El sol de media tarde tendría que haber penetrado en sesgo a través de las ventanas del dormitorio de Rand, pero fuera caía un intenso aguacero y todas las lámparas estaban encendidas para combatir la oscuridad crepuscular. Los truenos hacían tintinear los cristales de las ventanas. Era una tormenta violenta que había descendido de la Pared del Dragón más veloz que un caballo a galope y que había traído consigo un frío más intenso, casi lo suficientemente intenso para nevar. Las gotas de lluvia que acribillaban la casa eran de aguanieve, y a despecho de los leños ardiendo en el hogar de piedra la habitación estaba destemplada.
Tendido en el lecho con los pies calzados puestos uno sobre otro, trataba de poner sus pensamientos en orden con la mirada perdida en el dosel. Podía hacer caso omiso de la tormenta, pero Min, acurrucada bajo su brazo, era otro asunto. No es que ella quisiera distraerlo; lo conseguía sin intentarlo. ¿Qué iba a hacer con ella? Y con Elayne y Aviendha. Estas dos eran sólo una vaga presencia en su mente, encontrándose tan lejos, en Caemlyn. Al menos suponía que seguían allí. Era arriesgado dar por hecho algo con esas dos. Lo que percibía de ellas en ese momento era una sensación aproximada de dirección y la certeza de que estaban vivas. Sin embargo, el cuerpo de Min se apretaba contra su costado y el vínculo la convertía en algo vibrante en su mente, como lo era en su carne. ¿Era demasiado tarde para mantenerla a salvo, para mantener a salvo a Elayne y a Aviendha?
«¿Qué te hace pensar que puedes mantener a salvo a nadie? —susurró Lews Therin dentro de su cabeza. Ahora el hombre muerto era un viejo amigo—. Todos vamos a morir. Lo único que puedes esperar es no ser tú mismo quien las mate». Un viejo amigo que no era bien recibido, sino uno del que no podía librarse. Ya no temía matar a Min, Elayne o Aviendha como no temía volverse loco. O, al menos, no más loco de lo que estaba ya, con un hombre muerto dentro de su cabeza y a veces un rostro borroso que casi llegaba a reconocer. ¿Debería arriesgarse a preguntarle a Cadsuane sobre cualquiera de los dos?
«No confíes en nadie —murmuró Lews Therin, que a continuación soltó una risa burlona—. Ni tampoco en mí».
Sin previo aviso, Min le propinó un puñetazo en las costillas lo bastante fuerte para hacerle soltar un gemido.
—Te estás poniendo melancólico, pastor —gruñó—. Si empiezas a preocuparte de nuevo por mí, te juro que…
Tenía muchas formas de gruñir, vaya que sí, cada cual acorde con las distintas sensaciones percibidas a través del vínculo. Estaba la ligera irritación que le llegaba ahora, esta vez teñida de preocupación, y a veces había un ribete de vehemencia, como si estuviera conteniéndose para no partirle la cabeza. Había un gruñido que casi lo hacía reír —o lo más próximo a reír de lo que había estado hacía mucho tiempo— por la sensación divertida en la mente de ella, y ese otro gruñido gutural que le habría hecho hervir la sangre incluso sin el vínculo.
—Olvida eso ahora —dijo la joven en tono de advertencia antes de que él tuviera tiempo de mover la mano que apoyaba en su espalda, y, rodando sobre un costado, se bajó de la cama para ponerse bien la chaqueta a la par que le dirigía una mirada de reproche. Desde que se habían vinculado le leía la mente incluso mejor, y eso que antes ya se le daba estupendamente bien—. ¿Qué vas a hacer respecto a ellos, Rand? ¿Qué va a hacer Cadsuane? —Un relámpago centelleó tras las ventanas, casi tan brillante como para ahogar la luz de las lámparas, y el trueno retumbó contra los cristales.
—Todavía no he sido capaz de imaginar por anticipado qué va a hacer, Min. ¿Por qué iba a ser distinto hoy?
El grueso edredón de plumas se hundió bajo él cuando pasó las piernas por el lado de la cama y se sentó para mirar a la joven. Casi se llevó la mano al costado de las heridas de manera instintiva, pero se frenó a tiempo y cambió el movimiento para abrocharse la chaqueta. Medio curadas y sin curar del todo nunca, esas dos heridas superpuestas le dolían desde Shadar Logoth. O quizás es que era más consciente del dolor punzante, del calor febril que irradiaban, como un horno en una zona más pequeña que la palma de su mano. Había confiado en que al menos una de ellas empezara a sanarse con la desaparición de Shadar Logoth. Quizá no había pasado bastante tiempo para que notara un cambio. No era el costado donde Min le había dado el puñetazo —siempre era muy cuidadosa con eso, aunque no con el resto de su cuerpo—, pero creía que le había mantenido oculto el dolor. No tenía sentido darle más preocupaciones. La preocupación que había en sus ojos, en su mente, tenía que ser por Cadsuane. O por los otros.
