8

—Bel, ¿quieres quitarte de encima de mi cabeza? —dijo Miles con voz ahogada.

Hubo una breve pausa. Luego Bel rodó y, cautelosamente, se sentó en el suelo, la cabeza encogida entre los hombros.

—Lo siento —dijo Bel a regañadientes—. Por un momento pensé que iba a perderte. Otra vez.

—No te disculpes.

Miles, con el corazón acelerado todavía y la boca muy seca, se incorporó y se sentó, la espalda contra una columna de mármol ahora más truncada que antes. Extendió los dedos para tocar la fría piedra sintética del suelo. Un poco más allá del estrecho e irregular arco de espacio protegido por las columnas de la mesa, una docena de profundas grietas marcaban el pavimento. Algo pequeño y brillante y metálico pasó rodando; Miles intentó sujetarlo pero apartó la mano al notar su ardiente calor.

El hermafrodita maduro, Dubauer, también se sentó en el suelo, y se tocó la cara allá donde manaba sangre. Miles hizo un rápido inventario con la mirada: no había habido otros impactos, aparentemente. Se dio la vuelta, se sacó del bolsillo el pañuelo con el monograma Vorkosigan y se lo tendió en silencio al sangrante betano. Dubauer tragó saliva, lo aceptó y se frotó la pequeña herida. Contempló su propia sangre en el pañuelo un instante, como sorprendido, y luego volvió a colocarlo en su mejilla lampiña.

En cierto modo, pensó Miles, tembloroso, era bastante halagador. Al menos alguien pensaba que era lo bastante competente y efectivo como para resultar peligroso. «O tal vez estoy sobre la pista de algo. Me pregunto qué demonios será.»

Bel apoyó las manos en la columna destrozada, se asomó con cautela y, luego, muy despacio, se puso en pie. Un planetario vestido con el uniforme del hotel llegó corriendo, un poco encorvado, tras sortear la ex pieza central, y preguntó con voz ahogada:

—¿Están ustedes bien?

—Eso creo —dijo Bel, mirando alrededor—. ¿Qué ha sido eso?

—Llegó desde el balcón, señor. La… la persona que había arriba lo dejó caer y huyó. El guardia de la puerta fue tras él.

Bel no se molestó en corregirlo respecto a su género, un claro signo de distracción. Miles se levantó también, y casi se desmayó. Todavía hiperventilando, se abrió paso entre los fragmentos de cristal roto, lascas de mármol, piezas de metal medio derretidas y ensalada de flores. Bel lo siguió. Al otro lado del vestíbulo, la caja oblonga yacía abierta de lado, notablemente abollada. Los dos se arrodillaron para observarla.

—Un remachador automático —dijo Bel al cabo de un instante—. Tiene que haber desconectado… un montón de mecanismos de seguridad para conseguir esto.

Miles consideró que esa explicación era quedarse un poco corto. Pero explicaba la falta de puntería del atacante. El aparato había sido diseñado para lanzar sus clavos con enorme precisión en un radio de milímetros, no de metros. Con todo…, si el asesino hubiera conseguido apuntar a la cabeza de Miles aunque fuera para una andanada corta… Miró de nuevo el mármol destrozado: ninguna criorresurrección podría haberlo recuperado esta vez.

Dioses, ¿y si no hubiera fallado? ¿Qué habría hecho Ekaterin, tan lejos de casa y sin ayuda, con un marido decapitado en las manos antes de que su luna de miel hubiera terminado siquiera, sin ningún apoyo inmediato más que el del inexperto Roic…? «Si me dispararon a mí, ¿cuánto peligro corre ella?»

Lleno de tardío pánico, conectó su comunicador de muñeca.

—¡Roic! ¡Roic, respóndeme!

Pasaron al menos tres agónicos segundos antes de que Roic respondiera:

—¿Milord?

—Dónde estás… no importa. Deja lo que estés haciendo y ve de inmediato con lady Vorkosigan, y quédate con ella. Llévala a bordo de…

¿La Kestrel? ¿Estaría a salvo allí? A esas alturas, un montón de gente sabía dónde tenía que buscar a los Vorkosigan. Tal vez a bordo de la Príncipe Xav, a buena distancia de la Estación, rodeada de soldados… «Los mejores de Barrayar, Dios nos ayude a todos.»

