11

El Puesto de Seguridad Número Uno de la Estación Graf, que albergaba la mayor parte de las oficinas administrativas de la policía, incluida la del jefe Venn, se encontraba por completo en la parte en caída libre de la Estación. Miles y Roic, acompañados por un acalorado guardia cuadri de la compuerta de la Kestrel, flotaron hasta la zona de recepción del puesto, desde donde varios pasillos tubulares se extendían en extraños ángulos. El lugar estaba todavía tranquilo, aunque faltaba muy poco para el cambio de turno.

Nicol había llegado antes que Miles y Roic, pero no mucho. Todavía esperaba la llegada del jefe Venn, ante la mirada preocupada de un cuadri uniformado a quien Miles consideró el equivalente del sargento de guardia del turno de noche. La alarma del oficial cuadrúmano aumentó cuando entraron, y una mano inferior se movió para tocar una tecla en su consola; como quien no quiere la cosa, al instante llegó otro oficial cuadri armado flotando desde uno de los pasillos para reunirse con su camarada.

Nicol llevaba una sencilla camiseta azul y pantalones, puestos a toda prisa y sin detalles artísticos. Tenía la cara pálida de preocupación. Sus manos inferiores se entrelazaban. Dirigió un breve gesto con la cabeza a Miles respondiendo a su saludo entre susurros.

El jefe Venn llegó por fin, y miró a Miles con antipatía pero resignado. Aparentemente había dormido, aunque no lo suficiente, y se había vestido de manera pesimista para el día: el hecho de que no tenía ninguna oculta esperanza de volver a dormir se notaba en su atuendo. Despidió al guardia armado y, a regañadientes, invitó al lord Auditor y a su grupo a seguirlo a su despacho. La supervisora del tercer turno con la que Miles había hablado hacía un ratito (bien podía empezar a llamarlo la noche pasada) trajo burbujas de café junto con su informe final del turno. Entregó meticulosamente las burbujas a los planetarios, en vez de lanzarlas al aire y esperar que las atraparan al vuelo como su jefe y Nicol. Miles llevó el control termal de la burbuja al límite de la zona roja y sorbió agradecido el líquido caliente y amargo, igual que Roic.

—Este pánico puede ser prematuro —empezó a decir Venn tras dar un primer sorbo—. La incomparecencia del práctico Thorne puede tener una explicación muy sencilla.

¿Y cuáles eran las explicaciones complicadas que Venn tenía ahora en mente? El cuadri no las compartió, pero claro, Miles tampoco. Bel llevaba desaparecido seis horas, desde que despidió a su guardia cuadri en la parada de coches-burbuja cerca de su casa. A esas alturas el pánico podía ser muy bien póstumo, pero Miles no quiso decirlo en voz alta delante de Nicol.

—Estoy muy preocupado.

—Thorne puede estar durmiendo en cualquier otro lugar. —Venn miró enigmáticamente a Nicol—. ¿Han comprobado si está con algún amigo?

—El práctico declaró explícitamente que se iba a casa con Nicol a descansar, cuando salió de la Kestrel a eso de medianoche —dijo Miles—. Un descanso bien merecido a esa hora, debo añadir. Sus propios guardias deberían poder confirmar la hora exacta en que Thorne salió de mi nave.

—Naturalmente, le proporcionaremos otro oficial de enlace que le ayude en sus investigaciones, lord Vorkosigan. —La voz de Venn era un poco distante; ganaba tiempo para pensar, así era como la interpretaba Miles. Podía además estar haciéndose deliberadamente el tonto. Miles no lo consideraba tonto, no cuando había interrumpido su descanso y llegado hasta allí en cuestión de minutos.

—No quiero otro. Quiero a Thorne. Pierden ustedes a demasiados planetarios por aquí. Está empezando a parecerme un franco descuido. —Miles tomó aliento—. Ya se le tiene que haber pasado por la cabeza, como a mí, que había tres personas en la línea de fuego en el vestíbulo del hotel ayer por la tarde. Todos dimos por supuesto que el objetivo era yo. ¿Y si era algo menos obvio? ¿Y si era Thorne?

Teris Tres hizo un gesto con una mano superior e intervino.

—Hablando de eso, el origen de esa máquina remachadora llegó hace unas horas.

—Oh, bien —dijo Venn, volviéndose aliviado hacia ella—. ¿Que tenemos?

—Se vendió hace tres días, en efectivo, en una tienda de suministros de ingeniería cerca de los muelles en caída libre. Se la llevaron, no fue entregada. El comprador no rellenó ningún formulario de garantía. El empleado no estaba seguro de quién fue, porque había mucha gente.

—¿Cuadri o planetario?

—No pudo decirlo. Parece que pudo haber sido cualquiera de las dos cosas.

