14

«Primer paso. Sellar la zona biocontaminada.»

¿Estaba cerrada la compuerta de acceso cuando el grupo había entrado en la Idris? Sí. ¿La había abierto alguien desde entonces?

Miles se llevó a los labios el comunicador de muñeca y pronunció el código de contacto de Venn. Roic se acercó a la unicápsula, pero se detuvo cuando Miles agitó una mano: agachó la cabeza y miró más allá del hombro de Miles, y sus ojos se abrieron de par en par.

Los pocos segundos de espera mientras el programa de búsqueda del comunicador de muñeca localizaba a Venn parecieron fluir como aceite frío. Finalmente, se oyó la voz irritada del jefe de personal.

—Aquí Venn. ¿Qué pasa ahora, lord Vorkosigan?

—Hemos encontrado al práctico Thorne. Atrapado en una unicápsula en la sección de ingeniería. El herm parece drogado y muy enfermo. Creo que tenemos un caso urgente de biocontaminación, al menos de Clase Tres y posiblemente de Clase Cinco. —El nivel más extremo, epidemia de guerra biológica—. ¿Dónde están todos ustedes ahora?

—En la Cabina de Carga Número Dos. La Selladora y el magistrado están conmigo.

—¿Nadie ha intentado entrar ni salir de la nave desde que subimos a bordo? ¿No han salido por ningún motivo?

—No.

—¿Entiende la necesidad de permanecer así hasta que sepamos a qué demonios nos estamos enfrentando?

—¿Qué, cree que estoy lo bastante loco para llevar una plaga infernal a mi propia Estación?

Touché.

—Muy bien, jefe. Ya veo que pensamos lo mismo respecto a este asunto.

«Segundo paso. Alertar a las autoridades médicas de tu distrito.» A todas ellas.

—Voy a informar de esto al almirante Vorpatril y solicitar ayuda médica. Supongo que la Estación Graf tendrá sus propios protocolos de emergencia.

—En cuanto deje usted libre mi comunicador.

—Bien. En cuanto sea posible, pretendo romper los tubos de sellado y apartar un poco la nave de su zona de atraque, sólo para asegurarnos. Si usted o la Selladora quieren advertir al control de tráfico de la Estación, además de dar permiso a la lanzadera que envíe Vorpatril, tanto mejor. Mientras tanto… le insto urgentemente a que selle las compuertas entre su cabina y esta sección central hasta que… hasta que sepamos más. Busque los controles atmosféricos de su cabina y pónganse en circulación interna, si pueden. Yo no… he decidido todavía qué hacer con esta maldita unicápsula. Naism… Vorkosigan fuera.

Cortó la comunicación y contempló con angustia la fina pared que lo separaba de Bel. ¿Hasta qué punto sería una barrera anti-biocontaminación eficaz la piel de una unicápsula sellada? Probablemente lo era bastante, aunque no la hubieran fabricado para tal fin. Una nueva y horrible idea de dónde buscar a Solian, o más bien los restos orgánicos del teniente que pudieran quedar, asomó ineludiblemente la imaginación de Miles.

Con esa deducción llegaron una nueva esperanza y un nuevo terror. Solian había sido eliminado hacía semanas, probablemente a bordo de aquella misma nave, en un momento en que pasajeros y tripulación se movían libremente entre la Estación y la nave. No había estallado ninguna epidemia todavía. Si Solian había sido disuelto con el mismo método de pesadilla que los compañeros de Gupta, dentro de una unicápsula, que luego había sido plegada y quitada de en medio… dejar a Bel en la cápsula con los sellos sin romper podría mantener a todo el mundo perfectamente a salvo.

A todo el mundo, por supuesto, excepto a Bel…

No estaba claro si el periodo de incubación o de latencia de la infección era regulable, aunque lo que Miles estaba viendo ahora sugería que sí. Seis días para Gupta y sus amigos. ¿Seis horas para Bel? Pero la enfermedad o el veneno o el artilugio biomolecular, fuera lo que fuese, había matado rápidamente a los jacksonianos cuando se activó, en sólo unas cuantas horas. ¿Cuánto tiempo tenía Bel hasta que la intervención fuera inútil? ¿Antes de que los sesos del herm empezaran a convertirse en una borboteante masa gris por todo su cuerpo…? ¿Horas, minutos, era ya demasiado tarde? ¿Y qué intervención podía ayudar?

«Gupta sobrevivió a esto. Por tanto, es posible sobrevivir.» Su mente se aferró a ese hecho como un pitón se clava en una superficie rocosa. «Agárrate y escala, muchacho.»

Se llevó el comunicador a los labios y llamó por el canal de emergencia al almirante Vorpatril.

Vorpatril respondió casi inmediatamente.

—¿Lord Vorkosigan? El escuadrón médico que solicitó llegó a la estación cuadri hace unos minutos. Deberían presentarse ante usted de un momento a otro para ayudarle con el reconocimiento de su prisionero. ¿No se han presentado todavía?

