CAPÍTULO SEGUNDO — VIAJE EN EL ESPACIO

Guando apuntó el alba, sobre la línea negra de los árboles, todo estaba ya listo para la marcha y las asaltantes aún permanecían allí. Se les veía a veces moverse entre los árboles húmedos. Bajo la lluvia y llenos de ansiedad, debían haber pasado una noche francamente incómoda. Yo mismo estaba inquieto, bastante fatigado y perplejo. Si no podía salir de kysill sin ser visto, significaría para mí una interminable serie de interrogatorios, entrevistas y molestias de toda clase.

Así estaba reflexionando, preocupado, sentado en uno de los sillones de la habitación donde había visto a un Hiss vivo por primera vez, cuando Aass me tocó en la espalda:

— ¿Qué pasa? Desde hace rato estás emitiendo ondas de inquietud.

Se lo expliqué en pocas palabras.

— No hay dificultades. Dentro de un rato nos marcharemos. Te dejaremos un poco más lejos, en otro claro del bosque. Te agradecemos infinitamente el que hayas venido a avisarnos y, sobre todo, el que hayas curado a nuestros heridos en ocasión del accidente que sufrimos.

Permaneció un momento sin transmitir.

— No podemos pensar en llevarte a Ela. La Ley es tajante: «No debe haber contactos con planetas donde todavía existen guerras». Lo siento. Tu mundo comprende a la vez muchas salvajadas y mucha civilización. Más adelante, cuando vuestra humanidad tenga más juicio, volveremos. Aun es posible que volvamos antes, si el peligro de los Misliks se concreta lo suficiente para obligar a abolir esta ley. Esto, siempre y cuando no os hayáis destruido antes como hicieron los planetas de Aur y Gen del sol Ep-Han. Por cierto, ¿cómo se llama vuestro planeta?

— Tierra — dije — ; por lo menos así es en mi idioma. En otras partes le llaman Earth…

— Tierra — repitió en voz alta —. Es curioso. En nuestra lengua, eso significa violencia, pero también fuerza. Y Errs, es orgullo. Ven conmigo. Me condujo a una pieza que contenía los aparatos más complicados. Allí estaba Souilik con Es-sine y otra «mujer».

— Vamos a marcharnos. Pero antes convendría alejar a tus compatriotas. Resulta peligroso estar cerca del ksill cuando éste despega..

Souilik maniobró unos delicados mandos; Essi-ne apagó la luz y el exterior se dibujó en la pared. Los campesinos seguían montando su obstinada guardia tras los árboles. Aass emitió el silbido sincopado que constituye la risa de los Hiss. — Mira atentamente — me transmitió. Tras un rugoso tronco, se distinguía, con tanta claridad como si hubiera estado a tres pasos, el borde de un sombrero, un cañón de escopeta y un gran bigote: ¡El viejo Carrere! De pronto, salió disparado de su escondrijo vapuleado, perdiendo su fusil, fue rodando entre los arbustos y los brazos, gesticulando, lanzando una fantástica serie de palabrotas que fueron fielmente retransmitidas por los altavoces interiores. Desapareció tras un grupo de cusíanos. Por todas parles sus compañeros sufrieron los misinos efectos. Aass gritó una orden.

— Ya están bastante lejos — me explicó — ; vamos a despegar.

No oí el menor ruido ni sentí la más pequeña vibración y,!o que más me sorprendió, no tuve la menor sensación de aceleración. El suelo se hundió debajo de nosotros. Por espacio de unos instantes divisé el claro del bosque con la marca dejada por el Usill en los aplastados arbustos. Ya estábamos lejos.

— Hay otro claro hacia el Oeste. Podéis dejarme allí.

Ahora que los Hiss iban a salir de mi vida pura siempre, me encontraba rebosante de curiosidad sobre lo que a ellos se refería, devorado por el deseo de ir con ellos y desesperado al pensar que una serie de circunstancias absurdas me habían impedido enterarme de más cosas sobre su mundo. Ya se distinguía el otro claro, más estrecho que el de Magnou, pero sobradamente suficiente. Descendimos rápidamente.

En este momento miré por casualidad el cielo a través de la pantalla. A nuestra izquierda llegaban sobre nosotros tres puntos negros que aumentaban rápidamente de tamaño. En seguida comprendí de qué se trataba: eran tres de los nuevos cazas con

Slalo-Keactor de la base de Perigueux, capaces de una velocidad superior a los 2.000 Km/h. — ¡Atención, peligro! — grité, sin pensar que los Hiss no podían comprender mis palabras articuladas.