Y si ciertas manos palmípedas estaban cubiertas con guantes, como demostraba el vid, bien podrían no haber llamado la atención. Venn hizo una mueca, sus esperanzas de haber conseguido algo claramente frustradas.

La supervisora nocturna miró a Miles.

—También llamó lord Vorkosigan, para solicitar que detengamos a uno de los pasajeros de la Rudra.

—¿Lo han encontrado ya? —preguntó Miles.

Ella negó con la cabeza.

—¿Para qué lo quiere? —preguntó Venn, frunciendo el ceño.

Miles repitió la historia de su interrogatorio a los tecnomeds y el hallazgo de rastros de sangre sintetizada de Solian en la enfermería de la Rudra.

—Bueno, eso explica por qué nosotros no tuvimos suerte en los hospitales y clínicas de la Estación —gruñó Venn. Miles lo imaginó regañando a los agotados cuadris de su departamento por las horas invertidas en la infructuosa búsqueda, y pasó por alto el gruñido.

—También identifiqué a un sospechoso, en el curso de la conversación con la tecno de la Rudra. Hasta ahora no son más que pruebas circunstanciales, pero la pentarrápida es la medicina para curar esas cosas.

Miles describió al extraño pasajero Firka, su insuficiente pero acuciante sensación de reconocimiento, y sus recelos por el creativo uso de un flotador. Venn parecía cada vez más y más sombrío. El hecho de que Venn se resistiera por instinto a dejarse avasallar por un barrayarés comepolvo, decidió Miles, no significaba que no estuviera escuchando. Lo que hiciera con ello, a través de sus filtros culturales cuadris, era mucho más difícil de imaginar.

—¿Pero qué hay de Bel? —La voz de Nicol estaba cargada de angustia reprimida.

Venn era obviamente menos inmune a una súplica de una hermosa compañera cuadri. Miró a su supervisora nocturna y asintió.

—Bueno, ¿qué más da uno más? —Teris Tres se encogió de hombros—. Cursaré una llamada a todos los patrulleros para que empiecen a buscar al práctico Thorne, además de al tipo de las membranas.

Miles se mordisqueó preocupado el labio inferior. Tarde o temprano, aquel cargamento viviente a bordo de la Idris tendría que volver a atraer al ba.

—Bel… el práctico Thorne les dijo anoche que volvieran a sellar la Idris, ¿verdad?

—Sí —dijeron a la vez Venn y la supervisora nocturna. Venn le dirigió a la mujer un breve gesto de disculpa y continuó—: ¿Se encargó de todo ese pasajero betano al que Bel estaba intentando ayudar con sus fetos animales?

—Dubauer. Hum, sí. Están bien por ahora. Pero, ah… Creo que me gustaría que detuvieran a Dubauer, además de a Firka.

—¿Porqué?

—Abandonó su hotel y desapareció ayer por la noche, casi a la misma hora que se marchó Firka, y tampoco ha regresado. Y Dubauer era el tercero de nuestro pequeño triunvirato de blancos de ayer. Llamémoslo custodia preventiva, para empezar.

Venn frunció los labios un instante, reflexionando sobre aquello, y miró a Miles con clara antipatía. Tendría que haber sido menos inteligente de lo que parecía para no sospechar que Miles no se lo estaba contando todo.

—Muy bien —dijo por fin. Agitó una mano hacia Teris Tres—. Adelante, vayamos por todos.

—Bien. —Ella miró el crono de su muñeca inferior izquierda—. Son las 07.00. —Cambio de turno, al parecer—. ¿Me quedo?

—No, no. Yo me encargaré. Que empiece la nueva búsqueda y luego vaya a descansar. —Venn suspiró—. Puede que esta noche no sea mejor.

La supervisora nocturna le dirigió un gesto afirmativo con los pulgares de ambas manos inferiores y salió de la pequeña oficina.

—¿Preferiría esperar en casa? —le sugirió Venn a Nicol—. Estará más cómoda allí, estoy seguro. Nos encargaremos de llamarla en cuanto encontremos a su compañero.

Nicol tomó aliento.

—Prefiero quedarme aquí —dijo con firmeza—. Por si acaso… por si acaso sucede algo pronto.

—Te haré compañía —se ofreció Miles—. Durante un ratito, al menos.

Toma, que Venn intentara mover su masa diplomática.

Por lo menos consiguió sacarlos de su despacho y conducirlos a una pequeña sala de espera, argumentando que era más tranquila. Más tranquila para Venn, al menos.

