7

Cuando por la mañana reemprendieron la marcha fue Srin'gahar, excepcionalmente, quien inició el diálogo:

—Háblame de los elefantes, amigo de mi viaje. ¿Qué aspecto tienen y cómo viven?

—¿Dónde oíste hablar de los elefantes?

—Los terráqueos del hotel los mencionaron. También en el pasado he oído esa palabra. Son seres de la Tierra que se parecen a nosotros los nildores, ¿no es así?

—Existen algunas semejanzas —reconoció Gundersen.

—¿Semejanzas profundas?

—Hay muchas similitudes. —Deseó que Srin'gahar fuese capaz de comprender el boceto—. Son de cuerpo largo y alto, al igual que tú, y tienen cuatro patas, cola y trompa. Poseen colmillos, pero sólo dos; uno aquí y otro aquí. Sus ojos son más pequeños y están mal situados, aquí y aquí. Y aquí… —Señaló la cresta craneana de Srin'gahar—, aquí no tienen nada. Además, sus huesos no se mueven como los tuyos.

—Me parece que los elefantes se parecen mucho a los nildores —opinó Srin'gahar.

—Creo que sí.

—¿Sabes tú el motivo? ¿Crees que nosotros y los elefantes podemos formar parte de la misma raza?

—Eso no es posible —replicó Gundersen—. Se trata simplemente de una… —Buscó las palabras; el vocabulario nildororu no incluía los vocablos técnicos de la genética—, se trata simplemente de una pauta del desarrollo de la vida que tiene lugar en muchos planetas. Algunos modelos básicos correspondientes a los seres vivos se repiten en todas partes. El modelo de elefante, el modelo de nildor, es uno de ellos. El cuerpo voluminoso, la cabeza enorme, el cuello corto, la trompa larga que permite que ese ser recoja objetos y los manipule sin necesidad de agacharse, se desarrollan en todas partes donde se dan las condiciones adecuadas.

—¿Has visto elefantes en muchos otros planetas?

—En algunos —repuso Gundersen—. Siguen la misma pauta genética de constitución o al menos algunos aspectos de ésta, aunque los más parecidos son los elefantes y los nildores. Podría hablarte de otra media docena de especies que parecen pertenecer al mismo grupo. Eso también se aplica a diversas formas de vida: insectos, reptiles, pequeños mamíferos, etcétera. En todos los planetas hay algunos baches que cubrir. Los pensamientos de la Fuerza Modeladora recorren el mismo camino en todas partes.

—¿Dónde están entonces los equivalentes belzagorianos de los hombres?

Gundersen dudó.

—Yo no he dicho que en todas partes haya equivalentes exactos. Supongo que en tu planeta lo más próximo al modelo humano son los sulidores. Pero no son muy parecidos a nosotros.

—Los hombres gobiernan la Tierra. Aquí los sulidores constituyen la especie secundaria.

—Un accidente del desarrollo. Vuestra g'rakh es superior a la de los sulidores; en nuestro mundo no existe ninguna otra especie que posea g'rakh. Pero las semejanzas físicas entre hombres y sulidores son múltiples. Ellos caminan a dos patas y nosotros también. Comen carne y frutas y nosotros también. Poseen manos que pueden asir cosas y nosotros también. Sus ojos están situados en la parte delantera de la cabeza, al igual que los nuestros. Ya sé que son más grandes, más fuertes, más peludos y menos inteligentes que los seres humanos, pero intento mostrarte que los modelos pueden ser semejantes en planetas distintos, aunque no exista una verdadera consanguinidad entre…

Srin'gahar le interrumpió delicadamente:

—¿Cómo sabes que los elefantes no poseen g'rakh?

—Nosotros…, ellos…, está claro que… —Gundersen calló incómodo. Después de detenerse a pensar, agregó cuidadosamente—: Nunca demostraron poseer ninguna de las cualidades de la g'rakh. No se organizan en poblaciones, carecen de estructura tribal, no tienen tecnología, religión ni cultura permanente.

—Nosotros tampoco nos organizamos en poblaciones ni tenemos tecnología —puntualizó el nildor—. Deambulamos por las selvas y nos atiborramos de hojas y ramas. He oído decir esto acerca de nosotros y es verdad.

—Pero sois distintos. Vosotros…

—¿En qué somos distintos? Los elefantes también deambulan por las selvas y se atiborran de hojas y ramas, ¿no es así? No usan ningún pellejo sobre su propia piel. No tienen máquinas. Carecen de libros. Pero tú aceptas que nosotros tenemos g'rakh y que ellos no.

—No pueden comunicar ideas —agregó Gundersen a la desesperada—. Supongo que entre ellos pueden decirse cosas simples sobre alimentos, apareamientos y peligro, pero eso es todo. Si tienen un auténtico lenguaje, nosotros no podemos detectarlo. Sólo hemos reparado en unos pocos sonidos básicos.

