Lois McMaster Bujold Inmunidad diplomática

1

En la imagen sobre la placa vid, el esperma se rebullía trazando curvas sinuosas y elegantes. Sus sacudidas se hicieron más enérgicas cuando la tenaza invisible del microtractor médico lo agarró y lo guió hacia su objetivo, el óvulo parecido a una perla: redondo, brillante, rico en promesas.

—¡Una vez más, querido muchacho, al ataque… por Inglaterra, Harry, y por san Jorge! —murmuró Miles, animándolo—. O, al menos, por Barrayar, por mí, y tal vez por el abuelo Piotr. ¡Ja!

Con una última sacudida, el esperma desapareció dentro de su paraíso de destino.

—Miles, ¿estás mirando otra vez esas imágenes del bebé? —dijo Ekaterin, divertida, mientras salía del sibarita cuarto de baño de su camarote. Terminó de recogerse el pelo en la nuca, lo aseguró, y se inclinó por encima del hombro de Miles, que estaba sentado delante de la consola—. ¿Es Aral Alexander, o Helen Natalia?

—Bueno, Aral Alexander en todo su esplendor.

—Ah, admirando tu esperma de nuevo. Ya veo.

—Y tu excelente óvulo, mi dama.

Miles miró a su esposa, gloriosa con la túnica de seda roja que le había comprado en la Tierra, y sonrió. El cálido y limpio olor de su piel le hizo cosquillas en la nariz, e inhaló dichoso.

—¿No eran unos gametos monísimos? Mientras duraron, al menos.

—Sí, y unos blastocitos preciosos. Sabes, me alegro de que hiciéramos este viaje. Estoy segura de que estarías allí intentando levantar la tapa del replicador para echar un vistazo, o sacudiendo a los pobrecillos como si fueran regalos de Feria de Invierno para ver cómo reaccionan.

—Bueno, todo esto es nuevo para mí.

—Tu madre me dijo en la última Feria del Solsticio de Invierno que en cuanto los embriones estuvieran implantados te comportarías como si hubieras inventado la reproducción. ¡Y pensar que creí que estaba exagerando!

Él capturó su mano y le dio un beso en la palma.

—¿Eso lo dice la dama que estuvo sentada toda la primavera ante el replicador para estudiarlo? ¿Cuyos encargos de pronto parecieron requerir el doble de tiempo para ser terminados?

—Cosa que, naturalmente, no tiene nada que ver con que su señor apareciera dos veces por hora para preguntar cómo le iba.

La mano, liberada, le acarició la barbilla de manera muy halagadora. Miles pensó en proponer que pasaran por alto el aburrido almuerzo en compañía en el salón de pasajeros de la nave, ordenaran un servicio de habitaciones, se desnudaran de nuevo y volvieran a la cama para el resto de la velada. Sin embargo, Ekaterin no parecía considerar que hubiera nada aburrido en el viaje.

Aquella luna de miel galáctica llegaba tarde, pero quizás así era mejor, pensó Miles. Su matrimonio había tenido un comienzo bastante embarazoso: estaba bien que su acomodamiento hubiera incluido un tranquilo periodo de rutina doméstica. Pero en retrospectiva, le parecía que el primer año desde aquella memorable y difícil boda en el solsticio de invierno había pasado en unos quince minutos de tiempo subjetivo.

Habían acordado hacía tiempo que celebrarían el aniversario dando inicio a los niños en sus replicadores uterinos. El debate nunca fue cuándo, sino cuántos. Miles seguía opinando que su sugerencia de hacerlos todos a la vez resultaba admirablemente eficaz. Nunca había propuesto en serio aquello de que fueran doce; lo había dicho para empezar con esa cifra y quedarse con seis. Su madre, su tía, y lo que parecían ser todas las demás mujeres que conocía se movilizaron para explicarle que estaba loco, pero Ekaterin se limitó a sonreír. Se contentaron con dos, para empezar, Aral Alexander y Helen Natalia. Una doble ración de asombro, terror y deleite.

En el borde de la grabación vid, la Primera División Celular del Bebé fue interrumpida por el parpadeo rojo de un mensaje. Miles frunció el ceño levemente. Estaban a tres saltos del espacio solar, en la profunda ruta interestelar de un trayecto a velocidad subluz entre agujeros de gusano que debía durar cuatro días. En ruta hacia Tau Ceti, donde harían el trasbordo orbital a una nave con destino a Escobar, y de allí a otra en la ruta de salto por Sergyar y Komarr hacia casa. No esperaba ninguna llamada vid.

