VII PUNDIT NERO

1

La mañana siguiente a la tarde de su segundo encarcelamiento, Dennis se despertó con un tirón en el cuello, paja en las orejas y el sonido de voces en el pasillo ante su celda.

Trató de sentarse, y gimió cuando el movimiento lastimó sus magulladuras. Se hundió en la paja y suspiró.

—Puf —dijo concisamente.

Era sorprendentemente fácil reconocer dónde se hallaba. Aunque nunca antes había estado en un calabozo, había visto incontables ejemplos en relatos y películas. Examinó éste, impresionado por la verosimilitud.

Al parecer había sido bien practicado como calabozo. Era húmedo, frío y estaba lleno de piojos. Dennis se rascó.

Incluso sonaba como un calabozo, desde el lento y monótono gotear de la humedad en las paredes hasta el chasquido hueco de los pasos por el corredor y las voces profundas de los guardias.

—… no sé por qué tuvieron que traer a un forastero de aspecto extraño para ayudarnos aquí abajo. Aunque traiga buenas referencias —oyó decir a una voz.

—Sí —coincidió otra—. Lo estábamos haciendo bien… un poco de tortura, unos cuantos accidentes convenientes, práctica liviana. Pero este lugar ha sido un infierno desde que llegó Yngvi.

Las voces se fueron apagando a medida que los pasos se perdían pasillo abajo.

Dennis se sentó y se estremeció. Estaba completamente desnudo: no iban a cometer por segunda vez el error de dejarle a un mago sus pertenencias.

Buscó a su alrededor la única manta sucia que sus captores le habían dado.

Encontró a su compañero de celda envuelto en ella. Dennis dio una patadita al hombre.

—¡Arth! ¡Arth! ¡Ahora tienes dos mantas! ¡Dame la mía!

El pequeño ladrón abrió los ojos, y miró a Dennis aturdido unos segundos antes de reconocerlo. Chasqueó los labios.

—¿Y por qué debería hacerlo? Estoy aquí por culpa tuya. Tendría que haberte dicho adiós y dejado que siguieras tu propio camino después de salir de la empalizada.

Dennis gimió. Arth tenía razón, desde luego. Se encontraba confuso cuando gritó al cerduende y al robot. No era el tipo de cosa que hacían los aventureros de los libros.

Pero Dennis era un hombre. Era susceptible a las presiones psicológicas de su inusitada y peligrosa situación.

Podía creer que se había acostumbrado a estar atrapado en un mundo extraño con reglas extrañas, perseguido por enemigos por razones que apenas entendía… y entonces el desastre sacudía su equilibrio, desorientándolo, aturdiéndolo, marcándolo.

Pero no podía explicárselo a Arth. No mientras se estuviera congelando. De todas formas, si querían tener alguna posibilidad, tendrían que cooperar. Eso significaba hacer que Arth respetara sus derechos.

—Lamento este 1ío, Arth. tienes mi palabra de mago: lo enmendaré algún día. Ahora devuélveme mi manta o te convertiré en sapo y me quedaré con las dos para mí.

Lo dijo tan tranquilamente, con tanta calma, que los ojos de Arth se ensancharon como reacción. Sin duda su opinión de Dennis había caído en picado desde el episodio del tejado.

Con todo, recordaba los trucos que el forastero había realizado en el pasado.

Arth hizo una mueca de disgusto y le arrojó a Dennis la manta.

—Despiértame cuando llegue el desayuno, Denniz. ¡Luego veremos si puedes convertirlo en algo comestible! —Rodó hacia el otro lado bajo su manta.

Dennis se envolvió lo mejor que pudo y trató de practicar la manta mientras esperaba a que el barón Kremer decidiera su destino.

El tiempo pasaba lentamente. El tedio era puntuado por los carceleros que recorrían arriba y abajo los pasillos. Los guardias murmuraban constantemente.

De vez en cuando Dennis podía distinguir que repetían una y otra vez una dolorosa evaluación del estado de sus clientes.

—Sí que es un sitio húmedo y sombrío —comentaba el Guardia Uno mientras pasaba.

—Sí. Húmedo. Sombrío —respondía el otro.

