7

Miles se despertó de un profundo sueño cuando llamaron a la puerta de su camarote.

—¿Milord? —dijo en susurros la voz de Roic—. El almirante Vorpatril quiere hablar con usted. Está en la comconsola segura de la sala de oficiales.

La inspiración que su cerebelo pudiera haber transmitido a su conciencia en el adormilado interludio entre el sueño y la vigilia escapó sin remisión. Miles gruñó, y se levantó del camastro. Ekaterin le tendió una mano desde la cama superior y se asomó a mirarlo.

—Sigue durmiendo, amor —susurró Miles, acariciándole la mano. Ella rezongó agradablemente y se dio la vuelta.

Miles se pasó las manos por el pelo, recogió su chaqueta gris, se la puso sobre la ropa interior y salió descalzo al pasillo. Mientras la puerta se cerraba tras él, comprobó su crono. Como en el Cuadrispacio no existían las molestas rotaciones planetarias, regía una sola zona horaria en todo el espacio local, a la que Miles y Ekaterin se habían, supuestamente, acostumbrado durante el viaje. Muy bien, así que no era medianoche, sino por la mañana temprano.

Miles se sentó ante la mesa, se alisó la chaqueta y se ajustó el cuello y tocó el control de su asiento. El rostro y el torso del almirante Vorpatril aparecieron sobre la placa vid. Completamente despierto, vestido y afeitado, sostenía una taza de té en la mano derecha, el puñetero bastardo.

Vorpatril sacudió la cabeza, los labios tensos.

—¿Cómo demonios lo sabía? —preguntó.

Miles entornó los ojos.

—¿Cómo dice?

—Acabo de recibir el informe de mi médico jefe sobre la muestra de sangre de Solian. Fue fabricada, probablemente, veinticuatro horas antes de que la derramaran por la cubierta.

—Oh. —«Rayos y centellas»—. Es… una lástima.

—Pero ¿qué significa? ¿Sigue Solian vivo en alguna parte? Habría jurado que era un desertor, pero tal vez Brun tuviera razón.

Como un reloj parado, incluso los idiotas podían acertar a veces.

—Tendré que reflexionar sobre esto. No demuestra que Solian esté vivo o muerto. Ni siquiera demuestra, necesariamente, que no lo mataran allí, aunque no le cortaran la garganta.

Roic, Dios lo bendijera y cuidara por siempre, colocó una taza de humeante café junto al codo de Miles y se retiró a su puesto junto a la puerta. Miles se aclaró la garganta, si no la mente, con el primer sorbo, y dio un segundo sorbo para poder pensar un instante.

Vorpatril llevaba ventaja, tanto con el café como con los cálculos.

—¿Deberíamos informar de esto al jefe Venn? ¿O… no?

Miles hizo un ruido gutural de duda. Su única ventaja diplomática, el único punto en el que apoyarse, como si dijéramos, había sido la posibilidad de que Solian hubiera sido asesinado por un cuadri desconocido. Parecía que todo se complicaba todavía más.

—La sangre tuvo que ser fabricada en alguna parte. Si se tiene el equipo adecuado, es fácil, y si no, es imposible. Encuentre ese equipo en la Estación, o a bordo de las naves atracadas, y tendrá el lugar. El lugar más el momento debería conducirnos a la gente. Proceso de eliminación. Es el tipo de trabajo de calle que… —Miles vaciló, pero continuó—, que la policía local está mejor capacitada que nosotros para realizar. Si es de fiar.

—¿Fiarnos de los cuadris? ¡Difícilmente!

—¿Qué motivo tienen para mentirnos o confundirnos? —«¿Cuál, de hecho?»—. Tengo que actuar por medio de Greenlaw y Venn. No tengo ninguna autoridad en la Estación Graf por propio derecho.

Bueno, quedaba Bel, pero tenía que usar a Bel con cuidado o se arriesgaría a cargarse la tapadera del herm.