—Quédate con ella hasta que yo vuelva a llamar.

—Milord, ¿qué está pasando?

—Alguien ha intentado clavarme a la pared. No, no vengas aquí —cortó la incipiente protesta de Roic—. El tipo se escapó y, de todas formas, la seguridad cuadri empieza a llegar.

Dos cuadrúmanos uniformados entraron en el vestíbulo con sus flotadores mientras Miles hablaba. Siguiendo los gestos de un empleado del hotel, uno subió hasta el balcón. El otro se acercó a Miles y su grupo.

—Tengo que tratar con esta gente ahora —dijo Miles—. Estoy bien. No alarmes a Ekaterin. Y no la pierdas de vista. Cierro.

Miles vio cómo Dubauer se incorporaba tras examinar la columna masacrada por los remaches, el rostro muy pálido. El herm, con la mano todavía en la mejilla, estaba visiblemente conmocionado cuando se acercó a mirar el aparato remachador. Miles se levantó.

—Mis disculpas, honorable herm. Tendría que haberle advertido que no permanezca nunca demasiado cerca de mí.

Dubauer miró a Miles. Abrió los labios con asombro y luego dibujó con ellos un pequeño círculo, «Oh».

—Creo que me han salvado ustedes la vida. Yo… me temo que no vi nada. Hasta que esa cosa me alcanzó… ¿Qué era?

Miles se agachó y recogió un remache suelto, uno de cientos, ahora ya frío.

—Uno de éstos. ¿Ha dejado de sangrar?

El herm se quitó el pañuelo de la cara.

—Sí, creo que sí.

—Quédeselo de recuerdo —Miles le tendió el trozo de metal reluciente—. Se lo cambio por mi pañuelo.

Ekaterin lo había bordado a mano, como regalo.

—Oh… —Dubauer dobló el pañuelo sobre la mancha de sangre—. Oh, vaya. ¿Es de valor? Lo haré limpiar y se lo devolveré.

—No es necesario, honorable herm. Mi lacayo se encarga de esas cosas.

El betano parecía apurado.

—Oh, no…

Miles acabó la discusión extendiendo la mano, recuperando la fina tela de entre sus dedos y guardándosela en el bolsillo. La mano del herm intentó seguir el pañuelo, y luego cayó. Miles había conocido a gente amabilísima, pero nunca a nadie que pidiera disculpas por sangrar. Dubauer, desacostumbrado a la violencia física dados los pocos crímenes que se cometían en la Colonia Beta, estaba al borde del colapso.

Una patrullera de seguridad cuadri se acercó con su flotador. Se la veía ansiosa.

—¿Qué demonios ha pasado aquí? —exigió saber, poniendo en marcha una grabadora.

Miles hizo un gesto hacia Bel, quien se encargó de describirle el incidente a la grabadora. Bel se mostró tan calmado, lógico y desapegado como en cualquier evaluación Dendarii, cosa que posiblemente dejó más fuera de juego a la mujer que el puñado de testigos que esperaban ansiosos para intentar contar la historia en términos más excitados. Para intenso alivio de Miles, nadie más había salido herido, a excepción de por algunas pequeñas lascas de mármol al rebotar. La puntería del tipo había sido mala, pero al parecer no pretendía cometer una masacre general.

Eso era bueno para la seguridad pública de la Estación Graf, pero no tanto para Miles… Sus hijos podrían haberse quedado huérfanos antes incluso de haber tenido la oportunidad de nacer. Su testamento estaba al día, del tamaño de una disertación académica completa con bibliografía y notas a pie de página. De repente le pareció completamente inadecuado.

—¿El sospechoso era un planetario o un cuadrúmano? —le preguntó la patrullera a Bel, con cierta urgencia.

Bel negó con la cabeza.

—No pude ver la mitad inferior de su cuerpo tras la balaustrada del balcón. Ni siquiera estoy seguro de que fuera un hombre.

Un transeúnte planetario y la camarera cuadri que le estaba sirviendo su bebida en el vestíbulo declararon que el atacante era un cuadri, y que había huido por un pasillo adyacente en su flotador. El transeúnte estaba seguro de que era varón, aunque la camarera, ahora que se planteó la pregunta, no tanto. Dubauer pidió disculpas por no haber visto siquiera a la persona.