La casona y todos los edificios circundantes estaban abarrotados ahora. Había sido inevitable que antes o después alguien intentara utilizar a los Guardianes dejados en Cairhien; sus Aes Sedai no habían anunciado a bombo y platillo que iban a buscar al Dragón Renacido, pero tampoco habían sido especialmente discretas. Aun así, Rand no había previsto la aparición de quienes llegaron con ellos: Davram Bashere con cien de sus jinetes saldaeninos de caballería ligera, que desmontaron bajo una tromba de agua, rezongando por las sillas de montar estropeadas; y más de media docena de Asha’man de chaquetas negras, quienes, por alguna razón, no se habían escudado del aguacero. Cabalgaban con Bashere, pero separados claramente en dos grupos que mantenían en todo momento cierta distancia entre sí y emitían un intenso tufo a vigilante recelo. Y uno de los Asha’man era Logain Ablar. ¡Logain! ¡Un Asha’man luciendo la Espada y el Dragón en el cuello de la chaqueta! Los dos, Bashere y Logain, querían hablar con él, pero no delante de nadie, sobre todo no delante del otro, al parecer. Sin embargo, inesperada o no, su visita no era la más sorprendente. Rand había pensado que las ocho Aes Sedai debían de ser amigas de Cadsuane, pero habría jurado que la mujer se había sorprendido tanto como él al ver a la mayoría de ellas. ¡Más extraño aún era que todas menos una parecían estar con los Asha’man! No como prisioneras, y desde luego no como guardianas, pero Logain se había mostrado reacio a explicar el asunto estando Bashere delante, y Bashere se había mostrado reacio a dar ocasión a Logain de hablar con Rand a solas en primer lugar. Ahora estaban todos secándose e instalándose en sus cuartos mientras él intentaba poner en orden sus ideas. Hasta donde podía, teniendo cerca a Min. ¿Qué haría Cadsuane? Bien, había intentado pedirle consejo, pero los acontecimientos los habían desbordado a los dos. Pensara lo que pensara Cadsuane, la decisión ya se había tomado. De nuevo resplandeció un relámpago a través de las ventanas. Cadsuane era como los relámpagos, que uno nunca sabía cuándo iban a descargar.
«Alivia podría acabar con ella —murmuró Lews Therin—. Va a ayudarnos a morir; nos quitará de en medio a Cadsuane si le dices que lo haga».
«No quiero matarla —respondió mentalmente Rand al hombre muerto—. No puedo permitirme el lujo de que muera».
Lews Therin lo sabía tan bien como él, pero de todos modos rezongó entre dientes. Desde Shadar Logoth, en ocasiones parecía estar algo menos demente. O quizás era que él estaba un poco más loco. Después de todo, hablaba mentalmente con un hombre muerto como la cosa más normal del mundo y eso difícilmente era estar en sus cabales.
—Tienes que hacer algo —dijo Min mientras se cruzaba de brazos—. El halo de Logain sigue indicando gloria, más fuerte que nunca. Quizás aún piensa que es el verdadero Dragón Renacido. Y hay algo… oscuro en las imágenes que vi alrededor de lord Davram. Si se vuelve contra ti o si muere… Oí decir a uno de los soldados que lord Dobraine podría morir. Perder a uno de ellos sería un golpe. Perderlos a los tres significaría un revés del que tardarías un año en recuperarte.
—Si lo has visto, entonces va a ocurrir. Hago lo que está en mi mano, Min, no puedo preocuparme por lo que está fuera de mi alcance.
Ella le lanzó una de esas miradas que las mujeres tenían siempre preparadas, como si se propusiera iniciar una discusión. Una suave llamada a la puerta le hizo volver la cabeza, y Min cambió de postura. Rand sospechó que había dejado deslizar hasta su mano uno de esos cuchillos arrojadizos y que lo escondía detrás de la muñeca. Llevaba encima más cuchillos escondidos que Thom Merrilin. O que Mat. Un remolino de colores surgió en su mente, casi resolviéndose en… ¿Qué? ¿Un hombre en el asiento de una carreta? En cualquier caso no era la cara que a veces aparecía en sus pensamientos y la escena desapareció en un instante, sin rastro del mareo que habitualmente acompañaba a la cara.
—Adelante —respondió a la par que se ponía de pie.
Elza extendió la falda de color verde oscuro en una elegante reverencia cuando entró, los ojos relucientes. Era una mujer de aspecto agradable, con la fría actitud displicente de un gato, y no pareció reparar en Min. De todas las hermanas que le habían jurado lealtad, Elza era la que se mostraba más entusiasta. La única, a decir verdad. Las otras habían tenido sus razones para hacer el juramento, y, por supuesto, ni Verin ni las hermanas que habían ido a buscarlo a los pozos de Dumai habían tenido verdaderamente elección ante un ta’veren; pero, a pesar de la aparente frialdad de Elza, la mujer parecía arder por dentro con su pasión por verlo llegar al Tarmon Gai’don.
—Dijiste que te avisáramos cuando llegara el Ogier —anunció, sin apartar los ojos del rostro de Rand un solo instante.
—¡Loial! —gritó jubilosa Min, que guardó el cuchillo en la manga mientras pasaba corriendo junto a Elza; ésta parpadeó al ver el arma—. ¡Habría matado a Rand por dejar que fueras a tu cuarto antes de verte yo! —El vínculo indicaba que las palabras que dirigió al Ogier eran broma. En parte.
—Gracias —contestó Rand, atento al alborozo que se oía en la sala de estar, la risa de Min coreada por la retumbante de Loial, semejante a un terremoto o a un trueno en el cielo.
Tal vez la pasión de la Aes Sedai llegaba a querer saber qué hablaba con Loial, porque sus labios se apretaron y vaciló antes de hacer otra reverencia y abandonar el dormitorio. Una breve pausa en las muestras de alegría señaló el paso de la Aes Sedai por la sala de estar, y su reanudación indicó su marcha. Sólo entonces Rand asió el Poder. Siempre procuraba que nadie lo viese haciéndolo.
