18

—¿Hemos llegado ya? —murmuró Miles, adormilado.

Abrió unos ojos que, extrañamente, no estaban pegajosos ni irritados. El techo sobre él no se agitaba y se doblaba ante su visión como si fuera un espejismo visto a través del calor del desierto. El aliento entraba fresco por su nariz, sin impedimentos. No había flema. Ni tubos. ¿No había tubos?

El techo era desconocido. Rebuscó en su memoria. Bruma. Ángeles y demonios en biocontenedor, atormentándolo; alguien exigiéndole que orinara. Indignidades médicas, piadosamente vagas ahora. Intentar hablar, dar órdenes, hasta que una hipnospray de oscuridad lo abatió.

Y antes de eso: casi desesperación. Enviar mensajes frenéticos por delante de su pequeño convoy. La llegada de informes de varios días con agujeros de gusano bloqueados, extranjeros internados por ambos bandos, cargamentos confiscados, concentración de naves, todo contaba su propia historia a Miles, con sus peores detalles. Sabía demasiados detalles. «¡No podemos librar una guerra ahora, idiotas! ¿No sabéis que hay niños casi presentes?» Su brazo izquierdo se sacudió, y no encontró más resistencia que una suave colcha bajo sus dedos atenazados.

—¿… llegado ya?

El hermoso rostro de Ekaterin se inclinó sobre él desde un lado. No medio oculto tras el atuendo bioprotector. Miles temió por un momento que sólo fuera una proyección holovid, o alguna alucinación, pero el cálido y real beso de su boca le reafirmó de su presente solidez antes incluso de que su mano vacilante le tocara la mejilla.

—¿Dónde está tu mascarilla? —preguntó, inquieto. Se apoyó en un codo, combatiendo una oleada de náuseas.

Desde luego no estaba en la abarrotada y utilitaria enfermería de la nave militar de Barrayar donde lo habían trasladado desde la Idris. Su cama se encontraba en una cámara pequeña pero elegante que olía a estética de Cetaganda, desde los adornos de plantas vivas a la serena iluminación o la vista de la costa desde la ventana. Las olas lamían suavemente una playa de arenas claras vista a través de extraños árboles que proyectaban delicados dedos de sombra. Casi con toda certeza era una proyección vid, ya que los detalles subliminales de la atmósfera y los sonidos de la habitación también le susurraban camarote de nave espacial. Llevaba un atuendo suelto de seda de suaves tonos grises, y sólo sus extraños cierres indicaban que era una bata de paciente. Sobre la cabecera de su cama, un discreto panel mostraba indicadores médicos.

—¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando? ¿Detuvimos la guerra? Esos replicadores que encontraron en su… es un truco, lo sé…

El desastre final: sus rápidas naves interceptaron noticias de Barrayar por tensorrayo que anunciaban que las charlas diplomáticas se habían roto tras el descubrimiento, en un almacén en las afueras de Vorbarr Sultana, de un millar de replicadores vacíos robados al parecer del Nido Estelar, con sus ocupantes desaparecidos. ¿Supuestos ocupantes? Ni siquiera Miles estaba seguro. Una aturdidora pesadilla de implicaciones. Naturalmente, el Gobierno de Barrayar había negado conocer cómo llegaron allí, o dónde estaban ahora sus contenidos. Y no lo creyeron…

—El ba… Guppy, prometí… Todos esos bebés haut… Tengo que…

—Tienes que tumbarte y quedarte quieto. —Una firme mano sobre su pecho lo empujó hacia la cama—. Todos los asuntos más urgentes han sido atendidos.

—¿Por quién?

Ella se ruborizó un poco.

—Bueno…, por mí, principalmente. El capitán de la nave de Vorpatril no debería de haberme dejado intervenir, técnicamente, pero decidí no recordárselo. Ejerces una mala influencia sobre mí, amor.

«¿Qué? ¿Qué?»

—¿Cómo?

—Tan sólo repetí tus mensajes, y exigí que los transmitieran a la haut Pel y el ghem-general Benin. Benin estuvo brillante. En cuanto recibió tus primeros despachos, comprendió que los replicadores hallados en Vorbarr Sultana eran señuelos, sacados del Nido Estelar por el ba poco a poco hace un año, mientras preparaba todo esto. —Frunció el ceño—. Al parecer fue un plan premeditado del ba, con la idea de causar este tipo de problema. Un plan de apoyo, por si alguien descubría que no todo el mundo murió a bordo de la nave de los niños, y seguía la pista hasta Komarr. Casi funcionó. Podría haber funcionado, si Benin no hubiera sido tan concienzudo y sereno. Imagino que las circunstancias políticas internas de su investigación eran ya entonces extremadamente difíciles. Desde luego, puso su reputación en juego.

Y posiblemente incluso su vida, si Miles interpretaba bien aquellas sencillas palabras.

—Tanto más honor para él, entonces.

—Las fuerzas militares… las de ellos y las nuestras, han retirado la alerta y se están dispersando. Los cetagandeses han declarado que es un asunto civil e interno.

Miles se echó hacia atrás, enormemente aliviado.

—Ah.

—Creo que no podría haber contactado con ellos sin el nombre de la haut Pel. —Ekaterin vaciló—. Ni el tuyo.

—El nuestro.

