VIII «EUREKAAAH»

1

Empezaba a hacerse monótono aquello de despertar sin saber dónde estabas, sintiéndote como una piltrafa.

Sin abrir siquiera los ojos se dio cuenta de que había vuelto al calabozo.

Afilados trocitos de paja se le clavaban en la espalda desnuda, excepto en aquellos lugares donde los vendajes cubrían sus peores cortes y magulladuras.

Con todo, alguien con autoridad había decidido al parecer mantenerle con vida por el momento. Eso era algo.

Curiosamente, a pesar de la mayor gravedad de sus heridas (esta vez parecían haberle dado una buena tunda), Dennis se sentía mejor que en las otras ocasiones en que le habían dado una paliza en Tatir. Esta vez, al menos, se había desquitado en parte. El breve recuerdo del barón Kremer desplomándose como un árbol caído parecía suavizar el dolor.

Se estremeció y se incorporó despacio, gimiendo, y se examinó torpemente hasta que estuvo seguro de que nada había sido dañado de forma permanente.

Todavía, se recordó.

En algún lugar del húmedo pasillo oyó un leve sonido… como alguien cortando algo con un objeto afilado. Tal vez el verdugo practicaba su hacha.


Pasó el tiempo, medible tan sólo por sus exiguas comidas, por sus pensamientos, y recalcado por los gritos de algún pobre diablo procedentes del fondo del pasillo.

Dennis pasó algún tiempo intrigado con sus vendajes, que parecían no necesitar ser cambiados jamás. Transpiraban bien, permanecían limpios y eran cómodos de llevar. Por supuesto, advirtió, probablemente estaban bien practicados. Sin duda el barón daba a su gente cuidados gratis en las emergencias durante tiempo de paz de forma que los suministros medicinales estuvieran a la altura cuando llegara la guerra. En el castillo, el dispensario tendría vendas de cientos de años.

Era una idea chocante.

Entre las cosas que se llevaría a la Tierra si alguna vez tenía la oportunidad estaban las vendas… no herramientas de gemas, ni obras de arte que presumiblemente sólo se deterioraban cuando eran liberadas del campo del Efecto Práctica, sino cosas cuyas propiedades pudieran ser analizadas y luego duplicadas por los magos creadores de la Tierra.

En las horas oscuras hacía listas de cosas que llevarse. Para ayudarse a pasar el tiempo, ensayaba el informe que presentaría a sus escépticos colegas allá en casa.

Llegó a la conclusión de que, aunque en efecto escapara de aquel lugar y consiguiera de algún modo arreglar el zievatrón y volver a casa, sería mejor que se llevara algunas novedades bien convincentes. De lo contrario, nadie le creería jamás.


Le daban de comer un magro guiso a intervalos muy dilatados. Dennis perdió toda noción del tiempo. Hacía un día aproximadamente que los gritos habían cesado en el pasillo. Luego reclutaron al parecer una nueva víctima desgraciada para practicar ciertas armas especializadas.

Dennis trató de hacer mentalmente cálculos de anomalías. Evocó recuerdos de casa, largamente desatendidos. Escuchó con atención cualquier cosa que le aliviara de la monotonía.

Una vez oyó a los carceleros hablar excitadamente en el pasillo.

—… primero aquí, luego en la torre, después en el patio, y ahora otra vez aquí abajo. ¡Y nadie sabe qué es!

—¡Un monstruo, eso es lo que es! —le respondió el otro—. Es el engendro de ese gran demonio que derribó al barón pace cuatro noches. ¡Te digo que trae mala suerte tener a magos y L´Toff bajo un tejado! Estoy deseando que el barón se recupere y dicte sentencia…

Las voces se perdieron en el pasillo.

Dennis se levantó para agarrarse a los barrotes de la diminuta ventana de su celda.

—¡Guardia! —llamó—. ¡Guardia! ¿Has dicho que Kremer vive?

Los carceleros no habían respondido hasta entonces a ninguna de sus preguntas, pero aquellos dos parecían diferentes. Tal vez acababan de ser destinados al calabozo.

Se miraron el uno al otro a la fluctuante luz de uno de los hachones del pasillo. Uno de los carceleros se encogió de hombros y dirigió a Dennis una sonrisa torcida.

—Sí, mago. No gracias a ese demonio que conjuraste para que lanzara rocas sobre su excelencia. El barón estará recuperado dentro de unos cuantos días. Hasta entonces, lord Hern está al mando.

Dennis asintió. Bien. Ya suponía que aquellos cavernícolas jamás habían inventado la honda. Era un milagro que tuvieran arcos y flechas. Probablemente nadie más que el propio Kremer sabía lo que había hecho Dennis.

Todo el mundo lo hacía responsable del estado del barón, con razón pero por motivos equivocados, creyendo que lo había conseguido por medios metafísicos. No le harían nada hasta que el propio Kremer estuviera dispuesto a elegirle un destino adecuado.

Dennis no dudaba de que incluiría una visita forzosa a los técnicos del fondo del pasillo.

Se rascó la barbilla y les preguntó a los guardias si podían traerle una cuchilla para afeitarse.

Ellos sonrieron como si le hubieran leído la mente.

—No, mago —dijo el de la sonrisa torcida, con una mueca—. Lord Hern no perdona a los incompetentes que dejan escapar a un prisionero por el camino fácil.

El otro carcelero sonrió.

—Pero te diré una cosa. Te daremos un poco de brandy —pronunció la palabra con asombrada reverencia—, si nos prometes mantenernos a salvo de esos engendros del diablo que sueltas por aquí. Tengo un amigo en la destilería, y me roba algo. —Alzó un frasquito y lo agitó.

