9

El piloto cuadrúmano seleccionado por Bel llegó y se llevó a Ekaterin, junto con un par de guardias de la Milicia de la Unión de aspecto severo. Miles la vio partir con un poco de angustia. Mientras ella se volvía a mirar por encima del hombro, al salir por la puerta del hotel, Miles dio un significativo golpecito a su comunicador de muñeca; en respuesta, ella alzó en silencio el brazo izquierdo, donde destellaba el brazalete comunicador.

Como todos iban a ir a la Idris de todas formas, Bel aprovechó el retraso para llamar a Dubauer al vestíbulo. Dubauer, la lampiña mejilla ahora limpiamente sellada con un discreto toque de pegamento quirúrgico, llegó al momento, y contempló alarmado su nueva escolta militar cuadrúmana. Pero el tímido y agraciado hermafrodita parecía haber recuperado la mayor parte de su compostura, y murmuró su sincera gratitud a Bel por acordarse de las necesidades de sus criaturas a pesar de todo el tumulto.

El pequeño grupo caminó o flotó, según cada cual, siguiendo al práctico Thorne por un camino secundario evidentemente cerrado al público, hasta dejar atrás las zonas de aduanas y seguridad y llegar al conjunto de bodegas de carga dedicadas a las naves galácticas. La bodega que atendía a la Idris, abarloada en la parte exterior, estaba tranquila y oscura, despoblada a excepción de dos patrulleros de seguridad de la Estación Graf que protegían las compuertas.

Bel presentó su autorización y ambos patrulleros flotaron a un lado para permitirle acceder a los controles de la compuerta. La puerta que conducía al gran carguero se descorrió hacia arriba y Miles, Roic, y Dubauer subieron a bordo, dejando atrás a su escolta de la Milicia de la Unión para ayudar a proteger la entrada.

La Idris, como su hermana gemela la Rudra, tenía un diseño utilitario sin lugar para la elegancia. Era esencialmente un amasijo formado por siete enormes cilindros paralelos: el central dedicado al personal cuatro de los otros seis destinados a la carga. Los otros dos, uno enfrente del otro en el anillo exterior, albergaban las varas de Necklin de la nave que generaban el campo necesario para plegarse a través de los puntos de salto. Motores para el espacio normal detrás, generadores de masa de escudo delante. La nave rotaba alrededor de su eje central para que cada cilindro externo se alineara con el muelle de la estación para la carga o descarga automática de los contenedores, o la carga manual de artículos más delicados. El diseño no carecía de elementos añadidos de seguridad, pues si se producía una despresurización y se perdían uno o más cilindros, cualquiera de los otros podía servir como refugio mientras se realizaban reparaciones o se procedía a la evacuación.

Mientras recorrían una de las zonas de carga, Miles contempló arriba y abajo el pasillo central de acceso, que se perdía en la oscuridad. Atravesaron otra compuerta para llegar a un pequeño vestíbulo en la sección delantera de la nave. En una dirección se encontraban los camarotes de pasajeros; en la otra, los de personal y las oficinas. Tubos de ascenso y un par de escaleras conducían al nivel dedicado al comedor de la nave, la enfermería y las instalaciones recreativas, arriba y, abajo, a las zonas de soporte vital, motores y otras instalaciones.

Roic miró sus notas y señaló pasillo abajo.

—Por aquí se va a la oficina de seguridad de Solian, milord.

—Escoltaré al ciudadano Dubauer hasta su rebaño y luego os alcanzaré —dijo Bel. Dubauer hizo un amago de reverencia y los dos herms avanzaron hacia la compuerta que llevaba a una de las secciones de carga externas.

Roic contó las puertas hasta llegar a un segundo vestíbulo de conexión y tecleó un código en una cerradura, cerca de la popa. La puerta se deslizó y la luz se encendió para revelar una diminuta cámara vacía apenas ocupada por un interfaz informático, dos sillas y algunas taquillas. Miles conectó el interfaz mientras Roic hacía un rápido inventario del contenido de las taquillas. Todas las armas de seguridad y sus cartuchos estaban en su sitio, todo el equipo de seguridad perfectamente colocado. En la oficina no había objetos personales, ninguna imagen vid de la chica que esperaba en casa, ningún chiste soez (ni político) ni eslóganes pegados dentro de las puertas de las taquillas. Pero los investigadores de Brun ya habían pasado por allí, después de que Solian desapareciera pero antes de que la nave hubiera sido evacuada por los cuadris tras el enfrentamiento con los barrayareses; Miles anotó que tendría que preguntarle a Brun (o a Venn, tal vez) si se habían llevado algo.

Los códigos de anulación de Roic pronto recuperaron todos los archivos y diarios de Solian. Miles empezó por el último turno del teniente. Los informes diarios de Solian eran lacónicos, repetitivos, y decepcionantemente carentes de comentarios sobre asesinos potenciales. Miles se preguntó si estaba escuchando la voz de un muerto. En toda regla, debería haber alguna conexión psíquica. El extraño silencio de la nave estimulaba la imaginación.

