DIECISEIS

Al principio Kralick se molestó ante la alteración del itinerario, que había sido cuidadosamente calculado; dijo que América del Sur se quedaría muy decepcionada al enterarse de que la llegada de Vornan iba a ser pospuesta. Pero los aspectos positivos del plan también estaban claros para él. Pensó que podría resultar útil situar a Vornan-19 en un ambiente distinto, lejos de las multitudes y las cámaras. Creo que le dio la bienvenida a una ocasión de escapar durante un tiempo a Vornan. Al final, acabó aprobando la propuesta.

Después llamé a Jack y Shirley.

Sentía ciertas vacilaciones ante la idea de soltarles encima a Vornan, aunque los dos me hubieran suplicado que consiguiera algún tipo de arreglo como éste. Jack anhelaba desesperadamente hablar con Vornan sobre la conversión energética total, aunque yo sabía que no conseguiría descubrir nada. Y Shirley… Shirley me había confesado que sentía una atracción física hacia el hombre del año 2999. Mis vacilaciones se debían a ella. Después me dije que fueran cuales fuesen los sentimientos de Shirley hacia Vornan, eran algo que la misma Shirley debía resolver…, y que si ocurría cualquier cosa entre ella y el visitnate sería tan sólo con el consentimiento y la bendición de Jack, en cuyo caso no tenía por qué sentirme responsable.

Cuando les dije lo que se había propuesto, los dos pensaron que estaba bromeando. Tuve que esforzarme para persuadirles de que realmente podía llevarles a Vornan. Al final decidieron creerme, y les vi intercambiar unas discretas miradas entre ellos. Después Jack dijo:

—¿Cuándo va a ser eso?

—Mañana, si estáis preparados.

—¿Por qué no? —dijo Shirley.

Examiné su rostro buscando alguna señal que traicionara su deseo. Pero no vi nada, aparte del nerviosismo y la excitación normales.

—¿Por qué no? —se mostró de acuerdo Jack—. Pero dime una cosa: ¿se verá invadido el lugar de periodistas y policías? Sería incapaz de aguantar eso.

—No —dije—. El paradero de Vornan será mantenido en secreto para la prensa. No habrá ni un solo hombre de los medios de comunicación a la vista. Y supongo que los caminos de acceso a vuestra casa estarán vigilados, por si acaso; pero nadie de seguridad os molestará. Me aseguraré de que se mantengan bien alejados.

—De acuerdo —dijo Jack—. Entonces, tráele.

Kralick hizo retrasar el viaje a Sudamérica y anunció que Vornan iría a un lugar cuya localización sería mantenida en secreto para pasar unas vacaciones privadas de longitud indeterminada. Dejamos filtrar el dato de que pasaría dichas vacaciones en una villa situada en algún lugar del océano índico. A la mañana siguiente, un aeroplano privado salió de Johannesburgo con destino hacia la isla de Mauricio, rodeado por gran despliegue de preparativos y seguridad. Eso bastó para que la prensa se confundiera y quedase desorientada. Un poco más tarde esa misma mañana Vornan y yo subimos a un pequeño reactor y cruzamos el Atlántico. Cambiamos de avión en Tampa, y nos encontramos en Tucson a primera hora de la tarde. Allí nos estaba esperando un coche. Le dije al chófer del Gobierno que se marchase y yo mismo me encargué de conducir hasta la casa de Jack y Shirley.

Sabía que Kralick había tendido una red de vigilancia en un radio de ochenta kilómetros alrededor de la casa, pero había accedido a no permitir que ninguno de sus hombres se aproximara más, a no ser que yo pidiese ayuda. Nadie nos molestaría.

Era una impecable tarde de finales de otoño, con el cielo límpido y brillante, libre de nubes, y su tensa superficie azul casi vibraba con tanta claridad. Las montañas parecían desacostumbradamente nítidas. Mientras conducía, percibí el ocasional destello dorado de un helicóptero del Gobierno en las alturas. Estaban vigilándonos desde lejos.

