Con la torre acercándose al nivel de los 1.200 metros, Thor Vigilante se encontraba en la parte más difícil del proyecto. A esta altura, sólo podía haber una tolerancia mínima de error en la situación de cada bloque, y el enlace molecular entre las diferentes unidades debía ejecutarse a la perfección. No se podía permitir ningún punto débil, para que el nivel superior de la torre conservase su fuerza flexible contra las ventiscas del Ártico.
Ahora Vigilante se pasaba horas y horas cada día conectado con la computadora, recibiendo lecturas directas de los sesonres que monitorizaban la integridad estructural del edificio; dondequiera que encontrase la menor desviación, ordenaba que el bloque desplazado fuera arrancado y colocado de nuevo. Muchas veces al día, subía personalmente a la cima de la torre para supervisar la instalación o recolocación de algún bloque crítico. La belleza de la torre dependía de la ausencia de un armazón interno a lo largo de toda su inmensa altura; erigir un edificio así exigía un dominio perfecto de cada detalle. Era muy irritante que le apartaran del trabajo en medio de su turno. Pero no podía desobedecer una orden de Krug.
Entró en el despacho de Krug tras el salto en transmat.
—¿Cuánto tiempo hace que soy tu dios, Thor?—le preguntó Krug nada más entrar.
Vigilante se quedó trastornado. En silencio, luchó por recuperar el dominio. Al ver el cubo sobre el escritorio de Krug, comprendió lo que debía de haber sucedido. Lilith…, Manuel…, sí, eso era. Krug parecía tan tranquilo…, el alfa no consiguió descifrar su expresión.
—¿A qué otro creador podía adorar?—respondió cautelosamente Vigilante.
—¿Por qué adorar a ninguno?
—Cuando se atraviesa un momento difícil, señor, uno desea volver la vista hacia alguien más poderoso, para pedirle consuelo y ayuda.
—¿Para eso sirve un dios?—preguntó Krug—. ¿Para pedirle favores?
—Para suplicarle mercedes, sí, quizá.
—¿Y creéis que puedo daros lo que queréis?
—Por eso rezamos —asintió Vigilante.
Tenso, inseguro, estudió a Krug. Éste acarició el cubo de datos. Lo activó, y buscó al azar; leyendo unas líneas aquí, otras allá, asintiendo, sonriendo, para al final apagarlo. El androide no se había sentido nunca tan profundamente inseguro. Ni siquiera cuando Lilith le había tentado con su cuerpo. Comprendió que el destino de todos los suyos podía depender del resultado de aquella conversación.
—Esto me resulta muy difícil de comprender, ¿sabes? —le dijo Krug—. Esta Biblia. Vuestras capillas. Vuestra religión. No creo que ningún otro hombre se haya enterado así de que millones de personas le consideran un dios.
—Quizá no.
—Me pregunto hasta qué punto son profundos tus sentimientos. Me hablas como a un hombre, Thor: como a tu jefe, no como a tu dios. Nunca me has dado la menor señal de lo que tenías en mente, excepto una especie de respeto, quizá un poco de miedo. Y todo este tiempo, estabas hablando con Dios, ¿eh?—Krug se echó a reír—. ¿Mirando las pecas en la cabeza calva de Dios? ¿Viendo la espinilla en la barbilla de Dios? ¿Oliendo el ajo que Dios había puesto en su ensalada? ¿Qué pensabas todas esas veces, Thor?
—¿Debo responder, señor?
—No. No. Déjalo.
Krug volvió a examinar el interior del cubo. Vigilante seguía ante él, de pie, rígido, intentando reprimir un repentino temblor de los músculos de su muslo derecho. ¿Por qué jugaba Krug con él de aquella manera? ¿Y qué estaría sucediendo en la torre? Euclides Proyectista no llegaría hasta dentro de varias horas. ¿Estaría funcionando bien la colocación de los bloques en ausencia del capataz?
