Me marché con Souilik. Volamos directamente hacia el Este. Pregunté si en lugar de volver sin pérdida de tiempo, podríamos sobrevolar esta parte del planeta a menor altitud.
— Es perfectamente posible, me respondió. Mientras los Sabios no tomen una decisión definitiva sobre ti, he sido relevado de todo servicio, excepto el cuidado de mi ksill. ¿Adonde quieres ir?
— No sé. ¿Podemos ver a Aass?
— No. Aass ha salido ya para Marte, donde reside, y no estoy autorizado a hacerte salir de Ela. Además sería un viaje demasiado largo, teniendo en cuenta que pasado mañana debes presentarte de nuevo ante los Sabios. Pero si quieres podemos ver a Essine.
— Muy bien — dije, divertido.
Yo no había dejado de advertir que Souilik sentía una gran simpatía por Essine. Me guardé muy bien de hablar de ello, ya que no sabía si un Hiss podía considerar una alusión de este tipo, como una ofensa o, por lo menos, como una grave falta de educación.
Essine habitada a 1600 «brunns» de la casa de Souilik, o sea unos 800 kilómetros. A petición mía, no volamos a gran velocidad e hicimos varios rodeos. El trayecto duró pues unas dos horas. Sobrevolamos primero una vasta planicie, después una región de bosque salvaje cortada por profundos valles, una cordillera de volcanes apagados y finalmente una estrecha faja de tierra entre las montañas y el mar. Seguimos esta franja durante unos cien kilómetros y aterrizamos en una gran isla, muy elevada sobre el nivel del mar. Essine habitaba una casa análoga a la de Souilik, pero más amplia y pintada de rojo
— Essine es una Siouk, mientras que yo soy un Essok, explicó Souilik. Por esta razón su casa es roja y la mía blanca. Esto, junto con algunas costumbres locales, es todo lo que queda de las antiguas diferencias nacionales. Por ejemplo, ellos consideran una grave descortesía rechazar la comida que te ofrecen, aun en el caso de que no tengas hambre, mientras que nosotros lo toleramos perfectamente.
Pensé en nuestros campesinos que tanto se ofenden cuando nos negamos a probar el producto de sus viñas, y solté una carcajada. Souilik me preguntó el motivo de mi hilaridad.
— Decididamente — dijo — todos los planetas se parecen. ¡Lo mismo ocurre con los Krens del planeta Mará, de la estrella Stor del cuarto Universo! Tienen una bebida, que llaman «Aben-Torne», que nosotros encontramos insoportable. Y sin embargo, me he visto obligado a bebería tres veces. ¿El «vino» que ofrecéis vosotros es potable?
— Algunas veces, si. Otras, es muy malo.
Nos reímos amistosamente.
Charlando así, llegamos a la puerta de la casa. Nos recibió un niño de frágiles miembros y, por primera vez, entré en el hogar de una familia Hiss.
Ahora va a ser necesario que, anticipándome un poco, le dé algunos detalles sobre la organización social de Ela. Como en la Tierra, la célula base está constituida por la familia. Legalmente, los lazos familiares son muchos más frágiles, pero en la realidad resultan mucho más estrechos. Así, los matrimonios pueden disolverse por consentimiento mutuo, pero de hecho, este caso se da en rarísimas ocasiones. Los Hiss son, por temperamento, monógamos. Generalmente se casan jóvenes, a una edad equivalente poco más o menos a nuestros veinticinco años. Son pocas las familias de más de tres hijos, pero en cambio, raramente son menos de dos. Según pude comprender, antes del matrimonio las costumbres son libres, siendo después de él, rigurosamente estrictas.
Los jóvenes Hiss deben frecuentar una escuela hasta los dieciocho años cumplidos — traduzco a cifras terrestres, naturalmente — Entonces, unos eligen un oficio y pasan a las escuelas profesionales. Los mejor dotados ingresan a lo equivalente a nuestras universidades. La élite de éstos, participa en la exploración del Espacio. Essine, aunque joven y en período de estudios todavía, había participado va en tres expediciones a bordo del ksill de Souilil. Las dos primeras habían conducido a mundos desiertos y la tercera había estado a punto de terminar trágicamente en la Tierra.
Las casas siouk diferían de la de Souilik en que la puerta de entrada daba directamente a una amplia pieza de recepción, amueblada con butacas bajas.
Essine nos esperaba en compañía de su hermana menor, su hermano y su madre. Su padre, personaje importante, «ordenador de Emociones místicas» — por lo menos algo así fue lo que sonó en mi cerebro —, estaba ausente.