Cuando llegamos, Shirley y Jack se encontraban esperándonos delante de la casa. Jack vestía una camisa vieja y unos tejanos algo desteñidos; Shirley llevaba unos pantalones cortos y una camiseta. No les había visto desde la primavera, y sólo había hablado con ellos unas cuantas veces. Me dio la impresión de que las tensiones que había observado en ellos durante la primavera habían seguido erosionándoles durante los meses siguientes. Los dos parecían tensos, nerviosos, encogidos sobre sí mismos, en una forma que no podía ser atribuida totalmente a la llegada de su famoso invitado.

—Éste es Vornan-19 —dije—. Jack Bryant, Shirley.

—Es un gran placer —dijo Vornan gravemente.

No ofreció su mano, pero se inclinó de una forma casi japonesa, primero ante Jack y luego ante Shirley. A esto siguió un incómodo silencio. Nos quedamos inmóviles, mirándonos los unos a los otros bajo el fuerte sol. Shirley y Jack se comportaban casi igual que si nunca hubieran creído en la existencia de Vornan hasta este momento; parecían considerarle como a un personaje de ficción que había sido inesperadamente traído a la existencia por un conjuro. Jack tenía los labios apretados con tal fuerza que le latían las mejillas. Shirley, sin apartar nunca los ojos de Vornan, se mecía hacia atrás y hacia delante sobre los dedos de sus pies descalzos. Vornan, tranquilo y afable, estudió la casa, lo que la rodeaba y a sus ocupantes con una fría curiosidad.

—Permita que le enseñe su habitación —logró farfullar Shirley.

Cogí el equipaje: una maleta para Vornan y otra para mí. La mía estaba casi vacía, no conteniendo más que unas cuantas mudas de ropa; pero tuve que hacer un esfuerzo para levantar la de Vornan. Había venido a este mundo desnudo, pero había acumulado una buena cantidad de objetos durante sus viajes: ropa, recuerdos, toda una miscelánea de cosas escogidas al azar. Llevé el equipaje al interior de la casa. Shirley le había dado a Vornan la habitación que normalmente ocupaba yo, y un cuarto cercano al solano -que se usaba para guardar trastos- había sido convertido apresuradamente en una habitación auxiliar de invitados para mí. Me pareció bastante adecuado. Deposité su maleta en el cuarto y le dejé con Shirley para que le instruyera en el uso de las instalaciones de la casa. Jack me llevó a mi habitación.

—Jack, quiero que comprendas que a esta visita se le puede poner fin en cualquier momento —dije—. Si Vornan llega a ser demasiado para vosotros, no tienes más que decirlo y nos marcharemos. No quiero que su presencia te cause ningún problema.

—Muy bien. Creo que esto va a ser interesante, Leo.

—Sin duda. Pero también puede ser agotador.

Sonrió con cierta melancolía.

—¿Tendré una oportunidad de hablar con él?

—Por supuesto.

—Ya sabes sobre qué.

—Sí. Habla cuanto quieras. No habrá mucho más que hacer. Pero eso no te llevará a ninguna parte, Jack.

—Al menos puedo intentarlo… —y, en voz baja, añadió—: Es menos alto de lo que pensaba. Pero resulta impresionante. Muy impresionante. Tiene una especie de poder natural para dominar, ¿verdad?

—Napoleón era bajito —le recordé—. Y Hitler también.

—¿Sabe eso Vornan?

—No parece haber estudiado demasiada historia —dije, y ambos nos reímos.

Un poco después, Shirley salió de la habitación de Vornan y se topó conmigo en el pasillo. Creo que no esperaba encontrarme allí, pues tuve un fugaz atisbo de su rostro y ahora se había quitado por completo la máscara que llevaba delante de los demás. Sus ojos, sus fosas nasales, sus labios… todo revelaba una feroz emoción y un remolino de conflictos. Me pregunté si Vornan había intentado algo en los cinco minutos que estuvieron juntos. Desde luego, lo que vi en el rostro de Shirley era puramente sexual, un deseo tan poderoso como la marea, que asomaba a la superficie. Un instante después comprendió que la estaba mirando, y la máscara volvió a quedar rápidamente colocada en su sitio. Sonrió nerviosamente.

—Ya está instalado —dijo—. Me gusta, Leo. ¿Sabes una cosa? Esperaba que fuese frío e impresionante, una especie de robot. Pero es cortés y muy educado, un auténtico caballero a su propia y extraña manera…

—Sí. Sabe cómo hechizar a la gente, desde luego.

