10. EL ANTIGUO ORDEN

Akma buscó a Bego toda la mañana, pero no pudo encontrarlo. Necesitaba el consejo de Bego; el rey lo había llamado e ignoraba lo que le esperaba. Si lo acusaban de un delito, ¿Motiak lo habría citado en sus aposentos privados? Akma necesitaba asesoramiento, y los únicos que podían dárselo sabían menos que él. Bien, Aronha sabía más que nadie acerca de la administración del reino, pues se había preparado toda su vida para eso. Pero Aronha sólo pudo decirle que no creía que Akma corriera peligro.

—Padre no es de los que te citan en sus aposentos para acusarte de un delito. Él actúa abiertamente, utilizando el procedimiento normal. Debe de querer hablar acerca del decreto que le sugeriste anoche a Edhadeya.

—No te necesitaba para que me dijeras eso. No quería encontrarme con una sorpresa por ir desprevenido.

—¿Por qué no admites que tienes miedo? —dijo Khimin—. Sabes que te has portado mal, y que el rey estará tan enfadado que te haría trizas si no fuera un déspota amable y benévolo. —En las últimas semanas Khimin había descubierto en los antiguos documentos que un consejo electo gobernaba la ciudad de Basílica, y ahora sugería continuamente la abolición de la monarquía. Nadie le prestaba la menor atención.

—Nadie impedirá que hablemos esta noche, ¿verdad?

—preguntó Ominen Hacía meses que ansiaba hablar en público, pero durante las persecuciones más cruentas habría sido contraproducente manifestarse contra los Guardados; era natural que ahora temiera que Akma postergara su pronunciamiento una vez más.

—Podrás dar tu discurso —dijo Akma—. Tal como está escrito, recuérdalo. Nadie debe improvisar.

Ominer puso los ojos en blanco, pero Akma se volvió Jiacia Mon.

—Tú estás muy callado. Mon se sobresaltó.

—Sólo pensaba. Hemos estado mucho tiempo esperando. Ahora actuaremos. Está bien, y es un alivio, ¿no crees?

—¿Qué hay de mi entrevista con tu padre? —preguntó Akma.

—Te irá bien. Siempre te va bien. Tratarán de disuadirte. Tú serás cortés y rehusarás cambiar de parecer. Es sencillo. Sólo me decepciona que no nos hayan invitado a verlo.

—Sonrió.

Akma oyó las palabras de Mon. No había nada de malo en lo que decía, pero algo le molestaba. Algo le pasaba a Mon. ¿Ya no sería de fiar? ¿Y si esa noche Mon se levantaba para anunciar que estaba de parte de su padre? Una división entre los hijos de Motiak lo arruinaría todo. La gente comprendería que el hijo leal sería el heredero y que las reformas de Akmaro serían permanentes. Entonces los Guardados contarían con el beneplácito del gobierno, sería conveniente estar de su parte, y la religión de Akmaro seguiría dominando. Akma no se hacía ilusiones. La doctrina que enseñaría a partir de esa noche no era la clase de ideología que llegaba al alma; nadie moriría por una religión que se limitaría a atraer conversos prometiendo un retorno a la antigua tradición y aparentando ser la religión del futuro, concretamente, cuando Aronha subiera al trono. Sin duda se convertiría en la religión predominante de inmediato, en cuanto al número de fieles. Más importante aún, los dirigentes del nuevo culto constituirían el núcleo del futuro gobierno. Akma se encargaría de que Aronha, una vez en el trono, sólo oyera el consejo de librar una guerra contra los elemaki. Basta de posturas defensivas: había que expulsar a los elemaki de sus escondrijos de las serranías. La tierra de Nafai sería redimida con sangre de cavadores, y en el lugar donde Akma había sido esclavo los esclavos cavadores trajinarían bajo los látigos nafari. Entonces el triunfo de Akma sería total. La debilidad de su padre ante la persecución quedaría redimida por el coraje de Akma.

Comienza hoy. Y Mon estará con nosotros. Es un amigo leal. Tal vez esté meditabundo porque todavía conserva la esperanza de conquistar a Luet. Bien, es lo único bueno de la decisión que ha tomado Luet. Mon podrá dedicarse sin trabas a su tarea. Más que los otros, Mon tenía la habilidad de hablar con tanto ardor y encanto como Akma. Akma sabía que él hablaba como un estudioso. Mon tenía ese toque de persona común, de persona sencilla, una energía que le permitía comunicarse con la gente en un nivel profundo. Claro que Akma no creía que le fuera a ir mal. A pesar de sus deficiencias como orador, sabía que al terminar habría convencido a todo el mundo. Miraba a la gente a los ojos mientras hablaba y era casi como si una hebra los uniera, y sólo tenía que tirar de ella para adueñarse de la persona con la cual hablaba, al menos por esa hora, por esa noche.

Era casi como el poder de las descifradoras, tal como lo describían las antiguas crónicas. Pero las descifradoras siempre eran mujeres, y además todo aquello era pura superstición. Las hebras que Akma imaginaba eran sólo una metáfora, una visualización inconsciente de su capacidad para establecer un vínculo con los extraños.

Pero no funcionaría con el rey. Akma lo sabía por experiencia. Su capacidad para influir sobre la gente sólo funcionaba con quienes eran receptivos. Motiak nunca le daba la oportunidad de ejercer su influencia.

—¿Te quedarás remoloneando toda la mañana? —preguntó Ominer—. Padre te está esperando. Llegarás tarde.

—Sí —dijo Akma—. Sólo estaba pensando. Inténtalo alguna vez, Ominer. Es casi tan divertido como tragar aire para eructar. Algo que espero que no hagas esta noche.

—No me subestimes —replicó Ominer.

Akma le palmeó el hombro para demostrarle que bromeaba y que aún eran amigos. Luego se marchó, cruzando a grandes zancadas las habitaciones que separaban la biblioteca de los aposentos del rey.

Fue el último en llegar, tal como había previsto. Motiak estaba allí, y también sus padres, como Akma esperaba. Edhadeya no, por suerte, pero… ¿Bego? ¿Por qué estaba Bego allí, con su otro-yo bGo sentado detrás de él y con aire compungido? ¿Y aquel viejo? ¿Quién era?

—Los conoces a todos —dijo Motiak—, salvo a Khideo, tal vez. Él te conoció cuando eras pequeño, pero creo que no os habéis visto desde entonces. Khideo era gobernador de la tierra que lleva su nombre.

Akma lo saludó y, a una indicación del rey, se sentó a la mesa. Fijó los ojos en Motiak, aunque no podía dejar de preguntarse qué hacía Khideo allí. Y Bego. ¿Por qué estaban allí Bego y su otro-yo? ¿Por qué Bego evitaba su mirada?

—Akma, pasas mucho tiempo en mi casa, pero nunca te veo —dijo Motiak.