—Tal vez su lenguaje es tan complejo que sois incapaces de detectarlo —sugirió Srin'gahar.

—Lo dudo. En cuanto llegamos aquí, fuimos capaces de saber que los nildores poseen un lenguaje y de aprenderlo. Pero a lo largo de los milenios en que hombres y elefantes han compartido el mismo planeta, no hemos percibido indicios de que ellos puedan acumular y transmitir conceptos abstractos. Y esa es la esencia de la g'rakh, ¿verdad?

—Repito mi afirmación. ¿Y si fuerais tan inferiores a los elefantes que no sois capaces de comprender su auténtica profundidad?

—Una pregunta inteligentemente planteada, Srin'gahar. Pero no la aceptaré como descripción del mundo real. Si los elefantes poseen g'rakh, ¿por qué no han escalado cotas superiores durante todo el tiempo que llevan en la Tierra? ¿Por qué la humanidad domina el planeta y los elefantes están arrinconados y prácticamente exterminados?

—¿Matáis a vuestros elefantes?

—Ya no. Pero hubo una época en que los hombres mataban a los elefantes por placer, para alimentarse o para utilizar sus colmillos como objetos decorativos. Y hubo una época en que los hombres utilizaron a los elefantes como bestias de carga. Si los elefantes poseyeran g'rakh habrían… —Comprendió que había caído en la trampa del nildor.

Srin'gahar dijo:

—También en este planeta los «elefantes» se dejan explotar por los seres humanos. No nos comisteis y en contadas ocasiones nos matasteis, pero a menudo nos hicisteis trabajar para vosotros. Pero tú reconoces que somos seres que poseemos g'rakh.

—Lo que hicimos aquí constituyó un gigantesco error —afirmó Gundersen— y cuando lo comprendimos nos retiramos y abandonamos tu planeta. Pero eso no significa que los elefantes sean seres racionales y sensibles. Son animales, Srin'gahar, animales grandes y sencillos y nada más.

—Las ciudades y las máquinas no son las únicas conquistas de la g'rakh.

—¿Dónde están entonces sus conquistas espirituales? ¿Qué cree un elefante con respecto a la naturaleza del universo? ¿Qué opina de la Fuerza Demoledora? ¿Cómo considera su propio lugar en la sociedad?

—No lo sé —replicó Srin'gahar—. Y tú tampoco, amigo de mi viaje, pues el lenguaje de los elefantes te está vedado. Pero es un error dar por supuesta la ausencia de g'rakh allí donde eres incapaz de percibirla.

—En ese caso, es posible que los malidares también posean g'rakh. Y las serpientes del veneno. Y los árboles y las enredaderas y…

—No —aseguró Srin'gahar—. En este planeta, los nildores y los sulidores son los únicos que poseen g'rakh. Lo sabemos más allá de toda duda. En tu mundo, no es necesariamente cierto que los humanos sean los únicos que poseen la cualidad de la razón.

Gundersen comprendió que era inútil seguir discutiendo. ¿Acaso Srin'gahar era un chauvinista que defendía la supremacía espiritual de los elefantes a lo largo y lo ancho del universo o adoptaba deliberadamente una posición extrema para exponer las presuntuosidades y las vulnerabilidades morales del imperialismo de la Tierra? Gundersen no lo sabía. Se le vino a la memoria el episodio en que Gulliver discutía con los Houyhnhnms sobre la inteligencia de los caballos.

—Me rindo —dijo secamente—. Quizás alguna vez traiga un elefante a Belzagor y así podrás decirme si posee o no g'rakh.

—Le daré la bienvenida como a un hermano.

—Podrías ser desdichado a causa del vacío de la mente de tu hermano —dijo Gundersen—. Verías a un ser modelado a tu manera pero no lograrías llegar a su alma.

—Tráeme un elefante, amigo de mi viaje, y yo seré el juez de su vacuidad —agregó Srin'gahar—. Aclárame una sola cuestión más y dejaré de molestarte: cuando nos llamáis elefantes, pensáis en nosotros como meras bestias, ¿no? Según tus palabras, los elefantes son «animales grandes y sencillos». ¿Así nos ven los visitantes procedentes de la Tierra?

—Sólo se refieren al parecido anatómico entre nildores y elefantes. Es algo superficial. Dicen que sois como elefantes.

—Me gustaría creerlo —comentó el nildor, guardó silencio y dejó a Gundersen a solas con su vergüenza y su culpa.

En otra época, Gundersen no había tenido la costumbre de discutir con su montura la naturaleza de la inteligencia. Entonces ni siquiera se le había ocurrido que ese debate fuese posible. Ahora descubrió el alcance del sentimiento reprimido de Srin'gahar. Elefantes: sí, él también había visto así a los nildores. Elefantes inteligentes tal vez, pero elefantes de todos modos.