Aass también los había visto y, en lugar de continuar bajando, nos elevamos. Los cazas nos siguieron. Uno de ellos pasó tan cerca que vi claramente el piloto con su casco y su máscara.

Souilik, que pilotaba, maniobró febrilmente una serie de palancas. Los cazas quedaron lejos, muy atrás, pequeños puntos que iban desapareciendo, cada vez más bajos, cada vez más lejos. Por momentos se agrandaba la parte de la superficie de la tierra que podía abarcar mi vista. El cielo se volvió azul oscuro, después índigo, finalmente negro, y en pleno día aparecieron las estrellas. Comprendí que estábamos abandonando la atmósfera.

No había transcurrido media hora desde que salimos y la Tierra ya era visible en su totalidad, enorme esfera verdosa cruzado por trazos blancos. ¡Yo era el primer hombre que había sobrepasado el área de atracción de la tierra!

Permanecimos inmóviles en el espacio, mientras se desarrollaba el «consejo de guerra» que tuvo lugar en mi presencia. Mis compañeros nada hicieron para ocultarme la discusión. Muy al contrario, Essine no dejó de transmitirme los fragmentos más importantes. Aass opinaba que debíamos esperar la noche para desembarcarme. Souilik, en cambio, con el apoyo de Essine y otros dos Hiss, quería llevarme a su planeta, Ela. Su principal argumento parecía ser el que yo fuese un representante del planeta humano más lejano que ellos conocían y que además, la ley que prohibía las relaciones con los mundos donde imperase todavía la guerra no se refería a los planetas extragalácticos, sino a los galácticos. Era evidente, añadía, que nuestra humanidad no tenia el menor conocimiento del «paso del ahun» y, por consiguiente, Ela no corría ningún peligro. Siempre habría tiempo de llevarme nuevamente a Tierra, Por otra parte, ¿quién podría despreciar la más pequeña ayuda, ruando los Misliks estaban amenazando a menos de un millón de años-luz? Y sobre lodo, ¿quién podría despreciar el apoyo de una humanidad de sangre roja?

Al final, Aass se volvió hacia mí, y dijo: — Si quieres, podemos llevarte con nosotros, siempre que nuestros alimentos te convengan, pues el viaje es largo. Así, pues, vas a comer con nosotros. Si te sientan bien, saldremos juntos hacia Ela. Más tarde volveremos.

Así fue cómo tomé mi primera comida extra-terrestre, comida que no debía ser la última. El «platillo», o, como lo voy a llamar desde ahora, el ksill, se mantenía inmóvil, a unos 25.000 kilómetros de la Tierra.

Los Hiss, salvo en los banquetes de postín, comen de pie. Comimos, pues, en la misma habitación en que nos encontrábamos. Los alimentos consistían en una gelatina rosada, muy gustosa, unos bizcochos que me parecieron hechos con harina de cereal, acompañados de un líquido ambarino que recordaba la miel. Los platos y cucharas eran de un material transparente, muy bello — lo comprobé dejando caer un plato —, absolutamente irrompible. Con alivio, noté que rápidamente quedaba saciado y digerí a la perfección este alimento. Pasé la tarde mirando la Tierra, esta Tierra que iba u dejar para ir, no sabía dónde. Por la noche, después de una comida parecida, me señalaron una litera baja. A pesar de mi excitación, la fatiga me entregó a un pronto sueño.

Cuando desperté, estaba solo. Un débil zumbido llegaba a mis oídos. Me levanté, crucé una puerta y me encontré ante Aass.

— Iba a despertarte — me transmitió —. ¡Vosotros, los terrenos, dormís mucho!

Me condujo al laboratorio.

Antes de continuar, creo que ya es tiempo de que te describa la distribución interior de un ksill. Casi siempre es la misma. Los Ksills tienen una forma exterior de lenteja plana cuyo diámetro oscila entre quince y ciento cincuenta metros y el espesor entre dos y dieciocho. En un ksill de tipo mediano, como el que ocupaba, las proporciones son de treinta metros por tres cincuenta. Ocupa el centro el puesto de mando, cámara hexagonal cuyos lados miden unos cinco metros. Alrededor de ésta se encuentran otras seis habitaciones de las mismas dimensiones con destinos diversos: dormitorio, laboratorio, sala de máquinas (hay tres), etcétera. Alrededor de estas habitaciones y en disminución rápida de la altura hacia la periferia, se hallan los almacenes de víveres, los acumuladores de energía, las reservas de aire, etc. La dotación normal de un ksill de este tipo es de doce personas.

