23 Adornos

La atmósfera en el cuarto era justo lo bastante más cálida que en el exterior para que los cristales estuvieran empañados en los marcos pintados de rojo, además de que el vidrio tenía burbujas, pero Cadsuane miraba hacia afuera como si pudiese ver claramente el lóbrego paisaje. De todos modos, podía ver con claridad más que suficiente. Unos cuantos desventurados, embutidos en ropas y gorros que apenas si dejaban distinguir a hombres de mujeres por las faldas o los pantalones anchos, recorrían los campos embarrados que rodeaban la casona, y a veces se agachaban para coger un puñado de tierra y tantearlo. No pasaría mucho tiempo antes de que empezaran a arar y a abonar, pero sólo su inspección indicaba la llegada de la primavera en una fecha próxima. Más allá de los campos, el bosque era un conjunto de ramas desnudas y oscuras contra el grisáceo cielo matinal. Una buena capa de nieve habría dado al paisaje un aspecto menos inhóspito, pero allí nevaba poco y en contadas ocasiones, y rara vez quedaban rastros de la anterior nevada cuando llegaba la siguiente. Aun así, a Cadsuane se le ocurrían unos cuantos sitios mejores para sus propósitos, con la Columna Vertebral del Mundo a poco más de un día de dura cabalgada hacia el este. ¿A quién se le ocurriría mirar dentro de las fronteras de Tear? Empero ¿había sido fácil convencer al chico para quedarse en este lugar? Con un suspiro, dio la espalda a la ventana, sintiendo mecerse los adornos dorados que colgaban en su pelo, las pequeñas lunas y estrellas, los pequeños pájaros y peces. Últimamente era muy consciente de ellos. ¿Consciente? ¡Bah! Últimamente se había planteado dormir con ellos puestos.

La sala de estar era amplia pero carecía de adornos, al igual que la propia casona, con cornisas de madera tallada, pintadas en rojo. El mobiliario estaba pintado también con colores fuertes, pero nada de dorado; las dos grandes chimeneas eran de piedra lisa, aunque bien construidas, y se notaba que los sólidos morillos de metal forjado se habían pensado más para un uso prolongado que como adorno. Las lumbres de las chimeneas eran pequeñas porque había insistido en ello, y las llamas ardían bajas en las astillas medio consumidas, pero cualquiera de las dos bastaba para calentarse las manos, que era lo que quería. De haberle dejado hacer las cosas a su modo, Algarin la habría rodeado de un calor sofocante y de sirvientes, aunque eran pocos los que aún tenía empleados. Como Señor de la Tierra de segunda fila, distaba mucho de ser acaudalado, si bien saldaba sus deudas tanto en el fondo como en la forma, incluso cuando la mayoría de los otros hombres habrían visto aquello como todo lo contrario a una deuda.

La puerta sin tallas que daba al pasillo se abrió con un chirrido —todos los sirvientes de Algarin eran casi tan viejos como él y, aunque mantenían todo ordenado y limpio y las lámparas llenas de aceite y las mechas despabiladas, parecía que los goznes de la casona no se engrasaban con regularidad—, la puerta se abrió con un chirrido para dar paso a Verin, todavía vestida para viajar con un sencillo traje de paño marrón de falda dividida y con la capa doblada en el brazo mientras se atusaba el canoso cabello. Una expresión irritada se plasmaba en la cara cuadrada de la robusta hermana, que sacudía la cabeza.

—Bien, he dejado a las mujeres de los Marinos en Tear, Cadsuane. No me acerqué a la Ciudadela, pero oí que el Gran Señor Astoril había dejado de quejarse de sus articulaciones y se había reunido dentro con Darlin. ¿Quién habría imaginado que Astoril saldría de su inactividad y menos para ponerse de parte de Darlin? Las calles están abarrotadas de mesnaderos, la mayoría emborrachándose y provocando peleas entre sí cuando no están luchando con los Atha’an Miere. Hay tantos Marinos en la ciudad como todos los demás juntos. Harine estaba horrorizada. Salió rápidamente hacia los barcos tan pronto como pudo alquilar un bote, esperando que se la nombre Señora de los Barcos y arreglarlo todo. Parece incuestionable que Nesta din Reas ha muerto.

Cadsuane dejó que la baja y regordeta mujer parloteara. Verin no era ni de lejos tan despistada como aparentaba. Algunas Marrones realmente podían tropezar con sus propios pies por no reparar en ellos, pero Verin era de las que mostraban una actitud de alejamiento del mundo que era artificiosa. Parecía creer que Cadsuane aceptaba esa actitud como real, pero si había que plantear algo, lo hacía. Y lo que no decía también podría ser revelador. Cadsuane confiaba menos en la otra hermana de lo que habría querido.

Por desgracia, Min debía de estar escuchando en la puerta, y la joven tenía poca paciencia.

—Le dije a Harine que no ocurriría así —protestó mientras irrumpía en la estancia—. Le dije que se la castigaría por el acuerdo hecho con Rand. Sólo después se convertirá en la Señora de los Barcos, y no puedo saber si eso ocurrirá dentro de diez días o de diez años. —Delgada y guapa, alta con las botas de tacón y los oscuros rizos rozándole los hombros, Min tenía una voz de timbre bajo, femenina, pero vestía chaqueta roja y pantalón azul de chico. La chaqueta iba bordada con flores de colores en las solapas y las mangas, y los pantalones con franjas en los laterales exteriores, pero seguía siendo un atuendo masculino.

