CAPÍTULO SEGUNDO — KALVENAULT SE APAGA

Poco tiempo después de haber sido adoptado por los Sinzúes, hice con ellos el viaje a Ressan, sede del Gran Consejo de la Liga de Tierras humanas. Este Consejo estaba integrado por un solo representante de cada planeta, pero en Ressan habitaban colonias más o menos numerosas de cada una de las humanidades de la Liga. La inmensa mayoría de los habitantes de Ressan — 170 millones — era, sin embargo, de sangre Hiss.

Cinco mil ksills cuidaban del permanente enlace entre las colonias y sus respectivas metrópolis. Pero en cambio, los Hiss no mantenían más que contactos muy esporádicos con los planetas, donde imperaba aún la guerra y, a causa de la ley de Exclusión, éstos no estaban representados en la liga.

En Ressan vi los más portentosos laboratorios, pues del contacto entre tan diversas mentes, habían surgido grandes y múltiples progresos científicos y artísticos. Se puede decir que casi todos los Sabios de Ela habían efectuado un viaje de estudios a las Universidades de Ressan.

Cada cinco meses elienses tenía lugar la reunión del Consejo de la Liga. El delegado de Ela, que era al mismo tiempo el presidente constitucional del Consejo, era Azzlen. Esta vez la reunión coincidía con la llegada de dos nuevas humanidades, humanidades que merecían una reunión particularmente solemne ya que no sólo eran las primeras conocidas con sangre roja, sino que se habían mostrado insensibles al rayo Mislik. En realidad, yo, por mi carácter de representante oficioso de una Humanidad dominada aún por la guerra, no podía pretender a un escaño propio en la liga.

Salimos de madrugada. Hacía tres días que en aquella parte de Ela había empezado la estación de las lluvias y a la hora fijada para la marcha, caía del cielo plomizo un auténtico aguacero.

Yo debía ir con los Sinzúes, lo cual no me desagradaba, pues ya había viajado en los ksills His. y deseaba conocer el funcionamiento de la nave sinzu y además me resultaba particularmente placentera la idea de efectuar la travesía en compañía de Ulna.

Habrás podido darte cuenta, sin duda, de que desde el primer momento había sentido por ella una profunda simpatía. Ciertos indicios — concretamente varias bromas de su hermano — me hacían creer que era correspondido. Por otra parte, a pesar de la amistad que me unía con Souilik, Essine y algunos otros Hiss, a pesar de su innegable inteligencia y amabilidad me sentía un poco desplazado entre esos seres de piel verde. En cambio, entre los Sinzúes, me sentía casi en presencia de compatriotas.

El astronave despegó y en pocos segundos atravesó el techo formado por las nubes, ascendiendo en línea recta cielo arriba. Yo me hallaba en la cabina de mando con Ulna, Akeion y el Ren — léase teniente — Arn, primo de Ulm, que manejaba los mandos. Hay que reconocer que la técnica de los Sinzúes es inferior a la de los Hiss en un punto: si bien es cierto que el efecto de la aceleración sobre nuestro cuerpo queda muy reducido, este no llega a anularse totalmente como en un ksill. Ello proporciona una sensación de potencia que no tienen los ksills, cuyo despegue es de una absoluta suavidad.

El viaje no tuvo historia. Dejamos Marte, lejos, a un lado, y nos dirigimos directamente hacia Res-san. Este planeta es más pequeño que Ela y también más frío, ya que está más alejado de lalthar. Pronto lo vimos aparecer a nuestra vista, semejante a una bola verde que aumentaba de tamaño a simple vista.

Aterrizamos en el hemisferio Norte, muy cerca del Palacio de los Mundos. Este está situado sobre una elevada meseta, rodeado de cumbres nevadas, toscas y salvajes. Más abajo las pendientes se coloreaban de verde obscuro, ya que la vegetación de Ressan es completamente verde, un verde intenso distinto del de nuestras praderas terrestres. Sin embargo, los alrededores del palacio estaban sembrados de hierba hiss, de fuerte color amarillo y desde lo alto ofrecía un curioso espectáculo, esta mancha amarilla parecida a un campo de rosas de té en el centro de una verde pradera.