Miles le dio un golpecito con el pie al remachador y le preguntó a Bel en voz baja:

—¿Sería muy difícil pasar algo así por los puestos de control de seguridad de la Estación?

—Sería fácil —respondió Bel—. Nadie parpadearía siquiera.

—¿Fabricación local? Parece bastante nuevo.

—Sí, es una marca de la Estación Santuario. Hacen buenas herramientas.

—Primer trabajo para Venn, entonces. Averigua dónde se vendió esta cosa, y cuándo. Y a quién.

—Oh, sí.

Miles casi se sentía mareado por una extraña combinación de deleite y desazón. El deleite era en parte debido al subidón de adrenalina, una adicción familiar y peligrosa, y en parte porque comprendía que haber sido atacado por un cuadri le daba pie para repeler el implacable ataque de Greenlaw a la brutalidad barrayaresa. Los cuadris también eran asesinos, ¡ja! No eran tan buenos, eso era todo… Recordó a Solian y descartó aquel pensamiento. «Sí, y quién sabe si Greenlaw no me preparó esto ella misma.» Ésa sí que era una bonita teoría paranoica. La descartó para reexaminarla cuando su cabeza se hubiera enfriado. Después de todo, un par de cientos de personas, tanto cuadris como visitantes (incluidos todos los pasajeros de la flota galáctica) tenían que haber sabido que iría allí aquella mañana.

Llegó un equipo médico cuadri y tras sus talo… inmediatamente tras ellos, el jefe Venn. Pusieron en seguida al corriente al jefe de seguridad con nerviosas descripciones del espectacular ataque al Auditor Imperial. Sólo la víctima, Miles, permaneció tranquila, esperando a un lado con cierta diversión sombría.

La diversión era una emoción que, desde luego, no traslucía la cara de Venn.

—¿Ha sido alcanzado, lord Auditor Vorkosigan?

—No. —«Hora de decir unas cuantas palabras amables: tal vez las necesitemos más adelante»—. Gracias a la rápida reacción del práctico Thorne, aquí presente. Si no hubiera sido por este distinguido hermafrodita, tendría usted (y la Unión de Hábitats Libres) un buen lío entre manos.

Un murmullo de asentimiento confirmó este punto de vista y un par de personas describieron sin aliento la generosa defensa que Bel había hecho del dignatario visitante, a quien escudó con su propio cuerpo. Bel miró brevemente a Miles, éste no supo si con gratitud o todo lo contrario. Las modestas protestas del práctico sirvieron sólo para afirmar su imagen heroica a los ojos de los testigos, y Miles contuvo una sonrisa.

Uno de los patrulleros cuadrúmanos que había perseguido al atacante regresó, flotando por encima del balcón, para detenerse ante el jefe Venn e informar, sin aliento:

—Lo he perdido, señor. Hemos puesto en alerta a todo el personal, pero no tenemos ninguna descripción física.

Tres o cuatro personas intentaron remediar esta carencia, en términos apasionados y contradictorios. Bel, al escucharlos, frunció más profundamente el ceño.

Miles le dio un codazo al hermafrodita.

—¿Hum?

Bel negó con la cabeza, y murmuró:

—Por un momento me pareció que se parecía a alguien que he visto recientemente, pero era un planetario, así que… no.

Miles reflexionó sobre su propia impresión. Pelo brillante, piel clara, un poco grueso, edad indefinida, probablemente varón… Podía haber varios cientos de cuadris en la Estación Graf que coincidieran con esta descripción. Actuaba bajo una presión intensa, pero Miles también. Lo había visto una vez, pero a esa distancia, en tales circunstancias, Miles no creía poder reconocerlo en un grupo de similares características físicas. Por desgracia, ninguno de los visitantes había estado grabando en vid el decorado del vestíbulo o cualquier otra cosa para enseñárselo a los amigos en casa. La camarera y su cliente ni siquiera estaban seguros de cuándo había llegado el tipo, aunque les parecía haberlo visto en posición durante unos pocos minutos, las manos superiores apoyadas con desenfado en la barandilla del balcón, como si esperara a que un último rezagado de la reunión de pasajeros terminara de subir las escaleras. Y eso estaba haciendo.

