13

—De modo que… —dijo el jefe Venn—, este bastardo cetagandés del que habla Gupta, el que dice que mató a tres amigos suyos y tal vez a su teniente Solian… ¿Cree de verdad que es el mismo pasajero betano de paso, Dubauer, que quería que detuviéramos anoche? ¿Es un herm, un hombre, o qué?

—O qué —respondió Miles—. Mis equipos médicos determinaron, a partir de una muestra de sangre que recogí ayer por accidente, que Dubauer es un ba cetagandés. Los ba no son masculinos ni femeninos, ni hermafroditas, sino unos siervos sin género…, una casta, supongo que es la mejor palabra para definirlos, de los haut lores cetagandeses. Más específicamente, de las damas haut que dirigen el Nido Estelar, en el núcleo del Jardín Celestial, la residencia imperial de Eta Ceta.

Que casi nunca salían del Jardín Celestial, con o sin sus servidores ba. «¿Entonces qué está haciendo este ba aquí, eh?» Miles vaciló antes de continuar.

—Este ba, por lo visto, transporta un cargamento de un millar de lo que, sospecho, son los últimos fetos haut genéticamente modificados en replicadores uterinos. No sé adónde, no sé por qué, y no sé para quién, pero si Guppy nos está diciendo la verdad, el ba ha matado a cuatro personas, incluido nuestro oficial de seguridad desaparecido, y trató de matar a Guppy para mantener su secreto y cubrir sus huellas.

«A cuatro personas… al menos.»

La expresión de Greenlaw se había vuelto tensa por la inquietud. Venn observó a Gupta, el ceño fruncido.

—Supongo que será mejor que hagamos circular una llamada pública de arresto sobre Dubauer también.

—¡No! —exclamó Miles, alarmado. Venn lo miró, alzando las cejas—. Estamos hablando de un posible agente cetagandés que puede llevar consigo bioarmas sofisticadas —explicó Miles rápidamente—. Los retrasos causados por la disputa con la flota de comercio ya lo tienen en tensión. Acaba de descubrir que cometió un grave error al menos, porque Guppy está vivo. No me importa lo suprahumano que pueda ser, hay que neutralizarlo. Lo último que hace falta es enviar a un puñado de intrépidos civiles contra él. Nadie debería acercarse siquiera al ba sin saber qué está haciendo ni a qué se está enfrentando.

—¿Y su gente trajo a esa criatura aquí, a mi Estación?

—Créame, si alguno de los míos hubiera sabido antes lo que era el ba, nunca habría pasado de Komarr. Estoy seguro de que los de la flota comercial sólo son transportistas inocentes.

Bueno, no estaba tan seguro… Comprobar esa afirmación hecha tan a la ligera iba a ser un problema de alta prioridad para los de contrainteligencia, allá en casa.

—Transportistas… —repitió Greenlaw, mirando duramente a Guppy. Todos los cuadris de la habitación siguieron su mirada—. ¿Podría este transeúnte ser portador… de lo que fuera, de esa infección?

Miles tomó aliento.

—Posiblemente. Pero si es así, ya es demasiado tarde. Guppy lleva días paseándose por toda la Estación Graf. Demonios, si es infeccioso, acaba de extender una plaga en ruta por todo el Nexo, que implica a media docena de planetas. —«Y a mí. Y a mi flota. Y tal vez a Ekaterin también»—. Veo dos cosas esperanzadoras. Una, según el testimonio de Guppy, el ba tiene que administrar la infección por contacto. —Los patrulleros que habían tocado al prisionero se miraron con aprensión—. Y, en segundo lugar —continuó Miles—, si la enfermedad o el veneno es algo bioproducido por el Nido Estelar, es probable que esté muy controlado, posiblemente con unos límites muy definidos y capacidad de autodestruirse. A las damas haut no les gusta dejar la basura por ahí para que nadie la recoja.