—Soy un estudioso —dijo Akma—. Agradezco que me hayas permitido el libre acceso a tu biblioteca.

—Es una lástima que, con tantos estudios, ahora sepas menos que cuando empezaste —dijo Motiak, sonriendo tristemente.

—Sí —dijo Akma—. Al parecer, cuanto más aprendo, menos sé. Mientras que los ignorantes permanecen absolutamente seguros de sus convicciones.

Motiak dejó de sonreír.

—Pensé que querrías saber que promulgaré el decreto que le sugeriste a Edhadeya. Parece ser una solución para el problema inmediato, tal como has indicado.

—Agradezco haber sido útil. Yo me sentía… muy desdichado con lo que sucedía.

—Me lo imagino. A veces las cosas que ponemos en marcha no salen como planeábamos. ¿Verdad, Akma?

Akma notó que el rey lo provocaba de nuevo, acusándolo de las persecuciones. No estaba dispuesto a admitirlo.

—Ya he aprendido esa lección, y varias veces —dijo—.

Por ejemplo, tu reforma religiosa de hace trece años no ha surtido el efecto que planeabas. Es trágico ver adonde nos ha llevado.

Motiak sonrió de nuevo, sólo que esta vez demostró sus verdaderos sentimientos. Su sonrisa era feroz, tenía los ojos encendidos de rabia.

—Quiero que sepas, Akma, que no soy tan tonto como crees. Sé lo que has hecho, conozco tus tejemanejes. Vi cómo conquistabas a mis hijos, y no hice nada porque confiaba en su sensatez. En eso me superaste… los sobrevaloré.

—Creo que no, mi señor —dijo Akma—. Creo que los infravaloraste.

—Sé lo que piensas, Akma, y no vuelvas a interrumpirme ni a contradecirme. Aunque tu estrategia se basa en el hecho de que un día moriré y alguien me sucederá en el trono, recuerda que todavía no he muerto y que sigo siendo el rey.

Akma cabeceó. Tenía que andarse con cuidado. Que el rey hiciera su pequeña escena. Esa noche Akma diría la última palabra.

—Tus padres y yo hemos hablado de la terrible experiencia que viviste en tu infancia, y hemos tratado de averiguar por qué esa misma experiencia volcó a todos los demás hacia el Guardián de la Tierra, y a ti te apartó de él. Tu padre ha intentado disculparte, naturalmente. Lamenta que sus errores como padre hayan hecho sufrir a gente inocente.

Akma quería replicarle que él no era el causante de la persecución, que si de él dependiera, jamás habría motivos para que semejante cosa sucediera de nuevo. También quería gritarle a su padre, pegarle, hacerle daño por atreverse a disculparse ante el rey por la presunta maldad de su hijo. Pero contuvo estas emociones y se limitó a responder con un cabeceo:

—Lamento haber defraudado a todo el mundo.

—Lo que nos ha costado bastante ha sido deducir cómo lograste que la conversión de mis hijos se difundiera tan pronto. No parecías estar en contacto con los No Guardados. Apenas dejabas la biblioteca.

—Soy un estudioso. No he hablado con nadie salvo con tu familia y la mía, además de con otros estudiosos.

—Sí, muy cauto, muy astuto… Nos preguntábamos cómo lo hacías. Y al fin lo hemos comprendido. No es Akma. Esto no es idea de Akma.

Motiak miró a Khideo. Era la señal para que interviniera el viejo soldado.

—Cuando vine aquí a consultar al rey después de nuestro rescate, establecí contacto con alguien que compartía algunas de mis opiniones, las opiniones de los zenifi: que los humanos no debían convivir con ninguna de las otras dos especies capaces de fabricar herramientas. Aunque más bien debería decir que él estableció contacto conmigo, pues conocía bien mis opiniones y yo no pude conocer las suyas hasta que me habló. Desde entonces, ha sido mi enlace con la casa del rey, y cuando me contaba algo yo se lo contaba a los zenifi. Ante todo, me prometió entonces, hace trece años, que liberaría a todos los hijos del rey. En cuanto lo lograra, haría correr la voz, para que la gente supiera que las reformas de Akmaro eran provisionales y que el antiguo orden se restauraría en cuanto uno de vosotros heredara el trono.

¿Trece años atrás? Imposible. Akma no había trazado aquel plan hasta después de comprender que el Guardián no existía.

Motiak miró a Bego. El viejo cronista habló en voz baja:

—Traté de trabajar directamente con Aronha, pero era un digno hijo de su padre. Y Mon no podía superar su autodesprecio. Ominer… era demasiado pequeño, y no demasiado brillante. Khimin… demasiado pequeño. Traté de trabajar con Edhadeya durante una temporada, pero sus ilusiones sobre los sueños verdaderos eran demasiado fuertes.

—No eran ilusiones —gruñó Motiak.

—He confesado mis faltas, Motiak —dijo Bego desafiante—. No he dicho que esté de acuerdo contigo. —Se volvió hacia Akma—. Tú, Akma, tú lo comprendiste. Eres el alumno más brillante que he tenido. Y vi que poseías la facultad de persuadir a los demás, al menos mientras estás con ellos. Tienes un gran talento para la persuasión, y comprendí que no me haría falta convencer a los hijos de Motiak. Sólo tenía que persuadirte a ti, y tú te encargarías del resto.

—No me persuadiste de nada. Yo lo deduje todo por mi cuenta.

Bego sacudió la cabeza.

—En esencia, enseñar consiste en que el alumno lo descubra todo por sí mismo. Me aseguré de que llegaras a la conclusión de que el Guardián no existe, y desde allí pasaste a todo lo que yo esperaba. Y tu profundo odio por los cavadores ayudó bastante, desde luego.

—¿Entonces me tomaste por un títere?

—En absoluto. Te consideraba el mejor alumno que había tenido. Pensé que podías cambiar el mundo.

—Lo que Bego omite —dijo Motiak— es que sus actos constituyen traición y perjurio. Últimamente Khideo ha estudiado en la escuela de Shedemei. Mucha filosofía moral. Acudió a bGo, y juntos persuadieron a Bego de reunirse con ellos y confesar sus faltas.

—Lamento que Khideo, bGo y Bego hayan decidido hacer algo tan inapropiado e innecesario —dijo Akma—. Pero como Bego te dirá, sólo nos enteramos de que tenía contactos en el exterior después del inicio de las persecuciones, cuando insistía en que habláramos abiertamente en contra de los Guardados. Notarás que no lo hicimos. Nos negamos rotundamente a hacer cualquier cosa que pudiera ser interpretada como un apoyo a las persecuciones.

—Soy consciente de ello —dijo Motiak—. Por eso no se te acusa de lo mismo que a Bego y a Khideo.

—Si crees que puedes silenciarme amenazándome con la pena de muerte para Bego, te equivocas —dijo Akma—. Tendrás que matarme a mí.