—Puedes entrar, Min —dijo sosegadamente Cadsuane. Usó un tono que por lo general hacía que la gente se sentara derecha y prestara atención. Al menos quienes la conocían, aunque fuera por encima. Unas manchas rojas aparecieron en las mejillas de Min—. Me temo que la Señora de las Olas ya sabe todo lo que podía saber sobre tu visión. Mas, a juzgar por tu aire de urgencia, quizás has interpretado el halo de alguna otra persona y quieres decirme lo que has visto. —La peculiar habilidad de la chica había resultado útil en el pasado y sin duda podía serlo otra vez. Quizá. Que Cadsuane supiera, no mentía sobre lo que veía en las imágenes y halos que percibía flotando alrededor de la gente, pero tampoco era muy comunicativa siempre. Sobre todo cuando estaba relacionado con la persona sobre la que Cadsuane quería saber por encima de todas las demás.

A pesar de la rojez de las mejillas Min alzó la barbilla en un gesto obstinado. Había cambiado desde Shadar Logoth, o quizás había empezado antes, pero en cualquier caso el cambio no era para mejor.

—Rand quiere que vayáis a verlo. Me dijo que os lo pidiera, así que no os pongáis en plan intransigente.

Cadsuane se limitó a mirarla y dejó que el silencio se prolongara. ¿Intransigente? Definitivamente no había sido un cambio para mejor.

—Dile que iré cuando pueda —manifestó al cabo—. Cierra bien la puerta cuando salgas, Min.

La joven abrió la boca como si fuese a añadir algo, pero al menos le quedaba sentido común suficiente para callárselo. Incluso hizo una reverencia pasable, a despecho de esas ridículas botas, y cerró con firmeza la puerta a su espalda. De hecho, casi dio un portazo.

Verin volvió a sacudir la cabeza y soltó una risa que sólo sonó ligeramente divertida.

—Está enamorada del muchacho, Cadsuane. Y, digas lo que digas, se deja llevar por el corazón, que ha guardado en un bolsillo del chico. Creo que temió que se le cayera muerto encima, y sabes hasta qué punto algo así hace que una mujer se empeñe en seguir adelante.

Cadsuane apretó los labios. Verin sabía más sobre ese tipo de relaciones que ella —nunca había sido partidaria de tenerlas con sus Guardianes, como hacían algunas Verdes, y con otros hombres estaba completamente descartado—, pero la Marrón no andaba desencaminada y casi había dado en el clavo sin saberlo. O al menos creía que la otra hermana ignoraba que Min estaba vinculada con el chico al’Thor. Ella sólo lo sabía porque la muchacha había dicho más de la cuenta en un momento de descuido. Hasta la ostra más cerrada acababa rindiendo su carne una vez que uno había abierto la primera grieta en la concha. A veces incluso daba una inesperada perla. Sí, estuviera o no enamorada de él, Min querría mantener al chico con vida, pero no más que ella.

Verin dejó la capa en el alto respaldo de la silla y se acercó a la chimenea más próxima para extender las manos frente al fuego y calentárselas. De Verin no se diría que se deslizaba, pero sus movimientos eran más gráciles de lo que su corpulencia sugeriría. ¿Cuánto de esa mujer sería un engaño? Con el tiempo, todas las Aes Sedai se ocultaban tras varias máscaras. Acababa convirtiéndose en una costumbre.

—Creo que la situación en Tear aún puede solucionarse pacíficamente —dijo mientras contemplaba las llamas, casi como si hablase consigo misma. O como si quisiera que Cadsuane creyera que era así—. Hearne y Simaan están bastante desesperados, temerosos de que otros Grandes Señores regresen de Illian y los atrapen en la ciudad. Quizá se mostraran bien dispuestos a aceptar a Darlin, considerando sus otras opciones. Estanda está hecha de pasta más fuerte, pero si se la puede convencer de que saldría favorecida con el arreglo…

—Te dije que no te acercases a ellos —la interrumpió Cadsuane con severidad.

La fornida mujer la miró parpadeando, sorprendida.

—No lo hice. Las calles están llenas de rumores y sé cómo mezclarlos y pasarlos por la criba para sacar una pequeña verdad. Sí vi a Alanna y Rafela, pero me metí detrás de un vendedor callejero que voceaba las empanadas que llevaba en un carretón antes de que me vieran. Estoy segura de que no me vieron. —Hizo una pausa, esperando obviamente que Cadsuane explicara por qué le había ordenado que evitara también a las hermanas.

—Tengo que ir a ver al chico ahora, Verin —dijo en cambio. Ése era el problema de aceptar aconsejar a alguien. Aun cuando una consiguiera poner todas las condiciones que quería, o casi todas, tenía que acudir antes o después cuando la llamaban. Sin embargo, aquello le daba una excusa para eludir la curiosidad de Verin. La respuesta era sencilla. Si se intentaba resolver todos los problemas, se acababa sin solucionar ninguno. Y, con algunos problemas, a la larga no importaba realmente cómo se solucionaban. Pero no responder dejaba a Verin con algo en lo que pensar; un poco de mantequilla resbaladiza para las patas. Cuando Cadsuane no se sentía segura de alguien, quería que esa persona tampoco se sintiera segura de ella.