—¡Pero yo me libré! —gimió el anfibio.

—Sí —dijo Miles—. ¿Por qué? Obviamente su genética única o su situación derrotó a la enfermedad, o la mantuvo a raya lo suficiente para continuar vivo después de su periodo de actividad. Ponerlo en cuarentena es ya inútil, pero la siguiente prioridad después de detener al ba tendrá que ser someterlo a un examen médico, para ver si lo que tiene o tuvo puede salvar a alguien más. —Miles tomó aire—. ¿Puedo ofrecer las instalaciones de la Príncipe Xav? Nuestros médicos tienen formación específica en las bioamenazas cetagandesas.

Guppy se volvió hacia Venn, lleno de pánico.

—¡No me entregue! ¡Me diseccionarán!

Venn, que había aceptado con alegría esta oferta, dirigió al prisionero una mirada exasperada, pero Greenlaw dijo lentamente:

—Sé algo de los ghem y los haut, pero nunca he oído hablar de esos ba, ni del Nido Estelar.

—Por aquí no suelen venir muchos cetagandeses de ningún tipo —añadió precavido el magistrado Leutwyn.

—¿Qué le hace pensar que su trabajo es seguro, tan restringido? —continuó Greenlaw.

—Seguro, no. Controlado, tal vez. —¿Hasta dónde tenía que llevar la explicación para dejarles claro el peligro? Era vital que los cuadris comprendieran, y creyeran—. Los cetagandeses… tienen esa aristocracia doble que es el asombro de los observadores militares no cetagandeses. En el centro están los haut lores, que son, en efecto, un gigantesco experimento genético para producir la raza posthumana. Este trabajo es llevado a cabo y controlado por las mujeres haut, geneticistas del Nido Estelar, el centro donde se crean y modifican todos los embriones haut antes de ser enviados a sus constelaciones haut (clanes, padres) en los planetas exteriores del Imperio. Contrariamente a la mayoría de las versiones históricas de este tipo de cosas, las damas haut no empezaron asumiendo que ya habían alcanzado la perfección. En este momento, aún no creen que hayan terminado de hacer sus manipulaciones. Cuando lo hagan… bueno, ¿quién sabe qué sucederá? ¿Cuáles van a ser los objetivos y deseos de los posthumanos? Ni siquiera las damas haut tratan de imaginar cómo serán sus tataranietos. Sí diré que es un poco incómodo tenerlos como vecinos.

—¿No intentaron los haut conquistar a los barrayareses? —preguntó Leutwyn.

—Los haut no. Los ghem-lores. La raza puente, si quiere, entre los haut y el resto de la humanidad. Supongo que puede considerarse que los ghem son los hijos bastardos de los haut, excepto que no son bastardos. En sentido estricto, al menos. Los haut filtran líneas genéticas seleccionadas en los ghem a través de esposas haut trofeo… Es un sistema complicado. Pero los ghem-lores son el brazo militar del Imperio, siempre ansiosos por demostrar su valor a sus amos haut.

—He visto a los ghem —dijo Venn—. Pasan por aquí de vez en cuando. Creía que los haut eran, bueno, una especie de degenerados. Parásitos aristócratas, temerosos de ensuciarse las manos. No trabajan. —Hizo un gesto de desprecio muy cuadri—. Ni luchan. Uno se pregunta cuánto tiempo los soportarán los ghem-soldados.

—En apariencia, los haut dominan a los ghem por pura persuasión moral. Los abruman con su belleza, inteligencia y refinamiento, y siendo la fuente de todo tipo de recompensas de estatus, que culminan en las esposas haut. Todo eso es cierto. Pero en realidad… se sospecha que los haut tienen un arsenal biológico y bioquímico que incluso los ghem encuentran aterrador.

—No había oído que se usara nada de eso —dijo Venn, escéptico.

—¡Oh!, apuesto a que no.