Al principio estuve muy cohibido. Souilik y los demás Hiss se habían lanzado a una animada conversación en lenguaje articulado, y me quedé sentado en mi sitio, contemplando la habitación con aire interesado, para disimular. Estaba casi vacía: decididamente los Hiss no tienen ningún apego a los adornos. Las paredes, pintadas de azul pálido, estaban decoradas con figuras geométricas.
Al cabo de un momento, la madre salió y quedamos sólo la «gente joven». La hermana de Essine se sentó frente a mi, y empezó a bombardearme con preguntas: ¿De dónde venia, cuáles eran mi nombre, edad y profesión? ¿Cómo eran las mujeres terrestres? ¿Qué opinaba yo de su planeta? etc. Llegó a mi memoria un recuerdo de algo sucedido algunos años antes: en una ocasión di una conferencia en una universidad norteamericana y fui exactamente hostigado a preguntas por las estudiantas.
Souilik y Essine se mezclaron en la conversación y, al cabo de unos momentos, había olvidado completamente que me hallaba en un mundo extraño. Todo me era familiar. Casi lo sentía, pues me decía que en el fondo este viaje estaba resultando vano ya que todas las humanidades del cielo se parecían y no valía la pena dejar la Tierra para encontrarse con tan pocas cosas nuevas. ¿Cosas nuevas? ¡Caray! ¡Bastantes encontré después, hasta saciarme! ¡Cuando pienso en el horror del planeta Siphan! Pero en aquel momento aún ignoraba todo aquello y me parecía que, física y mentalmente, a pesar de su piel verde y sus cabellos blancos, los Hiss eran seres muy próximos a nosotros.
Hice esta reflexión a Souilik y antes de que pudiera responder, Essen-Tza, la joven hermana de Essine se le adelantó:
— ¡Oh! sí, precisamente me das la impresión de ser un Hiss, ¡pero pintarrajeado de rosa!
Souilik sonreía enigmáticamente. Acabó diciendo:
— En el fondo, vosotros no sabéis nada. Yo he tenido ya contacto con cinco humanidades distintas, una de las cuales, la de los Krens, se parece extraordinariamente a nosotros, tanto, que es casi imposible distinguirnos de ellos. Al principio, sorprende la coincidencia de costumbres. Pero después… Cuando lleves algún tiempo en Ela, quizás pensarás como los Froons de Sik, de la estrella Wencor del Sexto Universo, quienes mantienen relaciones por razón de buena vecindad, pero que en el fondo no nos pueden soportar.
Después de estas palabras, nos marchamos. Es-sen-Iza y su hermano Ars desearon ceremoniosamente un «feliz vuelo» a su buen amigo Souilik y a «Srenn Slair», dicho de otra manera, Sr. Clair. Es-sine nos siguió, en su reob.
Una hora después llegamos a casa de Souilik. Essine se quedó sólo un rato, y volvimos a quedarnos solos. Ya no recuerdo exactamente lo que hicimos, durante este primer día de mi vida en Ela. Me parece fue más tarde cuando empecé a aprender a hablar y escribir el hiss. Es posible que Souilik me enseñara desde el principio el curioso «Juego de las Estrellas» que se juega sobre una especie de tablero de ajedrez redondo y que consiste en realizar, con las piezas que representan estrellas, planetas y ksills, la combinación que permita emplear «el Mislik»: a partir de este momento, la partida puede considerarse ganada pues la defensa es difícil, y se puede empezar a «apagar las Estrellas» del contrincante. Lo más probable es que aquel día no jugáramos a este juego pues yo no habría dejado de pedir explicaciones sobre los Misliks y recuerdo que hasta más tarde no obtuve aclaraciones sobre su naturaleza. Sea lo que fuere, el caso es que este juego es bastante más interesante que el ajedrez y, si tenemos tiempo, tal vez te lo enseñe algún día.
Así pues, pasamos juntos el resto del día. Empecé a sentir un gran afecto por este joven Hiss que debía convertirse en mi mejor amigo de Ela. Souilik es un compañero encantador, inteligente y alegre como todos los Hiss, pero además es sensible y bueno, cualidades bastantes raras en ellos. Los Hiss son en general amables y bondadosos, pero soberanamente indiferentes.
Llegó la noche, mi primera noche completa en Ela. Después de un breve refrigerio, durante el cual tomé por primera vez esos «alimentos para los Sin-zúes» que los Sabios me habían hecho traer, y que tienen un claro sabor a carne, salimos al exterior y nos sentamos ante la puerta. Levanté los ojos y quedé asombrado: en el cielo pululaban las estrellas, parecía que había millones y millones. Había una, brillante y cercana como un pequeño sol. Una vía láctea de extraordinaria densidad cruzaba el cielo.