Unos delatores puntitos de color ardían en sus mejillas.

—¿Crees que cometimos un error al decir que podía venir aquí?

—¿Por qué iba a ser eso un error?

Se humedeció los labios.

—Es imposible saber lo que puede acabar sucediendo. Es hermoso, Leo. Es irresistible.

—¿Te dan miedo tus propios deseos?

—Tengo miedo de hacerle daño a Jack.

—Entonces, no hagas nada sin el consentimiento de Jack —dije, sintiéndome más que nunca como un tío—. Es así de sencillo. No te dejes llevar por tus impulsos.

—¿Y si lo hago, Leo? Cuando estaba en la habitación con él… le vi mirarme con un hambre tal…

—Mira así a todas las mujeres hermosas. Pero estoy seguro de que sabes cómo decir no, Shirley.

—No estoy segura de que quiera decir no.

Me encogí de hombros.

—¿Quieres que llame a Kralick y le diga que nos gustaría marcharnos?

—¡No!

—Entonces, me temo que deberás hacer de perro guardián de tu propia castidad. Eres adulta, Shirley. Deberías ser capaz de no acostarte con tu invitado si piensas que eso no resultaría prudente. Eso nunca ha sido un gran problema para ti con anterioridad.

Retrocedió, sorprendida ante lo intempestivo de mis últimas palabras. Su rostro volvió a cubrirse de escarlata bajo el profundo bronceado. Me miró como si nunca antes me hubiera visto con claridad. Mi estupidez hizo que me sintiera irritado conmigo mismo. En un instante había logrado rebajar y envilecer una relación que había durado una década. Pero el momento de tensión pasó. Shirley se relajó igual que si hubiera hecho una serie de ejercicios internos y, finalmente, con voz tranquila, me dijo:

—Tienes razón, Leo. Realmente, no será ningún problema.

La noche resultó sorprendentemente libre de tensiones. Shirley cocinó una cena magnífica, y Vornan no se mostró remiso en sus alabanzas; dijo que era la primera cena que tomaba en un hogar privado y que le había encantado. Después dimos un paseo bajo el crepúsculo. Jack caminaba junto a Vornan y yo iba con Shirley, pero nos mantuvimos bastante cerca los unos de los otros. Jack señaló una rata canguro que había emergido de su escondite un poco demasiado pronto, y la rata partió como loca dando saltos por el desierto. Vimos unas cuantas liebres y algunos lagartos. A Vornan siempre le asombraba que los animales salvajes pudieran estar sueltos. Luego volvimos a la casa para tomar una copa, y nos sentamos igual que cuatro viejos amigos, sin hablar de nada en particular. Vornan parecía haberse acomodado perfectamente a las personalidades de sus anfitriones. Empecé a pensar que me había estado preocupando sin razón.

La curiosa tranquilidad continuó durante unos cuantos días más. Dormíamos hasta muy tarde, explorábamos el desierto, nos tendíamos bajo el sol, gozando de unos agradables veinticinco grados de temperatura, hablábamos, comíamos, mirábamos las estrellas… Vornan no se mostraba muy exuberante, y obraba casi con algo parecido a la cautela. Sin embargo, hablaba de su propia época más de lo que era habitual en él. Señaló las estrellas e intentó describir las constelaciones que conocía, pero no logró encontrar ninguna, ni tan siquiera la Osa Mayor. Habló de los tabúes alimenticios, y del atrevimiento que supondría por su parte sentarse a una mesa con sus anfitriones en una situación paralela en el año 2999. Charló distraídamente sobre sus diez primeros meses entre nosotros, igual que un viajero cercano al final de su recorrido empieza a volver la vista hacia los placeres recordados.

Tomábamos muchas precauciones para no ver ningún programa de noticias cuando Vornan estaba presente. Yo no quería que se enterase de que en Sudamérica se habían producido disturbios por la decepción causada al retrasarse su visita, ni que una especie de histeria sobre Vornan estaba barriendo el mundo, y que en todas partes la gente se volvía hacia el visitante para hallar las respuestas a los enigmas del universo. En sus declaraciones del pasado, Vornan había dejado saber astutamente que con el tiempo acabaría proporcionando respuestas a todo; tal promesa parecía ser algo infinitamente negociable…, aunque de hecho, Vornan había creado más preguntas que dado respuestas. Era bueno tenerle aquí, aislado, lejos de los centros de control de los que tan fácil le resultaría apoderarse.

