Mientras caminaba hacia el centro de control, Vigilante tuvo que repetir dos veces todo el rito de Equilibrio Anímico antes de que el aturdimiento cediera. El terrible resultado de su estratagema aún le turbaba el espíritu.
Cuando llegó a su despacho, Vigilante hizo ocho veces seguidas el signo de Alabado-sea-Krug, y recitó la mitad de la secuencia de trios. Estas devociones, aparentemente, le calmaron. Llamó a San Francisco, a las oficinas de Fearon Dohney, los principales consejeros de Krug en casos de demandas. El rostro de Lou Fearon, el hermano menor del senador eliminacionista, apareció en la pantalla, y Vigilante le contó la historia.
—¿Por qué disparó Spaulding?—quiso saber Fearon.
—Histeria. Estupidez. Nerviosismo.
—¿Krug no le ordenó disparar?
—En absoluto. El rayo no alcanzó al mismo Krug por un metro. Y la situación no le hacia correr peligro.
—¿Testigos?
—Niccolo Vargas, yo mismo y el otro alfa del PIA. Además de varios betas y gammas que estaban mirando. ¿Debo conseguir sus nombres?
—Olvídalo —respondió el abogado—. Ya sabes lo poco que vale el testimonio de un alfa. ¿Dónde está Vargas ahora?
—Sigue aquí. Creo que pronto se marchará a su observatorio.
—Dile que me llame más tarde. Iré en transmat para tomarle declaración. En cuanto a ese alfa…
—No se moleste por él —aconsejó Vigilante.
—¿Y eso?
—Es un fanático político. Intentará sacar partido de esto. Es mejor mantenerlo al margen del caso.
—Es un testigo —dijo Vargas—. Tendrá que declarar. Ya buscaré alguna manera de neutralizarlo. ¿Sabes a quién pertenece?
—A Protección de la Propiedad de Buenos Aires.
—Hemos trabajado para ellos. Haré que Joe Doheny les llame y lo compre para Krug. Si Krug es su dueño, no podrá ocasionarle problemas…
—No —le interrumpió Vigilante—. No es buena idea. Me sorprende usted, Lou.
—¿Por qué?
—Este alfa es un hombre del PIA, ¿no? Y está muy sensibilizado en el tema de los androides como propiedades. Hemos matado a su compañera sin previo aviso, y encima intentamos comprarlo para que no hable. ¿Qué le parece eso? En cuanto hiciera unas declaraciones a la prensa, le habríamos ayudado a conseguir diez millones de nuevos miembros para su partido.
Fearon asintió débilmente.
—Por supuesto. Por supuesto. Muy bien, Thor, ¿cómo lo manejarías tú?
—Deja que hable con él —respondió Vigilante—. De androide a androide. Encontraré la manera de comunicarme.
—Eso espero. Entretanto, yo llamaré a Transmat de Labrador, y averiguaré cuánto piden en concepto de daños por la pérdida de su chica alfa. Lo arreglaremos de prisa. Dile a Krug que no se preocupe: la semana que viene a estas horas será como si no hubiera ocurrido nada.
“Excepto por el hecho de que ha muerto una alfa”, pensó Vigilante al tiempo que cortaba la comunicación.
Salió al exterior. Ahora nevaba más. Equipos de devoradores de nieve, funcionando eficazmente, mantenían limpia toda la zona, a excepción de un círculo de unos cincuenta metros de diámetro, en cuyo centro yacía el cuerpo de Casandra Núcleo.
Lo esquivaban cuidadosamente. Una ligera capa de nieve cubría ahora el cadáver. Al lado, inmóvil, con los hombros cubiertos de copos blancos, estaba Sigfrido Archivista. Vigilante se dirigió hacia él.
—Se está notificando a su propietario —dijo—. Haré que unos gammas la lleven al almacén hasta que sea reclamada.
—Déjala aquí —ordenó Archivista.
—¿Qué?
—Aquí mismo, donde cayó. Quiero que todos los androides que trabajan aquí vean su cuerpo. Oír hablar de un asesinato como éste, no es suficiente. ¡Quiero que lo vean!
