3

Miles se puso de puntillas para asomarse a la portilla junto a la escotilla de personal de la Kestrel mientras la nave maniobraba hacia el punto de atraque asignado. La Estación Graf era una enorme amalgama, un aparente caos de diseño, cosa que no resultaba sorprendente en una instalación que llevaba tres siglos expandiéndose. Enterrado en el núcleo de la retorcida estructura había un pequeño asteroide metálico, vaciado para conseguir espacio y el material empleado en los edificios del más antiguo de los muchos hábitats de los cuadrúmanos. También en algún lugar de sus secciones más internas todavía podían verse, según las guías-vid, los elementos de la nave de salto desmontada y reconfigurada en la que la primera banda de endurecidos pioneros cuadris había realizado su histórico viaje hasta aquel refugio.

Miles se apartó e indicó a Ekaterin que se asomara a mirar. Reflexionó sobre la astrografía política del cuadrispacio, o más bien, como se denominaba formalmente, la Unión de Hábitats Libres. Desde aquel punto de partida, los grupos de cuadris habían construido colonias en ambas direcciones por todo el interior de los dos anillos de asteroides que hacían el sistema tan atractivo para sus antepasados. Varias generaciones y un millón de esfuerzos más tarde, los cuadrúmanos ya no corrían peligro de quedarse sin espacio, energía ni materiales. Su población podía extenderse tan rápidamente como quisieran construir.

Sólo un puñado de sus muchos hábitats dispersos mantenían zonas con gravedad artificial para los humanos con piernas, ya fueran visitantes o residentes, o para tratar con foráneos. La Estación Graf aceptaba a los galácticos y su comercio, como hacían las arcologias orbitales llamadas Metropolitan, Santuario, Minchenko y Union Station. Esta última era la sede del Gobierno cuadrúmano, una variante de representación democrática de abajo arriba basada, según tenía entendido Miles, en el grupo de trabajo como unidad primaria. Esperó por Dios santo no tener que acabar negociando con un comité.

Ekaterin echó un vistazo y, con una sonrisa nerviosa, indicó a Roic que mirara también. Roic agachó la cabeza y apretó la nariz contra la portilla, lleno de curiosidad. Éste era el primer viaje de Ekaterin fuera del imperio de Barrayar, y la primera aventura de Roic fuera de Barrayar. Miles dio las gracias a sus costumbres levemente paranoicas por haberlos hecho pasar por un cursillo intensivo sobre el espacio y los procedimientos de caída libre y seguridad antes de sacarlos del planeta. Había tirado de los hilos para conseguir acceso a las instalaciones de la academia militar, aunque en una semana libre entre clases, para que recibieran una versión a medida del largo curso que los otros camaradas más viejos de Roic habían recibido como parte de la rutina de su antiguo entrenamiento en el Servicio Imperial.

Ekaterin se sintió enormemente alarmada cuando Miles la invitó (persuadió; bueno, la empujó) para que se uniera al guardaespaldas en la escuela orbital: intimidada al principio, agotada y al borde del motín a medio camino, orgullosa y satisfecha al final. Con los pasajeros, cuando había problemas de presurización, el método habitual era meter a los clientes de pago en burbujas llamadas unicápsulas donde tenían que esperar pacientemente a que llegara el rescate. Miles se había visto atrapado en esas cápsulas alguna que otra vez. Había jurado que ningún hombre, y sobre todo ninguna esposa suya, volvería a verse tan artificialmente indefenso en una emergencia. Todo su grupo viajaba con los trajes especiales siempre a mano. Lamentablemente, Miles había dejado su propia armadura de batalla en el almacén…

Roic se apartó de la portilla, con aspecto especialmente estoico y leves arrugas verticales de preocupación entre sus cejas.

—¿Ha tomado todo el mundo sus píldoras contra el mareo? —preguntó Miles.

Roic asintió inmediatamente.

—¿Has tomado tú las tuyas? —preguntó Ekaterin.

—Oh, sí. —Miles contempló su sencilla túnica civil de color gris y sus pantalones—. Antes tenía un biochip muy útil en el nervio vago que me impedía perder el almuerzo en caída libre, pero lo perdí con el resto de mis tripas en aquel desagradable encuentro con la granada de agujas. Tendría que reponerlo un día de estos…

Miles avanzó un paso y echó otro vistazo. La estación había crecido hasta ocultar la mayor parte de la visión.