—¿Por qué no lo usaron contra los barrayareses, si lo tenían? —dijo Greenlaw lentamente.

—Es un problema muy estudiado en ciertos niveles de mi gobierno. Primero, habría alarmado a los vecinos. Las bioarmas no son las únicas armas. El Imperio de Cetaganda, al parecer, no estaba preparado para enfrentarse a un puñado de pueblos lo bastante asustados para unirse y arrasar sus planetas y esterilizar a todo microbio viviente. Pero creemos que se debió más bien a una discrepancia respecto a los objetivos. Los ghem-lores querían el territorio y las riquezas, el engrandecimiento personal que habría seguido a la conquista. Las damas haut no estaban tan interesadas. No lo suficiente para desperdiciar sus recursos…, no los recursos armamentísticos en sí, sino la reputación, el secretismo, el hecho de poseer una amenaza silenciosa de alcance desconocido. Nuestros servicios de inteligencia se han encontrado tal vez con una docena de casos en los últimos treinta años de uso sospechoso de bioarmas al estilo haut, y en todos los casos fue un asunto interno cetagandés. —Miró el rostro intensamente preocupado de Greenlaw, y añadió con lo que esperaba que no sonara a falsa seguridad—: No hubo dispersión ni biorrebote de esos incidentes, que sepamos.

Venn miró a Greenlaw.

—Entonces, ¿llevamos a este prisionero a un hospital o a una celda?

Greenlaw guardó un momento de silencio.

—A la clínica de la Universidad de la Estación Graf —dijo—. Directamente a la unidad de aislamiento infeccioso. Creo que necesitamos a nuestros mejores expertos en esto, y lo más rápidamente posible.

—¡Pero seré un blanco fácil! —objetó Gupta—. ¡Estaba cazando al bastardo cetagandés y ahora él, o ello, o lo que sea me cazará a mí!

—Estoy de acuerdo con esta evaluación —dijo Miles rápidamente—. Dondequiera que lleven a Gupta, el lugar debe ser mantenido en estricto secreto. El hecho de que ha sido detenido debería ser silenciado… ¡Santo Dios!, este arresto no habrá aparecido ya en el noticiario, ¿no?

Eso habría llevado la noticia del paradero de Gupta a todos los rincones de la Estación…

—No oficialmente —dijo Venn, incómodo.

Miles supuso que apenas importaba. Docenas de cuadris habían sido testigos de cómo traían al hombre, además de todos los que habían visto pasar a la cuadrilla de Bel. Los cuadris de Muelles y Atraques sin duda alardearían de su captura ante todos sus conocidos. El chismorreo estaría en todas partes.

—Les suplico entonces que difundan la noticia de su atrevida huida además de boletines informativos en los que se pida a todos los ciudadanos que sigan buscándolo.

El ba había matado a cuatro personas para mantener su secreto; ¿estaría dispuesto a matar a cincuenta mil?

—¿Una campaña de desinformación? —Greenlaw arrugó los labios con repugnancia.

—Las vidas de todos lo que están a bordo de la Estación dependerán de ello. El secreto es su mejor esperanza de seguridad. También Gupta. Después de eso, los guardias…

—¡Mi gente ya está al límite! —protestó Venn. Dirigió a Greenlaw una mirada suplicante.

Miles hizo un gesto de reconocimiento con la mano abierta.

—No me refiero a patrulleros, sino a guardias que sepan qué están haciendo, entrenados en procedimientos de biodefensa.

—Tendremos que recurrir a especialistas de la Milicia de la Unión —dijo Greenlaw con decisión—. Cursaré la solicitud. Pero tardarán… algún tiempo en llegar aquí.

—Mientras tanto —dijo Miles—, puedo prestarles personal entrenado.

Venn hizo una mueca.

—Tengo un bloque de detención lleno con su personal. No me impresiona mucho su entrenamiento.

Miles contuvo un respingo.

—Ellos no. Cuerpo médico militar.