Quería la verdad. A su pesar, reconoció que también preferiría tener el monopolio de ella, al menos hasta disponer de tiempo para decidir cómo servir mejor a los intereses de Barrayar. «Pero si la verdad no nos sirve a nosotros, qué dice entonces de lo que somos, ¿eh?» Se frotó la barbilla sin afeitar. Luego añadió:

—Esto demuestra que lo que sucedió en esa bodega de carga, ya fuera asesinato o tapadera, no fue algo casual sino cuidadosamente planificado. Me encargaré de hablar con Greenlaw y Venn al respecto. Hablar con los cuadris es mi trabajo, en cualquier caso. —«Por mis pecados, presumiblemente. ¿A qué dios he fastidiado esta vez?»—. Gracias, almirante, y dele de mi parte las gracias al médico de su flota por un buen trabajo.

Vorpatril asintió, complacido por este reconocimiento, y Miles cortó la comunicación.

—¡Maldición! —se quejó en un murmullo, contemplando el espacio en blanco con el ceño fruncido—. ¿Por qué nadie obtuvo esa información en la primera exploración? No es mi trabajo ser un maldito patólogo forense.

—Eso espero —dijo el soldado Roic, y se calló—. Hum… ¿Era una pregunta, milord?

Miles se volvió en la silla.

—Una pregunta retórica, pero ¿tienes una respuesta?

—Bueno, milord —dijo Roic, obediente—. Es por el tamaño de las cosas de aquí. La Estación Graf es un hábitat espacial bastante grande. En realidad, sin embargo, en Barrayar sería ciudad pequeña. Y todos esos tipos espaciales tienden a ser fieles cumplidores de la ley. Con todas esas reglas de seguridad… No creo que haya muchos asesinatos por aquí.

—¿Cuántos solía haber en Hassadar?

La Estación Graf alardeaba de tener unos cincuenta mil residentes: la población de la capital del Distrito Vorkosigan se aproximaba al medio millón.

—Tal vez uno o dos al mes, de media. No venían seguidos. A veces había unos cuantos, luego un periodo de calma. Más en verano que en invierno, excepto en Feria de Invierno. Entonces había un montón de asesinatos múltiples. La mayoría no eran ningún misterio, por supuesto. Pero ni siquiera en Hassadar los había tan raros como para interesar a nuestros forenses. Nuestros médicos eran interinos del Distrito Universitario, principalmente, de prácticas. Si alguna vez nos encontrábamos con algo realmente extraño, llamábamos a uno de los investigadores de homicidios de lord Vorbohn en Vorbarr Sultana. Allí deben tener un asesinato al día, y de todo tipo, un montón de experiencia. Apuesto a que el jefe Venn ni siquiera tiene un departamento forense, solo un médico cuadri al que llama de vez en cuando. Así que no es de esperar que tengan los niveles de exigencia de, ejem, SegImp a los que usted está acostumbrado. Milord.

—Es… un punto de vista interesante, soldado. Gracias.

Tomó otro sorbo de café.

—Solian… —dijo, pensativo—. Todavía no sé lo suficiente sobre Solian. ¿Tenía enemigos? Maldición, ¿tenía ese hombre al menos un amigo, o una amante? Si lo mataron, ¿fue por razones personales o profesionales? La diferencia es importante.

Miles había echado un vistazo al historial militar de Solian en el viaje de ida, y le había parecido normal y corriente. Si el hombre había estado alguna vez en el Cuadrispacio, había sido antes de unirse al Servicio Imperial, hacía ya seis años. Había realizado dos viajes anteriormente, con diferentes consorcios y diferentes flotas militares; entre sus experiencias no había al parecer nada más excitante que encargarse de algún tripulante beodo o de un pasajero molesto.

De media, más de la mitad del personal militar de cualquier escolta por el Nexo sería nuevo. Si Solian había hecho amigos (o enemigos) en las semanas transcurridas desde que aquella flota saliera de Komarr, tendría que haber sido en la Idris. Si su desaparición se hubiera producido más cerca del momento de la llegada de la flota al Cuadrispacio, Miles habría limitado las posibilidades de problemas en el trabajo a la Idris también; pero diez días atracados era tiempo suficiente para que un hombre de seguridad curioso se metiera en líos en la Estación también.