—Puede que lo hayan hecho, pero ahora estoy a bordo de la Idris, junto con el soldado Roic. Y, por desgracia, junto con la Selladora Greenlaw, el magistrado Leutwyn y el jefe Venn. Hemos ordenado que sellen la nave. Parece que tenemos a bordo un incidente de biocontaminación.

Repitió la descripción de Bel que le había dado a Venn, con unos cuantos detalles más.

Vorpatril soltó una imprecación.

—¿Envío una cápsula personal para recogerlo, milord?

—De ninguna manera. Si hay algo contagioso suelto por aquí…, circunstancia que no está descartada todavía…, ya es, hum, tarde.

—Le enviaré al escuadrón médico de inmediato.

—A todos no, maldición. Quiero que algunos de los nuestros se queden con los cuadris, examinando a Gupta. Es de la mayor urgencia averiguar por qué sobrevivió. Como puede que tengamos que estar aquí durante un tiempo, no comprometa a más hombres de los necesarios. Pero envíeme a los más listos. Con trajes bioprotectores para Nivel Cinco. Puede enviar con ellos todo el equipo que quiera a bordo, pero nada ni nadie saldrá de esta nave hasta que este asunto esté resuelto.

O hasta que la epidemia se los lleve a todos… Miles tuvo una visión de la Idris remolcada y abandonada lejos de la Estación, una tumba intocable para todos los que estaban a bordo. Un sepulcro jodidamente caro, por si servía de consuelo. Se había enfrentado a la muerte antes y, una vez al menos, había perdido, pero la solitaria fealdad de ésta le hizo estremecerse. Sospechaba que no habría posibilidad de hacer trampas con ninguna criocámara, esta vez. No para las últimas víctimas, desde luego.

—Voluntarios solamente, ¿me comprende, almirante?

—Le comprendo —dijo Vorpatril, sombrío—. Me pongo en marcha, lord Vorkosigan.

—Bien. Vorkosigan fuera.

¿Cuánto tiempo tenía Bel? ¿Media hora? ¿Dos horas? ¿Cuánto tiempo tardaría Vorpatril en agrupar aquel nuevo contingente de voluntarios médicos y su compleja carga? Más de media hora, de eso estaba seguro. ¿Y qué podrían hacer cuando llegaran?

Además de haber sido alterado genéticamente, ¿qué tenía Gupta que no tuvieran los demás?

¿Su tanque? Respiraba por branquias… Bel no tenía branquias, de eso no había ninguna ayuda. El agua fría fluyendo sobre el cuerpo de rana, las manos palmípedas, a través de las branquias llenas de sangre, helando su sangre… ¿Era posible que aquel biodisolvente del infierno fuera sensible al calor o lo activara la temperatura?

¿Un baño de agua helada? La visión asomó a su mente y sus labios esbozaron una feroz sonrisa. Una técnica poco sofisticada, pero probablemente rápida para reducir la temperatura corporal, eso seguro. Él podía garantizar personalmente los efectos. «Gracias, Iván.»

—¿Milord? —preguntó Roic, preocupado por su aparente parálisis.

—Tenemos que correr como el diablo. Ve a la cocina y mira a ver si hay hielo. Si no hay, pon en marcha la maquinaria que haya a toda potencia. Luego reúnete conmigo en la enfermería. —Tenía que moverse rápido, ser listo—. Puede que allí tengan trajes bioprotectores.

Por la expresión del rostro de Roic, no entendía nada, pero al menos siguió a Miles, quien salió corriendo pasillo abajo. Subieron en el ascensor los dos pisos hasta el nivel que albergaba la cocina, la enfermería y las zonas de recreo. Más agotado de lo que se atrevía a reconocer, Miles indicó a Roic el camino y corrió a la enfermería situada en el fondo de la cabina central. Una frustrante pausa mientras tecleaba el código de acceso, y entró en la pequeña enfermería.

Las instalaciones eran exiguas: dos pequeños pabellones, aunque ambos con capacidad de biocontención de al menos Nivel Tres, más una sala de reconocimiento equipada para cirugía menor que también albergaba la farmacia. Las intervenciones quirúrgicas importantes y los heridos graves eran trasladados a una de las naves militares de escolta, equipadas con enfermerías mejor equipadas. Sí, uno de los cuartos de baño tenía una bañera esterilizable para tratamientos; Miles imaginó a los infelices pasajeros con infecciones de piel chapoteando allí dentro. Armarios llenos de equipo de emergencia. Los abrió todos. Encontró el sintetizador sanguíneo, un cajón lleno de misterioso y escalofriante instrumental diseñado tal vez para pacientes femeninas y una estrecha plataforma flotante para transporte de pasajeros, de pie, al fondo de un alto armario, con dos trajes bioprotectores, ¡sí! Uno demasiado grande para Miles, el otro demasiado pequeño para Roic.

Podía ponerse el que le quedaba demasiado grande: no sería la primera vez. El otro, imposible. No tenía justificación poner en peligro a Roic, así que…

Roic llegó corriendo.

—He encontrado la nevera, señor. Por lo visto nadie la desconectó cuando evacuaron la nave. Está repleta.