Mientras la nave estaba en puerto, su sistema de seguridad hacía continuas grabaciones vid de todo el mundo y todo lo que entraba o salía a través de las compuertas de la Estación o de cualquier otra compuerta que hubiera activada, como precaución rutinaria contra robos y sabotajes. Repasar los diez días de idas y venidas antes de que la nave fuera inmovilizada, incluso en versión resumida, iba a ser una tarea agotadora. Y también habría que explorar la posibilidad de que los registros hubieran sido alterados o borrados, como Brun sospechaba que Solian había hecho para cubrir su deserción.

Miles hizo copias de todo lo que parecía incluso vagamente pertinente, para examinarlo con más detalle, y luego Roic y él hicieron una visita al camarote de Solian, situado apenas unos metros más abajo en el mismo pasillo. Era demasiado pequeño, estaba vacío y resultaba poco revelador. No se podía saber qué artículos personales podría haberse llevado Solian en la maleta que faltaba, pero desde luego no quedaban muchos. La nave había partido de Komarr, ¿cuándo?, ¿hacía seis semanas? Recalaron en media docena de puertos intermedios. Cuando la nave estaba en puerto, era el momento más delicado para su seguridad; tal vez Solian no había tenido mucho tiempo para comprar artículos de recuerdo.

Miles trató de encontrar sentido a lo que quedaba. Media docena de uniformes, unas cuantas prendas de paisano, una chaqueta abultada, algunos zapatos y botas… El traje de presión personalizado de Solian. Aquél era un artículo caro que uno querría conservar para una estancia prolongada en el Cuadrispacio. Pero no era muy anónimo, con sus emblemas militares de Barrayar.

Como no encontraron nada en el camarote que los librara de la tarea de examinar las grabaciones vid, Miles y Roic regresaron a la oficina de Solian y se pusieron manos a la obra. Al menos, se consoló Miles, revisar los vids de seguridad le proporcionaría una imagen mental de las dramatis personæ potenciales… enterradas en alguna parte de la multitud que no tenía nada que ver con nada, seguro. Examinarlo todo era un claro signo de que no sabía qué demonios estaba haciendo todavía, pero era la única manera de detectar esa huidiza pista que todos los demás habían pasado por alto…

Levantó la cabeza, un rato después, al atisbar movimiento en la puerta. Bel había regresado y estaba apoyado contra el marco.

—¿Has encontrado algo ya? —preguntó el herm.

—Hasta ahora no. —Miles detuvo la imagen vid—. ¿Resolvió sus problemas tu amigo betano?

—Todavía está trabajando en ello. Da de comer a los bichitos y acarrea estiércol, o al menos añade un concentrado de nutrientes a las reservas del replicador, y está quitando las bolsas de residuos de las unidades de filtración. Comprendo por qué Dubauer estaba molesto por el retraso. Debe de haber un millar de fetos de animales en esa bodega. Será una pérdida financiera importante, si llega a convertirse en pérdida.

—Ya. La mayoría de la gente envía embriones congelados para cruzarlos —dijo Miles—. Así importó mi abuelo su bonita cuadra de la Tierra. Los implantó en una yegua superior a su llegada, para que terminaran de cocerse. Más barato, más ligero, menos mantenimiento… Los retrasos en el envío no se convierten en un problema, llegado el caso. Aunque supongo que de esta manera se utiliza el tiempo del viaje para la gestación.

—Dubauer dijo que el tiempo era esencial. —Bel se encogió de hombros, incómodo—. ¿Qué dicen los archivos de la Idris de Dubauer y su cargamento, por cierto?

Miles recuperó los archivos.

—Subieron a bordo cuando la flota se agrupó en la órbita de Komarr. Destino a Jerjes…, la siguiente parada después de la Estación Graf, lo cual debe hacer que este lío le resulte aún más frustrante. La reserva se hizo unas… seis semanas antes de que la flota partiera, a través de un consignatario komarrés.

Una compañía legítima. Miles reconoció el nombre. Aquel registro no indicaba de dónde habían salido Dubauer y su cargamento, ni si el herm había intentado contactar en Jerjes con otro transporte comercial, o privado, para dirigirse a otro destino. Miró a Bel, suspicaz.

—¿Algo te revuelve las tripas?

—Yo… no lo sé. Hay algo curioso en Dubauer.

—¿En qué sentido?

—Si pudiera decirlo, no me molestaría tanto.

—Parece un viejo herm apurado… ¿Tal vez algún académico?

La investigación y el desarrollo universitarios, o ex universitarios, encajarían con aquel estilo extrañamente preciso y educado. Y con la timidez personal.

—Eso podría explicarlo —dijo Bel, pero no estaba convencido del todo.

—Curioso. Bien.