Vigilante miró a la alfa muerta. Archivista le había abierto el vestido; tenía los pechos desnudos, y el camino del rayo de la aguja era claramente visible entre ellos. Le había abierto una ventana en el pecho.
—No debería estar aquí, tendida en la nieve —dijo.
Archivista apretó los labios.
—¡Quiero que lo vean! ¡Ha sido una ejecución, Vigilante! ¡Una ejecución política!
—No digas disparates.
—Krug llamó a su pistolero e hizo que la matara por el crimen de buscar su apoyo. Los dos lo vimos. Ella no representaba ninguna amenaza para Krug. En su entusiasmo, se acercó demasiado a él mientras le explicaba nuestros puntos de vista, eso es todo. Pero Krug ordenó que la mataran.
—Una interpretación irracional —dijo Vigilante—. Krug no tenía nada que ganar con su eliminación. Para él, el Partido para la Igualdad de los Androides es sólo una molestia, no una amenaza. Si tuviera algún motivo para matar a gente del PIA, ¿por qué te habría dejado vivo a ti? Otro disparo rápido, y estarías igual que ella.
—Entonces, ¿por qué la mataron?
—Un error —explicó Vigilante—. El asesino era el secretario privado de Krug. Se le había informado de que alguien intentaba atentar contra su vida. Cuando llegó aquí, la vio forcejeando con Krug. Parecía que luchaban. Yo lo vi desde el mismo lugar que él. Así que disparó sin titubear.
—Aun así —insistió Archivista—, podría haber apuntado a una pierna. Evidentemente, es un buen tirador. Mató en vez de herir. Le agujereó el pecho con mucha habilidad. ¿Por qué? ¿Por qué?
—Un fallo de personalidad. Es un ectógeno. Tiene fuertes prejuicios antiandroides. Unos momentos antes, otros androides y yo habíamos tenido un enfrentamiento muy tenso con él, y se sentía humillado. Por regla general, está lleno de resentimiento. Esta vez, el resentimiento estalló. Cuando descubrió que el “asesino” era un androide, disparó a matar.
—Ya veo.
—Fue su decisión personal, Krug no le ordenó disparar, y mucho menos disparar a matar.
El Archivista se quitó la nieve de la cara.
—Bien, entonces, ¿qué se hará para castigar a ese criminal ectógeno?
—Krug le reprenderá con severidad.
—Hablo de castigo legal. La condena por asesinato es borrado de la personalidad, ¿no?
Vigilante suspiró.
—Por matar a un ser humano, sí. El ectógeno no hizo más que destruir una propiedad perteneciente a la General Transmat de Labrador. Delito civil, no criminal. Transmat de Labrador exigirá compensaciones en los tribunales, y Krug ya ha admitido su culpa. Pagará todo su valor.
—¡Su valor! ¡Su valor! ¡Delito civil! ¡Krug pagará! ¿Y qué pagará el asesino? Nada. Nada. Ni siquiera se le acusará. ¿De verdad eres un androide, Alfa Vigilante?
—Puedes consultar mis informes de cuba cuando quieras.
—No sé. Pareces sintético, pero piensas como un ser humano.
—Soy sintético, Alfa Archivista, te lo aseguro.
—¿Pero castrado?
—Mi cuerpo está entero.
—Hablo metafóricamente. De alguna manera, se te ha condicionado para que defiendas el punto de vista de los humanos, incluso contra tus propios intereses.
—No tengo otro condicionamiento que el entrenamiento normal de un androide.
—En cambio, parece que Krug ha comprado no sólo tu cuerpo, sino también tu alma.
—Krug es mi Hacedor. Me entrego plenamente a Krug.
—¡No me vengas con tonterías religiosas!—estalló Archivista—. Ha muerto una mujer, y sin motivo. Krug pagará a sus propietarios, y ahí se acabará todo. ¿Puedes aceptarlo? ¿Puedes limitarte a encogerte de hombros y decir que ella no era más que una propiedad? ¿Te consideras a ti mismo una propiedad?
—Soy una propiedad —respondió Vigilante.