En la cuarta mañana de nuestra estancia despertamos para encontrarnos con un brillante sol. Desconecté los opacadores de mi ventana y descubrí que Vornan ya se hallaba en el solario. Estaba desnudo, confortablemente instalado en el abrazo de una telaraña hecha de espuma, dormitando bajo la brillante luz. Di unos golpecitos en la ventana. Vornan alzó los ojos, me vio y sonrió. Salí de la casa justo cuando se levantaba de la telaraña. Su esbelto y ágil cuerpo casi podría haber estado fabricado con alguna especie de sustancia plástica perfectamente lisa; en su piel no había ni la más mínima señal, y no tenía vello corporal en ninguna parte. No era ni musculoso ni flácido, y daba una impresión de fragilidad y potencia simultáneas. Sé que esto suena paradójico. También poseía una formidable virilidad.

—Aquí fuera hace un calor maravilloso, Leo —dijo—. Quítate las ropas y únete a mí.

No supe qué hacer. No le había hablado a Vornan del tranquilo y despreocupado nudismo de mis anteriores visitas a esta casa; y hasta el momento se habían observado cuidadosamente todas las normas de la decencia. Pero, naturalmente, Vornan no tenía tabúes sobre la desnudez; y ahora que había hecho el primer movimiento, Shirley se apresuró a imitarle. Apareció en el solario, vio a Vornan desnudo y que yo todavía vestía el pijama, sonrió y dijo:

—Sí, me parece estupendo. Tenía intención de sugerirlo ayer mismo; aquí no nos sentimos incomodados por nuestros cuerpos.

Y habiendo hecho esa declaración de liberalismo, se quitó la delgada túnica que había estado llevando y se tendió para gozar del sol. Vornan observó con una distante curiosidad que me sorprendió bastante, mientras Shirley revelaba su flexible y magníficamente dotado cuerpo. Parecía interesado, pero sólo en una forma teórica. Éste no era el visitante con hambre de lobo que yo conocía. Sin embargo, en Shirley se notaban las señales de una profunda incomodidad interior. El rubor llegaba casi hasta la base de su cuello. Sus movimientos eran exageradamente despreocupados. Sus ojos fueron con una expresión de culpabilidad hacia la ingle de Vornan durante un segundo, y luego se apartaron rápidamente. Sus pezones la traicionaron, alzándose en repentina excitación. Ella lo sabía, y se apresuró a rodar sobre sí misma para quedar tendida de espaldas, pero no antes de que yo me hubiera fijado en lo sucedido. Cuando Shirley, Jack y yo habíamos tomado baños de sol juntos, todo había sido tan inocente como en el Edén; pero el tensarse de aquellos dos pedacitos de tejido eréctil proclamaron sin ninguna clase de rodeos cuáles eran sus sentimientos al encontrarse desnuda frente a Vornan.

Jack apareció un poco después. Se hizo cargo de la situación con un rápido vistazo y un brillo de diversión en el rostro: Shirley acostada con las nalgas hacia arriba, Vornan sin nada encima y dormitando, yo recorriendo el solano de un lado a otro con paso inquieto.

—Un día precioso —dijo, un poco demasiado entusiásticamente. Llevaba pantalones cortos y no se los quitó—. ¿Hago el desayuno, Shirl?

Ni Shirley ni Vornan se molestaron en vestirse durante toda la mañana. Ella parecía decidida a lograr la misma informalidad que había distinguido mis visitas a ese lugar; y tras sus primeros instantes de confusión lo cierto es que consiguió calmarse y llegar a una aceptación más natural de la situación. Lo raro es que Vornan daba la impresión de ser totalmente indiferente a su cuerpo. Eso me resultó claro mucho antes de que Shirley lo comprendiera. Sus leves coqueterías, sus movimientos tan diestros como sutiles, doblando un hermoso muslo o hinchando su caja torácica para hacer que asomaran sus pechos…, todo eso le pasaba totalmente desapercibido a Vornan. Dado que, evidentemente, venía de una cultura donde la desnudez entre quienes eran casi desconocidos no tenía nada de notable, eso no resultaba demasiado extraño… salvo por el hecho de que la actitud de Vornan hacia las mujeres había sido considerablemente parecida a la de un predador durante los últimos meses, y era misterioso que de pronto mostrara una tan conspicua falta de respuesta a la belleza de Shirley.

