En 1941, a la edad de veintitrés años, Paul Finnegan se alistó como voluntario en la caballería de los Estados Unidos, porque le gustaban los caballos. Poco después se encontró conduciendo un tanque. Como pertenecía a la Octava Armada, debió cruzar el Rhin. Un día, tras haber participado en la toma de una pequeña ciudad, descubrió entre las ruinas del museo local un objeto extraordinario. Era una medialuna de cierto metal plateado, tan duro que el martillo no lograba mellarlo y la llama de acetileno lo dejaba indemne.
Interrogué al respecto a algunos lugareños. Sólo sabían que estaba en el museo desde hacía muchos años. Un profesor de química lo sometió a varias pruebas y trató de interesar a la universidad de Munich, pero fue en vano.
«Cuando acabó la guerra lo llevé conmigo, junto con otros recuerdos: Regresé a la universidad de Indiana. Mi padre me había dejado bastante dinero como para vivir unos cuantos años; compré un buen apartamento, un coche deportivo, etcétera.
«Uno de mis amigos era periodista. Le conté sobre la medialuna, sus peculiares características y su composición desconocida, y él escribió un artículo, que se publicó en Bloomington, comprada por un sindicato. No causó mucha sensación entre los científicos; en realidad, no quisieron saber nada con el objeto.
«Tres días después, un hombre se presentó en mi apartamento, presentándose como el señor Vannax. Parecía holandés, por su apellido y por el acento extranjero. Quería ver la medialuna, y se la mostré. Pareció muy impresionado, aunque trató de aparentar tranquilidad. Dijo que quería comprarla; le pedí que hiciera una oferta, y propuso pagar hasta diez mil dólares.
«— Sin duda puede pagar más que eso — le dije —; de lo contrario, no hay trato.
«—¿Veinte mil? — propuso Vannax.
«—¿Subamos un poco más? — dije yo.
«—¿Treinta mil?
«Decidí jugarme el todo por el todo, y le pregunté si estaba dispuesto a pagar cien mil dólares. Vannax enrojeció violentamente y empezó a sudar como un sapo. Pero respondió que traería esa suma en un plazo de veinticuatro horas.
«Entonces comprendí que tenía en mi poder algo realmente valioso. Pero ¿qué era? ¿Y por qué lo quería ese tal Vannax con tanta desesperación? ¿Qué clase de loco era? Ningún ser humano con sentido común se hubiese tragado semejante cebo; cualquiera habría sido más cauto.»
—¿Cómo era Vannax? — preguntó Wolff.
Oh, era corpulento, de unos sesenta y cinco años bien llevados. Tenía nariz y ojos de águila; el traje era de corte clásico y bastante caro. Parecía tener una personalidad muy fuerte, pero estaba tratando de dominarse y de mostrarse agradable. Y le costaba bastante. Parecía ser de los que no suelen dejarse llevar por delante.
«Yo le dije.
«— Digamos trescientos mil dólares, y es suyo.
«Nunca pensé que aceptaría; creí que se marcharía furioso. En realidad, yo no tenía ningún interés en vender la medialuna, aunque me ofreciera un millón de dólares. Pero Vannax, aunque iracundo, dijo que los pagaría, siempre que le diera otras veinticuatro horas de plazo.
«— Tendrá que decirme antes para qué quiere la medialuna — le dije.
«— Nada de eso! — gritó — Ya es bastante con que me robe, malandrín! ¡Gusano!
«— Salga de aquí antes de que lo eche. O antes de que llame a la policía.
«Vannax empezó a gritar en un idioma extranjero. Fui a mi dormitorio y tomé mi 45 automática. No estaba cargada, pero él no lo sabía, y se marchó, maldiciendo en voz alta hasta que llegó a su Rolls-Royce.
«Esa noche no pude dormir. Sólo a las dos de la tarde logré conciliar el sueño, pero despertaba a cada rato. En uno de esos momentos oí ruidos en el otro cuarto. Me levanté, tomé la cuarenta y cinco, ya cargada, y saqué una linterna del escritorio. Y sorprendí a Vannax en mitad del living, con la medialuna en la mano.
»En el suelo había otra medialuna, traída por él. Lo había sorprendido mientras ubicaba las dos en un circulo completo. En ese momento no comprendí lo que hacía, pero lo descubrí un momento después.
«Le ordené levantar las manos. Lo hizo, pero avanzó un pie para entrar en el circulo. Amenacé con disparar en cuanto hiciera un movimiento, pero él, sin obedecer, puso un pie dentro del círculo. Disparé; la bala le pasó por sobre la cabeza y se incrustó en un rincón del cuarto. Sólo pretendía asustarlo, suponiendo que eso lo haría hablar. Y se asustó lo bastante como para saltar hacia atrás.
