7 Navegando por el Río de los Muertos

Es un triste tópico que las desgracias ajenas, por terribles que sean, siempre parecen nimias comparadas con las propias. En ese momento de su vida, si alguien le hubiese dicho a Acertijo que ejércitos de goblins y hobgoblins, draconianos, matones a sueldo y asesinos marchaban contra los elfos, el gnomo se habría echado a reír con desdén mientras ponía los ojos en blanco.

—¿Y creen que ellos tienen problemas? —habría dicho—. ¡Ja! Tendrían que estar sumergidos en el océano, dentro de un sumergible en el que entra agua y con una humana que insiste en que siga a un puñado de muertos. Eso sí es tener problemas.

Si a Acertijo le hubiesen informado que a su amigo el kender, quien le había proporcionado los medios para, finalmente, poder llevar a cabo su Misión en la Vida y trazar el mapa del laberinto de setos, lo tenía prisionero el mago más poderoso de todo el mundo en la Torre de la Alta Hechicería, el gnomo habría resoplado con sorna.

—¡De modo que el kender cree que está en apuros! ¡Ja! Tendría que intentar manejar el sumergible él solo, cuando se necesita una tripulación de veinte personas. ¡Eso sí es una situación apurada!

De hecho, el sumergible funcionaba mucho mejor con un solo tripulante, ya que los otros diecinueve sólo habrían servido para añadir su peso, estorbar y consumir aire. El viaje original que partió del Monte Noimporta con destino a la Ciudadela había empezado con una dotación de veinte, pero los demás se habían perdido, habían desaparecido o habían sufrido graves quemaduras a lo largo de la travesía, de manera que al final sólo quedó Acertijo, el cual no era más que un modesto pasajero, al control de los mandos. Su desconocimiento absoluto sobre el complicado sistema de mecanismos diseñado para propulsar el NMN Indestructible era, sin duda, la razón de que la nave hubiese permanecido a flote durante tanto tiempo.

El navío se había diseñado a semejanza de un gran pez. Estaba fabricado con madera, por lo que era lo bastante ligero para flotar, y después cubierto con hierro, por lo que era lo bastante pesado para hundirse. Acertijo sabía que había una manivela a la que tenía que dar vueltas para que la nave mantuviera el avance, otra manivela para que ascendiera, y una tercera que hacía que se sumergiera. Tenía una vaga idea sobre la función que realizaban las manivelas, aunque recordaba que un gnomo (quizás el último capitán) le había dicho que la manivela trasera hacía que las aletas posteriores de la nave giraran de manera desenfrenada, removiendo el agua y, en consecuencia, la propulsaran hacia adelante. La manivela del fondo hacía girar las aletas inferiores, impulsando la nave hacia arriba, en tanto que las aletas superiores invertían el proceso.

Acertijo sabía que, además de las manivelas, había un montón de engranajes que tenían que engrasarse continuamente. Eso lo sabía porque todos los gnomos de cualquier parte del mundo sabían que los engranajes tenían que engrasarse constantemente. Le habían dicho que había fuelles que bombeaban aire al interior del sumergible, pero no había sido capaz de dilucidar cómo funcionaban y, en consecuencia, llegó a la conclusión de que lo más juicioso, ya que no lo más científico, sería hacer subir al Indestructible a la superficie cada pocas horas para renovar el aire. Puesto que los fuelles no funcionaban —y nunca habían funcionado— resultó muy sensato por su parte razonar así.

Al inicio de su forzoso viaje, Acertijo le preguntó a Goldmoon por qué había robado su sumergible, dónde planeaba ir con él y qué se proponía hacer cuando llegasen allí. Fue entonces cuando la mujer hizo la asombrosa declaración de que seguía a los muertos, que éstos la guiaban y protegían y que la conducían a través del Nuevo Mar hacia donde debía ir. Cuando él le preguntó, lógicamente, por qué los muertos habían estimado conveniente decirle que le robara su nave, la mujer había contestado que sumergirse bajo el agua era el único modo de escapar del dragón.

Acertijo intentó interesar a Goldmoon en el funcionamiento del sumergible y obtener su ayuda en el manejo de las manivelas —tarea que cansaba mucho los brazos— o al menos la ayuda de los muertos, ya que ellos parecían ser los que estaban al mando de la travesía. Goldmoon no le hizo el menor caso. A Acertijo le resultaba exasperante su pasajera, y habría dado media vuelta al Indestructible en ese mismo instante, poniendo rumbo al laberinto de setos, tanto si había un dragón como si no, de no ser por el hecho lamentable de que no tenía la más remota idea de cómo hacer que la nave fuera en otra dirección distinta a arriba, abajo y adelante.

Resultó que el gnomo tampoco sabía cómo detener el sumergible, lo que dio un nuevo y desdichado significado al término «tomar tierra».

Ya fuese por azar o por la orientación de los muertos, lo cierto es que el Indestructible no se estrelló contra un acantilado ni encalló en un arrecife. Por el contrario, varó en una lisa playa, con las aletas todavía girando y lanzando al aire montones de arena y agua de mar, destrozando medusas y aterrorizando a las aves marinas. El último cabeceo sobre la playa fue violento e incómodo, pero no fatal para los pasajeros. Goldmoon y Acertijo salieron sólo con cortes y contusiones sin importancia. No podía decirse lo mismo del Indestructible.