Dennis se encogió de hombros mientras el hombre le servia una taza y se la pasaba entre los barrotes. No tenía ni la menor idea de a qué se refería aquel tipo. ¿Engendros del diablo? Parecían un montón de tonterías supersticiosas.

Dio un sorbo al licor, maravillosamente fuerte. Después de que el fuego se hubiera asentado cálidamente en su estómago, preguntó a los guardias acerca de Arth.

Le dijeron que el pequeño ladrón había sido puesto a cargo de la destilería. Dennis sospechó que, en realidad, Arth había sobornado al guardia para que le pasara la botella entera.

Otro trago del horrible brebaje lo hizo toser. Pero juró que recompensaría a Arth algún día.

Los carceleros no sabían nada de Linnora. Mencionar a la princesa L´Toff los ponía nerviosos. Hicieron pequeños movimientos de protección con las manos y alegaron tener cosas que hacer en otra parte.

Dennis suspiró y regresó al jergón de paja. Al menos el punto donde se tumbaba se volvía lentamente más cómodo. Tenía que hacerlo.

Trató de practicar una piedra pequeña con el fin de convertirla en un cincel para romper las piedras de su celda. Pero sabía que sólo estaba practicando el propio calabozo. El guijarro no era ni la mitad de bueno como cincel que la pared como pared. Sin duda era una historia antigua en aquel mundo. A menos que se le ocurriera algo inusitado, un prisionero estaba en tablas.

2

Despertó súbitamente de un sueño sobre monstruos. Había un leve regusto de horror en las imágenes que se aferraban a la mente de Dennis mientras parpadeaba en la oscuridad… formas reptantes y afiladas y garras espantosas. Durante un buen rato, después de despertar, se sintió envuelto en un pesado letargo.

En el oscuro silencio le pareció oír algo. Durante un rato lo descartó, creyendo que el leve roce era un resto de su pesadilla.

Luego el sonido cambió y se convirtió en un suave siseo.

Dennis sacudió la cabeza para apartar las telarañas mentales. Se volvió en la oscuridad, y entonces parpadeó. Una chispa fiera había aparecido en un rincón de la puerta de su celda, una mota brillante en la oscuridad casi total.

La chispa ascendió lentamente, dejando una línea brillante detrás, hasta que alcanzó la altura de unos dos palmos. Entonces el brillante calor giró a la derecha. La luz tenue del pasillo se coló por la marca calcinada que la llama dejaba a su paso.

Dennis retrocedió, recordando de pronto lo que los carceleros habían dicho sobre «engendros del diablo» sueltos por el castillo. Le habían echado la culpa, pero él sabía que no tenía nada que ver con demonios. ¡Algo se abría paso hacia él en la celda, y no era de su gusto!

El sendero ardiente volvió a girar en ángulo recto, descendiendo a ritmo regular hacia el suelo. Dennis agarró su piedra afilada mientras el segmento de madera caía por fin, dejando una abertura en la puerta, justo sobre el nivel del suelo.

Dennis trató de gritar, de llamar a los guardias, a alguien, pero no pudo encontrar la voz.

Por un instante la nueva abertura permaneció oscura y vacía. Luego dos brillantes ojos rojos aparecieron en el agujero humeante… unos ojos más grandes que los de ningún ser vivo. Relucieron al contemplarlo en la oscuridad durante varios segundos.

Entonces la cosa que los poseía avanzó lentamente hacia la celda.

En su estado medio desnutrido, con los músculos todavía entumecidos por el sueño, Dennis distaba mucho de sentirse preparado para una pelea. Contra su voluntad, cerró los ojos, conteniendo la respiración mientras el monstruo se acercaba.

Entonces la cosa se detuvo. Dennis pudo sentirla acechando a sólo unos palmos de distancia, murmurando lentamente para sí.

Dennis esperó. Los pulmones empezaron a arderle. No pudo contener por más tiempo la respiración. Abrió un ojo para mirar, dispuesto para cualquier cosa …

… y exhaló un largo suspiro.

—Oh, señor.

Allí, esperando pacientemente sobre las frías losas, se encontraba su robot de exploración perdido. Estaba sentado tranquilamente, sus sensores zumbando, preparado (por fin) para cumplir sus instrucciones e informar.

Incluso a la tenue luz, Dennis vio que había cambiado. Era más pequeño, más estilizado, con una leve coloración en la espalda. Había sido … practicado… se había vuelto mejor en el trabajo que le había asignado. Sus instrucciones más recientes, gritadas brevemente hacía varias semanas, habían sido venir a informarle. Ningún robot terrestre lo habría conseguido. Pero allí estaba, difícilmente «terrestre» ya.

La cosa debía de haber seguido su pista desde la escapada por los tejados de Zuslik, superando pacientemente los obstáculos, uno a uno.

¿Pero cómo? Una herramienta tenía un usuario del que beneficiarse por el Efecto Práctica, ¿no? ¿Podría considerarse que él había estado realmente utilizando el robot cuando estuvo fuera de su vista y su mente?

Aquello destrozaba la teoría que había formulado acerca del Efecto Práctica, considerándolo, al menos en parte, poder psi ejercitado por los humanos de aquel mundo.

Entonces recordó. La última vez que había visto al robot iba acompañado por un ser vivo… uno que adoraba observar cómo se empleaban las herramientas, cuanto más complicadas, mejor.