«Balbuceaba como un maniático; en un momento me amenazaba, y al siguiente me ofrecía un millón de dólares, siempre retrocediendo contra la puerta. Mi intención era arrinconarlo allí para clavarle la cuarenta y cinco en el vientre. Así lo haría hablar hasta por los codos sobre la medialuna.
«Pero al caminar hacia él pisé dentro del círculo formado por las dos medialunas. —l me gritó que no lo hiciera, pero demasiado tarde. Vannax y el departamento desaparecieron, y me encontré todavía en pie en medio del circulo (aunque no era el mismo), en este mundo. En el palacio del Señor, allá en la cima del planeta.»
Kickaha dijo que en ese momento debió haber sucumbido a la impresión; pero desde la escuela primaria había sido un ávido lector de fantasía y ciencia-ficción. Le era familiar la idea de los universos paralelos y de los dispositivos para trasladarse entre uno y otro, y estaba condicionado para aceptar tales conceptos. En realidad, creía a medias en su existencia. Por lo tanto, su mente era lo bastante flexible como para recuperarse instantáneamente. Aunque asustado, se sentía al mismo tiempo excitado y curioso.
Comprendí en seguida por qué Vannax no me había seguido por la puerta. Las dos medialunas, unidas, forman un circuito. Pero no se activan hasta que un ser vivo irrumpe en esa especie de campo que irradian. Entonces, un semicírculo permanece en la tierra, y el otro pasa a este universo, coincidiendo con otro semicírculo que lo espera. En otras palabras, hacen falta tres media-lunas para formar un circuito. Uno en el mundo hacia el cual se va, y dos en el que se abandona.
»Vannax debió pasar a la Tierra por medio de esas medialunas. Y no podía hacerlo a menos que hubiese otra en la Tierra. De algún modo, jamás sabremos cómo perdió una de ellas. Tal vez la robó alguien que no conocía su verdadero valor. De cualquier modo, debe haberla buscado hasta que leyó ese artículo sobre el objeto que yo había encontrado en Alemania. Al hablar conmigo comprendió que yo no la vendería, y entró en mi departamento con la que tenía en su poder. Cuando lo sorprendí, estaba a punto de completar el circulo para marcharse.
«Debe estar anclado en la Tierra, sin posibilidades de venir mientras no encuentre otra medialuna. Se me ocurre que debe haber otras en la Tierra. La que encontré en Alemania no debe ser la única.»
Finnegan vagó largo rato por el palacio. Era inmenso, de apabullante belleza y exotismo, y estaba lleno de tesoros, joyas y maquinarias. También había laboratorios, o tal vez cámaras de bioprocesamiento. En ellas había criaturas extrañas que se formaban lentamente en cilindros transparentes. Había muchas consolas con dispositivos para su manejo, pero no pudo darse una idea sobre su empleo. Los símbolos que ostentaban todos los botones y palancas le resultaron desconocidos.
— Tuvo suerte. El palacio está lleno de trampas para cazar o matar a los intrusos. Pero estaban desconectadas. Por qué, no lo sé, y no supe tampoco por qué ese lugar estaba deshabitado. De cualquier modo, fue un alivio comprobarlo.
Finnegan salió del palacio y recorrió el exquisito jardín que lo rodeaba, hasta llegar al borde del monolito que le servía de base.
Has visto lo bastante como para imaginar como me sentí al mirar desde allá arriba. El monolito debe tener al menos unos nueve mil metros de altura. Debajo está el nivel que el Señor llamó Atlantis. No sé si el mito terrestre de la Atlántida se basó en esta Atlantis, o si fue al revés.
«Debajo de Atlantis está Drachelandia, y después Amerindia. Lo vi todo de una sola mirada, así como se ve la Tierra desde un cohete. Naturalmente, no pude apreciar los detalles; vi sólo grandes nubes, extensos lagos, mares y los contornos de los continentes. Cada uno de los niveles teñía una zona bastante grande oscurecida por la grada superior.
«Pero logré comprender la estructura de este mundo, similar a la Torre de Babilonia, aunque en ese momento no entendiera por completo lo que veía. Era demasiado extraño, demasiado inesperado, como para captar su gestalt. Para mí no tenía significado.»
Sin embargo, Finnegan comprendió que se hallaba en una situación desesperada. No tenía forma de abandonar la cima de ese mundo, a menos que utilizara las medialunas. Aquel monolito, a diferencia de los demás, era liso como una bola de billar. Y tampoco podía utilizar nuevamente las medialunas, sabiendo que Vannax lo estaría esperando del otro lado.