En el laboratorio estaban reunidos los nueve sobrevivientes.

Por primera vez los veía a todos juntos. Había cinco hombres y cuatro mujeres. Contrariamente a lo que ocurre cuando se entra en contacto con una raza distinta, no tuve dificultad alguna en distinguirlos. Aass era de mucho el más alto y me aventajaba de unos centímetros. Los demás eran netamente más bajos que yo. Ninguna mujer alcanzaba 1,65 metros. Además de Aass, Soui-íik y Essiiie ya conocía a dos de ellos.

Como en un salón, Aass hizo las presentaciones. Según deduje, Aass era un científico, o, como él dijo, «estudiaba las fuerzas»; además, era el jefe de la expedición. Souilik era el piloto jefe y conducía el ksill. Había dos «tripulantes», si es que se les puede llamar así, y los dos restantes se ocupaban de los planetas, o sea: astrónomos. Como ya he dicho, el médico de la expedición había muerto en el brutal aterrizaje. La otra baja, era Ja de un especialista en astronomía estelar, alcanzado por los proyectiles del avión americano. De las cuatro mujeres, dos eran especialistas en botánica, una en psicología y Essinc en antropología comparada.

Me preguntaron cuál era mi trabajo en la Tierra. Respondí que había hecho estudios de medicina, pero que actualmente me había especializado en biología.

Se enfrascaron entonces en una animada conversación en voz alta, que, por lo visto, no juzgaron necesario traducirme. Después se dispersaron y me encontré solo en el laboratorio con Aass y Souilik; Aass me hizo tomar asiento, y transmitió:

— Hemos decidido llevarle a nuestro planeta. No me preguntes a qué distancia se encuentra de la Tierra, porque no lo sé, y pronto comprenderás la razón. Desde luego, está en el mismo universo que el vuestro, universo en el más amplio sentido, ya que de otra forma no nos habría sido posible llegar hasta vosotros. Vamos a iniciar el viaje de vuelta. (Cuando lleguemos a Ela los Sabios decidirán sobre ti. En el peor de los casos, serás devuelto a tu casa.

— Hace sólo cuarenta emis que exploramos el «Gran Espacio» (un emis corresponde a dos años terrestres y medio). Conocemos ya centenares de mundos habitados por humanidades más o menos parecidas a la nuestra, pero ésta es la primera vez que hemos encontrado un planeta cuyos hombres tengan la sangre roja. Es, pues, interesante estudiarte, y por esta razón vamos a conducirle a Ela, a pesar de la Ley de Exclusión.

«Ahora que ya nos hemos alejado suficientemente de Tierra, vamos a atravesar el «ahun». No temas nada, pero no toques ningún aparato. Según hemos podido comprobar por el aparato que nos ha atacado, estáis todavía en los motores químicos. Por lo tanto, no comprenderías nada de los nuestros.

— Nosotros también tenemos motores físicos — dije —. Pero, ¿qué es el ahun?

— Es el Anti-Espacio que rodea el Espacio y lo separa de los universos negativos. También es el Anti-Tiempo. En el ahun no hay distancias ni duración. Por esta razón no puedo decirte la distancia que separa Ela de tu planeta, aunque sí sabemos que esta distancia es superior al millón de años-luz.

— Pero hace un momento decías que la Tierra era el planeta más lejano que conocíais.

Aass torció los labios, lo que, según supe más larde, era en él señal de perplejidad.

— ¿Cómo hacértelo comprender? En realidad ni nosotros lo comprendemos. Lo utilizamos. Mira: Espacio y Tiempo están íntimamente ligados, ¿sabías esto?

— Sí, un científico genial lo determinó hace poco tiempo.