Motiak se levantó, se apoyó en la mesa, la golpeó.

—¡No mataré a nadie, mocoso insolente! ¡No estoy amenazando a nadie! ¡Te estoy mostrando la verdad acerca de lo ocurrido!

—Muy bien —murmuró Akma—. Veo que Bego creía que me controlaba. Veo que Khideo también lo creía. Lamentablemente, no era así. Porque yo tracé mis planes mucho antes de lo que creéis. Los tracé sentado en una colina de un lugar llamado Chelem. Mientras mi padre derramaba amor sobre verdugos y torturadores, juré solemnemente que un día regresaría a ese lugar con un ejército, para conquistar y someter a los elemaki. La tierra donde mi gente y yo sufrimos cautiverio y servidumbre caerá bajo el poder de los nafari, y los cavadores serán expulsados. Ni ellos ni los humanos que escogieron vivir con ellos tendrán lugar en el Gornaya. Eso juré entonces, y cada acontecimiento posterior ha sido un paso más hacia esa meta. ¿Qué me importa la religión? Aprendí de mi padre que las historias religiosas sólo sirven para lograr que la gente haga lo que uno quiere, tal como él hizo con los pabulogi. La tragedia de mi padre es que él se cree sus propias historias.

Motiak sonrió.

—Gracias, Akma. Me has dado lo que necesitaba. Akma también sonrió.

—No te he dado nada que puedas usar. Tus hijos y yo ya hemos planeado la estrategia militar para obtener la victoria. Hemos estudiado los informes de los espías. Tú desestimas toda la información útil porque no tienes interés en hacerle la guerra al enemigo. Pero nosotros la usamos, aprendemos de ella. Los elemaki están divididos en tres reinos débiles y belicosos. Podemos derrotarlos uno por uno. Es un plan excelente, y no tiene nada de traición. Todo cuanto yo haga será como leal servidor del rey. Es lamentable que tú no seas ese rey al cual traeré tanta gloria, pues así lo has decidido. Si lo deseas, anuncia mi plan a tu pueblo… derrotar y destruir a nuestros enemigos y traer paz a toda la región. Verás cuan impopular me haces.

—Al pueblo no le gusta la guerra —dijo Motiak—. Juzgas mal a la gente si crees lo contrarío.

—Tú la juzgas mal, no yo. Todos odian la vigilancia constante. Odian que los incursores elemaki crucen nuestra frontera sin temor a las represalias. ¿Por qué crees que había tanto odio contra los cavadores? ¿Por qué crees que la guardia civil no te obedecía cuando ordenabas que frenara la violencia? La diferencia entre tú y yo, mi señor, es que yo encauzaré esa rabia contra el enemigo real. Tu política la encauzó hacia los niños.

Motiak se puso de pie.

—Ninguna ley me exige designar a un hijo mío como sucesor.

Akma también se puso de pie.

—Y ninguna ley obliga al pueblo aceptar el sucesor que tú nombres. El pueblo ama a Aronha. Lo amará más cuando vea que él, que nosotros, nos disponemos a restaurar el antiguo orden, la vieja tradición.

—Planeas lo que planeas, y tienes el atrevimiento de decírmelo a la cara porque soy un rey tolerante y no uso mi poder de forma arbitraria.

—Sí —dijo Akma—. Cuento con ello. También cuento con el hecho de que amas este reino y no lo abocarás innecesariamente a la guerra civil ni a la anarquía. Designarás a Aronha como sucesor. Y cuando ese día llegue (y esperamos que no sea pronto, a pesar de lo que crees), ojalá hayas comprendido que nuestro plan es el mejor para tu pueblo. Nos desearás suerte.

—Eso jamás.

—Es tu decisión.

—Crees que me has burlado con tus maniobras, ¿verdad?

—En absoluto. Mi único enemigo es la nación de cavadores y aborrecibles ratas humanas de las serranías. Nada tuve que ver con los juicios que llevaron a la situación legal que desencadenó las persecuciones, y lo sabes. Nunca he participado en ese mezquino juego, y lo rechazo. En cambio, el decreto que promulgarás ahora… sí, eso obedece a una maniobra. Pero noté que no tenías nada mejor. No obstante, parece que mi recompensa por sugerir una solución a tus problemas es ser acusado de títere, traidor, torturador de niños y demás. No olvidaré que mis padres guardaron silencio, escuchando todo esto sin abrir la boca en mi defensa.

Bego se echó a reír.

—Eres exactamente el hombre que creí que serías, Akma. Motiak lo silenció con su mirada.

—Akma —dijo Padre en voz baja—. Te ruego misericordia. No, no hagas esto, pensó Akma. No te humilles delante de mí, tal como te humillaste delante de los pabulogi.

—He intentado recordar y he hecho examen de conciencia —dijo Padre—, tratando de imaginar cómo pude actuar de otro modo en Chelem. Te suplico que me lo digas… ¿Qué debí haber hecho? Trabar amistad con los hijos de Pabulog, enseñarles el camino del Guardián, las doctrinas de Binaro… esto te valió la libertad. Nos trajo aquí. ¿De qué otra manera debí hacerlo? ¿Qué debí haber hecho?

—No pierdo tiempo con el pasado —respondió Akma, procurando eludir la embarazosa pregunta.

—Conque entonces no se te ocurre nada más conveniente que lo que hice —dijo Padre—. No, no creí que pudieras. El odio y la cólera no son racionales. Aunque sepas que no tenía otra opción mejor, eso no aplacará tu furia. Lo comprendo. Pero ahora eres un hombre. Puedes olvidar esas puerilidades.

—¿Así es como te disculpas? —preguntó Akma con socarronería—. ¿Acusándome de puerilidad?

—No es una disculpa —dijo Akmaro—, sino una advertencia.

—¿Una advertencia? ¿Del hombre que predica la paz?

—Afirmas que te repugna lo que han hecho los fanáticos. Pero en toda tu sabiduría, con todos tus planes, no pareces comprender que el rumbo que estás siguiendo causará sufrimientos de tal magnitud que, en comparación, estas persecuciones parecerán un día de fiesta.

—Los elemaki nos atacaron. Una y otra vez. No, no derramaré lágrimas por su sufrimiento.

—Un niño mira la guerra y ve mapas y banderas —dijo Akmaro.

—No me hables de guerra. Tú has visto tan poco de ella como yo, y yo he leído más.