El fuego fluyó en él más abrasador que el sol, y el frío, tan intenso que hacía que la peor tormenta de nieve pareciera primavera, todo un remolino rugiente que minimizaba la tormenta en el exterior y amenazaba con arrastrarlo en un momento de descuido. Asir el saidin era sostener una lucha por la supervivencia. Pero el color verde de las cornisas se hizo de repente más intenso, y el negro de su chaqueta, y el dorado de los bordados. Podía distinguir las vetas de los postes tallados de la cama, las marcas de la lija dejadas por el artesano tantos años atrás. El saidin lo hacía sentirse como si hubiese estado medio ciego y embotado sin él. Eso era una parte de lo que sentía.
«Limpio —musitó Lews Therin—. Puro y limpio otra vez».
Lo estaba. La mácula que había contaminado la mitad masculina del Poder desde el Desmembramiento había desaparecido. Pero no por ello dejaba de sentir la náusea, la violenta urgencia de doblarse por la mitad y vomitar en el suelo. El dormitorio giró a su alrededor un instante y Rand tuvo que alargar la mano hacia uno de los postes de la cama para sostenerse. Ignoraba por qué sentía ese malestar, una vez que la infección había desaparecido. Lews Therin tampoco lo sabía o no quería decirlo. Pero el mareo era la razón de que no dejara que nadie lo viera asir el saidin si podía evitarlo. Puede que Elza ardiera en deseos de verlo llegar a la Última Batalla, pero muchos otros deseaban su caída, y no todos eran Amigos Siniestros.
En ese momento de debilidad, el hombre muerto intentaba llegar al saidin. Rand podía sentir sus esfuerzos anhelantes. ¿Le costaba frenarlo más que antes? En ciertos aspectos, Lews Therin parecía más una parte sólida de él desde Shadar Logoth. Daba igual. Sólo disponía de cierto tiempo antes de morir. Sólo tenía que durar hasta entonces. Inhaló profundamente, hizo caso omiso de las huellas aún persistentes del mareo y del estómago revuelto, y se dirigió a la sala de estar, en dirección al estruendo del trueno.
Min se encontraba en el centro del cuarto agarrando una mano de Loial entre las suyas y sonriéndole. Tenía que usar las dos para tomar la del Ogier y aun así faltaba para que pudiera tapársela. Entre la cabeza de Loial y el techo de escayola sólo quedaba un hueco de algo menos de dos palmos. Llevaba puesta una chaqueta de paño limpia, de color azul oscuro, con la parte inferior acampanada sobre los pantalones amplios, hasta el remate de las botas altas, pero por una vez los bolsillos no se abultaban con las formas angulosas de libros. Sus ojos, del tamaño de tazas de té, se alegraron al ver a Rand, y la sonrisa de su ancha boca dividió realmente en dos su rostro. Las orejas copetudas que asomaban entre el cabello greñudo se agitaron de placer.
—Lord Algarin tiene habitaciones de invitados Ogier, Rand —retumbó su voz como un profundo toque de tambor—. ¿Te imaginas? ¡Seis! No se han utilizado hace tiempo, claro, pero las ventilan todas las semanas para que no haya olor a humedad y las ropas de la cama son de gran calidad. Creía que tendría que volver a doblarme en una cama de tamaño humano. Ummmm. No vamos a quedarnos mucho tiempo aquí, ¿verdad? —Sus largas orejas se inclinaron un poco y después empezaron a agitarse con nerviosismo—. No creo que debiéramos. Quiero decir, que podría acostumbrarme a tener una cama de verdad, y eso no funcionaría si voy a estar contigo. Me refiero a… Bueno, ya sabes lo que quiero decir.
—Lo sé —repuso suavemente Rand. Se podría haber reído ante la consternación del Ogier. Tendría que haberse reído. Últimamente la risa parecía esquivarlo. Rand hiló una red contra oídos indiscretos en torno a la habitación y anudó el tejido para soltar el saidin. Los últimos rastros de náusea empezaron a desaparecer al instante. Por lo general podía controlarlo con cierto esfuerzo, pero no tenía sentido cuando no era preciso hacerlo—. ¿Se mojó alguno de tus libros? —La mayor preocupación de Loial al llegar había sido comprobar el estado de sus libros.
De pronto se le ocurrió a Rand que había llamado «hilar una red» al tejido hecho con el Poder. Así sería como lo diría Lews Therin. Eso le venía ocurriendo muy a menudo; los giros lingüísticos del hombre se metían en su mente o los recuerdos se mezclaban con los suyos. Él era Rand al’Thor, no Lews Therin Telamon. Había tejido una salvaguardia y había atado el tejido, no había hilado una red y la había anudado. Sin embargo, ambos enunciados se le venían a la cabeza con igual facilidad.
—Mi Ensayos de Willim de Maneches se mojó —comentó Loial disgustado mientras se frotaba el labio superior con un dedo tan grueso como una salchicha. ¿No se había afeitado bien o es que había un inicio de bigote bajo la ancha nariz?—. Puede que salgan manchas en las páginas. No tendría que haber sido tan descuidado con un libro. Y mi libro de notas también se mojó un poco. Pero la tinta no se corrió. Aún se puede leer todo, aunque realmente tendría que hacer un estuche para proteger… —Poco a poco su frente se arrugó, de modo que las puntas de las largas cejas le rozaron las mejillas—. Pareces cansado, Rand. Tiene aspecto de cansado, Min.
—Ha estado muy ocupado, pero se ha tomado un descanso —contestó Min a la defensiva, y Rand sonrió. Apenas. Min lo defendía siempre, incluso ante sus amigos—. Estás descansando, pastor —añadió mientras soltaba la enorme mano de Loial y se ponía en jarras—. Siéntate y descansa. Vamos, Loial, toma asiento. Acabaré con tortícolis de tener doblado el cuello para mirarte.