—Recibe —entonó.

Aral Alexander in potentia desapareció para ser sustituido por la cabeza y los hombros del capitán taucetiano de la nave de pasajeros. Miles y Ekaterin habían cenado en su mesa dos o tres veces durante esa parte del viaje. El hombre dirigió a Miles una tensa sonrisa y un gesto con la cabeza.

—Lord Vorkosigan.

—¿Sí, capitán? ¿Qué puedo hacer por usted?

—Una nave que se identifica como correo imperial de Barrayar nos ha localizado y requiere permiso para equiparar velocidades y abarloar. Al parecer, trae un mensaje urgente para usted.

Miles frunció aún más el ceño, y el estómago se le encogió. Sabía por experiencia que aquella no era la manera en que el Imperio transmitía buenas noticias. La mano de Ekaterin se tensó sobre su hombro.

—Por supuesto, capitán. Pásemelos.

Los oscuros rasgos taucetianos del capitán desaparecieron y, al cabo de un instante, fueron sustituidos por un hombre vestido con el uniforme verde del Imperio de Barrayar, con galones de teniente y la insignia del Sector IV en el cuello. Por la mente de Miles pasaron visiones del Emperador asesinado, de la Casa Vorkosigan arrasada hasta los cimientos con los replicadores dentro o, aún más horriblemente probable, de su padre sufriendo un colapso fatal… Temía el día en que algún estirado mensajero se dirigiera a él como conde Vorkosigan, señor.

El teniente lo saludó.

—¿Lord Auditor Vorkosigan? Soy el teniente Smolyani de la nave correo Kestrel. Tengo que entregarle un mensaje en mano, grabado con el sello personal del Emperador, y se me ordena que después lo traiga a bordo.

—No estamos en guerra, ¿verdad? ¿No ha muerto nadie?

El teniente Smolyani agachó la cabeza.

—No que yo sepa, señor.

El ritmo cardiaco de Miles se normalizó. Tras él, Ekaterin soltó un suspiro de alivio. El teniente continuó.

—Pero, al parecer, la flota de comercio de Komarr ha sido bloqueada en un lugar llamado Estación Graf, Unión de Hábitats Libres. Está clasificado como sistema independiente, cerca del borde del Sector IV. Mis órdenes de vuelo son llevarlo allí a toda velocidad, y esperar a su conveniencia después. —Sonrió un tanto forzadamente—. Espero que no sea una guerra, señor, porque parece que sólo nos envían a nosotros.

—¿Bloqueada? ¿No en cuarentena?

—Supongo que se trata de algún tipo de retención legal, señor.

«Me huele a diplomacia.» Miles hizo una mueca.

—Bien, sin duda el mensaje sellado lo aclara. Tráigamelo y le echaré un vistazo mientras nosotros hacemos las maletas.

—Sí, señor. La Kestrel abarloará en unos minutos.

—Muy bien, teniente.

Miles cortó la comunicación.

—¿Los dos? —dijo Ekaterin en voz baja.

Miles vaciló. No se trataba de cuarentena, según el teniente. Ni, al parecer, de una guerra abierta. «O al menos no todavía.» Por otro lado, no se imaginaba al Emperador Gregor interrumpiendo su largamente aplazada luna de miel por algo trivial.

—Será mejor que vea primero qué tiene que decir Gregor.

Ella depositó un beso en su coronilla y dijo simplemente:

—Bien.

Miles se llevó a los labios el comunicador personal de muñeca, y murmuró:

—Soldado Roic… a mi camarote, de servicio, ahora.

El disco de datos con el Sello Imperial que el teniente le entregó a Miles poco después estaba clasificado como «personal», no como «secreto». Miles envió a Roic, su hombre de armas y guardaespaldas, y a Smolyani a clasificar y preparar el equipaje, pero le indicó a Ekaterin que se quedara. Introdujo el disco en el reproductor seguro que el teniente había traído, colocó éste en la mesita de noche del camarote y pulsó una tecla para que cobrara vida. Se sentó en el borde de la cama junto a Ekaterin, consciente de la calidez y la solidez de su cuerpo. Viendo sus ojos preocupados, le tomó la mano para reconfortarla.

En la placa aparecieron los rasgos familiares del Emperador Gregor Vorbarra, finos, oscuros, reservados. Miles leyó una profunda irritación en el leve frunce de sus labios.