—¿Crees que Motiak y yo no hemos hablado de la guerra? Si creyéramos que se pudiera hacer rápidamente, derrotando y destruyendo a los elemaki en una sola campaña, ¿crees que la evitaríamos? Mi amor por la paz no es insensato. Sé que los elemaki nos atacan. Motiak siente cada golpe asestado contra su gente en su propia carne. Si el rey se ha negado a atacar los baluartes enemigos, es porque perderíamos. Sin duda, incuestionablemente, seríamos destruidos. Ni un soldado sobreviviría para llegar a la antigua tierra de Nafai. Los valles altos son una trampa mortal. Pero nunca llegarás tan lejos, Akma. Porque ya de entrada el Guardián rechaza tus planes. Esta tierra pertenece a los tres pueblos por igual. Es lo que dictamina el Guardián. Si aceptamos esa ley y vivimos aquí juntos y en paz, prosperaremos. Si la rechazamos, hijo mío, nuestros huesos se blanquearán al sol como los huesos de los rasulum.

Akma sacudió la cabeza.

—Al cabo de tantos años, ¿todavía crees que puedes asustarme con advertencias sobre el Guardián?

—No —dijo Akmaro—, no creo que pueda asustarte. Pero tengo el deber de decirte lo que sé. Anoche tuve un sueño verdadero.

Akma gruñó para sus adentros. Oh, Padre, no te humilles aún más. ¿No puedes afrontar tu derrota como un hombre?

—El Guardián te ha escogido. Te reconoció en la infancia y te preparó para tu papel en la vida. Nunca entre los nafari nació alguien dotado de tanta inteligencia, sabiduría y poder.

Akma se echó a reír, tratando de eludir aquella obvia adulación.

—¿Por eso tratas mis ideas con tanto respeto?

—Tampoco hubo nadie dotado de tanta sensibilidad. Cuando eras pequeño, eso te inclinaba a la compasión. Los golpes que recibía Luet te dolían más que los que recibías tú. Sentías el dolor de cuantos te rodeaban, de todo el mundo. Pero junto con la sensibilidad vino el orgullo. Tenías que ser tú quien salvara a los demás, ¿verdad? Ése es el crimen que no puedes perdonarnos. Que fuera tu madre y no tú quien se enfrentó a Didul ese día en los campos. Que fuera yo, y no tú, quien les enseñó, quien los conquistó. Todo cuanto ansiabas sucedió: nuestro pueblo se salvó, el tormento cesó. Lo único que no pudiste tolerar fue la sensación de que tú no habías tenido nada que ver con aquella victoria. Y por eso tienes ese sueño de guerra. Aunque nuestro pueblo ya está a salvo, no descansarás hasta que conduzcas un ejército para vengarlo.

Luego habló Madre, la voz trémula de emoción.

—¿No sabes que fue tu coraje lo que nos sostuvo a todos?

Akma sacudió la cabeza. No soportaba el patetismo de aquellos tortuosos intentos de persuasión. ¿Por qué se ponían en ese trance? Le decían que era inteligente, pero no comprendían que esa misma inteligencia le permitía adivinar sus intenciones.

—El Guardián te observa —continuó Padre— para ver qué harás. El momento de la elección llegará. Dispondrás de toda la información que necesites para tomar una decisión.

—Ya he tomado mi decisión.

—Ni siquiera se te ha dado a escoger, Akma. Lo sabrás cuando llegue el momento. Por un lado estará el plan del Guardián: crear un pueblo de paz que celebre las diferencias entre la gente del suelo y del cielo y de todo lo que está en medio. Por el otro, estará tu orgullo, y el orgullo de todos los humanos, nuestro aspecto más despreciable, el aspecto que incita a hombres adultos a agujerear las alas de los niños ángeles. Ese orgullo te hace rechazar al Guardián porque el Guardián te rechazó, así que ahora finges no creer en él. Tu orgullo te pide guerra y muerte; como unos cuantos cavadores te pegaron cuando eras pequeño, todos los cavadores deben ser expulsados de sus hogares. Si te decides por ese orgullo, si escoges la destrucción, si rechazas al Guardián, el Guardián considerará que este experimento es un fracaso. Tal como los rasulum fracasaron en su día, habremos fracasado. Y terminaremos como los rasulum. ¿Me comprendes, Akma?

—Te comprendo. No creo ni una palabra de lo que dices, pero te comprendo.

—Bien. Porque yo también te comprendo a ti. Akma rió despectivo.

—Muy bien. ¡Entonces podrás decirme qué camino escogeré, así me ahorrarás molestias!

—Cuando estés sumido en la desesperación, hijo mío, cuando veas la destrucción como la única opción deseable, recuerda esto. El Guardián nos ama. Nos ama a todos. Valora cada vida, cada mente, cada corazón. Todos somos preciosos para él. Incluso tú.

—Qué amable de su parte.

—Su amor por ti es la única constante, Akma. Él sabe que siempre has creído en él. Él sabe que te rebelaste porque te creías más facultado que él para cambiar este mundo. Él sabe que has mentido una y otra vez, que te has mentido incluso a ti mismo, especialmente a ti mismo, y te repito que aun sabiendo todo esto, si te vuelcas en él, él te acogerá.

—Y si no lo hago, el Guardián liquidará a todo el mundo, ¿verdad?

—Retirará su protección, y entonces seremos libres de destruirnos.

Akma rió de nuevo.

—¿Y me dices que este ser está lleno de amor? Padre cabeceó.

—Sí, Akma. Tanto amor que nos deja escoger por nuestra cuenta. Aunque escojamos la destrucción y le rompamos el corazón.

—¿Y viste todo esto en un sueño? —preguntó Akma.

—Te vi en el fondo de un pozo tan profundo que ninguna luz llegaba allí. Te vi sollozando, gritando de dolor, rogando al Guardián de la Tierra que te eliminara, que te destruyera, porque eso sería mejor que vivir con tu vergüenza. Y pensé: Sí, Akma es tan orgulloso que preferiría morir a sufrir vergüenza. Pero junto a ti, en ese pozo oscuro, Akma, vi al Guardián de la Tierra. O más bien le oí, diciendo: Akma, extiendo mi mano para sacarte de este lugar. Coge mi mano. Pero tu llanto era tan fuerte que no podías oírle.

—Yo también tengo pesadillas, Padre —dijo Akma—. Trata de cenar más temprano, para digerir bien la comida antes de acostarte.

Y Akma pensó que el silencio que siguió evidenciaba su triunfo.

Motiak miró a Padre, quien sacudió la cabeza. Madre rompió a llorar.

—Te amo, Akma —dijo.

—Yo también te amo, Madre —respondió él. Y a Motiak le dijo—: Y a ti, mi señor, te honro y obedezco como rey. Ordéname que calle y no diré nada. Sólo te pediré que también ordenes a mi padre que guarde silencio. Pero si le permites hablar a él, permíteme hablar a mí.

—Eso es lo que dice el decreto —respondió Motiak—. No hay religión estatal. Plena libertad de culto. Libertad para fundar congregaciones de creyentes. Las congregaciones elegirán sus dirigentes según sus propias normas. No habrá sumo sacerdote designado por el rey. Y se prohíbe perseguir a nadie por sus creencias. Tu padre me dice que aquí hemos logrado todo lo que él esperaba. Ya puedes marcharte.

