El joven Lucas Martino llegó al Tecnológico de Massachussets convencido de que en él algo funcionaba mal, y dispuesto a repararlo si le era posible. Pero cuando llevó a cabo la inscripción, revisó las asignaturas y se esforzó en encajarse en una rutina de estudio como ninguna de las que hasta entonces había tenido que enfrentarse, empezó a darse cuenta de lo difícil que eso podía llegar a ser.
Los estudiantes del Tecnológico se hallaban ya cogidos en la vorágine de la actividad el mismo día en que entraban. De los graduados del Tecnológico se esperaba que ocuparan posiciones en los puntos más elevados. Un millar de planes se apilaban en los proyectos mundiales de los aliados, y esperaban a los hombres que debían ponerlos en ejecución. Una vez eran llevados a cabo, cada proyecto tenía un millar de planes esperando para su realización. Los planes hechos una docena de años antes se hallaban dispuestos, todos relacionados los unos con los otros, cada uno de ellos dependientes de la positiva realización de cada plan.
Si un hombre estaba destinado a poner en peligro algún día esa estructura su debilidad tenía que ser localizada lo más pronto posible.
De manera que los instructores del Tecnológico eran personas que nunca daban una respuesta dudosa al beneficio de la duda. No conducían sus clases, ni malgastaban el tiempo concediendo a cualquier particular estudiante más atención que a los demás. Se daba por supuesto que los estudiantes del Tecnológico eran capaces de digerir todo el texto que se les asignaba, y de saber exactamente lo que quería decir. Los instructores daban sus lecciones, tranquila, competente, despiadadamente, y nunca retrocedían a reconsiderar un punto o, en las pruebas, a rehacer lo hecho porque un buen estudiante se hubiese dejado pasar por alto algo.
Lucas lo admiraba, como el sistema ideal para su propósito. Los hechos eran ofrecidos, y aquellos que no podían aferrarlos, emplearlos y encajarse allí en el progreso de la clase, tenían que ser eliminados antes de que hicieran disminuir el progreso de todos los demás. Para él era un sistema natural, y tenía una tendencia a ser suavemente incrédulo cuando alguien se volvía a él en busca de ayuda, por hallarse ya muy atrasado y veces sin la menor esperanza de alcanzar a los demás.
En las primeras semanas de estudios, se creó entre sus compañeros de clase la fama de ser un cerebro frío e inamistoso que obraba como si fuese bastante mejor que todos los demás.
En ese primer año, sus profesores no repararon en él. Era a los posibles malos estudiantes a los que tenían que prestar atención.
Lucas no pensaba mucho más de lo que había pensado en el colegio de Nueva York, donde sus profesores se habían mostrado muy dispuestos a ser excesivamente entusiásticos. Se abstrajo en su tarea, no tanto atraído por ella como por el descubrimiento de que podía trabajar, de que eso era lo que se esperaba de él, de que le eran concedidas todas las oportunidades para que lo hiciese así y de que el colegio estaba organizado para personas que pudiesen pensar en términos de trabajo y en nada más.
Transcurrieron casi dos meses antes de que consiguiera acostumbrarse a ello para que se atenuara un poco su primer entusiasmo. Entonces pudo asentarse y entregarse a una rutina. Después disponía de tiempo para dedicarse a otras cosas.
Pero comprobó que se hallaba aislado. Por alguna razón, no podía comprender en absoluto porqué, no tenía amigos. Cuando intentaba aproximarse a algunos de sus compañeros de clase, comprobaban que le miraban con resentimiento o que estaban demasiados atareados. Descubrió que la mayor parte de ellos tenían que realizar por lo menos el doble de esfuerzo que él y que ninguno estaba tan seguro de si mismo como él. Esto le dejaba perplejo, después de todo eran estudiantes del Tecnológico, y al fin comprendió que la mayoría de las personas se contentaban con saber que aprovechaban sólo el ochenta y cinco por ciento de su tiempo. Pero eso no hizo nada para ayudarle.