Dubauer, todavía aturdido, rechazó a los tecnomeds, insistiendo en que podía ocuparse él solo de la herida y repitiendo que no tenía nada que añadir a los testimonios y que, por favor, lo dejaran regresar a su habitación para acostarse.

—Lamento todo esto —le dijo Bel a su compatriota betano—. Puede que me entretenga un rato. Si no puedo ir personalmente, haré que el jefe Watts envíe a otro supervisor para que le escolte hasta la Idris y cuide de sus criaturas.

—Gracias, práctico. Le estaré muy agradecido. Llamará a mi habitación, ¿verdad? Es urgentísimo.

Dubauer se retiró rápidamente.

Miles no podía reprocharle que huyera, pues los servicios de noticias cuadris estaban llegando, en grupos de dos ansiosos reporteros con flotadores que mostraban el logotipo de su grupo de trabajo periodístico. Un puñado de pequeñas vidcams flotantes los seguía. Las vidcams revolotearon alrededor, tomando imágenes. La Selladora Greenlaw llegó tras ellas y maniobró con pericia su flotador entre la creciente multitud hasta llegar al lado de Miles. La flanqueaban dos guardaespaldas cuadris con uniforme de la Milicia de la Unión, armados y con armadura por inútiles que fueran contra los asesinos, al menos tuvieron el saludable efecto de hacer que los curiosos se apartaran.

—Lord Auditor Vorkosigan, ¿ha resultado usted herido? —preguntó Greenlaw de inmediato.

Miles le repitió lo mismo que le había dicho a Venn. No apartó la mirada de una de las vidcams robot que flotó hacia él y grabó sus palabras, y no sólo para asegurarse de que lo sacaban por el lado bueno. Pero ninguna vidcam parecía un arma en miniatura disfrazada. Se aseguró de mencionar de nuevo en voz alta la heroicidad de Bel, lo cual tuvo el útil efecto de conseguir que las cámaras persiguieran al práctico betano, ahora situado en el otro extremo del vestíbulo e interrogado con más detalle por la gente de seguridad de Venn.

—Lord Auditor Vorkosigan —dijo Greenlaw, estirada—, reciba mis más profundas disculpas personales por este desagradable incidente. Le aseguro que todos los recursos de la Unión se volcarán en la localización de lo que estoy segura debe de ser un individuo desequilibrado y un peligro para todos nosotros.

«Peligro para todos nosotros, ya.»

—No sé qué está pasando aquí —dijo Miles. Endureció el tono—. Y es evidente que usted tampoco. Esto ha dejado de ser una partida de ajedrez diplomática. Alguien parece que intenta empezar una maldita guerra aquí. Casi han tenido éxito.

Ella inspiró profundamente.

—Estoy segura de que esa persona actuaba sola.

Miles frunció el ceño, pensativo. «Los acalorados siempre están con nosotros, claro.» Bajó la voz.

—Y, ¿por qué? ¿Por desquite? ¿Se ha muerto de pronto alguno de los cuadris heridos por la fuerza de asalto de Vorpatril?

Tenía entendido que todos constaban en la lista de recuperados. Era difícil imaginar a un pariente o un amante o un amigo cuadri vengándose en plan sangriento de algo que no fuera una fatalidad, pero…

—No —dijo Greenlaw, algo dudosa a medida que consideraba esta hipótesis. Lamentablemente, recuperó el aplomo—. No. Me lo habrían comunicado.

Bien, así que Greenlaw deseaba también una explicación sencilla. Pero al menos era lo bastante sincera para no engañarse a sí misma.

Su comunicador de muñeca emitió un agudo pitido de prioridad; lo atendió al momento.

—¿Sí?

—¿Milord Vorkosigan? —era la voz del almirante Vorpatril, apurada.

No eran Ekaterin ni Roic, gracias al cielo. El corazón de Miles volvió a bajarle por la garganta. Intentó no parecer irritado.

—¿Sí, almirante?

—Oh, gracias a Dios. Recibimos un informe diciendo que lo habían atacado.

—Ya ha pasado. Fallaron. Los de seguridad de la Estación ya están aquí.