—Bien, Roic. Si algún cuadri de visita en Hassadar molestara lo suficiente para ganarse una visita a la cárcel de la Guardia Municipal, y luego un puñado más de cuadris aparecieran e intentaran sacarlos por la fuerza con armas militares, y destruyeran el lugar y quemaran a algunos de tus camaradas, ¿qué pensarías de los cuadrúmanos en ese caso?

—Hum… No los valoraría muy positivamente, milord. —Roic hizo una pausa—. Estaría bastante molesto, en realidad.

—Es lo que me figuraba —Miles suspiró—. Bueno, allá vamos.

Sonaron golpes metálicos mientras la Kestrel se posaba suavemente y las abrazaderas de atraque se situaban con fuerza en su sitio. El flexotubo gimió, buscando su sello, guiado por el jefe de máquinas de la Kestrel en los controles de la escotilla, y luego se selló con un chasquido.

—Todo listo, señor —informó el ingeniero jefe.

—Muy bien, chicos, vamos de desfile —murmuró Miles, e hizo un gesto a Roic.

El guardaespaldas asintió y salió por la compuerta; al cabo de un instante, llamó:

—Listo, señor.

Todo estaba, si no bien, bastante aceptable. Miles recorrió el flexotubo con Ekaterin detrás. Miró por encima del hombro mientras flotaba hacia delante. Ella estaba esbelta y arrebatadora con la túnica roja y las calzas negras, el pelo recogido en una sofisticada trenza. La gravedad cero tenía un efecto encantador en la anatomía femenina bien desarrollada que era mejor no hacerle ver a Ekaterin, según decidió Miles. Como movimiento de apertura, aquel primer contacto con la Estación Graf en la sección de gravedad cero estaba claramente calculado para desequilibrar a los visitantes y recalcar de quién era este espacio. De haber querido ser amables, los cuadris los hubieran recibido en una de las secciones con gravedad.

La compuerta de la Estación se abrió dando paso a una espaciosa bodega cilíndrica cuya simetría radial ignoraba tranquilamente los conceptos de «arriba» y «abajo». Roic flotó con una mano en el asidero situado junto a la escotilla, la otra cuidadosamente apartada de su canana. Miles dobló el cuello para ver la media docena de cuadrúmanos, hombres y mujeres, con semiarmaduras paramilitares y flotando en posiciones de fuego cruzado por toda la bodega. Llevaban las armas al hombro, enmascarando la amenaza con formalidad. Brazos inferiores, más gruesos y más musculosos que los superiores, emergían de sus caderas. Ambos pares de brazos estaban protegidos por deflectores de plasma. A Miles no se le escapó que aquella gente podía disparar y recargar al mismo tiempo. Qué interesante, aunque dos llevaban la insignia de seguridad de la Estación Graf, el resto llevaba uniforme y placa de la Milicia de la Unión.

Impresionante fachada, pero no eran las personas que quería ver. Se dirigió a los tres cuadris y al planetario con piernas que esperaban directamente frente a la escotilla. Sus expresiones levemente molestas, cuando advirtieron su aspecto no demasiado impresionante, fueron rápidamente suprimidas en tres de los cuatro rostros.

El oficial de seguridad de mayor grado de la Estación Graf era rápidamente reconocible por su uniforme, sus armas y su expresión. Otro cuadri varón de mediana edad también llevaba una especie de uniforme estacionario, azul pizarra, de estilo conservador diseñado para tranquilizar a la gente. Una cuadri de pelo blanco iba vestida con un jubón más recargado de terciopelo marrón con las mangas superiores con tajos de los que sobresalía un tejido plateado de seda, bombachos cortos a juego y mangas inferiores estrechas. El planetario también llevaba el uniforme azul pizarra, pero con pantalones y botas de fricción. El pelo corto y grisáceo flotaba alrededor de la cabeza que se volvió hacia Miles.

Miles se atragantó, tratando de no maldecir en voz alta.