Yo también acabé desnudándome. ¿Porqué no? Era cómodo, y estaba de moda. Pero descubrí que no podía relajarme.

En el pasado no había sido consciente de que tomar un baño de sol con Shirley generase ninguna tensión obvia dentro de mí. Pero ahora había momentos en los que a través de mi cuerpo rugía tal torrente de anhelo que llegaba a marearme, y me era preciso agarrarme a la barandilla del solario y apartar la mirada.

La conducta de Jack también era extraña. La desnudez era algo totalmente natural para él en este sitio, pero estuvo con los pantalones cortos durante todo un día y medio después de que Vornan nos hubiera impulsado a desnudarnos a los demás. Su gesto era casi desafiante: trabajaba en el jardín con los pantalones puestos, podando un arbusto que necesitaba ser recortado, con el sudor bajando a chorros por su ancha espalda y manchando el elástico de sus pantalones. Finalmente Shirley le preguntó por qué estaba siendo tan tímido.

—No lo sé —fue su extraña respuesta—. No me había dado cuenta.

Pero siguió con los pantalones puestos. Vornan alzó la vista y dijo:

—No será por mí, ¿verdad?

Jack se rió. Abrió el cierre de sus pantalones y se los quitó con una contorsión, dándonos castamente la espalda. Aunque después de aquello anduvo sin ponérselos, parecía sentirse profundamente incómodo.

Jack parecía cautivado por Vornan. Tenían largas y entusiásticas conversaciones mientras tomaban una copa; Vornan escuchaba con expresión pensativa, diciendo algo de vez en cuando, mientras que Jack iba soltando un torrente interminable de palabras. No presté mucha atención a esas discusiones. Hablaban de política, del viaje por el tiempo, de la conversión energética y de muchas otras cosas, con cada conversación transformándose rápidamente en un monólogo. Me preguntaba por qué Vornan mostraba tanta paciencia, pero, naturalmente, aquí no había gran cosa que hacer. Después de cierto tiempo acabé apartándome de ellos y me limité a tumbarme bajo el sol, descansando. Me di cuenta de que estaba terriblemente cansado. Este año me había exigido un formidable gasto de energía. Dormité. Me tosté al sol. Tragué frascos enteros de bebidas frías. Y dejé que la destrucción fuera envolviendo a mis amigos más queridos sin sentir ni remotamente la pauta de los acontecimientos.

Notaba el vago descontento que estaba acumulándose en Shirley. Tenía la impresión de que era ignorada y rechazada, e incluso yo podía comprender el porqué. Deseaba a Vornan. Y Vornan, que había impuesto su voluntad a tantas docenas de mujeres, la trataba con un respeto glacial. Igual que si hubiera abrazado con retraso la moralidad burguesa, Vornan se negaba a entrar en cualquiera de los gambitos de Shirley, retrocediendo con la fracción mínima de tacto precisa. ¿Le habría dicho alguien que no era de buena educación seducir a la esposa del anfitrión? En el pasado, sin embargo, las normas de buena conducta jamás le habían preocupado. Sólo podía atribuir su milagrosa exhibición de continencia actual a su innata veta de malicia traviesa. Llevaría una mujer a su cama por puro capricho juguetón —digamos que como hizo con Aster—, pero ahora le divertía rechazar a Shirley sencillamente porque era hermosa, iba desnuda y se hallaba obviamente disponible. Pensé que era un nuevo brote del viejo y diabólico Vornan, un deliberado gesto burlón de sacar la lengua.

Shirley estaba empezando casi a desesperarse por ello. Su torpeza me ofendía en mi calidad de testigo involuntario. La veía sentarse junto a Vornan para apretar la firmeza de su pecho en su espalda cuando fingía alargar la mano hacia la copa vacía de éste; la veía invitarle descaradamente con los ojos; la veía tenderse en posturas cuidadosamente lúbricas, las mismas que en el pasado siempre evitaba de forma instintiva. Nada de todo eso dio resultado. Quizá si hubiera entrado de noche en el dormitorio de Vornan y se hubiera lanzado sobre él habría logrado lo que deseaba, pero su orgullo no le permitía llegar tan lejos.