Hubo una breve pausa. La voz de Vorpatril regresó, cargada de implicaciones:

—Milord Auditor, mi flota está en alerta máxima, dispuesta a seguir sus órdenes.

«¡Oh, mierda!»

—Gracias, almirante, pero tranquilícense, por favor —dijo Miles rápidamente—. De verdad. Está todo bajo control. Volveré con usted en unos minutos. ¡No haga nada sin contar con mis órdenes directas y personales!

—Muy bien, milord —dijo Vorpatril, envarado y todavía receloso.

Miles cortó la comunicación.

Greenlaw lo estaba mirando.

—Soy la Voz de Gregor —le explicó él—. Para los barrayareses, es casi como si ese cuadri le hubiera disparado al Emperador. Cuando dije que alguien había estado a punto de iniciar una guerra, no era una forma de hablar, Selladora Greenlaw. En casa, este lugar estaría ahora mismo a rebosar de los mejores agentes de SegImp.

Ella ladeó la cabeza, el ceño fruncido.

—¿Y qué pasaría en caso de un ataque a un súbdito barrayarés corriente? Habría más indiferencia, supongo.

—No más indiferencia, pero sí un nivel organizativo inferior. Sería cosa de la guardia del conde de su distrito.

—Así que en Barrayar, el tipo de justicia que uno recibe depende de quién sea. Interesante. No lamento informarle, lord Vorkosigan, que en la Estación Graf será usted tratado como cualquier otra víctima: ni mejor, ni peor. Curiosamente, eso no es malo para usted.

—Qué bien —dijo Miles secamente—. Y mientras usted alardea de lo poco que le impresiona mi autoridad imperial, un asesino peligroso sigue suelto. ¿Qué pasará con la encantadora e igualitaria Estación Graf si la próxima vez utiliza un método menos personal para eliminarme, como una bomba grande? Confíe en mí… Incluso en Barrayar, todos morimos igual. ¿Continuamos esta conversación en privado?

Las vidcams, que evidentemente habían terminado con Bel, volvían hacia él.

—¡Miles!

Al escuchar el grito y girar la cabeza, Miles vio a Ekaterin corriendo también hacia él, seguida por Roic. Nicol y Garnet Cinco venían detrás, en flotadores. Pálida y demacrada, Ekaterin se abrió paso por entre los escombros del vestíbulo, le agarró las manos y, al ver su sonrisa, lo abrazó ferozmente. Consciente de las vidcams que giraban a su alrededor, él la abrazó también, asegurándose de que ningún periodista vivo, no importaba cuántos brazos o piernas poseyera, pudiera resistirse a poner aquella imagen en primera plana. Una escena de interés humano, sí.

—Intenté detenerla, milord —se disculpó Roic—, pero ella insistió en venir.

—No importa —contestó Miles con voz apagada.

—Creí que éste era un lugar seguro. Lo parecía —le murmuró Ekaterin con tristeza al oído—. Los cuadris parecían gente pacífica.

—La mayoría indudablemente lo son —dijo Miles. Reacio, se separó de ella, aunque siguió sujetándole con fuerza una mano. Dieron un paso atrás y se miraron el uno a la otra ansiosamente.

Al otro lado del vestíbulo, Nicol corría hacia Bel con la misma expresión que Ekaterin en la cara, y las vidcams corrieron tras ella.

—¿Hasta dónde llegaste en la investigación de Solian? —le preguntó Miles a Roic en voz baja.

—No muy lejos, milord. Decidí empezar por la Idris, y conseguí todos los códigos de acceso de Brun y Molino, pero los cuadris no me permitieron subir a bordo. Estaba a punto de llamarlo a usted.

Miles sonrió brevemente.

—Apuesto a que puedo arreglar eso ahora, maldición.

Greenlaw regresó para invitar a los barrayareses a pasar a la sala de reuniones de la dirección del hotel, preparada rápidamente como refugio.

Miles se colgó del brazo la mano de Ekaterin y la siguieron; sacudió la cabeza con pesar a un periodista que corrió hacia ellos, y uno de los guardias de la Milicia de la Unión de Greenlaw hizo un severo movimiento de advertencia. Chafado, el periodista cuadri se dirigió en cambio a Garnet Cinco. Con reflejos de artista, ella le dio la bienvenida con una sonrisa cegadora.

