Nuestro viaje de regreso no tuvo historia. Caía la noche cuando Souilik posaba su ksill en la explanada de la «Casa de los Sabios». En el cielo desaparecieron las manchas negras de los otros ksills que se dirigían a la isla de Aniazz. Al descender me sentí repentinamente cansado, agotado y sin fuerzas, dominado por una irresistible necesidad de dormir. Mis compañeros estaban por el estilo.
Apoyado a un árbol violeta entretenía la mirada en el crepúsculo, demasiado cansado para hablar o para expresar mi alegría.
— Essine, conduce a Ulna a la Casa de los Extranjeros y dormid. Clair, Akeion y Herang venid conmigo. Tenemos que dar cuenta de nuestra misión — dijo Souilik.
— ¿No podríamos esperar a mañana? — imploré.
— No. Cada minuto que pasa puede significar la muerte de un sol. Ya tendrás tiempo de descansar después.
Subí las escaleras como en un sueño, pasé delante de mi estatua sin mirarla siquiera. Luego debí perder el conocimiento. Sentí que me llevaban y me recobré, bajo la luz azul de una lámpara que me enfocaba. A mi lado, tendidos en camas iguales estaban los dos Sinzúes y el propio Souilik.
Con los nervios deshechos, nos habíamos desplumado en la antecámara.
Poco a poco al principio y luego ya más rápidamente me volvieron las fuerzas. Pudimos levantarnos y dar el parte a Azzlen y Assza. Pero después, con gran alivio, me tendí en mi cama en la «Casa de los Extranjeros» y desde luego esa vez no tuve necesidad de emplear «el-que-hace-dormir».
Lalthar ya estaba muy alto en el cielo cuando me desperté. La ventana estaba abierta, hacía un tiempo maravilloso y me pareció oír cantar un pájaro, aunque ya sabía que no hay pájaros en Ela. El canto se acercó, llego hasta mi ventana. Me levanté: era Ulna imitando el gorjeo del Ekanton, la maravillosa lagartija voladora de Arbor. Essine la acompañaba.
— Veníamos a despertarte — dijo —. Azzlem te espera.
Lo encontré en el laboratorio con Assza, inclinado sobre el aparato que reproducía el rayo mislik. En una silla metálica un joven voluntario Hiss recibía un rayo rebajado.
— Nos acercamos a la meta — me dijo Azzlem —. Tal vez un día nosotros los Hiss seremos tan resistentes como vosotros, Tserrenos y Sinzúes. Con una inyección de bsin — tu bsin, Clair —, mi hijo Se-nali soporta desde hace dos basikes una intensidad que antes hubiese sido muy peligrosa, casi mortal. Desgraciadamente, cuando pasamos a un rayo equivalente al de tres Misliks, la protección cesa. Pero no es para esto por lo que te he hecho llamar. Trajiste contigo el cuerpo de Missan y en virtud de nuestras viejas costumbres, el que trae el cuerpo de un Hiss muerto en acción se convierte en el hijo de sus padres y el hermano de sus hermanos. De ahora en adelante podrás decir «nosotros los Hiss» sin que a nadie se le ocurra reírse. Así, pues, por un extraño destino te has convertido en hijo de tres planetas distintos, pues eres a la vez Tserreiio, Sinzu y Hiss. Ahora ve, pues tienes que asistir a los funerales de tu hermano en la casa que a partir de hoy será la tuya. Essine te acompañará. — ¿Dónde está Souilik? — pregunté. — Ha salido para Kalvenault al mando de mil ksills. Como sea que no tenían que desembarcar, ningún Sinzu le acompaña, pero no le apures, bombardearán desde muy lejos.
Salí en «reob» con Essine y Ulna. Supe que Mis-san había sido muy buen estudiante y que Azzlen hubiese querido alejarle de la guerra, pero las leyes eran formales, en caso de alerta ningún voluntario podía ser rechazado y Missan se había presentado voluntario.
Era huérfano de padre y madre, pero tenía una hermana, Assila, «ingeniero» en una gran fábrica de alimentos.
Su casa estaba situada en la isla de Bressié, a seiscientos brunns al norte de la «Casa de Jos Sabios». Olvidé decirte que en Ela no hay continentes pero sí una gran cantidad de islas de superficie varia, entre la de Australia y la isla de Jersey, sin contar los islotes. Mi nuevo «hogar» era una casita roja situada en una colina cara al mar.