Miles sacó su aturdidor y lo colocó sobre la mesa de reconocimiento, y empezó a meterse en el traje bioprotector.

—¿Qué demonios está haciendo, milord? —preguntó Roic, alarmado.

—Vamos a traer a Bel aquí. O, al menos, lo voy a traer yo. Los médicos querrán ponerlo en tratamiento aquí, de todas formas. —Si había tratamiento—. Tengo una idea. A ver si podemos hacer unos primeros auxilios rápidos y burdos. Creo que Guppy sobrevivió porque el agua de su tanque mantuvo su temperatura baja. Ve a ingeniería. Intenta encontrar un traje de presión que te venga bien. Si… cuando lo encuentres, házmelo saber, y póntelo de inmediato. Luego reúnete conmigo donde está Bel. ¡Vamos!

Roic, el rostro decidido, se puso en marcha. Miles usó los preciosos segundos para correr a la cocina, llenar una bolsa de basura de plástico con hielo, arrastrarla hasta la enfermería en la plataforma flotante. Vertió el hielo en la bañera. Luego fue por una segunda bolsa. Entonces sonó su comunicador de muñeca.

—He encontrado un traje, milord. Me viene justo, creo. —La voz de Roic osciló cuando, presumiblemente, movió el brazo. Un sonido de roce y un leve gruñido indicaron que la prueba había tenido éxito—. Cuando termine de ponérmelo, no podré usar mi comunicador de muñeca, seguro. Tendré que ponerme en contacto con usted a través de un canal público.

—Tendremos que vivir con eso. Contacta con Vorpatril a través de tu traje en cuanto estés sellado; asegúrate de que sus médicos puedan comunicarse cuando traigan su cápsula a una de las compuertas externas. ¡Asegúrate de que no intenten pasar por la misma cabina donde los cuadris se han refugiado!

—Sí, milord.

—Nos vemos en Reparaciones Menores.

—Sí, milord. Me pongo el traje.

El canal quedó mudo.

Lamentándolo, Miles cubrió su comunicador de muñeca con el guante izquierdo del traje bioprotector. Se metió el aturdidor en uno de los bolsillos sellables del muslo, y luego ajustó el flujo de oxígeno con unos golpecitos en el indicador de control de su brazo izquierdo. Las luces del visor del casco le indicaron que estaba aislado de su entorno. La leve presión positiva dentro del traje demasiado grande lo hinchó hasta dejarlo algo gordo. Se dirigió hacia el tubo elevador con aquellas botas demasiado anchas, tirando de la plataforma flotante.

Roic bajaba por el pasillo cuando Miles terminaba de meter la plataforma por la puerta de Reparaciones Menores. El traje de presión del hombre de armas, marcado con los números de serie del Departamento de Ingeniería de la Idris, resultaba tan protector como el atuendo de Miles, aunque sus guantes eran más gruesos y más incómodos. Miles le indicó que se inclinara hacia él, tocando con su visor el casco de Roic.

—Vamos a reducir la presión de la unicápsula para desinflarla en parte, luego subiremos a Bel a la plataforma flotante y lo llevaremos arriba. No voy a abrir la cápsula hasta que estemos en el pabellón con las barreras moleculares activadas.

—¿No deberíamos esperar a los médicos de la Príncipe Xav, milord? —preguntó Roic, nervioso—. Estarán aquí muy pronto.

—No. Porque no sé si es demasiado tarde. No me atrevo a abrir la cápsula de Bel en la atmósfera de la nave, así que voy a tratar de unir un tubo a otra cápsula como desagüe. Ayúdame a buscar cinta aislante, y algo que usar como tubería.

Roic le dirigió un gesto bastante frustrado de obediencia, y empezó a rebuscar en los bancos y cajones.

Miles se asomó de nuevo a la portilla.

—¿Bel? ¡Bel! —gritó a través del visor y la piel de la cápsula. Su voz sonó apagada, sí, pero tendría que haber sido audible, maldición—. Vamos a trasladarte. Aguanta.

Bel permanecía inmóvil, al parecer, desde hacía unos minutos, todavía con la mirada vidriosa y pasiva. Tal vez no fuera la infección, trató de animarse Miles. ¿Con cuántas drogas lo habían atacado la noche anterior para obtener su cooperación? Asaltado por Gupta, estimulado para recuperar la consciencia por el ba, repleto de hipnóticos, posiblemente, para el trayecto hasta la Idris y el engaño a los guardias cuadris. Tal vez pentarrápida después, y algunos sedantes para dejarlo tranquilo mientras el veneno actuaba, ¿quién sabía?