—¿Has tenido una buena mañana? —le preguntó Miles a Ekaterin animadamente mientras se abrían paso entre los destrozos del suelo.

Ella lo miró, divertida.

—Sí, encantadora. Los cultivos hidropónicos de los cuadrúmanos son extraordinarios. —Su voz se volvió más seca mientras contemplaba los restos de la batalla—. ¿Y tú?

—Deliciosa. Bueno, no si no nos hubiéramos agachado. Pero si no soy capaz de usar este incidente para nuestro provecho, debería entregar mi cadena de Auditor. —Sonrió como un zorro contemplando la espalda de Greenlaw.

—Las cosas que una aprende en la luna de miel. Ahora sé cómo sacarte de tu estado de ánimo cuando estás deprimido. Sólo hay que contratar a alguien para que te dispare.

—Es algo que me da vida —reconoció él—. Descubrí hace años que soy adicto a la adrenalina. También descubrí que acabaría por ser algo tóxico, si no lo controlaba.

—Desde luego.

Ekaterin tomó aire. El ligero temblor de la mano agarrada al hueco del brazo de Miles remitía, y la tenaza sobre sus bíceps permitía que la sangre circulara un poco ya. Su rostro había vuelto a ser engañosamente sereno.

Greenlaw los condujo por el pasillo situado tras la zona de recepción hasta una sala de trabajo. Su pequeña mesa vid central había sido despejada de tazas, burbujas flácidas de bebida y discos de plástico, ahora amontonado sin orden en una silla colocada contra una pared. Miles condujo a Ekaterin hasta un sillón y se sentó junto a ella. Greenlaw colocó su flotador a la altura de sus oponentes. Roic y uno de los guardias cuadris se disputaron la puerta, mirándose con el ceño fruncido.

Miles recordó que tenía que mostrarse indignado y no extasiado.

—Bien —dejó que una clara nota de sarcasmo asomara a su voz—. Éste ha sido un añadido remarcable a mis actividades previstas para la mañana.

—Lord Auditor —empezó a decir Greenlaw—, reciba mis disculpas…

—Sus disculpas están muy bien, señora Selladora, pero las cambiaría alegremente por su colaboración. Suponiendo que no esté usted detrás de este incidente. —Hizo caso omiso al indignado conato de respuesta y continuó tranquilamente—: Y no veo por qué debería estarlo, a pesar de las sugerentes circunstancias. La violencia al azar no me parece el estilo habitual cuadri.

—¡Desde luego que no!

—Bueno, si no es al azar, entonces debe de estar relacionada con el misterio central de todo este embrollo, que sigue siendo la desaparición del teniente Solian, tan descuidada.

—No ha sido descuidada…

—Disiento. La respuesta a ese asunto tendría, ¡debería!, haberse producido hace días, pero el Grupo A parece estar a un lado de una línea divisoria que la separa del Grupo B. Si perseguir a mi atacante cuadri es tarea de la Unión… —hizo una pausa y alzó las cejas; ella asintió, sombría—, entonces perseguir a Solian es sin duda tarea mía. Es el único hilo que tengo en la mano, y pretendo seguirlo. Y si las dos investigaciones no se encuentran en el centro, me comeré mi sello de Auditor.

Ella parpadeó, un poco sorprendida al parecer por este cambio de discurso.

—Posiblemente…

—Bien. Entonces quiero acceso completo y sin restricciones para mí, mi ayudante Roic y todo aquel que yo pueda designar para que investigue cualquier zona o archivo concerniente a esta investigación. ¡Empezando por la Idris, y de inmediato!

—No podemos dar a los planetarios permiso para deambular a placer por las zonas seguras de la Estación que…

—Señora Selladora. Usted está aquí para promover y proteger los intereses de la Unión, igual que yo lo estoy para promover y proteger los intereses de Barrayar. ¡Pero si hay algo en todo este lío que sea bueno para el Cuadrispacio o el Imperio, yo no lo veo! ¿Lo ve usted?

—No, pero…

—Entonces estará de acuerdo en que cuanto antes lleguemos al centro del hilo, mejor.