—Lamento interrumpir tu luna de miel, Miles —empezó a decir Gregor—. Pero si este mensaje te llega, es que no has cambiado tu itinerario. Así que de todas formas vienes de regreso a casa.

«No lo lamentaba tanto, entonces.»

—He tenido la buena suerte y tú la mala de que seas el hombre que está físicamente más cerca de este lío. Por decirlo brevemente, una de nuestras flotas de comercio con base en Komarr recaló en una instalación del espacio profundo, cerca del Sector V, para reavituallarse y descansar. Uno (o más de uno, los informes no están claros) de los oficiales de su escolta militar barrayaresa o bien desertó o fue secuestrado. O fue asesinado… Los informes tampoco son claros a ese respecto. La patrulla que el comandante de la flota envió para recuperarlo tuvo problemas con los lugareños. Hubo disparos (cito textualmente), hubo daños en el equipo y las estructuras, y gente de ambos bandos resultó al parecer seriamente herida. No se ha informado aún de ninguna muerte, pero puede que eso haya cambiado cuando tú recibas este mensaje, Dios nos ayude.

»El problema, uno de ellos, al menos, es que recibimos una versión significativamente distinta de los acontecimientos del observador local de SegImp por parte de la Estación Graf, muy distinta a la de nuestro comandante de la flota. Sin embargo, ahora parece que más miembros del personal de Barrayar están retenidos como rehenes, o han sido hechos prisioneros, dependiendo de qué versión creamos. Se han presentado cargos, impuesto multas y generado gastos, y la respuesta local ha sido retener todas las naves atracadas hasta que el lío se resuelva a su satisfacción. Para complicar más las cosas, los consignatarios komarreses nos piden ahora la cabeza de sus escoltas barrayareses. Para tu, ah, deleite, todos los informes originales que hemos recibido hasta ahora, de todos los puntos de vista, están incluidos después de este mensaje. Disfruta.

Gregor sonrió de una manera que hizo que Miles sintiera un escalofrío.

—Para aumentar la gravedad del problema, la flota en cuestión es propiedad de Toscane en un cincuenta por ciento.

La flamante esposa de Gregor, la emperatriz Laisa, era heredera de Toscane y komarresa de nacimiento, un matrimonio político de enorme importancia para la paz de la frágil unión de planetas que era el Imperio. El Emperador continuaba:

—El problema de cómo satisfacer a mis parientes políticos y presentar simultáneamente el aspecto de imparcialidad imperial ante todos sus rivales comerciales komarreses… lo dejo a tu criterio.

La fina sonrisa de Gregor lo decía todo.

—Ya sabes lo que hay que hacer. Te pido y te exijo que, como mi Voz, vayas a la Estación Graf a toda velocidad y con tanta seguridad como sea posible resuelvas esta situación antes de que siga deteriorándose. Libera a todos mis súbditos de las manos de los lugareños y haz que la flota siga su curso. Sin iniciar una guerra, por favor, ni cargarte mi presupuesto imperial.

»Y, ya de paso, averigua quién está mintiendo. Si es el observador de SegImp, es un problema que habrá que pasar a su cadena de mando. Si es el comandante de la flota… que por cierto es el almirante Eugin Vorpatril, entonces tenemos un problema… mucho más problemático.

O, más bien, mucho más problemático para el enviado de Gregor, la Voz de su Emperador, su Auditor Imperial. Es decir, Miles. Miles reflexionó sobre las interesantes pegas inherentes al intento de arrestar, sin apoyo, lejos de casa, a un oficial al mando arropado por sus hombres, todos viejos conocidos y posiblemente fieles a él hasta la muerte. Y además a un Vorpatril, hijo de un clan de la aristocracia barrayaresa con importantes conexiones políticas con el Consejo de Condes. La tía y el primo de Miles eran Vorpatril. «Oh, gracias, Gregor.»

El Emperador continuó:

—En asuntos bastante más cercanos a Barrayar, algo ha agitado a los cetagandeses cerca de Rho Ceta. No hace falta entrar en detalles, pero agradecería que resolvieras esta crisis del bloqueo lo más rápida y eficazmente que puedas. Si el asunto de Rho Ceta se complica, quiero que estés de vuelta en casa. El lapso de comunicaciones entre Barrayar y el Sector V va a ser demasiado largo para que me tengas vigilándote por encima del hombro, pero algún informe de progresos o de situación ocasional sería un detalle simpático, si no te importa.