Miles arrojó al suelo otra de las cápsulas. Si el residuo de Solian estaba dentro, bueno, aquello no iba a contaminarla más, ¿no? ¿Habrían pasado desapercibidos los restos de Bel el mismo tiempo que los de Solian, si Miles no hubiera llegado tan pronto? ¿Cuál era el plan del ba? Asesinar y eliminar el cadáver en un solo movimiento…

Se arrodilló junto a la unicápsula de Bel y abrió el panel de acceso a la unidad de control de presurización. Roic le tendió un tubo de plástico y tiras de cinta. Miles envolvió, rezó y giró varias válvulas de control. La bomba de aire vibró suavemente. El contorno redondo de la cápsula se suavizó y arrugó. La segunda cápsula se expandió, después de haber estado flácida y arrugada. Miles cerró válvulas, cortó tubos, selló, deseó tener unos cuantos litros de desinfectante que rociar alrededor. Mantuvo el tejido apartado del bulto que era la cabeza de Bel mientras Roic pasaba al herm a la plataforma.

La plataforma se movió a ritmo rápido: Miles habría deseado correr. Consiguieron llevar la carga a la enfermería, al pequeño pabellón, lo más cerca posible del estrecho cuarto de baño.

Miles indicó a Roic que se acercara de nuevo.

—Muy bien. Tú te quedas aquí. No hace falta que los dos entremos ahí. Quiero que salgas de la habitación y conectes las barreras moleculares. Luego quiero que estés preparado para ayudar en lo que sea necesario a los médicos de la Príncipe Xav.

—Milord, ¿está seguro de que no quiere que lo hagamos al revés?

—Estoy seguro. ¡Vete!

Roic, reacio, salió. Miles esperó hasta que las líneas de luz azul que indicaban que las barreras habían sido activadas cobraron vida en la puerta, y entonces se inclinó para abrir la cápsula y apartarla del cuerpo tenso y tembloroso de Bel. Incluso con los guantes puestos, sintió que la piel de Bel estaba abrasadoramente caliente.

Meter la plataforma y meterse él mismo en el cuarto de baño requirió algunos torpes movimientos pero por fin colocó a Bel sobre la bañera llena de hielo y agua. Empujón, resbalón, inmersión. Maldijo la plataforma y la rodeó para sostener la cabeza de Bel hacia arriba. El cuerpo del herm se estremeció por la impresión; Miles se preguntó si su tembloroso y teórico paliativo le provocaría en cambio a la víctima un ataque al corazón. Empujó la plataforma hasta la puerta, quitándola de en medio con un pie. Bel intentaba encogerse en posición fetal, una respuesta más esperanzadora que el coma con los ojos abiertos que Miles había observado hasta el momento. Miles le sumergió los miembros uno a uno y los mantuvo bajo el agua helada.

Miles sintió que los dedos se le aturdían con el frío, excepto donde tocaban a Bel. La temperatura corporal del herm apenas pareció afectada por aquel brutal tratamiento. Antinatural, en efecto. Pero al menos Bel dejó de estar cada vez más caliente. El hielo se derretía a ojos vistas.

Habían pasado algunos años desde la última vez que Miles viera a Bel desnudo, en una ducha o poniéndose o quitándose la armadura espacial en los vestuarios de una nave mercenaria. Tener cincuenta y tantos años no era ser viejo, para un betano, pero a pesar de todo, la gravedad empezaba claramente a ganarle la partida a Bel. «A todos nosotros.» En sus días Dendarii, Bel había convertido su deseo no correspondido de Miles en una serie de avances medio en broma, rechazados medio en serio. Ahora Miles se arrepintió de su juvenil reticencia sexual. Profundamente. «Tendríamos que haber aprovechado la ocasión entonces, cuando éramos jóvenes y bellos y ni siquiera lo sabíamos.» Y Bel había sido bello, a su propia manera irónica, viviendo y moviéndose con comodidad en un cuerpo atlético, sano y esbelto.

La piel de Bel estaba hinchada, moteada de rojo y pálida; la carne del hermafrodita, que resbalaba y giraba en el baño helado bajo las ansiosas manos de Miles, tenía una textura extraña, por momentos tensa e hinchada o magullada como una fruta aplastada. Miles llamó a Bel por su nombre, probó con su mejor voz de «el almirante Naismith te lo ordena», contó un chiste malo, todo sin lograr penetrar el vidrioso estupor del herm. Era mala idea llorar en un traje bioprotector, casi tanto como vomitar en un traje de presión. No te podías secar los ojos, ni sonar la nariz.

Y cuando alguien te tocaba en el hombro sin que te dieras cuenta, saltabas como si te hubieran pegado un tiro, y te miraban con cara rara a través de su visor y el tuyo.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿se encuentra usted bien? —dijo el cirujano de la Príncipe Xav, enfundado en su traje bioprotector, mientras se arrodillaba junto a él al borde de la bañera.

Miles luchó por controlarse.

—Estoy bien, de momento. Este herm está muy mal. No sé qué le han contado de todo esto.

—Me dijeron que podría encontrarme con una posible arma biológica cetagandesa de alto nivel, que ya ha matado a tres personas y dejado un solo superviviente. El hecho de que hubiera un superviviente me hizo dudar de la primera parte.

—Ah, no ha visto a Guppy todavía, entonces.