—Pasa, Duen —susurró—. Todo está perdonado.

Dos brillantes ojos verdes aparecieron en la pequeña abertura de la puerta. Parpadearon, luego se les unió la sonrisa de Cheshire de unos dientes afilados como agujas.

El animalito revoloteó y se posó sobre el regazo de Dennis. Ronroneó y demostró su alegría como si lo hubiera dejado tan sólo unas cuantas horas antes.

Dennis permaneció allí sentado, acariciando la piel de la pequeña criatura y escuchando el suave zumbido del robot. Inesperadamente, los ojos se le llenaron de lágrimas. La esperanza pareció invadirlo de repente. Después de tanto tiempo a solas en la oscuridad, tener de nuevo compañeros y aliados… durante unos cuantos minutos fue demasiado bueno para soportarlo.


En el pasillo encontró a uno de los carceleros tendido inconsciente junto a un banco. Dennis despojó al hombre de su ropa y lo dejó dentro de su propia celda, atado y amordazado. Colocó la pieza rectangular de madera en su sitio. Resultaba algo burdo, pero era todo cuanto podía hacer.

Había un cuenco de guiso y una barra de pan junto al banco del guardia. Dennis lo engulló todo mientras se ponía a toda prisa la ropa del carcelero; le quedaba demasiado estrecha en los hombros y demasiado ancha en la cintura. Cuando terminó, el cerduende ocupó su antiguo lugar sobre su hombro, siempre sonriente.

El robot estaba equipado de fábrica con un pequeño aturdidor para conseguir muestras de vida animal. Al parecer había mejorado el dispositivo por medio de práctica y ahora era capaz de dejar inconsciente a todo aquel que se interpusiera entre él y su trabajo. Sin duda, tal habilidad sería de agradecer durante la aventura que les esperaba.

Dennis se arrodilló y le habló a la máquina con claridad y concisión.

—Nuevas instrucciones. Toma nota.

El robot chasqueó y zumbó en respuesta.

—Ahora tienes que acompañarme, y dejar inconsciente a todo aquel que yo lo señale así.

Hizo una demostración, imitando con el dedo el disparo de una pistola. Era un concepto bastante complicado, pero confiaba en que la máquina se hubiera vuelto lo bastante sofisticada para comprenderlo.

—Indica si comprendes y eres capaz de ejecutar esa función.

La luz verde de asentimiento parpadeó en la torreta de la maquina. Hasta ahí, muy bien.

—Órdenes secundarias. Si nos separamos, debes proteger tu integridad y hacer todos los esfuerzos posibles por descubrir de nuevo mi paradero a informar.

La luz destelló otra vez.

—Finalmente —susurró—, si descubres que he muerto, o en cualquier caso después de tres meses, regresarás al zievatrón y esperarás a que llegue alguien de la Tierra. Cuando esa persona llegue, informa de lo que hayas observado.

El robot asintió. Entonces en su diminuta pantalla apareció una petición para presentar su informe enciclopédico sobre los habitantes de Tatir. El robot parecía ansioso por cumplir su deber.

—Todavía no —dijo Dennis—. Primero tenemos que salir de aquí. Tengo amigos que rescatar. O al menos un amigo… y alguien más con cuya amistad me gustaría contar…

Advirtió que estaba diciendo tonterías. La esperanza era una bendición con doble cara. Descubrió que era capaz de tener miedo una vez más.

—Muy bien, pues. ¿Todo el mundo listo?

Sus dos pequeños compañeros no parecían unos aliados demasiado formidables para asaltar una fortaleza. Lo más probable era que el cerduende desertara al primer signo de peligro.

Dennis enderezó su uniforme de guardia y se caló la gorra hasta las cejas. Luego se puso en marcha con su extraño grupo.

Ni siquiera tuvo que ayudar al robot con las escaleras. La máquina era, en efecto, una maravilla.


¡Tengo que llevarlo a la Tierra cuando todo esto haya terminado y descubrir qué le ha pasado!, pensó.


La princesa Linnora no tenía más remedio que utilizar algunas de las hermosas cosas de su habitación.

Estaba sentada ante el antiguo tocador y contemplaba su reflejo en el espejo de varios siglos de antigüedad. No quería contribuir a practicar las propiedades de su captor, pero poco más tenía que hacer, atrapada a solas en la elegante habitación. Descubrió que cepillarse el cabello le ayudaba a pasar el rato.

A1 principio había intentado no conceder a Kremer nada, ni siquiera el beneficio de su buen gusto. Rehusó prestar atención a su entorno, para que su aprecio por las sutilezas y la belleza no hiciera el palacio de Kremer un poco más hermoso para él.

La habitación había sido ocupada anteriormente por una de las amantes de Kremer. Los gustos de la muchacha campesina habían dejado una huella profunda en el mobiliario. Después del primer mes de cautiverio, Linnora se hartó de colores vivos y chillones y de decorados deslumbrantes. Eliminó lo peor y empezó a concentrarse en su propia imagen de la habitación.

Había sido una especie de sutil claudicación usar una pequeña fracción de sus poderes para hacer que su prisión resultara un poco más tolerable. Kremer, obviamente, intentaba que se rindiera poco a poco. Y Linnora no estaba segura de poder impedirlo. La voluntad del hombre era fuerte, y tenía su vida en sus manos.

Cogió el hermoso cepillo antiguo y se repasó el cabello, contemplando su reflejo en el espejo, tratando de idear una forma de permanecer alejada de la cama de Kremer cuando éste se recuperase, o de impedir ser utilizada como rehén contra su propio pueblo.