Siguieron con la vista, en silencio, el torrente hirviente que corría hacia el norte. Poco antes del mediodía llegaron a su nacimiento: un ancho lago en forma de cuenco encajado entre una cadena doble de colinas que se elevaban abruptamente. Algunas nubes de vapor grasoso se elevaban de la superficie del lago. Las algas termofílicas recorrían sus aguas; las de color rosado formaban una delgada espuma en lo alto y prácticamente ocultaban las enredadas marañas de las plantas más grandes y espesas, de color gris azulado, que se encontraban un poco más abajo.

Gundersen tuvo ganas de detenerse para contemplar el lago y sus extraños habitantes. Pero era sumamente reacio a pedirle a Srin'gahar que se detuviera. El nildor no sólo era su montura sino su compañero de viaje y pedirle como un turista que se detuvieran un rato allí podía reforzar su convicción de que los terrestres aún consideraban a su especie como meras bestias de carga. Se resignó perder esa excursión. Se dijo que no era justo retrasar la marcha de Srin'gahar hacia el renacimiento para cumplimentar una curiosidad caprichosa.

A medida que se acercaban a la curva más distante del lago, en la maleza del este se produjo tal estrépito y quebrantamiento que la caravana de nildores se detuvo para averiguar qué ocurría. A Gundersen le parecía como si un dinosaurio merodeador se dispusiera a salir lentamente de la selva, un enorme y torpe tiranosaurio inexplicablemente desplazado en el tiempo y el espacio. Un pequeño y chato vehículo salió de una grieta en la hilera de colinas y atravesó lentamente el terreno yermo que bordeaba el fago. Gundersen reconoció el coleóptero del hotel, que arrastraba un estrafalario apéndice de aspecto rudimentario a modo de remolque construido con tablones y grandes ruedas. Encima del traqueteante y estruendoso remolque habían montado cuatro pequeñas tiendas de campaña que ocupaban casi toda la superficie; a lo largo de las tiendas y por encima de las ruedas habían colocado varias hileras de bultos y en la parte trasera, aferrados a una barandilla y mirando nerviosamente a su alrededor, se encontraban los ocho turistas que Gundersen había dejado unos días atrás en el hotel de la costa.

Srin'gahar dijo:

—Aquí están algunos de los tuyos. Querrás hablar con ellos, supongo.

A decir verdad, los turistas eran la última especie que Gundersen deseaba ver en ese momento. Habría preferido saltamontes, escorpiones, serpientes de colmillos, tiranosaurios, escuerzos, cualquier cosa. Aquí estaba, entre los nildores, saliendo de algún tipo de experiencia mística cuya naturaleza apenas comprendía; aquí, aislado de los de su propia especie, avanzaba hacia la región del renacimiento y se debatía con preguntas fundamentales acerca del bien y del mal, de la naturaleza y de la inteligencia, de la relación entre humanos y no humanos y la de sí mismo con su propia historia; hacía unos instantes, las preguntas fortuitas e ingeniosas de Srin'gahar sobre las almas de los elefantes le habían obligado a realizar una confrontación incómoda e incluso dolorosa con su biografía; bruscamente Gundersen se encontraba una vez más entre esos seres humanos vacuos y triviales, esos arquetipos del turista ignorante y torpe, y toda individualidad que pudiera haber conquistado a los ojos de su compañero nildor desapareció en el mismo instante en que cayó dentro de la clase indiferenciada de los terrícolas. Algún fragmento de su mente sabía que esos turistas no eran tan vulgares ni vacíos como los veía: sólo se trataba de gente corriente, amistosa, algo tonta, demasiado privilegiada, probablemente seres humanos muy satisfactorios en el contexto de sus vidas en la Tierra y aquí sólo parecían figurillas de cartón porque eran esencialmente ajenos al planeta que habían decidido visitar. Pero todavía no estaba preparado para que Srin'gahar le perdiera de vista en tanto persona separada de todos los demás terráqueos que iban a Belzagor y temía que la marejada de charla insustancial que surgía de esas personas le cubriera y lo convirtiera en una de ellas.

El coleóptero, que evidentemente tenía dificultades para arrastrar el remolque, se detuvo a doce metros del lago. Van Beneker bajó del aparato con aspecto sudoroso y desgalichado.

—Muy bien —dijo a los turistas—. Abajo todo el mundo. ¡Echaremos un vistazo a uno de los famosos lagos termales!

Gundersen, montado sobre el ancho lomo de Srin'gahar, pensó pedirle al nildor que prosiguiera la marcha. Los cuatro nildores restantes, una vez satisfechos con respecto al motivo de la conmoción, habían reemprendido la caminata y prácticamente desaparecieron por el extremo más lejano del lago. Pero decidió quedarse un rato; comprendió que una muestra de indiferencia hacia los de su propia especie no lo enaltecería a los ojos de Srin'gahar.