La voz de Gregor no cambió al lanzar esta ironía. No hacía falta. Miles bufó.

—Buena suerte —concluyó Gregor. La pantalla del visor se convirtió en una muda imagen del Sello Imperial. Miles extendió la mano y lo desconectó. Podría estudiar los informes detallados cuando estuviera en ruta.

¿Él? ¿O los dos?

Miró el pálido perfil de Ekaterin; ella volvió hacia él sus serios ojos azules.

—¿Quieres venir conmigo o continuar camino a casa?

—¿Puedo ir contigo? —preguntó ella, vacilante.

—¡Claro que puedes! La pregunta es: ¿te gustaría?

Ella alzó las oscuras cejas.

—No es la única pregunta, sin duda. ¿Crees que te serviría de algo o sólo te distraería de tu trabajo?

—Hay una colaboración oficial y una colaboración extraoficial. No apuestes a que lo primero es más importante que lo segundo. ¿Sabes cómo habla la gente contigo para intentar hacerme llegar mensajes de forma indirecta?

—Oh, sí —los labios de ella se torcieron de disgusto.

—Bueno, sí, me doy cuenta de que es fastidioso, pero eres muy buena sorteándolos, ¿sabes? Por no mencionar la información que se obtiene sólo con estudiar la clase de mentiras que dice la gente. Y, ah… no-mentiras. Puede que algunas personas que no quieran hablar conmigo lo hagan contigo, por un motivo u otro.

Ella aceptó la justeza de sus argumentos con un pequeño gesto de la mano.

—Y… sería un auténtico alivio para mí tener a alguien con quien poder hablar con total libertad.

La sonrisa de ella se torció un poco.

—¿Hablar o desahogarte?

—Yo… ¡ejem!… sospecho que esto va a implicar un montón de lo segundo, sí. ¿Crees que podrás soportarlo? Podría ser una lata, además de aburrido.

—Sabes, sigues diciendo que tu trabajo es aburrido, Miles, pero se te han puesto los ojos brillantes.

Él se aclaró la garganta y se encogió de hombros, sin dar muestras del más mínimo arrepentimiento.

Ella aparcó la diversión y frunció el ceño.

—¿Cuánto tiempo crees que durará esto?

Él repasó los cálculos que sin duda ella había hecho ya. Faltaban seis semanas, día arriba o día abajo, para los nacimientos previstos. Su plan original de viaje los habría devuelto a la Mansión Vorkosigan con un cómodo mes de antelación. El Sector V estaba en dirección contraria a su situación actual respecto a Barrayar, si es que podía decirse que la red de puntos de salto que la gente empleaba para ir de acá para allá tenía alguna dirección. Varios días para llegar a la Estación Graf, más otras dos semanas de viaje al menos para llegar a casa desde allí, incluso en el más rápido de los correos rápidos.

—Si puedo resolver las cosas en menos de dos semanas, podremos llegar a casa a tiempo.

Ella dejó escapar una risa.

—Por mucho que me empeño en ser moderna y galáctica, me sigue pareciendo algo muy raro. Muchos hombres no están en casa cuando nacen sus hijos, pero eso de «mi madre estaba fuera de la ciudad el día que nací, así que se lo perdió» me parece… bueno, una queja más fundada.

—Si la cosa se retrasa, supongo que podría enviarte a casa sola, con una escolta adecuada. Pero yo también quiero estar presente.

Miles vaciló. «Es mi primera vez, maldición, claro que esto me está volviendo loco», era un comentario obvio que consiguió detener en sus labios. El primer matrimonio había dejado a Ekaterin marcada con cicatrices sensibles, ninguna de ellas física, y aquel asunto rozaba a varias de ellas. «Reformula la frase, oh, diplomático.»

—¿Es… por ser la segunda vez, es más sencillo para ti?

La expresión de ella se volvió introspectiva.

—Nikki fue un parto natural; naturalmente, todo fue más duro. Los replicadores eliminan muchos riesgos… Nuestros hijos pueden corregir todas sus trabas genéticas, no estarán expuestos a daños en el parto… Sé que la gestación en un replicador es mejor, más responsable en todos los aspectos. No se puede decir que los estemos descuidando. Y sin embargo…

Él le tomó la mano y se llevó los nudillos a los labios.

—A mí no me estás descuidando, te lo aseguro.