Se concentró en ver la Verdad en el espejo. Era una forma de contraatacar. La siguiente persona que se mirara en el espejo vería algo más que imágenes halagadoras de sí misma.

Contempló a una joven que había cometido errores. Desde el día en que había salido a cabalgar sola, sin su hermano Proll, al encuentro de la extrañeza que había sentido llegar al mundo… desde el día en que fue capturada por los hombres del barón junto a la pequeña casa de metal del bosque… había cometido errores.

Recordó cómo la había mirado Dennis Nuel después del banquete, antes de que apareciera el monstruo del cielo. La lógica del diácono Hoss´k la había convencido de que el mago sólo podía ser un hombre malvado. ¿Pero podía aplicarse otra lógica que no fuera la obvia a alguien que venía de tan lejos?

¿Y si había otras maneras de crear las extrañas esencias en vez de atrapar en ellas formas de vida?

¿Podía un malvado haber sido tan galante, combatiendo a su enemigo en su momento de mayor necesidad?

La noche del monstruo del cielo, el mago había combatido a Kremer. Linnora todavía estaba confundida respecto a lo que había pasado. ¿Había conjurado Dennis Nuel la gran bestia del aire al ver que Kremer la atacaba? Quería creerlo, pero entonces, ¿por qué se había visto obligado a lanzar piedras para derribar por fin a Kremer? ¿Y por qué huyó luego el monstruo, dejando vencido a su amo?

Soltó el cepillo, sacudió su cabeza ante el reflejo del espejo. Probablemente nunca sabría las respuestas. Los guardias habían dicho que el mago valía tanto como muerto en los calabozos del barón.

Cogió el klasmodion y tañó lánguidamente sus cuerdas, dejando que las suaves notas sonaran una a una y sin ningún orden. No le apetecía mucho cantar.

Había tensión en la soledad nocturna del palacio, como si algo malo estuviera a punto de suceder. ¡Notaba una sensación de peligro en la noche, y se intensificaba! Dejó de tocar, sus sentidos súbitamente alertados.

Del otro lado de su puerta llegaba un extraño sonido agudo. Luego algo cayó en el pasillo con un golpe sordo. Linnora se levantó. Soltó el instrumento y alzó el cepillo, la única cosa que tenía a mano lo bastante pesada para servir como arma.

Llamaron suavemente a la puerta. Linnora se deslizó entre las sombras. Había algo familiar en la presencia del pasillo, parecido a la extraña sensación que había experimentado la semana anterior y que parecía indicar que Proll había estado, brevemente, cerca.

Allí fuera había también algo tan extraño que sólo presentirlo la hacía temblar.

—¿Quién es? —Trató de mantener la voz firme y regia, pero le salió infantil—. ¿Quién anda ahí?

En el pasillo una voz susurró roncamente:

—¡Soy Dennis Nuel, princesa! Vengo a ofreceros una oportunidad de escapar de aquí, si os interesa. ¡Pero tenemos que darnos prisa!

Linnora corrió a la puerta y la abrió.

El aroma a varón sin lavar fue casi abrumador. Sucio, magullado y mal vestido, Dennis Nuel sonrió, mientras se sujetaba la ancha cintura de un enorme uniforme de guardia.

Era más que suficiente para sorprender a una chica. Pero Linnora se quedó boquiabierta cuando vio la cosa que esperaba en el pasillo, detrás de él.

El cepillo cayó al suelo cuando se desmayó.

Bueno, pensó Dennis mientras corría para impedir que ella cayera, no podías tener una acogida menos halagüeña. Ojalá estuviera seguro de que ha sido la gratitud lo que ha podido con ella y no mi olor corporal.

Sabía que debía ser un insulto para los sentidos. Sus heridas eran todavía de un púrpura brillante, y no se había bañado desde hacía dos semanas.

Tras él, el robot del Tecnológico Sahariano pinchaba a los guardias caídos. Mientras esperaba nuevas órdenes procedió con su segunda prioridad y tomó muestras de sangre de los soldados inconscientes, con fines comparativos.

Las princesas desmayadas estaban muy bien… en los libros. Pero esbelta o no, Linnora le pareció a Dennis, en su debilitado estado, muy pesada. Llevó a la muchacha a la habitación y la tendió en la cama.

—¡Princesa! ¡Linnora! ¡Despertad! ¿Me reconocéis?

Linnora parpadeó, recuperándose rápidamente. Alzó una ceja.

—Sí, claro que te reconozco, mago… y me alegra ver que estás vivo. ¿Quieres ahora por favor soltarme la mano? Estás apretando demasiado.

Dennis obedeció rápidamente. Le ayudó a sentarse.

—¿Es de verdad posible escapar? —preguntó Linnora. Evitaba mirar al compañero de Dennis, que seguía en el pasillo. Si era uno de sus demonios, sin duda no iba a comérsela.

—No estoy seguro —respondió Dennis—. Voy camino de la torre para averiguarlo. Pasé por aquí para ofreceros una oportunidad de venir. Supongo que ninguno de los dos tiene nada que perder.

Linnora consiguió esbozar una sonrisa irónica.

—No, nada que perder. Un momento. Ahora mismo vuelvo.

Se puso en pie y entró rápidamente en un gabinete.

Dennis arrastró a los guardias caídos al interior de la habitación. Había sido arriesgado subir desde los calabozos a los almacenes, a las cocinas, y luego continuar, agazapándose constantemente de sombra en sombra. Sus compañeros y él llegaron a la tercera planta antes de ser descubiertos. Un par de guardias los vieron subir las escaleras. Les dieron el alto y los persiguieron.