—Consideraré su oferta —dijo Greenlaw contemporizando.

—Algunos de los médicos veteranos de Vorpatril deben tener experiencia en esta área. Si no nos dejan llevar a Gupta a lugar seguro en una de nuestras naves, por favor, deje que ellos vengan a la Estación para ayudarlos.

Greenlaw entornó los ojos.

—Muy bien. Aceptaremos a cuatro voluntarios. Desarmados. Bajo la directa supervisión y a las órdenes de nuestros expertos médicos.

—De acuerdo —dijo Miles instantáneamente.

Era el mejor acuerdo que podía obtener, por el momento. El aspecto médico de aquel problema, por aterrador que fuera, tenía que quedar en manos de los especialistas; estaba fuera del alcance de Miles. Pero capturar al ba antes de que pudiera causar más daños…

—Los haut no son inmunes al fuego de aturdidor. Yo… recomiendo —no podía ordenar, no podía exigir y, sobre todo, no podía gritar—, que comuniquen sin armar jaleo a todos sus patrulleros que disparen contra el ba, Dubauer, nada más verlo. Una vez que haya sido abatido, podremos resolver las cosas a nuestra conveniencia.

Venn y Greenlaw intercambiaron una mirada con el magistrado.

—Iría contra las reglas emboscar al sospechoso si no es acusado de un crimen, no se resiste al arresto o no huye —dijo Leutwyn con voz forzada.

—¿Y las bioarmas? —murmuró Venn.

El magistrado tragó saliva.

—Asegúrese de que sus patrulleros no fallan el primer tiro.

—Su observación queda anotada, señor.

¿Y si el ba permanecía oculto? Cosa que, ciertamente, había conseguido hacer durante las últimas veinticuatro horas…

¿Qué quería el ba? Liberar su cargamento, y matar a Guppy antes de que pudiera hablar, presumiblemente. ¿Qué sabía el ba, a estas alturas? O qué no sabía. No sabía que Miles había identificado su cargamento, ¿no? «¿Dónde demonios está Bel?»

—Emboscada —repitió Miles—. Hay dos lugares donde podrían preparar una emboscada para el ba. Donde lleven a Guppy…, o mejor aún, donde el ba crea que llevan a Guppy. Si no quieren decir que ha escapado, entonces llévenlo a un lugar oculto y preparen un segundo lugar menos secreto donde poner un cebo. Luego, otra trampa en la Idris. Si Dubauer solicita permiso para volver a subir a bordo, cosa que pretendía hacer la última vez que nos vimos, autoricen la petición. Entonces cierren la trampa cuando entre en la bodega de carga.

—Eso es lo que iba a hacer yo —dijo Gupta resentido—. Si me hubieran dejado hacer, todo habría terminado ya.

Miles estuvo interiormente de acuerdo, pero no podía decirlo en voz alta. Alguien habría podido recalcar quién había presionado para que arrestaran a Gupta.

Greenlaw tenía un aspecto sombrío y pensativo.

—Me gustaría inspeccionar ese supuesto cargamento. Es posible que viole suficientes normas para merecer que lo retengamos aparte del resto de la carga de su nave.

El magistrado se aclaró la garganta.

—Eso podría complicarse mucho legalmente, Selladora. Más todavía. Los cargamentos que no se descargan para ser trasladados, aunque sean cuestionables, tienen normalmente permiso para pasar sin ningún comentario legal. Se considera que son responsabilidad territorial de la política de registro del transportador, a menos que sean un peligro público inminente. Un millar de fetos, si eso es lo que son, constituyen… ¿qué amenaza?

Inmovilizarlos supondría un horrible peligro, pensó Miles. Sin duda atraería la atención de Cetaganda sobre el Cuadrispacio. Hablando por experiencia histórica y personal, eso no era necesariamente buena cosa.