Miles anotó que debía observar con especial atención los movimientos de entrada y salida del herm en los archivos de la Idris.

—Por cierto, Greenlaw se ha sentido secretamente impresionada por ti —comentó Bel.

—¿Ah, sí? Desde luego consigue ocultármelo.

La sonrisa de Bel chispeó.

—Me dijo que parecías muy orientado en tu trabajo. Eso es un cumplido en el Cuadrispacio. No le expliqué que considerabas que te dispararan parte normal de tu rutina diaria.

—Bueno, diaria no. A ser posible. —Miles hizo una mueca—. Ni normal, en mi nuevo trabajo. Supongo que ahora estoy un escalón por detrás. Me estoy haciendo viejo, Bel.

La sonrisa de Bel se tiñó de sardónica diversión.

—Hablando desde el punto de vista de alguien que casi te dobla la edad, y por citar tu vieja frase barrayaresa de antaño, Miles: mierda de caballo.

Miles se encogió de hombros.

—Tal vez se deba a la inminente paternidad.

—Te tiene acojonado, ¿eh? —Bel alzó las cejas.

—No, por supuesto que no. Ni… Bueno, sí, pero no como crees. Mi padre fue… Tengo el listón muy alto. Y tal vez incluso unas cuantas cosas que hacer de manera diferente.

Bel ladeó la cabeza, pero antes de que pudiera volver a hablar, sonaron unos pasos en el pasillo. La ligera y cultivada voz de Dubauer preguntó:

—¿Práctico Thorne? Ah, está aquí.

Bel entró en la oficina cuando el alto herm apareció en la puerta. Miles advirtió el parpadeo de Roic antes de que el guardaespaldas fingiera devolver su atención a la pantalla vid.

Dubauer se tiró ansiosamente de los dedos y le preguntó a Bel:

—¿Va a regresar pronto al hotel?

—No. Quiero decir, que no voy a regresar al hotel.

—¡Oh! ¡Ah! —El herm vaciló—. Verá, con cuadris de lo más raro dando vueltas por ahí y disparándole a la gente, no quisiera salir solo a la Estación. ¿Ha oído alguien…? No lo han detenido todavía, ¿verdad? ¿No? Esperaba… ¿Puede alguien acompañarme?

Bel sonrió compasivo ante esta muestra de nervios deshechos.

—Enviaré con usted a uno de los guardias de seguridad. ¿Le parece bien?

—Le estaría enormemente agradecido, sí.

—¿Ha terminado ya?

Dubauer se mordió los labios.

—Bueno, sí y no. Es decir, he terminado de atender mis replicadores, y he hecho lo poco que puedo hacer para refrenar el crecimiento y el metabolismo de sus contenidos. Pero si mi cargamento sigue retenido mucho más, no podré llegar a mi destino antes de que mis criaturas sigan creciendo y no quepan en los contenedores. Si tengo que destruirlas, será desastroso.

—Creo que los seguros de la flota komarresa deberían cubrir también eso —dijo Bel.

—O podría usted demandar a la Estación Graf —sugirió Miles—. Aún mejor, haga ambas cosas y recupere el doble.

Bel le dirigió una mirada exasperada. Dubauer consiguió sonreír dolorosamente.

—Eso sólo cubriría la pérdida financiera inmediata. —Tras una larga pausa, el herm continuó—: Para salvar lo más importante, las alteraciones biológicas del propietario, tendré que tomar muestras de tejidos y congelarlas antes de eliminarlos. También necesitaré equipo para destruir por completo la biomateria. O acceso a los convertidores de la nave, si no se sobrecargan con la masa que debo destruir. Va a requerir un montón de tiempo, y me temo, será una tarea extremadamente desagradable. Me estaba preguntando, práctico Thorne… Si no puede conseguir que liberen mi cargamento de la retención cuadri, ¿podría al menos conseguirme un permiso para permanecer a bordo de la Idris mientras me encargo de la eliminación?

Bel arrugó el entrecejo imaginando la horrible escena que conjuraban las suaves palabras del herm.

—Esperemos que no se vea obligado a tomar medidas tan extremas. ¿Cuánto tiempo tiene, en realidad?

El herm vaciló.

—No mucho. Y si he de eliminar a mis criaturas… cuanto antes, mejor. Preferiría acabar de una vez.

—Comprensible. —Bel resopló.

—Podría haber algunas posibilidades alternativas para ampliar su plazo de tiempo —dijo Miles—. Contratar una nave más rápida y más pequeña que le lleve directamente a su destino, por ejemplo.

El herm negó tristemente con la cabeza.

—¿Y quién pagaría esa nave, lord Vorkosigan? ¿El Imperio de Barrayar?

Miles se mordió la lengua antes de decir «¡Sí, claro!» o señalar a Greenlaw y la Unión. Se suponía que tenía que estar investigando las implicaciones generales del caso, no atascándose con todos los pequeños detalles humanos… o inhumanos. Hizo un gesto poco comprometedor y dejó que Bel acompañara al betano a la salida.