Van Beneker se volvió hacia Gundersen y gritó:

—¡Buenos días, señor! ¡Me alegro de verle! ¿Cómo va el viaje?

Los cuatro matrimonios terrícolas bajaron del remolque. Eran muy prototípicos y actuaban exactamente como la severa imagen de Gundersen preveía que se comportarían: parecían aburridos y desencantados, ahítos de las maravillas ajenas que ya habían visto. Stein, el propietario de la tienda de hélices, controló obedientemente la abertura de su cámara, la colocó sobre el trípode y tomó rutinariamente un holograma de trescientos sesenta grados del paisaje; cuando un momento después, la impresión salió por la ranura de la cámara, Stein ni siquiera se molestó en mirarla. Lo significativo no era la foto propiamente dicha sino el acto de tomarla. Watson, el médico, le gastó una broma poco divertida a Christopher, el financiero, que respondió con una risa mecánica. Las mujeres, cansadas y sucias, no prestaban la menor atención al lago. Dos de ellas permanecían apoyadas contra el coleóptero y esperaban a que les dijesen qué era lo que les estaban mostrando mientras las otras dos, al reparar en la presencia de Gundersen, extrajeron máscaras faciales de sus mochilas y pasaron rápidamente la delgada película de plástico por sus caras a fin de presentar la ilusión de unos rasgos correctamente acicalados ante el guapo desconocido.

—No estaré mucho tiempo aquí —dijo Gundersen a Srin'gahar mientras desmontaba.

Van Beneker se acercó a él.

—¡Qué viaje! —barbotó el hombrecillo—. ¡Qué viaje repugnante! Bueno, ya debería estar acostumbrado. Señor Gundersen, ¿cómo han ido sus asuntos?

—Ninguna queja. —Gundersen señaló el remolque—. ¿De dónde sacó ese ruidoso artefacto?

—Lo construirnos hace un par de años, cuando uno de los viejos acarreadores de carga se averió. Ahora lo utilizamos para pasear a los turistas cuando no podemos conseguir porteadores nildores.

—Parece algo surgido del siglo dieciocho.

—Bueno, señor, ya sabe que no quedan muchos elementos de equipo moderno. Los servos, los caminantes hidráulicos y cosas por ese estilo, escasean. Pero siempre es posible encontrar ruedas y algunos tablones. Nos apañamos.

—¿Qué sucedió con los nildores en los que cabalgamos del puerto espacial al hotel? Creí que estaban dispuestos a trabajar para usted.

—A veces sí y a veces no —explicó Van Beneker—. Son imprevisibles. No podemos obligarles a trabajar ni contratarlos. Sólo podemos pedírselo amablemente y si responden que no están disponibles, no hay nada que hacer. Hace unos días decidieron que no estarían disponibles por una temporada y tuvimos que recurrir al remolque. —Bajó la voz—. Si quiere saber mi opinión, le diré que se debe a esos ocho monos que he traído. Creen que los nildores no entienden el inglés y repiten incesantemente: «qué terrible es que hayamos tenido que entregar un planeta tan valioso como éste a una manada de elefantes».

—Durante el viaje desde la Tierra, algunos asumían posiciones sumamente liberales —comentó Gundersen—. Al menos dos de ellos estaban totalmente a favor de la retirada.

—Seguro. En la Tierra, consideraron la retirada como si se tratase de una doctrina política. «Devolvamos los planetas colonizados a sus nativos largamente oprimidos» y todas las demás consignas. Ahora están aquí y súbitamente han llegado a la conclusión de que los nildores no son «nativos» sino animales, elefantes raros y quizá, después de todo, debimos conservar este planeta. —Van Beneker escupió—. Y los nildores asimilan todo. Simulan no comprender el idioma pero lo entienden, ¡vaya si lo entienden! ¿Cree que tienen ganas de acarrear en sus lomos a gente como ésta?

—Comprendo —dijo Gundersen, y miró a los turistas. El grupo de terráqueos observaba a Srin'gahar, que se había dirigido hacia el monte y arrancaba enérgicamente ramas tiernas para su almuerzo. Watson codeó a Miraflores, que apretó los labios y meneó la cabeza desaprobadoramente. Gundersen no lograba oír lo que decían, pero supuso que expresaban desdén ante el entusiasmado apacentamiento de Srin'gahar. Evidentemente, se suponía que los seres civilizados no arrancaban su alimento de los árboles con la trompa.

—Se quedará a almorzar con nosotros, ¿verdad, señor Gundersen? —preguntó Van Beneker.

—Es muy amable de su parte —replicó Gundersen.