Aunque joven — tenía entonces dieciséis años, o sea unos treinta de los nuestros —, Souilik navegaba por el Espacio desde hacía tiempo. Me señaló algunos astros: Essalan, Oriabor, muy cercano, perteneciente al sistema solar del que los Hiss habían emigrado a consecuencia de circunstancias que más tarde supe, Erienthé, Kalvenault, Beroe, As-lur, Essemon, Sialcor, Sudema, Phengan-Theor, Schessin-Siafan, Astar-Roele… El cielo tenía una luminosidad media, superior, a veces, a la de nuestra Vía Láctea. Souilik me explicó la causa de ello: su estrella, Ihaltar, estaba situada cerca del centro de su galaxia y no, como el Sol que está en el extremo. En esta parte del cielo las estrellas están particularmente juntas y la más cercana, Oria-bor, 110 está mas allá de un cuarto de año-luz. Esto había facilitado grandemente los primeros viajes interestelares, pero en cambio había obstaculizado considerablemente el desarrollo de sus conocimientos cosmogónicos, al no poder empezar el estudio de las Galaxias exteriores hasta que sus primeros intentos sobre el paso del ahun les habían conducido hasta el límite de su propio universo.
Interrogué a Souilik sobre sus viajes. Conocía cinco planetas humanos, y gran cantidad de otros mundos, inhabitados, o habitados sólo por formas inferiores de vida. Algunos de estos mundos — el planeta Biran del Sol Fsien, por ejemplo —, eran de una belleza extraordinaria; otros, por el contrario, desolados y tristes. Souilik había estado en los planetas Aour y Gen, del Sol Ep-Han del primer Universo — el de los Hiss —, cuyos habitantes se habían aniquilado entre sí en guerras infernales. Me enseñó fotografías en colores de estos diversos mundos, de una perfección que jamás hemos podido soñar en la Tierra. Aquí tengo algunas. Me enseñó también una estatuilla encontrada en las ruinas de una ciudad de Aour, frágil objeto de cristal milagrosamente salvado del desastre, que, a pesar del raro ser que representaba — una especie de hombre alado con cabeza cónica —, era de una perfección sorprendente. Al calentar esta estatuilla con las manos, el material vidrioso de que estaba construida, emitía un sonido parecido a un gemido, como un lamento de la raza asesinada. Estos mundos, antes habitados y ahora desiertos, son, al parecer, bastante numerosos en el Espacio y su descubrimiento contribuyó a la proclamación de la Ley de Exclusión, cuya finalidad es evitar el contagio y la vuelta al loco instinto de matar.
Aquella noche, cuando fui a acostarme mi espíritu rebosaba sensaciones nuevas, y las estrellas más cercanas: Essalan, Oriabor, Erianthé, etc., danzaban ante mis ojos. Me ví obligado a emplear» el-que-hace-dormir».
No guardo ningún recuerdo claro de los sucesos del día siguiente o, mejor dicho, aunque los tenga, se confunden con los de las jornadas que siguieron. En cambio, recuerdo perfectamente lo que pasó dos días después con motivo de mi segunda visita a la «Casa de los Sabios».
Souilik y yo partimos en el reob. El viaje fue rápido. Al llegar, y mientras Souilik volvía a marcharse, fui introducido en el despacho de Azzlem. Era un despacho de paredes desnudas, a excepción de cinco grandes paneles rectangulares que parecían construidos con cristal esmerilado. En el centro, una mesa de un material verdoso moteado de azul, contenía algunos aparatos y un complicado cuadro de mandos. Azzlem me hizo tomar asiento ante él. Una vez más tuve una sensación que ya me era familiar, la que experimentaba cuando, siendo interno en el hospital, el «jefe» me hacía llamar.
Decididamente, Azzlem era de avanzada edad; la decoloración de su piel era muy marcada y le daba un aspecto pálido, verdoso, que, en Tierra nos habría parecido enfermizo. Pero su cuerpo, que se dibujaba bajo la funda de sedosa tela gris, habría provocado la envidia de más de uno de nuestros atletas terrestres. Los Hiss, aunque físicamente menos fuertes que nosotros, están muy bien musculados y sus proporciones son admirables. Por lo que respecta a sus ojos, grandes como todos de su raza y de un color verde pálido, puedo asegurarte que no tenían nada de senil.