Miles tomó aliento, e hizo un breve resumen del relato de Gupta, o al menos de los aspectos biológicos pertinentes al caso. Mientras hablaba, sus manos no dejaron de mantener sumergidos los brazos y piernas de Bel, ni de echar cubos de hielo por la cabeza y el cuello del herm.

—No sé si fue la genética anfibia de Gupta, o algo que hizo, lo que le permitió sobrevivir a esta mierda infernal cuando sus compañeros no lo hicieron. Guppy dijo que su carne muerta humeaba. No sé de dónde viene todo este calor, pero no puede ser sólo fiebre. No puede reproducir la bioingeniería de Jackson's Whole, pero se me ocurrió que al menos podría reproducir el truco del tanque de agua. Empirismo descabellado, pero no me pareció que hubiera tiempo para más.

Una mano enguantada alzó los párpados de Bel, tocó al herm aquí y allá, presionó y sondeó.

—Comprendo.

—Es realmente importante —Miles tomó otra bocanada de aire para serenar su voz—, es realmente importante que este paciente sobreviva. Thorne no es un estacionario cualquiera. Bel fue… —Advirtió que no sabía el grado de seguridad del cirujano—. Si el práctico muere en nuestra custodia será un desastre diplomático. Otro más, quiero decir. Y… y el herm me salvó la vida ayer. Le debo… Barrayar le debe…

—Milord, haremos todo lo posible. Tengo a mi mejor equipo aquí: nos haremos cargo de él ahora. Por favor, milord Auditor, ¿quiere apartarse y dejar que sus hombres lo descontaminen?

Otra figura con traje de aislamiento, doctor o tecnomed, apareció en la puerta del cuarto de baño y le tendió al cirujano una bandeja de instrumental. Miles se vio obligado a apartarse mientras la primera aguja se clavaba en la carne inerte de Bel. Tuvo que admitir que allí dentro no quedaba espacio ni para su pequeña estatura. Se retiró.

La otra cama del pabellón había sido reconvertida en mesa de laboratorio. Una tercera figura ataviada con un traje bioprotector revisaba rápidamente lo que parecía ser una prometedora muestra de equipo que iba sacando de cajas y bolsas apiladas en una plataforma flotante sobre aquella superficie improvisada. El segundo técnico regresó del cuarto de baño y empezó a alimentar con trocitos de Bel los diversos analizadores químicos y moleculares situados en un extremo de la cama, mientras el tercer hombre colocaba más aparatos en el otro.

La alta figura de Roic esperaba junto a las barreras moleculares emplazadas en la puerta del pabellón. En las manos tenía un descontaminador lasersónico de alta potencia, un artículo militar familiar para los barrayareses. Alzó una mano, invitando a Miles, quien devolvió el saludo.

No iba a ganar nada quedándose allí y molestando al equipo médico. Sólo los distraería y entorpecería su trabajo. Reprimió el deseo desbocado de explicarles el derecho superior de Bel a sobrevivir, por su antiguo valor y su amor. Inútil. Bien podría dirigirse a los propios microbios. Ni siquiera los cetagandeses habían diseñado un arma que evaluara la virtud antes de masacrar a sus víctimas.

«Prometí llamar a Nicol. Dios, ¿por qué prometí eso?» Saber el estado actual de Bel sin duda sería más aterrador para ella que no saber nada. Miles decidió esperar un poco más, al menos hasta recibir el primer informe del cirujano. Si había esperanza para entonces, la compartiría. Si no había ninguna…

Atravesó despacio la zumbante barrera molecular, alzando los brazos para girarse ante el aún más fuerte rayo lasersónido del descontaminador de Roic. Hizo que Roic lo frotara y secara por todas partes, incluyendo palmas, dedos, las plantas de los pies y, nerviosamente, el interior de los muslos. El traje lo protegió de lo que de otro modo habría sido una desagradable quemazón que dejaba la piel rosada y el pelo chamuscado. No dejó que Roic parara hasta haberle repasado cada centímetro cuadrado. Dos veces.

Roic señaló el mando de control del brazo de Miles y gritó a través de su visor:

—Tengo el enlace comunicador de la nave en marcha, milord. Debería poder oírme a través del canal doce, si lo sintoniza. Los médicos están en el trece.

Rápidamente, Miles conectó el comunicador del traje.

—¿Puedes oírme?

La voz de Roic resonó junto a su oído.

—Sí, milord. Mucho mejor.

—¿Hemos volado los tubos de sellado y nos hemos apartado ya de las abrazaderas de atraque?

Roic pareció levemente frustrado.

—No, milord. —Cuando Miles alzó la barbilla en gesto interrogativo, añadió—: Hum… Verá, aquí sólo estoy yo. Nunca he pilotado una nave de salto.

—A menos que vayas a saltar, es igual que una lanzadera —le aseguró Miles—. Sólo que más grande.

—Nunca he pilotado una lanzadera tampoco.

—Ah. Bueno, vamos pues. Te enseñaré cómo.