Gundersen se arrodilló en el claro mientras Van Beneker reunía a las personas a su cargo y las llevaba a la orilla del lago humeante. Una vez que todos estuvieron reunidos, Gundersen se levantó y se unió silenciosamente al grupo. Escuchó el discurso del guía, pero logró ocupar sólo la mitad de su atención en lo que decía:

—Zona de vida adaptada a altas temperaturas…, superior a los cincuenta grados centígrados…, mayor en algunos sitios, incluso mayor al punto de hervor, pero algunas cosas viven en ella…, adaptación genética especial…, la denominamos termofílica, es decir, amante del calor… no, el ADN no se cocina, pero el promedio de mutación espontánea es muy elevado y las especies cambian tan rápidamente que resulta increíble…, las enzimas resisten el calor…, basta con poner los organismos lacustres en agua fría para que se congelen en un minuto…, procesos vitales extraordinariamente rápidos…, las proteínas desplegadas y desnaturalizadas también pueden funcionar en circunstancias que… hay una gama muy amplia hasta el nivel primario medio…, un hábitat embolsado, carente de interacción con el resto del planeta…, los desniveles térmicos…, estudios cuantitativos… el doctor Brock, el famoso biólogo cinético… una permanente destrucción térmica de las moléculas sensibles…, la resíntesis ininterrumpida…

Srin'gahar aún se atiborraba de ramas. A Gundersen le pareció que ingería mucho más de lo que normalmente comía en ese momento del día. El ruido producido al arrancar las ramas y masticarlas contrastaba con el espasmódico zumbido de la charla científica memorizada por Van Beneker.

En ese momento Van Beneker desenganchó una red biosensible de su cinturón y comenzó a recoger muestras de la fauna del lago para ilustrar a su grupo. Cogió el asa de la red e hizo ajustes relativos a la masa y la longitud de la presa deseada con el instrumento auxiliar de regulación; la red, montada en un extremo delgado y flexible de una espiral de metal casi infinitamente extensible, se movía bajo la superficie del lago, buscando organismos de las dimensiones programadas. Cuando sus sensores indicaban la presencia de materia viva, abría la boca y la cerraba con toda rapidez. Van Beneker la retiró y llevó a la orilla algún desdichado prisionero atrapado en una muestra de su propio hábitat hirviente.

Apareció un animal lacustre tras otro, seres de piel roja y apariencia de hervidos pero vivos, enojados y aleteantes. Surgió un pez acorazado, protegido por escamas brillantes y hermoseado con fantásticas excrecencias y ornamentos. Tuvieron ante sus ojos una cosa parecida a un bogavante, que sacudía una cola larga y cubierta de púas y agitaba sus feroces pedúnculos oculares. Del lago surgió algo que era una sola e inmensa pinza provista de un minúsculo cuerpo rudimentario. Ninguna de las presas de Van Beneker se parecían entre sí. Repitió que el calor del lago provocaba mutaciones frecuentes. Enunció por segunda vez y a toda prisa la explicación genética mientras devolvía los pequeños monstruos al agua caliente y buscaba otros.

Los aspectos genéticos de los seres termofílicos parecían suscitar el interés de un solo turista: Stein, quien, en su calidad de comerciante de hélices, se especializaba en la corrección cosmética de losgenes humanos y sabía bastante sobre las mutaciones. Stein hizo algunas preguntas que parecían inteligentes y que, obviamente, Van Beneker fue incapaz de responder; los otros se limitaban a mirar y esperaban pacientemente que su guía dejara de mostrarles animales raros y los llevara a otra parte. Gundersen, que nunca antes había tenido oportunidad de observar el contenido de una depresión de alta temperatura, agradeció la exhibición, pero el espectáculo de los habitantes del lago cautivos y agitados le desalentó enseguida. Sintió deseos de seguir su camino.

Miró a su alrededor y descubrió que Srin'gahar no estaba a la vista.

—Lo que hemos cogido ahora es el animal más peligroso del lago, al que denominamos tiburón de navaja —decía Van Beneker—. Sólo en una ocasión he visto otro igual. ¿Ven esos pequeños cuernos? Son totalmente nuevos. ¿Y esa especie de cosa parecida a una linterna situada en la coronilla, esa cosa que se enciende y se apaga? —Dentro de la red se revolvía un esbelto animal de color carmesí de alrededor de un metro de largo. Toda su parte inferior, desde el hocico al vientre, estaba engoznada y formaba lo que equivalía a una boca gigantesca cubierta de centenares de dientes semejantes a agujas. A medida que la boca se abría y se cerraba, parecía que el animal entero se escindía y se curaba a sí mismo—. Esta bestia come cualquier cosa de tamaño hasta tres veces el suyo. Como ven, es feroz, salvaje y…

Incómodo, Gundersen se alejó del lago para buscar a Srin'gahar. Encontró el sitio en el que el nildor había comido y donde las ramas inferiores de varios árboles estaban deshojadas. Vio lo que le pareció la huella del nildor, que se perdía en la selva. Una dolorosa luz blanca de desolación brilló en su cerebro al comprender que Srin'gahar debió de abandonarlo silenciosamente.