Ella alzó sus manos superiores, observándolo con los ojos entornados. Antes de que pudiera plantear otras objeciones llegó Bel, que al parecer había escapado por fin de Venn y los medios de comunicación. Nicol flotaba tras él.

Greenlaw sonrió y se aferró al único momento favorable para los cuadris del caos de la mañana.

—Práctico Thorne. Bienvenido. Tengo entendido que la Unión está en deuda con usted por su valor y sus rápidos reflejos.

Bel miró a Miles (con cierta sequedad, le pareció) y le dirigió a Greenlaw un saludo con el que restaba importancia al asunto.

—Lo típico de un día de trabajo, señora.

Miles no pudo dejar de decirse que, en otra época, eso habría sido la pura verdad.

Greenlaw sacudió la cabeza.

—¡Confío en que no en la Estación Graf, práctico!

—¡Bueno, desde luego yo le estoy agradecida al señor Thorne! —dijo Ekaterin cálidamente.

Nicol tomó la mano de Bel y le dedicó una mirada bajo sus oscuras pestañas por la que cualquier soldado con sangre en las venas de cualquier género habría cambiado alegremente sus medallas, lazos de campaña y bonos de combate, y regalado gratis los aburridos discursos del mando. Bel empezó a parecer algo más reconciliado con la idea de haber sido nombrado Persona Heroica de la Hora.

—Por supuesto —coincidió Miles—. Decir que estoy contento con los servicios del práctico es decir poco. Consideraré un favor personal si el honorable herm continúa con su misión durante el resto de mi estancia.

Greenlaw miró a Bel a los ojos y luego asintió en dirección a Miles.

—Desde luego, lord Auditor.

Miles supuso que se sentía aliviada por tener algo que ofrecerle sin que le costara nuevas concesiones. Una sonrisita asomó a sus labios, un acontecimiento raro.

—Aún más —dijo—, le concederé a usted y a los ayudantes que designe el acceso a los archivos y zonas seguras de la Estación Graf… bajo la directa supervisión del práctico.

Miles fingió reflexionar sobre aquella propuesta, frunciendo el ceño artísticamente.

—Esto exige mucho del tiempo y la atención del práctico Thorne.

—Acepto encantado el encargo, señora Selladora, suponiendo que el jefe Watts autorice todas mis horas extra y otro supervisor se encargue de mi trabajo habitual.

—No habrá problemas, práctico. Le indicaré a Watts que añada el aumento de gastos de su departamento a la factura de la flota komarresa atracada —Greenlaw hizo esta promesa con un brillo de sombría satisfacción.

Añadido al sueldo de SegImp, esto le haría ganar el triple a Bel, calculó Miles. Viejos trucos de contabilidad Dendarii, ¡ja! Bueno, Miles se encargaría de que el Imperio invirtiera bien su dinero.

—Muy bien —concedió, permitiéndose parecer picado—. Entonces deseo subir a bordo de la Idris inmediatamente.

Ekaterin no llegó a sonreír, pero una leve luz de apreciación chispeó en sus ojos.

¿Y si ella hubiera aceptado su invitación de acompañarlo aquella mañana? Hubiera subido aquellas escaleras a su lado… La errática puntería de su asaltante no habría pasado por encima de su cabeza. Imaginar los probables resultados creó un desagradable nudo en su estómago y los restos de adrenalina de repente le supieron muy amargos.

—Lady Vorkosigan… —Miles tragó saliva—. Voy a ordenar que lady Vorkosigan permanezca a bordo de la Príncipe Xav hasta que Seguridad de la Estación Graf detenga al asesino y este misterio sea resuelto.

Y le añadió a ella, con un murmullo de disculpas:

—Lo siento…

Ella le dirigió un breve gesto de comprensión.

—No importa.

No era que le gustara, desde luego, pero poseía demasiado buen sentido Vor para discutir sobre temas de seguridad.

—Por tanto —continuó Miles—, solicito un permiso especial para que una lanzadera personal barrayaresa atraque y se la lleve.

¿O mejor la Kestrel? No, no se atrevía a perder acceso a su transporte independiente, agujero y estación de comunicaciones seguras.

Greenlaw se rebulló.

