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20 de diciembre de 2218. Con sus ochocientos metros, la torre domina y subyuga. Nada puede resistirse a su inmensidad: día o noche, uno sale del transmat y queda sobrecogido ante la inmensa vara de cristal deslumbrante. La soledad de los alrededores hace aún más impresionante su altura.

Ya ha alcanzado más de la mitad de su altura.

Ultimamente, ha habido muchos accidentes, fruto de la prisa. Un par de trabajadores cayeron de la cima. Un electricista cometió un error en una conexión, y envió una descarga letal por el cable de carga de cinco gammas. Dos grúas de ascenso colisionaron, con una pérdida de cinco vidas. Alfa Euclides Proyectista evitó por poco resultar gravemente herido cuando la computadora principal recibió un monstruoso banco de energía entrópica mientras estaba conectado. Tres betas cayeron cuatrocientos metros por un acceso interior de servicio al colapsarse un andamio. Hasta el momento, el trabajo en la construcción ha causado la muerte de casi treinta androides. Pero hay miles trabajando en la torre, y el trabajo es azaroso y poco habitual: nadie considera extraordinariamente alto el índice de accidentes.

Los primeros treinta metros del aparato proyector del rayo de taquiones están casi acabados. Los técnicos prueban diariamente la solidez de la estructura. Por supuesto, no será posible generar taquiones hasta que el gigantesco acelerador esté completamente acabado, pero colocar en su sitio los componentes individuales del poderoso sistema también es interesante, y Krug se pasa la mayor parte del tiempo en la torre, vigilando las pruebas. Luces de colores relampaguean, los paneles indicadores zumban y silban, los diales brillan, las agujas vibran. Krug aplaude con entusiasmo cada resultado positivo. Trae hordas de invitados. En las tres últimas semanas, ha acudido a la torre con Niccolo Vargas, con su nuera Clissa, con veintinueve congresistas diferentes, con once importantes industriales, y con dieciséis representantes mundialmente famosos de las artes. Todos alaban unánimemente la torre. Incluso los que quizá, para sus adentros, la consideran una titánica locura, no pueden contener la admiración ante su elegancia, su belleza, su magnitud. También una locura puede ser maravillosa, y nadie que haya visto la torre de Krug puede negar que es una maravilla. Y tampoco hay tantos que consideren una locura proclamar en las estrellas la existencia del hombre.

Manuel Krug no ha estado en la torre desde principios de noviembre. Krug explica que su hijo está muy ocupado supervisando las complejidades del imperio corporativo de Krug. Cada mes que pasa, asume más responsabilidades. Después de todo, es el heredero forzoso.

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