Apuró la taza y pulsó el número del jefe Venn en la consola. El comandante de la seguridad cuadri había llegado también temprano al trabajo, al parecer. Su oficina personal estaba evidentemente en la parte en caída libre de la estación. Apareció flotando de lado en el visor de Miles, con una burbuja de café en la mano superior derecha.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan —murmuró amablemente, pero minó la cortesía verbal al no enderezarse para estar como Miles, quien tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no doblarse en su asiento—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Varias cosas. Pero primero, una pregunta: ¿Cuándo se cometió el último asesinato en la Estación Graf?

Venn frunció el ceño.

—Hubo uno hace unos siete años.

—¿Y, ah, antes de eso?

—Tres años antes, creo.

Una auténtica ola de crímenes.

—¿Se encargó usted de esas investigaciones?

—Bueno, tuvieron lugar antes de mi época… Me nombraron jefe de seguridad de la Estación Graf hace unos cinco años. Pero no hubo mucho que investigar. Ambos sospechosos eran planetarios en tránsito: uno mató a otro planetario, el otro asesinó a un cuadrúmano con el que se había puesto a discutir estúpidamente por un pago. Su culpabilidad fue corroborada por testigos y confirmada con un interrogatorio con pentarrápida. Los asesinos casi siempre planetarios, se lo advierto.

—¿Había investigado usted alguna vez un asesinato misterioso?

Venn se enderezó, al parecer para poder mirar a Miles con el ceño fruncido de manera más efectiva.

—Mi gente y yo estamos plenamente entrenados en los procedimientos adecuados, se lo aseguro.

—Me temo que prefiero guardarme mi opinión en lo concerniente a eso, jefe Venn. Tengo una noticia bastante curiosa. Hice que el cirujano jefe de la flota de Barrayar examinara de nuevo la sangre de Solian. Parece que la sangre en cuestión se produjo de manera artificial, presumiblemente a partir de una muestra de la sangre auténtica de Solian o de algún tejido suyo. Tal vez quiera que sus forenses, sean quienes sean, comprueben de nuevo las pruebas archivadas de la bodega de carga y lo confirmen.

Venn frunció todavía más el ceño.

—¡Entonces… desertó, no fue asesinado después de todo! ¡No me extraña que no pudiéramos encontrar ningún cadáver!

—Corre… Se precipita usted, creo. Le garantizo que el panorama se ha vuelto más que pantanoso. Le pido, por tanto, que localice todas las posibles instalaciones de la Estación Graf donde pueda llevarse a cabo una síntesis de tejidos, y que compruebe si se está realizando ese tipo de trabajo y para quién, o si podría haberse hecho de tapadillo, ya puestos. Creo que podemos suponer sin temor a equivocarnos que quien lo haya mandado hacer, Solian o alguien desconocido, estaba muy interesado en ocultarlo. El cirujano jefe me ha dicho que la sangre probablemente fue generada apenas un día antes de que fuera derramada, pero la solicitud tuvo que hacerse en el momento en que la Idris atracó, con toda seguridad.

—Yo… le sigo, desde luego. —Venn se llevó a la boca la burbuja de café, la apretó, y luego se la pasó ausente a la mano inferior izquierda—. Sí, desde luego —repitió más débilmente—. Me encargaré yo mismo.

Miles se sintió satisfecho de haber sacudido a Venn lo suficiente para que, avergonzado en el grado justo, se pusiera en marcha sin ponerse a la defensiva.

—Gracias.

—Creo que la Selladora Greenlaw deseaba hablar también con usted esta mañana, lord Vorkosigan —añadió Venn.

—Muy bien. Puede pasarle esta llamada, si quiere.

Al parecer, Greenlaw era una persona madrugadora, o había bebido su café más temprano. Apareció en el holovid vestida con un elaborado jubón, diferente al del día anterior, severa y completamente despierta. Tal vez más por costumbre diplomática que por ningún deseo de complacer, se enderezó para que Miles la viera de manera adecuada.