Como Dennis esperaba, el cerduende los abandonó en el momento en que empezó la acción.

Pero el robot fue inflexible. Esperó con Dennis en las escaleras hasta que los dos guardias pasaron corriendo entre ellos.

Dennis oyó al segundo guardia desplomarse en el suelo antes de que hubiera terminado de dejar inconsciente al primero. Los ató y amordazó a ambos y los dejó tras la escalera, y luego siguieron corriendo.

Cinco minutos después, fue testigo de cómo el robot entraba en acción.

Apuntó con el dedo desde las escaleras a los dos guardias situados ante la puerta de la habitación de Linnora.

La pequeña máquina había salido al pasillo, más rápida y silenciosa de lo que Dennis hubiese creído posible. Los guardias apenas tuvieron tiempo de volverse antes de que se acercara a ellos y les tocara una pierna. Gruñeron sorprendidos y se derrumbaron.

Dennis contempló asombrado en qué se estaba convirtiendo la máquina terrestre.

Mientras Linnora reunía unas cuantas cosas, él ató a los guardias. Por supuesto, seguro que alguien notaría su ausencia. Pero no podía dejarlos tirados en el pasillo.

—Estoy preparada —anunció Linnora—. He encontrado una capa que podría irte bien.

Le tendió una túnica gruesa con capucha de un lustroso material negro.

Dennis aprobó que ella hubiese cambiado sus habituales ropajes blancos por otros oscuros.

—Creo que esto también es tuyo. Espero no haberlo dañado al mirarlo. Su propósito es un misterio para mi.

—¡Mi ordenador de muñeca! —exclamó Dennis mientras lo recogía.

La princesa observó asombrada cómo se lo ponía en el brazo. Nunca había visto antes un cierre de pinza.

—¡Así que para eso eran esas pequeñas correas! —dijo.

—Ya os mostraré el resto de las cosas que puede hacer el ordenador si alguna vez salimos de aquí —le prometió Dennis—. Ahora será mejor que nos pongamos en marcha. Si Arth no está todavía en su habitación de la torre, éste va a ser un viaje terriblemente corto.

3

Cuando Arth oyó ruidos ante su habitación, abrió la puerta con un palo en la mano, dispuesto a todo. Pero sonrió ampliamente al ver a la joven y al mago, con un guardia inconsciente a sus pies.

Arth estuvo a punto de volver a abrir las heridas de Dennis al darle una palmada en la espalda. El ladrón, normalmente silencioso y taciturno, apenas podía contenerse.

—¡Denniz! ¡Pasa! ¡Vos también, princesa! ¡Sabía que vendrías tarde o temprano! ¡Por eso me quedé aquí incluso cuando lord Herd me ascendió a encargado de la destilería! Pasa y tomemos un poco de brandy.

Arth apartó de una patada el cuerpo fláccido del guardia para dejar paso a Linnora. Entonces, al ver al robot que zumbaba tras ellos, el pequeño ladrón se detuvo. Tragó saliva. Los ojos de vidrio le miraron a su vez, pacientemente.

—Oh, ¿es amigo tuyo, Denniz? —preguntó, sin apartar la mirada.

—Sí que lo es, Arth. —Dennis condujo a Linnora al interior y empujó a Arth cuando éste se quedó parado observando el robot.

Linnora se alegró de entrar y apartarse del destello de las brillantes lentes. Aunque había visto el robot en acción en los oscuros pasillos, ayudando a Dennis a derrotar a otras dos parejas de guardias mientras venían de camino, todavía miraba la máquina con nerviosismo.

Había empezado a preguntarse qué clase de hombre tenía amigos tan extraños. Nunca antes había conocido algo que apestara tanto a Pr´fett y a esencia como aquel «robot». Parecía una cosa… ¡pero se movía y actuaba como si estuviera viva!

Dennis ordenó al robot que montara guardia en el exterior y cerró la puerta.

La habitación era un amasijo de trozos de madera y cuero y cuerda… montones de leña y tela basta, y artilugios endebles que habrían sido el orgullo de un párvulo terrestre.

—Eh, Denniz —dijo Arth, sirviendo tres copas de brandy que guardaba en una botella marrón—. He estado intentando crear, como haces tú. ¿Puedo mostrarte alguno de mis proyectos? Creo, por ejemplo, que he ideado un sistema bastante bueno para cazar ratones.

—Mmm, creo que no tenemos tiempo, Arth. Darán la voz de alarma de un momento a otro.

Linnora tosió. Sus mejillas se ruborizaron y contempló la copa que tenía en la mano. Olisqueó el licor, luego probó otro sorbo.

El ladrón asintió.

—Supongo que querrás ver el planeador, entonces.

Dennis había tenido miedo de preguntar.

—¡Lo hiciste! ¡Sabía que podrías!

—Bah, no fue gran cosa. —Arth se puso colorado—. Con el aceite deslizante estuvo chupado. Está por aquí, bajo este montón de basura. Organizaron un buen alboroto cuando lo echaron en falta. Pero con el barón fuera de combate no llegaron a buscarlo en serio.

Dennis le ayudó a retirar los escombros. Pronto apareció a la vista un esmerado rollo de tela sedosa y finos palos de madera.

—Menos mal que has venido esta noche —murmuró Arth, en tono crítico—. Otro par de semanas y habría vuelto a ser una cometa. Supongo que ahora no tendrás problemas para hacerlo volar.