En ese caso, tendría que interrumpir el viaje. No se atrevía a avanzar solo y a pie por esa inmensidad sin senderos que se abría ante sus ojos. Tendría que pedir a Van Beneker que le llevase a algún campamento de nildores donde pudiera encontrar otro medio que lo trasladara a la región de las brumas.

En ese momento el grupo de turistas se alejaba del lago. Van Beneker llevaba la red colgada del hombro; Gundersen vio que algunos animales lacustres se movían lentamente en su interior.

—El almuerzo —explicó—. Conseguí algunos cangrejos de jalea. ¿Tiene hambre?

Gundersen logró esbozar una débil sonrisa. No tenía apetito. Miró a Van Beneker mientras éste abría la red: de su interior salió un chorro de agua caliente, arrastrando a ocho o diez animales ovalados y de color púrpura, cada uno distinto a los demás en la cantidad de patas, las marcas de la concha y el tamaño de las garras. Reptaron en círculos trastabillantes, claramente molestos por la frescura relativa del aire. De sus lomos salía vapor. Van Beneker los descabelló hábilmente con unos palos afilados, los cocinó con su antorcha de fusión y abrió las conchas para dejar al descubierto los reguladores metabólicos interiores, los cuales eran claros, temblorosos y parecidos a jalea. Tres de las mujeres hicieron una mueca y se apartaron pero la señora Miraflores cogió su cangrejo y lo comió con fruición. Los hombres parecieron degustarlos. Gundersen, que se limitaba a mordisquear la jalea, miró hacia el bosque, preocupado por la ausencia de Srin'gahar.

Le llegaron algunos fragmentos de la conversación:

—…el enorme potencial lucrativo desperdiciado, totalmente; desperdiciado…

—…incluso en ese caso, nuestra obligación consiste en estimular la autodeterminación en todos los planetas que…

—¿…pero son personas?

—…busca el alma, es el único modo de decirlo…

—…elefantes y nada más que elefantes. ¿Le viste desgarrar los árboles y…?

—…la retirada fue culpa de una minoría de corazones sangrantes muy protestones que…

—…ni alma ni retirada…

—…demasiada severidad, cariño. Hubo abusos explícitos en algunos planetas y…

—…yo lo denomino estúpido oportunismo político. Los ciegos guían a los ciegos…

—…¿saben escribir? ¿Son capaces de pensar? Hasta en África nos ocupamos de seres humanos e incluso allí…

—…el alma, el espíritu interior…

—…no necesito decirte que estaba totalmente a favor de la retirada. Recordarás que cogí las peticiones y las repartí. A pesar de ello, he de reconocer que después de ver…

—…montañas de excrementos de color púrpura en la playa…

—…víctimas de un exceso de reacción sentimental…

—…tengo entendido que el beneficio anual era del orden de…

—…no hay duda de que tienen alma. No cabe la menor duda. —Gundersen comprendió que su propia voz había intervenido en la conversación. Los demás se volvieron hacia él; súbitamente había un varío que llenar. Agregó—: Tienen una religión y ello implica la conciencia de la existencia de un espíritu, de un alma, ¿no es así?

—¿Qué tipo de religión? —inquirió Miraflores.

—No lo sé con exactitud. Una parte importante de ella consiste en la danza extática… una especie de cabriola frenética que conduce a cierto tipo de experiencia mística. La conozco. He bailado con ellos. He rozado al menos los bordes de esa experiencia. Tienen algo llamado renacimiento que, supongo, es el elemento central de sus ritos. No lo comprendo. Van al norte, a la región de las brumas, y allí les ocurre algo. Siempre han mantenido en secreto los detalles. Supongo que quizá los sulidores les dan una droga que los rejuvenece interiormente y los lleva a cierto tipo de iluminación… ¿me expreso con claridad? —Mientras hablaba, Gundersen comía casi inconscientemente—. Lo único que puedo decirles es que el renacimiento es fundamentalmente importante para ellos y que, al parecer, su posición tribal se deriva de la cantidad de renacimientos por los que han pasado. Como pueden ver, no son sólo animales. Han creado una sociedad, poseen una estructura cultural… compleja, difícil de comprender para nosotros.

—¿Por qué entonces no han desarrollado una civilización? —preguntó Watson.

—Acabo de decirle que lo han hecho —replicó Gundersen.

