10

Miles hizo una llamada de urgencia a la Príncipe Xav; se produjo un breve retraso mientras Bel conseguía los permisos para la cápsula de mensajes de la Kestrel. Media docena de naves armadas de la Milicia de la Unión patrullaban el espacio entre la Estación Graf y la flota de Vorpatril, que esperaba en frustrado exilio a varios kilómetros de distancia. A Miles no le habría hecho gracia que algún miliciano cuadri con doble cuota de dedos de gatillo fácil borrara la cápsula del espacio, así que no se relajó hasta que desde la Príncipe Xav le comunicaron que la cápsula había llegado sana y salva a bordo.

Finalmente se sentó en la sala de reuniones de la Kestrel con Bel, Roic y algunas bandejas de raciones militares. Comió mecánicamente, sin apenas saborear la comida caliente no demasiado sabrosa, con un ojo puesto en la pantalla vid que todavía repasaba rápidamente los archivos de la Idris. Dubauer, si aparecía, no había salido ni una vez de la nave para dar un paseo por la Estación durante todo el tiempo que estuvo atracada, hasta que fue obligado a abandonarla junto con los demás pasajeros y llevado al hotel por los cuadris.

El teniente Solian había salido cinco veces, cuatro de ellas en excursiones de rutina para comprobaciones de carga, la quinta, más interesante, después de su turno de trabajo del último día. El vid mostraba su cabeza desde atrás, al partir, y una clara toma de su cara cuando regresó, unos cuarenta minutos más tarde. A pesar de que congeló la imagen, Miles no pudo determinar con certeza que alguna de las manchas o sombras de la camisa verde oscura de Solian fuera producto de una hemorragia nasal, ni siquiera en primerísimo plano. La expresión de Solian era decidida y meditabunda mientras miraba el vid de seguridad, parte de su trabajo, después de todo: tal vez comprobaba automáticamente su funcionamiento.

El joven no parecía relajado, ni feliz, ni a la espera de un permiso para liberarse, aunque debía de tocarle pronto. Parecía… concentrado en algo.

Era la última vez, documentada, que se había visto a Solian con vida. No se había encontrado ningún rastro de su cuerpo cuando los hombres de Brun registraron la Idris al día siguiente, y registraron a conciencia, exigiendo que cada pasajero con cargamento, incluido Dubauer, abriera su cabina y bodega para inspeccionarlas. De ahí la teoría de Brun de que Solian tenía que haberse quitado de en medio sin ser detectado.

—¿Entonces dónde fue, durante esos cuarenta minutos en que estuvo fuera de la nave? —preguntó Miles, fastidiado.

—No cruzó mis puestos de aduana, no a menos que alguien lo envolviera en una alfombra y lo llevara dentro —dijo Bel, convencido—. Y no tengo ninguna grabación de nadie que pasara una alfombra. Lo miramos. Solian tenía fácil acceso a las seis bodegas de carga de ese sector, y a cualquiera de las naves que entonces estaban atracadas. Que eran todas vuestras, en ese momento.

—Bueno, Brun jura que no tiene ningún vid donde se le vea subir a ninguna de las otras naves. Supongo que será mejor que compruebe a todos los demás que entraron o salieron de cualquiera de las naves durante ese periodo. Solian podría haberse sentado sin ser observado a charlar, o hacer algo más siniestro, en cualquiera de los recovecos de esas bodegas de carga. Con o sin hemorragia nasal.

—Las bodegas no se controlan ni se patrullan con demasiado celo —admitió Bel—. Dejamos que la tripulación y los pasajeros utilicen las bodegas vacías para ejercitarse, o celebrar algún juego, a veces.

—Mm.

Desde luego, alguien había usado una para jugar con aquella sangre sintetizada, más tarde.

Después de la cena, Miles hizo que Bel lo llevara al hotel donde se alojaban las tripulaciones de las naves inmovilizadas. Era notablemente menos lujoso y estaba más abarrotado que los de los pasajeros galácticos de pago, y las nerviosas tripulaciones llevaban encerrados varios días sin otra cosa que holovids y los demás tripulantes para entretenerse. Miles fue asaltado al instante por varios oficiales de mando, tanto de las dos naves de la Corporación Toscane como de las dos independientes capturadas en aquel enredo. Exigían saber cuándo iban a conseguir su liberación. Acalló el barullo para solicitar entrevistarse con los tecnomeds asignados a las cuatro naves, en una habitación silenciosa. Al final, tras algún tira y afloja, consiguió un despachito donde llevar al cuarteto de nerviosos komarreses.