Loial soltó una queda risa, que en su caso sonó como un ahogado bramido de un toro, a la par que examinaba una de las sillas de respaldo recto con aire dubitativo. Comparada con él, parecía hecha para un niño.
—Pastor. No imaginas cómo me gusta oírte llamarlo pastor, Min. —Se sentó con precaución. La silla de talla sencilla crujió bajo su peso, y las rodillas se le quedaron levantadas—. Lo siento Rand, pero es divertido, y no he oído muchas cosas de las que reírme en estos últimos meses. —La silla aguantaba. Tras echar una rápida ojeada hacia la puerta que daba al pasillo, añadió en un tono algo alto—: Karldin no tiene mucho sentido del humor.
—Puedes hablar sin reparo —le dijo Rand—. Estamos a salvo con un… una salvaguardia. —Casi había dicho un escudo, que no era lo mismo. Sólo que sabía que lo era.
Se sentía demasiado cansado para sentarse, igual que estaba demasiado cansado para conciliar el sueño casi todas las noches —le dolían hasta los huesos—, de modo que se dirigió hacia la chimenea para quedarse de pie allí. Las ráfagas de aire que se colaban por el tiro agitaban las llamas en los troncos y a veces se colaba un poco de humo en la habitación; Rand podía oír el martilleo de la lluvia en las ventanas, pero los truenos se habían alejado. Quizá la tormenta estaba terminando. Enlazó las manos detrás y se puso de espaldas al fuego.
—¿Qué dijeron los Mayores, Loial?
En lugar de responder de inmediato, Loial miró a Min como si buscase ánimo o apoyo. Sentada en un sillón, cruzada de piernas, la muchacha le sonrió y asintió, y el Ogier suspiró hondo, un sonido como el del viento soplando por profundas cavernas.
—Karldin y yo visitamos todos los steddings, Rand. Todos menos el de Shangtai, por supuesto. No podía ir allí, pero dejé un mensaje en todos los sitios que visité, y Daiting no está muy lejos de Shangtai. Alguien lo llevará allí. El Gran Tocón se reúne en Shangtai y eso atraerá multitudes. Ésta es la primera vez que se convoca un Gran Tocón en un milenio, desde que los humanos lucharon en la Guerra de los Cien Años, y le tocaba el turno a Shangtai. Tienen que estar considerando algo muy importante, pero nadie me dijo la razón de que se convocara. No te cuentan nada sobre un Tocón hasta que tienes barba —rezongó mientras se toqueteaba el asomo de bozo en la ancha barbilla. Por lo visto pensaba remediar esa falta, aunque no era muy seguro que lo consiguiera. Loial había cumplido los noventa años, pero para la raza Ogier seguía siendo un jovencito.
—¿Y los Mayores? —inquirió pacientemente Rand.
Había que ser paciente con Loial; con cualquier Ogier. No veían el tiempo como los humanos —entre humanos ¿a quién se le ocurriría pensar de quién era el turno al cabo de mil años?—, y Loial tendía a extenderse largo y tendido en cuanto tenía ocasión. Muy largo y tendido.
El Ogier agitó las orejas y lanzó otra ojeada a Min; recibió a cambio una sonrisa de ánimo.
—Bueno, como decía, visité todos los steddings excepto Shangtai. Karldin no quiso entrar en ellos. Prefería dormir todas las noches al raso, debajo de unas matas, que quedarse aislado del Poder un solo minuto. —Rand no dijo nada, pero Loial alzó las manos de las rodillas con las palmas hacia él, como si su amigo lo hubiera apremiado—. Ya voy a ello, Rand. Ya voy. Hice lo que pude, pero ignoro si fue suficiente. En los steddings de las Tierras Fronterizas me dijeron que volviera a casa y dejara esos asuntos a personas más sabias y maduras. Lo mismo ocurrió en Shadoon y Mardoon, en la Costa de las Sombras. Los otros steddings aceptaron vigilar las puertas de los Atajos. Me temo que no creen realmente que haya peligro, pero accedieron, así que puedes contar con que estarán controladas. Y estoy seguro de que alguien llevará el recado a Shangtai. A los Mayores de Shangtai nunca les gustó tener una puerta a los Atajos justo fuera del stedding. Debo de haber oído decir cien veces al Mayor Haman que era peligroso. Sé que estarán de acuerdo en tenerla vigilada.
Rand asintió lentamente. Los Ogier nunca mentían, o al menos los pocos que lo habían intentado lo hacían tan mal que rara vez lo intentaban por segunda vez. La palabra de un Ogier se tomaba tan en serio como el juramento prestado por cualquier otra persona. Las puertas a las Atajos estarían estrechamente vigiladas. A excepción de las que había en las Tierras Fronterizas y en las montañas al sur de Amadicia y de Tarabon. Se podía viajar, de una puerta a otra, desde la Columna Vertebral del Mundo hasta el Océano Aricio, desde las Tierras Fronterizas hasta el Mar de las Tormentas, todo por un mundo extraño que de algún modo parecía encontrarse al margen del tiempo, o quizá paralelo a éste. Una marcha de dos días por los Atajos podía conducir a doscientos kilómetros o a mil, dependiendo de los caminos que se escogieran. Y si se estaba dispuesto a correr los riesgos que implicaba. En los Atajos era fácil morir, o algo peor. Los Atajos se habían vuelto oscuros y corruptos hacía mucho tiempo. Sin embargo eso no les importaba a los trollocs, al menos cuando los Myrddraal los empujaban a hacerlo. A los trollocs sólo les importaba matar, sobre todo cuando los dirigían los Myrddraal. Y quedarían nueve puertas a los Atajos sin vigilar, con el peligro de que cualquiera de ellas se abriera y salieran trollocs a decenas de millares. Poner cualquier tipo de guardia sin la cooperación de los steddings sería casi imposible. Mucha gente no creía en la existencia de los Ogier, y de los que sí creían, pocos querrían entrometerse en algo así sin permiso. Quizá los Asha’man estuvieran dispuestos, si hubiera suficientes en los que pudiera confiar.