Dios te oiga, pensó Dennis mientras ayudaba a Arth a transportar el pesado planeador biplaza al tejado del palacio.


Dennis tuvo que volver a montar el aparato casi sin ayuda y a la luz de las lunas. Los otros trataron de ayudarle, pero a Linnora la asustaban las grandes alas ondeantes y Arth no dejaba de hacer sugerencias irrelevantes y de instarle innecesariamente a darse prisa.

El viento tiraba de la tela, con frecuencia arrancándola de las manos de Dennis. Consiguió extender las alas del planeador y estaba buscando el mecanismo asegurador cuando la alarma sonó por fin abajo. Comenzó en una esquina del castillo, en la planta baja, y se extendió hasta que la noche se llenó de un caos de campanas, gritos y carreras.

Debían de haber encontrado a dos de los guardias que el robot y Dennis habían dejado fuera de combate.

Encontró por fin el cierre. Las alas de tela, que habían estado restallando con la fuerte brisa, se tensaron finalmente con un fuerte chasquido.

Dennis oyó que desde dos pisos más abajo llegaban voces de llamada preocupadas. Naturalmente, el guardia de Arth no pudo responder. Pronto sonaron pasos no muy lejos.

—No hay tiempo para experimentos —murmuro—. ¡Arth! ¡Métete en la silla de atrás para hacer contrapeso!

El gran planeador saltó y se agitó hasta que Arth obedeció. Incluso entonces, no se quedó quieto. Dennis llamó al robot. Se arrodilló, todavía sujetando el borde de una de las alas.

—¡Instrucciones! —le dijo al pequeño autómata—. Ve abajo y retrasa a aquellos que se acercan hasta que nos hayamos marchado. Después de eso, intenta sobrevivir y síguenos como puedas. ¡Intentaremos ir rumbo oeste-suroeste!

La luz verde de aceptación del robot destelló. El autómata se dio la vuelta y se marchó, bajando rápidamente la rampa que habían usado para llegar al tejado.

Dennis oyó pasos en las escaleras, justo debajo. No tenían mucho tiempo.

Arth había ocupado su puesto en la silla, tal como Dennis le había indicado. Parecía completamente confiado. Había visto el globo surcando la noche y ahora sabía que Dennis podía hacer que las cosas volaran. La diferencia entre un globo y un planeador no tenía sentido para él.

—Esto es un planeador de dos plazas —dijo Dennis—, pero vosotros dos no pesáis mucho más que un hombre grande. Linnora puede ir contigo en el asiento de atrás. De todas formas, lo único que tenemos que hacer es salir de la ciudad.

Pero Linnora continuó arrebujada en su capa, contemplando las grandes alas restallantes. Miró a Dennis. Todas sus dudas habían vuelto a asaltarla de golpe.

No la culpo, pensó Dennis. Es una mujer fuerte, pero no está preparada para esto.

Los tres podían morir en el intento. Cabía decir que Kremer tenía preparado para ella algo peor que la muerte. Pero mientras hay vida hay esperanza.

Ella sostenía su klasmodion contra el pecho mientras el viento racheado tiraba de la gran cometa, casi arrastrando a Dennis y Arth por el tejado. El planeador era como un ave poderosa, luchando contra una traílla… ansiosa por levantar el vuelo.

De repente sonaron golpes y gritos lastimeros en el rellano de abajo. El robot resistía al pie de las escaleras.

Dennis miró a la princesa L´Toff, y los ojos de ella encontraron los suyos. Se dio cuenta de que quería confiar en él. Pero todo aquello era demasiado repentino, demasiado extraño.

No podía arrastrarla por la fuerza. Pero tampoco podía dejarla atrás.

Linnora fue la primera en ver la pequeña figura que apareció sobre el alféizar. Abrió la boca y miró a la izquierda.

Dennis giró rápidamente y vio una cara diminuta, un par de pequeños ojos verdes y dos hileras de dientes afilados y sonrientes.

—¡Un krenegee! —dijo Linnora con un suspiro.

El cerduende sonrió. Se encaramó al tejado y luego se lanzó al aire. Tras desplegar las membranas de sus alas planeó perezosamente hasta Dennis y aterrizó sobre su hombro. Diminutas garras se clavaron en su hombro y le lastimaron la piel.

Dennis tuvo que esforzarse por no resbalar mientras luchaba con el planeador y maldecía el viento y la estúpida e irritante criatura que ronroneaba junto a su oído.

Pero Arth se le quedó mirando con fervor supersticioso, y cuando Linnora habló, Dennis apenas pudo oírla por encima del viento.

—El krenegee elige a quien quiere… y su elegido crea el mundo… —dijo.

Parecía una letanía. Tal vez los cerduendes fuesen una especie de tótem para su pueblo. ¡Tal vez Duen podría hacer algo bueno por ellos después de todo!

Tendió la mano a Linnora, y esta vez ella dio un paso adelante y la cogió, como hipnotizada. Él la condujo hasta la silla de atrás, delante de Arth, y le dijo al ladrón que la sujetara como haría con su vida.

Desde abajo llegaron gritos y golpes cuando otro grupo asaltó el pie de las escaleras.


Dennis se sintió un poco culpable al dejar que el robot se enfrentara solo con todo aquello. Era solamente una máquina, desde luego. Pero en Tatir, ese solamente no era una excusa tan cómoda como en la Tierra.

Los soldados se organizaban. Dennis oyó a los oficiales gritando y lo que tenían que ser pelotones enteros subiendo rápidamente por las escaleras. No tardarían mucho.