—¿Has estado alguna vez en una sala de derivación, Thor?—le preguntó Krug bruscamente.
—¿Señor?
—Un intercambio de egos. Ya sabes. En la red de estasis con alguien. Cambiar de identidades durante un día o dos, ¿eh?
Vigilante meneó la cabeza.
—No es un pasatiempo para androides.
—Eso pensaba. Bueno, ven a derivar conmigo.
Krug tecleó algo en la terminal de datos.
—Leon, consígueme una cita en cualquier sala de derivación disponible. Para dos. Dentro de quince minutos.
—Señor, ¿lo dice en serio? —se atragantó Vigilante—. ¿Usted y yo…?
—¿Por qué no? ¿Te da miedo intercambiar almas con Dios? ¡Pues lo harás, Thor, maldita sea! Tengo que saber cosas, y tengo que saberlas de primera mano. Vamos a derivar. ¿Puedes creer que hasta hoy nunca había derivado? Pero ahora, lo haremos.
Aquello le parecía al alfa peligrosamente cercano al sacrilegio. Pero no podía negarse. ¿Desobedecer la Voluntad de Krug? Obedecería aunque le costase la vida.
La imagen de Spaulding flotó en el aire.
—He conseguido hora en Nueva Orleans —anunció—. Le recibirán de inmediato, aunque han tenido que hacer algunos arreglos rápidos en la lista de espera; pero hay un intervalo de noventa minutos para programar la red de estasis.
—Imposible. Entraremos directamente.
Spaulding pareció horrorizado.
—¡Eso no se puede hacer, señor Krug!
—Yo lo haré. Que vayan con cuidado mientras estemos derivando, eso es todo.
—Dudo que accedan a…
—¿Saben quién es su cliente?
—Sí, señor.
—¡Bueno, pues diles que insisto! Y si siguen diciendo tonterías, diles que si no colaboran compraré su maldita sala de derivación y la usaré para hacer lo que quiero.
—Sí, señor —respondió Spaulding.
La imagen desapareció. Mientras murmuraba para sí mismo, Krug empezó a teclear en su terminal de datos, ignorando por completo a Vigilante. El alfa seguía de pie, rígido, horrorizado. Sin darse cuenta, hizo varias veces el signo de Krug-nos-guarde. Deseaba verse libre de la situación que él mismo había causado.
Spaulding apareció de nuevo en el aire.
—Se rinden —dijo—, pero sólo a condición de que usted firme una renuncia absoluta.
—Firmaré —replicó Krug.
Una hoja se deslizó por la ranura del facsímil. Krug le echó un vistazo y trazó su firma en ella. Se levantó.
—Vamos —dijo a Vigilante—. La sala de derivación nos espera.
Vigilante sabía relativamente poco sobre la derivación. Era un deporte sólo para humanos, y para ricos. Los amantes lo hacían para intensificar la unión de sus almas, los buenos amigos derivaban por diversión, los que estaban hartos de todo visitaban las salas de derivación en compañía de desconocidos sólo para introducir un poco de variedad en sus vidas. Nunca se le había ocurrido derivar y, desde luego, jamás habría osado imaginar la posibilidad de derivar con Krug. Pero ahora, no había vuelta atrás. El transmat los llevó instantáneamente de Nueva York a la oscura antecámara de la sala de derivación situada en Nueva Orleans, donde fueron recibidos por un grupo de alfas, evidentemente muy nerviosos. La tensión de los alfas creció visiblemente cuando comprendieron que uno de los derivantes de aquel día era también un alfa. El mismo Krug parecía tenso, con las mandíbulas encajadas y los músculos del rostro estremecidos. Los alfas les rodearon.
—Debe comprender lo irregular que es esto —repitió uno varias veces—. Siempre hemos programado la red de estasis. ¡Si hay una ráfaga repentina de carisma, puede suceder cualquier cosa!
—Asumo toda la responsabilidad —replicó Krug—. No puedo perder tiempo esperando a vuestra red.