Miles se dirigió primero al tecnomed de la Idris.

—¿Sería muy difícil que una persona no autorizada accediera a su enfermería?

El hombre parpadeó.

—En absoluto, lord Auditor. Quiero decir, no está cerrada con llave. En caso de emergencia, la gente puede necesitar entrar inmediatamente, sin localizarme primero. Incluso yo podría tener una emergencia. —Hizo una pausa, y luego añadió—: Naturalmente, algunas medicinas y algún equipo se guardan en armarios con cerradura de código, con controles de inventario más cuidadosos. Pero para el resto no hace falta. Cuando estamos en puerto, la seguridad de la nave controla quién entra y sale, y en el espacio, bueno, eso está resuelto.

—¿No han tenido problemas de robos, entonces? ¿Equipo que sale a dar un paseo, suministros que desaparecen?

—Muy pocos. Quiero decir, la nave es pública, pero no es de ese tipo de nave pública. No sé si me entiende.

Los tecnomeds de las dos naves independientes dijeron que seguían protocolos similares cuando estaban en el espacio, pero estando atracadas ambos mantenían sus pequeños departamentos asegurados cuando no estaban de servicio. Miles se recordó que una de esas personas podría haber sido sobornada para cooperar con quien hubiera hecho la síntesis sanguínea. Cuatro sospechosos, eh. Su siguiente pregunta confirmó que las enfermerías de las cuatro naves tenían sintetizadores portátiles como equipo estándar.

—Si alguien entrara en una de sus enfermerías para sintetizar sangre, ¿podrían saber si han usado su equipo?

—Si lo limpiaran todo después… tal vez no —dijo el técnico de la Idris—. Ni… ¿Cuánta sangre?

—Entre tres y cuatro litros.

El ansioso rostro del hombre se despejó.

—Oh, sí. Es decir, si usaran mis suministros de filopacks y fluidos y no trajeran los suyos propios. De eso me habría dado cuenta.

—¿Cuándo se habría dado cuenta?

—La siguiente vez que mirara, supongo. O en el inventario mensual, si no tuviera ocasión de advertirlo antes.

—¿Lo ha advertido?

—No, pero… Quiero decir, no he mirado.

Claro que un tecnomed adecuadamente sobornado debería ser perfectamente capaz de manipular el inventario de unos artículos tan grandes y tan poco controlados. Miles decidió aumentar la presión.

—El motivo por el que lo pregunto es porque la sangre que se encontró en el suelo de la bodega de carga y que inició esta desagradable (y cara) cadena de acontecimientos, aunque inicialmente fue identificada por su ADN como perteneciente al teniente Solian, más tarde se ha comprobado que es sintética. Los cuadris de aduanas dicen que no tienen constancia de que Solian fuera a la Estación Graf, lo que sugiere, aunque por desgracia no lo demuestra, que la sangre podría haber sido sintetizada al otro lado de los puestos de aduanas. Creo que será mejor que comprobemos sus inventarios de suministros.

La tecnomed de la Rudra, la nave compañera de la Idris, también propiedad de la Toscane, frunció de pronto el ceño.

—Hubo un… —se interrumpió.

—¿Sí? —animó Miles.

—Hubo un pasajero un poco raro, que vino a preguntarme por mi sintetizador sanguíneo. Supuse que era uno de esos viajeros nerviosos, aunque cuando se explicó, también pensé que tenía buenos motivos para estarlo.

Miles sonrió educadamente.

—Hábleme de ese pasajero raro.

—Acababa de iniciar el viaje en la Rudra aquí, en la Estación Graf. Dijo que estaba preocupado por si tenía algún accidente en ruta, debido a su intolerancia a los sustitutos sanguíneos estándar a causa de sus modificaciones genéticas. Cosa que era cierta. Quiero decir que lo creí cuando dijo que tenía problemas de compatibilidad sanguínea. Para eso llevamos los sintetizadores, después de todo. Tenía unos dedos larguísimos… con membranas. Me dijo que era anfibio, cosa que no creí del todo, hasta que me mostró sus branquias. Sus costillas se abrían de una manera sorprendente. Dijo que tiene que rociarse las agallas con un humidificador, cuando viaja, porque el aire de las naves y estaciones es demasiado seco para él.

La tecnomed se detuvo y tragó saliva.

Decididamente, no se trataba de Dubauer. Mm. ¿Otro jugador. ¿Pero en el mismo juego, o en otro distinto?