—Desde luego, yo no querría ser prisionero. Es horrible estar aquí abajo.

—Claro que sí. Horrible.

—¿Quieres dejar de repetir lo que digo? ¡Tengo que hacer todo el trabajo! ¿Es realmente irritante!

—Ajá. Irritante. Claro que si…

De cualquier modo, eso resolvió un misterio. La forma de mantener el calabozo en práctica era haciendo que, por turnos, los carceleros comentaran constantemente lo terriblemente mal que se estaba allí abajo.

Al parecer, los prisioneros estaban demasiado distraídos para ofrecer mucha resistencia. Tal vez Kremer incluso contrataba a masoquistas locales para que bajaran allí y se divirtieran.

Era un aspecto desagradable del Efecto Práctica que Dennis desearía no haber conocido nunca.


Por fin fueron a buscarle, al cabo de un par de días, después de la bazofia de la cena. Dennis se levantó cuando alzaron el cerrojo de madera y la puerta se abrió de par en par. Arth se quedó mirando, meditabundo, desde un rincón.

Un oficial ataviado con un uniforme severo y elegante entró en la celda. Tras él permanecían dos altos soldados, cuyos cascos cónicos de piel de oso rozaban el techo del pasillo. El alto aristócrata le resultaba familiar. Dennis recordó haberlo visto en la calle, el día en que fueron capturados, discutiendo con el traidor, Perth.

—Soy lord Hern —anunció el oficial—. ¿Cuál de vosotros es el mago?

Ninguno de los dos respondió.

Lord Hern miró a Arth, luego tomó una decisión. Con un gesto de fastidio, indicó a Dennis que le siguiera.

—Buena suerte, Arth —dijo Dennis—. Ya te veré.

El pequeño ladrón simplemente puso los ojos en blanco y suspiró.

El sol se ocultaba tras las montañas del oeste cuando salieron a uno de los parapetos inferiores. Dennis se cubrió los ojos, pues llevaba mucho tiempo en la oscuridad de la celda.

Otros dos guardias más los siguieron. Dennis fue conducido por corredores de servicio; luego subieron unas escaleras hasta un elegante pasillo. Ninguno de los criados se volvió a mirar al tipo que pasaba cubriéndose con una manta. Otro par de guardias flanqueaba una puerta al fondo del pasillo. La abrieron tras un movimiento de cabeza de lord Hern.


Dennis siguió a su escolta hasta una habitación de buenas proporciones, sin ventanas. Contenía una cama enorme, con ricos y elegantes brocados por colcha. Una criada joven y hermosa preparaba un elegante vestido marrón oscuro con mangas hinchadas. A través de la puerta del fondo se filtraba vapor y se oía correr el agua.

—Cenarás con el barón esta noche —le anunció lord Hern—. Te comportarás bien. El barón tiene reputación de perder de vista a los invitados poco considerados.

Dennis se encogió de hombros.

—Eso he oído. Gracias. ¿Nos acompañarás tú?

Lord Hern lo miró con desprecio.

—No tendré el placer. Estaré en misión diplomática. Tal vez en otra ocasión.

—Lo espero muy ansiosamente. —Dennis hizo un gesto cortés.

El aristócrata apenas respondió al saludo. Se marchó sin decir palabra. Los coylianos, al parecer, eran gente poco educada, poco sofisticada. Los guardias se limitaron a mirar con curiosidad el extraño gesto con el brazo y el dedo que Dennis realizó en dirección a la espalda del lord.

No hizo falta que le dijeran que le habían preparado un baño. Dennis arrojó la manta a un rincón y se orientó por el sonido del agua.

2

Cavernícolas, se recordó Dennis una y otra vez mientras se dirigía hacia el salón del banquete.

Recuerda, chico, sólo son cavernícolas.

Era difícil tenerlo en cuenta. El gran pasillo estaba recubierto de relucientes espejos y tapices recargados. Sus botas y las de su escolta claqueteaban sobre un suelo de mosaico que reflejaba las luces de los chispeantes candelabros.

Había guardias con armaduras brillantes de cuero y albardas resplandecientes a intervalos regulares, en rígida posición de firmes.