—Me refiero a ciudades, máquinas, libros…

—No están anatómicamente dotados para escribir, para construir cosas ni para ningún tipo de manipulación exacta —repuso Gundersen—. ¿No ve que no tienen manos? Una raza con manos crea un tipo de sociedad. Una raza estructurada anatómicamente como los elefantes crea otra. —Estaba empapado en sudor y repentinamente su apetito se tornó insaciable. Gundersen notó que las mujeres le observaban de un modo extraño. Comprendió el motivo; liquidaba todos los alimentos que estaban a la vista y se llenaba compulsivamente la boca. De pronto su paciencia estalló y sintió que le explotaría el cráneo si no derrumbaba instantáneamente todas las barreras y reconocía la única gran culpa que, acuchillándole el alma, le había incitado a extrañas odiseas. No importaba que aquellas no fuesen las personas adecuadas en las que buscar la absolución. Las palabras subieron incontrolablemente hasta su boca y dijo—: Cuando vine aquí, era como ustedes. Subestimé a los nildores. Ello me condujo a un pecado atroz que tendré que explicar. Sabrán que durante un tiempo fui administrador de sector y una de mis tareas consistía en organizar el despliegue eficaz de la mano de obra nativa. Puesto que no sabíamos claramente que los nildores eran seres inteligentes y autónomos, los usamos, les adjudicamos pesadas tareas de construcción, les hicimos levantar vigas con las trompas, todo aquello que creíamos eran capaces de realizar sólo con los músculos. Les dimos órdenes como si fueran máquinas. —Gundersen cerró los ojos y sintió que el pasado corría inexorablemente hacia él: una tenebrosa nube de recuerdos que lo cubrió y le abrumó—. Los nildores permitieron que los usáramos. Dios sabrá por qué. Supongo que fuimos el crisol en el que su raza había de purificarse. Bueno, un día se agrietó una represa en el norte, en el distrito de Monroe, no lejos de donde comienza la región de las brumas, y una plantación entera de arbustos de púas corría el riesgo de inundarse, lo cual significaría una pérdida de muchísimos millones para la Compañía. La central eléctrica principal del distrito también corría peligro, además de nuestra estación central y… digamos que si no actuábamos con rapidez, perderíamos todas las inversiones en el norte. Yo era el responsable de ese sector. Recluté nildores para construir una línea secundaria de diques. Empleamos en esa tarea la totalidad de los robots, pero no eran suficientes, así que también llamamos a los nildores, largas filas de ellos que aparecieron por todos los rincones de la selva, y nos afanamos día y noche hasta que llegamos al punto de agotamiento absoluto. Estábamos conteniendo la inundación, pero yo no podía estar seguro. A los seis días, por la mañana, me trasladé a la zona de los diques para averiguar hasta dónde alcanzaba el nivel de las aguas y allí había siete nildores que no había visto antes y que marchaban por un sendero hacia el norte. Les dije que me siguieran. Se negaron delicadamente. Dijeron que no, que estaban de camino a la región de las brumas para la ceremonia del renacimiento y que no podían detenerse. ¿Renacimiento? ¿Qué me importaba el renacimiento? No estaba dispuesto a aceptar esa excusa, y menos aún cuando parecía que podría perder mi distrito. Les ordené irreflexivamente que se presentasen para trabajar en los diques o de lo contrario los ejecutaría allí mismo. Dije que el renacimiento podía esperar. «Esperad otro momento para renacer. Esto es un asunto serio.» Bajaron la cabeza y hundieron las puntas de sus colmillos en el suelo. Es una señal de gran tristeza entre los nildores. Curvaron la columna vertebral. Tristeza, tristeza. «Te compadecemos», me dijo uno, por lo que me enfurecí y le respondí lo que podía hacer con su compasión. ¿Dónde había obtenido el derecho de compadecerme? Entonces cogí mi antorcha de fusión. «Vamos, en marcha, hay una cuadrilla de trabajo que os necesita.» Tristeza. Sus grandes ojos me miraban compasivamente. Los colmillos en el suelo. Dos o tres nildores dijeron que lo sentían mucho pero que en ese momento no podían trabajar para mí, que les era imposible interrumpir el viaje. Pero estaban dispuestos a morir allí mismo si yo insistía. No querían arruinar mi prestigio desafiándome, pero tenían que desafiarme y, en consecuencia, estaban dispuestos a pagar ese precio. Estaba a punto de cargarme a uno como ejemplo para los demás cuando me detuve y me dije: «¿qué demonios estoy haciendo?»; y los nildores esperaban, mis ayudantes y algunos de nuestros nildores miraban, volví a levantar la antorcha de fusión, me dije que mataría a uno de ellos, al que había dicho que me compadecía, y deseé que entonces los otros recuperasen la sensatez. Simplemente esperaron. Aguantaron mi fanfarronada. ¿Cómo podía cargarme a ocho peregrinos aunque desafiaran las órdenes directas de un jefe de sector? Pero mi autoridad estaba en entredicho. Por eso accioné el gatillo. Le hice una quemadura suave, no profunda, lo suficiente para chamuscarle el pellejo, eso fue todo, pero el nildor permaneció inmóvil y aguantó, y estaba dispuesto a quemarle hasta afectarle un órgano vital. Y quedé manchado ante ellos por utilizar la fuerza. Era eso lo que estaban esperando. Después, dos de los nildores que parecían más viejos que los demás me dijeron que me detuviera, que querían reconsiderar la cuestión. Apagué la antorcha y ellos hicieron un aparte para conferenciar. El que había quemado cojeaba un poco y parecía dolorido, pero no estaba gravemente herido, no tanto como yo. ¿Saben que el que aprieta el gatillo puede quedar más malherido que su blanco? Por último, todos los nildores estuvieron de acuerdo en hacer lo que les pedía. En lugar de ir al norte para el renacimiento se pusieron a trabajar en los diques, incluso el quemado, y nueve días más tarde la inundación bajó y la plantación, la central eléctrica y todo lo demás quedó a salvo y fuimos felices, comimos perdices… —La voz de Gundersen se apagó. Había hecho su confesión y ya no podía seguir haciendo frente a esas personas. Cogió la concha de uno de los cangrejos que quedaban y buscó algún resto de jalea, sintiéndose agotado. Se produjo un interminable silencio.