Essine me presentó a mi «hermana», una chica de piel verde claro y de mirada extraña: sus ojos en vez de ser gris verde, como acostumbran a ser los de los Hiss, eran de un color esmeralda. Me acogió como si verdaderamente fuese su hermano, con las manos en copa delante de la cara, saludo que sólo se usa entre los miembros de una misma familia.
Los funerales Hiss son de una sencillez impresionante. El cuerpo de Missan fue colocado sobre una plataforma de metal delante de su casa, bajo el cielo. Un sacerdote Hiss pronunció unas breves oraciones. Luego, guiado por Essine, cogí de la mano a Assila, nos acercamos y movimos conjuntamente una palanca, dimos un paso atrás. Se produjo una llamarada y la plataforma quedó vacía. El sacerdote se volvió hacia los asistentes y dijo:
— ¿Dónde está Missan?
— Se fue hacia la Luz — contestaron. Y eso fue todo.
Siguiendo la costumbre permanecí cinco días en la casa. Ulna y Essine se marcharon por la noche y me quedé solo con Assila. Aunque parecía tranquila yo estaba seguro de que sufría, y no sabía qué decirle, ignorando lo que se solía decir en tales circunstancias. Entonces comprendí cuan superficial era mi asimilación. Anduve solitario por la casa furioso contra mí mismo y contra esta costumbre Hiss.
Las horas pasaron y no me decidí a acostarme en aquella cama que de ahora en adelante sería la mía. Todo estaba silencioso. Assila estaba sentada en la sala común y ni un sonido salió de su boca. Me senté frente a ella y así pasamos la noche.
Al llegar el día, habló. Sin lágrimas, sin llanto, me hizo el relato de la vida de «nuestro hermano», tan bueno, inteligente y que el destino se había llevado para siempre en su primer combate; ya eran once los familiares muertos en la lucha contra los Misliks. Tenía grandes remordimientos por no haberle acompañado y no haber muerto allí con él. Recordaba sus éxitos en la Universidad, los juegos de su infancia y su primer amor. Y de todo no quedaba nada. Sólo aquella frase sagrada:
«Se fue hacia la luz»…
A medida que iba hablando, las barreras que me separaban aún de los Hiss se derrumbaron. Me hablaba con palabras que había podido pronunciar cualquier mujer de la Tierra y ello me hizo comprender que en todo el Universo las penas y las angustias eran las mismas. Encontré palabras de consuelo y olvidé completamente los millones de años-luz que nos separaba. Luego, con la sangre fría de los Hiss, se levantó y preparó nuestra comida.
Me quedé junto a ella cuatro días más y luego regresé a la Península de Essanthem. Cada ocho días iba a ver a Assila y poco a poco consideré aquella casa como la mía. Tengo la seguridad de que ahora, de vez en cuando, Assila, «mi hermana», pregunta a los Sabios si volveré pronto.
Mientras tanto, los planetas Seis y Siete habían sido limpiados de Misliks, pero desgraciadamente era demasiado tarde para Kalvenault, que se iba apagando poco a poco. Los escasos Misliks que habían logrado escapar a algún planeta helado de El-Toea, fueron exterminados con la suficiente prontitud para salvar aquel sol. En cuanto a Asselor, no poseía planetas y su espectro recuperó su forma normal sin que ningún sabio pudiese explicarse el motivo.
Es una suerte que para vivir los Misliks deban tomar contacto a menudo con un planeta. Pueden muy bien vivir en el Espacio, pero sólo por algunas horas. ¿Cómo se las arreglan para pasar de una estrella a otra y sobre todo de galaxia a galaxia? Todo esto es aún un profundo misterio. Todos los intentos de localizarlos en el «ahun» han sido inútiles.
Algunos científicos opinan que pueden existir varios ahuns de los que los Hiss utilizan uno, los Sinzúes otro y los Misliks un tercero. Personalmente no opino, pero me parece carente de sentido creer que puedan existir tres «nadas» distintas.