¿Era un alarde de ostentación mantener a esos hombres allí cuando incluso su tiempo libre era más valioso si lo pasaban practicando cosas?, se preguntó Dennis.

Entonces se le ocurrió que, de hecho, estaban practicando algo: el pasillo en sí. Estaban mirando los espejos y tapices y los uniformes de los otros, haciéndolos más hermosos al apreciarlos. ¡Indudablemente aquellos guardias habían sido elegidos menos por su marcialidad que por su buen gusto!

Su escolta le miró cuando silbó admirado.

Mientras se acercaban a dos puertas altas y enormes, Dennis trató de relajarse.

«Si el pez gordo local espera a un mago, lo mejor que puedo hacer es actuar como un mago. Tal vez este barón Kremer sea razonable. Tal vez pueda llegar a un trato con él: libertad para mí y para mis amigos, y ayuda para arreglar el zievatrón, a cambio de enseñar el principio de la rueda a uno de los gremios de creadores.»

Dennis se preguntó si el noble cambiaría a la princesa Linnora por la «esencia» del vuelo en aerostato.

Las grandes puertas se abrieron en silencio mientras Dennis era conducido a un amplio salón de techo abovedado. El centro de la cámara estaba dominado por una mesa ornamentada, tallada a partir de alguna madera oscura increíblemente hermosa. La tenue luz procedía de tres candelabros lujosos. Las copas de cristal que había sobre el mantel bordado chispeaban a la luz de las velas.

Aunque había preparados cuatro asientos, en ese momento sólo eran visibles los criados. Uno trajo una bandeja con varias bebidas y se las ofreció a Dennis.

Necesitaba algo para calmar los nervios. Era difícil recordar que un salvaje (un cavernícola) era el dueño de todo aquello. Todo en la sala pretendía hacer que el invitado fuese consciente de su posición en una sociedad estratificada. En una habitación como aquélla, en la Tierra, Dennis estaría a punto de conocer a la realeza.

Señaló una botella, y el criado sirvió el licor en una copa de cristal del color del fuego.

Dennis cogió la copa y deambuló por la habitación. Si fuera un ladrón y tuviera un zievatrón en funcionamiento a su alcance, podría irse a la Tierra sólo con lo que pudiera llevarse en las manos.

Suponiendo, claro está, que las cosas se conservaran en su actual estado cuando dejaran el ambiente del Efecto Práctica.

Dennis sonrió al imaginar a los airados clientes cuyas maravillosas compras se deterioraban lentamente ante sus ojos para convertirse en los rudos productos de un taller infantil.

Los litigios podrían durar años.

La sensación de extrañeza regresó. Parecía inexorable. Y esta vez no estaba seguro de que sirviera de ayuda. Esa noche tenía que parecer confiado, o se arriesgaba a perder cualquier posibilidad que le quedara de regresar a casa.

Mientras reflexionaba, pasó ante unas elegantes puertas correderas que daban al balcón. Contempló la noche estrellada, con dos pequeñas lunas proyectando su luz sobre las nubes de paso, y se llevó la copa a los labios.

Una vez más fue víctima de sus propias presunciones. ¡En aquel entorno lujoso, esperaba las mejores cosechas, no meados de elefante!

Desde las sombras a su derecha llegó una risa femenina y musical. Se volvió rápidamente y vio que había alguien más en el balcón; la mano de ella trató brevemente de ocultar una sonrisa de diversión.

Dennis sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas.

—Sé cómo te sientes —se apresuró a decir la mujer, compasiva—. ¿No es horrible? El vino no se puede practicar, ni cocinar. Así que estos cretinos ponen lo que tienen en botellas bonitas y son felices, incapaces de notar la diferencia.

Por lo poco que había visto de ella y las historias que había oído sobre los L´Toff, Dennis se había formado una imagen mental casi élfica, frágil y etérea, de la princesa Linnora. De cerca era, en efecto, hermosa, pero mucho más humana de lo que había imaginado. Se le marcaban hoyuelos al sonreír, y sus dientes, aunque blancos y brillantes, eran ligeramente irregulares. Aunque se trataba sin duda de una mujer joven, la pena había pintado ya leves arrugas en las comisuras de sus ojos.