Se marcharon al puente; Roic fue abriendo camino pulsando los cierres en código. Bien, tuvo que admitir Miles, mirando los diversos puestos de mando y sus controles, era una nave realmente muy grande. Sólo iba a ser un vuelo de diez metros. Estaba un poco desentrenado pilotando cápsulas y lanzaderas, pero la verdad, tal como eran algunos de los pilotos que había conocido, no podía ser tan difícil.

Roic lo observó lleno de admiración mientras Miles disimulaba su búsqueda de los controles del tubo de sellado… Ah, allí. Hicieron falta tres intentos para ponerse en contacto con el control de tráfico de la Estación, y luego con Muelles y Atraques. Si Bel hubiera estado allí, habría delegado inmediatamente su tarea en… Se mordió los labios, comprobando los permisos de salida de la zona de carga: sería el remate de las meteduras de pata de aquella misión apartarse de la Estación cargándose las abrazaderas de atraque, descomprimiendo la zona de carga y matando a un número indeterminado de patrulleros cuadri de guardia. Pasó del puesto de comunicación al asiento del piloto, apartó el casco de salto y cerró un instante los puños antes de activar los controles manuales.

Una pequeña presión de los calibradores laterales, un poco de paciencia, y un empujón contrario del lado opuesto dejó la enorme masa de la Idris flotando en el espacio a un tiro de piedra del costado de la Estación Graf. No es que una piedra allí hiciera otra cosa aparte de continuar eternamente…

«Ninguna bioepidemia puede cruzar este abismo», pensó con satisfacción, y luego pensó inmediatamente en lo que los cetagandeses podían hacer con esporas. «Espero.»

Demasiado tarde se le ocurrió que, si el cirujano de la Príncipe Xav retiraba la alerta de biocontaminación, atracar de nuevo iba a ser una tarea bastante más crítica y delicada. «Bueno, si despeja la nave, podremos importar un piloto entonces.» Miró la hora en un crono de pared. Apenas había pasado una hora desde que habían encontrado a Bel. Parecía un siglo.

—¿Es también piloto? —dijo una sorprendida y apagada voz femenina.

Miles se volvió en el asiento del piloto y encontró a los tres cuadris con sus flotadores en la puerta de la sala de control. Todos iban vestidos con trajes bioprotectores para cuadris, de un color verde pálido médico. Los identificó rápidamente. Venn era más grueso, la Selladora Greenlaw un poco más baja. El magistrado Leutwyn venía el último.

—Sólo en una emergencia —admitió—. ¿Dónde han conseguido los trajes?

—Mi gente los envió desde la Estación en una sonda robot —dijo Venn. También él llevaba el aturdidor en la parte exterior del traje.

Miles habría preferido que los civiles se hubieran quedado a salvo en la cabina de carga, pero ahora ya no se podía hacer nada al respecto.

—Que está todavía atracada a la compuerta, sí —dijo Venn, dejando a Miles con la palabra en la boca.

—Gracias —dijo Miles mansamente.

Quería desesperadamente frotarse la cara y los ojos, que le picaban, pero no pudo. ¿Y ahora qué? ¿Había hecho todo lo posible para contener aquella cosa? Vio el descontaminador que colgaba del hombro de Roic. Probablemente sería buena idea volver a ingeniería y esterilizar sus huellas.

—¿Milord? —preguntó Roic, solícito.

—¿Sí, soldado?

—He estado pensando. El guardia nocturno vio al práctico y al ba entrar en la nave, pero nadie informó de que hubieran salido. Encontramos a Thorne. Me estaba preguntando cómo abandonó la nave el ba.

—Gracias, Roic, sí. Y hace cuánto tiempo. Buena pregunta que responder a continuación.

—Cada vez que una de las escotillas de la Idris se abre, los grabadores vid se ponen en marcha automáticamente. Deberíamos poder acceder a los archivos desde aquí, creo, igual que desde la oficina de seguridad de Solian. —Roic dirigió una mirada desesperada a la apabullante colección de controles—. En alguna parte.

—Deberíamos, sí.

Miles abandonó el asiento del piloto y pasó al puesto del ingeniero de vuelo. Tras hurgar un poco entre los controles, y un breve retraso mientras uno de los códigos de anulación de Roic devolvía la calma tras la apertura de los cierres, Miles pudo sacar una copia del archivo de unos registros de seguridad similares a los que habían encontrado en la oficina de Solian y ante los que habían pasado tantas horas de estudio. Configuró la búsqueda para que presentara los datos en orden cronológico inverso.

El uso más reciente apareció primero en la placa vid, una bonita toma de la sonda robot automática atracando en la compuerta de personal externa que atendía a la Cabina de Carga Número Dos. Un Venn de aspecto ansioso asomó en su flotador. Descargó los trajes negros envueltos en bolsas de plástico, más otras cosas diversas: una gran caja con suministros de primeros auxilios, una caja de herramientas, un descontaminador parecido al de Roic y lo que podían ser armas algo más eficaces que los aturdidores. Miles cortó la escena y continuó la búsqueda hacia atrás.