Akma sentía la victoria resplandeciendo en él como un amanecer de verano, cálido y dulzón.

—Gracias, señor.

Dio media vuelta para marcharse. Cuando llegó a la puerta, Motiak le dijo:

—De paso, tú y mis hijos varones tenéis prohibida la entrada a mi casa. Mientras no estéis entre los Guardados, ninguno de vosotros volverá a ver mi rostro hasta que yo sea cadáver.

La voz era contenida y serena, pero las palabras hirientes.

—Lamento esa decisión —dijo Akma. Y luego añadió—: ¿Lo mismo le ocurrirá a Bego?

Vio que Bego lo miraba con ojos lastimeros.

—Eso no es cosa tuya —dijo Motiak.

Akma se marchó, cerrando la puerta. Regresó deprisa a la biblioteca, donde lo aguardaban Aronha, Mon, Ominer y Khimin. Les dolería que los expulsaran de casa, pero Akma se sabía capaz de convertir su consternación en renovada determinación. Ésa sería una noche triunfal. El principio del fin de aquella tontería de tomar decisiones políticas basadas en sueños. Y, ante todo, el principio de la justicia en todo el Gornaya.

Habrá paz y libertad cuando todo haya concluido, pensó Akma. Y recordarán que fui yo quien les dio seguridad. Y no sólo seguridad mientras viva para conducirlos a la guerra, sino seguridad para siempre, porque sus enemigos habrán sido totalmente destruidos. ¿Qué ha hecho ese mítico Guardián que sea comparable?


Shedemei regresó a Darakemba con el propósito de asistir esa noche a la primera asamblea de Akma. Por lo que otros le habían dicho —más la información que le pasaba el Alma Suprema— ya sabía lo que dirían Akma y los hijos de Motiak, y qué significaría. Pero había ido a la Tierra para vivir una temporada en sociedad. Tenía que experimentar los grandes acontecimientos, aunque le repugnara lo que sugerían acerca de la naturaleza humana. Asistió, pues, con algunas alumnas y un par de maestras. Voozhum quería ir, pero Shedemei decidió disuadirla.

—Habrá muchos de los que persiguieron a los Guardados. Odian a la gente del suelo, y no sabemos si podremos protegerte. No permitiré que mis cavadores nos acompañen esta noche.

—Oh, lo había entendido mal —dijo Voozhum—. Oí que hablarían los hermanos de Edhadeya. Siempre fueron muy buenos niños, muy amables conmigo.

Shedemei no tuvo el valor de explicarle cuánto habían cambiado aquellos niños. Voozhum no tenía por qué mantenerse al corriente de las noticias. Su materia eran las antiguas tradiciones de la gente del suelo, y podía prescindir de los discursos de esa noche.

Cuando comenzó la reunión, el orden de intervención de los oradores le sorprendió. Aronha era la figura de mayor fama y prestigio, amado por la nación desde su infancia. ¿No tendrían que haberlo puesto en último lugar? No. Cuando le oyó hablar, Shedemei comprendió. Despertaba entusiasmo, pero no acertaba a dejar claras las cuestiones sustanciales. Los reyes no necesitaban saber enseñar, sólo decidir e inspirar. Aronha sería un buen rey. Lo que dijo, en síntesis, fue que amaba a su padre y que respetaba sus creencias religiosas, pero que también respetaba las antiguas tradiciones nafari y agradecía que ahora pudiera haber más de un sistema de creencias y rituales.

—Siempre sentiré gran respeto por la Congregación de los Guardados, pues mi padre siente gran devoción por las enseñanzas del mártir Binaro. Pero hoy estamos reunidos aquí para fundar otra congregación, que denominaremos la Congregación del Antiguo Orden. Deseamos preservar los viejos ritos públicos que han formado parte de nuestra vida desde la época de los Héroes. Y, a diferencia de otros, no deseamos que esta congregación sea exclusiva. Damos la bienvenida a los Guardados que también deseen honrar las antiguas tradiciones. Podéis aceptar las enseñanzas de Binaro y sin embargo ser acogidos en nuestra congregación. Sólo pedimos respeto mutuo y la preservación del modo de vida que dio grandeza a Darakemba y nos mantuvo en paz durante muchos siglos.

Ovaciones. Murmullos sobre la sabiduría y tolerancia de Aronha. Será un rey sabio, un rey grande. ¿Cuántos de ellos entienden, se preguntó Shedemei, que por «antiguo orden» se refiere a la esclavitud o expulsión de los cavadores? Ningún Guardado podía secundarlos en aquel proyecto pero, al invitarlos, Aronha transmitía la falsa idea de que en su congregación cabían todos.

¿Y cuántos comprendían, pensó Shedemei, que la paz en Darakemba sólo había durado tres generaciones, pues hasta la época del abuelo de Motiak la nación de los nafari había vivido en los confines más lejanos del Gornaya y sólo se había unido al pueblo de Darakemba hacía menos de un siglo? Y aun así siempre hubo descontento entre los viejos aristócratas de Darakemba, que se sentían desplazados por el ascenso de la clase dominante nafari. No, eso no se comentará. Akma se jacta de ser estrictamente honesto al hablar de historia, pero está dispuesto a manipular la verdad para apoyar su causa.

El discurso de Mon fue más concreto, y se refirió a los ritos que intentarían preservar.

—Pedimos a los viejos sacerdotes que se acerquen para participar en estos rituales. Algunos de ellos requieren la presencia del rey, y no se celebrarán a menos que nuestro amado Motiak decida dirigirlos. —Se sobreentendía que si Motiak decidía no participar en los rituales, Aronha los celebraría en el futuro, cuando fuera Aronak—. Mantendremos los viejos días festivos, con celebraciones en vez de ayunos, con alegría en vez de melancolía.

En efecto, pensó Shedemei. Que la gente entienda que no se le exigirá ningún sacrificio para pertenecer a esta congregación. Una religión que sea pura dulzura, pero sin luz; toda forma, pero sin sustancia; toda tradición, pero sin precepto.

Ominer se dedicó a hablar del modo de hacerse miembro.

—Escribid vuestro nombre en los rollos. No es preciso que lo hagáis hoy, podéis hacerlo una de estas semanas. Os pedimos que donéis lo que podáis para ayudarnos a pagar un terreno donde podamos reunimos y para mantener las escuelas que fundaremos para educar a nuestros hijos según la antigua tradición, tal como nos educaron en la casa del rey. De algo podéis estar seguros: una vez inscritos en los rollos de la Congregación del Antiguo Orden, nunca os expulsarán de ella por tener alguna diferencia de opinión con un sacerdote.