Todavía se sintió más confuso. Sin la menor duda había esperado que en el Tecnológico encontraría a una diferente clase de gente. Y, en realidad, la había encontrado. Eran muchos los estudiantes que habían abandonado sus demás preocupaciones al llegar allí. Dormían poco, comían de prisa, no hacían otra cosa sino estudiar. En las clases, tomaban notas increíblemente grandes, por la noche se la llevaban a sus habitaciones y perdían la vista repasándolas. No se tomaban la molestia de contestar a las cartas que le mandaban de casa, y las expediciones a la ciudad por las noches se hallaban por completo fuera de la cuestión. Su conversación se componía de una serie de discusiones sobre sus tareas, y si algunos de ellos tenían problemas, los mantenían enterrados y no se ocupaban de otra cosa sino del desarrollo de los estudios.
Pero según descubrió Lucas, esto no quería decir que ninguno de ellos fuese feliz o estuvieran considerablemente familiarizados con sus temas. Sólo quería decir que eran temporales monomaníacos.
Durante un tiempo se preguntó si también él era un monomaníaco más. Pero esa idea no parecía encajar en los hechos. De forma que, una vez más, se vio obligado a llegar a la conclusión de que era una especie de fenómeno, un ser que, por alguna razón, se había olvidado de dar un paso que la mayoría de las personas daban con tanta naturalidad que ni siquiera se percataban de ello. Esto le hizo preocuparse profundamente, en aquellos raros momentos en los que su mente se lo permitía. La mayor parte del día lo pasaba completamente absorto en su trabajo. Pero, por la noche, cuando estaba sentado en su habitación con las notas del día completadas y las lecciones estudiadas, miraba inexpresivamente la pared que había al otro lado de su mesa y se preguntaba qué remedio podía aplicarle a aquel fracaso que había hecho de Lucas Martino.
El único progreso que realizó fue en aquel breve tiempo en que casi literalmente descubrió a su compañero de habitación.
Frank Heywood era la persona ideal para compartir la pequeña habitación con Lucas Martino. Un tipo tranquilo y sereno que no hablaba nunca excepto cuando era absolutamente necesario, parecía atemperar sus movimientos a las dimensiones de la habitación para que de esa manera no estorbasen nunca a Lucas. Usaba la habitación sólo para dormir y estudiar, y salía de ella cada vez que tenía tiempo libre. Cuando Lucas pensó en ello algunas semanas después de haber comenzado el año, decidió que Frank, como él mismo, había estado demasiado atareado para entregarse a la amistad o estrictamente a la suficiente cortesía para que le dejaran vivir en paz. Pero, evidentemente, también Frank se asentó y empezó a encontrar un poco de desahogo, porque fue su compañero de habitación, y no Lucas, quien inició la breve amistad que existió entre ellos.
—Sabes — le dijo Frank una noche, dejándole asombrado —, indudablemente tú eres el tipo más importante de este cuerpo estudiantil.
Lucas le miró desde el otro lado de la mesa, ante la cual permanecía sentado con la barbilla apoyada en las manos.
—¿Quién, yo?
—Sí, tú. — La expresión de Heywood era completamente grave —. Lo digo en serio. El rumor que corre en el colegio es que eres un empollón. Yo te he observado, y la verdad es que aprenderte las lecciones ni te cuesta ni la mitad de esfuerzo que a todos esos asnos. No te es necesario esforzarte mucho. Una mirada a los libros y la lección se te queda grabada para siempre.
—¿Y?
—Eso quiere decir que tienes sesos.
—No son muchos los retrasados mentales que ingresan en colegios como éstos.
—¿Retrasados mentales? — Frank hizo un ademán despectivo —. ¡Demonios, no! Este lugar es la cuna de la próxima generación de buenos americanos sabios, la esperanza del futuro, el depósito de todas nuestras mejores mentes técnicas. Y la mayor parte de ellas no pueden competir contigo sin estar pensando en las cuestiones más de una hora. ¿Por qué? Porque les han enseñado cómo deben leer los textos, no cómo deben usarlos. Eso no es lo que ocurre contigo.
Lucas le miró atónito. En primer lugar, ése era el discurso más largo que Frank le había hecho desde que le conocía. En segundo lugar, sus palabras constituían un punto de vista completamente nuevo, una actitud hacia el Tecnológico y todo cuanto representaba. El no había oído nunca expresar esa opinión, y no la había considerado jamás.
—¿Qué es lo que eso quiere decir en el fondo? — preguntó, animado por la curiosidad de saber todo cuanto le fuese posible.