—Buenos días, lord Auditor Vorkosigan. En respuesta a sus peticiones, le he preparado una cita con los pasajeros de la flota komarresa a las 10.00. Puede reunirse con ellos para responder a sus preguntas en el más grande de los dos hoteles donde están albergados en este momento. El práctico Thorne se reunirá con usted en la nave y lo llevará hasta allí.

Miles echó atrás la cabeza. Aquello era abusar de su tiempo y de su atención. Por no mencionar el descarado movimiento de presión. Por otro lado… le ponían en las manos una sala llena de sospechosos, justo la gente que deseaba estudiar. Equilibró la irritación y la ansiedad, para comentar simplemente:

—Es usted muy amable al hacérmelo saber. ¿Qué es exactamente lo que cree que podré decirles?

—Eso se lo dejo a usted. Estas personas vinieron con ustedes los barrayareses; son responsabilidad suya.

—Señora, si así fuera, ya estarían todos de camino. No puede haber responsabilidad sin poder. Son las autoridades de la Unión las que los han colocado en este arresto domiciliario, y por tanto son las autoridades de la Unión quienes deben liberarlas.

—Cuando terminen de abonar las fianzas, costes y multas de su gente, nos alegrará hacerlo.

Miles sonrió débilmente y unió las manos sobre la mesa. Deseó que la única nueva carta que tenía para jugar aquella mañana fuera menos ambigua. No obstante, le repitió a la Selladora Greenlaw la noticia sobre la muestra sanguínea manufacturada de Solian, bien envuelta en la queja de que la policía cuadri no había determinado antes aquel detalle concreto. Ella replicó al instante, como había hecho Venn, que eso era una prueba más que apoyaba la deserción y no el asesinato.

—Bien —dijo Miles—. Entonces, que Seguridad de la Unión encuentre a Solian. Un planetario extranjero deambulando por el Cuadrispacio no debe de ser tan difícil de localizar para una policía competente. Suponiendo que lo esté intentando.

—El Cuadrispacio —replicó ella— no es un Estado totalitario. Y su teniente Solian puede que lo haya observado. Nuestras garantías de libertad de movimiento e intimidad personal podrían haber sido lo que le atrajo para separarse aquí de sus antiguos camaradas.

—Entonces, ¿por qué no ha pedido asilo como el alférez Corbeau? No. Me temo que lo que tenemos aquí no es a un hombre desaparecido, sino un cadáver desaparecido. Los muertos no pueden reclamar justicia; es deber de los vivos hacerlo por ellos. Y ésa sí que es una responsabilidad de los míos hacia los míos, señora.

Concluyeron la conversación en este punto; Miles sólo esperaba haber conseguido chafarle la mañana tanto como ella a él. Cortó la comunicación y se frotó la nuca.

—Ah. Esto me ata para el resto del día, supongo.

Miró a Roic, cuya silenciosa posición de guardia ante la puerta se había relajado un poco y tenía los hombros apoyados contra la pared.

—Roic.

El soldado se enderezó rápidamente.

—¿Milord?

—¿Has realizado alguna vez una investigación criminal?

—Bueno…, yo no era más que un guardia callejero. Pero a veces acompañaba a los oficiales veteranos y los ayudaba en algún caso de fraude y agresión. Y en un secuestro. La recuperamos viva. Varias personas desaparecidas. Oh, y una docena de asesinatos, aunque como dije, apenas eran misteriosos. Y la serie de incendios de aquella vez que…

—Bien. —Miles agitó una mano para cortar aquella amable oleada de recuerdos—. Quiero que te encargues por mí de los detalles del caso Solian. Primero, el horario. Quiero que averigües todas las cosas documentadas que hizo ese tipo. Sus informes de guardia, dónde estuvo, qué comió, cuándo durmió (y con quién, si durmió con alguien), minuto a minuto, o lo máximo que puedas, entre el momento de su desaparición y hasta donde puedas remontarte. Sobre todo cualquier movimiento fuera de la nave y estando de permiso. Y luego quiero su perfil personal: habla con la tripulación y el capitán de la Idris, intenta averiguar lo que puedas sobre el tipo. Supongo que no hace falta que te recuerde la diferencia entre hecho, conjetura y chismorreo.