La propia madre de Miles era una ferviente defensora del uso de replicadores, por buenos motivos. Él se había reconciliado ahora, a la edad de treinta años, con los daños físicos que sufrió en el vientre materno por el ataque con soltoxina. Sólo su traslado de emergencia a un replicador le había salvado la vida. El veneno militar teratogénico lo había dejado pequeñito y con los huesos quebradizos, pero toda una agonía de tratamientos médicos durante la infancia había conseguido que pudiera funcionar casi plenamente, aunque no le había otorgado, ay, la estatura suficiente. La mayoría de sus huesos habían sido sustituidos por piezas sintéticas, literalmente pieza a pieza. El resto de los defectos, lo admitía, eran cosa suya. Que estuviera todavía vivo parecía casi un milagro, igual que haber conseguido ganarse el corazón de Ekaterin. Sus hijos no sufrirían esos traumas.

—Y si crees que vas a tenerlo lujosamente fácil, para sentirte adecuadamente virtuosa —dijo Miles—, bueno, espera a que salgan de esos replicadores.

Ella se echó a reír.

—¡Buen argumento!

—Bueno —suspiró él—. Quería que este viaje te mostrara las glorias de la galaxia, de la sociedad más elegante y refinada. Parece que en cambio me dirijo hacia lo que sospecho es el estercolero del Sector V, y la compañía de un puñado de mercaderes chillones y frenéticos, burócratas airados y militaristas paranoicos. La vida está llena de sorpresas. ¿Vienes conmigo, mi amor? ¿Por el bien de mi cordura?

Ella entornó los ojos, divertida.

—¿Cómo puedo resistirme a una invitación semejante? Por supuesto que iré —se puso seria—. ¿Violaría la seguridad si enviara un mensaje a Nikki diciéndole que nos retrasaremos?

—En absoluto. Pero envíalo desde la Kestrel. Llegará más rápido.

Ella asintió.

—Nunca había estado tanto tiempo sin él. Me pregunto si se habrá sentido solo.

Nikki se había quedado, por la parte familiar de Ekaterin, con cuatro tías y un tío abuelo más las correspondientes tías, un puñado de primos, un pequeño ejército de amigos y su abuela Vorsoisson. Por parte de Miles, con el extenso personal de la Mansión Vorkosigan y sus extensas familias, el tío Iván y el tío Mark y todo el clan Koudelka como refuerzo. A punto de aparecer estaban sus embobados abuelos adoptivos Vorkosigan, que tenían pensado llegar después de Miles y Ekaterin para la fiesta del nacimiento, pero que ahora podrían hacerlo antes que ellos. Ekaterin tal vez tuviera que adelantarse, si Miles no conseguía resolver aquel lío a tiempo, pero desde luego no podría ser por una definición racional de la palabra «solo».

—No veo cómo —dijo Miles sinceramente—. Seguro que tú lo echas más de menos a él que él a nosotros. Si no, nos habría enviado algo más que esa nota con un monosílabo que sólo nos alcanzó cuando llegamos a la Tierra. Los niños de once años suelen estar bastante centrados en sí mismos. Desde luego, yo lo estaba.

Ella alzó las cejas.

—¿Sí? ¿Y cuántas notas le has enviado a tu madre en los dos últimos meses?

—Es un viaje de luna de miel. Nadie espera que… De todas formas, ella siempre echa un vistazo a mis informes de seguridad.

Las cejas permanecieron alzadas. Miles añadió prudentemente:

—Le enviaré un mensaje desde la Kestrel también.

Fue recompensado con una sonrisa maternal. Ahora que lo pensaba, tal vez debería incluir a su padre en la dirección, aunque no podía decir que sus padres no compartieran sus misivas, ni que no se quejaran igualmente por su escasez.

Una hora de leve caos completó su traslado a la nave correo del Imperio de Barrayar. Los correos rápidos ganaban la mayor parte de su velocidad a costa de su capacidad de carga. Miles se vio obligado a renunciar a todo el equipaje que no fuera esencial. Todo lo demás, y era bastante, junto con un sorprendente volumen de objetos de recuerdo, continuaría viaje hasta Barrayar con la mayor parte de su séquito: la doncella personal de Ekaterin, la señorita Pym, y para gran pesar de Miles, los dos soldados de apoyo de Roic. Se le ocurrió demasiado tarde, cuando Ekaterin y él ocuparon su nuevo camarote compartido, que tendría que haber mencionado lo estrechitos que estarían. Había viajado en naves similares tan a menudo durante sus años en SegImp, que no le afectaban sus limitaciones…, uno de los pocos aspectos de su antigua carrera en que la pequeñez de su cuerpo había resultado una ventaja.