— Pues bien; Espacio-Tiempo, el universo, flota en el ahun. El Espacio está cerrado en sí mismo, pero el Tiempo está abierto: el pasado no vuelve. Nada puede existir en el ahun, puesto que el Espacio no existe. Así, pues, vamos a segregar una porción de Espacio que rodeará el ksill y nos encontraremos encerrados dentro de este Espacio, en el ahun, al lado del Gran Espacio del Universo, pero sin confundirnos con él. Vamos a derivar en relación a él. Al cabo de un determinado tiempo, tiempo de nuestro ksill, haremos la maniobra en sentido inverso y nos encontraremos nuevamente en el Espacio-Tiempo del universo y precisamente en el punto que, según lo ha demostrado la experiencia, no estará alejado de Ela más que unos cuantos millones de vuestros kilómetros. Esta vez, para el regreso, pasaremos por la parte externa del Espacio-Tiempo. Para venir, hemos pasado por el lado interior. También es posible que al tiempo que viajamos en el Espacio, realicemos también un viaje en el Tiempo. Pero no puedo asegurártelo; el estudio del aliun es todavía muy reciente. Es posible que nosotros los Hiss no existamos todavía para vuestro planeta. O, a lo mejor, hemos desaparecido desde hace miles de años, pero no creo que sea así, a causa de los Misliks: si continúan como ahora, no tardarán tantos años en alcanzaros, por lejos que estéis. De hecho, somos para vosotros, lo que vosotros para nosotros, Habitantes de la Nada. En consecuencia, no existimos en el mismo Espacio-Tiempo, y nadie podrá nunca asegurar la distancia y el tiempo que nos separan, ya que para hacerlo tendría que atravesar el ahun, el anti-espacio, el anti-tiempo. ¿Lo comprendes?

— No mucho. Necesitaría la ayuda de uno de nuestros científicos.

— El verdadero peligro lo constituyen los universos negativos que nos rodean. Teóricamente, todo universo positivo debe estar rodeado por dos universos negativos, y viceversa. Son los universos donde la materia es de sentido inverso a la nuestra: el núcleo de los átomos contiene una carga negativa. Si nos alejamos demasiado de nuestro universo, corremos el riesgo de encontrar uno de éstos; entonces nuestra materia se desintegraría en un fantástico destello de luz. Esto debió ocurrir al principio, a algunos de nuestros ksill que no volvieron jamás. Desde entonces, hemos aprendido a controlar mejor el paso del ahun. Voy a dirigir la maniobra. ¿Quieres venir?

Penetramos en la torre de mando. Souilik, inclinado sobre el cuadro de a bordo, estaba ocupadísimo en minuciosos reglajes. Aass me señaló un asiento, diciendo:

— ¡Pase lo que pase, cállate!

Inició con Souilik una interminable letanía que me recordó el «check-list» de los pilotos de los bombarderos pesados. Después de cada respuesta, Souilik tocaba una palanca, daba la vuelta a un conmutador, apretaba un botón. Cuando hubieron terminado, Aass se volvió a mí, esbozó una de sus singulares sonrisas y gritó:

— ¡Asth!

Durante unos diez segundos, no pasó nada. Yo esperaba angustiado. Entonces el ksill se inclinó violentamente y tuve que agarrarme con fuerza a los brazos de mi butaca para no ser lanzado al suelo. Un extraño ruido fue creciendo, mezcla de susurro y de zumbido. Eso fue todo. Volvió a reinar el silencio, el piso dejó de moverse y Aass se levantó:

— Ahora vamos a esperar durante unos 101 basikes.

Me hice explicar lo que era un basike: es su unidad de tiempo y equivale a una hora, once minutos y diecinueve segundos.

No voy a extenderme sobre el tedio de estos 101 basikes. La vida en un ksill es tan monótona como pueda serlo en un submarino. No hay que hacer ninguna maniobra. Los Hiss, excepto un hombre de guardia en el puesto de mando, jugaban a un juego que recordaba vagamente al ajedrez, leían grandes libros impresos sobre un material irrompible, o hablaban entre ellos. Pronto me di cuenta de que a excepción de Aass, Souilik y Essine, los demás no me respondían cuando intentaba comunicar con ellos. Se limitaban a sonreír.

La mayor parte del tiempo Aass permanecía encerrado en su laboratorio. En cambio, Souilik y Essine se mostraban muy amables, haciéndome múltiples preguntas sobre la Tierra, la forma en que vivimos, nuestra historia. Eludían hábilmente mis propias preguntas y no me mandaban más que respuestas evasivas, dejando para otra ocasión el precisar. A pesar de ello, los encontré muy próximos a nosotros, tal vez más que algunos japoneses que he conocido.

Cansado de informar a los Hiss sin recibir contestación a las preguntas que les hacía en justa compensación, me dirigí a Aass exponiéndole la situación. Me miró largo rato y respondió:

— Obran según las órdenes que les he dado. Si los sabios de Ela te aceptan, tendrás sobradas ocasiones de aprender lo que te interesa. En caso contrario, preferimos que sepas pocas cosas sobre nosotros.

— ¿Crees que seré rechazado? No comprendo qué peligro pueda representar para vosotros mi presencia en vuestro planeta.