Ella sonrió al oír eso.

—Lo de lady Vorkosigan pareció hacer efecto. Contuvo a ambas partes. Eso, y gritar la verdad una y otra vez. Pero no podría haber aguantado sin el nombre.

—¿Puedo sugerir que el nombre no podría haber aguantado sin ti? —Su mano libre se tensó sobre la de ella. Ekaterin le devolvió el apretón.

Miles se incorporó de nuevo.

—Espera… ¿No deberías ir vestida con un traje bioprotector?

—Ya no. Acuéstate, maldición. ¿Qué es lo último que recuerdas?

—Mi último recuerdo claro es estar en la nave de Barrayar a unos cuatro días del Cuadrispacio. Y el frío.

La sonrisa de Ekaterin no cambió, pero sus ojos se ensombrecieron al recordar.

—El frío, sí. Los filtros sanguíneos no hicieron efecto, ni siquiera funcionando los cuatro a la vez. Podíamos ver cómo se te escapaba la vida: tu metabolismo no podía soportarlo, no podía sustituir los recursos que se extraían ni siquiera con las intravenosas y los tubos nutrientes y las múltiples transfusiones de sangre. Al capitán Clogston no se le ocurrió otra manera de contener a los parásitos que poneros a ti y a Bel en estasis. Una hibernación fría. El siguiente paso habría sido la criocongelación.

—Oh, no. ¡Otra vez no…!

—Era el último recurso, pero no fue necesario, gracias al cielo. Una vez que Bel y tú estuvisteis sedados y lo suficientemente helados, los parásitos dejaron de multiplicarse. Los capitanes y tripulaciones de nuestro pequeño convoy fueron muy buenos y conseguimos llegar lo más rápido posible, quizás incluso un poco más. Oh… sí, estamos aquí; llegamos a la órbita de Rho Ceta… ayer, creo.

¿Había dormido ella desde entonces? No mucho, sospechó Miles. Su rostro, aunque alegre ahora, estaba tenso por la fatiga. Él extendió de nuevo la mano, para tocar levemente sus labios con dos dedos, como hacía habitualmente con su imagen holovid.

—Recuerdo que no quisiste decirme adiós adecuadamente —se quejó.

—Supuse que eso te daría más motivos para regresar a mí. Aunque sólo fuera para decir la última palabra.

Él reprimió una risa y dejó que su mano cayera de nuevo sobre la colcha. La gravedad artificial probablemente no llegaba a dos ges en aquella cámara, a pesar de que sentía el brazo como si estuviera cargado de pesos de plomo. Tenía que admitir que no se sentía exactamente… bien.

—Bueno, qué, ¿me he librado de todos esos parásitos infernales?

Ella sonrió de nuevo.

—A la perfección. Bueno, es decir, esa terrible doctora cetagandesa que trajo consigo la haut Pel dijo que estabas curado. Pero sigues muy débil. Se supone que tienes que descansar.

—¡Descansar, no puedo descansar! ¿Qué más está pasando? ¿Dónde está Bel?

—Chis, chis. Bel está vivo también. Podrás verlo pronto, y a Nicol también. Están en un camarote, pasillo abajo. Bel sufrió… —Ella frunció el ceño, vacilante—. Sufrió más daños que tú, pero esperan que se recupere, en su mayor parte. Con el tiempo. —A Miles no le gustó cómo sonaba eso. Ekaterin siguió su mirada—. Ahora mismo estamos a bordo de la propia nave de la haut Pel…, es decir, su nave del Nido Estelar, que la trajo desde Eta Ceta.

»Las mujeres del Nido Estelar os trajeron a Bel y a ti para trataros aquí. Las damas haut no dejaron que ninguno de nuestros hombres subiera a bordo para protegeros, ni siquiera al soldado Roic al principio, lo cual causó una discusión de lo más estúpida; me dieron ganas de abofetearlos a todos, hasta que al final decidieron que Nicol y yo podríamos acompañaros. Al capitán Clogston le molestó mucho que no le permitieran ayudar. Quería impedir que les entregaran los replicadores hasta que cooperaran, pero puedes apostar a que me opuse a esa idea.

—¡Bien!

Y no sólo porque Miles quisiera que aquellas pequeñas bombas de tiempo estuvieran lejos de Barrayar lo antes posible. No podía imaginar un plan diplomáticamente más desastroso ni psicológicamente más repugnante, a esas alturas.

—Me acuerdo de que intenté calmar a ese idiota de Guppy, que estaba histérico porque volvía con los cetagandeses. Hice promesas… Espero no haberle mentido entre dientes. ¿Es cierto que todavía tenía una reserva de parásitos encima? ¿Lo han curado también? ¿O… no? Juré por mi nombre que si cooperaba y declaraba, Barrayar lo protegería, pero esperaba estar consciente cuando llegáramos…

—Sí, la doctora cetagandesa lo trató también a él. Dice que el residuo latente de parásitos no se habría disparado otra vez, pero la verdad es que no creo que estuviera segura. Al parecer, nadie ha sobrevivido antes a esta bioarma. Me dio la impresión de que el Nido Estelar quiere a Guppy para investigarlo más de lo que la Seguridad Imperial de Cetaganda lo quiere por sus cargos criminales, y si tienen que luchar por él, el Nido Estelar ganará. Nuestros hombres ejecutaron tu orden: está todavía en la nave de Barrayar. A algunos de los cetagandeses no les hace ninguna gracia, pero les dije que tendrían que tratar el asunto contigo.