La tecnomed continuó, con voz asustada:

—Acabé enseñándole mi sintetizador, porque parecía muy preocupado, y no paraba de hacer preguntas al respecto. A mí lo que me preocupaba era qué tipo de tranquilizantes íbamos a darle, si resultaba ser uno de esos tipos que se ponen histéricos ocho días seguidos.

Si él se ponía a dar saltos y a gritar, se dijo Miles convencido, probablemente asustaría igual a la joven. Se enderezó y le dedicó una sonrisa tan alegre que ella se encogió un poco más en su asiento.

—¿Cuándo fue eso? ¿Qué día?

—Hum… dos días antes de que los cuadris nos hicieran evacuar la nave y venir aquí.

Tres días después de la desaparición de Solian. Aquello iba cada vez mejor.

—¿Cómo se llamaba ese pasajero? ¿Podría identificarlo?

—Oh, claro… Quiero decir, con membranas y todo eso. Me dijo que se llamaba Firka.

Fingiendo indiferencia, Miles preguntó:

—¿Estaría dispuesta a repetir su declaración con pentarrápida?

Ella hizo una mueca.

—Supongo que sí. ¿Tengo que hacerlo?

Ni pánico ni ansiedad; bueno.

—Ya veremos. Creo que a continuación haremos inventario. Empezaremos por la enfermería de la Rudra.

Y por si lo estaban llevando a seguir una pista falsa, ordenó a los demás que lo siguieran.

Se produjeron más retrasos, mientras Bel negociaba con Venn y Watts a través de la comconsola para que dieran un permiso temporal a los tecnomeds y se les levantara el arresto domiciliario para que pudieran acudir como testigos expertos. Una vez aprobada la solicitud, la visita a la enfermería de la Rudra fue gratificantemente corta, directa y fructífera.

El suministro base de sangre sintética de la tecnomed se había reducido en cuatro litros. Un filopack, con sus cien metros cuadrados de superficie de reacción almacenada en capas microscópicas en un conveniente envoltorio, había desaparecido. Y la máquina sintetizadora de sangre había sido limpiada de manera inadecuada. Miles sonrió enseñando los dientes mientras guardaba personalmente un fragmento de residuo orgánico y lo pasaba del tubo a una bolsa de plástico para deleite del cirujano de la Príncipe Xav.

Todo parecía suficientemente probado como para que ordenara a Roic recoger las copias de los archivos de seguridad de la Rudra, con particular atención al pasajero Firka, y enviara a Bel con los técnicos a registrar las otras tres enfermerías. Miles regresó a la Kestrel y le entregó su nueva muestra al teniente Smolyani para que la enviara rápidamente a la Príncipe Xav. Luego se puso a buscar el paradero actual de Firka. Lo localizó en el segundo de los dos hoteles de pasajeros retenidos, pero el cuadri de seguridad que había allí le dijo que el hombre había salido antes de la cena y no había regresado todavía. La anterior salida de Firka ese día había sido más o menos a la hora de la reunión de pasajeros: quizás era uno de los hombres del fondo de la sala, aunque desde luego Miles no había advertido ninguna mano membranosa alzada para hacer preguntas.

Miles dejó órdenes al cuadri de seguridad del hotel de que lo llamara a él o a Roic cuando el pasajero regresara, no importaba a qué hora.

Con el ceño fruncido, llamó al primer hotel para ver cómo estaba Dubauer. El herm/ba/lo que fuera betano/cetagandés había regresado sano y salvo de la Idris, en efecto, pero había vuelto a marcharse después de cenar. No era algo extraño: pocos de los pasajeros atrapados se quedaban en el hotel cuando podían evitar el aburrimiento buscando diversión en cualquier lugar de la Estación. Pero ¿no era Dubauer la persona que tenía demasiado miedo para recorrer solo la Estación Graf sin una escolta armada? La preocupación de Miles aumentó, por lo que le dejó la orden al nuevo cuadri de guardia de que le notificara también el regreso de Dubauer.

Repasó los vids de seguridad de la Idris rápidamente mientras esperaba el regreso de Roic. Detuvo las imágenes en primeros planos de las manos de varios visitantes de la nave, por lo demás poco notables, pero ninguna tenía membranas. Era casi medianoche cuando Roic y Bel se presentaron.

Bel bostezó.

—Nada interesante —informó el herm—. Creo que sólo hay pistas en una. Envié a los tecnomeds de vuelta al hotel con una escolta de seguridad. ¿Qué hacemos ahora?

Miles se mordisqueó un dedo.