Miles se pasó unos cuantos minutos más sin conseguir encontrar nada excitante en los archivos vid. Bel regresó poco después.

Miles apagó el vid.

—Creo que me gustaría echar un vistazo al cargamento de ese curioso betano.

—En eso no te puedo ayudar —dijo Bel—. No tengo los códigos de los contenedores de carga. Se supone que sólo los pasajeros tienen acceso al espacio que alquilan, por contrato, y los cuadris no se han molestado en conseguir una orden judicial para vaciarlos. Eso disminuye la posibilidad de que haya robos mientras los pasajeros están a bordo, ¿sabes? Tendrás que pedirle a Dubauer que te deje entrar.

—Mi querido Bel, soy Auditor Imperial, y ésta no es sólo una nave registrada en Barrayar, sino que pertenece a la familia de la mismísima emperatriz Laisa. Voy donde quiero. Solian tiene que tener una llave maestra para todas las puertas de esta nave. ¿Roic?

—Aquí estoy, milord. —El soldado dio un golpecito en su anotador.

—Muy bien, pues, vamos a dar un paseo.

Bel y Roic lo siguieron pasillo abajo y a través de la compuerta central que conectaba con la sección de carga. La puerta doble de la segunda cámara cedió ante el cuidadoso teclear de Roic sobre su mampara. Miles asomó la cabeza y encendió las luces.

Era impresionante.

Brillantes hileras de replicadores, en apretadas filas, llenaban el espacio dejando sólo estrechos pasillos intermedios. Cada fila estaba unida a su propia plataforma flotante, en cuatro capas de cinco unidades: veinte por hilera, de la altura de Roic. Bajo los oscuros indicadores de cada una, los paneles de control chispeaban con tranquilizadoras luces verdes. Por ahora.

Miles recorrió el pasillo formado por cinco plataformas, llegó al final, y siguió hasta la siguiente, contando. Más plataformas se alineaban con las paredes. Bel calculó que habría unas mil.

—Y yo que pensaba que las cámaras de placenta serían más grandes. Parecen casi idénticas a las que hay en casa.

Con las que se había familiarizado últimamente. Aquellos aparatos, resultaba evidente, estaban diseñados para la producción en masa. Las veinte unidades apiladas en cada plataforma compartían económicamente reservas, bombas, aparatos de filtrado y el panel de control. Se acercó a observar.

—No veo la marca del fabricante.

Ni un número de serie ni nada que revelara el planeta de origen de unas máquinas que eran, sin duda, muy buenas.

Dio un golpecito a un control para que la pantalla del monitor cobrara vida.

La brillante pantallita no contenía tampoco datos de fabricación ni números de serie. Sólo la estilizada silueta de un pájaro escarlata sobre fondo plateado…

El corazón de Miles se desbocó. ¿Qué demonios estaba esto haciendo allí…?

—Miles —dijo la voz de Bel, como si llegara desde muy lejos—, si vas a desmayarte, pon la cabeza…

—Entre las rodillas, y date un beso de despedida en el culo —rezongó Miles—. Bel, ¿sabes qué es este símbolo?

—No —respondió Bel, con retintín.

—El Nido Estelar de Cetaganda. No los ghem-lores militares, ni sus cultivados (y lo digo en el doble sentido) amos, los lores haut, ni siquiera el Jardín Imperial Celestial. Aún más alto. El Nido Estelar es el núcleo interno del anillo más interno de todo el maldito proyecto de ingeniería genética que es el Imperio cetagandés. El mismísimo banco de genes de las damas haut. Diseñan a sus emperadores allí. ¡Demonios!, diseñan a toda la maldita raza haut allí. Las damas haut no trabajan con genes animales. Eso sería rebajarse. Eso se lo dejan a las ghem-damas. No, adviértelo, a los ghem-lores…

Con manos levemente temblorosas, Miles tocó el monitor y recuperó el siguiente nivel de control. Energía general y de reserva, todo en verde. El siguiente nivel permitía el seguimiento individual de cada ser contenido en cada una de las veinte cámaras de placenta. Temperatura sanguínea humana, masa del bebé, y por si eso no fuera suficiente, diminutas cámaras vid espía individuales insertadas, con luces, para ver los habitantes de los replicadores en tiempo real, flotando pacíficamente en sus bolsas amnióticas. El del monitor agitó los deditos ante el suave brillo rojo, y pareció encoger sus grandes ojos oscuros. Si no estaba desarrollado del todo, aquello (no, ella) estaba bien cerca, dedujo Miles.

Pensó en Helen Natalia y Aral Alexander.

Roic giró sobre sus talones, la boca abierta, y contempló el pasillo lleno de brillantes aparatos.

—¿Quiere usted decir, milord, que todas estas cosas están llenas de bebés humanos?