Otro ataque contra la Congregación de los Guardados. En cuanto a las donaciones, Shedemei sintió ganas de reírse de tanto cinismo. La mayoría de los Guardados eran pobres, y donaban trabajo y dinero con gran sacrificio de su parte para pagar los edificios y los maestros. Pero lo hacían por el fervor de su fe y la sinceridad de su compromiso. La Congregación del Antiguo Orden nunca obtendría tantas aportaciones. Sin embargo no les faltarían fondos, porque todos los empresarios y propietarios ricos sabrían que el futuro rey y sus hermanos tendrían en cuenta esas contribuciones. No, no habría limitaciones presupuestarias, y los sacerdotes que antes de las reformas de Motiak eran asalariados gozarían nuevamente de pingües rentas. Basta de sacerdotes trabajando entre plebeyos. Sería un sacerdocio de clase alta.

Khimin, debido a su juventud, titubeó un poco en su discurso, pero el público parecía considerar simpáticos sus errores. Se limitó a afirmar que estaba de acuerdo con lo que habían dicho sus hermanos y a anunciar que en cuanto la Congregación estuviera bien organizada en Darakemba, Akma y los hijos de Motiak viajarían a todas las ciudades importantes de cada provincia para hablar con la gente y organizar el Antiguo Orden dondequiera que los invitaran a hacerlo. Lamentablemente, no tenían dinero propio, y no estaría bien servirse de la riqueza de sus padres para sostener una religión que éstos no aprobaban, así que Khimin, sus hermanos y su amigo Akma dependerían de la hospitalidad de otros en esos parajes remotos.

Shedemei se preguntó si vivirían el tiempo suficiente para pasar la noche en cada casa que estuviera patéticamente ávida de recibirlos. Familias ricas que no darían una torta de maíz a un mendigo suplicarían la oportunidad de demostrar su generosidad a aquellos jóvenes que no habían padecido necesidad jamás en su vida.

(Sé generosa, Shedemei. Akma ha padecido necesidad.)

Y no aprendió nada de ello, respondió Shedemei en silencio.

(Akma no es tonto. Permanecerán en casas de gente pobre con frecuencia, para resultar convincentes, y tanto en casas de ángeles como de humanos. No permitirán que Akmaro y Motiak dominen en nada, si pueden evitarlo.)

Entre todos, los cuatro hijos de Motiak habían tardado sólo media hora en terminar. Era evidente que cuando Akma se puso de pie para hablar nadie sabía qué esperar. Los hijos del rey eran celebridades, pero Akma era el hijo de Akmaro, y los rumores que lo precedían eran negativos. Algunos le tenían antipatía porque se oponía a las reformas religiosas de su padre. Algunos le tenían antipatía porque había repudiado el trabajo del padre, algo que los hijos de Motiak no habían hecho, pues incluso habían reiterado su absoluta lealtad al rey. Otros le tenían antipatía porque era un estudioso, con fama de ser una de las mentes más brillantes que frecuentaba la biblioteca de la casa del rey; existía cierta desconfianza natural hacia quienes sabían mucho de libros. Y otros no estaban dispuestos a simpatizar con él porque sabían que no creía en el Guardián de la Tierra, una postura absurda para alguien que estaba a punto de fundar una nueva religión.

Akma los sorprendió. Incluso sorprendió a Shedemei, aunque el Alma Suprema le había informado de lo que él pensaba decir. Pero Shedemei no estaba preparada para tanta elocuencia, tanta vehemencia. Akma no se valía de gestos grandilocuentes, sólo miraba al público con penetrante intensidad y todos y cada uno sentían en uno u otro momento que Akma posaba sus ojos en ellos, que hablaba directamente con ellos, y que conocía el corazón de cada uno.

Hasta Shedemei sintió la mirada de Akma cuando él dijo:

—Algunos habéis oído decir que no creo en el Guardián de la Tierra. Me alegra deciros que no es verdad. No creo en el Guardián tal como algunos lo definen, no creo en la primitiva idea de una entidad que envía sueños a ciertas personas pero no a otras, buscando favoritos entre los hombres y mujeres del mundo. No creo en un ser que traza planes para nosotros y se enfada cuando no los llevamos a cabo, que rechaza a ciertas personas porque no le obedecen con prontitud o no aman a sus enemigos más que a sus amigos. No creo en un ser omnisciente que transformó a los humanos y ángeles en amantes de la luz y el aire, y luego les exigió convivir con criaturas que viven en túneles de fango y suciedad. El Guardián de la Tierra no puede ser tan inepto en su planificación.

Todos rieron, complacidos. Aquel pequeño insulto a los cavadores demostraba que la nueva religión iba bien encaminada.

—No, el Guardián de la Tierra en el que yo creo es la gran fuerza de la vida que mora en todas las cosas. Donde cae la lluvia, allí está el Guardián de la Tierra. Cuando sopla el viento, cuando brilla el sol, cuando crecen el maíz y las patatas, cuando el agua corre sobre las rocas, cuando los peces brincan en el aire, cuando los niños cantan su primera y alegre canción de vida… creo en ese Guardián de la Tierra. El orden natural de las cosas, las leyes de la naturaleza… no hay que pensar en ellas para obedecerlas. No se requieren soñantes que os transmitan los deseos del Guardián. El Guardián quiere que todos comamos, y lo sabemos porque sentimos hambre. El Guardián quiere que riamos, y lo sabemos porque disfrutamos de la risa. El Guardián quiere que tengamos hijos, y lo sabemos porque no sólo amamos a los pequeños, sino el modo de engendrarlos. Los mensajes del Guardián de la Tierra llegan a todos y, excepto las entrañables y antiguas historias y ceremonias que nos unen como pueblo, no hay nada que enseñar que no aprendamos simplemente estando vivos.

Shedemei trató desesperadamente de pensar réplicas para todo lo que Akma había dicho, como había hecho con los hijos de Motiak, pero notó que el hechizo de esa voz era tan subyugador que no podía oponerse. Él dominaba su mente mientras decidiera hablar con ella. Shedemei sabía que no le creía, pero por el momento no podía recordar por qué.

Él seguía hablando, pero su discurso no resultaba largo. Cada palabra era fascinante, conmovedora, graciosa, alegre, sabia, y uno no quería perderse ninguna. No importaba que Shedemei supiera que él mentía, ni que ni siquiera él creyera en lo que decía. Aun así las palabras eran bellas, musicales; la rapsodia de esas palabras mecía a la gente como una corriente de las heladas aguas del Tsidorek, aturdiéndola al tiempo que la conmovía.

Sólo se libró de la magia de ese discurso cuando, hacia el final, Akma propuso su solución definitiva para el problema de los cavadores.

—A todos nos repugnan los actos de despiadada crueldad de los últimos meses. Esos actos atentaban contra las leyes existentes, y nos alegra que nuestro sabio rey haya fortalecido esas leyes al prohibir la persecución en nombre de las ideas religiosas. No obstante, no habría habido persecución si no hubiera habido cavadores que vivieran, contra natura, entre los hombres y mujeres de Darakemba.