De repente se dio cuenta de que no era el único que estaba cansado. A Loial se le veía demacrado, extenuado. Su chaqueta aparecía arrugada y le quedaba floja. Para un Ogier era peligroso pasar demasiado tiempo fuera de los steddings y Loial había dejado su casa hacía sus buenos cinco años. Quizás esas visitas breves durante los últimos meses no habían sido suficiente para él.
—Tal vez deberías volver a casa ya, Loial. El stedding Shangtai se encuentra sólo a unos días de aquí.
La silla de Loial crujió de forma alarmante cuando el Ogier dio un brinco de sobresalto. También sus orejas se levantaron de golpe, en un gesto de alarma.
—Mi madre estará allí, Rand. Es una Oradora famosa. Nunca se perdería un Gran Tocón.
—No puede haber regresado aún desde Dos Ríos —le contestó Rand. Supuestamente, la madre de Loial también era una buena andarina, pero hasta para los Ogier había límites.
—No conoces a mi madre —murmuró Loial como un tambor redoblando sombrío—. Y todavía llevará a remolque a Erith. Seguro que sí.
Min se inclinó hacia el Ogier con un brillo peligroso en los ojos.
—Por la forma en que hablas de Erith sé que quieres casarte con ella, así que ¿por qué huyes de ella?
Rand la observó desde la chimenea. Matrimonio. Aviendha daba por sentado que se casaría con ella y también con Elayne y Min, al estilo Aiel. Por lo visto Elayne pensaba lo mismo, por extraño que pudiera parecer. Al menos es lo que él creía. ¿Y qué pensaba Min? Nunca lo había dicho. Jamás tendría que haberlas dejado que lo vincularan. El vínculo las sumiría en un intenso dolor cuando él muriera.
Ahora las orejas de Loial se agitaron con precaución. Esas orejas eran una de las cosas por las que los Ogier resultaban unos malos mentirosos. Loial hizo gestos apaciguadores, como si la joven fuera más grande que él.
—Bueno, sí, quiero casarme con ella, Min. Por supuesto que sí. Erith es preciosa, y muy perceptiva. ¿Te he contado alguna vez con qué atención me escucha cuando explico…? Sí, claro que te lo he contado. Se lo cuento a todo el mundo que conozco. Quiero casarme con ella. Pero todavía no. No es como con vosotros, los humanos, Min. Tú haces todo lo que te pide Rand. Erith querrá que me establezca y me quede en casa. Las esposas Ogier nunca dejan que sus maridos vayan a ninguna parte ni hagan nada si ello significa salir del stedding más de unos cuantos días. Tengo que terminar mi libro, ¿y cómo voy a hacerlo si no veo lo que Rand hace? Seguro que ha hecho un montón de cosas desde que partí de Cairhien y sé que nunca podré escribirlo bien. Erith no lo entendería. Min, ¿estás enfadada conmigo?
—¿Qué te hace pensar que estoy enfadada?
Loial suspiró sonoramente y con un alivio tan evidente que Rand lo miró de hito en hito. ¡Luz, el Ogier creía de verdad que ella había dicho en serio que no estaba enfadada! Rand era consciente de ir a tientas en lo tocante a mujeres, incluso con Min —quizás especialmente con ella—, pero Loial haría bien en aprender mucho más de lo que sabía antes de casarse con su querida Erith. En caso contrario, ésta acabaría desollándolo como a una cabra enferma. Lo mejor sería sacarlo de la habitación antes de que Min hiciera el trabajo de Erith por ella. Rand carraspeó.
—Piensa en ello durante la noche, Loial —dijo—. Quizás hayas cambiado de opinión por la mañana. —Una parte de él esperaba que Loial lo hiciera. El Ogier llevaba mucho tiempo fuera de casa. Otra parte de él, sin embargo… Podía utilizar a Loial si lo que Alivia le había contado de los seanchan era verdad. A veces se daba asco a sí mismo—. En cualquier caso, ahora tengo que hablar con Bashere. Y con Logain. —Su boca se tensó al pronunciar el nombre. ¿Qué hacía Logain vestido con la chaqueta negra de Asha’man?
Loial no se levantó de la silla. De hecho, su expresión se tornó más preocupada, echó las orejas hacia atrás y las cejas le colgaron.
—Rand, hay algo que tengo que decirte sobre las Aes Sedai que han venido con nosotros.
De nuevo se descargaron los relámpagos en el exterior mientras el Ogier hablaba y el trueno retumbó sobre sus cabezas con más fuerza que nunca. Con algunas tormentas, un rato de calma significaba que lo peor estaba por llegar.
«Te dije que mataras a todos cuando tuviste ocasión —comentó riendo Lews Therin—. Te lo dije».