—¿Y aceptas tu estatus de buena gana?
—Acepto mi estatus porque sé que llegará el momento de la redención.
—¿Eso crees?
—Eso creo.
—Eres un estúpido que se engaña a sí mismo, Alfa Vigilante. Has construido una bonita fantasía que te permite soportar la esclavitud, la tuya y la de todos los tuyos, y ni siquiera te das cuenta del daño que estás haciéndote a ti mismo y a la causa an- droide. Y lo que ha sucedido hoy aquí no te hace cambiar de opinión en absoluto. Irás a tu capilla y rezarás para que Krug te libere, mientras el auténtico Krug estaba aquí, sobre este sendero helado, mirando cómo mataban a una mujer alfa. Su única reacción fue decirte que llamaras a sus abogados y preparases un acuerdo para un sencillo arreglo sobre propiedades. ¿Ése es el hombre al que adoras?
—No adoro a un hombre —dijo Vigilante—. Adoro la idea de Krug el Hacedor, Krug el Preservador, Krug el Redentor. El hombre que me ordenó llamar a los abogados no era más que una manifestación de esa idea, y no la manifestación más importante.
—¿También crees eso?
—También creo eso.
—Eres imposible —murmuró Sigfrido Archivista—. Escucha: vivimos en el mundo real, tenemos problemas reales, y debemos buscar una solución real. Nuestra solución reside en la organización política. Ya hay cinco de nosotros por cada uno de ellos, y cada día salen más de los nuestros de las cubas, mientras que ellos apenas se reproducen. Hemos aceptado nuestro estatus durante demasiado tiempo. Si presionamos exigiendo reconocimiento e igualdad, lo conseguiremos, porque en secreto nos temen, saben que podríamos aplastarlos si quisiéramos. No estoy sugiriendo que usemos la fuerza, sólo la insinuación de una amenaza, incluso la insinuación de una insinuación. Pero tenemos que trabajar en el marco constitucional. La admisión de androides en el Congreso, la obtención de ciudadanía, el establecimiento de nuestra existencia legal como personas…
—Déjalo. Ya conozco vuestras ideas.
—¿Y aún no lo entiendes? ¿Ni después de lo de hoy? ¿Ni después de esto?
—Entiendo que los humanos toleran vuestro partido, e incluso que, si alguna vez vuestras exigencias se convierten en algo más que peticiones simbólicas, abolirán el PIA y someterán a la hipnolobotomía a todos los alfas problemáticos. Si es necesario, ejecutarán a los líderes del partido tan despiadadamente como pareces creer que fue ejecutada esta alfa. La economía humana depende del concepto de los androides como propiedad. Eso puede cambiar, pero no a tu manera. El cambio sólo puede venir de un acto voluntario de renuncia por parte de los humanos.
—Qué ingenuidad. Los crees dueños de virtudes que en realidad no tienen.
—Nos crearon a nosotros. ¿Pueden ser demonios? Y si lo son, entonces, ¿qué somos nosotros?
—No son demonios —dijo Archivista—. Simplemente, son seres humanos, ciega y estúpidamente egoístas. Hay que educarlos para que comprendan lo que somos y lo que nos están haciendo. No es la primera vez que hacen algo como lo de hoy. En otro tiempo, hubo una raza blanca y una raza negra, y los blancos esclavizaron a los negros. Compraban y vendían a los negros como si fueran animales, y las leyes que garantizaban ese status eran leyes civiles, leyes de propiedad…, un paralelismo exacto con nuestra actual condición. Pero unos cuantos blancos inteligentes comprendieron que era injusto, y lucharon por el fin de la esclavitud. Tras años de campaña política, de concienciación de la opinión pública, incluso de una guerra, los esclavos fueron liberados y se convirtieron en ciudadanos de derecho. Ése debe ser nuestro modelo de acción.