Y por esa razón empezó a irritarse, y dejó que la frustración la volviera descuidada. Su fea y estridente risita apareció de nuevo. Las observaciones que le hacía a Jack, a Vornan o a mí revelaban una hostilidad apenas escondida. Dejaba caer las cosas, y se le derramaban las bebidas. El efecto de todo aquello sobre mí era deprimente, pues también yo había mostrado mi tacto con Shirley, no sólo durante unos pocos días, sino a lo largo de toda una década; había resistido a la tentación, me había negado el placer prohibido de tomar a la esposa de mi amigo. Nunca se me había ofrecido de la forma en que ahora se ofrecía a Vornan. No me gustaba verla así, y tampoco hallaba placer en las ironías de la situación.

Jack era totalmente inconsciente del tormento de su esposa. Su fascinación con Vornan no le dejaba ninguna ocasión de observar lo que estaba sucediendo a su alrededor. En su aislamiento del desierto, no había tenido oportunidad de hacer nuevos amigos durante años enteros, y había tenido muy poco contacto con sus viejas amistades. Ahora se pegaba a Vornan exactamente igual que un chico solitario haría con algún extraño recién llegado a su manzana. Escojo este símil deliberadamente; había algo adolescente -o incluso preadolescente- en la rendición de Jack ante Vornan. Hablaba interminablemente, dibujándose a sí mismo contra el telón de fondo de su carrera en la Universidad, describiendo las razones de su retiro al desierto, incluso llevando a Vornan a ese despacho en el cual yo nunca había entrado, donde le mostró a su invitado el manuscrito secreto de su autobiografía. No importaba lo íntimo que fuese el tema, Jack hablaba libremente, igual que un niño sacando sus más preciados juguetes para exhibirlos. Estaba comprando la atención de Vornan con un esfuerzo frenético. Daba la impresión de considerar al visitante como un amigo y compañero. Yo, que siempre había pensado en Vornan como inexpresablemente ajeno y distante, que había llegado a aceptarle como auténtico principalmente porque inspiraba dentro de mí un terror tan misterioso, encontraba sorprendente ver a Jack sucumbiendo de esta forma.

Vornan parecía complacido y divertido. De vez en cuando desaparecían en el despacho durante horas enteras. Me dije que todo esto era algún plan de Jack para sacarle a Vornan la información que deseaba. ¿Acaso no resultaba muy inteligente por parte de Jack construir una relación tan intensa, para así tener acceso a la mente de Vornan?

Pero Jack no consiguió ninguna información de Vornan. Y en mi ceguera, yo no me daba cuenta de nada. ¿Cómo pude no verlo? ¿Cómo pude no darme cuenta de esa mirada aturdida y llena de ensoñación que Jack mostraba ahora casi todo el tiempo…, los momentos en que sus ojos caían y se apartaba de Shirley o de mí, las mejillas brillando con una incomodidad desconocida? Incluso cuando vi a Vornan poniendo su mano posesivamente en el hombro desnudo de Jack, seguí estando ciego.

Shirley y yo pasamos más tiempo juntos en aquellos días que en cualquier visita anterior, pues Jack y Vornan estaban siempre haciéndose compañía; sin embargo, no saqué ventaja de mi oportunidad. Hablábamos poco, pero nos quedábamos acostados el uno junto al otro, tostándonos al sol; Shirley parecía tan tensa y nerviosa que yo apenas sabía qué decirle, y por eso guardaba silencio. Arizona era presa de la ola de calor otoñal. El calor llegaba hirviendo desde México hasta nosotros, volviéndonos perezosos y soñolientos. La piel desnuda de Shirley relucía igual que el bronce más delicado. La fatiga fue abandonándome. Hubo varias ocasiones en que Shirley pareció hallarse a punto de hablar, pero las palabras murieron en su garganta. La atmósfera empezó a volverse tensa y espesa. Yo sentía flotar los problemas por el aire de una forma subliminal, igual que se siente aproximar una tormenta de verano. Pero no tenía ni idea de lo que andaba mal; estaba suspendido en un capullo de calor, y hasta el auténtico momento del desastre no comprendí la verdad de la situación.