En ese momento Shedemei reaccionó y dejó de ver la belleza en esa voz. Pero no eran tan lúcidos quienes la rodeaban y tuvo que codear a sus maestras y mirarlas con severidad para cerciorarse de que no creyeran en lo que él estaba diciendo.

—¿Es culpa de los cavadores estar aquí? ¡De hecho nunca tuvieron esa intención! Algunos habitan en la zona desde la antigua época en que los cavadores y ángeles vivían tan cerca que los cavadores podían robar a los hijos de los ángeles y devorarlos en sus húmedas cavernas. ¡Difícilmente podemos considerar que eso los hace dignos de obtener la ciudadanía! Además, la mayoría de los cavadores de Darakemba viven aquí porque ellos o sus padres participaron en una incursión en las fronteras de nuestro territorio, tratando de robar a hombres y mujeres honestos el fruto de su labor. O bien fueron capturados en cruentas batallas o cuando una expedición punitiva dominó una aldea de cavadores. Entonces los trajeron aquí como esclavos. ¡Eso fue un error! ¡Eso estuvo mal! No porque a los cavadores no les convenga ser esclavos, pues son esclavos por naturaleza, y así es como los tratan los monarcas de los elemaki. Pero, a pesar de ser esclavos, a pesar de ser un botín de guerra, fue un error traer cavadores a una nación de gente, ya que eso podía inducir a engaño. Sí, algunos podían pensar que los cavadores, por poseer una especie de lenguaje, eran capaces de pensar, sentir y actuar como personas. Pero no cabía engañarse. Nuestros ojos nos decían que eso era mentira. ¿Qué humano no se regocijaba al ver un ángel en vuelo o al oír el canto nocturno de nuestros hermanos? ¿Qué ángel no se deleitaba con los conocimientos que los humanos traían consigo, con las potentes herramientas que los fuertes brazos humanos podían fabricar y empuñar? Podíamos convivir y ayudarnos, aunque con ello no estoy diciendo que nuestros hermanos de Khideo no deban seguir privándose de la buena compañía de la gente del cielo, si así lo prefieren.

Otra risa apreciativa del público.

—¿Pero os regocijáis al ver a un cavador contoneando el trasero en el aire mientras perfora la tierra? ¿Os encanta oír su voz disonante y áspera, u oír sus zarpas tocando la comida que debemos comer? ¿No es una burla cuando sus dedos afilados aferran un libro? ¿No queréis marcharos de la habitación si uno de ellos intenta cantar?

Cada insulto era saludado con una risotada.

—Ellos no eligieron vivir con nosotros, y ahora, castigados con la pobreza que siempre será la suerte de quienes no cumplen los requisitos mentales de la auténtica ciudadanía, no poseen los medios para marcharse. ¿Y cómo iban a poseerlos? La vida en Darakemba, aun para un cavador, es mucho mejor que la vida entre los elemaki. Pero debemos tener respeto por el Guardián de la Tierra y obedecer la natural repugnancia que es el claro mensaje que nos envía el Guardián. ¡Los cavadores deben largarse! ¡Pero no por la fuerza! ¡No con violencia! ¡Somos civilizados! ¡No somos elemaki! He sentido el látigo de los cavadores elemaki en la espalda, y prefiero dar la vida antes que ver a un humano o a un ángel tratar aun al cavador más vil de esa manera. La gente civilizada repudia esa crueldad.

La gente lo aclamó y aplaudió. Qué nobles somos, pensó Shedemei, en repudiar la persecución mientras Akma nos sugiere una manera de reiniciarla, pero más eficazmente.

—¿Qué hacer, pues? ¿Qué hay de esos cavadores que entienden la verdad y quieren irse de Darakemba, pero no pueden costearse el viaje? Ayudémosles a entender que deben irse. Señalémosles amablemente el camino. Lo primero es que comprendáis que los cavadores sólo se quedan aquí porque seguimos pagándoles para hacer el trabajo que humanos y ángeles pobres y esforzados harían gustosamente. Claro que podemos pagar menos a los cavadores, pues no necesitan más que abrir un agujero a orillas de un riachuelo para tener casa. Pero debemos hacer un sacrificio, por ellos tanto como por nosotros, y dejar de contratarlos. Pagad un poco más para que un hombre cave esa zanja. Pagad un poco más para que una mujer os lave la ropa. Valdrá la pena porque no tendréis que volver a pagar para rehacer un trabajo mal hecho.

Hurras. Risas. A Shedemei, la injusticia de aquella mentira le daba ganas de llorar.

—No compréis a comerciantes cavadores. Ni siquiera compréis a tenderos humanos o ángeles, si sus mercancías fueron fabricadas usando mano de obra cavadora. Pedid garantías de que todo el trabajo sea obra de hombres y mujeres, no de criaturas inferiores. Si un cavador quiere vender su tierra, sí, compradla, y a su justo precio. Que los cavadores vendan todas sus tierras, hasta que ningún trocito de Darakemba esté a nombre de un cavador.

Aplausos. Ovaciones.

—¿Padecerán hambre? Sí. ¿Se volverán más pobres? Sí. Pero no los dejaremos morir de inanición. Pasé años de mi infancia constantemente hambriento porque nuestros capataces cavadores no nos daban suficiente comida. ¡Nosotros no somos como ellos! Recogeremos alimentos, utilizaremos fondos donados a la Congregación del Antiguo Orden, y alimentaremos a cada cavador de Darakemba si es preciso, pero sólo el tiempo suficiente para que todos emprendan el viaje hacia la frontera. Y los alimentaremos sólo mientras estén en marcha. Pueden recibir alimentos de las despensas del Antiguo Orden, pero sólo en los límites de la ciudad, y luego ellos y sus familias deberán emprender la marcha hacia la frontera. A lo largo del camino les ofreceremos lugares seguros donde acampar, y comida, y serán tratados con benevolencia y cortesía, pero por la mañana se levantarán, comerán y continuarán la marcha. Y al final recibirán comida suficiente para otra semana de viaje hasta algún lugar en territorio elemaki, que es donde deben estar. ¡Que trabajen allí! ¡Que preserven esa preciosa «cultura» que tanto valoran algunos, pero no en Darakemba! ¡No en Darakemba!

Como sin duda planeaba Akma, la gente coreó el estribillo, y le costó silenciarla para poder concluir. El discurso no se prolongó demasiado, y Akma dedicó lo que de él faltaba a ensalzar la belleza de las antiguas costumbres nafari y darakembi, el amor y la tolerancia que reinarían en la Congregación del Antiguo Orden, y a proclamar que sólo entre los Antiguos, como se denominarían, podía hallarse auténtica justicia y bondad, tanto para los cavadores como para los ángeles y humanos. Todos gritaban asintiendo, aclamaban su nombre, proclamaban su amor por él.