Verin recogió la capa y salió de la habitación con ella. ¿Acaso se proponía acompañarla? Mas, al salir de la sala de estar, se encontraron con Nesune, que caminaba a paso vivo pasillo adelante. Se paró de golpe. Salvo un puñado de gente, nadie había conseguido hacer caso omiso de Cadsuane nunca, pero Nesune se las ingeniaba bastante bien, manteniendo fija la mirada en Verin.

—Así que has vuelto, ¿no? —Lo mejor de algunas Marrones era su modo de constatar lo que era obvio—. Según recuerdo, escribiste algo sobre los animales de las Tierras Anegadas. —Lo que significaba que Verin lo había hecho; Nesune recordaba todo lo que veía; una cualidad útil si Cadsuane hubiese confiado lo bastante en ella para utilizarla—. Lord Algarin me ha enseñado la piel de una gran serpiente que según él procede de las Tierras Anegadas, pero estoy convencida de que es igual a la que vi en… —Verin dirigió una mirada de impotencia a Cadsuane por encima del hombro mientras la mujer más alta la alejaba agarrada de la manga; pero, antes de que hubiesen dado tres pasos corredor adelante, ya estaba metida a fondo en una discusión sobre esa absurda serpiente.

Era una situación sorprendente y en cierto modo inquietante. Nesune era leal a Elaida, o lo había sido, en tanto que Verin era una de las que querían destituir a Elaida. O lo había sido. Y ahora charlaban amigablemente sobre serpientes. El hecho de que ambas hubiesen jurado lealtad al chico al’Thor podía achacarse a su condición de ta’veren, lo que le hacía tejer inconscientemente el Entramado a su alrededor, mas ¿ese juramento bastaba para que pasaran por alto su postura contraria sobre quién ocupaba la Sede Amyrlin? Le habría gustado saber eso. Ninguno de sus adornos la protegía contra los ta’veren. Claro que no sabía la función de dos de los peces y una de las lunas, pero no parecía probable que sirvieran para eso. La explicación podía ser tan sencilla como que Verin y Nesune eran Marrones. Las Marrones podían olvidar cualquier cosa cuando se ponían a estudiar algo. Serpientes. ¡Bah! Los pequeños adornos se mecieron cuando sacudió la cabeza antes de dar media vuelta, dejando a su espalda a las dos Marrones que caminaban en dirección contraria. ¿Qué querría el chico? Nunca le había gustado actuar de consejera, fuera o no necesario.

Las corrientes en los pasillos movían los contados tapices de las paredes, todos de estilo antiguo y con el aspecto de haber sido descolgados y vueltos a colgar muchas veces. La casona había crecido como una vieja granja llena de recovecos más que ser una construcción grande, con ampliaciones añadidas cada vez que los fondos y los miembros de la familia crecían. La casa Pendaloan nunca había sido rica, pero había habido momentos en que sus miembros eran numerosos. Los resultados se notaban no sólo en desgastados tapices pasados de moda. Las cornisas estaban pintadas en intensos colores rojos, azules o amarillos, pero los pasillos variaban en anchura y altura, y a veces se encontraban en un ligero sesgo. Ventanas que en tiempos se asomaban a los campos daban ahora a patios —por lo general vacíos salvo por unos cuantos bancos— y que existían simplemente para que hubiese luz. A veces no había forma de llegar de aquí a allí excepto tomando una galería que asomaba a uno de esos patios. Las columnas eran de madera las más de las veces, aunque magníficamente pintadas si bien no talladas.

En una de esas galerías, de gruesas columnas verdes, dos hermanas contemplaban juntas la actividad en el patio. Al menos, eso era lo que hacían cuando Cadsuane abrió la puerta a la galería. Beldeine la vio salir y se puso tensa, retorciendo el chal de flecos verdes que llevaba hacía menos de cinco años. Bonita, con altos pómulos y ojos marrones algo rasgados, todavía no poseía la cualidad de intemporalidad, y parecía más joven que Min, sobre todo cuando lanzó a Cadsuane una mirada gélida y se alejó presurosamente en dirección contraria.

Merise, su compañera, la siguió con la mirada, sonriendo divertida mientras ajustaba su chal de flecos verdes. Alta e inusitadamente seria, con su cabello retirado del pálido rostro y sujeto prietamente, Merise no era muy dada a sonreír.

—A Beldeine empieza a preocuparle no tener Guardián aún —dijo con acento tarabonés cuando Cadsuane se paró a su lado, aunque sus ojos azules volvieron de inmediato hacia el patio—. Parece que se está planteando tomar un Asha’man, si puede encontrar uno. Le he dicho que hable con Daigian. Aunque eso no la ayude a ella, sí ayudará a Daigian.