—Yo también quiero confirmarlo por mí mismo —dijo Venn—. Y dar órdenes a mis guardias personalmente, y calcular dónde colocar a mis francotiradores.

—Y me necesitan a mí, para entrar en la bodega de carga —recalcó Miles.

—No, sólo necesitamos sus códigos de seguridad —dijo Greenlaw. Miles sonrió dulcemente. La mandíbula de Greenlaw se tensó. Al cabo de un momento, gruñó—: Muy bien. Vamos, Venn. Usted también, magistrado. Y —suspiró brevemente—, usted, lord Auditor Vorkosigan.

Los dos cuadris que se habían encargado antes de él envolvieron a Gupta en biobarreras; una elección lógica, aunque no fue de su agrado. Le pusieron también guantes y ropa y se lo llevaron sin permitirle que tocara nada más. El anfibio sufrió todo esto sin protestar. Parecía completamente exhausto.

Garnet Cinco se marchó con Nicol al apartamento de ésta, donde las dos cuadris planeaban apoyarse mutuamente mientras esperaban noticias de Bel.

—Llámame —le susurró Nicol a Miles en voz baja mientras se marchaba flotando. Miles asintió, y rezó en silencio para que no tuviera que ser una de esas llamadas difíciles.

Su breve llamada vid a la Príncipe Xav y el almirante Vorpatril fue bastante difícil. Vorpatril se puso casi tan blanco como su pelo cuando Miles terminó de ponerlo al día. Prometió enviar una selección de voluntarios médicos a velocidad de emergencia.

La procesión hacia la Idris, finalmente, estuvo formada por Venn, Greenlaw, el magistrado, dos patrulleros cuadris, Miles y Roic. La zona de atraque estaba tan oscura y silenciosa como… ¿había sido sólo el día anterior? Uno de los dos guardias cuadris, observado con diversión por el otro, se había bajado del flotador y estaba encogido en el suelo. Evidentemente, estaba jugando a un juego de gravedad con trocitos de metal brillante y una pelotita de goma, que consistía al parecer en hacer rebotar la pelota en el suelo, recogerla y conseguir que pasara entre las piezas de metal entre bote y bote. Para hacerlo más interesante, se cambiaba de mano a cada pase. Al ver a sus visitantes, el guardia recogió rápidamente el juego y volvió a montarse en su flotador.

Venn fingió no verlo y preguntó simplemente si había sucedido algo importante durante su turno. No sólo ninguna persona sin autorización había intentado pasar, sino que del comité investigador eran las primeras personas vivas que los aburridos cuadris veían desde que habían relevado al turno anterior.

Venn se entretuvo con sus patrulleros para preparar la emboscada con aturdidores, por si aparecía el ba, y Miles condujo a Roic, Greenlaw y el magistrado a la nave.

Las brillantes filas de replicadores de la bodega de carga alquilada por Dubauer no habían cambiado desde el día anterior. Greenlaw apretó los labios y guió su flotador por toda la bodega para hacer un primer repaso, y luego se detuvo a contemplar los pasillos. A Miles le pareció que casi podía verla multiplicar mentalmente. Leutwyn y ella se acercaron luego a Miles cuando éste activó unos cuantos paneles de control para mostrar el contenido de los replicadores.

Fue casi una repetición de lo del día antes, excepto que… varios indicadores brillaban en ámbar en vez de en verde. Un examen más atento reveló que eran medidores de tensión, que incluían niveles de adrenalina. ¿Tenía razón el ba y los fetos estaban alcanzando algún tipo de límite biológico en sus contenedores? ¿Era el primer signo de un crecimiento peligroso? Mientras Miles observaba, un par de luces volvieron por su cuenta al tono verde más tranquilizador. Miles se dispuso a mostrar las imágenes de vid de los fetos para que las vieran Greenlaw y Leutwyn. La cuarta que activó mostró un fluido amniótico nublado de sangre escarlata cuando se encendió la luz. Miles contuvo la respiración. ¿Cómo…?