Así que, después de todo, pasó el resto del día en la cama con su esposa, principalmente debido a la ausencia de otro tipo de asiento. Plegaron el camastro superior para tener espacio y se sentaron en extremos opuestos, Ekaterin para leer en silencio un visor manual, Miles para zambullirse en la caja de Pandora de informes del frente diplomático que había anunciado Gregor.

No llevaba ni cinco minutos de estudio cuando murmuró un «¡Ja!».

Ekaterin indicó su disposición a ser interrumpida mirándolo con un recíproco «¿Hum?».

—Acabo de darme cuenta de por qué la Estación Graf me sonaba familiar. Nos dirigimos al Cuadrispacio, por Dios.

—¿Cuadrispacio? ¿Es un sitio donde ya has estado?

—No, personalmente no. —Aquello iba a requerir más preparación política de lo que esperaba—. Aunque una vez conocí a una cuadri. Los cuadrúmanos son una raza de humanos desarrollados mediante bioingeniería hace doscientos o trescientos años. Antes de que volvieran a descubrir Barrayar. Se suponía que tenían que ser habitantes en permanente caída libre. Fuera cual fuese el plan original de sus creadores, se fue por la borda cuando se introdujeron las nuevas tecnologías gravitatorias, y acabaron siendo una especie de refugiados económicos. Después de un puñado de viajes y aventuras, acabaron por asentarse como grupo en lo que en aquella época era el confín del Nexo de agujero de gusano. Eran belicosos con las demás razas entonces, así que deliberadamente eligieron un sistema sin planetas habitables, pero con considerables recursos asteroidales y cometarios. Planeaban mantenerse apartados, supongo. Naturalmente, el Nexo explorado ha crecido a su alrededor desde entonces, así que ahora reciben algunos intercambios foráneos con naves de servicio y proporcionan instalaciones de tránsito. Lo cual explica por qué nuestra flota fue a atracar allí, aunque no lo que sucedió después. La ah… —vaciló—. La bioingeniería incluyó un montón de cambios metabólicos, pero la alteración más espectacular fue un segundo conjunto de brazos donde deberían tener las piernas. Lo cual, hum, les viene realmente bien en caída libre. Más o menos. A menudo he deseado tener un par de brazos de más, cuando actuaba en el vacío.

Le pasó el visor y mostró la imagen de un cuadrúmano, vestido con un pantalón corto amarillo chillón y una camiseta, que se abría paso por un corredor a baja gravedad con la velocidad y agilidad de un mono que se mueve por las copas de los árboles.

—Oh —murmuró Ekaterin, recuperando rápidamente el control de sus rasgos—. Qué, uh… interesante. —Al cabo de un instante, añadió—: Parece práctico para su entorno.

Miles se relajó un poco. Fueran cuales fuesen las reacciones de Ekaterin a las mutaciones que estuviera viendo, serían derrotadas por su férreo control de los buenos modales.

Lo mismo, desgraciadamente, no parecía cumplirse con los otros miembros del Imperio ahora retenidos en el sistema de los cuadris. La diferencia entre mutación perniciosa y modificación benigna o provechosa no era admitida fácilmente por los barrayareses del campo. Teniendo en cuenta que un oficial se refería a ellos como «horribles arañas mutantes» en su informe, estaba claro que Miles podía añadir tensiones raciales a la mezcla de complicaciones hacia las que se dirigían a toda máquina.

—Te acostumbras a ellos rápidamente —la tranquilizó.

—¿Dónde conociste a una, si se mantienen apartados?

—Hum… —Tendría que mentir un poco—. Fue en una misión de SegImp. No puedo hablar de eso. Pero se dedicaba a la música, nada menos. Tocaba percusión con los cuatro brazos. —Intentó remedar el gesto y acabó golpeándose dolorosamente los codos contra la pared del camarote—. Se llamaba Nicol. Te habría gustado. La sacamos de un buen apuro. Me pregunto si llegaría a casa. —Se frotó el codo y añadió, esperanzado—: Apuesto a que las técnicas de jardinería en caída libre de los cuadris te resultarán interesantes.

Ekaterin sonrió.

—Sí, desde luego.

Miles regresó a sus informes con la incómoda certeza de que no iba a ser una misión en la que convenía zambullirse sin preparación. Añadió mentalmente revisar la historia de los cuadris en su lista de estudios para los dos días siguientes.

Загрузка...