Miles y Nicol se quedaron mirándose mutuamente en medio de un preocupado silencio. Lo que Miles más quería saber era si Bel tenía algún otro asunto de SegImp en marcha que pudiera haber resurgido de manera imprevista la noche anterior. Pero estaba casi seguro de que Nicol no sabía nada de la segunda fuente de ingresos de Bel… y de riesgos. Además, eso era complicar las cosas innecesariamente. Si algún asunto había rebotado, era probablemente el actual. Y ya era lo bastante lioso para que todos los pelos de Miles se le pusieran de punta.

Bel había escapado de su antigua carrera casi ileso, a pesar de la aureola casi letal del almirante Naismith. Que el herm betano hubiera llegado hasta aquí, tan cerca de conseguir una vida propia y un futuro, para que su pasado lo alcanzara como una especie de destino ciego y lo aplastara ahora… Miles tragó saliva, se guardó su preocupación y se abstuvo de farfullar alguna disculpa inoportuna e incoherente a Nicol. Con algo se había topado Bel la noche anterior, pero Bel era rápido y listo y experimentado; podría enfrentarse a ello. Siempre lo había hecho.

Pero incluso la suerte que uno se labra se agota algunas veces…

Nicol rompió el forzado silencio haciéndole a Roic una pregunta tonta sobre Barrayar, y el soldado contestó torpemente pero con amabilidad para distraerla. Miles miró su comunicador de muñeca. ¿Era demasiado temprano para llamar a Ekaterin?

¿Qué demonios era por cierto lo siguiente en su agenda? Había planeado pasarse la mañana llevando a cabo los interrogatorios con pentarrápida. Todos los hilos que pensaba que tenía en la mano, perfectamente sujetos, habían llegado al mismo preocupante corte final: Firka desaparecido, Dubauer desaparecido, y ahora Bel desaparecido también. Y Solian, no lo olvidemos. La Estación Graf, a pesar de ser como un laberinto, no era un lugar tan grande. ¿Cuántos recovecos podía tener el maldito laberinto?

Para su sorpresa, sus frustrados pensamientos fueron interrumpidos cuando la supervisora nocturna asomó la cabeza por una de las puertas redondas. ¿No se marchaba ya?

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿puede atenderme un momento? —preguntó educadamente.

Miles se excusó ante Nicol y flotó tras ella, seguido diligentemente por Roic. La supervisora los condujo por un pasillo hasta el cercano despacho de Venn, que ponía fin a una llamada por comconsola, diciendo:

—Está aquí, es pesado y lo tengo encima. Es su trabajo encargarse de él.

Miró por encima del hombro y cortó la comunicación. En la placa vid, Miles atisbó las formas de la Selladora Greenlaw, envuelta en lo que podía ser una bata, desaparecer con un chisporroteo.

Cuando la puerta se cerró de nuevo tras él, la supervisora se volvió en el aire y declaró:

—Uno de nuestros patrulleros del tercer turno que acababa de terminar la guardia ha informado de que vio al práctico Thorne anoche.

—¿Después de dejar la Kestrel? —preguntó Miles ansiosamente—. ¿A qué hora, dónde?

Ella miró a Venn, que abría una mano en un gesto de permiso.

—En un restaurante, en la Unión. Es uno de nuestros principales pasillos radiales en la zona de caída libre, con una estación de tránsito de coches-burbuja y un jardín público… Un montón de gente se da cita allí, para comer o hacer lo que sea después de los turnos de trabajo. Vieron claramente a Thorne a eso de la 01.00 tomando una copa, y conversando, con Garnet Cinco.

—¿Sí? Son amigos, creo.

Venn se agitó con lo que Miles catalogó tras un instante como incomodidad, y dijo:

—¿Sabe usted por casualidad hasta qué punto son buenos amigos? No quería discutirlo delante de esa joven tan apurada. Pero se sabe que a Garnet Cinco, hum, le gustan los planetarios exóticos, y el herm betano es, después de todo, un herm betano. Explicaciones sencillas, después de todo.

Media docena de respuestas levemente escandalizadas corrieron por la mente de Miles, para ser rápidamente rechazadas. Se suponía que no conocía tan bien a Bel. Y no es que alguien que conociera bien a Bel se hubiera sorprendido lo más mínimo por la delicada sugerencia de Venn…, no. Los gustos sexuales de Bel podían ser eclécticos, pero el hermafrodita no era de los que traicionaban la confianza de un amigo. Nunca lo había sido. Todos cambiamos.

—Mejor que se lo pregunte al jefe Watts —disimuló. Captó la mirada de Roic y su gesto con la cabeza en dirección a la comconsola de Venn, conectada a la curvada pared del despacho—. Mejor aún —continuó tan tranquilo—, llame a Garnet Cinco. Si Thorne está allí, el misterio queda resuelto. Si no, al menos tal vez sepa adónde se marchó Thorne.

Trató de decidir cuál sería la peor causa de preocupación. El recuerdo de los remaches calientes rozándole el pelo le inclinaba a esperar lo primero, a pesar de Nicol.