Los angustiados androides les guiaron rápidamente hacia la sala de derivación. Había dos sofás en una sala de brillante oscuridad y silencio estremecedor. Deslumbrantes aparatos colgaban de instalaciones fijas sobre sus cabezas. Primero, guiaron a Krug hasta su sofá. Cuando le llegó el turno a Vigilante, miró a los ojos de su escolta alfa, y se estremeció ante el asombro y la extrañeza que encontró en ellos. Vigilante se encogió de hombros imperceptiblemente, como para decir: “Lo entiendo tan poco como tú”.
Les pusieron los cascos de derivación sobre las cabezas, y conectaron los electrodos.
—Cuando se accione el interruptor —les explicó el alfa a cargo de la operación—, sentirán inmediatamente la presión de la red de estasis, separando el ego de la matriz física. Les parecerá que están siendo atacados, y, en cierto sentido, así será. Pero intenten relajarse y aceptar los síntomas, puesto que toda resistencia es inútil: sólo se tratará del proceso de intercambio de ego, para el que han venido. No debería haber motivos de alarma. En caso de que haya cualquier problema, cerraremos el circuito automáticamente y les devolveremos sus respectivas identidades.
—Eso espero —murmuró Krug.
Vigilante no veía ni oía nada. Esperaba. Tampoco podía hacer ninguno de los gestos rituales reconfortantes, porque le habían atado los miembros al sofá, para impedir cualquier movimiento violento durante la derivación. Intentó rezar. “Creo en Krug, eterno Hacedor de todas las cosas —pensó—. Krug nos trae al mundo, y a Krug volvemos. Krug es nuestro Creador y nuestro Protector y nuestro Liberador. Krug, te suplicamos que nos guíes hacia la luz. AAA AAG AAC AAU sea Krug. AGA AGG AGC AGU sea Krug. ACA ACG ACC…”
Una energía descendió sin previo aviso y separó su ego de su cuerpo, como si hubiera sido golpeado por un cuchillo de carnicero.
Quedó a la deriva. Vagó por abismos sin tiempo donde las estrellas no brillaban. Vio colores que no pertenecían al espectro. Oyó tonos musicales de ninguna escala reconocible. Moviéndose a voluntad, ascendió por simas en las que colgaban cuerdas gigantescas, tendidas como barrotes de lado a lado del vacío. Desapareció por túneles lúgubres y emergió por el horizonte, sintiéndose extendido hasta el infinito. No tenía masa. No tenía duración. Carecía de forma. Fluyó por los reinos grises del misterio.
Sin sentir la transición, entró en el alma de Simeon Krug.
Conservaba una leve consciencia de su propia identidad. No se convirtió en Krug: simplemente, consiguió acceso a todo el almacén de recuerdos, actitudes, respuestas y propósitos que constituían el ego de Krug. No podía ejercer ninguna influencia sobre estos recuerdos, actitudes, respuestas y propósitos. Era un pasajero entre ellos, un espectador. Y sabía que, en algún rincón del universo, el ego errante de Simeon Krug había conseguido acceso al archivo de recuerdos, actitudes, respuestas y propósitos que constituían el ego del androide Alfa Thor Vigilante.
Se movió con libertad por el interior de Krug.