Aunque no corría peligro de morirse de hambre (había bebida y alimentos de sobra para varios años), no quería ni podía permanecer allí. El propietario podía volver en cualquier momento, y podía tener muy mal carácter. En aquel palacio había cosas que lo hacían sentir muy intranquilo.
— Pero vinieron los gworl — dijo Kickaha —. Supongo…, es decir, sé que vinieron de otro universo, por una entrada similar a la que se abrió para mí. En ese momento yo no tenía modo de saber cómo ni por qué estaban allí. De cualquier modo, me sentí muy feliz de haber llegado antes. Si hubiese caído en sus manos…! Más tarde comprendí que eran espías de otro Señor, que los había enviado para apoderarse del cuerno. Yo había visto ese instrumento en mis recorridas por el palacio, y hasta lo había probado. Pero no conocía la combinación de notas que lo ponía en funcionamiento. En realidad, ni siquiera sabia cuál era su utilidad.
»Los gworl invadieron el palacio; eran cien, o tal vez mas. Afortunadamente, los vi a tiempo. En cuanto llegaron, su inclinación al asesinato los puso en problemas. Trataron de matar a algunos de los Ojos del Señor, esos enormes cuervos que vivían en el jardín. Los animales no habían presentado objeción ante mi presencia; quizá me creyeron invitado, o no me vieron aspecto peligroso.
»Cuando los gworl trataron de degollar a uno de ellos, los demás los atacaron. Los monstruos se retiraron hacia el palacio, seguidos por las grandes aves. El sitio se llenó de sangre, plumas, pedazos de pellejo; hubo también unos cuantos cadáveres de ambos bandos. Mientras se desarrollaba la batalla, vi que un gworl salía de un cuarto llevándose el cuerno; se fue por los corredores, como si buscara algo.
«Finnegan siguió al gworl hasta otra habitación, del tamaño de dos hangares destinados a cobijar dirigibles. Allí había una pileta de natación y varios artefactos interesantes, pero enigmáticos. Sobre un pedestal de mármol había un gran modelo dorado del planeta, adornado con varias piedras preciosas en cada uno de los niveles. Finnegan descubriría más tarde que estaban dispuestos simbólicamente para indicar los diversos puntos de resonancia.»
—¿Puntos de resonancia?
Si. Los símbolos eran claves mnemotécnicas que indicaban la combinación de notas necesaria para abrir las entradas en ciertos puntos. Algunas puertas daban a otros universos, pero otros eran pasos entre los distintos niveles de este mundo. Eso permitía al Señor viajar instantáneamente de una a otra grada. Junto con esos símbolos había diminutos modelos en los que se indicaban las características más destacadas de los puntos de resonancia.
El gworl que se había apoderado del cuerno debía haber recibido instrucciones que le permitían descifrar los símbolos. Parecía estar buscando al Señor para asegurarse de que el cuerno era el verdadero. Tocó siete notas hacia la piscina, y las aguas se abrieron, descubriendo un pedazo de tierra seca, rodeada por árboles de color escarlata, bajo un cielo verde.
«Era el escondrijo por el cual el Señor original entraba al nivel de los atlantes, a través de la piscina. Yo no sabía aún hacia dónde conducía la entrada, pero comprendí que era mi única oportunidad para escapar del palacio. Me adelanté velozmente por detrás del gworl, le quité el cuerno de la mano y lo empujé hacia la piscina, no hacia donde estaba la entrada, sino dentro de las aguas.
«Nunca se oyeron tales gritos, chillidos ni chapaleos. Los gworl concentran en el temor al agua todo el que no sienten hacia otras cosas. El monstruo se hundió, salió escupiendo y gritando, y se las compuso para aferrarse del borde de la puerta. Debes saber que una puerta entre dos universos tiene bordes definidos, aunque cambiantes.
«A mis espaldas se oyeron gritos y rugidos. Diez o doce gworl, armados con grandes cuchillos sangrientos, entraron a la habitación. Me lancé de cabeza en el agujero, que ya comenzaba a cerrarse; era tan pequeño que me raspé las rodillas al pasar, pero logré hacerlo, y la entrada se cerró. Al hacerlo, cercenó ambos brazos al gworl que trataba de salir del agua para seguirme. Tenía el cuerno en mis manos, y por el momento había escapado a su persecución.
Kickaha sonrió, como si el recuerdo le resultara placentero. Wolff observó:
El Señor que envió a los gworl como avanzada es el que rige ahora, ¿verdad? ¿Quién es él?