Todos los Guardianes que tenían estaban reunidos en el patio pavimentado de piedra, en mangas de camisa a despecho del frío, la mayoría sentados en los bancos de madera pintados y observando a dos de ellos practicar con espadas de madera. Jahar, uno de los tres de Merise, era un joven guapo, bronceado por el sol. Las campanillas de plata atadas a las puntas de las dos largas trenzas tintineaban con las feroces arremetidas. Se movía como una picanegra descargando un ataque fulgurante. No soplaba la más leve brisa, pero la estrella de ocho puntas, como una dorada aguja de brújula, pareció girar contra el cabello de Cadsuane. De haberla sostenido en la mano habría notado claramente su vibración. Claro que ya sabía que Jahar era un Asha’man, y la estrella no lo habría señalado a él, sino que se limitaba a indicarle que un hombre capaz de encauzar se hallaba cerca. Había descubierto que cuantos más hombres había con esa capacidad, más fuerte vibraba la estrella. El oponente de Jahar, un tipo muy alto, ancho de hombros, con un rostro pétreo y un cordón trenzado ceñido a las encanecidas sienes para sujetar el cabello largo hasta los hombros, no era el segundo Asha’man que había allí abajo, pero a su modo era igualmente mortífero. Lan no parecía ser tan veloz, pero… se movía con la gracilidad de un felino. Su arma de tablillas atadas estaba siempre en el lugar preciso para frenar la de Jahar, siempre desplazando al joven un poquito más fuera de su línea.

De repente, la espada de madera de Lan se descargó contra el costado de Jahar con un sonoro crujido, un golpe mortal de haberse dado con una cuchilla. Mientras el joven se encogía por la fuerza del golpe, Lan se deslizó hacia atrás, en posición, con el arma enarbolada en las dos manos. Nethan, otro de los Guardianes de Merise, se puso de pie; era un tipo delgado, con pinceladas blancas en las sienes, y alto, aunque unos diez centímetros más bajo que Lan. Jahar le hizo un ademán para que no se moviera y volvió a levantar la espada de prácticas, exigiendo otra oportunidad en voz alta.

—¿Cómo lo está llevando Daigian? —preguntó Cadsuane.

—Mejor de lo que esperaba —admitió Merise—. Pasa mucho tiempo en su cuarto, pero relega el llanto a la intimidad. —La mirada de la mujer se desvió de los hombres que practicaban con las espadas hacia un banco pintado de verde, donde el canoso Tomás, Guardián de Verin, se hallaba sentado junto a un tipo mayor que sólo tenía un cerquillo de cabello blanco—. Damer quería probar su Curación con ella, pero Daigian rehusó. Aunque nunca hubiera tenido un Guardián, sabe que el dolor por un Gaidin muerto es parte de recordarlo. Me sorprende que Corele se planteara permitirlo.

La hermana tarabonesa sacudió la cabeza y volvió a observar a Jahar. Los Guardianes de otras hermanas no le interesaban, al menos no como los suyos.

—Los Asha’man lloran la pérdida de uno de los suyos igual que los Guardianes. Pensé que quizá Jahar y Damer seguían simplemente el liderazgo de los otros, pero Jahar afirma que también es su costumbre. No me inmiscuí, por supuesto, pero los vi beber en memoria del joven Eben. No mencionaron su nombre en ningún momento, pero tenían una copa de vino llena para él. Bassane y Nethan saben que pueden morir cualquier día, y lo aceptan. Jahar espera la muerte; lo espera cada día. Para él, cada hora es casi con seguridad la última de su vida.

Cadsuane se contuvo a duras penas de mirar a la otra mujer. Merise no solía hablar tanto. El rostro de la tarabonesa aparecía sosegado y su actitud era impasible, pero algo la incomodaba.

—Sé que practicas la coligación con él a menudo —dijo Cadsuane delicadamente, sin quitar la vista del patio. La delicadeza era imprescindible cuando se hablaba a otra hermana de su Guardián. Eso era en parte el motivo de que siguiera mirando al patio, fruncido el entrecejo—. ¿Has decidido ya si el chico al’Thor tuvo éxito en Shadar Logoth? ¿Realmente consiguió limpiar la mitad masculina de la Fuente?

Corele también practicaba la coligación con Damer, pero la Amarilla estaba tan centrada en sus fútiles esfuerzos por razonar cómo llevar a cabo con el saidar lo que él hacía con el saidin que ni habría notado la mácula del Oscuro deslizándose por su garganta. Lástima no haber alcanzado el chal cincuenta años después de cuando lo había conseguido; en tal caso ella misma habría vinculado a uno de esos hombres y no habría tenido que preguntar. Pero cincuenta años más habría significado que Norla habría muerto en su pequeña casa, en las Colinas Negras, antes de que Cadsuane Melaidhrin fuera a la Torre Blanca. Aquello habría cambiado mucho la historia. En primer lugar, no habría habido muchas probabilidades de que se encontrara, ni de lejos, en las circunstancias actuales. De modo que preguntó delicadamente y esperó.

Merise se quedó callada y muy quieta durante unos largos instantes, y entonces suspiró.

—No lo sé, Cadsuane. El saidar es un océano en calma que te llevará a donde quieras mientras conozcas las corrientes y dejes que éstas te arrastren. El saidin… es una avalancha de piedras ardientes. Montañas de hielo chocando entre sí. Se nota más limpio que cuando me coligué por primera vez con Jahar, pero en ese caos podría ocultarse cualquier cosa. Cualquier cosa.