—No, milord. Pero…

—Vorpatril y Brun cooperarán y no te pondrán impedimentos, te lo prometo. Y si no es así, házmelo saber. —Miles sonrió, un poco ominosamente.

—No se trata de eso, milord. ¿Quién se encargará de su seguridad personal en la Estación Graf si yo estoy husmeando por la flota del almirante Vorpatril?

Miles consiguió tragarse un rotundo «no necesito un guardaespaldas». Según su propia teoría, un asesino desesperado podía estar flotando, tal vez literalmente, por la estación.

—El capitán Thorne me acompañará.

Roic pareció dubitativo.

—No puedo aprobarlo, milord. Él… eso… ni siquiera es de Barrayar. ¿Qué sabe usted realmente del, hum, práctico?

—Muchas cosas —le aseguró Miles. Bueno, las sabía. Colocó las manos sobre la mesa y se puso en pie—. Solian, Roic. Encuéntrame a Solian. O su rastro de miguitas de pan, o algo.

—Lo intentaré, milord.

De vuelta en lo que empezaba a considerar su gabinete, Miles se encontró con Ekaterin, que salía de la ducha, vestida de nuevo con su túnica roja y las calzas. Maniobraron para darse un beso.

—Tengo una cita involuntaria —dijo él—. Tengo que ir a la Estación casi inmediatamente.

—¿Te acordarás de ponerte los pantalones?

Miles se miró las piernas desnudas.

—Pensaba hacerlo, sí.

Los ojos de ella bailaron.

—Ibas distraído. Me ha parecido más seguro preguntártelo.

Él sonrió.

—Me pregunto hasta qué punto podría comportarme de manera extraña antes de que los cuadris dijeran algo.

—A juzgar por algunas de las teorías que mi tío Vorthys me cuenta sobre los Auditores Imperiales de generaciones pasadas, algo mucho más extraño que eso.

—No, me temo que sólo serían nuestros barrayareses leales quienes tendrían que morderse la lengua. —Capturó la mano de ella, y la frotó seductoramente—. ¿Quieres venir conmigo?

—¿Para hacer qué? —preguntó ella, con lógico recelo.

—Para decirles a los pasajeros de la flota comercial que no puedo hacer nada por ellos, que están atascados hasta que Greenlaw cambie de opinión, muchas gracias, que tengan un buen día.

—Eso parece… muy poco prometedor.

—Eso es lo menos que me parece a mí.

—Una condesa es por ley y tradición algo parecido a una ayudante de conde. Sin embargo, la esposa de un auditor no es una ayudante de Auditor —dijo ella con una convicción que le recordó a Miles a su tía: la profesora Vorthys era una esposa de auditor con cierta experiencia—. Nicol y Garnet Cinco acordaron llevarme esta mañana a ver la horticultura cuadri. Si no te importa, creo que me ceñiré a mi plan original.

Ekaterin suavizó su rotunda negativa con otro beso. Un destello de culpa hizo que Miles torciera el gesto.

—Me temo que la Estación Graf no es exactamente lo que tenía en mente para nuestra luna de miel.

—Oh, yo me lo estoy pasando bien. Eres tú quien tiene que tratar con toda la gente difícil. —Hizo una mueca, y él recordó su tendencia a mostrarse extremadamente reservada cuando se sentía dolorosamente abrumada. Cierto que eso sucedía cada vez menos. Durante el último año y medio le había encantado ver cómo adquiría confianza y se sentía progresivamente más cómoda en el papel de lady Vorkosigan—. Tal vez, si estás libre para el almuerzo, podamos reunirnos para que te desahogues conmigo —añadió ella como quien ofrece un intercambio de rehenes—. Pero no si tengo que recordarte que mastiques y tragues.

—Sólo la alfombra.