Como sea que el número de Sinzúes presentes — doscientos siete, en total — no justificaba la creación de una colonia, fuimos alojados en la Casa de los Extranjeros, situada en las proximidades del Palacio. Por otra parte, como sea que la reunión estaba convocada para una semana más tarde — semana eliense de ocho días, naturalmente —, resultó que pudimos vagar libremente por aquellos lugares durante todo aquel tiempo.

Estos ocho días constituyeron las vacaciones más agradables de que he disfrutado en mi vida. Souilik y Essine se unieron a nosotros y, en compañía de Ulna y Akeion, hicimos unas deliciosas excursiones por aquellos parajes de extraña belleza. Debíamos tener buen cuidado de regresar siempre antes de llegar la noche pues, si bien en Ressan los días son agradables y templados, las noches eran heladas y no era raro ver como el termómetro bajaba más allá de los 10 grados bajo cero. Después del clima excesivamente templado de Ela, ese frío vivificante resultaba en extremo agradable. Los Sinzúes lo soportaban muy bien, pero los Hiss, más frioleros que nuestros gatos, vestían sus escafandras cada vez que tenían que salir después de la caída de la noche.

Había descubierto a poca distancia de nuestro alojamiento una suave pendiente cubierta de nieve y, con ayuda de los mecánicos del astronave, fabriqué un buen par de esquíes. No puedes imaginar la sorpresa que se llevaron los Sinzúes y los Hiss cuando por primera vez me vieron deslizarme bajando la cuesta, envuelto en una nube de nieve. Los Sinzúes pronto me imitaron y, sin proponérmelo, me vi convertido en profesor de esquí en un mundo extraño. Me costó bastante convencer a Souilik y a Essine y apenas empezaban a deslizarse unos metros sin caerse, cuando se celebró la reunión del Consejo.

Azzlem llegó la víspera con el personal hiss subalterno que cuidaba del buen funcionamiento de la calefacción y el alumbrado. A la mañana siguiente desde el alba, fueron llegando centenares de ksills, reobs y otras naves espaciales, y hacia las diez de la mañana, la pradera estaba materialmente cubierta de «platillos» y mil variedades distintas de pájaros metálicos. Las puertas del palacio se abrieron y el largo cortejo de los delegados fue entrando.

Encaramados sobre el ksill de Souilik, contemplamos el desfile. Al frente marchaba Azzlem seguido de Helon. Después desfilaron ante nuestros ojos los tipos más diversos, representantes de todas las humanidades que ya vi representadas en la Gran Escalinata de Ela, pero esta vez en carne y hueso. ¡Dios mio, qué espectáculo! Mis atónitos ojos vieron seres de piel verde, azul, amarilla, seres enormes, otros diminutos, unos espléndidos y arrogantes, otros feos a no poderlo ser más y otros aún, francamente repulsivos, como el gigante Kaien con ojos de langosta procedente de una Galaxia tan alejada como la nuestra, pero en sentido opuesto. Algunos, se parecían extraordinariamente a los Hiss y Souilik me señalaba a los Krens del planeta Mará, país del «Aben-Torne», aquella bebida infecta que los visitantes deben gustar so pena de caer en desgracia ante sus huéspedes. Al final de la procesión estaban unos seres que sólo debían tener de humano su inteligencia, ya que su aspecto exterior era el de unos insectos acorazados. La sensación dominante era la de una impresionante e infinita diversidad.

— Sí — dijo Souilik con melancolía —. Nadie conocerá jamás la totalidad de planetas humanos.

Finalmente también nosotros entramos en el Palacio. Si el exterior de éste ofrecía el aspecto de un gigantesco monolito, obra de Titanes, su interior en cambio estaba delicada y ricamente decorado con esculturas y pinturas debidas a todas las humanidades representadas. En una galería periférica, figuraban expuestas vistas panorámicas de las principales capitales de los mundos humanos. Después atravesamos un jardín de invierno donde se cultivaban las más extrañas variedades de plantas; Souilik me mostró la planta Stenet, del planeta Ssin del primer universo, encerrada en un hermético globo de materia transparente ya que sus vistosas flores que parecen de oro, exhalan un gas venenoso que resulta mortal en dosis infinitesimales.

Nos instalamos en un pequeño palco que dominaba la Sala del Consejo: a mi derecha estaba Ulna, y a mi izquierda una delicada criatura femenina, desde luego, de piel azul, pelo negro y enormes ojos morados, perteneciente a la raza Hr'ben del planeta Taren de la estrella Vessar, del undécimo Universo.