Sin duda eso no era normal. La única posible fuente de sangre era el feto mismo. Comprobó de nuevo los niveles de tensión (éste mostraba un montón de señales en ámbar), y luego se alzó de puntillas y observó la imagen con más atención. La sangre parecía brotar de un pequeño corte en la espalda del bebé haut. La luz roja, intentó tranquilizarse Miles, hacía que pareciese peor de lo que era.

La voz de Greenlaw junto a su oído le hizo dar un respingo.

—¿Le pasa algo a éste?

—Parece haber sufrido algún tipo de herida mecánica. Eso… no debería ser posible, en un replicador sellado.

Pensó en Aral Alexander y Helen Natalia, y se le formó un nudo en el estómago.

—Si tienen algún experto cuadrúmano en reproducción por replicador, tal vez no sea mala idea que venga a echar un vistazo.

Miles dudaba que fuera una especialidad en la que los médicos militares de la Príncipe Xav pudieran resultar de mucha ayuda.

Venn apareció en la puerta de la bodega, y Greenlaw repitió la mayor parte de la explicación de Miles.

La expresión de Venn cuando contempló los replicadores reflejó su preocupación.

—Ese hombre rana no mentía. Esto es muy extraño.

El comunicador de muñeca de Venn zumbó, y éste se excusó y se apartó flotando hasta un extremo de la sala y se puso a conversar en voz baja con el subordinado que hacía la llamada. Empezó en voz baja, al menos, hasta que gritó:

—¿Qué? ¿Cuándo?

Miles abandonó su preocupado estudio del niño haut herido, y se acercó a Venn.

—A eso de las 02.00, señor —respondió una voz apurada desde el comunicador de muñeca.

—¡Eso no estaba autorizado!

—Sí lo estaba, jefe, debidamente. El práctico Thorne lo autorizó. Como era el mismo pasajero que había subido a bordo ayer, el que tenía que atender el cargamento viviente, no creímos que fuera nada raro.

—¿A qué hora se marcharon? —preguntó Venn. Su rostro era una máscara de desazón.

—No durante nuestro turno, señor. No sé qué sucedió después de eso. Me fui directamente a casa y derecho a la cama. No vi el boletín de búsqueda del práctico Thorne en las noticias hasta que me levanté para desayunar hace unos pocos minutos.

—¿Por qué no reflejó este hecho en su informe al finalizar el turno?

—El práctico Thorne dijo que no lo hiciera —la voz vaciló—. Al menos… el pasajero sugirió que podríamos querer dejarlo off the record, para no tener que enfrentarnos a otros pasajeros que exigieran tener también acceso si se enteraban, y el práctico Thorne asintió y dijo que sí.

Venn dio un respingo, y tomó aliento.

—Ya no tiene remedio, patrullero. Informó usted en cuanto lo supo. Me alegro de que por lo menos se enterara por las noticias. Continuaremos a partir de aquí. Gracias.

Venn cortó la comunicación.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó Miles. Roic se había acercado y esperaba a su lado.

Venn se sujetó la cabeza con las manos superiores y gruñó.

—Mi guardia nocturno en la Idris acaba de despertarse y vio en el boletín que Thorne había desaparecido. Dice que Thorne vino aquí anoche a eso de las 02.00, y que hizo pasar a Dubauer ante los guardias.

—¿Dónde fue Thorne después?

—Al parecer, escoltó a Dubauer a bordo. Ninguno de ellos salió mientras mi equipo del turno de noche estaba de guardia. Discúlpeme. Tengo que hablar con mi gente.

Venn agarró el control de su flotador y salió bruscamente de la bodega de carga.

Miles estaba anonadado. ¿Cómo podía haber pasado Bel de una incómoda, pero relativamente segura, siesta en un contenedor de reciclaje a esta acción en poco más de una hora? Garnet Cinco había tardado seis o siete horas en despertarse. Su confianza en la declaración de Gupta disminuyó de golpe.