Dennis sintió que la voz se le atascaba en la garganta. Ensayó una torpe reverencia mientras trataba de pensar en algo que decir.

—En mi país, señora, ahorraríamos las cosechas como ésta para periodos de penitencia.

—Vaya penitencia. —Ella parecía impresionada por ascetismo que aquello implicaba.

—Ahora mismo —continuó Dennis—, cambiaría esta rara copa y todas las riquezas del barón por un buen Cabernet de mi tierra… para poder brindar por vuestra belleza, y la ayuda que me ofrecisteis una vez.

Ella respondió al halago con una inclinación de cabeza y una sonrisa.

—Un cumplido rebuscado, pero creo que me gusta. Admito, sir Mago, que esperaba no volver a verte. ¿Tan pobre fue mi ayuda?

Dennis se unió a ella en la barandilla.

—No, señora. Vuestra ayuda hizo posible nuestra huida de la cárcel de abajo. ¿No escuchasteis la conmoción que causasteis indirectamente esa noche?

Los labios de Linnora se arrugaron y se apartó un poco, intentando obviamente no reírse al recordarlo.

—La expresión de la cara de mi anfitrión esa noche pagó con creces cualquier deuda que pudieras tener conmigo. Sólo desearía que su nido hubiera permanecido vacío.

Dennis pensó decir algo elegante como «No pude permanecer lejos sino regresar con vos, mi señora». Pero la franqueza en los ojos grises de ella hizo que eso pareciera rebuscado a inadecuado. Bajó la cabeza.

—Bueno —dijo en cambio—. Supongo que incluso un mago puede resultar un poco torpe de vez en cuando.

La cálida sonrisa de la princesa le dijo que había dado la respuesta adecuada.

—Entonces tendremos que esperar hasta que se presente otra oportunidad, ¿verdad? —preguntó.

Dennis se sintió enormemente feliz.

—Esperaremos —coincidió.

Permanecieron en silencio un instante, contemplando los reflejos de las lunas en el río Fingal.

—Cuando el barón Kremer me mostró tus pertenencias por primera vez —dijo ella por fin—, me convencí de que alguien extraño había llegado a este mundo. Se trataba obviamente de herramientas de gran poder, aunque casi no pude sentir ningún Pr´fett en ellas.

Dennis se encogió de hombros.

—En mi tierra eran artículos sencillos, alteza.

Linnora le miró con atención. Dennis se sorprendió al notar que era ella la que parecía nerviosa. Su voz era suave, casi sumisa.

—¿Vienes entonces del lugar de los milagros? ¿La tierra de nuestros antepasados?


Dennis parpadeó. ¿Tierra de nuestros antepasados?

—Tus herramientas tenían poco Pr´fett —continuó Linnora—. Sin embargo, sus esencias eran fuertes, como ninguna otra cosa en este mundo. Sólo una vez he encontrado algo igual… en la espesura, poco antes de ser capturada.

Dennis la observó. ¿Podían unirse tantos hilos a la vez? Dio un paso hacia Linnora. Pero antes de que pudiera hablar, otra voz intervino.

—Yo también estoy interesado en conocer la tierra del mago. Eso y otras muchas cosas además!

Los dos se volvieron. Una gran sombra bloqueaba parte de la luz del salón de banquetes. Durante un breve instante, Dennis tuvo la impresión de estar viendo a Stivyung Sigel.

Pero el hombre dio un paso adelante.

—Soy el barón Kremer —dijo.

El señor de la guerra tenía una poderosa mandíbula cuadrada que complementaba sus anchos hombros. Llevaba el cabello rubio platino cortado por debajo de las orejas. Sus ojos permanecieron en las sombras mientras avanzaba hacia la resplandeciente mesa del interior.

—¿Cenamos? Luego quizá tengamos oportunidad de discutir asuntos tales como diferentes tipos de esencia… y otros mundos.

3

El diácono Hoss´k abrió los brazos en un gesto amplio que por los pelos no alcanzó un brillante candelabro.

—Verás, mago, las cosas no vivientes fueron compensadas por las cosas que los dioses dieron a los vivos. Un árbol puede crecer y prosperar y esparcir sus semillas, pero también está condenado a morir, mientras que un río no. Un hombre puede pensar y actuar y moverse, pero está destinado a volverse viejo y decrépito con el tiempo. Las herramientas que utiliza, por otro lado (los esclavos no vivientes que le sirven toda su vida), sólo mejoran con el uso.