En el anfiteatro, los delegados iban ocupando sus puestos. Cada uno tenía una especie de pupitre sobre el que se veían unos extraños y complicados aparatos.

Con la aparatosidad propia del elevado sentido de la escenografía que poseen los Hiss, las luces se apagaron, un foco lanzó un rayo de luz sobre el estrado y de algún lugar de éste surgió como una plataforma en la que estaban sentados Azzlem y otros cuatro representantes, Helon entre ellos. No les acogió aclamación alguna. Azzlem se levantó y empezó a hablar. Hablaba en hiss, pero debido a los potentes transmisores de pensamiento, cada cual le oía en su propio idioma. Hizo un repaso de los acuerdos tomados en la última reunión, después se refirió a mi llegada, la de los Sinzúes y nuestra milagrosa resistencia a la radiación del Mislik. Así, pues, de ahora en adelante, gracias a nuestra aportación, la lucha cambiaría radicalmente su sentido: de meramente defensiva, pasaría a ser ofensiva, y el primer acto sería una misión de reconocimiento que se realizaría en el mismísimo corazón del Imperio enemigo, las galaxias malditas. Ciertamente pasarán probablemente siglos antes de que el enemigo se dé por vencido, pero lo importante era que la retirada había terminado; ahora empezaría el ataque.

Armas no fallaban, ya que cualquier cosa capaz de producir calor era un arma mortal para los Misliks. Pero hasta aquel momento no se habían podido utilizar más que sacrificando muchísimas vidas.

Habló largo tiempo. Expuso a la asamblea nuestra extraña constitución. Manifestó que atribuía nuestra inmunidad al hecho de que nuestro cuerpo, igual que el de los Mislik, contenía gran cantidad de hierro, pero que este punto en común con los Seres de las Tinieblas no nos hacía menos dignos de la condición de «hombres». Los Sinzúes tenían derecho a figurar en la «liga» por haber repudiado las guerras desde hacía tiempo, pero, los «Tsrrenos», en cambio, sólo podían aspirar, de momento, a la condición de «aliados». Sin embargo su civilización era joven y todo le hacia creer que en un futuro próximo podrían ser admitidos en la asamblea con plenitud de derechos.

— El rollo de presentación — me susurró irrespetuosamente Souilik —. Eso no tiene importancia. La labor interesante será la que se desarrollará en los grupos. Según la Lev de Exclusión tú no puedes ser admitido en la liga, pero yo se que te han incluido en un grupo hiss.

— ¿Por qué hiss, precisamente? — pregunté.

— Hombre, recuerda que nosotros fuimos tus descubridores, aunque luego te hayas convertido en un Sinzu adoptivo.

Terminado su discurso, Azzlem se sentó. Entonces se produjo un corto silencio e inmediatamente llenó el aire un cántico hiss que no había oído hasta aquel momento. No puedo decir que aquel canto me emocionara — ya te he dicho que su música es demasiado complicada para nuestros oídos —, pero comprendí que tenía un significado especial y, en efecto, miré a Souilik y Essine y la expresión de sus caras me impresionó. Reflejaban un éxtasis, una comunión mística con todos aquellos seres de sangre verde y azul. Todas las caras mostraban la misma expresión, dulce y nostálgica a la vez. En aquel momento cruzó mi mente una imagen clara y precisa: en alguna ocasión, en la Tierra, había visto en un noticiario, las multitudes enfervorizadas en Lourdes. Esta era la impresión que daban las caras de esta asamblea de las humanidades celestes.

Y proseguía el canto: era una invocación al Dios creador, a la Luz. Se hizo el silencio. Aquellos seres de mundos diversos permanecieron un rato ensimismados. Nadie se movía. Finalmente Azzlem hizo un gesto con la mano y la multitud empezó a abandonar la sala.

— No sabía — dije a Souilik — que hubierais convertido a vuestra religión a todas esas humanidades.

— Pero, ¡es que no las hemos convertido! No ha habido evangelización. Esta música fue compuesta siglos atrás por Rienss, nuestro genio musical número uno. Sus notas bastan para hacernos entrar en trance y se da el caso que actúa asi mismo sobre las demás humanidades. ¿Acaso tú no has sentido nada?