—Esperar a que el cirujano identifique las dos muestras que he enviado a la Príncipe Xav. Esperar a que Firka y Dubauer regresen a sus alojamientos, o ir a buscarlos por toda la Estación. O, mejor aún, dejar que lo hagan los patrulleros de Venn, pero la verdad es que no quiero que dejen de buscar a mi asesino hasta que crucifiquen a ese tipo.

Roic, que había empezado a alarmarse, se relajó otra vez.

—Buena idea, milord —murmuró agradecido.

—A mí me parece que es una oportunidad de oro para irnos a dormir —opinó Bel.

Miles, irritado, descubrió que los bostezos de Bel se le estaban contagiando. Nunca había llegado a dominar la formidable habilidad de su antiguo colega mercenario, el comodoro Tung, para dormir en cualquier parte, en cualquier momento, cada vez que lo permitía una pausa en la acción. Estaba seguro de que estaba todavía demasiado excitado para dormir.

—Una cabezadita, tal vez —admitió a regañadientes.

Bel, inteligentemente, aprovechó de inmediato la oportunidad de irse a casa con Nicol durante un rato. Sin hacer caso a las protestas del herm, que argumentaba que él era un guardaespaldas, Miles obligó a Bel a ir acompañado de un patrullero cuadri. Lamentándolo, Miles decidió esperar a tener noticias del cirujano para llamar y despertar al jefe Venn; no podía permitirse cometer errores ante los cuadris. Se lavó y se acostó en su diminuto camarote para dormir un poco. Si podía elegir entre una buena noche de sueño ininterrumpido y una buena noticia, prefería la noticia.

Venn, presumiblemente, se lo haría saber de inmediato si Seguridad arrestaba al cuadri de la máquina remachadora. Algunas estaciones espaciales de tránsito estaban deliberadamente diseñadas para que fuera difícil ocultarse. Por desgracia, la Graf no era una de ellas. Su arquitectura sólo podía ser definida como una aglomeración. Tenía que estar llena de rincones ocultos. La mejor oportunidad de atrapar al tipo sería si intentaba escapar; ¿mantendría la serenidad para ocultarse y pasar desapercibido? O, tras haber fallado la primera vez (fuera quien fuese su objetivo), ¿sería lo bastante apasionado para intentarlo de nuevo? Smolyani había desatracado la Kestrel y la había situado a unos pocos metros de la Estación, por si acaso, mientras el lord Auditor dormía.

Sustituir la pregunta de quién podría querer matar a un indefenso herm betano que pastoreaba, bueno, ovejas, por la pregunta de quién podría querer matar a un ba cetagandés que contrabandeaba un cargamento secreto humano (o suprahumano) de valor incalculable, al menos para el Nido Estelar…, abría toda una gama de posibles complicaciones de una manera extremadamente perturbadora. Miles ya había decidido que el tal Firka iba a tener un encuentro con la pentarrápida, con la cooperación de los cuadris, si podía conseguirla, o sin ella. Pero, pensándolo bien, era dudoso que la droga de la verdad le hiciera efecto a un ba. Se entretuvo imaginando los antiguos métodos de interrogatorio. Algo de la época ancestral del emperador Yuri el Loco, tal vez, o de su tatarabuelo el conde Pierre el Sanguinario Vorrutyer.

Se dio la vuelta en su estrecho camastro, consciente de lo solitario que era el silencio de su camarote sin la tranquilizadora y rítmica respiración de Ekaterin arriba. Había ido acostumbrándose a aquella presencia nocturna. Esto del matrimonio se estaba convirtiendo en un hábito, y de los mejores. Tocó el crono de su muñeca y suspiró. Ella estaría dormida ya, probablemente. Demasiado tarde para llamar y despertarla sólo para que escuchara sus chistes. Contó los días que faltaban para el nacimiento de Aral Alexander y Helen Natalia. Su margen de viaje se estrechaba cada día que hacía el tonto aquí. Su cerebro estaba recomponiendo la letra de una antigua nana infantil, algo sobre pentarrápida y rabos de cachorritos por la mañana, cuando por fin se quedó dormido.

—¿Milord?

Miles despertó, alerta, al escuchar la voz de Roic en el intercomunicador del camarote.

—Sí.

—El cirujano de la Príncipe Xav está en la comconsola segura. Le dije que esperara, que quería usted que lo despertase.

—Sí.

Miles miró los brillantes números del crono de pared; había dormido unas cuatro horas. Tiempo suficiente por ahora. Tomó su chaqueta.

—Voy para allá.

Roic, de nuevo (no, todavía) uniformado, esperaba en la cada vez más familiar sala de reuniones.