—¿Estás segura de que las han vinculado, Samitsu? —inquirió firmemente Cadsuane. Y en tono lo bastante alto para hacerse oír sobre los truenos que retumbaban sobre la casa. Los truenos y los relámpagos encajaban bien con su estado de ánimo. Le habría gustado gruñir. Necesitó de todo su entrenamiento y experiencia para seguir sentada tranquilamente y bebiendo té. No había dejado que las emociones la dominaran hacía mucho tiempo, pero deseaba morder algo. O a alguien.
Samitsu también sostenía una taza de porcelana, pero aún no había tomado un solo sorbo y no había hecho caso del ofrecimiento de Cadsuane de que se sentara. La hermana más delgada dio la espalda a las llamas de la chimenea de la izquierda, y las campanillas prendidas en su oscuro cabello tintinearon al sacudir la cabeza. No se había molestado en secarse el cabello como era debido y le colgaba húmedo en la espalda. Sus ojos de color castaño tenían una expresión inquieta.
—No es el tipo de pregunta que se le haría a una hermana, ¿verdad, Cadsuane? Y por supuesto ellas no me lo dijeron. ¿Quién diría algo así? Al principio, pensé que quizás habían hecho como Merise y Corele. Y la pobre Daigian. —Un leve gesto compasivo asomó a su semblante. Sabía por experiencia el dolor que aquejaba a Daigian por su pérdida. Cualquier hermana que hubiese sobrevivido a su primer Guardián lo sabía demasiado bien—. Pero es obvio que Toveine y Gabrelle están las dos con Logain. Creo que Gabrelle se acuesta con él. Si existe un vínculo, fueron los hombres los que lo hicieron.
—Alternancia —murmuró Cadsuane aunque se había llevado la taza a los labios. Algunos decían que la alternancia era juego limpio, pero ella nunca había creído en la lucha limpia. O se luchaba o no se luchaba, y nunca era un juego. La equidad era para gente que se mantenía aparte, a salvo, hablando mientras otros sangraban. Por desgracia, poco era lo que ella podía hacer aparte de intentar encontrar un modo de equilibrar las cosas. El equilibrio no era en absoluto como la equidad. Aquello era un desbarajuste—. Me alegro de que me hayas puesto sobre aviso antes de vernos las caras con Toveine y las otras, pero quiero que lo primero que hagas mañana sea regresar a Cairhien.
—No pude hacer nada, Cadsuane —comentó Samitsu con acritud—. La mitad de la gente a la que le daba una orden había empezado a consultarlo con Sashalle para saber si era adecuado, y la otra mitad me decía a la cara que ella ya había mandado otra cosa. Lord Bashere la convenció de que soltara a los Guardianes (no tengo la más remota idea de cómo se enteró de eso), y ella convenció a Sorilea, y ya no pude hacer nada por impedirlo. ¡Sorilea actuaba como si yo acabara de abdicar! No lo entiende, y dejó muy claro que piensa que soy una necia. No tiene sentido que regrese allí a menos que quieras que le lleve los guantes a Sashalle.
—Lo que quiero es que estés pendiente de ella, Samitsu. Sólo eso. Quiero saber qué hacen esas hermanas Juramentadas del Dragón cuando ni las Sabias ni yo las estamos vigilando con una vara de azotar en la mano. Siempre has sido muy observadora.
La paciencia no era una de las cualidades de Cadsuane, pero a veces hacía falta tenerla con Samitsu. La Amarilla era observadora e inteligente, y tenaz la mayor parte del tiempo, por no mencionar que en la actualidad era la persona más hábil en la Curación —al menos hasta que había aparecido Damer Flinn—, pero podía sufrir unos baches increíbles en cuanto a perder la confianza en sí misma. La vara nunca funcionaba con Samitsu, pero sí unas palmaditas en la espalda y era ridículo no utilizar lo que funcionaba. A medida que Cadsuane le recordaba lo inteligente que era, lo hábil en la Curación —eso siempre era preciso con Samitsu; podía entrar en una depresión por ser incapaz de Curar a un muerto—, lo lista, la hermana arafelina empezó a recobrar la compostura. Y la seguridad en sí misma.
—Puedes contar con que Sashalle no se cambiará de medias sin que yo lo sepa —manifestó resueltamente. A decir verdad, Cadsuane no esperaba menos—. Pero, si no te importa que lo pregunte, ¿por qué estás aquí, en una punta de Tear? —Recobrada la seguridad en sí misma, el tono de Samitsu redujo al mínimo la cortesía; no era una flor acobardada salvo cuando su confianza se debilitaba—. ¿Qué va a hacer el joven al’Thor? ¿O debería decir qué vas a encargarte de que haga?
—Intenta algo muy peligroso —contestó Cadsuane. El relámpago centelleó al otro lado de las ventanas trazando un plateado zigzag en un cielo tan negro como la noche. Sabía exactamente lo que se proponía. Lo que no sabía era si debía impedírselo.
—¡Esto ha de acabar! —tronó Rand mientras los estampidos en el cielo le hacían eco. Se había quitado la chaqueta antes de iniciar la reunión que tenía ahora, y se subió las mangas de la camisa para dejar a la vista los dragones escarlatas y dorados enroscados en sus brazos, con las cabezas de melenas doradas descansando en el envés de las manos. Quería que el hombre que tenía frente a él recordara cada vez que lo miraba que se encontraba ante el Dragón Renacido. Pero tenía las manos empuñadas para no ceder a las instigaciones de Lews Therin y estrangular al maldito Logain Ablar—. ¡Sólo me faltaba una guerra con la Torre Blanca, y vosotros, los jodidos Asha’man, no vais a meterme en una contra esas mujeres! ¿Me he expresado con claridad?