Cadsuane asintió. No estaba segura de que hubiera esperado otra respuesta. ¿Por qué iba a conseguir la certidumbre sobre una de las dos cuestiones más importantes del mundo cuando era incapaz de encontrarla en tantas preguntas más sencillas? En el patio, la espada de madera de Lan se frenó, esta vez sin ir acompañada de un crujido, sino simplemente rozando la garganta de Jahar, y el hombre de más edad se retiró con gracilidad y adoptó la postura de atención. Nethan volvió a levantarse, y de nuevo Jahar le hizo un gesto para que se sentara al tiempo que alzaba su arma, enfadado, y se preparaba. El tercer Guardián de Merise, Bassane, un tipo bajo y ancho, casi tan moreno como Jahar a pesar de ser cairhienino, se echó a reír e hizo un comentario rudo sobre hombres en exceso ambiciosos que se tropezaban con su propia arma. Tomás y Damer intercambiaron una mirada y sacudieron la cabeza; a esa edad, los hombres habían dejado de lanzar pullas mucho tiempo atrás. El entrechocar de madera contra madera comenzó de nuevo.

Los otros cuatro Guardianes no eran los únicos espectadores de las prácticas de Lan y Jahar en el patio. La muchacha delgada de oscuro cabello tejido en una trenza, que observaba anhelante desde un banco rojo, era el foco de la mirada ceñuda de Cadsuane. La chica tendría que meter su anillo de la Gran Serpiente debajo de la nariz de la gente para que se la reconociera como una Aes Sedai, cosa que era, aunque sólo técnicamente. No era sólo por el rostro juvenil de Nynaeve; Beldeine parecía igual de joven. Nynaeve brincaba en el banco, siempre a punto de incorporarse de un salto. De vez en cuando, movía la boca como si estuviera lanzando silenciosas palabras de aliento, y alguna vez también sus manos se giraban como si demostrara cómo tendría que haber movido Lan la espada. Una chica frívola, rebosante de pasiones, que sólo rara vez demostraba que tenía cerebro. Min no era la única en haber echado su corazón y su cerebro a un pozo por un hombre. Según las costumbres de la desaparecida Malkier, el punto rojo que Nynaeve llevaba pintado en la frente indicaba su matrimonio con Lan, aunque las Amarillas casi nunca se casaban con sus Guardianes. A decir verdad, muy pocas hermanas lo hacían. Claro que Lan no era el Guardián de Nynaeve, por mucho que él y la chica aparentaran lo contrario. A quién pertenecía Lan era un tema que eludían como ladrones escabulléndose en la noche.

Lo más interesante, más inquietante, eran las joyas que Nynaeve llevaba, un largo collar y un fino cinturón de oro, con brazaletes y anillos a juego, cuyas llamativas gemas rojas, verdes y azules incrustadas desentonaban con el vestido de cuchilladas amarillas que lucía. Y también llevaba esa peculiar pieza, en la mano izquierda, compuesta de anillos unidos a un brazalete con cadenas planas. Era un angreal, y mucho más fuerte que el juego de adornos que ella lucía en la cabeza. Las otras eran muy parecidas a sus propios adornos, ter’angreal de manufactura sencilla creados durante el Desmembramiento del Mundo, cuando una Aes Sedai podía encontrar muchas manos vueltas contra ella, sobre todo las de hombres que encauzaban. Curioso pensar que también se habían llamado Aes Sedai. Sería como conocer a un hombre que se llamara Cadsuane.

La cuestión —esa mañana parecía estar repleta de preguntas y el sol todavía no estaba a medio camino del mediodía—, la cuestión era si la chica llevaba esas joyas por el muchacho al’Thor o por los Asha’man. ¿O por Cadsuane Melaidhrin? Nynaeve había demostrado su lealtad a un joven de su propio pueblo y también había demostrado su recelo hacia él. Tenía cabeza, cuando decidía utilizarla. Sin embargo, hasta que esa pregunta no hubiese tenido respuesta, confiar en la chica era demasiado peligroso. El problema era que en la actualidad había pocas cosas que no parecieran peligrosas.

—Jahar se está haciendo más fuerte —dijo de repente Merise.

Por un instante Cadsuane miró con el entrecejo fruncido a la otra Verde. ¿Más fuerte? La camisa del joven empezaba a pegársele en la espalda por la transpiración, en tanto que Lan parecía que ni siquiera había empezado a sudar. Entonces comprendió. Merise se refería al Poder. Cadsuane se limitó a enarcar una ceja con aire interrogante. No recordaba la última vez que había dejado que la sorpresa se reflejara en su rostro. Debía de haber sido todos esos años atrás, en las Colinas Negras, cuando empezó a ganarse los adornos que ahora llevaba.

—Al principio pensé que la forma de entrenarse de los Asha’man, la presión, ya lo había llevado a su máxima capacidad —continuó Merise, que miraba con el entrecejo fruncido a los dos hombres que combatían con las espadas de prácticas. No; era a Jahar al que miraba de ese modo. Sólo era una leve arruga entre los ojos, pero reservaba sus ceños para quienes podían verlos y advertir su desagrado—. En Shadar Logoth pensé que debía de estar imaginando cosas. Hace tres o cuatro días, casi me había convencido de que estaba equivocada. Ahora estoy segura de que tengo razón. Si los hombres ganan fuerza a trompicones, entonces es imposible calcular lo fuerte que llegará a ser.