—Creí haberte dicho que durmieras un poco —dijo Miles—. Mañana… hoy, podría ser un día largo.

—He estado comprobando los vids de seguridad de la Rudra, milord. Creo que he encontrado algo.

—Muy bien. Muéstramelo después, entonces.

Se sentó ante la consola, conectó el cono de seguridad y activó la imagen del comunicador vid.

El cirujano jefe de la flota, capitán según indicaban las insignias de su uniforme verde, parecía ser uno de los jóvenes y animosos Nuevos Hombres del reinado progresista del emperador Gregor; por sus ojos brillantes y excitados, no lamentaba mucho haber perdido una noche de sueño.

—Milord Auditor. Soy el capitán Chris Clogston. He analizado su muestra de sangre.

—Excelente. ¿Qué ha encontrado?

El cirujano se inclinó hacia delante.

—Lo más interesante fue la mancha de ese pañuelo suyo. Yo diría que es sangre haut cetagandesa, sin duda, excepto que los cromosomas sexuales son decididamente extraños. En lugar del par añadido de cromosomas donde suelen desarrollar sus modificaciones genéticas, tiene dos pares añadidos.

Miles sonrió. «¡Sí!»

—Bien. Un modelo experimental. Es un haut cetagandés, en efecto, pero éste es un ba… sin género, y casi con toda certeza procedente del Nido Estelar. Congele una porción de esa sangre, etiquétela como alto secreto, y envíela a los biolaboratorios de SegImp en el primer correo disponible, con mis saludos. Estoy seguro de que querrán tenerla archivada.

—Sí, milord.

No era extraño que Dubauer hubiera intentado quedarse con aquel pañuelo manchado.

Aparte de destruir su tapadera, el trabajo genético de alto nivel del Nido Estelar no era el tipo de cosa que a las damas haut les gustaba que fuera circulando por ahí, no a menos que ellas mismas lo liberaran, filtrado a través de unos cuantos ghem clanes cetagandeses selectos, por medio de sus esposas y madres haut. Cierto, las damas haut reservaban su mayor grado de vigilancia para los genes que atraían a su bien guardado genoma, un trabajo artístico de generaciones. Miles se preguntó qué beneficios económicos podrían obtenerse ofreciendo copias pirata de las células que había recogido inadvertidamente. Tal vez ninguno… Aquel ba no era, evidentemente, su último trabajo. De hecho, casi estaba un siglo pasado de moda.

Su último trabajo se encontraba en la bodega de la Idris. «¡Caray!»

—La otra muestra —continuó Clogston—, era Solian II…, es decir, la sangre sintetizada del teniente Solian. Idéntica a la primera…, de la misma hornada, diría yo.

—¡Bien! Ahora estamos llegando a alguna parte. —«¿Adónde, por el amor de Dios?»—. Gracias, capitán. Su ayuda ha sido de un valor incalculable. Vaya a dormir un poco, se lo ha ganado.

El cirujano, con un gesto de decepción pintado en la cara por ser despedido sin más explicaciones, cortó la comunicación.

Miles se volvió hacia Roic a tiempo de pillarlo sofocando un bostezo. El soldado pareció avergonzado, y se enderezó en el asiento.

—¿Qué tenemos entonces? —le instó Miles.

Roic se aclaró la garganta.

—El pasajero Firka se unió a la Rudra después de la fecha inicial de partida, durante el retraso causado por las reparaciones.

—Ajá. Eso sugiere que no fue un itinerario planeado de antemano, entonces… tal vez. Continúa.

—He sacado unos cuantos registros del tipo entrando y saliendo de la nave, antes de que fuera inmovilizada y los pasajeros retenidos. Usaba su camarote como alojamiento, parece, cosa que hace un montón de gente para ahorrar dinero. Dos de sus salidas coinciden con los momentos en que el teniente Solian estuvo fuera de la Idris… Una coincide con su última inspección rutinaria de la carga, y la otra coincide exactamente con los cuarenta minutos que no podemos explicar.

—Oh, muy bonito. ¿Qué aspecto tiene ese supuesto anfibio?

Roic jugueteó un momento con la consola y recuperó una clara toma de cuerpo entero de los archivos de la Rudra.