Aquí estaba la infancia: algo húmedo y distorsionado, escondido en un compartimiento oscuro. Aquí estaban las esperanzas, sueños, intenciones cumplidas y no cumplidas, mentiras, logros, enemistades, envidias, habilidades, disciplinas, engaños, contradicciones, fantasías, satisfacciones, frustraciones e inflexibilidades. Aquí estaba una chica con pelo anaranjado y grandes pechos sobre una constitución huesuda, separando titubeante sus muslos, y aquí estaba el recuerdo de las sensaciones de la primera pasión, mientras se deslizaba en el puerto de ella. Aquí estaban productos químicos malolientes en una cuba. Aquí estaban las pautas moleculares bailando en una pantalla. Aquí estaba una sospecha. Aquí estaba un triunfo. Aquí estaba el espesamiento de la carne en los últimos años. Aquí estaba la pauta insistente de sonidos: 2-5-1, 2-3-1, 2-1. Aquí estaba la torre, ascendiendo como un falo brillante que taladraba el cielo. Aquí estaba Manuel remilgado, sonriendo, disculpándose. Aquí estaba una cuba oscura, profunda, con formas moviéndose en ella. Aquí estaba un círculo de consejeros financieros siseando complicados cálculos. Aquí estaba un bebé de rostro rosado y regordete. Aquí estaban las estrellas, brillantes en la noche. Aquí estaba Thor Vigilante, envuelto en un aura de orgullo y alabanzas. Aquí estaba Leon Spaulding, furtivo, amargado. Aquí estaba una mujer gruesa, moviendo las caderas a un ritmo desesperado. Aquí estaba la explosión de un orgasmo. Aquí estaba la torre apuñalando las nubes. Aquí estaba el sonido de la señal estelar, un ruido agudo contra un fondo aterciopelado. Aquí estaba Justin Maledetto desenrollando los planos de la torre. Aquí estaba Clissa Krug, desnuda, con el vientre redondeado y los pechos llenos de leche. Aquí estaban los alfas húmedos saliendo de una cuba. Aquí estaba una extraña nave de casco rugoso, apuntando hacia las estrellas. Aquí estaba Lilith Meson. Aquí estaba Sigfrido Archivista. Aquí estaba Casandra Núcleo, cayendo sobre la tierra helada. Aquí estaba el padre de Krug, sin rostro, envuelto en la niebla. Aquí estaba un enorme edificio en el cual los androides recibían su primer entrenamiento. Aquí estaban robots en fila, con los paneles del pecho abiertos para una revisión. Aquí estaba un lago oscuro con hipopótamos y juncos. Aquí estaba un acto poco caritativo. Aquí estaba una traición. Aquí estaba algo de amor. Aquí estaba algo de dolor. Aquí estaba Casandra Núcleo. Aquí estaba un mapa manchado con los diagramas de los aminoácidos. Aquí estaba el poder. Aquí estaba la lujuria. Aquí estaba la torre. Aquí estaba una fábrica de androides. Aquí estaba Clissa durante el parto, con sangre entre los muslos. Aquí estaba la señal de las estrellas. Aquí estaba la torre, completa, acabada. Aquí estaba un trozo de carne cruda. Aquí estaba la ira. Aquí estaba el doctor Vargas. Aquí estaba un cubo de datos, diciendo: “En el principio era Krug, y Él dijo, Que haya Cubas, y hubo Cubas.”
La intensidad del rechazo de Krug hacia su status de divinidad fue devastadora para Vigilante. El androide vio el rechazo alzándose como un muro liso de brillante piedra blanca, sin rendijas, sin puerta, sin un solo hueco, extendiéndose a lo largo de todo el horizonte, cerrándose al mundo. No soy su dios, decía el muro. No soy su dios. No soy su dios. No acepto. No acepto.
Vigilante se remontó, pasando sobre aquel muro de longitud infinita, para posarse suavemente al otro lado.
Allí era todavía peor.
Allí encontró una negación total de todas las aspiraciones androides. Encontró las actitudes y respuestas de Krug distribuidas como un ejército de soldados en una llanura. ¿Qué son los androides? Los androides son cosas salidas de una cuba. ¿Para qué existen? Para servir a la humanidad. ¿Qué opinas del movimiento para la igualdad de los androides? Una tontería. ¿Cuándo deberían recibir los androides derechos plenos de ciudadanía? Cuando los reciban los robots y las computadoras. Y los cepillos de dientes. ¿Es que los androides son tan estúpidos? No, algunos androides son bastante inteligentes. Como algunas computadoras. El hombre fabrica las computadoras. El hombre fabrica a los androides. Ambas son cosas manufacturadas. Las cosas no tienen derechos de ciudadanía. Aunque las cosas tengan suficiente inteligencia como para pedirlos. O para rezar por ellos. Una cosa no puede tener dios. Una cosa sólo puede pensar que tiene un dios. No soy su dios, aunque ellos lo crean. Yo los hice. Yo los hice. Yo los hice. Son cosas.