—Bueno, ésa sí que es una buena pregunta. En realidad, son dos. ¿Están llenos? y ¿son humanos? Si son niños haut, esto último sería un punto a debatir. Para saber lo primero, al menos podemos mirar…

Una docena más de monitores, comprobados a intervalos aleatorios por toda la sala, revelaron resultados similares. Miles respiraba rápidamente cuando lo dio por demostrado.

—¿Pero qué está haciendo un herm betano con un puñado de replicadores cetagandeses? —preguntó Bel, atónito—. Y sólo porque son de fabricación cetagandesa, ¿cómo sabes que dentro hay cetagandeses? Es posible que el betano comprara los replicadores de segunda mano.

Miles, con una mueca en los labios, se volvió hacia Bel.

—¿Betano? ¿Tú crees, Bel? ¿Habéis hablado mucho sobre la vieja caja de arena mientras supervisabas esta visita?

—La verdad es que no hemos hablado mucho. —Bel sacudió la cabeza—. Pero eso no demuestra nada. No soy de los que sacan el tema de casa, y aunque lo hubiera hecho, estoy demasiado desconectado de Beta para detectar imprecisiones en los acontecimientos más recientes. No fue la conversación de Dubauer lo que me pareció raro. Había algo… extraño en su lenguaje corporal.

—Lenguaje corporal. Eso es.

Miles se acercó a Bel, extendió la mano y volvió la cara del herm hacia la luz.

Bel no reaccionó mal a su cercanía, sino que sonrió. En la mejilla y la barbilla brillaba un fino vello. Miles entornó los ojos mientras recordaba el corte en la mejilla de Dubauer.

—Tienes pelusilla, como las mujeres. La tienen todos los hermafroditas, ¿verdad?

—Claro. A menos que usen un depilatorio realmente efectivo, supongo. Algunos incluso se dejan barba.

—Dubauer no.

Miles echó a andar pasillo abajo, se detuvo y permaneció quieto con esfuerzo.

—Ni un pelillo a la vista, a excepción de esas bonitas cejas y el cabello plateado, y te apuesto dólares betanos contra arena a que son unos implantes recientes. Lenguaje corporal, ¡ja! Dubauer no tiene doble sexo en absoluto… ¿En qué estarían pensando tus antepasados? —Bel sonrió divertido—. Es completamente asexuado. Es un auténtico «ello».

—«Ello», en el habla betana —empezó a decir Bel con el tono cansado de quien ha tenido que explicarlo demasiado a menudo—, no tiene la connotación de objeto inanimado como en otras culturas planetarias. Lo digo a pesar de cierto ex jefe de mi lejano pasado, que hizo una muy buena imitación del tipo de mueble grande y torpe del que uno no puede deshacerse ni decorar…

Miles hizo un gesto de fastidio.

—No me lo cuentes… Me soltaron ese sermón en las rodillas de mi madre. Pero Dubauer no es un herm. Dubauer es un ba.

—¿Un qué?

—Para los de fuera, los ba son los servidores del Jardín Celestial, donde el Emperador cetagandés habita en serenidad en un entorno de perfección estética, o eso te hacen creer los lores haut. Los ba parecen ser la leal raza servil definitiva, perros humanos. Hermosos, por supuesto, porque todo dentro del Jardín Celestial debe serlo. Me topé por primera vez con los ba hace diez años, cuando me enviaron a Cetaganda (no como almirante Naismith, sino como teniente lord Vorkosigan) en misión diplomática: para asistir al funeral de la madre del Emperador Fletchir Giaja, nada menos, la vieja emperatriz Lisbet. Vi de cerca a un montón de ba. Los que tenían cierta edad (reliquias de la juventud de Lisbet, un siglo atrás, principalmente) eran todos lampiños. Era una moda, que ha pasado desde entonces.

»Pero los ba no son sirvientes, o por lo menos no son sólo sirvientes, de los haut imperiales. ¿Recuerdas lo que te he dicho de que las damas haut del Nido Estelar sólo trabajaban con genes humanos? Con los ba las damas haut prueban los nuevos compuestos genéticos, las mejoras para la raza haut, antes de decidir si son lo bastante buenos para añadirlos al nuevo modelo haut del año. En cierto sentido, los ba son hermanos de los haut. Hermanos mayores, casi. Hijos, incluso, desde cierto punto de vista. Los haut y los ba son dos caras de la misma moneda.

»Un ba es tan listo y peligroso como un lord haut, pero no tan autónomo. Los ba son tan leales como asexuados, porque los han hecho así, y por algunos de los mismos motivos de control. Al menos eso explica por qué no paro de pensar que he visto a Dubauer antes. Si ese ba no comparte la mayoría de los genes del propio Fletchir Giaja, me comeré…

—¿Las uñas? —sugirió Bel.

Miles se apartó rápidamente la mano de la boca.