En los medios allegados a la Casa de los Sabios se empezó a comentar un gran proyecto. Tardé en saber de qué se trataba. Ni Souilik ni Szzan estaban al corriente, Assza se había vuelto como quien dice mudo y Ulna estaba tan poco informada como yo. Volvió la astronave Sinzu acompañado de otros veintinueve aparatos que aterrizaron en la isla Tnoss, a poca distancia de la «Casa de los Sabios». Estuvieron poco tiempo y despegaron con rumbo a Ressan para dejar allí a cinco mil Sinzúes que formarían la nueva colonia de Elarbor. Sólo se quedaron en Ela, Helon, Akeion, Ulna y la tripulación del Tañían. Ela estaba exclusivamente reservada a los Hiss y fue para Ulna y su familia un gran privilegio el poder quedarse allí. Para mi no había caso, ya que era un Hiss.
Por fin me pusieron al corriente del gran proyecto: se trataba de enviar un ksill de reconocimiento a una galaxia maldita, o sea, repleta de Misliks. Había sido elegida una galaxia situada más allá del Universo de los «Kaiens», los gigantes de ojos pedunculados.
La expedición al planeta Siete ya me había parecido arriesgada, pero atacar a los Misliks en sus propios dominios, me parecía una locura, sobre todo cuando Azzlem me dijo que contaba conmigo y con dos o tres Sinzúes para hacer el vuelo de reconocimiento. A pesar de mis experiencias pasadas, no me podía acostumbrar a la idea del «ahun»: considerado bajo este punto de vista el viaje hacia la galaxia maldita no era ni más largo ni más peligroso que el que nos llevó al Siete de Kalvenault.
Luego pareció que el proyecto había sido abandonado. Volví a hacer mi vida normal entre el laboratorio de biología, la Casa de los Extranjeros, la de Souilik y la «mía». Souilik había vuelto de un viaje en el «ahun» del que no habló. Supe por Essi-ne que volvía del mundo de los Kains, pero aseguró que este viaje no tenía nada que ver con el gran proyecto. Estuve algún tiempo sin verle, ya que viajaba de un universo a otro cumpliendo misiones, el Tsalnn despegó a su vez hacia Ressan dejando en Ela a Akeion y Ulna, que trabajaban conmigo. Durante mis vacaciones obligatorias — tres días cada mes —, visité con Ulna y Essine el planeta Ela. Y así tuve una Idea de la agricultura y de la industria Hiss, de las que hasta aquel momento no me había preocupado lo más mínimo.
En una franja por ambas partes del ecuador los Hiss cultivan un cereal arborescente que alcanza unos diez metros de altura. De este cereal obtienen la harina para la elaboración de sus bizcochos. Un poco al norte y al sur de estas franjas crecen plantas varias, casi todas industriales, que proporcionan productos cuya obtención sintética sería demasiado costosa.
El resto del planeta es semisalvaje o reservado para las viviendas, excepto los polos donde se ha concentrado toda la industria, a excepción de las minas. Los Hiss explotan intensamente los océanos que cubren las tres cuartas partes del planeta; un día tuve ocasión de bajar y visité las praderas, cultivos submarinos y las instalaciones pesqueras.
Su principal fuente de energía es la disociación de la materia, una disociación llevada hasta un extremo que no podemos imaginar siquiera. No emplean, como empezamos a hacerlo, lo que constituye el núcleo del átomo sino los elementos de los elementos que lo constituyen, lo que podríamos llamar los infranúcleos.
Un hecho importante es que su energía principal no es de naturaleza eléctrica y aunque he visto sus generadores y la he empleado a diario, me verÍa tan apurado para definirla como lo estaría un pobre senegalés para definir la electricidad. Todo lo que puedo decir es que estos generadores son muy complejos y bastante grandes. Los Hiss son unos físicos extraordinarios e incluso Beranthon, el gran sabio Sinzu, cuando visitó Ela, tuvo que reconocer que muchos de sus inventos le eran desconocidos y a veces incomprensibles. En honor a la verdad debo hacer constar que los Hiss no obstacularizan el conocimiento de sus descubrimientos a las demás humanidades sino que, al contrario, sus Universidades están abiertas para todo aquel que quiera estar al corriente de su progreso.
Souilik terminó por fin sus viajes, pero no por esto le vi con más frecuencia. Se pasaba el día encerrado con el Consejo y ni siquiera Essine le veía más que nosotros mismos. Un buen día, estando yo con Ulna y su hermano en el laboratorio de biología, Assza nos hizo llamar. Nos dio tres cilindros metálicos, provistos de una enorme culata.