Venn abrió una mano superior aceptando la sugerencia, y se volvió a medias para marcar un código de búsqueda en su comconsola con una mano inferior. El corazón de Miles dio un brinco cuando el rostro sereno de Garnet Cinco y su voz clara aparecieron, pero sólo era un programa contestador. Venn frunció el entrecejo; dejó una petición de que contactara con él en cuanto pudiera, y cortó la comunicación.

—Podría estar dormida —dijo esperanzada la mujer del turno de noche.

—Envíen un patrullero a comprobarlo —dijo Miles, un poco tenso. Recordando que se suponía que era diplomático, añadió—: Si les parece.

Teris Tres, con cara de que una visión de su saco de dormir retrocedía ante sus ojos, volvió a marcharse. Miles y Roic regresaron junto a Nicol, quien los miró ansiosa mientras flotaban para entrar en la sala de espera. Miles apenas vaciló antes de contarle lo que había visto el patrullero.

—¿Se te ocurre algún motivo para que se vieran? —le preguntó.

—Montones —respondió Nicol sin reserva, confirmando la secreta valoración de Miles—. Estoy seguro de que ella quería noticias del alférez Corbeau, o de cómo podían afectar a su caso los acontecimientos. Si se encontró con Bel camino de casa, en la Unión, seguro que aprovechó la oportunidad para enterarse de algo. O puede que sólo le hiciera falta alguien con quien desahogarse. A la mayoría de sus otros amigos no les hace demasiada gracia su romance desde el ataque barrayarés y el incendio.

—Muy bien, eso podría explicar la primera hora. Pero no más. Bel estaba cansado. ¿Luego qué?

Ella volvió hacia arriba las cuatro manos, en un gesto indefenso de frustración.

—No puedo ni imaginármelo.

La imaginación de Miles estaba demasiado activa. «Necesito datos, maldición» se estaba convirtiendo en su mantra personal en aquel lugar. Dejó a Roic para que siguiera charlando de nimiedades con Nicol y, sintiéndose un poco egoísta, se dirigió a un lado de la sala para llamar a Ekaterin por el comunicador de muñeca.

Por la voz, Ekaterin parecía adormilada pero alegre, y sostuvo tozudamente que estaba despierta ya y a punto de levantarse. Intercambiaron unas cuantas caricias verbales que no interesaban a nadie más que a ellos, y Miles describió lo que había descubierto como resultado del chismorreo que ella había captado sobre las hemorragias nasales de Solian, cosa que pareció complacerla enormemente.

—¿Dónde estás ahora, y qué has desayunado? —preguntó.

—El desayuno se ha retrasado. Estoy en el Cuartel General de Seguridad de la Estación. —Miles vaciló—. Bel Thorne desapareció anoche, y están buscándolo.

Un pequeño silencio recibió estas palabras, y la contestación de Ekaterin fue tan cuidadosamente neutral como sabía ser Miles.

—Oh. Eso es preocupante.

—Sí.

—Roic te hace compañía todo el tiempo, ¿verdad?

—Oh, sí. Los cuadris tienen guardias armados siguiéndome también.

—Bien. —Ella tomó aire—. Bien.

—La situación se está volviendo bastante pantanosa. Puede que al final tenga que enviarte a casa. Tenemos cuatro días más para decidirlo.

—Bien. Dentro de cuatro días podremos hablar de ello.

Entre su deseo de no alarmarla más y el de ella de no distraerlo, la conversación fue decayendo, y Miles, piadosamente, se apartó del calmante sonido de su voz para dejarla ir a bañarse y vestirse y desayunar.

Miles se preguntó si Roic y él deberían, después de todo, escoltar a Nicol a casa, y tal vez después intentar recorrer la Estación con la esperanza de encontrar a alguien al azar. Eso sí que era un plan táctico destinado al fracaso. Si se lo sugería a Roic, sin duda le daría un ataque plenamente justificado, aunque se comportara con toda educación. Sería como en los viejos tiempos. Pero suponiendo que hubiera algún medio de hacer que fuera menos al azar…

La voz de la supervisora nocturna llegó flotando desde el pasillo. Santo Dios, ¿la pobre mujer no iba a irse a dormir nunca?

—Sí, están aquí, pero ¿no le parece que debería ver al tecnomed primero para…?

—¡Tengo que ver a lord Vorkosigan!

Miles se puso en guardia al identificar la aguda e inquieta voz de Garnet Cinco. La rubia cuadri entró prácticamente rodando por la puerta redonda. Estaba temblorosa y demacrada, casi verdosa, en desagradable contraste con su arrugado jubón carmín. Sus ojos, grandes y ojerosos, observaron al trío que esperaba.