Después la señora Christopher preguntó:

—¿Y después qué ocurrió?

Gundersen levantó la mirada y parpadeó. Creía que lo había dicho todo.

—Después no ocurrió nada —respondió—. La inundación bajó.

—¿Pero cuál es el sentido de la historia?

Gundersen deseó arrojar el cangrejo vacío a su rostro tensamente sonriente.

—¿El sentido? —preguntó—. ¿El sentido? Pues… —Ahora estaba mareado. Agregó—: Siete seres inteligentes se dirigían a celebrar el rito más sagrado de su religión, exigí a punta de pistola sus servicios en un trabajo de construcción para salvar propiedades que para ellos no significaban nada y vinieron y acarrearon troncos para mí. ¿No está claro el sentido? ¿Quién fue espiritualmente superior en ese caso? Si se trata a un ser racional y autónomo como si fuese una mera bestia, ¿en qué se convierte uno?

—Pero era una emergencia —intervino Watson—. Usted necesitaba toda la ayuda que pudiese conseguir. Seguramente podían dejarse al margen otras consideraciones en un momento semejante. Por lo tanto, demoraron nueve días en dirigirse al renacimiento. ¿Es tan grave?

Gundersen respondió huecamente:

—Un nildor se dirige al renacimiento cuando el momento es propicio y no puedo decir cómo lo saben, pero quizás es algo astrológico, quizá tiene que ver con la conjunción de las lunas. Un nildor ha de llegar al lugar del renacimiento en el momento propicio y si no llega a tiempo, no renace. Esos siete nildores ya se habían retrasado a causa de las lluvias torrenciales que borraron los senderos del sur. Los nueve días que yo añadí motivaron que llegaran demasiado tarde. Cuando terminaron de construir diques para mí, sencillamente regresaron al sur para reunirse con su tribu. No comprendí el motivo. Sólo mucho más tarde supe que les había aniquilado la posibilidad de renacer y que quizá tendrían que esperar diez o veinte años más para poder ir de nuevo. O quizá nunca tuvieran otra oportunidad. —Gundersen no tenía más ganas de hablar. Sentía la garganta reseca. Le latían las sienes. Pensó cuán purificador sería zambullirse en el lago cargado de vapor. Se puso rígidamente de pie y en ese momento notó que Srin'gahar había vuelto y permanecía inmóvil a unos centenares de metros, bajo un poderoso árbol de flor espada. Dijo a los turistas—: El sentido consiste en que los nildores tienen religión y alma, en que son personas y en que si ustedes pueden creer aunque sea mínimamente en la doctrina de la retirada, es imposible que estén en contra de la retirada de este planeta. El sentido también se refiere al hecho de que cuando surge un conflicto con una especie extraña, los terráqueos generalmente lo manejan cometiendo demasiados errores. El sentido corresponde además a que no me sorprende que consideren a los nildores como lo hacen, pues a mí me ocurrió lo mismo y aprendí más cosas cuando ya era demasiado tarde para preocuparse, pero ni siquiera aprendí lo suficiente para que me sirviera de algo, lo cual es uno de los motivos por los que regresé a este planeta. Y ahora les agradecería que me disculparan, porque es el momento propicio para continuar mi camino y tengo que irme. —Se alejó rápidamente de ellos. Al acercarse a Srin'gahar, murmuró—: Ahora estoy listo para irnos.

El nildor se arrodilló. Gundersen subió nuevamente a su montura.

—¿Dónde estuviste? —inquirió el terráqueo—. Me preocupé cuando desapareciste.

—Sentí que debía dejarte a solas con tus amigos —repuso Srin'gahar—. ¿Por qué te preocupaste? Tengo la obligación de llevarte sano y salvo a la región de las brumas.

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