—Esto: debido a como son enseñadas aquí las cosas, la mayor parte de los estudiantes sólo pueden tener resultados positivos grabándose en la memoria lo que se les dice. He estado hablando con algunos de ellos. Apuesto a que en este mismo piso puedes encontrar a diez tipos capaces de repetirte palabra por palabra sus textos, haciéndolo como alguien que se saca de la garganta una lombriz interminable. También te apuesto a que, si dentro de quince años, sucede que algunos cajistas comunistas modifican deliberadamente las palabras del texto, la ciencia aliada se irá al diablo ya que nadie tendrá la iniciativa suficiente para figurarse qué debería decir realmente en él. Y sobre todo no la tendrán esos diez tipos. Se pasarán la vida diseñando sistemas de control contra cohetes que estén de acuerdo con los sistemas de radar, porque así dice el texto que se debe hacer.
—No te comprendo — dijo Lucas frunciendo el ceño.
—Escucha, esos tipos no son retrasados mentales, son muy inteligentes porque de otra manera no estarían aquí. Pero les han enseñado que la única manera de aprenderse algo es grabándoselo en la memoria. Si les ofreces algo de prisa, se lo aprenderán de memoria… pero no tendrán tiempo para pensar. Se atiborrarán de palabras, y cuando llegue el momento de demostrar lo que saben, lo soltarán todo como papagayos.
«Yo diría que seguir así es una cosa tremendamente peligrosa. Digo que, alguien con sesos debe empezar a darse cuenta de lo que se va a hacer a sí mismo y lo que le está haciendo al esfuerzo aliado cuando se atiborra de hechos indiscriminadamente. Digo que todo el que se dé cuenta de ello deseará hacer algo al respecto. Pero todos los papagayos que hay aquí no se molestan siquiera ni en fruncir la frente. De forma que, considerándolo todo, digo que quizá tienen sesos, pero que no tienen bastantes sesos.
»En cambio te he observado a ti. Cuando estoy sentado aquí y veo en qué forma estudias tus notas, experimento un placer. He aquí un tipo con una expresión en la cara como si estuviera mirando la carta de una amante cuando estudia un texto de electrónica. He aquí un tipo que realiza un proyecto como un hombre construye un buen reloj. He aquí un tipo que lo mastica todo bien antes de tragarlo. He aquí un tipo que hace algo con lo que le dan. Cuando uno piensa bien en ello, he aquí un tipo que en este lugar va a producir realmente.»
Lucas elevó las cejas.
—¿Yo?
—Tú. No ceso de observar. Supongo que he echado por lo menos una ojeada a todos los tipos de este colegio. Hay unos cuantos como tú en la facultad, pero ninguno en el cuerpo estudiantil. Unos cuantos se aproximan bastante, pero ninguno está a tu altura. Por eso es por lo que digo que, de todos los tipos que hay aquí en las cuatro clases, tú eres el único digno de ser observado. Tú eres el tipo que va a ser realmente grande en su especialidad sea ingeniería civil o dinámica nuclear.
—Física electrónica, creo.
—De acuerdo, física electrónica. Apuesto a que los comunistas se preocuparán realmente por tu causa dentro de unos cuantos años.
Lucas parpadeó. Se sentía completamente abrumado.
—Soy el hijo ilegítimo de Guglielmo Marconi — replicó —. Ya te habrás dado cuenta de la semejanza de nombres.
Pero con esa defensa no pudo conseguir otra cosa sino poner un temporal obstáculo al curso de su conversación. Tenía que pensar en ello, pensar intensamente, para poner en conveniente orden todos estos nuevos datos.
En primer lugar se hallaba, con la flamante noción de que ser diferente a los demás personas no era necesariamente malo. Después, existía la idea de que alguien le consideraba lo bastante importante para observar su conducta y analizarla, por supuesto, esta segunda conclusión conducía a una tercera. Si Frank Heywood pensaba de esa manera, y si él podía ver lo que otras personas no podían ver, entonces también Frank se diferenciaba de casi todos los demás.
Eso tal vez podía llegar a significar mucho. Podía llegar a significar que él y Frank podrían hablar el uno con el otro. Ciertamente significaba que Frank, a despecho de lo que decía en sentido contrario, era capaz como él… quizá más aún, puesto que Frank le había visto y él no.