—Si Dubauer es un ba —continuó—, y juro que lo es, estos replicadores tienen que estar llenos de… algo cetagandés. Pero, ¿por qué aquí? ¿Por qué transportarlos de tapadillo y en una nave del Imperio que antes fue y en el futuro será su enemigo? Bueno, espero que en el futuro no… Las tres últimas guerras declaradas con nuestros vecinos cetagandeses han sido más que suficientes. Si esto era algo directo y claro, ¿por qué no viajar en una nave cetagandesa, con todas las comodidades? Garantizo que no es por economía. Se trata de un secreto mortal, pero, ¿de quién y por qué? ¿Qué demonios planea el Nido Estelar? —Se dio media vuelta, incapaz de estarse quieto—. ¿Y qué es tan infernalmente secreto para que este ba traiga a estos fetos hasta aquí, pero luego planee matarlos para mantener el secreto antes que pedir ayuda?

—Oh —dijo Bel—. Sí, eso. Es… un poco inquietante, cuando te paras a pensarlo.

—¡Es horrible, milord! —dijo Roic, indignado.

—Tal vez Dubauer no pretende realmente eliminarlos —respondió Bel inseguro—. Tal vez lo dijo para que presionemos más a los cuadris y que éstos le permitan retirar su cargamento de la Idris.

—Ah… —dijo Miles. Ésa sí era una idea atractiva…, lavarse las manos de todo aquel maldito lío—. ¡Mierda! No. Todavía no, al menos. De hecho, quiero que cierres por completo la Idris. Por una vez en mi vida, quiero consultar con el Cuartel General antes de saltar. Y lo más rápidamente posible.

¿Qué era lo que había dicho Gregor…, lo que había dejado en el aire, en realidad? «Algo ha agitado a los cetagandeses cerca de Rho Ceta.» Algo peculiar. «Oh, señor, aquí tenemos algo peculiar ahora.» ¿Conexiones?

—Miles —dijo Bel, molesto—. Me he jugado el cuello persuadiendo a Watts y Greenlaw para que dejaran a Dubauer volver a la Idris. ¿Cómo voy a explicar este súbito cambio? —Bel vaciló—. Si este cargamento y su propietario son peligrosos para el Cuadrispacio, debería informar de ello. ¿Crees que ese cuadri del hotel podría haberle disparado a Dubauer, en vez de a ti o a mí?

—Esa idea se me ha pasado por la cabeza, sí.

—Entonces no está… bien darle esquinazo a la Estación en lo que podría ser un asunto de seguridad.

Miles tomó aliento.

—Tú eres el representante de la Estación Graf aquí, por tanto la Estación lo sabe. Con eso es suficiente. Por ahora.

Bel frunció el ceño.

—Esta justificación es demasiado descarada incluso para mí.

—Sólo te estoy pidiendo que esperes. Dependiendo de la información que reciba de casa, bien podría acabar comprándole a Dubauer una nave rápida para que se largue con su cargamento. Una que no esté registrada en Barrayar, preferiblemente. Retrásalo un poco. Sé que puedes.

—Bueno…, está bien. Un poco.

—Quiero la comconsola segura de la Kestrel. Sellaremos esta bodega y continuaremos más tarde. Primero, quiero echarle un vistazo al camarote de Dubauer.

—Miles, ¿nunca has oído hablar del concepto de la orden de registro?

—Querido Bel, qué tiquismiquis te has vuelto en la vejez. Ésta es una nave barrayaresa, y yo soy la Voz de Gregor. No pido órdenes de registro, las expido.

Miles dio una última vuelta por la bodega de carga antes de dejar que Roic la volviera a sellar. No vio nada diferente, sólo más de lo mismo. Cincuenta plataformas sumaban un montón de replicadores uterinos.

No había ningún cadáver en descomposición oculto en un rincón, lástima.

El habitáculo de Dubauer, en el módulo de personal, no arrojó ninguna luz sobre el asunto. Era un pequeño camarote económico, y los efectos personales que pudiera haber poseído el… individuo de género desconocido, habían sido empaquetados y retirados cuando los cuadris trasladaron a los pasajeros a sus hoteles. Tampoco había ningún cadáver debajo de la cama ni en el armario. La gente de Brun sin duda lo habría registrado todo rutinariamente al menos una vez, el día después de la desaparición de Solian.

Miles decidió que tenía que pedir un examen forense con microscopio más concienzudo, tanto de la cabina como de la bodega con los replicadores. Aunque… ¿a quién se lo encargaba? No quería poner aquel asunto en manos de Venn todavía, pero los médicos de la flota barrayaresa estaban especializados en traumatología. Nunca antes había echado tanto de menos SegImp.

—¿Tienen los cetagandeses algún agente aquí, en el Cuadrispacio? —le preguntó a Bel cuando salieron del camarote y volvieron a cerrarlo—. ¿Nunca te has topado con tus oponentes?

Bel negó con la cabeza.