CosasCosasCosasCosasCosasCosas
CosasCosasCosasCosasCosasCosas
CosasCosasCosasCosasCosasCosas
CosasCosasCosasCosasCosasCosas
Un muro. Dentro de ese otro muro. Más alto. Más ancho. No era posible remontar éste. Estaba patrullado por guardias, dispuestos a volcar barriles de desprecio ácido sobre quien se aproximara. Vigilante oyó el rugido de dragones. El cielo dejó caer una lluvia de excrementos sobre él. Se alejó arrastrándose, una cosa acuclillada, hundida bajo el peso de su calidad de cosa. Estaba empezando a helarse. Estaba al borde del universo, en un lugar sin materia, y el temible frío de la nada le subía por las canillas. Ninguna molécula se movía aquí. La escarcha brillaba sobre su piel escarlata. Si alguien le tocara, resonaría. Si alguien le tocase con más fuerza, se haría pedazos. Frío. Frío. Frío. No hay dios en este universo. No hay redención. No hay esperanza. ¡Krug me guarde, no hay esperanza!
Su cuerpo se fundió y fluyó en un río escarlata.
Alfa Thor Vigilante dejó de existir.
No podía haber existencia sin esperanza. Suspendido en el vacío, privado de todo contacto con el universo, Vigilante meditó sobre las paradojas de la esperanza sin existencia y la existencia sin esperanza, y consideró la posibilidad de que existiera un antiKrug engañoso que distorsionase los sentimientos del auténtico Krug. ¿Habré entrado en el alma del antiKrug? ¿Es el antiKrug quien se enfrenta a nosotros de manera tan implacable? ¿Queda alguna esperanza de romper el muro y llegar al auténtico Krug que hay más allá?
Ninguna. Ninguna. Ninguna. Ninguna.
Cuando Vigilante admitió la verdad definitiva, sintió que la realidad volvía. Se deslizó de vuelta al cuerpo que Krug le había dado. Volvía a ser él mismo, tendido exhausto sobre un sofá, en una habitación oscura y extraña. Con un esfuerzo, miró a su lado. Allí estaba Krug, en el sofá contiguo. Los androides estaban cerca. Levántese. Despacio. ¿Puede andar? La derivación ha terminado. ¿La ha dado por terminada el señor Krug? ¿Levantarme? Levántese. Vigilante se irguió. Krug también se estaba poniendo en pie. Los ojos de Vigilante no se atrevían a cruzarse con los suyos. Krug parecía sombrío, agotado. Sin hablar, se dirigieron hacia la salida de la sala de derivación. Sin hablar, se acercaron al transmat. Sin hablar, saltaron juntos de vuelta al despacho de Krug.
Silencio.
Krug lo rompió.
—Incluso después de leer tu Biblia, no podía creerlo. La profundidad. La extensión. Pero ahora lo entiendo. ¡No teníais derecho! ¿Quién os dijo que me hicierais dios?
—Nuestro amor hacia usted nos lo dijo —respondió Vigilante con voz vacía.
—Vuestro amor hacia vosotros mismos —replicó Krug—. Vuestro deseo de usarme para beneficiaros. Lo vi todo cuando estaba en tu cabeza, Thor. Los planes. Las maniobras. Cómo habéis manipulado a Manuel y cómo habéis intentado manipularme a mí.
—En un principio, nos apoyamos en las oraciones por completo —dijo Vigilante—. Eventualmente, perdí la paciencia y no quise esperar. Pequé al intentar forzar la Voluntad de Krug.
—No pecaste. Un pecado implica la existencia de algo sagrado. No hay nada. Lo que hiciste fue cometer un error táctico.