— No. Ni creo que vuestro himno haya afectado lo más mínimo a los Sinzúes.

— No digas tal cosa, o por lo menos ahora, ya que mis compatriotas son muy susceptibles en este punto. Los Hombres-Insectos dijeron lo mismo y, al principio, eso les acarreó serias dificultades. Incluso se habló de excluirles por ello de la liga. Claro que vuestro caso es distinto. Sois nuestra última esperanza en la lucha contra los Misliks.

El Consejo duró once dias más, pero no hubo más sesiones plenarias, hasta el último día. Los trabajos se desarrollaron en diversas comisiones técnicas, en varias de las cuales participé como delegado hiss. Después de la ceremonia de clausura regresamos a Ela, mientras, con gran pesar mió, los Sinzúes se quedaban en Ressan.

Reanudé mi vida anterior. Seguí viviendo en casa de Souilik y todos los días, con Assza y Szzan, me dediqué a interesantes experimentos de biología comparada, en los laboratorios de la Casa de los Sabios. Assza consiguió reproducir artificialmente la radiación mislik. Jamás pude comprender con claridad la naturaleza de este rayo, pero puedo afirmar que nada tiene que ver con las radiaciones electromagnéticas.

Me había aclimatado perfectamente a la vida de Ela. Hablaba con bastante corrección el idioma hiss, lo que me permitía prescindir del uso continuo del amplificador, tenía amigos, relaciones y un trabajo interesante. Como miembro extranjero, formaba parte de la «Sección de biología aplicada a la lucha antimislik» y como tal colaboraba con Szzan v Rassenok Y dirigía un equipo de diez jóvenes biólogos hiss. Hasta tal punto había llegado mi adaptación a la vida eliense, que un día en el laboratorio, hablando con Assza, me referí a «nosotros los Hiss»… lo que provocó una risotada general.

Un mes después llegó la astronave Sinzu y tuve la satisfacción de contar en mi equipo con la colaboración do Ulna y Akeion.

Mi jornada transcurría por lo general de la siguiente manera:

Al salir lalthar, después de desayunar en compañía de Souilik, me dirigía al laboratorio. Al llegar, pasaba antes por el astronave a recoger a Ulna y a su hermano. Trabajábamos hasta medianoche y comíamos, ya en la Casa de los Extranjeros ya en el astronave, cosa que ocurría con harta frecuencia. Después volvíamos al laboratorio y permanecíamos allí hasta dos horas antes de la puesta del sol. Si el tiempo era bueno, íbamos a bañarnos en la bahía. Souilik y Essine se unían a nosotros frecuentemente en ese momento. Los Hiss son unos maravillosos nadadores, basta decir que Souilik hizo varias veces los cien metros en cuarenta y siete segundos, ridiculizando, sin esfuerzo, nuestro record mundial.

Tanto los Hiss como los Sinzúes practican normalmente los ejercicios físicos y, aunque mucho menos robustos que nosotros, nos superan en agilidad y elasticidad. Cansado de verme vencido en natación, carreras a pie y saltos, introduje el lanzamiento del peso, disco o jabalina, o, para ser más exacto, resucité la práctica de estos ejercicios, pues al parecer los Hiss habían practicado tiempo atrás deportes parecidos a éstos.

Por la noche regresábamos a casa en nuestro reob. Souilik me enseñaba a reconocer las estrellas de aquel cielo y a veces permanecíamos hasta muy avanzada la noche contemplándolas.

Mientras nuestro equipo se dedicaba a buscar los medios para proteger a los Hiss de la radiación Mjjslik, Souilik y otros centenares de jóvenes comandantes de ksills se entrenaban en el manejo de las armas que debían utilizar en la gran lucha. Una isla del Mar Verde fue evacuada y sufrió un auténtico diluvio de los más diversos proyectiles variando desde la bomba atómica — modelo muy parecido al terrestre — hasta unos artefactos de destrucción que, afortunadamente, desconocemos en la Tierra, cuyos efectos ya describiré más tarde.

Un día recibí orden de aprender a manejar un ksill. Esta fue para mí una difícil tarea que me tuvo ocupado durante unos tres meses. Dirigir un aparato de ésos, no es en sí más difícil que conducir un reob.

