No hay nada tan oscuro en el manuscrito de El libro del Sol Nuevo como el tratamiento de las armas y la organización militar.
La confusión relativa al equipo de los aliados y adversarios de Severian parece derivar de dos fuentes; la primera es la marcada tendencia del autor a dar nombre propio a cada variante de diseño o utilidad. Al traducir estos nombres, he procurado tener en mente tanto el sentido radical de las palabras como la función de las armas mismas. Así cimitarra, fascina y muchas más. En un punto he puesto en manos de Agia el athame, la espada del hechicero.
La segunda fuente de dificultades es, al parecer, que se habla en el libro de tres grados de tecnología muy diferentes. El más bajo podría denominarse nivel de herrería. Las armas son en este caso espadas, cuchillos, hachas y picas, como las que habría podido forjar cualquier diestro artesano del, digamos, siglo quince. Se tiene la impresión de que el ciudadano medio puede obtenerlas fácilmente y representan la capacidad tecnológica del conjunto de la sociedad.
El segundo grado podría denominarse nivel de Urth. A este grupo pertenecen indudablemente las armas largas de caballería que he elegido llamar alabardas, conti y así, como también las «lanzas llameantes» con que los hastarii amenazan a Severian en la puerta de la antecámara y otras armas usadas por la infantería. La medida en que eran accesibles no se desprende con claridad del texto, que en un pasaje dice que en Nessus se ofrecen a la venta «flechas» y «keteneslargos». Parece seguro que a los irregulares de Guasacht se los provee de conti antes del combate, y que luego éstos se recogen y almacenan en algún lugar (posiblemente la tienda del jefe). Tal vez debiera señalarse que de este modo se repartían y almacenaban las armas en los barcos de los siglos dieciocho y diecinueve, aunque en tierra podían comprarse libremente puñales y armas de fuego. Los arbalestos usados por los asesinos de Agia fuera de la mina son sin duda lo que he llamado armas de Urth, pero es probable que esos hombres fueran desertores.
Las armas de Urth, por lo tanto, parecen representar la tecnología más alta que pueda encontrarse en el planeta, y acaso en el sistema solar. Es difícil decir si eran tan eficientes como las nuestras. Da la impresión de que la armadura no era del todo ineficaz para contrarrestarlas, aunque precisamente lo mismo puede decirse de nuestros rifles, carabinas y fusiles subautomáticos.
Al tercer grado lo llamaría nivel estelar. La pistola que Vodalus le da a Thea y la que Severian le da a Ouen son incuestionablemente armas estelares, pero de muchas otras mencionadas en el manuscrito no podemos estar tan seguros. Estelar quizá sea también parte de la artillería usada en la guerra de las montañas, e incluso toda. Los fusiles y jezeles de que disponen las tropas especiales de ambos bandos pueden o no pertenecer a este grado, aunque yo me inclino a pensar que sí.
Parece bastante claro que las armas estelares no podían producirse en Urth y debían obtenerse de los hieródulos a un costo muy elevado. Es interesante la pregunta —a la cual no puedo dar respuesta cierta— sobre el intercambio de bienes. Según nuestros patrones, la Urth del sol viejo parece carecer de materias primas; cuando Severian habla de minería, se estaría refiriendo a lo que nosotros llamaríamos saqueo arqueológico, y entre los atractivos de los nuevos continentes preparados para surgir, se dice, con la llegada del Sol Nuevo, están «el oro, la plata, el hierroy el cobre…» (La cursiva es mía.) Algunas otras posibilidades podrían ser ropa para esclavos —sin duda hay cierta esclavitud en la sociedad de Severian—, carne, y otros alimentos y productos del trabajo intensivo como las joyas manufacturadas.
Nos gustaría saber más sobre casi todo lo que este manuscrito menciona; pero sobre todo, sin duda, nos gustaría saber más sobre las naves que vuelan entre las estrellas, comandadas por hieródulos pero a veces tripuladas por seres humanos. Dos de las figuras más enigmáticas del manuscrito, Jonas y Hethor, parecen haber sido en un tiempo tripulantes de estas naves. Pero aquí el traductor tropieza con una grave dificultad: la incompetencia de Severian, incapaz de distinguir claramente entre las embarcaciones espaciales y las marítimas.
Por irritante que sea, parece muy natural dadas las circunstancias. Si un continente lejano es tan remoto como la luna, la luna no será más remota que un continente lejano. Por lo demás, las naves interestelares parecen moverse por la presión de la luz en inmensas velas de láminas metálicas, de modo que ambas clases de embarcaciones tienen en común una ciencia aplicada de mástiles, cables y vergas. Presumiblemente, dado que en ambos casos se requerirían muchas capacidades iguales (y quizá sobre todo la de soportar largos períodos de aislamiento), ciertos tripulantes de naves que sólo nos provocarían desprecio, embarcarán en otras que nos asombrarían. Es notable que el capitán del lugre de Severian comparta ciertos hábitos verbales con Jonas.
Y ahora un comentario final. Tanto en mis traducciones como en estos apéndices, he intentado evitar toda especulación; pienso que ahora, a punto de concluir siete años de trabajo, quizá se me permita una. Quizá la capacidad de estas naves que atraviesan horas y eones no sea sino una consecuencia natural, tras haber penetrado en el espacio interestelar y aun intergaláctico, y haber escapado a las angustias de muerte del universo. Viajar de este modo en el tiempo tal vez no sea un asunto tan complejo y difícil como tendemos a suponer. Es posible que Severian tuviera desde el comienzo algún presentimiento de su futuro.