El hombre era alto, de cutis pálido con aspecto enfermizo y pelo oscuro rapado a trasquilones sobre el cráneo, como liquen en una roca. Nariz grande, orejas pequeñas, expresión lúgubre en un rostro abotargado…, parecía agotado, en realidad, con ojeras y demacrado. Brazos y piernas largos y flacos; una túnica ancha o un poncho ocultaba los detalles de la parte superior de su gran torso. Sus manos y pies eran especialmente llamativos, y Miles los amplió a primerísimo plano. Una mano estaba medio oculta en un guante de tela, con las puntas de los dedos cortadas, que escondía las membranas, pero en la otra, sin guante y alzada, las membranas se notaban claramente, de un color rosa oscuro entre los dedos larguísimos. Los pies quedaban ocultos por botas suaves o borceguíes, atados en los tobillos, pero tenían el doble de tamaño de un pie normal, aunque no eran más anchos. ¿Podía entonces el tipo extender los dedos de los pies palmípedos, cuando estaba en el agua, como podía hacerlo con los de las manos, para nadar?

Recordó la descripción de Ekaterin del pasajero que se había dirigido a Bel durante su paseo, aquel primer día: «Tenía los pies y manos más largos y estrechos que he visto.» Bel tendría que echarle un vistazo a eso. Miles dejó que el vid avanzara. El tipo tenía una forma de andar un poco desgarbada, alzando y posando aquellos pies casi de payaso.

—¿De dónde vino? —le preguntó Miles a Roic.

—Su documentación dice que es aslundés. —Por el modo en que lo dijo, Roic no se lo creía.

Aslund era uno de los vecinos del Nexo de Barrayar, un empobrecido mundo agrícola en un rincón sin salida de la Rueda Hegen.

—Ja. Casi un paleto local.

—No sé, milord. Sus registros de la aduana de la Estación Graf indican que desembarcó de una nave a la que había subido en Tau Ceti, y que llegó aquí el día antes del señalado para que nuestra flota marchara inicialmente. No sé si es de allí o no.

—Apuesto a que no.

¿Había un mundo acuático en algún lugar de los bordes del Nexo cuyos colonos hubieran decidido alterar a sus hijos en vez de hacerlo con su entorno? Miles no había oído hablar de ninguno, pero tenía que darse el caso alguna vez. ¿O era Firka un proyecto único, un experimento o una especie de prototipo? Se había encontrado con unos cuantos antes. Ninguno era exactamente originario de Aslund. Aunque podría haber emigrado allí… Miles anotó que tendría que pedir a SegImp información sobre el tipo en su próximo informe, aunque cualquier resultado llegaría probablemente demasiado tarde para que le resultara de utilidad inmediatamente. Al menos, esperaba haber resuelto aquel lío antes.

—En un principio trató de encontrar pasaje en la Idris, pero no había plazas —añadió Roic.

—¡Ah! —dijo Miles. Aunque tal vez habría sido más exacto preguntar: «¿Y?»

Miles se acomodó en su asiento, entornando los ojos, siguiendo ya un razonamiento incluso antes de emplear su amada y añorada pentarrápida. Suponiendo que aquel individuo en concreto hubiera tenido algún tipo de contacto personal con Solian antes de que el teniente desapareciera. Suponiendo que hubiera adquirido, de algún modo, una muestra de sangre de Solian, quizá de la misma manera accidental que Miles había conseguido la de Dubauer. ¿Por qué, entonces, en nombre de la razón, se había tomado la molestia de crear una muestra falsa de sangre de Solian para regar con ella toda la bodega de carga y la compuerta?

¿Para encubrir un asesinato en otra parte? La desaparición de Solian siempre se había interpretado como una deserción por parte de sus propios comandantes. No hacía falta ninguna tapadera: si se trataba de un asesinato, ya casi era un crimen perfecto con una investigación a punto de ser abandonada.

¿Un engaño? ¿Pretendían achacar a otro el asesinato de Solian? Interesante, pero, en tal caso, ¿no deberían haberle cargado ya el muerto a un inocente? A menos que Firka fuera el inocente, claro.

¿Para cubrir una deserción? ¿Podría Firka estar colaborando con Solian en su deserción? O… ¿cuándo una deserción podía no ser tal? Cuando era una operación encubierta de SegImp, entonces. Pero Solian pertenecía al Servicio de Seguridad, no a SegImp; era un guardia no un espía ni un agente entrenado. Con todo… un oficial lo suficientemente inteligente, leal, motivado y ambicioso, que se encontrara en un embrollo complicado, tal vez no esperara órdenes de arriba para dar un paso atrevido. Como Miles bien sabía.

Naturalmente, correr un riesgo así terminaba a veces con el oficial muerto. Como Miles bien sabía también.