Esto le valió una sonrisa; un beso de despedida y se encaminó hacia la ducha, tranquilizado de antemano. Aunque podía sentirse afortunado de que ella hubiera accedido a venir con él al Cuadrispacio, todo el mundo en la Estación Graf, desde Vorpatril y Greenlaw hasta el último mono, tenía mucha más suerte.

Las tripulaciones de las cuatro naves komarresas ahora retenidas en sus puntos de atraque habían sido conducidas a un hotel y mantenidas allí bajo arresto. Las autoridades cuadris habían fingido no acusar a los pasajeros, un heterogéneo montón de gente de negocios que, con sus artículos, se habían unido al convoy durante varios segmentos de la ruta, ya que era la manera más económica de viajar. Pero, por supuesto, no podían quedarse a bordo de naves sin tripulación, y por eso habían sido conducidos a la fuerza a otro alojamiento, más lujoso.

En teoría, los pasajeros eran libres para deambular por la Estación sin más requerimiento que firmar sus idas y venidas a un par de guardias de seguridad cuadris (armados sólo con aturdidores, advirtió Miles de pasada) que vigilaban las puertas del hotel. No es que los pasajeros no pudieran abandonar legalmente el Cuadrispacio, pero los cargamentos que la mayoría transportaba estaban todavía inmovilizados a bordo de sus respectivas naves. Y por eso estaban retenidos siguiendo el principio del mono que tiene la mano metida en la jarra de nueces, incapaz de soltar lo que no puede llevarse. El «lujo» del hotel se convertía además en otro castigo cuadri, ya que la estancia obligatoria se cobraba a la corporación de la flota komarresa.

El salón del hotel le pareció grandioso a Miles, con un alto techo abovedado que simulaba una estrella de la mañana con nubes ondulantes que probablemente seguían el ciclo del día con el amanecer, la puesta de sol y la noche. Miles se preguntó qué constelaciones de qué planeta mostrarían, o si podrían variarse para halagar a los inquilinos de paso. El gran espacio abierto estaba rodeado por una balaustrada a la altura del primer piso, que daba a un vestíbulo, un restaurante y un bar donde los clientes podían reunirse, saludarse y comer. En el centro, un conjunto de columnas de mármol de forma aflautada, a la altura de la cintura, sostenía una doble lámina curva de grueso cristal que a su vez sostenía un gran y complejo adorno floral. ¿Dónde cultivaban esas flores en la Estación Graf? ¿Estaba viendo Ekaterin su origen ahora mismo?

Además de los habituales tubos de ascensión, una amplia escalera conducía desde el vestíbulo a la planta de conferencias. Bel guió a Miles hasta una sala de reuniones menos ostentosa de la planta inferior.

Encontraron la sala repleta. Unos ochenta individuos airados de lo que parecía ser cada raza, vestido, origen planetario y género del Nexo estaban allí reunidos. Comerciantes galácticos, con un agudo sentido del valor de su tiempo y ninguna inhibición cultural barrayaresa frente a los auditores imperiales, descargaron varios días de frustraciones acumuladas sobre Miles en el momento en que dio un paso al frente y se volvió hacia ellos. Catorce idiomas eran manejados por diecinueve marcas distintas de autotraductores, varios de los cuales, decidió Miles, debían de haber sido comprados a precio de saldo a unos fabricantes a punto de caer en la bancarrota. No es que sus respuestas a la andanada de preguntas fueran una tarea especialmente difícil para los traductores; el noventa por ciento de ellas fueron: «No lo sé todavía» o «Pregúntenle a la Selladora Greenlaw».

La cuarta vez que repitió esta letanía recibió por fin un gemido, a coro, desde el fondo de la sala.

—¡Pero Greenlaw dijo que se lo preguntáramos a usted! —Aunque el aparatito traductor soltó un segundo más tarde algo así como: «¡Césped legal cazador marino inquiriendo unidad de altitud!»