Permaneció un buen rato mirándome a la cara, sin transmitir nada. Comprendí que me estaba comparando a los numerosos ejemplares de otras razas que debían haberme precedido en esta habitación. Entonces empezó nuestra silenciosa conversación.
— Es muy lamentable — me fue diciendo — que tus compatriotas se hayan creído obligados a atacar nuestro ksill, y hayan matado así a dos de los nuestros. Parte de la culpa es de Aass. No debió internarse así en vuestra atmósfera sin haber tomado mayores precauciones. Pero como no había visto nada que se pareciera a una máquina voladora, creyó que todavía no habíais aprendido a volar.
— Desde luego, no hace mucho tiempo que hemos aprendido — respondí —. Pero de todas maneras, sin entrar en la atmósfera, Aass no podía darse cuenta, pues, salvando quizás algún cohete, ninguno de nuestros aparatos ha alcanzado aún el vacío interplanetario.
— ¿Cómo? ¿Sabéis volar y no podéis salir de vuestra atmósfera? ¿Cuál es, pues este aparato que probablemente lo ha conseguido? Uno de tus pensamientos no ha llegado a mí con claridad.
— Un cohete — dije en mi idioma. Y me enfrasqué en una descripción mental de estos artefactos.
Su cara expresó sorpresa.
— Ya entiendo. Desde luego, nosotros conocemos la teoría de vuestros «cohetes». Pero no los empleamos. Su rendimiento es deplorable.
— Nosotros hace tiempo que los empleamos como fuegos de artificio, pero su aplicación práctica es muy reciente.
— ¿Y vuestros artefactos voladores son impulsados por esos cohetes?
— Algunos, sí. Otros, con motores a explosión.
También tuve que explicarle este término. Por mi parte, empezaba a estar tan sorprendido como él. Me tocó el turno de preguntar:
— ¿Qué relación puede haber entre el vuelo en la atmósfera y la posibilidad de salir de ella?
— ¡Pero es evidente! Desde que se han podido utilizar los campos gravitarlos negativos, ha sido sencillísimo salir de la atmósfera. Pero, ¿es que no utilizáis los campos gravitatorios?
— No, aunque no sé exactamente de qué me habla, puedo asegurar que no.
Durante un buen rato intentó hacérmelo comprender. Por desgracia, a menudo no sólo no le comprendía, sino que no le «entendía». Azzlem recurría a conceptos e ideas que me son completamente desconocidos y ello interrumpía inmediatamente la comunicación de nuestros pensamientos. Lamenté sinceramente no ser un entendido o que, por lo menos, tú estuvieras allí conmigo. Aunque supongo que el único terrestre calificado habría sido Einstein. Cansado de explicarse sin ser comprendido, Azzlem renunció y volvió a los conceptos accesibles para mí.
— Sean los que fueren vuestros medios de propulsión, el caso es que uno de vuestros aparatos ha atacado eficazmente a nuestro ksill. Según has explicado a Souilik, se trató de un mal entendido. Te creo.
— ¿Puedo hacer una pregunta? — dije —, Vuestro ksill era el primero que apareció sobre la Tierra?
— Sí. Con toda seguridad. Yo soy quien da las órdenes de exploración. Había enviado a Aass y Souilik para comprobar si existían más universos más allá del decimosexto. El vuestro está veinte veces más alejado que éste, o sea que para alcanzaros hay que permanecer en el ahun un tiempo veinte veces mayor. Contrariamente a lo que le dijo Aass, no puedo garantizarte la vuelta a la Tierra. No es seguro que se puedan apurar tanto las reglas de navegación en el ahun. Pronto lo sabremos. Mi hijo Asserok está a punto de volver del decimosexto Universo, descubierto durante el viaje de Aass, que está casi tan alejado como el vuestro, y en la misma dirección. Digo descubierto y es inexacto, pues ellos son quienes nos han descubierto. También tienen la sangre roja, conocen el ahun, y se parecen mucho a ti.
— Ya veremos — dije, preocupado —. Yo no tengo familia en la Tierra. Así, pues, si vuestro ksill era el primero que nos alcanzaba, el informe oficial de uno de los gobiernos de la Tierra atribuyendo a errores de observación o a alucinaciones la presencia de objetos voladores extraños, era exacta.
Le conté toda la historia de los «platillos volantes» y los fantásticos cuentos imaginarios que habían provocado. Soltó una carcajada.
— Aquí también hemos tenido espíritus aventureros que partiendo de datos falsos han descubierto verdades. Ahora, vamos a trabajar. Voy a presentarte a unos sabios que van a hacerte preguntas concretas sobre la Tierra. Después te haremos un resumen de nuestra historia.