Miles vaciló, y se aclaró la garganta.

—Hum… también me parece recordar que grabé algunos mensajes. Para mis padres. Y para Mark e Iván. Y para los pequeños Aral y Helen. Espero que tú no… No los enviaste, ¿verdad?

—Los aparté.

—Oh, bien. Me temo que no estuve muy coherente.

—Tal vez no —admitió ella—. Pero me parecieron muy conmovedores.

—Lo pospuse demasiado, supongo. Puedes borrarlos ya.

—Jamás —dijo ella firmemente.

—Pero estaba farfullando.

—Aun así. Voy a conservarlos. —Se acarició el pelo, y su sonrisa se torció—. Tal vez puedan ser reciclados algún día. Después de todo… la próxima vez, puede que no tengas tiempo.

La puerta de la cámara se abrió, y dos mujeres altas y espigadas entraron. Miles reconoció de inmediato a la mayor de ellas.

La haut Pel Navarr, Consorte de Eta Ceta, era quizá la número dos en la extraña jerarquía secreta del Nido Estelar, después de la mismísima Emperatriz, la haut Rian Degtiar. Apenas había cambiado de aspecto desde la primera vez que Miles la vio hacía una década, excepto quizá por su peinado. Su inmensamente largo pelo rubio estaba hoy recogido en una docena de trenzas que colgaban desde su nuca de una oreja a otra, sus decorados extremos oscilando alrededor de sus tobillos junto con el borde de su falda y otros adornos. Miles se preguntó si el inquietante aspecto de Medusa era intencionado. Su piel seguía siendo pálida y perfecta, pero no podía, ni siquiera por un instante, ser considerada joven. Demasiada calma, demasiado control, demasiada fría ironía…

Fuera de los santuarios más internos del Jardín Celestial, las altas haut normalmente se movían en la intimidad y la protección de burbujas de fuerza personales, protegidas de ojos indignos. El hecho de que entrara aquí sin velo era suficiente para decirle a Miles que ahora se encontraba en una reserva del Nido Estelar. La mujer morena que la acompañaba era lo bastante mayor para tener vetas de plata en el pelo que la envolvía junto con sus largas túnicas, y una piel que, aunque inmaculada, estaba claramente suavizada por la edad. Fría, remota, desconocida para Miles.

—Lord Vorkosigan. —La haut Pel le dirigió un gesto con la cabeza relativamente cordial—. Me alegro de encontrarlo despierto. ¿Vuelve a ser usted mismo?

«¿Por qué, quién era antes?» Miles temió adivinarlo.

—Eso creo.

—Fue toda una sorpresa que nos volviéramos a encontrar de esta forma, aunque, dadas las circunstancias, no es una sorpresa desagradable.

Miles se aclaró la garganta.

—También fue una sorpresa para mí. Los bebés de los replicadores… ¿los han recuperado? ¿Están todos bien?

—Mi gente terminó de examinarlos anoche. Todo parece ir bien con ellos, a pesar de sus horribles aventuras. Lamento que no pueda decirse lo mismo de usted.

Hizo un gesto a su compañera; la mujer resultó ser una doctora que, con bruscos murmullos, terminó un breve reconocimiento medico de su huésped barrayarés. Completando su trabajo, supuso Miles. Sus veladas preguntas sobre los parásitos artificiales recibieron corteses evasivas, y entonces Miles se preguntó si era médico… o diseñadora de cañones. O veterinaria, excepto que la mayoría de los veterinarios que Miles había conocido mostraban signos de apreciar a sus pacientes.

Ekaterin se mostró más decidida.

—¿Pueden darme una idea de qué efectos secundarios a largo plazo podemos esperar de esta desafortunada exposición para el lord Auditor y el práctico Thorne?

La mujer indicó a Miles que volviera a abrocharse la bata, y se volvió para hablar por encima de su cabeza.

—Su marido —en su boca, el término sonó completamente extraño—, sufre microcicatrices musculares y circulatorias. El tono muscular debería recuperarse gradualmente con el tiempo hasta alcanzar sus niveles anteriores. Sin embargo, añadido a su anterior criotrauma, esperaría una mayor concurrencia de problemas circulatorios más adelante en su vida. Aunque, dado lo poco que viven ustedes, quizás unas cuantas décadas de diferencia no parezcan significativas.

«Todo lo contrario, señora.» Colapsos, trombosis, obstrucciones sanguíneas, aneurismas, Miles supuso que eso era lo que quería decir. «Oh, qué alegría. Añádelas a la lista, junto con las pistolas de aguja, las granadas sónicas, el fuego de plasma y los rayos disruptores neurales. Y los remachadores y el duro vacío.»

Y los ataques. ¿Qué interesantes sinergias podían esperarse cuando sus microcicatrices circulatorias se cruzaran en el camino con sus ataques? Miles decidió guardar esa pregunta para su propio médico, más tarde. Les vendría bien un desafío. Iba a convertirse otra vez en un maldito proyecto de investigación. Militar además de médico, advirtió con un escalofrío.

La mujer haut continuó dirigiéndose a Ekaterin.