Goldmoon se paró en la playa desierta y respiró profundamente el fresco aire marino. No hizo caso a los cortes de sus brazos ni al chichón de su frente. Aquel nuevo y extraño cuerpo suyo tenía la capacidad de sanarse a sí mismo; al cabo de unos segundos, la sangre dejaría de manar, la carne cicatrizaría por sí sola, los moretones se borrarían. Seguiría sintiendo el dolor de las heridas, pero sólo en su verdadero cuerpo, el débil y frágil cuerpo de una mujer anciana.

No le gustaba ese nuevo cuerpo que se le había otorgado milagrosamente —receptora en contra de su voluntad— la noche de la terrible tormenta, pero acabó comprendiendo que su fortaleza y su salud eran esenciales para llevarla dondequiera que los muertos querían conducirla. El viejo cuerpo no habría llegado tan lejos; estaba cerca de la muerte, al igual que lo estaba el espíritu que residía en él. Tal vez ésa fuera la razón de que ella pudiese ver a los muertos mientras que otros no los veían. Se encontraba más cerca de los muertos que de los vivos.

El pálido río de espíritus discurría sobre las dunas azotadas por el viento, en dirección norte. La alta hierba de un verde pardusco que crecía en las dunas se mecía con el viento levantado a su paso. Goldmoon se recogió la larga falda de su túnica blanca, la túnica que la señalaba como una mística de la Ciudadela de la Luz, y se dispuso a seguirlos.

—¡Espera! —gritó Acertijo, que había estado contemplando, boquiabierto, los destrozos sufridos por el Indestructible—. ¿Qué haces? ¿Adónde vas?

La mujer no respondió y siguió adelante. Caminar resultaba difícil, ya que se hundía en la blanda arena a cada paso, además de que la túnica le obstaculizaba los movimientos.

—No puedes abandonarme —protestó Acertijo. Agitó una mano llena de grasa—. He perdido un montón de tiempo transportándote a través del mar, y ahora has roto mi nave. ¿Cómo voy a volver a mi Misión en la Vida, hacer el mapa del laberinto de setos?

Goldmoon se paró y se volvió para mirar al gnomo; no era una imagen agradable, con el áspero cabello y la barba desaliñada, la cara roja de justa indignación y llena de churretes de aceite y sangre.

—Gracias por traerme —dijo, alzando la voz para hacerse oír sobre el fresco viento y el romper de las olas—. Lamento tu pérdida, pero no puedo hacer nada para ayudarte. —Movió la cabeza y miró hacia el norte—. He de continuar un viaje y no puedo entretenerme aquí ni en ningún sitio. —Volvió la vista hacia el gnomo de nuevo y añadió amablemente:— No es mi intención dejarte abandonado a tu suerte. Puedes acompañarme, si quieres.

Acertijo miró a la mujer y después al Indestructible, que ciertamente no había hecho honor a su nombre. Hasta él, un simple pasajero, podía ver que las reparaciones serían largas y costosas, por no mencionar el hecho de que, puesto que nunca había entendido cómo funcionaba ese cacharro, conseguir que volviera a funcionar plantearía ciertos problemas.

«Además —se dijo, más animado—, sin duda el propietario lo tiene asegurado y será compensado por la pérdida.»

Eso era enfocar el asunto bajo un punto de vista optimista. Optimista y absolutamente poco realista, ya que era de sobra conocido el hecho de que el gremio de AseguradoresAsociadosdeFinanciación y AnulacióndeColisiónDesmembraciónAccidentalFuegoInundación NoImputablesaActosDivinos nunca había pagado una sola pieza de cobre, si bien había, a raíz de la Guerra de Caos, innumerables demandas pendientes con la argumentación de que los ActosDivinos ya no contaban puesto que no había dioses. Debido al hecho de que las demandas tenían que pasar a través del sistema legal gnomo, no se esperaba que ninguna llegase a una sentencia durante la vida de los litigantes, si bien se pasaría a las generaciones venideras, todas las cuales acabarían arruinadas por las costas legales acumuladas.

Acertijo apenas tenía pertenencias que salvar del siniestro. Había salido corriendo de la Ciudadela tan deprisa que se había dejado su más importante posesión: el mapa del laberinto de setos. Al gnomo no le cabía duda de que el mapa sería encontrado y, considerando que se trataba de la «Maravilla de Maravillas», naturalmente se guardaría a buen recaudo en el lugar más seguro de la Ciudadela de la Luz.

Lo único que salvó de los restos fue una navaja que había pertenecido al último capitán. Era una pieza excepcional, ya que tenia toda clase de herramientas incorporadas y con ella podía hacerse casi todo: abrir una botella de vino, indicar dónde estaba el norte, cascar las conchas de las ostras más recalcitrantes. La única desventaja era que no podía cortarse nada con ella, ya que no tenía cuchilla pues el inventor se había quedado sin espacio, pero era un pequeño inconveniente comparado con el hecho de que podía utilizarse para recortar los pelillos de la nariz.

Acertijo se guardó la fantástica navaja en un bolsillo de su túnica pringada de tinta y aceite y avanzó a trompicones, resbalando y tropezando a lo largo de la playa. Se detuvo una vez para volverse a mirar al Indestructible. El sumergible tenía el triste aspecto de una ballena varada, y la arena levantada por el viento empezaba ya a cubrirlo.

El gnomo echó a andar en pos de Goldmoon, que seguía al rio de los muertos.

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