Apenas había pronunciado estas palabras, cuando palidecí: ¡Claro que había peligro! ¡Y no sólo para ellos! Para mí también, ¡sobre todo para mí! Como médico, debí haberlo pensado en seguida: ¡Los microbios! Mi cuerpo debía contener miles de millones de gérmenes contra los que mi organismo ya no reaccionaba, protegido por una lenta vacuna, pero estos gérmenes podían resultar mortales para los Hiss. Y ellos llevaban, sin duda, otros gérmenes mortales para mí.

Como loco, transmití mis reflexiones a Aass. Este sonrió.

— Ya hace tiempo que nos habíamos planteado este problema. Exactamente desde que nuestra humanidad abandonó nuestro planeta natal, Ella-Ven, de la estrella Oriabor, para colonizar Ella-Tan de la constelación de lalthar. Ya no hay en ti vidas extrañas. Mientras dormías, has sido sometido a la acción del hassrn.

— ¿Qué es el Hassrn?

— Ya lo sabrás más tarde. Te hemos extraído un poco de sangre para poder inmunizarte cuando volvamos a llevarte a Tierra. Por lo que a nosotros se refiere, cada dos días pasamos bajo los rayos del Hassrn, cuando nos encontramos en un planeta extraño. En Ela ya trataremos de protegerte contra nuestros microbios. En el caso de que no lo consigamos, también tú pasarás cada dos días por el Hassrn. A propósito, ¿todos los seres de la Tierra llevan en su sangre tanto hierro como tú?

— Si, excepto algunos invertebrados cuyo pigmento respiratorio tiene por base el cobre.

— ¡En este caso sois parientes de los Misliks!

— ¿Quiénes son esos Misliks de los que siempre estáis hablando?

— Pronto lo sabrás. Desgraciadamente hasta tu planeta lo sabrá pronto.

E inclinó la cabeza como cada vez que deseaba acabar la conversación.

Las horas — los basikes — pasaron. Aass vino a buscarme para conducirme a la sala de mando en el momento en que íbamos a entrar de nuevo en el «Gran Espacio». Recitaron la misma letanía y sufrimos el mismo balanceo. Souilik puso en funcionamiento la pantalla de visión: estábamos en el vacío, rodeados de estrellas. Una de ellas estaba netamente más próxima que las otras, su diámetro aparente alcanzaba más o menos el tercio de el de la luna. Aass la señaló con el dedo:

— Ialthar, nuestro sol. Estaremos en Ela dentro de algunos basikes.

¡Cuan interminables fueron estos basikes! Fascinado, miraba cómo se agrandaba la estrella hacia la que nos dirigíamos. Algo azulada, pronto me cegó y dirigí mi atención a los planetas que giraban a su alrededor. Souilik me enseñó el funcionamiento de su periscopio que, a voluntad, podía convertirse en un potente telescopio. Alrededor de lalthar giran doce planetas; sus nombres, del más alejado al más próximo, son; Aphen, Setor, Sigón, Heran, Tan, Sophir, Ressan, Marte — sí, sí, Marte, es una curiosa coincidencia —, Ela, Song, Eiklé y Roni. Sigon y Tan tienen unos anillos como nuestro Saturno. El mayor es Heran y los más pequeños Aphen y Roni, Marte y Ela son ambos del mismo tamaño, algo mayores que nuestra Tierra. Ressan, más pequeño, está habitado, así como Marte y desde luego, Ela. En la mayor parte de los demás planetas los Hiss han establecido colonias industriales o científicas, algunas veces en condiciones extraordinariamente difíciles. Casi todos tienen sus satélites repartidos de acuerdo con una curiosa ley numérica: Roni no tiene, Eikle tampoco, Song tiene uno, Ela tiene dos — Ari y Arzi —, Marte tiene tres — Sen, San y Sun, Ressan, cuatro — Atua, Atea, Asua y Asea —, Sophir, tiene cinco, Tan seis. Después las cifras vuelven a decrecer hasta Setor que sólo tiene tres y Aphen que no tiene ninguno. Uno de los satélites de Eran, monstruoso mundo mayor que nuestro.Júpiter, es del tamaño de la Tierra, Aphen Sira a once billones de kilómetros de lalthar. Como puedes comprender, estos datos llegaron a mi conocimiento más adelante.

Nosotros habíamos surgido en el Espacio entre la órbita de Sophir y de San. Pasamos muy cerca de este último; tan cerca, que por el telescopio pude distinguir claramente una costa que se me apareció entre las nubes. En cambio, Marte estaba muy lejos, al otro lado de lalthar. Finamente, Ela dejó de ser un punto en el cielo para convertirse en una pequeña esfera que se iba agrandando a cada minuto.

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