«Dios mío. Es Bel Thorne.» ¿Qué demonios estaba haciendo aquí el ex mercenario hermafrodita betano? La contestación llegó por sí sola en cuanto se formuló la pregunta. «Bien. Ahora sé quién es nuestro observador de SegImp en la Estación Graf.» Cosa que, bruscamente, elevó la fiabilidad de los informes a un nivel altísimo… ¿o no? La sonrisa de Miles se congeló, ocultando, esperaba, su súbito desconcierto mental.

La mujer del pelo blanco estaba hablando en un tono muy gélido… Una parte de la mente de Miles la catalogó automáticamente como la persona de rango más alto y más vieja presente.

—Buenas tardes, lord Auditor Vorkosigan. Bienvenido a la Unión de Hábitats Libres.

Miles, guiando todavía con una mano a una parpadeante Ekaterin hacia la bodega, consiguió asentir amablemente como respuesta. Dejó la segunda agarradera para que Ekaterin se sujetara, y consiguió mantenerse en el aire sin dar un giro, el lado derecho hacia arriba en relación con la mujer cuadrúmana.

—Gracias —contestó con voz neutra. «Bel, ¿qué demonios…? Hazme una señal, maldita sea.»

El hermafrodita respondió a su mirada interrogativa con frío desinterés y, como quien no quiere la cosa, alzó una mano para rascarse la nariz, haciendo una señal, tal vez. «Espera…»

—Soy la Selladora jefa Greenlaw —continuó la mujer cuadri—, y he sido asignada por mi gobierno para recibirlo a usted y proporcionar arbitrio entre ustedes y sus víctimas en la Estación Graf. Éste es el jefe Venn, de personal de seguridad de la Estación Graf; el jefe Watts es el supervisor de Relaciones Planetarias de la Estación Graf, y el práctico Bel Thorne.

—Cómo están ustedes, señora, señores, honorable herm —continuó la boca de Miles en piloto automático. Estaba demasiado desconcertado por la presencia de Bel para tomar nota de algo más que de aquel «sus víctimas», de momento—. Permítanme presentarles a mi esposa, lady Ekaterin Vorkosigan, y a mi ayudante personal y hombre de armas, Roic.

Todos los cuadris miraron con mala cara a Roic. Pero ahora le tocó a Bel el turno de sorprenderse al mirar con súbita atención a Ekaterin. Un aspecto puramente personal de toda la situación se abrió paso entonces en la mente de Miles, cuando cayó en la cuenta de que dentro de muy poco, muy probablemente, iba a verse en la desagradable situación de tener que presentar su nueva esposa a su antiguo enamorado. No es que la pasión que Bel tan a menudo había expresado por él hubiera sido consumada, exactamente, para su retrospectivo pesar…

—Práctico Thorne, ah… —Miles advirtió que estaba buscando dónde agarrarse en más de un sentido. Su voz se animó al preguntar—: ¿Nos conocemos?

—Creo que no nos habíamos visto hasta ahora, lord Auditor Vorkosigan, no —contestó Bel; Miles esperó haber sido el único en detectar el leve énfasis en su nombre y título barrayarés en aquel familiar acento agudo.

—Ah —Miles vaciló. «Ahora dame un pie, una frase, algo…»—. Mi madre es betana, ¿sabe?

—Qué coincidencia —dijo Bel tranquilamente—. La mía también.

«¡Bel, maldición!»

—He tenido el placer de visitar la Colonia Beta varias veces.

—Yo no he vuelto más que una vez en décadas —la débil luz del notablemente vil sentido del humor de Bel se difuminó en los ojos marrones, y el herm continuó diciendo—: Me gustaría oír cosas acerca de la vieja caja de arena.

—Será un placer —respondió Miles, rezando para que la conversación pareciera diplomática y no críptica. «Pronto, pronto, joder, Pronto.» Bel le devolvió un cordial gesto con la cabeza.

La mujer cuadrúmana indicó el fondo de la bodega con su mano derecha superior.

—Si nos acompañan, por favor, a la sala de conferencias, lord y lady Vorkosigan, soldado Roic.

—Por supuesto, Selladora Greenlaw.