Pocos minutos antes estaba la llegada de la patrulla militar de Barrayar en una pequeña lanzadera de la Príncipe Xav, que entró a través de una de las cuatro compuertas de personal. Los tres oficiales médicos y Roic eran claramente identificables, descargando su equipo con rapidez.

Una compuerta de carga en una de las cabinas de impulsores Necklin se abrió a continuación, y Miles contuvo la respiración. Una figura con un grueso traje de reparaciones extravehiculares marcado con varios números de la Sección de Ingeniería de la Idris pasó ante la cámara y se perdió en el vacío tras un breve estallido de sus jets. Los cuadris que flotaban tras Miles murmuraron y señalaron; Greenlaw sofocó una exclamación y Venn una imprecación.

El siguiente archivo los mostraba a ellos mismos (los tres cuadris, Miles, y Roic) entrando en la nave desde la bodega de carga para realizar su inspección, cualquiera sabía cuántas horas hacía de eso ya. Miles regresó inmediatamente a la figura misteriosa del traje de reparaciones. ¿A qué hora…?

—¡Mire, milord! —exclamó Roic—. ¡Se… se marchó apenas veinte minutos antes de que encontráramos al práctico! ¡El ba debía de estar todavía a bordo cuando llegamos! —Incluso a través del visor, su rostro adquirió un tono verdoso.

¿Meter a Bel en la unicápsula había sido una táctica para hacerles perder tiempo? Miles se preguntó si la sensación de agarrotamiento en el estómago y la tensión de su garganta podían ser los primeros síntomas de una epidemia biofabricada.

—¿Es ése nuestro sospechoso? —preguntó Leutwyn ansiosamente—. ¿Adónde ha ido?

—¿Cuál es el alcance de esos trajes pesados suyos, lo sabe, lord Auditor? —preguntó Venn.

—¿Ésos? No estoy seguro. Sirven para que los hombres trabajen fuera de la nave durante varias horas seguidas, así que supongo que, si estaba lleno de oxígeno, combustibles y energía… debe de tener el alcance de una pequeña cápsula personal.

Los trajes de reparaciones se parecían a las armaduras militares, pero con herramientas en vez de armas. Demasiado pesados para que ni siquiera un hombre fuerte pudiera caminar con ellos, pero con mucha energía. El ba podría haber viajado en uno hasta cualquier punto de la Estación Graf. Peor, podría haberse dirigido a cualquier punto del espacio a que lo recogiera algún otro agente cetagandés, o quizás algún ayudante local sobornado o simplemente engañado. El ba podría estar ya a miles de kilómetros, y la distancia aumentaba por segundos. Dirigiéndose a cualquier otro hábitat cuadri bajo otra identidad falsa, o incluso a un encuentro con una nave de salto de paso en la que escapar del Cuadrispacio.

—Seguridad de la Estación está en alerta máxima —dijo Venn—. Tengo a todos mis patrulleros y a todos los milicianos de la Selladora de servicio buscando al tipo…, a la persona. Dubauer no puede haber regresado a la Estación sin ser visto. —Un temblor de duda en la voz de Venn disminuyó la verosimilitud de esta declaración.

—He ordenado poner la Estación en completa cuarentena por biocontaminación —dijo Greenlaw—. Todas las naves y vehículos que venían de camino han sido desviados a la Unión, y ninguno de los que ahora están atracados tiene permiso para partir. Si el fugitivo ya ha subido a bordo de alguna nave… no se marchará.

A juzgar por la expresión gélida de la Selladora, no estaba segura en modo alguno de que aquello fuera buena cosa. Miles la compadeció. Cincuenta mil rehenes potenciales…

—Si ha huido a otra parte…, si nuestra gente no puede localizar pronto a este fugitivo, voy a tener que extender la cuarentena a todo el Cuadrispacio.

¿Cuál sería la tarea más importante para el ba, ahora que había caído el telón? Tenía que comprender que el férreo secretismo en el que se había basado su protección hasta el momento se había esfumado irremediablemente.

¿Se daba cuenta de lo cerca que le habían estado pisando los talones sus perseguidores? ¿Seguiría queriendo asesinar a Gupta para asegurar el silencio del contrabandista de Jackson's Whole? ¿O abandonaría esa caza, reduciría pérdidas y huiría si podía? ¿En qué dirección intentaría moverse?

Miles contempló la imagen vid del traje de faena, congelado sobre la placa. ¿Tenía ese traje el mismo tipo de telemetría que las armaduras espaciales? Aún más…, ¿tenía el mismo tipo de control remoto de algunas armaduras espaciales?

—¡Roic! Cuando bajaste a esos armarios de la sala de máquinas en busca del traje de protección, ¿viste una estación automática de mando y control para esas unidades de reparación?

—Yo… Hay una sala de control ahí abajo, sí, milord. Pasé de largo. No sabía qué podía ser.

—Tengo una idea. Sígueme.

Se levantó del puesto de control y salió del puente de mando al trote, su traje bioprotector moviéndose ridículamente a su alrededor. Roic corrió tras él; los curiosos cuadris los siguieron en sus flotadores.