No manifestó su preocupación evidente, por supuesto: que el chico pudiera ser más fuerte que ella. Decir tal cosa habría sido inconcebible en muchos aspectos, y a pesar de que Merise se había acostumbrado a hacer lo inconcebible —la mayoría de las hermanas se desmayarían ante la mera idea de vincular a un hombre que encauzaba—, nunca se sentía cómoda hablando de ello. Cadsuane sí, pero de todos modos mantuvo un tono neutral. Luz, ¡cómo detestaba ser delicada! O al menos la necesidad de serlo.

—Parece contento, Merise. —Los Guardianes de Merise siempre parecían estarlo; los sabía llevar bien.

—Está furioso por… —La otra mujer se rozó un lado de la cabeza como para tantear el nudo de sensaciones que percibía a través del vínculo. ¡Realmente estaba incómoda!—. No es ira. Es frustración. —Buscó en la escarcela de cuero verde y sacó un pequeño alfiler esmaltado, una figura sinuosa roja y dorada, semejante a una serpiente con patas y melena de león—. No sé dónde consiguió esto el chico al’Thor, pero se lo dio a Jahar. Al parecer, para los Asha’man es parecido a alcanzar el chal. Se lo tuve que quitar, naturalmente; Jahar está aún en la etapa de aprender a aceptar sólo lo que yo diga que puede hacer. Pero se siente tan agitado por esta cosa… ¿Debería devolvérselo? En cierto modo, ahora le vendría de mi mano.

Las cejas de Cadsuane empezaron a enarcarse antes de que la mujer pudiera controlarlas. ¿Merise le pedía consejo sobre uno de sus Guardianes? Bueno, sí, era ella quien había sugerido que debía tantear al chico, pero este grado de intimidad era… ¿Inconcebible? ¡Bah!

—No me cabe duda de que decidas lo que decidas será lo correcto.

Tras echar una última ojeada a Nynaeve, dejó a la mujer alta acariciando el alfiler esmaltado con el pulgar y mirando el patio, fruncido el entrecejo. Lan acababa de derrotar de nuevo a Jahar, pero el joven volvía a adoptar la postura inicial, exigiendo otro combate. Decidiera lo que decidiera Merise, ya había descubierto algo que no le gustaba. Los vínculos entre Aes Sedai y Guardianes siempre habían sido tan claros como la relación; la Aes Sedai mandaba y el Guardián obedecía. Pero si Merise, nada menos, estaba titubeando por un alfiler —Merise, que dirigía a sus Guardianes con mano firme—, entonces habría que establecer nuevos límites, al menos con Guardianes que encauzasen. No parecía probable que pudiera pararse ya su vinculación; Beldeine era la prueba de ello. La gente no cambiaba nunca, pero el mundo sí, y con una regularidad alarmante. No quedaba más remedio que aceptarlo, o al menos sobrellevarlo. De vez en cuando, con suerte, se podía influir en la dirección de los cambios; pero, incluso si se frenaba uno, sólo se conseguía poner en marcha otro.

Como era de esperar, la puerta de acceso a las habitaciones del chico al’Thor estaban guardadas. Alivia se encontraba allí, por supuesto, sentada en un banco a un lado de la puerta, con las manos enlazadas pacientemente sobre el regazo. La seanchan de cabello claro se había designado a sí misma protectora del chico, si se podía llamar así. Alivia le atribuía el mérito de haberla liberado del collar de damane, pero en el fondo había algo más. A Min no le caía bien, y no era una cuestión de celos. Alivia no parecía saber nada sobre la relación entre un hombre y una mujer. Sin embargo había una conexión entre ella y el chico, una conexión que se revelaba en miradas que transmitían determinación por parte de ella y esperanza por parte de él, por mucho que costase creer tal cosa. Hasta que Cadsuane no averiguara de qué se trataba, no pensaba hacer nada para separarlos. Los penetrantes ojos azules de la seanchan contemplaron a Cadsuane con respetuosa cautela, pero no veían en ella a un enemigo. Alivia no se andaba por las ramas con quienes consideraba enemigos del chico al’Thor.

La otra mujer que montaba guardia tenía la misma altura que Alivia, aunque no podrían ser más diferentes y no sólo porque los ojos de Elza fueran marrones y su rostro tuviera el aire intemporal de una Aes Sedai, mientras que la seanchan tenía pequeñas arrugas en las comisuras de los ojos y algunas hebras blancas en el cabello. Elza se incorporó rápidamente nada más ver a Cadsuane y se situó delante de la puerta a la par que se ajustaba el chal.

—No está solo —dijo con cierto helor en la voz.

—¿Me cierras el paso? —inquirió Cadsuane con igual frialdad. La Verde andoreña tendría que haberse apartado. Elza se encontraba lo bastante por debajo que ella en el Poder para no dudarlo, pero se plantó firme y de hecho su mirada se tornó más acalorada.

Era un dilema. Otras cinco hermanas que estaban en la casona habían jurado lealtad al chico, y las que habían sido leales a Elaida miraban a Cadsuane como si sospecharan de sus intenciones hacia él. Lo que planteaba la pregunta de por qué Verin no actuaba así, naturalmente. Pero sólo Elza había intentado que no se acercara a él. La actitud de la mujer apestaba a celos, lo que no tenía sentido. Era imposible que se considerara más adecuada para aconsejarle, y si hubiese habido algún atisbo de que Elza deseara al chico, ya fuera como hombre o como Guardián, Min estaría enseñándole los dientes. En ese aspecto la chica tenía muy aguzado el instinto. Cadsuane habría rechinado los dientes si hubiera sido el tipo de mujer que los rechinaba.