En muchos aspectos, Lucas comprobó que ése era un atrayente curso de pensamientos. Si se aceptaba cualquier parte de él, automáticamente quería decir que aceptaba también la idea de que era una especie de genio. Esto en sí mismo le hizo mirar suspicazmente toda la hipótesis. Pero tenía muy pocas o ninguna prueba real para refutarla. En efecto, era la clase de hipótesis que le permitía reinterpretar toda su vida, y de esta manera reinterpretar todas las pruebas que pudiese haber contra ella.
Durante varias semanas, vivió un período de gran embriaguez emocional, convencido de que finalmente había logrado comprenderse. Durante esas semanas, él y Frank hablaron sobre todo cuanto interesaba a Lucas en esos momentos y se pasaban gran parte de la noche sosteniendo graves discusiones. Pero la sensación de que habitaban juntos dos genios era una parte esencial de esa situación, y una noche a Lucas se le ocurrió la idea de preguntarle a Frank cómo le iba en sus estudios.
—¿Yo? Me desenvuelvo bien. En todas las asignaturas saco un medio punto más de lo necesario para aprobar.
—¿Medio punto?
Heywood sonrió.
—Tú vas a tu iglesia y yo voy a la mía. Yo conseguiré un diploma en el que dirá Instituto Tecnológico de Massachussets, lo mismo que el tuyo.
—Sí, pero no es el diploma…
—¿Lo que uno sabe? Desde luego, si tu propósito es seguir más adelante. Si he de ser completamente honesto, te diré que podría obtener notas muchos mejores. ¿Pero por qué demonios habría de hacerlo? No es mi intención desgastar mis sesos en Yucca Flat sobre los próximos cuarenta años, hacerme acreedor a una pensión y retirarme. No, no. Obtendré el diploma del MIT y lo emplearé como el billete de entrada en algún departamento del gobierno, donde pasaré los próximos cuarenta años sentado detrás de una mesa, dejando que mis sesos se recreen en un despacho con aire acondicionado, y un día me retiraré con una pensión más grande.
—¿Y… y eso es todo?
Heywood rió entre dientes.
—Eso es todo, paisano.
—Me parece una cosa tan sumamente vacua que casi me entran deseos de vomitar. Un tipo con sesos planeando una vida como ésa.
Heywood sonrió extendió las manos.
—Así es. ¿Por qué habría de matarme? De esa otra manera lo pasaré bien y tendré mucho tiempo libre. — Sonrió otra vez —. Podré obtener prolongadas conversaciones con mi compañero de habitación e ir por ahí a ver a otras personas. Demonios, amigo, de esa forma uno no suda tanto que se le vaya la vida por los poros de la piel. Y te advierto que se necesita ser un tipo con sesos para graduarse en un colegio como el Tecnológico.
Era la total pérdida de esos sesos lo que espantaba a Lucas. Le resultaba imposible creerlo y difícil aceptarlo con agrado. Ciertamente, dio al traste con sus buenas relaciones del pasado mes.
Después de eso volvió a meterse en su concha.
No se mostraba hostil con Heywood ni nada de eso, pero dejó que su amistad muriera rápidamente. Con ello perdió la idea de que era un genio. Con el tiempo incluso olvidó que había estado a punto de engañarse a ese respecto aunque ocasionalmente, cuando algo se desarrollaba especialmente bien para él, la odiosa idea se reproducía. Entonces él se apresuraba a suprimirla, sintiéndose molesto.
El y Heywood terminaron sus estudios siendo aún compañeros de habitación. Durante todo ese tiempo, Heywood fue una vez más el perfecto compañero para compartir con Lucas Martino una habitación pequeña y no parecían importarle los largos períodos de silencio de Lucas Martino. Algunas veces Lucas lo veía sentado, observándole.
Después de haberse graduado, Heywood se trasladó a Boston y, por lo que a Lucas se refiere, desapareció. Fue sólo algunos años después cuando uno de sus profesores se acercó a él y le dijo:
—Esa hipótesis de la que usted ha estado hablando, Martino, tal vez es digna de que la desarrolle sobre el papel.
De manera que Heywood no asistió en absoluto al nacimiento del K-Ochenta y ocho, y Lucas Martino, por su parte, tenía de nuevo algo que absorbía toda su atención y le impedía pensar en aquellos problemas que permanecían sin resolver en su mente.