—La gente de tu zona está muy poco extendida por este brazo del Nexo. Barrayar ni siquiera tiene un consulado a tiempo completo en Union Station, ni Cetaganda tampoco. Lo único que hay es una abogada cuadri de oficio que se encarga del papeleo de una docena de políticas planetarias menores, por si alguien la necesita. Para los visados y permisos de entrada y esas cosas. De hecho, que yo recuerde, se encarga de Barrayar y de Cetaganda. Si hay algún agente cetagandés en la Graf, no lo he localizado. Espero que ellos tampoco me hayan localizado a mí. Aunque, si los cetagandeses tienen espías, agentes o informadores en el Cuadrispacio, probablemente estarán en Union Station. Yo sólo estoy aquí en la Graf por, hum, razones personales.

Antes de abandonar la Idris, Roic insistió en que Bel llamara a Venn para informarse de cómo iba la búsqueda del asesino cuadri del vestíbulo.

Venn, claramente molesto, mencionó los informes de la vigorosa actividad que estaban llevando a cabo sus patrulleros… sin ningún resultado. Roic recorrió alerta el estrecho tramo que separaba la zona de atraque de la Idris del lugar donde se encontraba la Kestrel, vigilando a su escolta cuadri armado casi con la misma intensidad que las sombras y los pasillos. Pero llegaron a la nave sin incidentes.

—¿Le costaría mucho trabajo a Greenlaw ordenar que interroguen con pentarrápida a Dubauer? —le preguntó Miles a Bel, mientras atravesaban las compuertas estancas de la Kestrel.

—Bueno, haría falta una orden judicial. Y una explicación que convenciera a un juez cuadrúmano.

—Mm. Emboscar a Dubauer con una hipospray a bordo de la Idris parece una alternativa mucho más simple.

—Lo sería —Bel suspiró—. Y me costaría el empleo si Watts descubre que te he ayudado. Si Dubauer es inocente y no ha hecho nada, sin duda se quejaría después a las autoridades cuadris.

—Dubauer no es inocente. Como poco, ha mentido sobre su cargamento.

—No exactamente. Dice muy claro: «Mamíferos, genéticamente alterados, diversos.» No se puede decir que no sean mamíferos.

—Transporte de menores para fines inmorales, entonces. Comercio de esclavos. ¡Demonios!, ya se me ocurrirá algo.

Miles indicó a Roic y Bel que esperaran, y se apoderó de nuevo de la sala de reuniones de la Kestrel.

Se sentó, ajustó el cono de seguridad y tomó aliento, tratando de poner en orden sus frenéticos pensamientos. No había otra manera de enviar un mensaje por tensorrayo desde el Cuadrispacio hasta Barrayar, aunque fuera codificado, que a través del sistema de enlaces comerciales. Los rayos de mensajes eran enviados a la velocidad de la luz a través de los sistemas del espacio local entre las estaciones de punto de salto. Los mensajes de una hora, o de un día, eran recogidos en las estaciones y cargados en sus naves dedicadas a comunicaciones, que saltaban de un lado a otro siguiendo un horario regular para llevarlos a la siguiente región espacial local, o a las rutas menos transitadas, o a la nave que saltara a continuación. El viaje de un mensaje enviado desde el Cuadrispacio al Imperio duraría, como mínimo, varios días.

Dirigió el mensaje, por triplicado, al emperador Gregor, al jefe Allegre de SegImp, y al Cuartel General de Operaciones Galácticas de SegImp en Komarr.

Después de hacer un esbozo de la situación hasta el momento y de asegurar que su atacante tenía mala puntería, describió a Dubauer, con tanto detalle como le fue posible, y el sorprendente cargamento que había encontrado a bordo de la Idris. Solicitó información detallada sobre las nuevas tensiones con los cetagandeses a las que había aludido Gregor de manera tan indirecta, y añadió una petición urgente de información, si había alguna, sobre los agentes cetagandeses en activo y sus operaciones en el Cuadrispacio. Pasó los mensajes por el codificador de SegImp de la Kestrel y los mandó.

¿Y ahora qué?

¿Esperar una respuesta que podría ser completamente ambigua? Difícilmente…

Dio un salto en la silla cuando el comunicador de muñeca zumbo. Tragó saliva y lo atendió.

—Vorkosigan.

—Hola, Miles. —Era la voz de Ekaterin; el ritmo del corazón de Miles se calmó—. ¿Tienes un momento?

—No sólo eso, tengo la comconsola de la Kestrel. Un momento de intimidad, si puedes creértelo.

—¡Oh! Entonces espera un segundo… —El canal del comunicador de muñeca se cerró. Un instante después, la cara y el torso de Ekaterin aparecieron sobre la placa vid. Volvía a llevar puesto aquel favorecedor vestido azul pizarra—. ¡Ah! —dijo ella feliz—. Ahí estás. Esto está mejor.