Pasé la mayor parte del día respondiendo lo mejor que pude a una interminable serie de preguntas varias, algunas de ellas completamente incongruentes. A causa de la rareza de estas preguntas, comprendí por primera vez cuan distintos son los Hiss de nosotros en algunos aspectos. Algunas veces mis contestaciones casi les escandalizaban. Por ejemplo, cuando, hablando del estado sanitario y de las enfermedades de la Tierra, les hablé de los terribles estragos del alcoholismo — ellos conocen el alcohol y tiene sobre ellos efectos análogos —, me preguntaron por qué no suprimían a todos los borrachos, o se les enviaba a colonizar un planeta desolado. A esta pregunta respondí hablándoles de los intentos que estamos llevando a cabo, sin gran éxito, para desarrollar en la Tierra el respeto por la vida humana, y todos me respondieron:
«¡Pero ésos ya no son hombres! ¡Han infringido la ley divina!»
Hasta mucho más tarde no supe qué era lo que ellos consideraban la ley divina.
Al anochecer Souilik vino a buscarme y me comunicó que él era el encargado de instruirme sobre el pasado de Ela. En efecto, como casi todos los Hiss, Souilik desarrollaba sus actividades: un trabajo de tipo social, como oficial comandante del ksill, y un trabajo personal que, en su caso, consistía en lo que él llamaba arqueología universal. Como oficial, en determinados tiempos, estaba sometido a una rígida disciplina. Pero cuando terminaba su servicio se convertía en uno de los más jóvenes y, según Essine, mejores «arqueólogos universales». Desde luego, una vez cumplido su período de servicio oficial, habría podido liberarse de toda obligación en este sentido, pero había preferido quedarse en el cuerpo de comandantes de Ksill, donde tenía numerosos amigos y se aseguraba la participación automática en las exploraciones.
Así, pues, aquella misma noche, en su casa, tomé mi primera lección de historia Hiss. Esta tuvo lugar en el despacho de Souilik, donde observé dos cuadros de vidrios esmerilados como en el de Azzlem.
— Según has dicho esta tarde vuestros antepasados utilizaban armas de piedra. Nuestros antepasados también empezaron utilizando herramientas y armas de piedra y, gracias a la casi indestructibilidad de esta materia, estamos mejor informados de los primeros períodos de nuestra especie que de otros más recientes.
Hizo entonces sobre un cuadro una serie de gestos parecidos, aunque más complicados, a los que realizamos para componer un número de teléfono. Uno de los cuadros de vidrio se iluminó y aparecieron en él unas imágenes: eran unos utensilios de piedra tallada muy semejantes a los que las excavaciones han descubierto en nuestras cuevas.
— Acabo de componer una referencia y la biblioteca de arqueología me transmite estos documentos — explicó — Más tarde, floreció la civilización en el planeta y, como la Tierra, los imperios se levantaron y derrumbaron, las guerras destruyeron la obra de los siglos, arrasaron las poblaciones o exterminaron las razas. Estas razas jamás estuvieron tan diferenciadas como ahora; a lo sumo, pequeñas diferencias en el color de la piel, por otra parte siempre verde. Habían crecido religiones que se convirtieron en casi universales, derrumbándose después las unas tras las otras. Sólo una de ellas había subsistido, con tenacidad, a pesar de las persecuciones de sus rivales momentáneamente triunfantes. Se remontaba a las primeras civilizaciones históricas.
Al parecer, los Hiss no sufrieron la paralización técnica que entre nosotros produjeron los tiempos de Roma y la Edad Media. Por esta razón sus guerras fueron pronto devastadoras. La última, que tuvo lugar unos 2.300 años atrás, se cernió sobre un planeta que resultó destruido por unas armas de las que, afortunadamente, no nos podemos formar idea. Siguió entonces un periodo bastante largo en que, debido a la escasez de población, la civilización estuvo a punto de zozobrar. Lo esencial de esta civilización se salvó gracias a la obstinación de algunos sabios y al refugio que ofrecieron a la ciencia los monasterios subterráneos de los adeptos a la religión perseguida y tenaz de la que antes te he hablado. Así fue como, después de 500 años de desórdenes la civilización reanudó la conquista del planeta, reconquista que fue facilitada por el hecho de que el resto de la población había caído prácticamente en la edad de los metales; esta nueva civilización fue una especie de teocracia científica. Aunque las armas de que disponían los «monjes» fueran menos potentes que las de sus antepasados, aventajaban desde luego a las que poseían las tribus.