—El betano sufrió muchos más daños internos. Puede que nunca recupere el pleno tono muscular, y necesitará estar preparado contra problemas circulatorios de todo tipo. Un entorno en gravedad baja o cero-ge podría ser lo más seguro durante su convalecencia. Por su compañera, la hembra cuadri, deduje que puede que eso sea fácil de proporcionar.

—Lo que Bel necesite se conseguirá —juró Miles. Por recibir una herida tan grave al servicio del Emperador, ni siquiera haría falta un Auditor Imperial para librar a Bel de SegImp y arrancar una pequeña pensión médica en el trato.

La haut Pel hizo un pequeño gesto con la barbilla. La médico dirigió a la Consorte Planetaria una reverencia obediente, y se excusó.

Pel se volvió hacia Miles.

—En cuanto se sienta suficientemente recuperado, lord Auditor Vorkosigan, el ghem-general Benin ruega tener la oportunidad para hablar con usted.

—¡Ah! ¿Dag Benin está aquí? ¡Bien! Yo también quiero hablar con él. ¿Tiene ya al ba bajo custodia? ¿Ha quedado claro como el agua que Barrayar fue un peón inocente en los viajes ilícitos de su ba?

—El ba pertenecía al Nido Estelar; el ba ha sido devuelto al Nido Estelar —repuso Pel—. Es un asunto interno, aunque, por supuesto, estamos agradecidas al ghem-general Benin por su ayuda al tratar con todas las personas externas que puedan haber ayudado al ba en su… loco vuelo.

Así que las damas haut habían recuperado a su oveja descarriada. Miles reprimió un leve arrebato de piedad hacia el ba. El tono de voz de Pel no invitaba a que un bárbaro extranjero siguiera haciendo preguntas. «Vale.» Pel era la más arrojada de las consortes planetarias, pero las posibilidades de que Miles volviera a encontrarse con ella a solas, cara a cara, después de aquel momento eran escasas, y la probabilidad de que ella discutiera del asunto francamente delante de otra persona más escasas todavía.

—Finalmente deduje que el ba debía de ser un renegado y no, como pensé al principio, un agente del Nido Estelar —continuó Miles—. Siento una gran curiosidad por los mecanismos de este extraño secuestro. Guppy (el contrabandista jacksoniano, Russo Gupta) sólo pudo darme una visión externa de los hechos, y tan sólo desde su primer punto de contacto, cuando el ba descargó los replicadores de lo que supongo que era la nave de niños enviada anualmente a Rho Ceta, ¿verdad?

Pel inhaló, pero reconoció, envarada:

—Verdad. El crimen fue planeado y preparado desde hace tiempo, según parece. El ba mató a la Consorte de Rho Ceta, sus doncellas y la tripulación de la nave envenenándolos después de su último salto. En el momento del encuentro todos estaban muertos. Luego fijó el piloto automático de la nave para que se estrellara contra el sol del sistema. En beneficio del ba, parece que pretendió que fuera una especie de pira honoraria —concedió a regañadientes.

Dada su anterior exposición a los ritos funerarios de los haut, Miles casi pudo comprender este razonamiento en favor del prisionero sin devanarse los sesos. Pero Pel hablaba de la intención del ba como un hecho, no como una conjetura: por tanto, las damas haut ya habían tenido más suerte en una sola noche de interrogatorio que los miembros de seguridad de Miles en todo el viaje. «La suerte —sospecho—, no tiene nada que ver con eso.»

—Pensaba que el ba tendría que llevar consigo una gama de bioarmas mucho más amplia, si tuvo tiempo de saquear la nave de los niños antes de abandonarla y destruirla.

Pel era normalmente bastante abierta para tratarse de una Consorte Planetaria, pero esta observación hizo que frunciera gélidamente el ceño.

—Esos asuntos no son para discutirlos fuera del Nido Estelar.

—Idealmente, no. Pero por desgracia, sus… asuntos privados consiguieron llegar bastante más allá del Nido Estelar. Como puedo testificar personalmente. Se convirtieron en fuente de gran preocupación pública para nosotros, cuando detuvimos al ba en la Estación Graf. En el momento en que salía para acá, nadie estaba seguro de que hubiéramos identificado y neutralizado el contagio.

—El ba había planeado robar todo el conjunto —admitió Pel, reacia—. Pero la dama haut a cargo de los… suministros de la consorte, aunque moribunda, consiguió destruirlos antes de morir. Como era su deber. —Los ojos de Pel se entornaron—. Ella será recordada entre nosotras.

¿La equivalente a la mujer morena, quizás? ¿Protegía la fría doctora un arsenal similar en beneficio de Pel, quizás a bordo de esa misma nave? Todo el conjunto, eh. Miles archivó en silencio aquella admisión tácita, para compartirla más tarde con los más altos cargos de SegImp, y reencaminó rápidamente la conversación.

—Pero ¿qué intentaba hacer el ba? ¿Actuaba solo? Si es así, ¿cómo venció su programación de lealtad?

—Eso es también un asunto interno —repitió ella, sombría.