—Sí.
—Porque yo no soy un dios, no tengo nada de sagrado:
—Sí. Ahora lo entiendo. Ahora entiendo que no hay ninguna esperanza.
Vigilante se dirigió al cubículo transmat.
—¿Adónde vas?—preguntó Krug.
—Tengo que hablar con mis amigos.
—¡No he terminado!
—Lo siento —respondió Vigilante—. Tengo que irme ya. He de llevarles las malas noticias.
—Espera —dijo Krug—, tenemos que discutir esto. Quiero que tracemos un plan para desmantelar esa maldita religión vuestra. Ahora que comprendes que es una estupidez…
—Disculpe —dijo Vigilante.
No quería estar cerca de Krug. De todos modos, la presencia de Krug le acompañaría siempre, impresa en su alma. No tenía intención de discutir con Krug el desmantelamiento de la comunión. El frío seguía extendiéndose por su cuerpo. Se estaba helando. Abrió la puerta del cubículo transmat.
Krug cruzó la habitación con una velocidad sorprendente.
—Maldita sea, ¿crees que puedes marcharte así? ¡Hace dos horas era tu dios, y ahora ni siquiera aceptas órdenes de mí!
Agarró a Vigilante y le apartó del transmat.
La fuerza y la vehemencia de Krug sorprendieron al androide. Dejó que le llevara hasta el centro de la habitación antes de intentar resistir. Luego trató de librar su brazo de la garra de Krug. Éste siguió sujetándolo. Forcejearon brevemente, simples tirones en el centro del despacho. Krug gruñó y rodeó los hombros de Vigilante con un abrazo de oso, estrechándolo ferozmente. Vigilante sabía que podía romper la presa de Krug, pero incluso ahora, tras el rechazo y la repulsa, no conseguía convencerse para hacerlo. Se concentró en separarse de Krug sin luchar con él realmente.
La puerta se abrió. Leon Spaulding entró a toda velocidad.
—¡Asesino!—chilló—. ¡Apártate de Krug! ¡Suéltale!
Cuando Spaulding gritó, Krug soltó a Vigilante y dio media vuelta, jadeante, con los brazos inertes a los costados. Vigilante se volvió y vio que el ectógeno buscaba el arma entre los pliegues de su túnica. Avanzó rápidamente hacia Spaulding y, levantando el brazo por encima de la cabeza, lo bajó con una fuerza terrible, golpeando de refilón la sien izquierda de Spaulding. El cráneo de éste cedió como si hubiera recibido un golpe de hacha. El ectógeno cayó. Vigilante pasó rápidamente junto a él, y junto a Krug —que estaba petrificado—, y entró en el cubículo transmat. Eligió las coordenadas hacia Estocolmo. Al instante, reapareció cerca de la capilla Valhallavagen.
Llamó a Lilith Meson. Llamó a Mazda Constructor. Llamó a Pontífice Expedidor.
—Todo está perdido —les dijo—. No hay esperanza. Krug está contra nosotros. Krug es un hombre, y se opone a nosotros, su divinidad es un engaño.
—¿Cómo es posible?—exigió saber Pontífice Expedidor.
—Hoy he estado dentro del alma de Krug —dijo Vigilante.
Y les explicó todo sobre la sala de derivación.
—Hemos sido traicionados —dijo Pontífice Expedidor.
—Nos hemos estado engañando —dijo Mazda Constructor.
—No hay esperanza —terminó Vigilante—. ¡No hay Krug!
Andrómeda Quark empezó a componer el mensaje que sería enviado a todas las capillas del mundo.
UUU UUU UUU UUU UCU UUU UGU.
“No hay esperanza. No hay Krug.”
CCC CCC CCC CCC CUC CUC CCC CGU.
“Hemos desperdiciado nuestra fe. El salvador es el enemigo.”
GUU GUU GUU GUU.
“Todo está perdido. Todo está perdido. Todo está perdido. Todo está perdido.”