— Estas serán vuestras armas. Son pistolas térmicas perfeccionadas. De acuerdo con el Ur-She-mon, el Consejo os ha elegido para el vuelo de reconocimiento a la galaxia maldita. Dispondréis de un ksill especial. Souilik os acompañará hasta el planeta Sswft de la estrella Grenss del Universo de los Kai'ens. Tiene orden de esperaros allí. Saldréis dentro de ocho días.
Estos ochos días me parecieron la vez interminables y demasiado cortos. Akelon y Ulna encontraban muy normal que fuesen ellos, los hijos del Ur-Shemon, los primeros en ir a la lucha. Pero yo, a pesar de saber que era invulnerable a los rayos misliks, que nuestro ksill había sido perfeccionado, que dispondría de las mejores armas, y sobre todo que no se trataba de combate sino de un vuelo de reconocimiento, no podía sacarme el pánico del cuerpo. Presentía una catástrofe, y se produjo. Aun ahora, después de haber vuelto sano y salvo, cuando pienso en aquello me entran escalofríos.
Salimos sin tropiezos. Souilik, acompañado por Essine, dos Hiss y Beichit, la Hr'ben, pilotaba su ksill de costumbre, el Sansón Essine, en español el «Bella Essine». Los ksills no suelen llevar nombre sino un número a menos que el comandante los bautice. Al mío le había dado el nombre de Ulnn-ten-sillon, que significa «Ulna dulce sueño». Por esto, cuando Ulna me preguntó lo que significaba aquella inscripción no supe qué decirle. Akeion, que se dio cuenta de lo que pasaba, tradujo maliciosamente: «Unión de los planetas».
El Ulna-ten-sillon eran un ksill pequeño de tres plazas. En él se había sacrificado el confort a la eficacia. El puesto de mando estaba lleno de tableros y controles. La segunda pieza contenía tres literas, los motores y los víveres. El casco tenía un espesor de once centímetros y Souilik me aseguró que podía soportar el choque de un Mislik lanzndo a 8.000 brunns por basike, o sea, unas 4.000 kilómetros por hora. Y para el caso de que lograran romper el casco, había otro, de seguridad, de siete centímetros de espesor.
Pasamos simultáneamente el ahun para que nuestros ksills fueran envueltos por la misma porción de espacio. Salimos simultáneamente a un millón de kilómetros del planeta Sswft. Este era un planeta de tamaño algo mayor que la Tierra. Vivían en él algunos centenares de millones de Kaíens. Aterrizamos cerca de la ciudad de Arbor en el hemisferio norte.
¡Qué extraños son los Kaíens! La mayoría sobrepasan los dos metros de estatura, tienen la piel verde, son calvos, sus ojos son pedunculados color verde-mar, no tienen nariz, pero si una enorme boca con numerosos dientecillos. A pesar de la longitud de sus brazos y piernas dan la impresión de ser tan anchos como altos. Su civilización es muy peculiar. Son unos químicos prodigiosos, pero en cambio son muy mediocres en astronomía y física. Utilizan muv poco el metal, su industria está basada en las materias plásticos sintetizadas: en el terreno de lo espiritual son unos poetas magníficos, profundos filósofos y eminentes pintores y escultores.
Permanecimos al lado de nuestro ksill que estaba rodeado de varias máquinas voladoras fabricadas totalmente con materias plásticas. Nos sentamos en una especie de «bar de escuadrilla» donde nos sirvieron una bebida verde excelente. Souilik estuvo discutiendo un rato con tres Kaíens y luego nos quedamos solos. Estábamos silenciosos, nadie tenía ya nada que decir. Souilik fue con Akeion a verificar por última vez el Ulna-ten-sillon.
Al poco rato volvió:
— Hermano, llego el momento. Recuerda que el Consejo quiere datos, no heroicidades. Ten prudencia.
Al llegar el ksill, Souilik puso su mano sobre mi hombro v, emocionado, se fue corriendo. De lejos Essine y Belchit nos saludaron. Ulna ya estaba en el ksill. Subí y despegamos inmediatamente.
Habíamos convenido con Souilik que permaneceríamos exactamente dos «basikes» y medio en el ahun y no cambiaríamos de rumbo bajo ningún pretexto. De este modo en caso de apuro nos podrían encontrar.
Salimos del ahun en el momento señalado. En las pantallas de visión todo era negro con pálidas salpicaduras luminosas: eran las galaxias que aún conservaban vida. Una de ellas, la más próxima, ofrecía aproximadamente el aspecto de la luna. Akeion me la señaló, diciendo:
— Supongo que es el Universo de los Kaíens del que venimos.