Cuando pensaba que tendría que ordenar a Elza que se apartara, Alivia se inclinó hacia ella.

—Él mandó llamarla, Elza —informó con su acento que arrastraba las palabras—. Se enfadará si no la dejamos entrar. Con nosotras, no con ella. Deja que pase.

Elza miró a la seanchan de reojo y sus labios se curvaron en una mueca desdeñosa. Alivia estaba muy por encima de ella en el Poder —en realidad, Alivia estaba muy por encima de Cadsuane—, pero era una espontánea y una mentirosa, desde el punto de vista de Elza. La mujer de cabello oscuro no parecía aceptar que Alivia había sido damane, cuanto menos el resto de su historia. Aun así, Elza lanzó una mirada a Cadsuane, después a la puerta que tenía detrás, y se ajustó el chal. Obviamente, no quería que el chico se enfadara. No con ella.

—Veré si puede recibirte ahora —dijo casi con gesto huraño—. Que se quede aquí —añadió dirigiéndose a Alivia, en tono más cortante, antes de volverse y llamar con suavidad a la puerta. Una voz masculina dio permiso al otro lado de la hoja de madera y la mujer la abrió justo lo suficiente para entrar y cerró tras ella.

—Debes disculparla —comentó Alivia en aquel acento irritantemente lento—. Creo que lo que le ocurre es que se toma muy en serio su juramento. No está acostumbrada a servir a nadie.

—Las Aes Sedai cumplen su palabra —repuso fríamente Cadsuane. ¡Esa mujer hacía que se sintiera como si su modo de hablar fuera tan rápido y frío como el de un cairhienino!—. Tenemos que hacerlo.

—Creo que tú lo haces. Igual que sabes que yo también la cumplo. Le debo cualquier cosa que me pida.

Un comentario fascinante, y una abertura; pero, antes de que pudiese sacar ventaja de ella, Elza salió. Tras ella venía Algarin, con la blanca barba recortada hasta casi acabar en un pico. Dedicó una reverencia a Cadsuane con una sonrisa que profundizó más sus arrugas. La sencilla chaqueta de paño oscuro, hecha cuando era más joven, le quedaba grande ahora, y el cabello le proporcionaba una rala cobertura. No había posibilidad de descubrir por qué había visitado al chico al’Thor.

—Te recibirá ahora —dijo secamente Elza.

Faltó poco para que Cadsuane rechinara los dientes. Alivia tendría que esperar. Y Algarin.

El chico estaba de pie cuando Cadsuane entró, casi tan alto y tan ancho de hombros como Lan; llevaba una chaqueta negra con bordados dorados en las mangas y en el cuello alto. Pese a los bordados, se parecía demasiado a las chaquetas de los Asha’man para que resultara de su agrado, pero no dijo nada. Él hizo una cortés reverencia, la condujo a un sillón con cojín delante de la chimenea y le preguntó si le apetecía vino. Añadió que el de la jarra —que había en una mesa auxiliar con dos copas— se había enfriado, pero que podía mandar traer más. Cadsuane había trabajado duro para obligarlo a comportarse educadamente, así que podía llevar la chaqueta que quisiera. Había cosas más importantes hacia las que había que guiarlo. O empujarlo o tirar de él, si era necesario. No iba a perder tiempo hablando de sus ropas.

Tras una educada inclinación de cabeza, rechazó el vino. Una copa de vino ofrecía muchas posibilidades —beber cuando se necesitaban unos segundos para pensar; mirar en su interior cuando se quería eludir los ojos—, pero a este joven había que vigilarlo de continuo. Su semblante dejaba traslucir casi tan poco como el de una hermana. Con aquel cabello rojizo oscuro y esos ojos azul grisáceos podría haber pasado por un Aiel, pero pocos Aiel tenían unos ojos tan fríos. Hacían que el cielo matinal que había estado contemplado un rato antes pareciera cálido en comparación. Más fríos de lo que eran antes de Shadar Logoth. Y, por desgracia, más duros también. También parecían… cautelosos.

—Algarin tenía un hermano que podía encauzar —dijo el chico mientras se volvía hacia el sillón situado enfrente.

A mitad de la vuelta se tambaleó. Se agarró a un brazo del sillón a la par que soltaba una seca risa, fingiendo que se había tropezado con sus propios pies. Y no había asido el saidin —Cadsuane lo había visto tambalearse al hacer eso—, o sus adornos se lo habrían advertido. Corele decía que sólo necesitaba dormir un poco más para recuperarse de lo de Shadar Logoth. ¡Luz, tenía que mantener vivo al chico o todo habría sido en balde!

—Lo sé —respondió. Y, puesto que Algarin podría haberle contado todo, añadió—: Fui yo quien capturó a Emarin y lo condujo a Tar Valon. —Para algunos, había sido extraño que Algarin le estuviera agradecido por ello, pero su hermano menor sobrevivió al amansamiento más de diez años una vez que ella lo ayudó a resignarse. Los hermanos habían estado muy unidos.

Las cejas del chico se fruncieron mientras se sentaba en el sillón. No se lo había contado.

—Algarin quiere que se le haga la prueba —anunció.