—¡Nicol, oh, Nicol! —Voló hacia su amiga en un feroz abrazo de tres brazos, mientras el cuarto, inmovilizado, temblaba un poco.

Nicol, asombrada, le devolvió el abrazo, pero luego la apartó y preguntó apremiante:

—Garnet, ¿has visto a Bel?

—Sí. No. No estoy segura. Esto es una locura. Creí que nos habían dejado inconscientes juntos, pero cuando me recuperé, Bel ya no estaba. Pensé que tal vez se había despertado primero e ido en busca de ayuda, pero los agentes de seguridad —indicó a su escolta—, dicen que no. ¿No habéis oído nada?

—¿Recuperado? Espera… ¿Quién os dejó inconscientes? ¿Dónde? ¿Estás herida?

—Tengo un horrible dolor de cabeza. Era una especie de droga brumosa. Helada. No olía a nada, pero sabía amarga. Nos la roció en la cara. Bel gritó: «¡No respires, Garnet!», pero naturalmente él tuvo que respirar para gritar. Noté que Bel se quedaba inmóvil, y luego todo se borró. ¡Cuando desperté, estaba tan mareada que casi vomité, uf!

Nicol y Teris Tres sonrieron compasivamente. Miles se dio cuenta de que era la segunda vez que la mujer de seguridad escuchaba aquella historia, pero que seguía atenta.

—Garnet —intervino Miles—, por favor, tome aire, cálmese y empiece por el principio. Un patrullero informó de que la vio con Bel en algún lugar de la Unión anoche. ¿Es eso correcto?

Garnet Cinco se frotó la cara pálida con las manos superiores, tomó aire y parpadeó: un poco de color alivió su tono mortecino.

—Sí. Me encontré con Bel al salir de la parada de coches-burbuja. Quise saber si Bel había preguntado… si usted había dicho algo… si se había decidido algo sobre Dmitri.

Nicol asintió, satisfecha.

—Lo invité a tomar un té de menta de esos que le gustan a Bel en el Kabob Kiosk, esperando que me dijera algo. Pero no llevábamos ni cinco minutos allí cuando Bel se distrajo con otra pareja que llegó. Uno era un cuadri que Bel conocía de las cuadrillas de Muelles y Atraques… Bel dijo que era alguien a quien tenía echado el ojo, porque sospechaba que contrabandeaba con artículos robados de las naves. El otro era un planetario de aspecto muy raro.

—¿Un tipo alto y larguirucho con manos palmípedas y pies largos, y el pecho grande como un barril? ¿Como si su madre se hubiera casado con el Príncipe Rana pero el beso no hubiera funcionado? —preguntó Miles.

Garnet Cinco se sorprendió.

—Vaya, sí. Bueno, no estoy segura de lo del pecho… Llevaba una especie de capa suelta. ¿Cómo lo sabía?

—Es la tercera vez que aparece en este caso. Podríamos decir que ha atraído mi atención. Pero continúe, ¿luego qué?

—No pude conseguir que Bel me dijera nada acerca del tema. Bel me hizo darme la vuelta y sentarme de cara a la pareja, para poder darles la espalda, y me hizo informarle de lo que estaban haciendo. Me sentí como una tonta, como si estuviéramos jugando a los espías. —«No, jugando no»—. Tuvieron una especie de discusión, y entonces el cuadri de Muelles y Atraques localizó a Bel y se marchó a toda prisa. El otro tipo, el planetario raro, se marchó también, y entonces Bel insistió en seguirlo.

—¿Y Bel abandonó el restaurante?

—Salimos los dos juntos. No iba a permitir que me dejara tirada y, además, Bel dijo: «Oh, muy bien, ven, puedes ser útil.» Creo que el planetario debía de tener experiencia en el espacio, porque no era tan torpe como la mayoría de los turistas en caída libre. No parecía que nos viera seguirlo, pero debió de hacerlo, porque se metió por el Corredor Transversal, entrando y saliendo de cualquier tienda que estuviera abierta a esa hora, pero sin comprar nada. Luego se dirigió de pronto al portal de la zona de gravedad. No había ningún flotador aparcado, así que Bel me cargó a su espalda y siguió al tipo. Se metió en un callejón desde donde las tiendas del siguiente pasillo, en la zona de gravedad, meten y sacan cargas y suministros por la puerta trasera. Desapareció aparentemente tras una esquina, pero luego apareció justo delante de nosotros y agitó un tubito ante nuestras caras y nos roció con un spray desagradable. Tuve miedo de que fuese un veneno y que los dos muriéramos, pero evidentemente no lo era. —Vaciló, llena de súbito temor—. Por lo menos, yo me desperté.

—¿Dónde? —preguntó Miles.