La dificultad estriba en el paso del ahun. No conseguí más que un título de segunda clase, pero el caso es que aprendí a pasar el ahun, aunque sin ir más allá del cuarto Universo, ya que, para alejarme más, precisaba de unos conocimientos en matemáticas que, la verdad, no poseo.

Debo reconocer que nada he comprendido en la teoría del ahun y mi forma de llevar el ksill puede compararse con la de aquellas damas terrestres que, manejando aceptablemente su automóvil, desconocen lo más elemental del motor de explosión.

Aunque pueda parecer extraño, me resultó mucho más fácil conducir — como hice más tarde — la astronave sinzu. Yo lo atribuyo a que su teoría del paso del ahun — que ellos llaman Roor — difiere mucho de la de los Hiss. Ni siquiera tienen la seguridad de que se trate del mismo ahun, pues un ksill y la astronave navegando juntos en el espacio y atravesando el ahun simultáneamente y permaneciendo en él el mismo tiempo, no se encuentran en el mismo lugar cuando emergen. En trayectos largos, la diferencia puede alcanzar hasta un cuarto de año-luz.

Recuerdo perfectamente una noche de este período en que, excepcionalmente, Souilik, Essine y yo nos habíamos quedado para pernoctar en la Casa de los Extranjeros. Estábamos sentados en la playa esperando la llegada de Ulna y Akeion.

Souilik acababa de anunciarme su próxima boda con Essine, boda en la que debía interpretar el papel de «Steen-Setan», cuando Ulna llegó sola y se sentó a mi lado. El cielo era de una claridad extraordinaria y las estrellas brillaban en gran cantidad. Souilik me formuló varias preguntas y tuve que enseñarle a Oriabor, de un amarillo rojizo, Schessin-Siafan, rojo vivo, a Beroe, azulado, los tres pertenecientes a la constelación de Sissan-tor, etc.

— Ahora no vuelvas la cabeza: ¿Cuál es la gran estrella azul intenso que debe brillar detrás de ti, a unos treinta grados en el horizonte?

— ¡Kalvenault! — dije en tono de triunfo y volviéndome para verificar mi afirmación —. Aunque a decir verdad — añadí —, la encuentro menos azul que otras veces.

— Verás, eso depende un poco de su altura en el horizonte — dijo sin mirar —. Yo estuve una vez sobre un planeta de Kalvenault y puedo asegurarte que, aunque inhabitada, es extraordinariamente bella.

En aquel momento llegó Akeion acompañado de varios Sinzúes y nos pusimos a hablar de otras cosas.

Después, a menudo he pensado que debí ser el primero en observar la anomalía de Kalvenault, pues para ser una estrella muy próxima y archiconocida de todos, los Hiss la contemplan muy pocas veces, por considerar que ya no podía descubrirles nuevos secretos.

La boda de Souilik tuvo lugar unos dos meses después de esta velada. En Ela hay dos clases de bodas. La más sencilla no consiste más que en la comparecencia de los novios ante un miembro del servicio de estado civil. La segunda, mucho más complicada, se realiza según los ritos ancestrales. Este fue el caso de Souilik, ya que tomaba por esposa a la hija de un «gran ordenador de emociones místicas», o sea, lo que nosotros llamaríamos un gran sacerdote.

Como sea que yo tenía que hacer de Steen-Se-tan, tuve que ser instruido por dos jóvenes sacerdotes que vinieron ocho días antes de la ceremonia. Antiguamente, en la época de las guerras prehistóricas, sucedía con frecuencia que las bodas entre individuos de tribus distintas se veían interrumpidas por guerreros que se oponían a la marcha de la muchacha de su clan. El novio se veía obligado a elegir entre los familiares de su novia un Steen-Setan que era el encargado de proteger a los jóvenes esposos durante los tres días que duraban las ceremonias. Este individuo solía ser un guerrero famoso por sus proezas, un jefe influyente o un sacerdote. Naturalmente, en nuestros días ya no se dan estas encarnizadas batallas, pero sí animadas peleas, mitad en serio mitad en broma, provocadas casi siempre por las bebidas injeridas en los festines. Hay que tener en cuenta que si la novia es rescatada, aunque sólo sea por espacio de un minuto, todas las ceremonias quedan anuladas. Así, pues, Souilik me eligió como amigo, pero también porque esperaba gran ayuda de mi superioridad física y yo me dispuse a reclutar entre los familiares de Essine a los once colaboradores a que tenía derecho. Excuso decirte que elegí a los más robustos.