Miles consiguió que Bel le señalara con disimulo a los hombres que habían intentado sobornar al práctico para rescatar sus artículos. Luego pidió a todos los pasajeros de la Idris que habían llegado a conocer al teniente Solian que se quedaran y le contaran sus experiencias. Esto pareció provocar la ilusión de que las autoridades hacían algo, y los demás se marcharon rezongando simplemente.

La excepción fue un individuo a quien Miles catalogó, después de una pausa dubitativa, como hermafrodita betano. Alto para ser un herm, la edad que sugerían su pelo plateado y sus cejas se contradecía con su postura firme y la fluidez de sus movimientos. Si hubiera sido barrayarés, Miles habría supuesto que el individuo era un sano y atlético sesentón…, lo cual probablemente significaba que había alcanzado un siglo betano. Un largo sarong de color oscuro y conservador, una camisa de cuello alto y chaqueta de manga larga, para protegerse de lo que un betano sin duda interpretaría como el frío de la Estación, y bonitas sandalias de cuero completaban un atuendo de aspecto caro al estilo betano. Los hermosos rasgos eran aguileños, los ojos oscuros, líquidos y agudamente observadores. Tan extraordinaria elegancia era algo que Miles tendría que haber recordado, pero no consiguió ir más allá de una sensación de familiaridad. Maldita criocongelación… No podía decidir si era un recuerdo verdadero, revuelto como tantos otros recuerdos por los traumas neurales del proceso de resurrección, o uno falso, aún más distorsionado.

—¿Práctico Thorne? —dijo el herm con voz aguda y suave.

—Sí.

También Bel, como no era de extrañar, estudió al compatriota betano con especial interés. A pesar de la digna edad del herm, su belleza provocaba admiración. A Miles le divirtió ver que Bel dirigía la mirada al pendiente betano de la oreja izquierda del desconocido. Por desgracia, era de los que significaban: «comprometido sentimentalmente; no busco».

—Me temo que tengo un problema especial con mi cargamento.

La expresión de Bel volvió a ser neutra; se preparaba sin duda para oír otra triste historia, con o sin soborno.

—Soy pasajero de la Idris. Transporto varios cientos de fetos de animales modificados en replicadores uterinos, que requieren atenciones periódicas. Hay que atenderlos otra vez. No puedo posponerlo mucho más. Si no se las cuida, mis criaturas podrían resultar dañadas o incluso morir. —Una mano de largos dedos tiró de la otra, nerviosamente—. Peor, se les termina el plazo. No esperaba un retraso tan largo en mi viaje. Si sigo retenido aquí mucho tiempo, tendrán que ser destruidos, y yo perderé el valor de mi cargamento y de mi tiempo.

—¿Qué clase de animales son? —preguntó Miles con curiosidad.

El alto herm lo miró.

—Cabras y ovejas, principalmente, y algunos otros más especiales.

—Mm. Supongo que podría usted amenazar con soltarlos en la Estación para obligar a los cuadris a vérselas con ellos. Varios centenares de ovejitas correteando por las bodegas de carga… —Esto le valió una mirada extremadamente seca del práctico Thorne. Miles continuó más comedido—: Pero confío en que no haga falta llegar a ese extremo.

—Le trasladaré su petición al jefe Watts —dijo Bel—. ¿Su nombre, honorable herm?

—Ker Dubauer.

Bel hizo una leve reverencia.

—Espere aquí. Vuelvo en un instante.

Mientras Bel se apartaba para hacer una llamada vid en privado, Dubauer, sonriendo levemente, murmuró:

—Muchas gracias por ayudarme, lord Vorkosigan.

—No hay de qué. —Con el ceño fruncido, Miles añadió—: ¿Nos hemos visto antes?

—No, milord.

—Mm. Oh, bien. Cuando estuvo a bordo de la Idris, ¿llegó a conocer al teniente Solian?

—¿El pobre joven que todos pensaban que había desertado, pero que ahora parece que no? Lo vi una vez haciendo su trabajo. Nunca hablé con él, para mi pesar.