—Allí. Bueno, no exactamente allí… Aparecí dentro de un contenedor de reciclado, tras una de las tiendas, en lo alto de un montón de cartones. No estaba cerrado, por suerte. Ese horrible planetario no podría haberme metido dentro si lo hubiera estado, supongo. Lo pasé mal intentando salir. La estúpida tapa seguía resistiéndose. Casi me aplastó los dedos. Odio la gravedad. Bel no estaba por ninguna parte. Lo busqué, y lo llamé. Y luego tuve que caminar a tres manos hasta el corredor principal, hasta que pude encontrar ayuda. Agarré al primer patrullero que encontré, que me trajo hasta aquí.

—Debe de haber estado inconsciente seis o siete horas, entonces —calculó Miles en voz alta. ¿Eran muy diferentes el metabolismo cuadris y el de los herms betanos? Había que tener en cuenta además la masa corporal y la dosis inhalada por dos personas que intentaban esquivarla—. Debería verla un médico ahora mismo, y que le saquen una muestra de sangre mientras haya rastros de la droga en su sistema. Podríamos identificarla, y tal vez discernir su lugar de origen, si no se trata de un producto local.

La supervisora nocturna apoyó con entusiasmo esta idea, y permitió que los visitantes planetarios, además de Nicol, a quien estaba todavía agarrada Garnet Cinco, la siguieran mientras escoltaba a la aturdida cuadri rubia a la enfermería del puesto. Cuando Miles se aseguró de que dejaban a Garnet Cinco en manos competentes, y en bastantes manos por cierto, se volvió hacia Teris Tres.

—Ya no son sólo teorías descabelladas —le dijo—. Tienen una acusación de asalto válida para ese tal Firka. ¿No puede acelerar la búsqueda?

—Oh, sí —respondió ella, sombría—. Voy a pasarlo por todos los canales de comunicación. Atacó a una cuadrúmana. Y liberó gases tóxicos en el aire público.

Miles dejó a las dos mujeres cuadris en la enfermería del puesto de Seguridad. Luego le insistió a la supervisora nocturna para que el patrullero que había traído a Garnet Cinco lo llevara a inspeccionar el escenario del crimen. La supervisora contemporizó, se produjeron más retrasos, y Miles acosó al jefe Venn de manera muy poco diplomática. Pero al final le dieron un patrullero cuadri distinto que los escoltó a Roic y a él hasta el lugar donde Garnet Cinco había sido tan incómodamente arrojada.

El callejón, muy tenuemente iluminado, tenía el suelo plano y paredes en ángulo recto y, aunque no era exactamente estrecho, compartía su sección transversal con una gran tubería, de modo que Roic tuvo que agacharse para evitarla. Tras doblar una esquina, encontraron a tres cuadris, uno con el uniforme de Seguridad y los otros dos con pantalones cortos y camisa, trabajando detrás de una tira de plástico con el logo de Seguridad de la Estación Graf. Técnicos forenses por fin, y en buena hora. El joven varón usaba un flotador con un número de identificación de la escuela técnica. Una mujer de mediana edad y expresión concentrada pilotaba un flotador que llevaba la insignia de una de las clínicas de la Estación.

El hombre de la camisa y los pantalones cortos del flotador de la escuela técnica, gravitando con cuidado, terminó de hacer un escaneo láser en busca de huellas por todo el borde y la tapa del gran contenedor cuadrado de basuras que sobresalía del pasillo a una altura conveniente para golpear las espinillas de los transeúntes despistados. Se apartó, y su colega ocupó su lugar y empezó a repasar las superficies con lo que parecía ser una especie de recolector manual de células de piel y fibras.

—¿Es éste el contenedor donde ocultaron a Garnet Cinco? —le preguntó Miles al oficial cuadri que supervisaba los trabajos.

—Sí.

Miles se inclinó hacia delante, sólo para ser apartado por el técnico del recolector. Después de conseguir que le prometieran que lo informarían de cualquier hallazgo interesante, recorrió el pasillo arriba y abajo, las manos escrupulosamente metidas en los bolsillos, buscando… ¿qué? ¿Mensajes crípticos escritos con sangre en las paredes? O con tinta, o con saliva, o con mocos, o con algo. Comprobó el suelo, el techo y las tuberías también, a la altura de Bel y más abajo, ladeando la cabeza para captar reflejos extraños. Nada.

—¿Estaban cerradas todas esas puertas? —le preguntó al patrullero que lo acompañaba como una sombra—. ¿Las han comprobado ya? ¿Podría alguien haber metido a Bel… al práctico Thorne en una de ellas?

—Tendrá que esperar al oficial encargado, señor —repuso el guardia cuadri, la exasperación asomando a su tono neutral de servicio—. Acabo de llegar con usted.