Los primeros ritos se desarrollaron en la casa de Essine y fueron totalmente privados; sólo asistimos los miembros de la familia, los sacerdotes y yo como Steen-Setaii. Consistieron en unas largas oraciones — durante las cuales Souilik se aburría solemnemente —, algunos cánticos arcaicos; como final, se encendió una llama verde — coloide sangre — que debía permanecer encendida durante los tres días. El segundo día es el de la promesa: Los dos esposos se juran ayuda, protección y fidelidad. Después tuvo lugar el pequeño banquete, en el que sólo fueron invitados los amigos más íntimos. Llegó el tercer día y durante el mismo mi papel dejó de ser meramente pasivo.

La ceremonia empezó con la promesa a las Estrellas: Los esposos se comprometen a educar a sus hijos en el culto a la Luz y la lucha contra los Hijos de la Noche y del Frío. Hubo después cinco horas consagradas a la oración y, finalmente, el gran banquete.

Este tuvo lugar en el pabellón destinado a este fin, con asistencia de más de cuatrocientos comensales. Allí estaban todo el personal científico de los laboratorios y algunos Sabios, honor que Souilik debía a su gran valía y al hecho de haber descubierto una humanidad de sangre roja. Assza estaba allí y me comunicó la muerte del Mislik. También había una delegación de los comandantes de ksills, veintisiete Siiizúes, entre los que no podían faltar Ulna y su hermano, y una gran cantidad de Hiss, unos conocidos y otros desconocidos.

Me colocaron, junto con mis once colaboradores, en una mesa situada al lado de la única puerta de la estancia. Según el privilegio que me era dado, invité a Ulna y a su hermano a tomar asiento a nuestra mesa.

Nos sirvieron gran cantidad de platos diversos, todos a base de las jaleas ya descritas, de las que algunas me parecieron deliciosas, otras sólo tolerables, y otras francamente malas. Las bebidas también eran variadas, de baja graduación alcohólica y, a mi entender, de muy distinta calidad. Hacia el final de la comida, Zeran, comandante general de la flota de ksills, sirvió a Souilik una copa del famoso Aben-Torne de los krens del planeta. Había que ver la cara que puso Souilik cuando se vio obligado a tomar aquel mejunge que él detestaba. Quise probarlo y tuve una agradable sorpresa: su gusto era el de un excelente y añejo whisky. Ulna y su hermano fueron de mi mismo parecer, y entre los tres nos bebimos la botella ante los ojos aterrorizados de los Hiss.

Reinaba gran alegría en la reunión. Yo no me había visto obligado a intervenir como Steen-Setan y ya creía que mi papel había concluido cuando oí un rumor que provenía del exterior. Assza se había marchado, llamado urgentemente desde la Casa de los Sabios y por la puerta que había quedado entreabierta penetraba el clamor. Me levanté inmediatamente y organicé la defensa. Un grupo formado por unos treinta jóvenes Hiss se aproximaba cantando una antigua canción de guerra. Su intención era, según costumbre, intentar forzar la entrada y raptar a la desposada.

Por mi parte, al precio que fuera, tenía que impedírselo durante medio basike. La pelea fue fenomenal. Se lanzaron ciegamente y recibieron una lluvia de golpes entre los que mi fuerza terrestre hizo maravillas. — No había disfrutado tanto desde los tiempos en que jugaba al rugby a tu lado.

Había transcurrido aproximadamente un cuarto de basike y el combate seguía con alternativas variables, pero sin que el enemigo hubiese conseguido pasar. Entonces, por encima de las cabezas de los asaltantes, vi que aterrizaba un reob. De él salió un Hiss que reconocí inmediatamente por su estatura: era Assza. Vino corriendo hacia nosotros gritando algo, pero el estruendo de la lucha me impedía oírle. Golpeando a diestro y siniestro grité:

— ¡Silencio! ¡Silencio!

Durante unos segundos de silencio relativo pude oír:

— ¡Kalvenault se está apagando! ¡Kalvenault se está apagando!

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