Miles le dirigió un leve gesto cortés de «después de usted, señora» en el aire y luego se irguió para poner un pie en la pared e impulsarse tras ella. Ekaterin y Roic los siguieron. Ekaterin llegó y frenó en la puerta estanca redonda con gracia razonable, aunque Roic aterrizó de lado, con un golpe audible. Había empleado demasiada energía para impulsarse, pero Miles no podía detenerse para indicarle unos cuantos truquitos. Ya los pillaría pronto, o se rompería un brazo. La siguiente serie de pasillos tenía suficientes asideros. Los planetarios mantuvieron el ritmo de los cuadris, que los precedían y seguían; para secreta satisfacción de Miles, ninguno de los guardias tuvo que detenerse y recoger a ningún barrayarés que girara fuera de control o flotara indefenso a la deriva.

Por fin llegaron a una cámara desde la que se veía una amplia panorámica de un brazo de la estación y del profundo vacío cuajado de estrellas situado más allá. Cualquier planetario que sufriera de un poquitín de agorafobia o de paranoia de presurización sin duda preferiría agarrarse a la pared del lado opuesto. Miles flotó suavemente hasta la barrera transparente, deteniéndose con dos dedos delicadamente extendidos, y contempló el paisaje espacial. Sonrió, contra su voluntad.

—Es muy bonito —dijo sinceramente.

Miró en derredor. Roic había encontrado un asidero en la pared, cerca de la puerta, torpemente compartido con la mano inferior de un guardia cuadri que se lo quedó mirando mientras los dos apartaban los dedos intentando cada uno de ellos no tocar al otro. La mayor parte de la guardia de honor se había desgajado en el pasillo adjunto y sólo quedaban dos hombres, uno de la Estación Graf y otro de la Unión, aunque alerta. En las paredes del extremo de la cámara crecían plantas decorativas en tubos espirales iluminados que envolvían sus raíces en una bruma hidropónica. Ekaterin se detuvo junto a una, examinando con atención las hojas multicolores. Desvió su atención y su breve sonrisa desapareció al observar a Miles, al observar a sus anfitriones cuadrúmanos, al buscar pistas. Su mirada cayó casualmente sobre Bel, quien a su vez observaba a Miles. La expresión del herm era… bueno, cualquiera hubiese dicho que neutra, probablemente. Miles sospechaba que era profundamente irónica.

Los cuadris se situaron en semicírculo alrededor de la placa vid central, Bel cerca de su camarada vestido de azul pizarra, el jefe Watts. Puestos arqueados de diferentes alturas formaban el tipo de control de enlace de comunicaciones que normalmente se encontraba en los sillones de la estación; con aspecto de flores de largo tallo, proporcionaban adecuados puntos de atraque. Miles escogió un puesto de espaldas al espacio. Ekaterin se acercó flotando y se situó detrás de él. Había adoptado su actitud silenciosa y reservada, que Miles había tenido que aprender a no interpretar como infeliz; tal vez sólo significaba que estaba procesando datos con demasiada concentración para acordarse de mostrarse animada. Por fortuna, la expresión tallada en marfil también resultaba aristocrática.

Un par de cuadris más jóvenes, por cuyos atuendos formados por camisa y pantalones cortos de color verde Miles identificó como sirvientes, ofrecieron burbujas con bebidas; Miles tomó algo que decía ser té, Ekaterin zumo de frutas, y Roic, con una mirada a sus homólogos cuadris a los que no ofrecieron nada, declinó. Un cuadrúmano podía agarrarse a un asidero y sostener una burbuja de bebida, y aún le quedaban dos manos libres para desenfundar un arma y apuntar con ella. No parecía equitativo.

—Selladora jefa Greenlaw —empezó a decir Miles—. Debe de haber recibido mis credenciales. —Ella asintió, su pelo corto y fino flotando en un halo revuelto con el movimiento—. Por desgracia, no estoy demasiado familiarizado con el contexto cultural y el significado de su título —continuó Miles—. ¿En nombre de quién habla, y están sus palabras ligadas por un juramento de honor? Es decir, ¿representa usted a la Estación Graf, a un departamento de la Unión de Hábitats Libres o a una entidad aún más grande? ¿Y quién revisa sus recomendaciones o sanciona sus acuerdos?

«¿Y cuánto tiempo tardan?»

Ella vaciló, y Miles se preguntó si lo estaba estudiando con la misma intensidad con que él la había estudiado. Los cuadrúmanos vivían aún más que los betanos, que tenían una media de edad de ciento veinte años estándar, y podían alcanzar el siglo y medio. ¿Qué edad tenía aquella mujer?