La conquista del suelo resultó bastante más difícil. Regiones enteras habían quedado devastadas, envenenadas para siempre por la radiactividad permanente, quemadas, vitrificadas. Durante mucho tiempo la población tuvo que ser necesariamente limitada, pues Ela-Ven no podía alimentar más que a unos cien millones de habitantes contra los siete mil millones de antes de la «guerra de los Seis Meses».
La solución fue hallada mil años antes de mi llegada: la emigración. Hacía ya algún tiempo que los Hiss sabrían que lallhar tenía varios planetas habitables, contrariamente a lo que sucedía con Oriabor, donde sólo Ela-Ven lo era. Justamente poco antes de la «guerra de los Seis Meses», habían descubierto el medio de controlar los campos gravitatorios, pero este descubrimiento fue inmediatamente considerado secreto por los diversos gobiernos entonces existentes, y sólo había servido para construir artefactos de guerra. El secreto se perdió durante un largo período hasta que fue descubierto de nuevo por pura casualidad, ya que durante el «periodo sombrío» las investigaciones que se llevaron a cabo en los monasterios, debido a la falta de energía suficiente, fueron más en el campo de la biología que en el de la física.
Al dominar nuevamente los campos gravitatorios, la solución pareció fácil: emigrar a los planetas del sistema de lallhar. Como ya te he dicho, lallhar está situado aproximadamente a un cuarto de año-luz de Oriahor —. Los campos gravitatorios permitieron alcanzar una velocidad algo superior a la mitad de la luz. Se trataba, pues, de un viaje relativamente corto. Este se realizó novecientos sesenta años antes de mi llegada, utilizando más de dos mil astronaves, cada una de las cuales llevaba trescientos Hiss, material, animales domésticos o salvajes, etc. Una expedición exploratoria había determinado la perfecta habitabilidad de lila-Tan, la nueva Ela, de Marte y hasta de llesan, aunque éste era más frío. Así, pues, cerca de seiscientos mil Hiss desembarcaron un buen día en un planeta donde no existían más que determinadas formas de vida animal.
Esta primera colonización fue una verdadera catástrofe. Apenas los colonos habían empezado a edificar algunas ciudades provisionales, cuando terribles y desconocidas epidemias los diezmaron. Según las crónicas, en ocho días murieron ¡más de ciento veinte mil personas! El Hassrn y sus rayos abióticos diferenciales aún no se habían inventado. Cundió el pánico y, a pesar de las órdenes, muchos Hiss regresaron a Ela-Ven, llevando allí la epidemia. La civilización estuvo a punto de volver a perecer.
Los colonizadores sobrevivientes fueron inmunizándose contra los microbios de su nuevo planeta y, en el transcurso de los siglos siguientes, se multiplicaron en gran número. Setecientos años antes de mi llegada, se inventó el hassrn y dejó de plantearse el problema; los Hiss colonizaron entonces Marte y Resan. Unos seiscientos años antes de mi llegada — te voy dando las fechas utilizando nuestros años, ya que su sistema sería demasiado complicado para este relato — uno de sus científicos, que, dicho sea de paso, era antepasado de Aass, descubrió la existencia del ahun y la posibilidad de utilizarlo para alcanzar las estrellas lejanas. Como ya te explicaré después, este descubrimiento tuvo para los Hiss una importancia religiosa extraordinaria. Las distancias entre las estrellas, aunque más reducidas por regla general que en la parte que ocupa el sol en nuestra galaxia, se hacían en seguida imposible de franquear: la estrella más próxima a lalthar, después de Oria-bor, es Sudema, que está a un año-luz, lo cual hace ya entre ida y vuelta un viaje de cuatro años. Le sigue Erianthé a unos dos años-luz y medio, o sea casi diez años de viaje. Los Hiss no se alejaron mucho por este procedimiento y,
aun así, fue necesario emplear la invernada artificial, o sea una especie de puesta al ralenti de la vida de los exploradores.
Con el ahun, el problema presentaba un nuevo aspecto, y las posibilidades de exploración eran prácticamente ilimitadas. A los ojos de los Hiss, esto fue la realización de la Antigua promesa.
¡Sería absolutamente imposible hacerte comprender lo que va a seguir sin explicarte antes los fundamentos del origen de esa Promesa. Hace un momento he hablado de aquel culto perseguido y siempre renaciente que había triunfado finalmente. Se había convertido no sólo en la religión oficial, ya que esto sería débil e inexacto, sino en la religión «informadora» de todos los Hiss. Los pocos escépticos, que he encontrado en Ela — Soui-lik es uno de ellos — no son mal vistos, pero su acción no tiene ninguna fuerza y su escepticismo no se refiere más que a los dogmas. En la práctica actúan exactamente igual que los creyentes.