Cadsuane sostuvo su mirada sin vacilar, sosegadamente, y contuvo la lengua. Los hijos de Algarin estaban casados; los que aún vivían. Quizás estaba dispuesto a ceder ese trozo de tierra a sus descendientes. En cualquier caso, un varón más o uno menos que pudiera encauzar poco importaba a esas alturas. A menos que fuera el chico que la miraba fijamente.

Al cabo de un momento, él movió la barbilla en un atisbo de asentimiento. ¿La habría estado probando?

—Nunca temas que deje de decírtelo cuando te comportes como un necio, muchacho.

La mayoría de la gente recordaba tras una reunión que ella tenía una lengua afilada. A este joven había que recordárselo de vez en cuando. El chico gruñó. O quizá fue una risa. O un sonido compungido. Cadsuane se recordó a sí misma que él quería que le enseñara algo, aunque no parecía saber qué. Daba igual. Tenía una lista donde elegir y sólo había empezado con ella.

Habríase dicho que el rostro del chico era una talla de piedra por la inexpresividad que mostraba, pero se puso de pie y empezó a pasear yendo y viniendo de la chimenea a la puerta, con las manos enlazadas prietamente a la espalda.

—He estado hablando con Alivia, sobre los seanchan —dijo—. Llaman a su ejército el Ejército Invencible con razón. Jamás ha perdido una guerra. Batallas, sí, pero nunca una guerra. Cuando pierden una batalla, se sientan y estudian qué han hecho mal o qué hizo bien el enemigo. Entonces cambian lo que tengan que cambiar para ganar.

—Un modo de actuar muy inteligente —opinó Cadsuane cuando él dejó de hablar. Saltaba a la vista que esperaba un comentario—. Conozco hombres que actúan igual. Davram Bashere, por ejemplo. Gareth Bryne, Rodel Ituralde, Agelmar Jagad. Incluso Pedron Niall lo hacía, cuando vivía. A todos se los considera grandes capitanes.

—Sí —convino el chico, sin dejar de pasear. No la miró, o quizá ni siquiera la veía, pero sí escuchaba. Había que confiar en que también prestara atención—. Cinco hombres, todos ellos grandes capitanes. Los seanchan lo hacen del primero al último. Así es como lo han hecho durante mil años. Cambian lo que tienen que cambiar, pero no se dan por vencidos.

—¿Estás considerando la posibilidad de que no se los pueda vencer? —inquirió con calma.

La tranquilidad siempre era aconsejable hasta que se conocían los hechos, y por lo general también después. El chico se volvió hacia ella, tenso y con los ojos como trozos de hielo.

—Puedo vencerlos con el tiempo —repuso, luchando para mantener un tono educado. Eso estaba bien. Cuantas menos veces tuviera que demostrarle que podía castigar las transgresiones a sus reglas y lo haría, mejor—. Pero… —Se interrumpió con un gruñido cuando el ruido de voces discutiendo llegó desde el pasillo.

Un instante después se abría la puerta y Elza entraba de espaldas, todavía discutiendo en voz alta e intentando detener a otras dos hermanas extendiendo los brazos. Erian, con la pálida tez encendida, empujaba a la otra Verde. Sarene, una mujer tan hermosa que hacía que Erian casi pareciera poco agraciada, exhibía una expresión más tranquila, como podría esperarse de una Blanca, pero sacudía la cabeza con exasperación y con bastante fuerza para que las cuentas de colores de las finas trencillas tintinearan unas contra otras. Sarene tenía genio, aunque por lo general lo mantenía bajo un férreo control.

—Bartol y Rashan vienen hacia aquí —anunció Erian en voz alta; la agitación hacía resaltar su acento illiano. Eran sus dos Guardianes, que había dejado en Cairhien—. No mandé llamarlos, pero alguien Viajó con ellos. Hace una hora, los sentí de repente más cercanos, y justo ahora, más próximos aún. Vienen hacia nosotros.

—Y mi Vitalien también se está acercando —anunció Sarene—. Creo que estará aquí en unas pocas horas.

Elza dejó caer los brazos, aunque a juzgar por la tensión de su espalda seguía mirando furibunda a las otras dos hermanas.

—También mi Fearil estará aquí en unas horas —murmuró.

Era su único Guardián; se comentaba que estaban casados, y las Verdes que se casaban rara vez tomaban otro Guardián al mismo tiempo. Cadsuane se preguntó si Elza lo habría dicho si las otras no hubieran hablado.

—No pensé que sucediera tan pronto —dijo suavemente el chico. Suavemente, pero había un timbre acerado en su voz—. Pero no habría tenido que confiar en que la marcha de los acontecimientos se acomodara a mi conveniencia, ¿verdad, Cadsuane?

—Los acontecimientos nunca esperan a nadie —repuso ella mientras se ponía de pie.

Erian se encogió como si acabara de reparar en su presencia, aunque Cadsuane estaba segura de que su semblante era tan inexpresivo como el del chico. Y sin duda tan pétreo. Qué los había hecho venir desde Cairhien a esos Guardianes y quién Viajaba con ellos eran problemas suficientes de los que preocuparse, pero creía haber dado con otra respuesta para el chico e iba a tener que meditar cuidadosamente cómo aconsejarle en ello. A veces, las respuestas eran más espinosas que las preguntas.

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