—Soy Selladora del Departamento de Relaciones Planetarias de la Unión. Creo que algunas culturas planetarias lo considerarían un ministro plenipotenciario de su Departamento de Estado, o como se llame el cuerpo que administre sus embajadas. He servido al departamento durante los últimos cuarenta años, realizando viajes como consejera aprendiz y experta para la Unión en ambos de nuestros sistemas fronterizos.

Los vecinos cercanos del cuadrispacio se hallaban a unos cuantos saltos de distancia de las rutas más transitadas; estaba diciendo que había pasado tiempo en los planetas. «Y, de paso, que lleva haciendo este trabajo desde antes de que yo naciera.» Si no era de esas personas que piensan que cuando has visto un planeta los has visto todos, aquello era prometedor. Miles asintió.

—Mis recomendaciones y acuerdos serán revisados por mi grupo de trabajo en Union Station… el Consejo de Directores de la Unión de Hábitats Libres.

Bueno, así que había un comité, pero felizmente no estaba allí. Miles la consideró más o menos el equivalente a un ministro barrayarés del Consejo, por encima de su propio peso como Auditor Imperial. Cierto, los cuadris no tenían nada en su estructura gubernamental que fuera equivalente a un conde de Barrayar, aunque no parecían tener nada que perder con ello. Miles reprimió un bufido. A una capa de la cima, Greenlaw tenía un número finito de personas a las que complacer o persuadir. Se permitió el primer atisbo de esperanza ante una negociación razonablemente flexible.

Ella alzó las blancas cejas.

—Dijeron que era usted la Voz del Emperador. ¿De verdad creen los barrayareses que la voz de su Emperador sale por su boca, a través de todos estos años-luz?

Miles lamentó no poder echarse hacia atrás en ninguna silla; en cambio, enderezó un poco la espalda.

—El nombre es un recurso legal, no una superstición, si es eso lo que pregunta. De hecho, ser Voz del Emperador es un apodo para mi trabajo. Mi verdadero título es Auditor Imperial: un recordatorio de que mi primera tarea es siempre escuchar. Respondo por y ante el Emperador Gregor exclusivamente.

Parecía un buen momento para evitar referirse a complicaciones como una potencial moción de censura del Consejo de Condes y otras medidas al estilo de Barrayar. «Como el asesinato.»

El oficial de seguridad Venn intervino.

—Entonces, ¿controla usted o no controla a las fuerzas militares de Barrayar que están aquí, en el espacio de la Unión?

Evidentemente conocía lo bastante a los soldados barrayareses y le costaba imaginar al pequeño ser encorvado que flotaba ante él dominando al tozudo Vorpatril o a sus sin duda grandes y sanos soldados.

«Sí, pero deberías ver a mi padre…» Miles se aclaró la garganta.

—Como el Emperador es el comandante en jefe del Ejército de Barrayar, su Voz es automáticamente el oficial de más alto rango de cualquier fuerza barrayaresa que tenga cerca, sí. Si la emergencia lo requiere.

—Entonces, ¿está diciendo que, si usted lo ordenara, estos tipejos dispararían? —dijo Venn agriamente.

Miles consiguió inclinar levemente la cabeza en su dirección, cosa nada fácil en caída libre.

—Señor, si una Voz del Emperador lo ordenara, se dispararían a sí mismos.

Aquello era una pura baladronada (bueno, en parte), pero Venn no tenía por qué saberlo. Bel continuó con expresión impasible, gracias a los dioses que flotaban por allí, aunque Miles casi pudo ver la risa atragantándosele. «Que no te estallen los oídos, Bel.» Las cejas blancas de la Selladora tardaron un instante en volver a bajar a la posición horizontal.

Miles continuó hablando:

—Sin embargo, aunque no es difícil que un grupo se ponga lo suficientemente nervioso para empezar a disparar, uno de los propósitos de la disciplina militar es asegurar que deja de disparar si se le ordena. Éste no es momento de disparar, sino de hablar… y de escuchar. Estoy escuchando. —Cruzó los dedos delante de lo que había sido su regazo, de estar sentado—. Desde su punto de vista, ¿cuál fue la secuencia de acontecimientos que llevó a este desafortunado incidente?