Arwoor. El Señor ausente se llamaba Jadawin, y debió ser el que se entrevistó conmigo bajo el nombre de Vannax. Arwoor se trasladó aquí, y desde entonces trata de encontrarme para apoderarse del cuerno.
A grandes rasgos, Kickaha narró sus aventuras desde que llegara al nivel atlante. Durante veinte años terrestres había vivido en un nivel u otro, siempre disfrazado. Ni los gworl ni los cuervos, que ahora servían al nuevo señor, Arwoor, habían dejado de buscarlo. Pero hubo largos períodos, a veces de dos o tres años, en que nadie lo perturbó.
— Un momento — interrumpió Wolff —. Si estaban cerradas las puertas entre los distintos niveles, ¿cómo bajaron los gworl para perseguirte?
Tampoco Kickaha lo había comprendido entonces. Sin embargo, al ser capturado por los gworl en el nivel del Jardín, los había interrogado, y obtuvo algunas respuestas. Los gworl habían descendido hasta Atlantis por medio de sogas.
—¿Sogas de nueve mil metros?
Claro. ¿Por qué no? El palacio es un fabuloso depósito. Yo también pude haber encontrado las cuerdas, si hubiese dispuesto de tiempo suficiente. De cualquier modo, el Señor Arwoor les había ordenado llevarme vivo, — aunque tuvieran que dejarme escapar. Quería so meterme a exquisitas torturas. Los gworl dijeron que Arwoor había desarrollado algunas técnicas nuevas y refinadas, además de mejorar las ya existentes. Ya puedes imaginar cómo sudaba yo en el viaje de regreso.
Una vez capturado, llevaron a Kickaha a través de Okeanos, hasta la base del monolito. Mientras lo escalaban, un Ojo del Señor los detuvo. Había llevado al Señor las nuevas de la captura, y traía órdenes: los gworl debían dividirse en dos grupos. Uno continuaría con Kickaha, y el otro regresaría hasta el Jardín. Así, si el hombre que ahora estaba en posesión del cuerno pretendía pasar al otro lado, se lo capturaría, y llevarían el cuerno al Señor.
Supongo — dijo Kickaha — que Arwoor te quería también prisionero, pero olvidó dar la orden, o la dio por sobreentendida, sin tener en cuenta que los gworl son literales y poco imaginativos.
«No sé por qué capturaron a Criseya. Tal vez pensaban ofrecerla como prenda de paz al Señor. Los gworl saben que está descontento con ellos, por el tiempo que tardaron en capturarme, y tal vez pensaron aplacarlo llevándole la prenda más apreciada del antiguo Señor.
Entonces — dijo Wolff — el actual Señor no puede pasar de un nivel a otro por los puntos de resonancia.
Sin el cuerno, no. Y apostaría a que en estos momentos está sudando de miedo. Los gworl podrían muy bien utilizar el cuerno para pasar a otro universo y ofrecerlo a otro Señor. Lo único que lo impide es su ignorancia con respecto a los puntos de resonancia. Si descubrieran uno… De cualquier modo, si no lo intentaron en la roca, no creo que lo hagan en otro sitio. Son viciosos, pero no inteligentes.
Y si los Señores gozaban de un dominio tan amplio sobre la ciencia, ¿cómo es que Arwoor no utiliza aeroplanos para viajar?
Kickaha rió por largo rato.
Esa es la broma — explicó después —. Los señores son herederos de una ciencia y de un poder que sobrepasa en mucho a los de la Tierra. Pero los científicos y técnicos de su raza han muerto, y los actuales no saben sino operar los mecanismos, sin poder repararlos ni explicar los principios por los cuales actúan.
«En la lucha milenaria por el poder perecieron todos, salvo unos pocos. Esos pocos, a pesar de sus inmensos poderes, son ignorantes. Son sibaritas, megalomaníacos, paranoicos, lo que quieras, pero no científicos.
»Es posible que Arwoor sea un Señor derrocado. Huye para preservar su vida, y si logró apoderarse de este mundo es sólo porque Jadawin estaba ausente. Vino al palacio con las manos vacías, y sólo dispone de los poderes existentes en ese sitio; ni siquiera sabe controlarlos todos. Es uno de los principales en este juego de universos musicales, pero de cualquier modo está en desventaja.»
Kickaha se quedó dormido. Wolff, que estaba en su primera guardia, miró fijamente hacia la oscuridad. La historia no le resultaba increíble, pero notaba ciertos vacíos en ella. Quedaban muchas cosas por explicar. Y además estaba Criseya. Recordó aquella dolorosa belleza, aquel rostro de delicado perfil, sus ojos enormes con pupilas de gato. ¿Dónde estaba Criseya, en qué estado se encontraba? ¿Volvería a verla alguna vez?