La sala de control era poco más que una cabina, pero tenía una estación de telemetría para mantenimiento y reparaciones exteriores. Miles tomó asiento y maldijo a la persona alta que la había fijado a una altura que dejaba sus botas colgando en el aire. En funcionamiento permanente había varias tomas vid en tiempo real de zonas críticas de la anatomía externa de la nave, como las antenas direccionales, el generador de masa de escudo y los principales impulsores de espacio normal. Miles sorteó la asombrosa mezcolanza de datos de los sensores de seguridad repartidos por toda la nave. Finalmente, encontró el programa de control de trajes de faena.

Seis trajes en la muestra. Miles pidió telemetría visual de los vids de sus cascos. Cinco mostraron pantallas en blanco, el interior de sus respectivos armarios. El sexto devolvió una imagen más ligera, pero más sorprendente, de una pared curva. Permaneció tan estática como las vistas de los trajes almacenados.

Miles pidió una descarga telemétrica completa del traje. Estaba conectado pero a bajo nivel. Los sensores médicos eran básicos, sólo el ritmo cardiaco y la respiración…, y estaban apagados. Los lectores de soporte vital indicaban que el respirador funcionaba plenamente, la humedad interior y la temperatura eran exactamente las necesarias, pero el sistema parecía no soportar ninguna carga.

—No puede estar muy lejos —dijo Miles por encima del hombro a su público flotante—. Hay un lapso temporal cero en mi enlace comunicador.

—Eso es un alivio —dijo Greenlaw.

—¿Lo es? —murmuró Leutwyn—. ¿Para quién?

Miles estiró los hombros doloridos por la tensión, y se inclinó hacia los controles. El traje tenía que tener un control de anulación externa por alguna parte; era una medida de seguridad común en estos modelos civiles, por si su ocupante resultaba de pronto herido, se ponía enfermo, o quedaba de pronto incapacitado… ah. Ahí.

—¿Qué está haciendo, milord? —preguntó Roic, inquieto.

—Creo que puedo hacerme con el control del traje a través de los sistemas de anulación de emergencia, y traerlo de vuelta a bordo.

—¿Con el ba dentro? ¿Es eso una buena idea?

—Lo sabremos dentro de un momento.

Agarró los controles, resbaladizos bajo sus guantes, se hizo con el control de los impulsores del traje y trató de tirar suavemente. El traje empezó a moverse muy despacio, rozando la pared y luego apartándose. La desconcertante imagen se aclaró: estaba contemplando el exterior de la propia Idris. El traje estaba oculto en el ángulo entre dos de los cilindros que formaban las cabinas. Nadie dentro del traje intentó contrarrestar aquel secuestro. Un pensamiento nuevo y enormemente preocupante asaltó a Miles.

Con cuidado, Miles hizo que el traje rodeara el exterior de la nave hasta la compuerta más cercana a ingeniería, en el lado externo de una de las cubiertas de varas Necklin, el mismo lugar por donde había salido. Abrió la compuerta, llevó el traje al interior. Sus sistemas automáticos lo mantuvieron derecho. La luz se reflejaba en su visor, ocultando lo que pudiera haber dentro. Miles no abrió la puerta interior de la cámara estanca.

—¿Y ahora qué? —preguntó a los presentes.

Venn miró a Roic.

—Su ayudante y yo tenemos aturdidores, creo. Si controla usted el traje, controla los movimientos del prisionero. Tráigalo y arrestaremos al bastardo.

—El traje tiene también capacidades manuales. Quienquiera que esté dentro… vivo y consciente, tendría que haber podido combatirme. —Miles se aclaró la garganta, seca de preocupación—. Me estaba preguntando si los hombres de Brun buscaron dentro de esos trajes cuando indagaban el paradero de Solian, el primer día de su desaparición. Y, hum… en qué estado podría estar ahora su cuerpo.

Roic hizo un ruidito y emitió un quejumbroso susurro de protesta. «¡Milord!» Miles no estaba seguro de la interpretación exacta, pero le pareció que tenía algo que ver con el hecho de que Roic quería conservar su última comida en el estómago, y no esparcirla por todo el interior de su casco.

Tras una breve y tensa pausa, Venn dijo:

—Entonces será mejor que vayamos a echar un vistazo. Selladora, magistrado…, esperen aquí.

Los dos funcionarios no discutieron.

—¿Quiere quedarse con ellos, milord? —sugirió Roic.

—Llevamos semanas buscando a ese pobre hombre —replicó Miles con firmeza—. Si es él, quiero ser el primero en saberlo.

Pero permitió que Venn y Roic fueran delante de él al entrar en ingeniería y atravesar las compuertas de la cabina del generador de campo Necklin.

En la compuerta, Venn desenvainó su aturdidor y se preparó. Roic se asomó a la portilla de la puerta interior. Luego bajó la mano hasta el control del cierre, la puerta se abrió y entró. Regresó un momento después, arrastrando el pesado traje de faena. Lo colocó boca arriba en el suelo del pasillo.

Miles se acercó y contempló el visor.

El traje estaba vacío.

Загрузка...