Miles contempló las puertas y sus cierres de palma, frustrado. No podía ir por el pasillo probándolas todas, no a menos que el hombre del escáner terminara con su trabajo. Regresó al contenedor.

—¿Han encontrado algo?

—No… —La cuadri médico miró al oficial encargado—. ¿Han barrido esta zona antes de que yo llegara?

—No que yo sepa, señora —dijo el oficial.

—¿Por qué lo pregunta? —inquirió Miles al instante.

—Bueno, no hay mucho. Esperaba encontrar algo más.

—Inténtalo un poco más allá —sugirió el técnico del escáner.

Ella le dirigió una mirada divertida.

—Ése no es el tema. En cualquier caso, después de ti.

Indicó el pasillo, y Miles se apresuró a contarle su inquietud acerca de las puertas al oficial encargado.

El equipo lo escaneó diligentemente todo, incluyendo, a insistencias de Miles, las tuberías de arriba, donde el atacante podría haberse agarrado para ocultarse antes de caer sobre sus víctimas. Probaron todas las puertas. Dando golpecitos impacientes en la costura de sus pantalones, Miles los siguió arriba y abajo por el pasillo mientras completaban su búsqueda. Todas las puertas estaban cerradas…, al menos ahora. Una se abrió al pasar ellos, y un parpadeante dependiente con piernas asomó la cabeza; el oficial cuadri lo interrogó brevemente, y el hombre, a su vez, ayudó a despertar a sus vecinos para que cooperaran en la búsqueda. La mujer cuadri recolectó montones de bolsitas de plástico con poca cosa. No encontraron a ningún hermafrodita inconsciente en ningún contenedor, pasillo, armario ni tienda cercana al pasillo.

El callejón se extendía otros diez metros antes de desembocar discretamente en un pasillo transversal más amplio lleno de tiendas, oficinas y pequeños restaurantes. El lugar podría haber estado más tranquilo a mitad del tercer turno de la noche anterior, pero en ningún modo desierto, además estaba bien iluminado. Miles imaginó al larguirucho Firka arrastrando o cargando la forma compacta pero substancial de Bel por el pasillo público… ¿envuelto en algo para ocultarlo? Tendría que haber sido así. Haría falta un hombre fuerte para cargar con Bel. O… alguien con un flotador. No necesariamente un cuadri.

Roic, que caminaba a su lado, olisqueó. Los olores que llegaban al pasillo, procedentes de los tiros de las panaderías, le recordaron a Miles su obligación de alimentar a sus soldados. A su soldado. El antipático guardia cuadri podría apañárselas él solito.

El lugar era pequeño, limpio y acogedor; la clase de cafetería barata donde comen los trabajadores locales. Evidentemente ya había pasado la hora del desayuno y no era todavía la hora de almorzar, porque estaba ocupado solamente por un par de jóvenes bípedos con aspecto de dependientes de alguna tienda cercana y una cuadri en un flotador que, a juzgar por su cinturón de herramientas, era electricista y hacía una pausa en su trabajo. Miraron con disimulo a los barrayareses, más al alto Roic con su uniforme marrón y plata que al pequeño Miles con su ropa de civil gris. El guardia de seguridad cuadri se distanció un poco (con el grupo pero no del grupo) y pidió café en una burbuja.

Una mujer bípeda actuaba como camarera y cocinera, sirviendo comida en los platos con la velocidad que da la práctica. Los sabrosos panes parecían caseros, al parecer una especialidad del lugar, las rebanadas de proteínas normalitas y la fruta fresca sorprendentemente exquisita. Miles seleccionó una gran pera dorada con la piel teñida de un tono rosado; la pulpa, cuando la abrió, demostró ser pálida, perfecta, y rezumaba jugo perfumado. De haber tenido más tiempo, le habría encantado mostrarle a Ekaterin la agricultura local: fuera cual fuese la matriz vegetal de donde había crecido aquella fruta, tenía que haber sido alterada genéticamente para sobrevivir en caída libre. Las estaciones espaciales del Imperio podrían usar esas cepas… si los comerciantes komarreses no se las habían quedado ya. El plan de Miles de guardarse algunas pepitas en el bolsillo para llevarlas a casa cayó en el olvido cuando vio que la fruta no tenía pepitas.

Un holovid en el rincón, con el sonido bajo, murmuraba solo, ignorado por todo el mundo, pero un súbito arco iris de luces cegadoras anunció un boletín oficial de Seguridad. Todos volvieron un momento la cabeza, y Miles siguió las miradas y vio las imágenes del pasajero Firka tomadas de los archivos de la Rudra que él mismo había entregado antes a Seguridad de la Estación. No necesitó el sonido para deducir el contenido del discurso de la severa cuadri: se busca a este sospechoso para interrogarlo, puede ir armado y ser peligroso; si ven a este dudoso planetario llamen a este código de inmediato. Siguieron un par de imágenes de Bel, como posible víctima de un secuestro, presumiblemente; estaban tomadas de las entrevistas del día anterior tras el intento de asesinato en el hotel, que un locutor resumió.