Miles pensó en hacer pública la noticia de la sangre sintética, pero luego decidió quedarse la información un poco más. Tal vez hubieran cosas mejores y más inteligentes que hacer con ella que mandarla a hacer compañía al resto de los rumores. Unos seis pasajeros de la Idris se habían acercado durante esta conversación; esperaban para contar sus propias experiencias con el teniente desaparecido.

Las breves entrevistas fueron de un valor dudoso. Un asesino atrevido sin duda mentiría, pero uno listo simplemente no se acercaría. Tres de los pasajeros se mostraron a la defensiva y cortantes, pero diligentemente precisos. Los otros estaban ansiosos y llenos de teorías que compartir, ninguna en consonancia con que la sangre de la bahía de carga hubiera sido un truco. Miles consideró las ventajas de practicar una entrevista con pentarrápida a todos los pasajeros y tripulantes de la Idris. Otra tarea de la que Venn, o Vorpatril, o ambos juntos deberían haberse ocupado ya, maldición. Lástima, los cuadris tenían tediosas reglas sobre esos métodos invasivos. La gente de paso en la Estación Graf estaba fuera del alcance de las más bruscas técnicas de interrogatorio de Barrayar, y los miembros del personal militar barrayarés, a quienes Miles podía tratar como quisiera, estaban muy abajo en su actual lista de sospechosos. La tripulación civil komarresa era un caso más ambiguo: súbditos de Barrayar ahora bajo custodia cuadri.

Mientras tanto, Bel regresó junto a Dubauer, esperó en silencio a un lado con los brazos cruzados y murmuró:

—Puedo escoltarlo personalmente a bordo de la Idris para atender su cargamento en cuanto el lord Auditor haya terminado aquí.

Miles cortó la entusiasta teoría criminal del último komarrés y lo despidió.

—He terminado —anunció. Miró el crono de su comunicador de muñeca. ¿Alcanzaría a Ekaterin para almorzar? Parecía dudoso, a esa hora; por otro lado, ella podía pasarse inimaginables cantidades de tiempo contemplando plantas, así que tal vez hubiera una esperanza.

Los tres salieron juntos de la sala de conferencias y subieron las amplias escaleras hasta el espacioso vestíbulo. Ni Miles ni, supuso, Bel entraban jamás en una habitación sin hacer un barrido visual de todos los posibles puntos de observación desde donde pudieran disparar, un legado de años de experiencias desagradablemente compartidas. Así que divisaron simultáneamente la figura situada en el balcón de enfrente, que sostenía una extraña caja oblonga sobre la balaustrada. Dubauer siguió su mirada, lleno de asombro.

Miles atisbó unos ojos oscuros en un rostro lechoso bajo una mata de rizos rojizos, que lo observaba intensamente. Bel y él, a cada lado de Dubauer, reaccionaron espontánea y simultáneamente: agarraron al betano por los brazos y se abalanzaron hacia delante. Brillantes estallidos brotaron de la caja con un estampido ensordecedor. De la mejilla de Dubauer manó sangre mientras el herm caía: algo parecido a un enjambre de abejas furiosas pasó justo por encima de la cabeza de Miles. Luego los tres se arrastraron boca abajo para parapetarse tras las amplias columnas truncadas de mármol que sostenían las flores. Las abejas parecieron seguirlos; fragmentos del cristal de seguridad explotaron en todas direcciones, y trozos de mármol se desparramaron en una amplia fuente. Una rápida vibración llenó la sala, estremeció el aire, el atronador ruido se mezcló con gritos y lamentos.

Miles trató de alzar la cabeza para echar un rápido vistazo, pero Bel se arrojó sobre el otro betano y lo hizo aplastarse contra el suelo. Sólo pudo oír lo que pasó a continuación: más gritos, el súbito cese del zumbido, un fuerte golpe. Una voz de mujer gemía e hipaba en medio del sorprendente silencio, y luego se ahogó entre espasmódicos sollozos. Miles apartó la mano al sentir un beso suave y frío, pero eran sólo unas cuantas hojas y pétalos de flores desgajadas que revoloteaban lentamente por el aire para posarse alrededor de todos ellos.

Загрузка...