elementos del suelo cediendo energía. Tan sólo seguiría existiendo en la atmósfera si algún proceso procurara energía y regenerara sin cesar el oxígeno libre.
— Eso lo entiendo, Eugenia, pero ¿por qué tiene que significar vida el proceso suministrador de energía?
— Porque en la Naturaleza no se ha encontrado jamás nada que haga ese trabajo, salvo la acción fotosintética de las plantas verdes que utilizaban la energía solar para liberar oxígeno.
— Cuando dices que «en la Naturaleza no se ha encontrado jamás nada», te refieres al Sistema Solar. Éste es otro sistema con un sol diferente y un planeta distinto en condiciones que no son las mismas. Tal vez las leyes de la termodinámica sean todavía válidas; pero ¿qué sucederá si hay algún proceso químico que no hemos encontrado en el Sistema Solar y que forma aquí el oxígeno?
— Si te gusta apostar — dijo Insigna—, no apuestes.
Lo que hacía falta eran pruebas, y Pitt hubo de esperar a que aparecieran esas pruebas.
Para comenzar, Némesis y Megas demostraron tener unos campos magnéticos debilísimos, lo cual no produjo apenas comentarios, pues así se había esperado ya que la estrella y el planeta giraban muy despacio. Erythro, con un período rotacional de veintitrés horas y dieciséis minutos (igual al período de su revolución alrededor de Megas), tenía un campo magnético similar en intensidad al terrestre.
Insigna manifestó su satisfacción.
— Al menos no necesitamos preocuparnos por los efectos peligrosos de la radiación desde campos magnéticos intensos. El viento estelar de Némesis es, a juzgar por todos los indicios, mucho menos intenso que el del Sol. Buena cosa, porque ello significa que podríamos detectar a cierta distancia la presencia o ausencia de vida en Erythro. Por lo menos vida tecnológica.
—¿Por qué llegas a esa conclusión? — inquirió Pitt.
— No es nada probable que la tecnología alcance un alto nivel sin un uso abundante de radioondas, una radiación que se difundiría en todas direcciones desde Erythro. Nosotros deberíamos saber diferenciar entre eso y una radiación de radioondas casuales desde el propio planeta, cuando tal radiación natural fuera menor, considerando que su campo magnético es débil.
— He estado pensando que eso puede ser innecesario — dijo Pitt—, que puede haber razones para creer que no exista vida en Erythro, a pesar de que tenga una atmósfera de oxígeno.
—¡Ah! Me gustaría saber cómo es posible hacer tal cosa.
— Lo he pensado mucho. ¡Escucha! ¿No dijiste que el influjo de las mareas retardan la rotación de Némesis, Megas y Erythro? ¿Y no dijiste que, de resultas, Megas se ha distanciado de Némesis y Erythro se ha distanciado de Megas?
— Sí.
— Por consiguiente, si volvemos la vista hacia el pasado, Megas habrá estado una vez más cerca de Némesis, y Erythro más cerca de Megas y también de Némesis. Eso significa que Erythro habrá estado demasiado caliente para tolerar la vida y sólo se ha hecho apto para ella en épocas recientes. Así pues, no puede haber transcurrido el tiempo suficiente para el desarrollo de una civilización tecnológica.
Insigna rió afable.
— Buena conjetura. Debo apreciar tu ingenio astronómico… Pero no es una hipótesis lo bastante buena. Las estrellas enanas rojas tienen larga vida y Némesis podría haberse formado en la primera juventud del universo… Digamos hace quince billones de años. Entonces, el influjo de las mareas habría sido muy poderoso al principio, cuando los cuerpos estaban más próximos, y el distanciamiento habría tenido lugar durante los primeros tres o cuatro billones de años. El influjo de la marea decrece como la tercera potencia de la distancia y, en los últimos diez billones de años o así, no habrá habido grandes cambios, y eso sería tiempo más que suficiente para crear varias civilizaciones tecnológicas, una tras otra. No, Janus, dejémonos de especulaciones. Esperemos y veamos si podemos detectar alguna radiación de radioondas.
Más cerca de Némesis
Ahora fue, a simple vista, un minúsculo orbe rojo pero, aunque borrosa, podía ser percibida sin dificultad. Por una cara Megas era visible como un punto rojizo. En el telescopio se mostraba como algo menos que media fase, lo cual resultaba del ángulo que formaba con Rotor y Némesis.
Ganó brillantez con el tiempo, e Insigna informó:
— Buena noticia para ti, Janus. No se ha detectado todavía ninguna radiación sospechosa de radioondas cuyo origen pueda ser tecnológico.
— Magnífico.
Pitt sintió que una oleada de alivio le inundaba como si fuera un calor físico.
— Ahora bien, no saltes de alegría — le advirtió Insigna—. Ellos podrían utilizar menos radiación de la que esperamos. Les sería muy fácil encubrirla. Incluso podrían emplear otra cosa en lugar de radioondas.