Aparte de la intención, ¿cuál había sido el efecto del cebo con la sangre? ¿O cuál hubiera sido si el romance de Corbeau y Garnet Cinco no hubiera avivado los prejuicios y la estrechez de miras de los barrayareses?

El escenario ensangrentado de la cubierta de la bodega de carga sin duda habría centrado la atención oficial en la desaparición de Solian: sin duda habría retrasado la partida de la flota, aunque no de manera tan espectacular como habían hecho los acontecimientos reales. Eso suponiendo que el problema de Garnet Cinco y Corbeau hubiera sido accidental, ella era actriz, después de todo, sólo tenían la palabra de Corbeau en lo referido a su comunicador de muñeca.

—Supongo que no tendremos una imagen clara de ese hombre anfibio llevando media docena de jarras de litro por ahí, ¿no? —dijo Miles sin entusiasmo.

—Me temo que no, milord. Pero entró y salió con montones de cajas y paquetes en varias ocasiones: bien podría haber estado ocultando algo.

Uf. La suma de hechos se suponía que tenía que aclarar las ideas, pero aquello se volvía cada vez más y más confuso.

—¿Ha llamado ya alguno de los cuadris de seguridad de alguno de los hoteles? —le preguntó a Roic—. ¿Han vuelto ya Dubauer o Firka?

—No, milord. No ha habido llamadas, quiero decir.

Miles los llamó a ambos para comprobarlo: ninguno de sus pasajeros había regresado todavía. Eran más de las cuatro de la madrugada ya, las 04.20 en el reloj de veinticuatro horas derivado del modelo terrestre que el Cuadrispacio todavía conservaba, generaciones después de que los antepasados no modificados de sus antepasados hubieran abandonado el mundo hogar.

Después de cortar la comunicación, Miles preguntó, quejumbroso:

—Entonces, ¿dónde demonios han ido, toda la noche?

Roic se encogió de hombros.

—Si fuera a lo obvio, yo no los esperaría de vuelta hasta después del desayuno.

Miles simuló no darse cuenta de que Roic se ruborizaba.

—Nuestro hombre anfibio tal vez, pero te garantizo que el ba no fue a buscar compañía femenina.

Miles tendió la mano hacia la tecla de llamada. En vez del jefe Venn, apareció la imagen de una mujer cuadri con el uniforme gris de Seguridad contra el mareante fondo radial del despacho de Venn. Miles no estaba seguro de qué indicaban sus galones, pero parecía sensata, de mediana edad y lo bastante preocupada para ser un mando intermedio.

—Buenos días —empezó a decir amablemente—. ¿Dónde está el jefe Venn?

—Durmiendo, espero. —La expresión de su rostro sugería que iba a hacer todo lo posible para que siguiera así.

—¿A esta hora?

—El pobre hombre tuvo más que un turno doble ayer. —Lo miró entornando los ojos, y pareció reconocerlo—. Oh, lord Auditor Vorkosigan. Soy la supervisora del tercer turno del jefe Venn, Teris Tres. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

—La oficial de guardia nocturna, ¿eh? Muy bien. Sí, por favor. Quisiera conseguir la detención y el interrogatorio, a ser posible con pentarrápida, de un pasajero de la Rudra. Se llama Firka.

—¿Hay alguna acusación criminal que desee cursar?

—Es un testigo material, para empezar. He encontrado motivos para sospechar que puede tener algo que ver con la sangre derramada que inició este lío. Quiero saberlo con seguridad.

—Señor, no podemos ir por ahí arrestando y drogando a todo el que queramos. Necesitamos una acusación formal. Y si el transeúnte no desea ser interrogado voluntariamente, tendrá usted que conseguir una orden judicial para la pentarrápida.

Miles decidió que ese problema se lo pasaría a la Selladora Greenlaw. Parecía cosa de su departamento.

—Muy bien, lo acuso de verter basura. La eliminación incorrecta de material orgánico tiene que ser ilegal aquí, en alguna medida.

A su pesar, la boca de la cuadri esbozó una sonrisa.

—Es un delito menor. Sí, eso valdrá —admitió.

—Cualquier pretexto que les venga a ustedes bien me viene bien a mí. Lo quiero, y lo quiero lo más rápidamente que podamos ponerle las manos encima. Por desgracia, salió de su hotel a las 17.00 de ayer y no se le ha visto desde entonces.

—Nuestro equipo de Seguridad está muy ocupado, a causa del… desafortunado incidente de ayer. ¿Puede esto esperar hasta mañana lord Auditor Vorkosigan?

—No.

Por un instante, Miles pensó que ella iba a ponerse burocrática, pero después de fruncir los labios de manera pensativa durante un momento, claudicó.