—Discúlpeme, lord Vorkosigan, pero así es como el último ataque barrayarés llegó a la estación. No queremos arriesgarnos a sufrir otro. —Miró a Ekaterin, y tomó aliento—. Sin embargo, comprendo su preocupación. Estaré encantada de ofrecerle a lady Vorkosigan una de nuestras cápsulas y un piloto como transporte de cortesía.

—Señora Selladora —repuso Miles—, un cuadri desconocido acaba de intentar asesinarme. Reconozco que no pienso en realidad que fuera un plan secreto suyo, pero la palabra clave en este asunto es «desconocido». Todavía no sabemos si se trataba de un cuadri o de un grupo de cuadris, que ocupan una posición de confianza. Hay varios experimentos que estoy dispuesto a hacer para averiguarlo, pero éste no es uno de ellos.

Bel suspiró de manera audible.

—Si lo desea usted, lord Auditor Vorkosigan, me encargaré de pilotar personalmente la nave que lleve a lady Vorkosigan a su nave insignia.

«¡Pero te necesito aquí!»

Evidentemente, Bel leyó su expresión, pues el hermafrodita añadió:

—¿O prefiere algún piloto de mi elección?

Con reluctancia no fingida esta vez, Miles accedió. El siguiente paso era llamar al almirante Vorpatril e informarlo acerca de la nueva invitada de su nave. Vorpatril, cuando su rostro apareció sobre la placa vid de la mesa de conferencias, no hizo ningún otro comentario a la noticia más que:

—Por supuesto, milord Auditor. La Príncipe Xav se sentirá honrada.

Pero Miles pudo leer en la mirada suspicaz del almirante su valoración de cómo la gravedad de la situación había aumentado. Miles comprendió que ningún histérico informe preliminar sobre el incidente había llegado todavía al Cuartel General, a varios días de viaje: la noticia y la información de que no había sucedido nada llegarían, afortunadamente, al mismo tiempo. Consciente de que había cuadris escuchando, Vorpatril no hizo comentarios. Se limitó a solicitar que el lord Auditor le informara sobre los acontecimientos cuando mejor le conviniera… En otras palabras, en cuanto pudiera llegar a una comconsola segura.

La reunión terminó. La mayoría de los guardias de la Milicia de la Unión habían llegado ya, y todos salieron al vestíbulo del hotel, bien protegido, demasiado tarde, por patrullas armadas. Miles se aseguró de caminar lo más separado posible de Ekaterin. En el vestíbulo destrozado, técnicos forenses cuadrúmanos, bajo la dirección de Venn, tomaban medidas y escaneos vid. Miles miró el balcón, considerando trayectorias; Bel, que caminaba junto a él y observó su mirada, alzó las cejas.

Miles bajó la voz y dijo de repente:

—Bel, no creerás que ese chalado podría haberte disparado a ti, ¿no?

—¿Por qué a mí?

—Bueno, ¿por qué no? ¿A cuánta gente suele fastidiar un práctico en el curso normal de su trabajo?

Miró alrededor. Nicol no podía oírlos, pues flotaba junto a Ekaterin y charlaba en voz baja con ella, en tono animado.

—¿O algo que no sean negocios? No te habrás estado acostando con la esposa de nadie, ¿no? ¿O con su marido? —añadió conscientemente—. O con su hija, o con lo que sea.

—No —dijo Bel firmemente—. Ni con sus animalitos de compañía, tampoco. Qué visión más típica de Barrayar tienes de las motivaciones humanas, Miles.

Miles sonrió.

—Lo siento. ¿Qué hay de los… viejos asuntos?

Bel suspiró.

—Creo haber dejado atrás y superado todos los viejos asuntos —el herm miró de reojo a Miles—. Casi. —Y añadió, tras reflexionar un momento—: Desde luego vas por delante de mí en ese tema, también.

—Posiblemente.

Miles frunció el ceño. Y estaba también Dubauer. Aquel herm era sin duda lo bastante alto para ser un blanco. Aunque, ¿cómo demonios podía un tratante betano de animales de diseño, que había pasado casi todo el tiempo en la Estación Graf encerrado en la habitación de un hotel, haber molestado lo suficiente a un cuadri para que deseara volarle aquella tímida cabeza suya? Demasiadas malditas posibilidades. Era hora de inyectar algunos datos fehacientes.

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