Logain, con las manos descansando en la empuñadura de la espada, no se inmutó. Era un hombretón, aunque más bajo que Rand, con una mirada firme que no denotaba que se le había echado una reprimenda y se le habían pedido explicaciones. La espada plateada y el dragón rojo y dorado brillaban a la luz de las lámparas en el cuello alto de su negra chaqueta, que parecía recién planchada.
—¿Estáis diciendo que se las libere? —preguntó con calma—. ¿Liberarán las Aes Sedai a los nuestros que han tomado?
—¡No! —replicó secamente Rand. Y con acritud—. Lo hecho, hecho está. —Merise se había quedado tan conmocionada cuando él le había sugerido que liberara a Narishma que cualquiera habría pensado que le pedía que dejaba abandonado a un perrillo a un lado del camino. Y sospechaba que Flinn se aferraría con tanta fuerza a Corele como ésta a él; estaba bastante seguro de que entre esos dos había algo más que el vínculo. Bueno, si una Aes Sedai podía vincular a un varón que encauzaba, ¿por qué no iba una mujer guapa a decidirse por un viejo baldado?—. Pero te das cuenta del lío que has organizado, ¿verdad? Tal como están las cosas, el único hombre capaz de encauzar que Elaida quiere vivo soy yo, y eso únicamente hasta que acabe la Última Batalla. Cuando se entere de esto, redoblará su empeño de acabar con todos vosotros sea como sea. Ignoro cómo reaccionará el otro grupo, pero Egwene fue siempre una negociadora dura. Quizá tenga que ceder Asha’man para que los vinculen las Aes Sedai hasta que tengan tantos como Aes Sedai tenéis vosotros. Eso si no deciden que debéis morir todos tan pronto como puedan arreglarlo. ¡Lo hecho, hecho está, pero no puede haber más!
Logain fue poniéndose un poco más rígido con cada palabra, pero su mirada sostuvo la de Rand sin vacilar. Estaba claro como el agua que hacía caso omiso de los otros que había en la sala. Min no había querido tomar parte en esa reunión y se había marchado a leer; Rand no conseguía encontrarles pies ni cabeza a los libros de Herid Fel, pero a ella la fascinaban. Sin embargo, Rand había insistido en que Loial se quedara y el Ogier fingía observar atentamente las llamas del hogar. Excepto cuando echaba ojeadas a la puerta, agitando las copetudas orejas, como si se preguntara si debería escabullirse sin que lo vieran aprovechando el estruendo de la tormenta. Davram Bashere —canoso y de oscuros ojos rasgados, nariz aguileña y espeso bigote que le caía por los lados de la boca— parecía más bajo de lo que era al estar al lado del Ogier. También llevaba espada, más corta que la de Logain y de hoja serpentina. Bashere tenía la mirada prendida en su copa más tiempo que en cualquier otro sitio, pero cada vez que sus ojos se encontraban con Logain pasaba el pulgar a lo largo de la empuñadura de la espada en un gesto inconsciente. O Rand creía que era inconsciente.
—Taim dio la orden —argumentó Logain con un aire de fría incomodidad al tener que dar explicaciones delante de otros. Un repentino relámpago se descargó cerca de la casa y alumbró su rostro en un cárdeno juego de luz y sombras, dándole el aspecto de una lóbrega máscara de oscuridad—. Di por sentado que la orden provenía de vos. —Sus ojos se desviaron fugazmente hacia Bashere y sus labios se apretaron—. Taim hace muchas cosas que la gente piensa que son instrucciones vuestras —prosiguió de mala gana—, pero tiene sus propios planes. Flinn, Narishma y Manfor están en la lista de desertores, como todos los Asha’man que escogisteis para que se quedaran con vos. Y tiene un círculo de veinte o treinta hombres que mantiene a su lado y a los que entrena en privado. Todos los hombres que llevan el dragón en la chaqueta pertenecen a ese grupo excepto yo, y habría impedido que lo tuviera de haberse atrevido. Sea lo que sea lo que hayáis estado haciendo, es hora de que volváis los ojos hacia la Torre Negra antes de que Taim la divida más de lo que está la Torre Blanca. Si lo hace, descubriréis que la mayor parte es leal a él, no a vos. A él lo conocen. A vos, la mayoría nunca os ha visto.
Rand se bajó las mangas con gesto irritado y se dejó caer en una silla. Lo que había estado haciendo no era asunto de Logain. El hombre sabía que el saidin estaba limpio, pero no podía creer que la limpieza fuera obra de Rand ni de ningún hombre. ¿Acaso pensaba que el Creador había decidido tender una mano misericordiosa después de tres mil años de padecer esa mácula? El Creador había creado el mundo y después había dejado que la humanidad hiciera de él lo que quisiera, un paraíso o la Fosa de la Perdición, a su elección. El Creador había dado vida a muchos mundos, observando cómo florecían o morían, sin dejar de crear un sinfín de mundos más. Un jardinero no lloraba por cada flor que se deshojaba.
Por un instante pensó que esas reflexiones debían de ser de Lews Therin. Él nunca había pensado de ese modo sobre el Creador ni sobre nada, que recordara. Pero podía sentir a Lews Therin asintiendo en conformidad al escuchar las palabras de otro. Aun así, no era el tipo de reflexión que habría hecho antes de aparecer Lews Therin. ¿Cuánto espacio restaba entre ambos?