—¿Puede su amigo herm ser un renegado, milord? —preguntó Roic, los ojos entornados—. ¿O haber sido sobornado?

El magistrado Leutwyn miró a Greenlaw, que parecía enferma de inseguridad.

—Antes dudaría de… de mí mismo —dijo Miles. Y eso era decir poco de Bel—. Aunque el práctico puede que haya sido sobornado con el cañón de un disruptor apuntando a su espalda, o algo equivalente. —No estaba seguro de querer imaginar siquiera el equivalente en bioarmas del ba—. Bel estaría intentando ganar tiempo, seguro.

—¿Cómo pudo ese ba encontrar al práctico cuando nosotros no pudimos? —preguntó Leutwyn.

Miles vaciló.

—El ba no estaba persiguiendo a Bel. Perseguía a Guppy. Si el ba estaba cerca cuando Guppy atacó a sus perseguidores… el ba puede haber aparecido inmediatamente después, o incluso haber sido testigo. Y se permitió desviar sus prioridades, o alterarlas, ante la inesperada oportunidad de ganar acceso a su cargamento a través de Bel.

¿Qué prioridades? ¿Qué quería el ba? Bueno, a Gupta muerto, sin duda, y doblemente ahora que el anfibio había sido testigo de su operación clandestina inicial y de los asesinatos que el ba había cometido intentando borrar su pista. Pero el hecho de que el ba hubiera estado tan cerca de su objetivo, y sin embargo se hubiera desviado, sugería que la otra prioridad era abrumadoramente más importante.

El ba había hablado de destruir por completo su supuesto cargamento animal; también había hablado de tomar muestras de tejidos para congelarlos. El ba había dicho una mentira tras otra, ¿pero y si esto era la verdad? Miles se dio media vuelta para contemplar el pasillo lleno de replicadores. La imagen se formó sola en su mente: el ba trabajando todo el día, con implacable velocidad y concentración. Aflojando la tapa de cada replicador, atravesando membrana, fluido y piel suave con una aguja de muestras, guardando las agujas, fila tras fila, en una unidad congeladora del tamaño de una maleta pequeña. Miniaturizando la esencia de su carga genética y convirtiéndola en algo que podía transportar en una mano. ¿Al coste de abandonar los originales? ¿Destruyendo las pruebas?

«Tal vez lo ha hecho, y no podemos ver los efectos todavía.» Si el ba podía hacer que cuerpos adultos se derritieran en cuestión de horas y se convirtieran en charcos viscosos, ¿qué no podría hacer con cuerpos tan pequeños?

El cetagandés no era estúpido. Su plan habría salido bien de no ser por Gupta, que lo había seguido hasta allí, y atraído a Solian…, cuya desaparición había llevado al lío con Corbeau y Garnet Cinco, que había llevado al desordenado asalto del puesto de seguridad cuadri, que había provocado la inmovilización de la flota, incluido el precioso cargamento del ba. Miles sabía exactamente cómo se sentía uno cuando una misión cuidadosamente planeada se iba al garete por una serie de casualidades desafortunadas. ¿Cómo respondería el ba a esa enfermiza y dolorosa desesperación? Miles no había calibrado bien al ba, a pesar de haberlo visto dos veces. El ba era tranquilo y sibilino y controlado. Podía matar con una caricia, sonriendo.

Pero si el ba estaba reduciendo su carga al mínimo, sin duda no lastraría su huida con un prisionero.

—Creo —dijo Miles, y tuvo que detenerse y aclararse la garganta. Bel intentaría ganar tiempo. Pero si el tiempo y la inventiva se le acabaran y no viniera nadie, no viniera nadie, no viniera nadie…—. Creo que Bel podría estar todavía a bordo de la Idris. Debemos registrar la nave. De inmediato.

Roic miró en derredor, con aspecto asombrado.