(Akma sabía que lo haría bien, pero hasta él está sorprendido de tanta adulación.)

No cuenta con la mía, respondió Shedemei en silencio.

(Si de algo vale, la mayoría de la gente no comparte las cosas más ofensivas que dijo sobre los cavadores. Pero el proyecto de Akma cuenta con el apoyo de todos. Por el momento, al menos, la mayoría la considera una solución sencilla y humanitaria.)

¿Y qué le parecerá a la gente del suelo?

(Como el fin del mundo.)

Motiak detendrá esto, ¿verdad?

(Lo intentará, sin duda. Sus agentes ya le están informando de lo que han dicho sus hijos y Akma. Estudiarán la ley. Pero no podrá oponerse a este plan para siempre, si la gente realmente lo apoya.)

¿Acaso no ve que arrebatarle el sustento y expulsarlos de sus hogares es igualmente cruel, a la larga?

(Discute con él, no conmigo. Tal vez, si revelaras a la gente quién eres e hicieras una demostración del poder del manto…)

El Guardián no obra de esa manera. Quiere que la gente lo siga por amor.

(Bien, pero cuando Nafai zarandeó un poco a sus hermanos, obtuvo de ellos la colaboración suficiente para preparar la nave estelar.)

Y en cuanto pudieron volvieron a las andadas.

—Vamos a casa, Shedemei —dijo una de sus alumnas.

—Ha estado maravilloso —comentó otra, sacudiendo la cabeza con amargura—. Lástima que sus palabras sean pura mierda.

Shedemei reprobó aquel comentario grosero, pero de inmediato se echó a reír y la abrazó. Las alumnas de su escuela podían quedar fascinadas momentáneamente, pero la suya era una verdadera educación y no una simple asistencia a la escuela; así que podían oír algo, analizarlo y saber si era indigno, peligroso, ruin…

Tal vez su alumna había usado la única palabra apropiada para el caso.

Cuando llegaron a la escuela, había oscurecido. Las niñas se apresuraron a contar a sus compañeras lo dicho en la asamblea. Shedemei pasó los primeros minutos hablando con las maestras que eran gente del suelo. Les explicó la estrategia de Akma de boicotear a los cavadores para obligarlos a marcharse.

—Vuestro puesto aquí está seguro —dijo—. Y dejaré de cobrar la educación de nuestras alumnas, para que sus padres dispongan de más dinero para contratar cavadores y ayudar a los que no pueden contratar. Haremos todo lo que podamos.

Cuando llegó al patio, las alumnas que habían escuchado el discurso repetían los comentarios de Akma sobre los cavadores. Tenían buena memoria, y algunas lo repitieron todo, palabra por palabra. Edhadeya era una de las que no había asistido al acto; como le dijo a Shedemei, no sabía si podría controlarse, y además tenía que demostrar que la hija de Motiak, al menos, no había perdido el sentido de la decencia. Pero, al enterarse de las declaraciones de Akma sobre la inferioridad de la inteligencia de los cavadores, sobre su ineptitud para la sociedad civilizada, perdió el control.

—¡El conoció a Voozhum! No tanto como mis hermanos, pero la conoció. Sabe que todo lo que dice es mentira, lo sabe, lo sabe.

Agitaba los brazos, protestando, gritando. Las niñas se asustaron un poco, pero también admiraron aquel arrebato de pasión, tan alejado del carácter cortante pero mesurado de Shedemei.

Shedemei se le acercó y la abrazó.

—Duele más cuando el mal es cometido por gente que amamos —le dijo.

—¿Cómo puedo responder a sus mentiras? ¿Cómo puedo impedir que la gente le crea?

—Ya lo estás haciendo. Enseñas. Hablas allí donde puedes. Te niegas a tolerar que otros repitan estas vilezas en tu presencia.

—¡Lo odio! —exclamó Edhadeya, la voz ronca de emoción—. Nunca lo perdonaré, Shedemei. El Guardián nos pide que perdonemos a nuestros enemigos, pero no lo haré. Si con eso también me vuelvo mala, pues seré mala, pero lo odiaré siempre por lo que ha hecho esta noche.

Una de las alumnas, confundida, preguntó:

—Pero en realidad no ha hecho nada, ¿verdad? Sólo hablar. Shedemei, aún estrechando a Edhadeya, respondió:

—Supongamos que señalo a un hombre que camina por la calle y le grito a todo el mundo: «Allá va el hombre que quiso abusar de mi hijita. Allá va el hombre que violó, torturó y mató a mi hija, allá va, le conozco.» Si la muchedumbre lo despedaza, y yo sabía que él no era culpable, que era mentira… ¿me he limitado a hablar, o he hecho algo?

Dejando que las niñas reflexionaran sobre aquello, condujo a Edhadeya al cubículo donde dormía.

—No te mortifiques, Edhadeya. No dejes que esto te desgarre.

—Lo odio —repitió Edhadeya.

—Ahora que las demás no nos oyen, permíteme insistir en que afrontes la verdad de tu propio corazón. Si estás tan furiosa, si te sientes tan traicionada que no puedes dominar tus emociones, que te hacen perder la compostura y te enloquecen de pesar… si ocurre todo eso, mi querida amiga, mi colega, mi hija, mi hermana, es que todavía lo amas y eso es lo que no puedes consentir.

—No lo amo —dijo Edhadeya—. Es terrible que me acuses de eso.

—Trata de dormir, Dedaya. Por la mañana debes dictar clases. Y necesitaré mucha ayuda de ti. Esta noche puedes llorar, cavilar, maldecir y rabiar hasta agotarte. Pero después de eso necesitamos que seas útil.

Por la mañana Edhadeya fue de utilidad, y demostró la serenidad, el ahínco y la compasión de costumbre. Pero Shedemei notó que la turbulencia de su corazón no se había calmado. Tu nombre es apropiado, pensó. El nombre de Eiadh, que cometió el trágico error de amar a Elemak. Pero tú no has cometido todos los errores de Eiadh. Has tenido un corazón constante, mientras que Eiadh insistía en enamorarse de Nafai. Y tal vez hayas elegido más sabiamente, porque aún no sabemos si Akma es tan obstinado en su orgullo como lo era Elemak. Elemak recibió una prueba tras otra del poder del Alma Suprema y del Guardián de la Tierra, pero aun así los desafiaba y odiaba sus designios. Pero Akma no ha tenido una experiencia consciente del poder del Guardián. Es una ventaja que Akmaro y Chebeya, Edhadeya y Luet, Didul e incluso yo tenemos sobre él. Así que tal vez, pobre Edhadeya, tal vez no hayas entregado tu corazón tan trágica y neciamente como Eiadh.

Aunque, verdaderamente, también puede suceder que tengas incluso peor suerte.

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