—¿Puede subir el volumen? —preguntó Miles demasiado tarde.

La presentadora se estaba despidiendo; cuando la camarera apuntó con el mando a distancia, su imagen fue sustituida por un anuncio donde se mostraba una impresionante selección de guantes de trabajo.

—Oh, lo siento —dijo la camarera—. Era una repetición de todas formas. Lo pasan cada quince minutos desde hace una hora. —Y le proporcionó a Miles un resumen verbal de la alerta, que coincidió con lo que Miles había supuesto en la mayor parte de los puntos.

Bien, ¿en cuántos holovids de toda la Estación estaba apareciendo el anuncio? Eso le pondría las cosas difíciles a quien quisiera esconderse, ya que habría muchos más pares de ojos buscándolo… Pero ¿lo estaba viendo el propio Firka? En tal caso, ¿se dejaría llevar por el pánico y se volvería más peligroso para quien se lo encontrara? ¿O tal vez se entregaría, diciendo que era un malentendido? Roic, que estudiaba el vid, frunció el ceño y bebió más café. Privado de sueño, aguantaba bien por el momento, pero Miles supuso que estaría peligrosamente agotado a media tarde.

Miles tuvo la desagradable sensación de que se hundía en arenas movedizas y perdía el rumbo de su misión inicial. ¿Cuál era, por cierto? Ah, sí, liberar la flota. Reprimió un comentario interno de: «Que le den a la flota, ¿dónde demonios está Bel?» Pero si había algún modo de servirse de aquel preocupante giro de los acontecimientos para librar sus naves de las garras de los cuadris, no lo tenía nada claro.

Regresaron al Puesto de Seguridad Número Uno y encontraron a Nicol esperándolos en la zona de recepción con aspecto de depredador hambriento ante una charca. Se abalanzó hacia Miles en cuanto lo vio.

—¿Han encontrado a Bel? ¿Ha visto algún rastro?

Miles negó tristemente con la cabeza.

—Ni un pelo, ni una señal. Bueno, tal vez hubiera pelos… Lo sabremos cuando los técnicos forenses hayan terminado sus análisis, pero eso no nos dirá nada que no sepamos ya por el testimonio de Garnet Cinco —del cual Miles no dudaba—. Ahora tengo una idea mejor del posible rumbo de los acontecimientos.

Deseó que tuviera más sentido. La primera parte (que Firka quería retrasar o aturdir a sus perseguidores) era bastante sensata. Era el espacio en blanco de después lo que no encajaba.

—¿Crees que se llevó a Bel para asesinarlo en alguna parte? —preguntó Nicol, con un hilo de voz.

—En ese caso, ¿por qué dejar a una testigo con vida?

Lo dijo para tranquilizarla; tras reflexionar, descubrió que también él se tranquilizaba. Tal vez. Pero si no era un asesinato, ¿qué era? ¿Qué tenía o sabía Bel que pudiera querer otra persona? A menos que, como Garnet Cinco, Bel hubiera recuperado el conocimiento y se hubiera marchado. Pero… si Bel se había ido por ahí en estado de aturdimiento o confundido, ya lo habrían localizado los patrulleros o cualquier solícito estacionario. Y si había ido a perseguir a alguien, tendría que haber informado de ello. «A mí, por lo menos, maldición…»

—Si Bel fue… —empezó a decir Nicol, y se detuvo. Una multitud entró por la puerta principal y se detuvo para orientarse.

Un par de rudos cuadris masculinos, con sus camisas y pantalones cortos de trabajo color naranja de Muelles y Atraques, cargaban por ambos extremos un trozo de tubería de tres metros. Firka ocupaba el centro.

Las muñecas y los tobillos del infeliz planetario estaban atadas a la tubería con trozos de cable eléctrico, lo que lo mantenía doblado en «U», mientras que un rectángulo de cinta le cubría la boca y sofocaba sus gemidos. Tenía los ojos espantados. Tres cuadris más, jadeantes y sudorosos, uno con un hematoma rojo en el ojo, entraron después.

El grupo de trabajo tomó impulso y flotó con su rebullente carga en caída libre hasta detenerse con un golpe en la mesa de recepción. Un cuarteto de cuadris de seguridad uniformados salió de otro portal para ver qué pasaba; el sargento de guardia pulsó su intercomunicador y bajó la voz para hablar rápidamente entre susurros.

El portavoz cuadri del pelotón avanzó con una sonrisa de sombría satisfacción en el rostro magullado.

—Lo capturamos para ustedes.

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