Greenlaw y Venn empezaron a hablar a la vez; la mujer cuadri abrió una mano superior en gesto de invitación al oficial de seguridad.

Venn asintió y continuó.

—Empezó cuando mi departamento recibió una llamada de emergencia para detener a un par de hombres suyos que habían atacado a una mujer cuadrúmana.

Ah, un nuevo actor en escena. Miles mantuvo la expresión neutral.

—¿Atacada en qué sentido?

—Irrumpieron en sus habitaciones, la sacudieron, la golpearon y le rompieron un brazo. Evidentemente habían sido enviados a perseguir a cierto oficial de Barrayar que no se había presentado al servicio…

—Ah. ¿El alférez Corbeau?

—Sí.

—¿Y estaba en las habitaciones de ella?

—Sí…

—¿Por invitación de ella?

—Sí. —Venn hizo una mueca—. Parece que, hum, se habían hecho amigos. Garnet Cinco es una de las principales bailarinas de la Troupe Memorial Minchenko, que representa ballets en cero-ge para los residentes de la Estación y los visitantes planetarios. —Venn tomó aire—. No está claro del todo quién fue a defender a quién cuando la patrulla barrayaresa vino a recoger a su oficial retrasado, pero degeneró en reyerta. Arrestamos a todos los planetarios y los llevamos al Puesto de Seguridad Número Tres para averiguarlo.

—Por cierto —intervino la Selladora Greenlaw—, su alférez Corbeau ha solicitado hace poco asilo político en la Unión.

Esto también era nuevo.

—¿Hace cuánto de poco?

—Esta mañana. Cuando se enteró de que venía usted.

Miles vaciló. Podía imaginar una docena de motivos para explicar aquello, desde lo siniestro hasta lo estúpido; no pudo evitar pensar en lo siniestro.

—¿Van a concedérselo ustedes? —preguntó por fin.

Miró al jefe Watts, que hizo un gesto poco comprometedor con una mano inferior y dijo:

—Mi departamento lo ha tomado en consideración.

—Si quiere mi consejo, no le haga ni puñetero caso —gruñó Venn—. No necesitamos a esos tipos aquí.

—Me gustaría entrevistar al alférez Corbeau lo antes posible —dijo Miles.

—Bueno, evidentemente él no quiere hablar con usted —contestó Venn.

—Da igual. Considero que la observación de primera mano y las declaraciones de los testigos son cruciales para comprender correctamente esta compleja cadena de acontecimientos. También necesitaré hablar con los otros… —iba a decir «rehenes», pero sustituyó la palabra— detenidos barrayareses, por el mismo motivo.

—No es tan compleja —dijo Venn—. Un puñado de hampones armados entró a saco en mi estación, violó las costumbres, disparó a docenas de transeúntes inocentes y a varios oficiales de seguridad de la Estación que intentaban cumplir con su deber, trató de llevar a cabo lo que únicamente puede ser definido como una fuga de prisión, y destrozó propiedades. Sus delitos (¡documentados en vid!), van de disparar armas ilegales a resistirse al arresto y al incendio premeditado en zona habitada. Es un milagro que no muriera nadie.

—Eso, desgraciadamente, todavía tiene que ser demostrado —replicó Miles al instante—. El problema es que, desde nuestro punto de vista, el arresto del alférez Corbeau no fue el principio de la secuencia de acontecimientos. El almirante Vorpatril había informado de la desaparición de un hombre bastante antes de eso: el teniente Solian. Según sus testigos y los de ustedes, se encontró una cantidad de sangre suficiente para un cadáver entero en el suelo de una bodega de carga de la Estación Graf. La lealtad militar funciona en dos direcciones: los barrayareses no abandonamos a los nuestros. Muerto o vivo, ¿dónde está el resto del teniente?

A Venn casi le rechinaron los dientes.

—Lo buscamos. No está en la Estación Graf. Su cuerpo no está en el espacio en ninguna trayectoria razonable desde la Estación Graf. Lo comprobamos. Se lo hemos dicho a Vorpatril, repetidamente.

—¿Tan difícil, o tan fácil, es que un planetario desaparezca en el cuadrispacio?

—Si puedo responder a eso —intervino tranquilamente Bel Thorne—, ya que ese incidente afecta a mi departamento.