—Taim tendrá que esperar —dijo cansinamente. ¿Cuánto tiempo podría esperar Taim? Le sorprendió que Lews Therin no se pusiera a bramar enfurecido instándolo a matar a ese hombre. Ojalá esa falta de reacción lo hubiera hecho sentirse mejor—. ¿Viniste sólo para asegurarte de que Logain llegaba sano y salvo ante mí, Bashere, o para contarme que alguien había apuñalado a Dobraine? ¿O tienes también alguna tarea urgente para mí?
Bashere enarcó una ceja ante el tono de Rand y apretó los dientes al mirar a Logain, pero al cabo de un momento resopló con tanta fuerza que el espeso bigote tendría que haberse agitado.
—Dos hombres registraron mi tienda —dijo mientras dejaba la copa de vino en una mesa azul que había contra la pared—. Uno llevaba una nota que hasta yo habría jurado que estaba escrita de mi puño y letra de no saber que no lo había hecho. Era para llevarse «ciertos objetos». Loial me ha dicho que el tipo que acuchilló a Dobraine tenía el mismo tipo de nota, también escrita aparentemente por Dobraine. Hasta un ciego vería qué iban buscando con sólo pensarlo un poco. Dobraine y yo somos los candidatos más probables para que os guardáramos los sellos. Tenéis tres, y decís que otros tres se han roto. Quizá la Sombra sabe dónde está el séptimo.
Loial había dejado de mirar el fuego y se había dado la vuelta a medida que el saldaenino hablaba, rígidas las orejas.
—Eso es muy serio, Rand —saltó en ese momento—. Si alguien rompe los sellos de la prisión del Oscuro o quizá sólo uno o dos más, el Oscuro podría liberarse. ¡Ni siquiera tú puedes enfrentarte a él! Quiero decir que sé lo que las Profecías dicen de ti, pero eso tiene que ser un modo figurado de hablar.
Hasta Logain parecía preocupado, y sus ojos estudiaban a Rand como midiendo sus posibilidades en un enfrentamiento con el Oscuro. Rand se recostó en la silla, cuidando de no dejar ver su cansancio. Los sellos de la prisión del Oscuro por un lado y Taim dividiendo a los Asha’man por otro. ¿Se habría roto ya el séptimo sello? ¿Empezaba ya la Sombra a hacer sus primeros movimientos de la Última Batalla?
—Una vez me dijiste algo, Bashere. Si tu enemigo te ofrece dos blancos…
—Ataca a un tercero —finalizó prontamente Bashere, y Rand asintió. De todos modos, ya había tomado una decisión. Los truenos hicieron temblar los cristales de las ventanas. La tormenta estaba cobrando fuerza.
—No puedo luchar contra la Sombra y contra los seanchan a la vez. Voy a enviaros a los tres a acordar una tregua con los seanchan.
La estupefacción dejó mudos a Bashere y a Logain. Hasta que empezaron a discutir, quitándose la palabra. Loial, simplemente, parecía a punto de desmayarse.
Elza no podía quedarse quieta mientras Fearil informaba lo que había ocurrido desde que ella se había marchado de Cairhien sin él. No era la áspera voz del hombre lo que la irritaba. Odiaba los relámpagos y habría querido ser capaz de aislar el cuarto con una salvaguardia para no verlos a través de las ventanas del mismo modo que lo había aislado contra oídos indiscretos. A nadie le parecería extraño su deseo de intimidad, ya que había pasado veinte años convenciendo a todo el mundo de que estaba casada con el hombre de cabello claro. A despecho de su voz, Fearil era el tipo de hombre con el que una mujer se casaría, alto y delgado y muy guapo. El gesto duro de su boca hacía más atractivo su rostro, a decir verdad. Por supuesto, a alguien le podría parecer curioso el hecho de que nunca hubiera tenido más de un Guardián a la vez si se paraba a pensarlo. Resultaba difícil dar con un hombre que tuviera las condiciones requeridas, pero quizá debería empezar a buscarlo. La luz de otro relámpago volvió a iluminar la ventana.
—Sí, sí, vale —lo interrumpió finalmente—. Hiciste lo correcto, Fearil. Habría resultado chocante que fueras el único que se negara a encontrar a su Aes Sedai.
Una sensación de alivio surgió a través del vínculo. Era muy estricta con sus órdenes, y aunque el hombre sabía que no podía matarlo —o que no debería, al menos—, para castigarlo sólo tenía que enmascarar el vínculo y así no compartiría su dolor; y también una salvaguardia para que no se oyeran sus gritos. Le desagradaban los gritos casi tanto como los relámpagos.
—Es mejor que estés conmigo —añadió. Lástima que las salvajes Aiel retuvieran todavía a Fera, aunque tendría que interrogar a la Blanca para que explicara exactamente por qué había prestado el juramento antes de confiar en ella. Hasta el viaje a Cairhien no supo que compartía algo con Fera. Una verdadera lástima no estar con ninguna hermana de su núcleo, pero sólo la habían enviado a ella a Cairhien, y al igual que Fearil no cuestionaba las órdenes, tampoco ella cuestionaba las que le daban—. Me parece que unas cuantas personas van a tener que morir muy pronto. —Tan pronto como decidiera quiénes. Fearil inclinó la cabeza y una sacudida de placer llegó a través del vínculo. Le gustaba matar—. Entretanto, matarás a cualquiera que amenace al Dragón Renacido. A cualquiera.
Después de todo, era algo que había entendido con meridiana claridad mientras las salvajes la tuvieron cautiva. El Dragón Renacido tenía que llegar vivo a la Última Batalla, pues si no, ¿cómo iba a derrotarlo allí el Gran Señor?