Los Hiss son maniqueos: para ellos el universo ha sido creado por un Dios del Bien, en pugna constante con un Dios del Mal. Pero, no. Estoy desfigurando su pensamiento. En realidad, no se trata del Bien y del Mal tal como nosotros lo entendemos, sino de la Luz y de las Tinieblas. El Dios de la Luz ha creado el Espacio, el Tiempo, los Soles. El otro intenta destruirlos y conducir al mundo al vacío original. Los Hiss, y esto es de capital importancia, y las demás humanidades de carne, son los hijos del Dios de la Luz. El otro, ha creado los Misliks.
No soy un entendido en metafísica y, desde luego, no me considero un místico. No te respondo de haber interpretado exactamente su idea. Con toda probabilidad, es algo más sutil de lo que yo he dicho.
(Clair llevó su mano al bolsillo y sacó de él un librito que me tendió. Sobre unas delgadas hojas apergaminadas, había unos minúsculos signos impresos en azul.)
— Estas son las Profecías de Sian-Thom — me dijo —. Tiene mas de nueve mil años. Voy a traducirte algunos fragmentos.
Hojeó algunas páginas y leyó:
«Y los Hijos de la Luz, en sus respectivas estrellas, tendrán que luchar contra el instinto de destrucción, y en esta lucha se sucederán las derrotas y las victorias, a lo largo de los siglos. Pero el día en que los Hijos de la Luz, cada cual en su estrella, encuentren el camino de la Reunión, llegará la prueba más dura, pues los Hijos del Frío y de la Noche intentarán arrebatarles la Luz». Y siguió:
«Hiss, ¡Hiss! Sois la raza elegida para conducir a los Hijos de la Luz en su lucha contra los Misliks, Hijos del Frío eterno. Pero ningún jefe puede vencer sin guerreros, ni todos los guerreros son aptos para las mismas armas, y ningún jefe puede decir cuál será el arma que le dará la victoria. Hiss, no desprecies la ayuda de los demás Hijos de la Luz!»
Y aún:
«Hiss, no desprecies a los que os parezcan extranjeros en un principio. Pueden ser también ellos hijos de la Luz, quizás ellos tengan (Clair subrayó estas palabras marcando distintamente sus silabas) la sangre roja que los Hijos del Frío eterno no pueden helar.»
Cuando sepas lo que sucedió más tarde, comprenderás lo impresionantes que resultan estas palabras.
Finalmente la Antigua Promesa, que rezaba: «Siguiendo el camino del Tiempo yo, Sian-Thom, el Vidente, he proyectado mi espíritu al Futuro. Hiss, no intentéis averiguar si este futuro está cerca, o tan lejos como el horizonte del desierto de Siancor, que retrocede cuando el viajero avanza. Y yo he visto a la raza elegida de los Hiss recibir a los embajadores de todos los Hijos de la Luz, y como su liga triunfaba de los Hijos de la Noche y del Frío Eterno. Yo os digo, que el mundo os pertenecerá, hasta donde podéis imaginar, incluso más allá de las estrellas, pero no os pertenecerá sólo a vosotros. Pertenecerá también a todos los Seres de Carne, a todos los Hijos de la Luz, que perecen sin perecer y que juntos vencerán a los Seres de las Tinieblas y del Frío y rechazarán a la
Nada, fuera del Mundo, a sus enemigos, los Hijos del Frío y de la Noche, los que no tienen ni miembros ni carne, los que no conocen ni el Bien ni el Mal.»
Eso es todo. Crease o no, una formidable civilización como la ves, la más poderosa del universo, se cimenta sobre esta Antigua Promesa.
Quedamos, pues, que cuando el camino del ahun estuvo abierto, los Hiss se lanzaron a explorar. Todavía no conocían a los Misliks. Uno de sus primeros viajes les llevó a un planeta cuyo nombre, si quieres saberlo es Assenta, del Sol Suin, situado en el límite de la Galaxia. Allí instalaron un observatorio y empezaron a escudriñar las demás galaxias. Pronto descubrieron el extraño hecho de que una de ellas, situada a unos quince millones de años-luz, las estrellas se apagaban a un ritmo rápido, absolutamente contrario a cualquier predicción basada en las leyes físicas. En un siglo y medio llegó a desaparecer toda la Galaxia.
Con lo que ahora explicó Souilik, estoy mezclando ahora lo que aprendí más tarde de Azzlem y otros.