—Bueno, no del todo. —Él se llevó los dedos a los labios, y mandó el simulacro de un beso a la imagen de la pantalla. Frío fantasma, ay, no carne cálida—. ¿Dónde estás? —preguntó. Sola, esperaba.

—En mi camarote, a bordo de la Príncipe Xav. El almirante Vorpatril me ha dado uno muy agradable. Creo que ha echado de aquí a algún pobre oficial. ¿Te encuentras bien? ¿Has cenado?

—¿Cenado?

—Oh, cielos, yo ya conozco esa expresión. Dile al teniente Smolyani que te abra por lo menos una lata antes de volver a ponerte en marcha.

—Sí, amor —le sonrió—. ¿Practicando maniobras maternales?

—Más bien lo considero un servicio público. ¿Has descubierto algo interesante y útil?

—Interesante es decir poco. Útil… Bueno, no estoy seguro —contestó.

Describió su hallazgo en la Idris, aunque en términos algo más pintorescos que los que acababa de enviar a Gregor.

Ekaterin abrió mucho los ojos.

—¡Santo Dios! ¡Y yo que estaba tan contenta porque creía que te había encontrado una buena pista! Me temo que lo mío es sólo un chismorreo, en comparación.

—A ver ese chismorreo, venga.

—Es algo que se comentó en la cena con los oficiales de Vorpatril. He de decir que parecían un grupo bastante agradable.

Apuesto a que se esforzaron en serlo. Su invitada era hermosa, culta, un soplo del hogar, y la primera mujer con la que hablaban desde hacía semanas. Y estaba casada con el Auditor Imperial, ¡ja! «Fastidiaos con jota.»

—Traté de hacerlos hablar sobre el teniente Solian, pero casi ninguno lo conocía. Excepto uno que recordó que Solian había tenido que marcharse de una reunión semanal de oficiales de seguridad de la flota porque le sangraba la nariz. Supongo que Solian estaba más cohibido y molesto que alarmado. Pero se me ocurrió que tal vez sea algo crónico suyo. A Nikki le pasó durante algún tiempo, y a mí un par de años cuando era niña, aunque a mí se me pasó solo. Pero si Solian no acudió al tecnomed de su nave para curárselo, bueno, podría ser así como alguien consiguió una muestra de tejidos para esa sangre artificial. —Hizo una pausa—. De hecho, ahora que lo pienso, no estoy segura de que esto sea una ayuda para ti. Alguien podría haber sacado la gasa manchada de sangre de la basura, o de donde la tirara. Aunque supongo que si le sangraba la nariz, tuvo que estar vivo en ese momento. Me pareció útil, por lo menos. —Frunció profundamente el ceño—. O tal vez no.

—Gracias —dijo Miles sinceramente—. No sé si es útil o no, pero me da otro motivo para ver a los tecnomeds a continuación. ¡Bien! —Le sonrió, y añadió—: Y si se te ocurre alguna idea sobre el cargamento, no dudes en compartirla conmigo. Aunque sólo conmigo, por el momento.

—Comprendo. Es tremendamente extraño. Quiero decir, no es extraño que exista el cargamento. Si todos los niños haut son concebidos y alterados genéticamente, como me describió tu amiga la haut Pel cuando vino como invitada a la boda de Gregor, las mujeres haut geneticistas tienen que estar exportando miles de embriones del Nido Estelar a menudo.

—A menudo no —la corrigió Miles—. Una vez al año. Los envíos anuales de niños haut a las satrapías exteriores se hacen todos a la vez. Eso le da a las damas haut consortes planetarias como Pel, que tienen la misión de escoltarlos, la oportunidad de conocerse y consultar entre sí. Entre otras cosas.

Ella asintió.

—Pero traer este cargamento hasta aquí… y con sólo un cuidador… Si tu Dubauer, sea quien sea, tiene realmente un millar de bebés a su cargo, no me importa si son humanos normales o haut o ghem o qué, yo tendría a varios centenares de amas de cría esperándolo en alguna parte.

—Cierto. —Miles se frotó la frente, que volvía a dolerle, y no sólo por la multitud de posibilidades. Ekaterin tenía razón en lo de la comida, como de costumbre. Si Solian hubiera dejado una muestra de sangre en alguna parte, en algún momento…

—¡Oh, ja!

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó su pañuelo, olvidado desde aquella mañana, y lo abrió por la gran mancha marrón. Una muestra de sangre, desde luego. No tenía que esperar a que el Cuartel General de SegImp le enviara esa identificación. Sin duda, Miles habría recordado aquella prueba accidental sin ayuda. Pero si lo habría hecho antes o después de que el eficaz Roic hubiera lavado sus ropas y se las hubiera devuelto era harina de otro costal.

—Ekaterin, te quiero muchísimo. Y tengo que hablar con el cirujano jefe de la Príncipe Xav ahora mismo.

Hizo frenéticos gestos como si la besara. Ella sonrió de aquella hermosa y enigmática manera suya, y cortó la comunicación.

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