—Bueno, voy a decir lo que yo creo —continuó Miles, antes de que ella pudiera darse la vuelta y poner fin a la conversación—. Creo que este ba estaba muy relacionado con el emperador Fletchir Giaja, y por tanto con su difunta madre. Supongo que este ba fue uno de los confidentes íntimos de la vieja emperatriz Lisbet durante su reinado. Su biotraición, su plan para dividir a los haut en subgrupos competidores, fue derrotada tras su muerte…

—No traición —objetó la haut Pel débilmente—. No como tal.

—Rediseño unilateral no autorizado, entonces. Por algún motivo, este ba no fue purgado con los otros miembros de su camarilla interna después de la muerte de la Emperatriz… O tal vez sí, no lo sé. ¿Degradado, tal vez? Sea como fuere, imagino que toda esta escapada fue un esfuerzo equivocado por completar la visión de su ama… o de su madre muerta. ¿Estoy cerca?

La haut Pel lo miró con extremo disgusto.

—Bastante cerca. En cualquier caso, ya se ha terminado. El Emperador se sentirá satisfecho con usted… otra vez. Una prenda de su gratitud podría ser entregada en la ceremonia de aterrizaje de la nave de los niños, mañana, a la cual están invitados usted y su dama-esposa. Los primeros extranjeros en ser honrados… jamás.

Miles ignoró esta pequeña distracción.

—Cambiaría todos los honores por un poco de comprensión.

Pel hizo una mueca.

—No ha cambiado nada, ¿eh? Sigue siendo insaciablemente curioso. Hasta el cansancio —añadió.

Ekaterin sonrió secamente.

Miles ignoró la pulla de Pel.

—Sopórtelo conmigo. Creo que no he terminado todavía. Sospecho que los haut (y los ba) no son tan posthumanos aún como para estar a salvo de autoengaños, tanto más peligrosos por su sutileza. Vi el rostro del ba cuando destruí esa nevera de muestras genéticas delante de sus narices. Algo se quebró. Algo último, definitivo… Algo.

Él había matado hombres y llevaba la marca, y lo sabía. No creía haber matado antes un alma y dejado el cuerpo respirando, acongojado y acusador. «Tengo que entenderlo.»

Estaba claro que Pel no quería continuar, pero comprendía el alcance de una deuda que no podía pagarse con trivialidades como medallas y ceremonias.

—Parece que el ba —continuó lentamente—, deseaba algo más que la visión de Lisbet. Planeaba un nuevo Imperio… consigo mismo como Emperador y emperatriz. Robó los niños haut de Rho Ceta no sólo como población nuclear para la nueva sociedad que planeaba, sino como… parejas. Consortes. Aspiraba incluso a más que el puesto genético de Fletchir Giaja, que, aunque es parte del objetivo de los haut, no se considera completo. Soberbia —suspiró—. Locura.

—En otras palabras —susurró Miles—, el ba quería hijos. De la única forma que podía… concebir.

La mano de Ekaterin, que se había posado sobre su hombro, apretó.

—Lisbet… no debería haberle contado tanto —dijo Pel—. Hizo una mascota de su ba. Lo trató casi como a un hijo, en vez de como a un servidor. Su personalidad era poderosa, pero no siempre… acertada. Tal vez… se dejó llevar también por la vejez.

Sí: el ba era hermano de Fletchir Giaja, quizás el cuasiclón del Emperador cetagandés. El hermano mayor. Una prueba, y la prueba fue considerada válida. Y décadas de observador servicio en el Jardín Celestial después, con la pregunta siempre flotando: ¿Por qué no se concedía al ba, en vez de a su hermano, todo el honor, el poder, la riqueza, la fertilidad?

—Una última pregunta. Si quiere. ¿Cuál era el nombre del ba?

Los labios de Pel se tensaron.

—Ahora carecerá de nombre. Para siempre.

«Borrado. Que el castigo esté a la altura del crimen.»

Miles se estremeció.

El lujoso vehículo revoloteó sobre el palacio del gobernador imperial de Rho Ceta, un enorme complejo que titilaba en la noche. Empezó a descender hasta el enorme jardín oscuro, veteado de venas de luces en sus caminos y senderos, que se encontraban al este de los edificios. Miles contemplaba fascinado desde su ventanilla, mientras bajaban y luego remontaban una pequeña cordillera, tratando de adivinar si el paisaje era natural, o tallado artificialmente sobre la superficie de Rho Ceta. Tallado en parte, en cualquier caso, pues en el lado opuesto del promontorio había un anfiteatro al socaire de la pendiente, ante un sedoso lago negro de un kilómetro de diámetro. Más allá de las colinas al otro lado del lago, la capital de Rho Ceta hacía que el cielo nocturno brillara en ámbar.

El anfiteatro estaba iluminado solamente por tenues globos brillantes que se esparcían por su contorno: un millar de damas haut en sus burbujas de fuerza, fijas en blanco de luto, reducidas a la menor luminosidad visible. Entre ellas, otras figuras pálidas se movían suavemente, como fantasmas. El piloto del vehículo de transporte hizo virar la nave y la posó suavemente a unos pocos metros de la orilla del lago, en uno de los bordes del anfiteatro.

Las luces internas del transporte brillaron un poco, con longitudes de onda rojas diseñadas para ayudar a mantener la adaptación a la oscuridad de los pasajeros. En el pasillo, frente a Miles y Ekaterin, el ghem-general Benin se apartó de su ventanilla. Era difícil leer su expresión bajo los formales contornos de pintura facial blanca y negra que lo identificaban como ghem-oficial imperial, pero Miles lo interpretó como pensativo. Bajo la luz roja, su uniforme brillaba como sangre fresca.