Ocurrió cuando llevábamos doce días de visita. Ya sólo faltaba un día para que llegase noviembre, pero el calor, desacostumbrado en esa estación, aún perduraba; al mediodía el sol era como un ojo llameante cuya ardiente mirada resultaba imposible de sostener, y no pude seguir fuera de la casa. Me excusé ante Shirley —Jack y Vornan no eran visibles por parte alguna—, y volví a mi habitación. Mientras opacaba la ventana me detuve un segundo para mirar a la chica, yaciendo medio dormida en el solario, los ojos tapados con la mano, su rodilla izquierda levantada, sus pechos subiendo y bajando lentamente, su piel reluciendo a causa del sudor. Pensé que era la imagen de la relajación total: la mujer lánguida y hermosa dormitando sin hacer nada bajo el calor del mediodía. Y entonces vi su mano izquierda, ferozmente apretada, formando un puño tan tenso que temblaba en la muñeca y los músculos latían a lo largo de todo su brazo; y comprendí que su postura era una falsificación consciente de la tranquilidad, mantenida por pura fuerza de voluntad.

Dejé la habitación a oscuras y me tendí en la cama. El frío aire del interior de la casa me revivió. Quizá me quedé dormido. Mis ojos se abrieron cuando oí un ruido delante de mi puerta: alguien estaba allí. Me senté en la cama.

Shirley entró corriendo en mi habitación. Parecía enloquecida: los ojos llenos de horror, los labios tensos, los pechos sacudidos por el jadeo. Tenía el rostro escarlata. Vi con una curiosa claridad cómo su piel estaba cubierta por brillantes perlas de sudor, y había un riachuelo resplandeciente en el valle de su seno.

—Leo… —dijo con una voz seca y ahogada—. ¡Oh, Dios, Leo!

—¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?

Cruzó la habitación, tambaleándose, y se derrumbó hacia delante, sus rodillas chocando con mi colchón. Parecía hallarse casi en un estado de shock. Sus mandíbulas se movían, pero ni una sola palabra salió de sus labios.

—¡Shirley!

—Sí —murmuró ella—. Sí. Jack… Vornan… ¡Oh, Leo, tenía razón respecto a ellos! No quería creerlo, pero tenía razón. ¡Les vi! ¡Les vi!

—¿De qué estás hablando?

—Era hora de comer —dijo, tragando saliva e intentando calmarse—. Me desperté en el solario y fui a buscarles. Estaban en el despacho de Jack, como de costumbre. No respondieron cuando llamé a la puerta, y yo la abrí, y entonces vi por qué no habían respondido. Estaban ocupados. Entre ellos. Entre… ellos. Brazos y piernas, todo revuelto, juntos. Lo vi. Me quedé allí puede que medio minuto viéndolos. ¡Oh, Leo, Leo, Leo!

Su voz subió de tono hasta convertirse en un penetrante alarido. Se lanzó hacia adelante, desesperada, sollozando, hecha pedazos. Cuando iba a caer sobre mí la cogí en brazos. Las pesadas esferas de sus pechos se apretaron con puntas de llama contra mi fría piel. En mi mente vi la escena que me había descrito. Ahora todo me parecía sorprendentemente obvio, y me quedé atónito ante mi propia estupidez, ante la falta de escrúpulos de Vornan y la inocencia de Jack. Me estremecí mientras imaginaba a Vornan envolviendo su cuerpo igual que algún gigantesco predador invertebrado, y después no hubo más tiempo para seguir pensando.

Shirley estaba en mis brazos, temblando, desnuda, el cuerpo pegajoso por el sudor, llorando. La consolé y ella se agarró a mí, buscando tan sólo una isla de estabilidad en un mundo repentinamente vacilante; y el abrazo de consuelo que le ofrecí se convirtió muy deprisa en algo totalmente distinto. No pude controlarme… y ella no se resistió, pero acogió mi invasión más bien como un mero alivio o por pura venganza, y por fin mi cuerpo penetró el suyo y caímos sobre la almohada, unidos y jadeantes.

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