—¿Toda entera, milord?

Miles iba a gritar: «¡Sí!», pero su cerebro lo convirtió en:

—No. Bel no tenía códigos de acceso más allá del control cuadri de la compuerta. El ba sólo tenía códigos para esta bodega y su propio camarote. Todo lo que estaba cerrado antes, debería estarlo todavía. Como primer paso, comprobemos solamente los espacios no asegurados.

—¿No deberíamos esperar a los patrulleros del jefe Venn? —preguntó Leutwyn, incómodo.

—Si intenta subir a bordo alguien que no haya estado expuesto ya, juro que yo mismo lo aturdiré antes de que pueda atravesar la compuerta. No estoy bromeando. —La voz de Miles sonó ronca de convicción.

Leutwyn pareció arredrarse, pero Greenlaw, después de un momento de silencio, asintió.

—Comprendo lo que quiere decir, lord Auditor Vorkosigan. Estoy de acuerdo.

Se agruparon por parejas, la decidida Greenlaw seguida por el asombrado magistrado, Roic al lado de Miles. El camarote del ba estaba vacío, como antes. Había otros cuatro camarotes sin cerrar, tres presumiblemente porque los habían vaciado de pertenencias, el último al parecer por puro descuido. La enfermería estaba sellada, como lo estaba después de la inspección de Bel con los tecnomeds la noche anterior. El puente estaba completamente asegurado. En la cubierta de arriba, la cocina estaba abierta, así como algunas zonas de esparcimiento, pero no encontraron ningún herm betano ni restos descompuestos de forma antinatural. Greenlaw y Leutwyn informaron de que las otras bodegas del gran cilindro compartido por el cargamento del ba estaban adecuadamente selladas. Descubrieron que Venn había encontrado una comconsola en el salón de pasajeros; cuando se enteró de la nueva teoría de Miles, palideció y se unió al grupo de Greenlaw. Cinco cabinas más que comprobar.

En la cubierta situada bajo la zona de pasajeros, la mayor parte de las zonas de utillaje e ingeniería permanecían cerradas. Pero la puerta del Departamento de Reparaciones Menores se abrió cuando Miles tocó su cerradura de control.

Tres cámaras adjuntas estaban llenas de bancos, herramientas y equipo de diagnóstico. En la segunda cámara, Miles encontró un banco con tres cápsulas de salvamento unipersonales desinfladas marcadas con el logo y los números de serie de la Idris. Aquellos globos de piel dura y tamaño humano estaban equipados con el suficiente equipo reciclador de aire y energía para mantener a un pasajero vivo en una presurización de emergencia hasta que llegara el equipo de rescate. Sólo había que meterse dentro, cerrarlo, y pulsar el botón de encendido. Las unicápsulas requerían un mínimo de instrucción, sobre todo porque no se podía hacer gran cosa una vez estabas atrapado dentro. Las había en cada camarote, bodega y pasillo de la nave, almacenadas en los armarios de emergencia de las paredes.

En el suelo, junto al banco, había una unicápsula completamente hinchada, como si la hubieran dejado allí en mitad de una comprobación cuando los cuadris hicieron evacuar la nave.

Miles se acercó a una de las portillas redondas de la cápsula, y se asomó.

Bel estaba sentado dentro, las piernas cruzadas, completamente desnudo. El herm tenía los labios entreabiertos y los ojos vidriosos y distantes. Tan quieto estaba que Miles temió estar contemplando ya la muerte, pero entonces el pecho de Bel se alzó y bajó, los pechos temblando con los estertores que sacudían su cuerpo. En el rostro inexpresivo el tono rojizo de la fiebre floreció y se desvaneció.

«¡No, Dios, no!» Miles intentó pulsar el sello de la cápsula, pero su mano se detuvo y cayó; apretó el puño con tanta fuerza que las uñas se le hundieron en la palma como cuchillos. «No…»

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