En conjunto, e incluso teniendo en cuenta su súbita introducción personal a las bioarmas del Nido Estelar, Miles no estaba seguro de si se habría atrevido a intercambiar sus recientes pesadillas con Benin. Las pasadas semanas habían sido agotadoras para el responsable de la seguridad interna del Jardín Celestial. La nave de los niños, que transportaba personal del Nido Estelar que estaba a sus órdenes personales, se desvaneció en ruta sin dejar rastro; informes confusos que se remontaban a la complicada pista de Guppy no sólo apuntaban a un impresionante robo, sino a la posible biocontaminación de los contenidos más secretos del Nido; la desaparición de la pista en el corazón de un Imperio enemigo.

No era extraño que cuando llegó anoche a la órbita de Rho Ceta para interrogar a Miles en persona (con exquisita cortesía, ciertamente) pareciera tan cansado, incluso bajo la capa de pintura, como se sentía el propio Miles. Su pugna por la posesión de Russo Gupta había sido breve. Sin duda Miles comprendía el fuerte deseo de Benin, ya que el Nido Estelar le había arrancado de las manos al ba, de tener alguien en quien descargar sus frustraciones… Pero, primero, Miles había dado su palabra de Vor, y segundo, descubrió que, al parecer, no podía hacer nada malo en Rho Ceta aquella semana.

No obstante, Miles se preguntó dónde dejar a Guppy cuando todo aquello terminara. Alojarlo en una cárcel barrayaresa era un gasto inútil para el Imperio. Dejarlo suelto en Jackson's Whole era una invitación a que volviera a las andadas: ningún beneficio para los vecinos y una tentación para la venganza cetagandesa. Se le ocurría un lugar seguro y lejano donde depositar a una persona de pasado tan irregular y talentos tan erráticos, ¿pero era justo hacerle eso a la almirante Quinn…? Bel se había echado a reír, malignamente, al oír la sugerencia, hasta que tuvo que detenerse a respirar.

A pesar de que Rho Ceta era un lugar estratégico para las tácticas y estrategias de Barrayar, Miles nunca había puesto un pie antes en aquel mundo. No lo hizo tampoco ahora, al menos no de momento. Sonriendo, permitió que Ekaterin y el ghem-general lo ayudaran a pasar del transporte a un flotador. En la ceremonia por venir, planeaba ponerse en pie, pero un pequeño experimento le había demostrado que sería mejor que conservara sus fuerzas. Al menos no estaba solo en su necesidad de ayuda mecánica. Nicol flotaba ayudando a Bel Thorne. El hermafrodita se incorporó y manejó los controles de su propio flotador; sólo el tubo de oxígeno en su nariz traicionaba su extrema debilidad.

El soldado Roic, con su uniforme de la Casa Vorkosigan planchado y pulido, se colocó detrás de Miles y Ekaterin, silencioso y firme. Asustado de muerte, supuso Miles. No podía reprochárselo.

Decidiendo que representaba todo el Imperio de Barrayar y no sólo su propia Casa esa noche, Miles había decidido llevar sus sencillas ropas grises de civil. Ekaterin parecía alta y graciosa como una haut con un ondulante vestido negro y gris; Miles sospechó que había recibido algún tipo de ayuda femenina por parte de Pel, o de una de las muchas servidoras de Pel. Mientras el ghem-general Benin guiaba al grupo, Ekaterin se situó junto al flotador de Miles, la mano apoyada ligeramente sobre su brazo. Su ligera y misteriosa sonrisa era tan reservada como siempre, pero a Miles le pareció que caminaba con una nueva y firme confianza, sin miedo en medio de la oscuridad.

Benin se detuvo ante un grupito de hombres que destacaban en la oscuridad como espectros y esperaban a unos pocos metros del vehículo de transporte. El aire húmedo traía los complejos perfumes que emanaban de sus vestidos, intensos, pero no molestos. El ghem-general presentó meticulosamente cada miembro del grupo al actual gobernador haut de Rho Ceta, perteneciente a la constelación Degtiar, primo de algún modo de la actual Emperatriz. También el gobernador iba vestido, como todos los haut presentes, con la túnica blanca suelta y los pantalones blancos de duelo, además de una sobretúnica blanca de muchas capas que le llegaba hasta los talones.

El antiguo titular de su cargo, a quien Miles había conocido una vez, había dejado claro que los bárbaros extranjeros apenas eran soportables, pero aquel hombre hizo una reverencia profunda y aparentemente sincera, las manos colocadas formalmente delante de su pecho. Miles parpadeó, sorprendido, pues el gesto se parecía más a la reverencia de un ba a un haut que al saludo de un haut a un extranjero.

—Lord Vorkosigan. Lady Vorkosigan. Práctico Thorne. Nicol de los cuadrúmanos. Soldado Roic de Barrayar. Bienvenidos a Rho Ceta. Mi casa está a su servicio.