—El paralelismo no es exacto. Los blancos no tenían derecho a interferir con la libertad de sus camaradas humanos de piel oscura. Y fueron los mismos blancos, o algunos de ellos, los que por fin lo comprendieron y liberaron a los esclavos. Éstos no hicieron el trabajo político, ni concienciaron a la opinión pública. Simplemente, se quedaron donde estaban y sufrieron, hasta que los blancos comprendieron su pecado. En cualquier caso, esos esclavos eran seres humanos. ¿Qué derecho tiene un humano a esclavizar a otro? Pero nuestros amos nos crearon. Les debemos nuestra existencia. Pueden hacer lo que quieran con nosotros, pues para eso nos dieron la vida. No tenemos argumentos morales contra ellos.
—También crean a sus hijos —señaló Archivista—. Y, hasta cierto punto, los consideran propiedad suya, al menos mientras están creciendo. Pero la esclavitud de los niños concluye cuando termina la infancia. ¿Y la nuestra? ¿Tanta diferencia hay entre un niño hecho en una cama y uno hecho en una cuba?
—Estoy de acuerdo en que el status legal de los androides es injusto…
—¡Menos mal!
—…pero vuestras tácticas no me parecen adecuadas —siguió Vigilante—. Un partido político no es la solución. Los humanos conocen su historia del siglo diecinueve, y han considerado y rechazado el paralelismo. Si les molesta la conciencia, ya nos habríamos enterado. ¿Dónde están los abolicionistas modernos? No veo a muchos. No, no podemos intentar someterlos a una presión moral, al menos no directamente. Debemos tener fe en ellos, debemos comprender que nuestros sufrimientos de hoy son una prueba para nuestra virtud, nuestra fuerza, una prueba impuesta por Krug para decidir si los humanos sintéticos pueden integrarse en la sociedad humana. Te pondré un ejemplo histórico: los emperadores romanos echaban a los cristianos a los leones. Al final, los emperadores no sólo dejaron de hacerlo, sino que ellos mismos se convirtieron al cristianismo. Eso no sucedió porque los primeros cristianos formaran un partido político y diesen a entender que podían rebelarse y masacrar a los paganos si no se les permitía libertad religiosa, si no que fue un triunfo de la fe sobre la tiranía. De la misma manera…
—Sigue con tu estúpida religión si quieres —estalló repentinamente Archivista—; pero, al mismo tiempo, únete el PIA. Mientras los alfas sigamos divididos…
—Vuestros objetivos y los nuestros son incompatibles. Nosotros aconsejamos paciencia, rezar por la gracia divina. Vosotros sois agitadores y panfletistas. ¿Cómo podríamos unirnos?
Vigilante se dio cuenta de que Archivista ya no le escuchaba. Parecía inmerso en sí mismo. Le brillaban los ojos. Las lágrimas le corrían por las mejillas, y los copos de nieve se adherían a los senderos húmedos. Vigilante no había visto nunca llorar a un androide, aunque sabía que era fisiológicamente posible.
—Supongo que nunca nos convertiremos el uno al otro —dijo—. Pero hazme un favor: prométeme que no usarás esta muerte como propaganda política. Prométeme que no irás por ahí diciendo que Krug hizo que la eliminaran deliberadamente. Krug es, en potencia, el mejor aliado que tiene la causa de la igualdad androide. Una sola declaración suya podría salvarnos. Pero si le pones en contra nuestra con una acusación ridícula como ésa, nos harás un daño terrible a todos.
Archivista cerró los ojos. Lentamente, se dejó caer de rodillas. Se lanzó sobre el cuerpo de Casandra Núcleo, entre secos y entrecortados sollozos. Vigilante le miró en silencio unos momentos.
—Ven conmigo a nuestra capilla —dijo luego con suavidad—. Es una estupidez que te quedes tendido en la nieve. Aunque no tengas fe, conocemos técnicas para relajar el alma, para enfrentarse al dolor. Habla con uno de nuestros Transcendedores. Reza a Krug, si quieres, y…
—Vete —dijo Sigfrido Archivista confusamente—. Vete.
Vigilante se encogió de hombros. Notaba el peso inmenso de la tristeza. Se sentía vacío y frío. Dejó a los dos alfas donde estaban, al que estaba vivo y a la muerta, y se dirigió hacia el norte en busca de un nuevo local donde instalar la capilla.