La boca de Pitt se frunció en una leve sonrisa.
—¿Sugieres eso en serio?
Insigna, insegura, se encogió de hombros.
— Porque si te gusta apostar — dijo Pitt—, no apuestes.
Más cerca todavía de Némesis
Ahora Erythro era a simple vista un orbe grande con una Megas hinchada cerca de él y Némesis al otro lado del Establecimiento. Rotor había ajustado su velocidad para mantener el paso con Erythro, el cual mostraba a través del telescopio nubes viajeras desarticuladas en las familiares formas espirales de un planeta con temperatura y atmósfera similares a las terrestres y, por consiguiente, se le debería suponer un clima parecido, por lo menos vagamente, al de la Tierra.
— No hay indicios de luz en la cara nocturna de Erythro — dijo Insigna—. Eso debería complacerte, Janus.
— La ausencia de luz no es acorde con una civilización tecnológica, supongo.
— Ciertamente, no.
— Entonces déjame jugar a abogado del diablo — propuso Pitt—. Una civilización con un sol rojo y una luna tenue, ¿no podría producir también una luz artificial tenue?
— Pudiera ser tenue en la región visible; pero Némesis es rica en el campo infrarrojo, y cabría esperar que la luz artificial fuera igualmente rica. Sin embargo, lo que detectamos de infrarrojo es planetario. Aparece con más o menos uniformidad sobre toda la superficie sólida, mientras que la luz artificial procediendo en abundancia de concentraciones de población, tendría focos dispersos por el resto.
— Entonces olvídalo, Eugenia — dijo muy ufano Pitt—. No hay civilización tecnológica. Tal vez eso haga menos interesante en cierto modo a Erythro, pero no puedes querer que nos enfrentemos con nuestros iguales, o tal vez nuestros superiores. Tendríamos que retirarnos e ir a otra parte, pero no tenemos ningún sitio adonde ir y, si lo tuviéramos, quizá no hubieran suficientes reservas de energía. Tal como están las cosas, podemos quedarnos.
— Hay todavía abundante oxígeno en la atmósfera y, por tanto, existe la certeza de que haya vida en Erythro. Sólo falta una civilización tecnológica. Eso significa que necesitamos bajar ahí y estudiar sus formas de vida.
—¿Para qué?
—¿Cómo puedes preguntarlo, Janus? Si encontramos otra muestra de vida ahí, independiente por completo de la vida desarrollada en la Tierra… ¡cuántos tesoros no habrá para nuestros biólogos!
— Ya veo. Estás hablando de curiosidad científica. Bien, las formas de vida no escaparán, supongo. Más adelante habrá tiempo suficiente para eso. Primero lo principal.
—¿Qué puede tener prioridad sobre el estudio de una forma inédita de vida?
— Sé razonable, Eugenia. Nosotros hemos de establecernos ahí. Debemos construir otros Establecimientos. Debemos crear una sociedad grande y bien ordenada, mucho más homogénea, capaz de entenderse a sí misma y más pacífica que todas las existentes en el Sistema Solar.
— Para eso necesitaremos reservas de material, lo que nos lleva otra vez a Erythro, donde nos será necesario estudiar las formas de vida…
— No, Eugenia. Posarse sobre Erythro y despegar otra vez zafándonos de su campo gravitatorio será demasiado costoso en el momento actual. La intensidad de los campos gravitatorios de Erythro y Megas… no olvides a Megas… es bastante grande incluso aquí en el espacio. Uno de los nuestros la calculó a petición mía. Tendremos un problema para obtener nuestras reservas incluso del cinturón asteroidal; pero, así y todo, eso será menos dificultoso que obtenerlas de Erythro. Si nos estacionamos en el cinturón asteroidal, las acciones serán incluso más efectivas con arreglo al precio. El cinturón asteroidal estará allá donde construyamos nuestros Establecimientos.
—¿Estás proponiendo que nos desentendamos de Erythro?
— Por algún tiempo, Eugenia. Cuando seamos fuertes, cuando nuestras reservas energéticas sean mucho mayores, cuando nuestra sociedad sea estable y crezca, tendremos tiempo suficiente para investigar las formas de vida de Erythro y, con toda probabilidad, su insólita química.
Pitt sonrió aplacador, comprensivo con Insigna. Sabía que debía aplazar todo lo posible la cuestión secundaria sobre Erythro. Si no contuviera ninguna sociedad tecnológica, sus otros recursos y formas de vida podrían esperar. Las hordas perseguidoras del Sistema Solar representaban el verdadero enemigo.
¿Por qué no veían los demás lo que era preciso hacer? ¿Por qué se perdían con tanta facilidad por caminos laterales e inútiles?
¿Cómo podía él exponerse a morir y dejar desprotegidos a esos insensatos?