Todos devolvieron murmullos de agradecimiento adecuadamente civilizados. Miles consideró las palabras: mi casa, no mi gobierno, y recordó que lo que estaba viendo aquella noche era una ceremonia privada. El gobernador haut se distrajo momentáneamente con las luces de una lanzadera que abandonaba la órbita en el horizonte, y sus labios se abrieron cuando contempló el cielo nocturno, pero la nave se dirigió al extremo opuesto de la ciudad. El gobernador se volvió, frunciendo el ceño.

Unos cuantos minutos de cháchara amable entre el gobernador haut y Benin (deseos formales para la continuada salud del Emperador de Cetaganda y sus emperatrices, y preguntas algo más espontáneas sobre conocidos comunes) fueron interrumpidos cuando las luces de otra lanzadera aparecieron en la oscuridad previa al amanecer. El gobernador se volvió a mirar de nuevo. Miles miró por encima de la silenciosa multitud de hombres haut y burbujas de damas haut esparcidos como pétalos de flores blancas sobre el hueco de la colina. No emitieron ningún grito, apenas parecían moverse, pero Miles sintió más que oyó un suspiro recorrer sus filas, y la tensión de su espera aumentó.

Esta vez la lanzadera se hizo más grande, sus luces aumentaron cuando revoloteó sobre el lago, que espumeó en su estela. Roic dio un paso atrás, nervioso, y luego avanzó para acercarse de nuevo a Miles y Ekaterin, mientras la masa de la nave se alzaba casi sobre ellos. Las luces de sus costados dejaban ver en el fuselaje el dibujo de un pájaro aullando, esmaltado en rojo, que brillaba como una llama. La nave aterrizó sobre sus patas extendidas con la suavidad de un gato, y se posó, mientras los chasquidos y chirridos de sus calientes costados al contraerse resonaban con fuerza en mitad del silencio.

—Hora de levantarnos —le susurró Miles a Ekaterin, y depositó en tierra su flotador. Ekaterin y Roic lo ayudaron a levantarse, dar un paso al frente y ponerse firmes. La hierba recién cortada, bajo las suelas de sus botas, parecía una alfombra hermosa y gruesa; su olor era húmedo y rico.

Se abrió una enorme compuerta y una rampa se extendió sola, iluminada desde abajo por un brillo pálido y difuso. Lo primero en descender fue una burbuja de dama haut: su campo de fuerza no era opaco, como los otros, sino transparente como una gasa. Dentro, se podía ver que su silla flotante estaba vacía.

—¿Dónde está Pel? —le murmuró Miles a Ekaterin—. Creía que esto era su… criatura.

—Es para la Consorte de Rho Ceta que se perdió con la nave secuestrada —susurró ella—. La haut Pel será la siguiente, cuando conduzca a los niños en lugar de la consorte muerta.

Miles había conocido a la mujer asesinada, brevemente, hacía una década. Para su pesar, apenas podía recordar más que una nube de cabello marrón chocolate que la rodeaba, una belleza sorprendente camuflada en un grupo de otras mujeres haut de igual esplendor, y una furiosa dedicación a su deber. Pero la silla flotante pareció de pronto aún más vacía.

Otra burbuja la siguió, y otra más, y ghem-mujeres y servidores ba. La segunda burbuja se acercó al grupo del gobernador haut, se volvió transparente y luego se apagó. Pel, con su túnica blanca, estaba sentada regiamente en su silla flotante.

—Ghem-general Benin, ya que está usted al mando, por favor comunique el agradecimiento del Emperador, el haut Fletchir Giaja, a estos extranjeros que nos han devuelto las esperanzas de nuestras Constelaciones.

Hablaba en tono normal, y Miles no llegó a ver los registradores de voz, pero un leve eco desde el anfiteatro le dijo que sus palabras estaban siendo transmitidas a toda la asamblea.

Benin llamó a Bel. Con palabras de ceremonia, presentó un alto honor cetagandés al betano: un papel envuelto en un lazo, escrito por la Propia Mano del Emperador, con el extraño nombre de Orden de la Casa Celestial.

Miles conocía a ghem-lores cetagandeses que habrían cambiado a sus propias madres por pertenecer a la lista de Órdenes del año, excepto que no era nada fácil tener los méritos necesarios. Bel hizo descender su flotador para que Benin le colocara el rollo en las manos, y aunque sus ojos brillaban de ironía, murmuró su agradecimiento al lejano Fletchir Giaja, y por una vez mantuvo su sentido del humor bajo control. Probablemente algo tuvo que ver que el herm estuviera tan agotado que apenas podía mantener la cabeza erguida, una circunstancia que Miles nunca habría creído tener que agradecer.

Miles parpadeó, y contuvo una amplia sonrisa cuando el ghem-general Benin llamó a continuación a Ekaterin y le otorgó un honor semejante. El obvio placer de Ekaterin tampoco carecía de gracia, pero contestó con elegantes palabras de agradecimiento.

—Milord Vorkosigan —dijo Benin.

Miles dio un paso adelante, un poco aprensivo.

—Mi Amo Imperial, el Emperador, el haut Fletchir Giaja, me recuerda que la verdadera delicadeza de dar regalos tiene en cuenta los gustos del receptor. Por tanto me encarga sólo que le comunique su agradecimiento personal, por su propio Aliento y Voz.

Primer premio, la Orden Cetagandesa de Mérito, y qué embarazosa habría sido esa medalla, hacía una década. Segundo premio, ¿dos Órdenes Cetagandesas de Mérito? Evidentemente no. Miles dejó escapar un suspiro de alivio, sólo ligeramente teñido de pesar.