El viento volvió a alzarse. Dennis tuvo que reprimir una oleada de inseguridad mientras miraba hacia el suelo lejano, apenas visible. Las torres de la ciudad de Zuslik se recortaban contra las grandes montañas de detrás. El serpenteante río brillaba a la luz de las lunas. Divisó los contornos irregulares de los mástiles de los barcos, allá en los muelles.

Miró a sus pasajeros. El cerduende ronroneaba y los ojos de Linnora brillaban ahora con una confianza que Dennis no podía comprender, aunque le hacía sentirse bien.

Abajo, en alguna parte, un capitán de voz aguda ordenaba cargar a sus hombres. Era decididamente hora de marcharse.

—Muy bien —les dijo a Arth y Linnora—, ahora quiero que penséis con mucha intensidad, que os inclinéis como yo me inclino, y que saltéis conmigo cuando diga la palabra mágica… ¡Jerónimo!

4

En el mismo instante en que estuvieron en el aire, Dennis se sintió lleno de un no del todo irracional deseo de poder volver atrás a intentar otra cosa.

—¡Denniz! ¡Cuidado con esa torre!

Una torre alta surgió de la oscuridad, directamente en su rumbo. Dennis hizo oscilar su peso a la izquierda.

—¡Inclinaos con fuerza! —gritó, esperando que Arth y Linnora trataran de imitar sus acciones.

El planeador se ladeó lentamente. El piso superior de uno de los edificios más altos de Zuslik pasó apenas a dos metros a su derecha. A través de una ventana brillantemente iluminada, Dennis atisbó una escena de celebración. Captó un breve sonido de risas. Ninguno de los participantes en la fiesta advirtió la sombra rápida y oscura que pasaba ante su ventana.

Dennis luchó por enderezar el planeador. La maniobra los había hecho internarse en una zona de turbulencias. El aparato se agitaba y traqueteaba mientras caía hacia la ciudad.

Tras ellos el castillo era un clamor. Luces de búsqueda lanzaban cegadores rayos desde todos los picos y parapetos. Dennis no se atrevió a mirar abajo, pero esperaba que el robot hubiera conseguido escapar al final.

Los zigurats de Zuslik pasaron rápidamente bajo ellos. La muralla exterior de la ciudad se encontraba a menos de un kilómetro por delante, y más allá se extendía el río. Seguían perdiendo altura. Sería difícil.

A su espalda, oía castañetear los dientes de Arth. Pero la tenaza de Linnora sobre su cintura era firme. Buena chica. ¡Ni siquiera temblaba!

El planeador se agitó cuando atravesaron una bolsa de aire caliente que se alzaba desde una chimenea. Para cuando Dennis recuperó el control, la muralla exterior de la ciudad se acercaba velozmente hacia ellos.

—¡Vamos! —instó al planeador—. ¡Vamos, chico! ¡Elévate!

Le hablaba al aparato, como hacían casi todos los pilotos del mundo. Pero en aquel caso las palabras podrían servir para algo. Al planeador no le vendría nada mal cualquier práctica adicional.

El cerduende se aferró a su hombro con las garras delanteras y extendió las alas membranosas de forma que sus patas traseras quedaron colgando. ¿Intentaba el maldito bicho ayudar, para variar? Sonreía, observando los movimientos de Dennis mientras el neófito piloto del planeador se precipitaba hacia las altas torres de la muralla.

¡Eh! ¡No soy tan malo!, pensó Dennis, sonriendo mientras el planeador rodeaba la torre de un templo coyliano. Uno podría acabar disfrutando de esto.

Un minuto después cambió de opinión. No vamos a conseguirlo.

Zuslik era un laberinto de calles serpenteantes y estructuras puntiagudas. En la oscuridad no había forma de pilotar el planeador hasta un lugar seguro donde aterrizar. Los había metido a todos en aquel lío. Ahora parecía que únicamente el cerduende, con su paracaídas propio, escaparía a la catástrofe.

De repente las calles se abrieron, y la muralla de la ciudad se alzó ante ellos. Estaba a menos de doscientos metros por delante y ahora sólo a unos pocos metros por debajo de ellos, esperando borrarlos del aire.

Miró a Arth y Linnora. El pequeño ladrón le miró sonriente. Con la descarga de adrenalina parecía que se lo estaba pasando en grande, totalmente seguro de las habilidades mágicas de Dennis.

Linnora tenía los ojos cerrados y una expresión pacífica en la cara mientras susurraba en voz baja. Aunque su cara estaba apenas a un palmo de la suya, Dennis no pudo distinguir las palabras con el viento.

Su cántico parecía resonar con el ronroneo del animalito que Dennis llevaba al hombro. Ella abrió los ojos un instante. Sonrió feliz a Dennis.

El cerduende ronroneó con más fuerza.

Dennis pilotó el planeador más allá del último obstáculo y sobre la extensión que les separaba de la muralla.

—¡Vamos! —instó a la máquina planeadora.

E1 suelo pasó ante ellos. El cántico de Linnora y el ronroneo del cerduende parecieron fundirse con la concentración de Dennis. La realidad titiló a su alrededor. Los puntales y cables se estremecieron con un leve zumbido musical, casi como si el planeador estuviera cambiando bajo sus dedos. De algún modo, resultaba familiar.

Dennis parpadeó. La muralla estaba ya a tan sólo veinte metros de distancia. A lo largo del parapeto marchaban soldados con antorchas, la atención fija en el suelo.

Tal vez… Dennis empezó a sentir un atisbo de esperanza.