Si en aquel momento hubiésemos tenido un telescopio de potencia infinita hubiéramos visto aquel Universo no tal como era entonces sino tal como debió ser quinientos mil años atrás.
En la pantalla especial que funcionaba signien de la teoría del radar, cuyas ondas se propagaban a una velocidad diez veces superior a la de la luz. se dibujaba el contorno de un planeta.
— Souilik dijo que eligiéramos el planeta más cercano — observó Ulna.
— Pues vamos allá. ¡Todos a sus puestos!
Yo me senté ante el mando de armas. Ulna ocupó el puesto de vigía para lo que disponía de una pantalla muy sensible que le permitía aumentar a voluntad una zona determinada haciéndola más visible.
— Vamos a efectuar un vuelo rasante. Clair, conecta la zona cálida.
Apreté un botón e inmediatamente nuestro ksill quedó envuelto en una zona que estaba a más de 300°. Ningún Mislik se nos podía acercar sin perder la vida, mientras que nosotros con nuestras escafandras podíamos salir sin peligro.
En la pantalla se empezaban a detallar formas tales como sistemas montañosos, ríos helados e inmensas llanuras también heladas que seguramente habían sido océanos.
A la orilla de uno de estos enormes océanos, vi una inmensa forma piramidal, se la enseñé a Ulna y ella, graduando su aparato, lo pudo ver detalladamente.
— ¡Señor mío, Ethau! ¡Esto había sido un planeta humano! — exclamo.
Efectivamente era una ciudad o por lo menos lo que de ella quedaba. Debía de extenderse sobre millones de hectáreas y su torre más elevada alcanzaba unos mil metros.
Me quedé pensativo: ¿Qué fantástica civilización muerta millones de años antes había construido aquella ciudad?
Me entraron ganas de aterrizar porque, como tú sabes, siempre me ha gustado la arqueología, y así se lo dije a Akcion.
— Primero daremos la vuelta al planeta y si no vemos ningún Mislik aterrizaremos.
Durante horas y horas desfilaron ante nuestros ojos, inacabables extensiones heladas, completamente desiertas. Al ver que no había ni un solo Mislik, nos dirigimos de nuevo hacia la ciudad en ruinas. Antes de aterrizar la iluminamos con un cohete gigante. Las construcciones brillaban con reflejos de hielo y oro.
Aterrizamos en una gran plaza al pie de una especie de campanario que se perdía en el cielo. Decidimos que Ulna y yo bajaríamos a tierra mientras que Akeion se quedaría en el ksill dispuesto a despegar si se presentaba el caso. Nos pusimos las escafandras, tomamos reservas de aire para doce horas, alimentos sintéticos que podíamos absorber dentro de nuestras escafandras, armas y gran cantidad de municiones. Finalmente bajamos.
Vacilamos un momento antes de tomar una dirección.
El ksill estaba en una plaza más o menos circular rodeada de altas construcciones. Al entrar en contacto con la zona cálida, el aire sólido se licuaba, se vaporizaba y pronto el vaho veló totalmente la vista de nuestro aparato.
Nos internamos por una calle-túnel. Todas las puertas de metal verde estaban cerradas. Me parecieron exageradamente bajas por lo que eran las casas. Anduvimos un kilómetro aproximadamente evitando el tomar otras calles para no extraviarnos.
Las fachadas de las casas no tenían absolutamente nada que nos pudiera informar respecto a aquella civilización, ni una inscripción, ni una escultura. Entonces se me ocurrió que tal vez lográsemos abrir alguna de aquellas puertas, pero cuando me disponía a intentarlo se produjo un temblor de tierra. Presintiendo una catástrofe, cogí de la mano a Ulna y echamos a correr hacia el ksill, pero al llegar allí no vimos más que un gigantesco montón de escombros. Bajo el efecto de la zona de calor aquella enorme torre se había derrumbado sobre el Ulna-ten-Sillon. Ulna estaba aterrada, no dejaba de gritar:
— «Hen, Akeion: Akeion Stan son».
Pero nadie contestaba. Estábamos perdidos en aquel planeta desconocido con aire para once horas y a millares de kilómetros de toda clase de socorro.
Y entonces, brillando siniestramente bajo la luz de mi faro, apareció el primer Mislik.