Greenlaw indicó su asentimiento con una mano inferior, mientras se frotaba simultáneamente el puente de la nariz con una superior.

—Subir y bajar de las naves galácticas está plenamente controlado, no sólo por parte de la Estación Graf, sino también en nuestras delegaciones comerciales del Nexo. Si no imposible, al menos sí es difícil pasar por aduanas y zonas de inmigración sin dejar algún rastro, como mínimo en los monitores vid generales de las zonas. Su teniente Solian no aparece en ninguno de los registros visuales ni informáticos de ese día.

—¿De verdad? —Miles dirigió una mirada a Bel. «¿Es ésta la verdadera historia?»

Bel asintió brevemente. «Sí.»

—De verdad. Ahora, viajar dentro del sistema está mucho menos estrictamente controlado. Es más… factible que alguien vaya de la Estación Graf a otro hábitat de la Unión sin ser advertido. Si esa persona es un cuadrúmano. Sin embargo, cualquier planetario destacaría en la multitud. En este caso se siguieron los procedimientos estándar para personas desaparecidas, incluyendo notificaciones a los departamentos de seguridad de otros hábitats. Nadie ha visto a Solian, ni en la Estación Graf ni en ningún otro hábitat de la Unión.

—¿Cómo explica lo de su sangre en la bodega de carga?

—La bodega de carga está en el lado externo de los puntos de control de acceso a la estación. Mi opinión es que quien creó ese escenario vino de una de las naves atracadas en ese sector y regresó a ella.

Miles advirtió la elección de palabras de Bel: quien creó ese escenario, no quien asesinó a Solian. Naturalmente, Bel estuvo presente en cierta espectacular criopreparación de emergencia…

—Todas esas naves eran de su flota —intervino Venn, irritado—. En otras palabras, trajeron ustedes sus propios problemas consigo. ¡Aquí somos pacíficos!

Miles miró a Bel con el ceño fruncido y, mentalmente, cambió su plan de ataque.

—¿Está muy lejos de aquí la bodega de carga en cuestión?

—Está al otro lado de la Estación —dijo Watts.

—Creo que me gustaría verla, y sus zonas asociadas, antes de entrevistar al alférez Corbeau y a los otros barrayareses. ¿Quizás el práctico Thorne sería tan amable de guiarme por esa instalación?

Bel miró al jefe Watts y obtuvo un gesto de aprobación.

—Me sentiré encantado de hacerlo, lord Vorkosigan —dijo.

—¿Ahora mismo, si es posible? Podríamos utilizar mi nave.

—Eso sería muy eficaz, sí —respondió Bel, los ojos brillando de inteligencia—. Podría acompañarlo.

—Gracias. Eso sería muy satisfactorio. «Buena jugada.»

Ansioso como estaba Miles por largarse y exprimir a Bel en privado, tuvo que sonreír mientras pasaba por más formalidades, incluyendo la presentación oficial de la lista de cargos, costes, fianzas y multas que la fuerza de choque de Vorpatril se había ganado.

Tomó el disco de datos que el jefe Watts le envió delicadamente por el aire y dijo:

—Adviertan, por favor, que no acepto estos cargos. Sin embargo, me los llevaré para revisarlos al completo en cuanto me sea posible.

Unos rostros serios recibieron este pronunciamiento. El lenguaje corporal de los cuadrúmanos era una asignatura en sí misma. Hablar con las manos estaba aquí cuajado de posibilidades. Las manos de Greenlaw eran muy controladas, tanto las superiores como las inferiores. Venn cerraba mucho los puños inferiores, pero claro, había ayudado a rescatar a sus camaradas quemados después del incendio.

La conferencia llegó a su fin sin que se llegara a nada parecido a un acuerdo, cosa que Miles consideró una pequeña victoria para su bando. Se marchó sin comprometerse ni comprometer a Gregor, de momento. No veía todavía la manera de desenmarañar aquel desagradable lío a su favor. Necesitaba más datos, mensajes subliminales, a alguien, algún punto de apoyo que no había divisado todavía. «Tengo que hablar con Bel.»

El cumplimiento de ese deseo, al menos, parecía garantizado. Tras la orden de Greenlaw, la reunión se disolvió, y la guardia de honor escoltó a los barrayareses por los pasillos hasta la bodega donde esperaba la Kestrel.

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