El planeador pareció zumbar, excitado. De la princesa L´Toff emanaba una sensación de poder. ¡Y un gran eco amplificado parecía surgir de la criatura que colgaba de su hombro!

El planeador parecía eléctrico bajo sus manos, y una levísima luz titilante recorría los cables. La tensa tela ondeaba ceñida al viento cuando la muralla pasó a la altura de un hombre bajo ellos. Un guardia alzó la cabeza, boquiabierto. Luego la muralla quedó atrás, engullida por la noche.

De repente se encontraron sobre el río. La leve luz de las estrellas se reflejaba en su superficie.

El breve trance felthesh menguaba. Los había hecho rebasar la muralla con vida. Pero Dennis comprendió que ningún milagro de práctica los haría cruzar el agua. Limitado a la esencia de un planeador, su aparato sólo podía caer en el aire frío, no importaba lo eficaz que se hubiera vuelto.

A la izquierda se alzaba el bosque de mástiles de los muelles. Dudaba poder rebasarlos y llegar a las granjas que se extendían más allá.

—¿Sabe nadar todo el mundo? —preguntó—. Espero que sí, porque allá vamos.

Los muelles estaban a oscuras. Sólo esporádicamente alguna luz iluminaba una ventana acá y allá.

—¡Suelta tus correas! —le dijo a Arth—. ¡Déjate caer cuando te lo diga!

El ladrón obedeció de inmediato. Su cuchillo cortó el arnés de cuero. Linnora envolvió el klasmodion en su túnica a indicó con un movimiento de cabeza que estaba preparada.

Dennis trató de hacer que su descenso fuera en ángulo paralelo a los muelles. El agua pasó velozmente a sólo dos metros por debajo, un borrón bajo sus pies.

—¡Ahora! ¡Vamos!

Linnora dirigió a Dennis una rápida sonrisa y luego Arth y ella saltaron. El planeador rebotó y Dennis luchó con él. Había sido practicado para cargar más peso, y su centro de gravedad había cambiado.

El centroide, recordó Dennis mientras se echaba hacia atrás. ¿Dónde está ahora lo centroide? Oyó dos golpes en el agua, tras él, luego se ocupó de planear su propio aterrizaje.

Era demasiado tarde para saltar. Tenía que soportar el golpe. Luchó con sus propias correas y se soltó justo cuando sus pies empezaban a rozar el agua.

Mientras alzaba las piernas, advirtió que el cerduende se había ido. En cierto modo, no le sorprendió.

De repente, sus rodillas empezaron a trazar surcos en el río. El planeador se posó a su alrededor mientras el agua le daba un húmedo abrazo.

5

—¡Denniz!

Arth remaba tan silenciosamente como podía. Había envuelto en tela los remos del esquife que habían robado. Incluso así, odiaba tener que remar al descubierto por el río. Del castillo habían zarpado ya equipos de búsqueda: jinetes y patrullas de infantería pronto recorrerían la zona.

—¿Podéis verle?

Linnora escrutó la oscuridad.

—Todavía no. ¡Pero debe de estar por aquí! ¡Sigue remando!

Tenía la ropa pegada al cuerpo, y los vientos del valle soplaban sobre el agua. Pero no pensaba más que en el río y en su rescatador.

—¡Mago! —llamó—. ¿Estás ahí? ¡Mago! ¡Respóndeme!

Sólo se oía el suave chapoteo de los remos y, en la distancia, los gritos de los soldados del barón.

Arth remó.

La voz de Linnora se quebró.

—¡Dennis Nuel! ¡No puedes morir! ¡Guíanos hasta ti!

Se detuvieron a escuchar, sin respirar apenas. Entonces, en la oscuridad, se oyó un sonido leve.

—¡Por ahí! —Linnora se agarró al hombro de Arth y señaló.

El pequeño ladrón gruñó y tiró de los remos.

—¡Dennis! —exclamó ella. Oyó toser más adelante. Luego una ronca voz los llamó.

—El terrestre se ha zambullido… por fortuna mi nave flota. ¿Sois de la Guardia Costera?

Linnora suspiró. No entendía más que una palabra o dos de lo que decía, pero no importaba. Se suponía que las magos eran inescrutables.

—Voy a tener que encontrar un medio de salir de aquí —murmuró la voz en la oscuridad. Luego un fuerte estornudo resonó sobre el agua.


Dennis se aferró al armazón flotante. Una gran burbuja de aire mantenía el planeador a flote, aunque hacía agua rápidamente. En la ribera, las partidas de búsqueda se acercaban.

Contra el distante fluctuar de las linternas, finalmente distinguió la sombra móvil del bote.

Cuando Arth se detuvo a su lado, todo lo que pudo ver del pequeño ladrón fue su sonrisa. Pero no pudo confundir el contorno de Linnora cuando se inclinó para cogerle la mano. A pesar de su situación, Dennis tuvo que apreciar lo que el agua le había hecho a su túnica.

Tiritó cuando subió al bote. Ella lo envolvió en un trozo de vela. Pero cuando Arth volvió a los remos, Dennis lo detuvo.

—Intentemos salvar el planeador —dijo, tratando de controlar los estornudos—. Sería mejor si estuvieran completamente convencidos de que hemos escapado. Preferiría que sospecharan que fue magia.

Linnora sonrió. Tenía la mano sobre su brazo.

—Tienes una sorprendente forma de hablar, Dennis Nuel. ¿Quién demonios pensaría que lo que acabamos de experimentar no ha sido magia?

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