—Muy bien. Cursaré una orden de detención contra él, pendiente de la revisión del jefe Venn. Pero tendrá que ver al magistrado en cuanto lo detengamos.

—Gracias. Le prometo que no tendrán ningún problema para reconocerlo. Puedo descargar datos de identidad y algunas tomas vid desde aquí, si lo desea.

Ella admitió que eso podía resultar útil, y así se hizo.

Miles vaciló con el problema más preocupante de Dubauer. No había, cierto, ninguna conexión obvia entre los dos problemas. Todavía. Sin embargo, ¿revelaría alguna el interrogatorio de Firka?

Tras dejar a la ayudante de Venn a cargo del asunto, Miles cortó la comunicación.

Se arrellanó en su asiento un instante, y luego recuperó los vids de Firka y los repasó un par de veces.

—Bien —dijo al cabo de un rato—. ¿Cómo demonios consiguió no meter esos pies largos y palmípedos en los charcos de sangre?

Roic miró por encima de su hombro.

—¿Con un flotador? —dijo por fin—. Pero tendría que descoyuntarse para meter esas piernazas dentro de uno.

—Ya parece bastante descoyuntado.

Pero si los dedos de los pies de Firka eran tan largos y prensiles como sugerían los dedos de sus manos, ¿podría haber manipulado los controles, diseñados para manos inferiores de cuadris, con los pies? Con este nuevo panorama, Miles no necesitaba imaginar que la persona del flotador cargara con un cuerpo pesado: solamente tenía que vaciar por la borda sus borboteantes contenedores de sangre y crear algunas manchas artísticas con un trapo.

Después de intentar imaginar la situación unos instantes, Miles metió las tomas vid de Firka en un manipulador de imágenes e instaló al tipo dentro de un flotador. El supuesto anfibio no tenía que doblarse ni romperse los pies para encajar. Suponiendo que la parte inferior de su cuerpo fuera más flexible que la de Miles o la de Roic, se doblaba bastante bien. Parecía un poco doloroso, pero posible.

Miles contempló con atención la imagen sobre la placa vid.

La primera opción que uno tenía en cuenta para describir a una persona en la Estación Graf no era «hombre o mujer», sino «cuadri o planetario». Con este primer descarte, uno eliminaba la mitad o más de las posibilidades.

Imaginó a un cuadri rubio con chaqueta oscura, corriendo por un pasillo dentro de un flotador. Imaginó a los rezagados perseguidores del cuadri, dejando atrás a un planetario de cabeza afeitada con atuendos livianos, que caminaba en dirección opuesta. Todo lo que haría falta sería, con suficiente rapidez, salir del flotador, volver del revés la chaqueta, meterse la peluca en el bolsillo, dejar la máquina junto a las demás, marcharse caminando… Sería mucho más difícil lo contrario, naturalmente: que un cuadri se hiciera pasar por planetario.

Contempló los ojos vacuos y ojerosos de Firka. Rescató del archivo unas imágenes de rizos rubios y los aplicó al feo rostro de Firka.

¿Una buena aproximación al cuadri del remachador? Lo había visto una fracción de segundo, a quince metros de distancia y, a decir verdad, la atención de Miles se había centrado en el objeto oscuro que escupía trozos de metal caliente que tenía en las manos… ¿Eran unas manos con membranas?

Afortunadamente, podía contar con una segunda opinión. Llamó al código de la casa de Bel Thorne desde la comconsola.

Como no era de extrañar a esa hora tan intempestiva, la conexión visual no se estableció cuando la voz adormilada de Nicol contestó:

—¿Diga?

—¿Nicol? Aquí Miles Vorkosigan. Lamento despertarte. Tengo que hablar con tu inquilino. Sácalo de la cama y que se ponga en el vid. Bel ha dormido más que yo.

La conexión visual se estableció. Nicol se enderezó y recogió a su alrededor, con una mano inferior, una combinación de lazos: aquella sección del apartamento que compartía con Bel estaba evidentemente en el lado de caída libre. Estaba demasiado oscuro para distinguir mucho más allá de su forma flotante. Se frotó los ojos.

—¿Qué? ¿No está Bel contigo?

El estómago de Miles entró en caída libre, a pesar de que la gravedad de la Kestrel funcionaba perfectamente.

—No… Bel se marchó hace más de seis horas.

Ella frunció aún más el ceño. El sueño desapareció de su cara para ser sustituido por la alarma.

—¡Pero Bel no ha venido a casa esta noche!

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