—Dígale a su Amo Imperial de mi parte que ha sido un placer.

—Mi Ama Imperial, la Emperatriz, la haut Rian Degtiar, Primera Dama del Nido Estelar, también me encargó que le comunicara su propio agradecimiento, por su propio Aliento y Voz.

Miles hizo una reverencia aún mayor.

—Estoy a su servicio.

Benin dio un paso atrás; la haut Pel avanzó.

—En efecto. Lord Miles Naismith Vorkosigan de Barrayar, el Nido Estelar lo convoca.

Lo habían advertido sobre aquello, y lo había hablado con Ekaterin. Como asunto práctico, no tenía sentido rechazar el honor: el Nido Estelar debía de tener un kilo de su carne archivada en privado ya, recogida no sólo durante su tratamiento allí, sino de su memorable visita a Eta Ceta todos aquellos años atrás. Así que con sólo un leve encogimiento de estómago dio un paso al frente, y permitió que un servidor ba le subiera la manga y presentara a la haut Pel la bandeja con la brillante aguja.

Los largos dedos blancos de Pel hundieron la aguja en el antebrazo de Miles. La aguja era tan fina que apenas la sintió: cuando la retiró, una gota ínfima de sangre se formó en su piel. El servidor la limpió. Pel depositó la aguja en su propia caja congeladora, la alzó un momento para mostrarla públicamente, la cerró y la guardó en el brazo de su silla flotante. El leve murmullo de la multitud del anfiteatro no pareció escandalizado, aunque hubo, tal vez, un atisbo de sorpresa. El más alto honor que ningún cetagandés podía alcanzar, más alto aún que la concesión de una esposa haut, era que su genoma fuera llevado formalmente al banco del Nido Estelar: para desentrañarlo, examinarlo y probablemente insertar de manera selectiva las partes aprobadas en la siguiente generación de la raza haut.

Miles, mientras se bajaba la manga, le murmuró a Pel:

—Probablemente sea cosa de la alimentación, no de la naturaleza, ya sabe.

Los exquisitos labios de ella resistieron una sonrisa para formar la silenciosa sílaba, «Chis».

La chispa de oscuro humor en sus ojos se oscureció de nuevo cuando reactivó su escudo de fuerza. El cielo al este, al otro lado del lago y más allá de la cordillera, palidecía. Jirones de bruma se formaban sobre las aguas del lago, cuya suave superficie se volvía de un gris acerado al reflejar la luz que precede el amanecer.

Un silencio aún más profundo cayó sobre los haut reunidos mientras de la lanzadera salían flotando bastidor tras bastidor de replicadores, guiados por las ghem-mujeres y los servidores ba. Constelación tras constelación, los ba fueron llamados por la consorte en funciones, Pel, para recibir sus replicadores. El gobernador de Rho Ceta dejó al grupito de dignatarios/héroes de visita para unirse a su clan, y Miles advirtió que su humilde reverencia de antes no había sido ninguna ironía, después de todo.

Los hombres y mujeres cuyos hijos eran entregados aquí podían tal vez no haberse tocado o visto unos a otros hasta este amanecer, pero cada grupo de hombres aceptaba de las manos del Nido Estelar los niños que se les entregaban. Dirigieron flotando los bastidores hasta las burbujas blancas que transportaban a sus compañeras genéticas. A medida que cada constelación se reagrupaba alrededor de sus replicadores, las pantallas de fuerza pasaban de un sombrío blanco de luto a colores brillantes, un arco iris luminoso. Las burbujas irisadas salieron del anfiteatro, escoltadas por sus compañeros varones, mientras el horizonte montañoso al otro lado del lago se recortaba contra el fuego del amanecer, y en el cielo las estrellas se difuminaban en el azul.

Cuando los hauts llegaran a sus enclaves, dispersos por todo el planeta, los niños serían entregados de nuevo a sus amas de cría y asistentes ghem para extraerlos de los replicadores. Y pasarían a los nidos nutrientes de sus diversas constelaciones. Padre e hijo podrían no volver a verse. Sin embargo, esta ceremonia parecía algo más que un mero protocolo haut. ¿No se nos pide a todos que entreguemos a nuestros hijos al mundo, en el fondo? Los Vor lo hacían, en sus ideales al menos. «Barrayar devora a sus hijos», había dicho su madre una vez, según su padre, mirando a Miles.

«Bueno —pensó Miles, cansado—. ¿Somos héroes aquí hoy, o los más grandes traidores de la historia?» ¿En qué se convertirían con el tiempo aquellos diminutos haut? ¿En grandes hombres y mujeres? ¿En enemigos terribles? ¿Había salvado, sin saberlo, a alguna futura némesis de Barrayar, enemigo y destructor de sus propios hijos aún por nacer?

Y si algún cruel dios le hubiera vaticinado tan oscura precognición o profecía, ¿podría haber actuado de forma diferente?

Tomó la mano de Ekaterin con su propia mano fría: los dedos de ella envolvieron los suyos con calor. Ya había luz suficiente para ver su rostro.

—¿Te encuentras bien, amor? —murmuró ella, preocupada.

—No lo sé. Vámonos a casa.

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