Tres expediciones salieron nuevamente hacia esta Galaxia, utilizando el camino del ahun. Ninguna de ellas volvió. Después otras estrellas empezaron a apagarse, esta vez en una galaxia más cercana, situada a unos siete millones de años-luz. El proceso, que siempre era el mismo, era el siguiente: empezaba con una alteración del espectro consistente en la multiplicación de las rayas metálicas y después, la estrella empezaba a volverse roja, adoptando un tono cada vez más oscuro. Al cabo de unos meses sólo los detectores de rayos infrarrojos llegaban a delatar su presencia. Después ninguna radiación se registraba. Entonces los Hiss, que creían ciegamente en la Profecía y la Promesa, empezaron a ver en estos extraños fenómenos la mano del Otro, el Padre de la Noche y del Frío. Confirmaba su idea el que, para entonces, ya habían descubierto algunas humanidades diferentes de la suya.
Desde luego este proceso de extinción de las estrellas había empezado mucho antes de que existieran Hiss sobre Ela-Ven, ya que los mismos Hiss no se hacen remontar más que a unos dos millones de años a lo sumo. Yo no sé cómo pueden conciliar la anterioridad de existencia de los Misliks sobre ellos mismos con su propia metafísica.
Finalmente los Hiss descubrieron a los Misliks. Una Expedición partió a través del ahun, hacia una galaxia muy próxima, situada a menos de un millón de años de luz. Esta expedición contenía tres ksills bajo el mando de un astrónomo llamado Os-senthur. Emergieron en el Espacio — olvidé decirte que siempre emergen a buena distancia de cualquier cuerpo material — bastante cerca de un sol que se estaba apagando. El objetivo les pareció poco interesante, e iban a abandonarlo cuando Ossenthur observó, en el espectro de la estrella, unas particularidades que lo asemejaban a la galaxia que se apagó de forma tan inexplicable. Decidió aterrizar sobre uno de los planetas de este sol y desembarcaron en un mundo agonizante del que había desaparecido ya todo vestigio de vida. Jamás había habido en él humanidad alguna, sólo algunos animales superiores de los que encontraron cadáveres helados. Su estancia en este mundo duraba ya tres meses, las observaciones se iban acumulando, el sol era cada día más sombrío en el cielo rojo. Finalmente, cuando la temperatura hubo descendido hasta el punto en que el nitrógeno empieza a licuarse, aparecieron los Misliks. Esto sucedía trescientos años antes de mi llegada.
¿De dónde procedían los Misliks? Los Hiss aún no lo saben, su aparición sobre un planeta sigue siendo un misterio. Ahora bien, nunca llegan antes de que el frío sea suficiente para licuar el nitrógeno. |
Los Misliks sorprendieron a dos ksills. El tercero, Ossenthur, se hallaba volando a más de cien kilómetros de altura. El primer ksill tuvo apenas el tiempo suficiente para transmitir que estaba rodeado de cosas brillantes y dotadas de movimiento. Después, todo fue silencio. El segundo fue alcanzado cuando intentaba despegar. Este, pudo transmitir algunas imágenes: sobre el suelo helado pululaban unas formas poliédricas, dotadas de movimiento con destellos metálicos y de un tamaño aproximado al de un hombre. Entonces brutalmente cesó la transmisión al tiempo que el ksill se estrellaba contra la superficie del planeta.
Ossenthur permaneció ocho días vigilando la superficie. El octavo día, no habiendo visto nada que se moviera alrededor del primer ksill, descendió en picado como un rayo y aterrizó a su lado, regando los alrededores del ksill con rayos abióticos. En el interior del ksill no faltaba nada, pero no quedaba ni un Hiss con vida. Ossenthur hizo recoger los cadáveres y abandonando el aparato a los Misliks — había dado a esos extraños seres el nombre de la Profecía — después de destruir sus motores, regresó a Ela.
Los biólogos estudiaron los cadáveres. ¡Los Hiss habían sucumbido por asfixia, a causa de la destrucción de su tejido respiratorio!
Y así fue como los Hiss se lanzaron desesperadamente a la búsqueda de otras humanidades con el fin de encontrar aquella «cuya sangre roja no podía helarse». Pero en todos los planetas que descubrieron, los «hombres» tenían la sangre azul, o verde, o amarilla. Entonces comprendí por qué me habían conducido a Ela, a pesar de la Ley de Exclusión, y lo que ellos esperaban de mí, o mejor, de nosotros los Terrestres.
Mientras tanto, como ya le he dicho, habían establecido contacto con numerosas humanidades planetarias, cuyos embajadores habitaban permanentemente en Resan, donde se halla el Gran Consejo de la Liga de Mundos Humanos.