La exposición del diácono era una extraña mezcla de teología, teleología y cuento de hadas. Dennis trató de no parecer demasiado divertido.

El ave asada de su plato constituía una clara mejora respecto a la dieta del calabozo, y no estaba dispuesto a arriesgarse a volver a prisión por reírse de las tonterías del sabio residente de su anfitrión.

Sentado a la cabecera de la mesa, el barón Kremer escuchaba en silencio la pedante exposición de Hoss´k, dirigiendo de vez en cuando a Dennis una larga mirada apreciativa.

—Así, en todos los objetos inanimados (incluso los que una vez vivieron, como la piel o la madera), los dioses imbuyeron el potencial para convertirse en algo más grande que ellos mismos… algo útil. Ésta es la forma que los dioses eligieron para proporcionar a su pueblo una prosperidad inevitable…

El grueso erudito iba vestido con un elegante traje de noche de color blanco. Mientras gesticulaba, las mangas aleteaban, dejando entrever el vistoso atuendo rojo de debajo.

—Cuando un creador convierte el potencial de un objeto en esencia —continuó Hoss´k—, la cosa puede entonces ser practicada. De esta forma los dioses predeterminaron no sólo nuestro estilo de vida, sino también nuestro bendito orden social.

Frente a Dennis, la princesa Linnora picoteaba su comida. Parecía aburrida, y tal vez un poco furiosa por lo que Hoss´k tenía que decir.

—Hay quienes creen —dijo— que las cosas vivientes también tienen potencial. También pueden alzarse sobre lo que son y volverse más grandes de lo que han sido.

Hoss´k dirigió a Linnora una sonrisa condescendiente.

—Una absurda idea, residuo de antiguas supersticiones tomadas en serio sólo por unas cuantas tribus oscuras como la vuestra, mi señora, y por algunos de los salvajes del este. Manifiesta un deseo primitivo de que la gente, las familias e incluso las especies puedan ser mejoradas. ¡Pero mirad a vuestro alrededor! ¿Mejoran los conejos, los rickets o los caballos con cada año que pasa? ¿Lo hace el hombre?

»No, está claro que el hombre en sí no puede ser mejorado. Sólo lo inanimado puede, con la intervención del hombre, ser practicado hasta la perfección.

Hoss´k sonrió y tomó un sorbo de vino.

Dennis no podía evitar la vaga sensación que llevaba acosándole desde hacía una hora, de que había conocido al hombre antes y de que había alguna causa de enemistad entre ellos.

—Muy bien —dijo—, has explicado por qué las herramientas inanimadas mejoran con el uso… porque los dioses decretaron que así fuera. ¿Pero cómo un trozo de pedernal, por ejemplo, se convierte en un hacha simplemente al ser utilizado?

—¡Ah! ¡Buena pregunta! —Hoss´k se detuvo para eructar satisfecho. Al otro lado de la mesa, Linnora puso los ojos en blanco, pero Hoss´k no lo advirtió—. Verás, mago, los eruditos saben desde hace tiempo que el destino final de esta hacha que mencionas está determinado en parte por la esencia de crear infundida en ella por un maestro señalado del gremio de los picapedreros. La esencia que se pone en un objeto en su comienzo es tan importante come el Pr´fett, que el propietario consigue a través de la practica.

»Con esto quiero decir que la práctica es importante, pero es inútil sin la esencia adecuada en el comienzo. Por mucho que lo intente, un campesino no puede practicar un trineo para volverlo una azada, o para convertir una cometa en una copa. Una herramienta debe comenzar al menos siendo un poco útil en su tarea designada para mejorar con la práctica. Sólo los maestros creadores tienen esta habilidad.

»Esto es algo no muy apreciado por las masas, sobre todo últimamente, con toda esta desconocida ira contra los gremios. Los descontentos hablan del “valor añadido” y la “importancia del trabajo de práctica”. ¡Pero todo son tonterías de ignorante!

Dennis ya se había dado cuenta de que Hoss´k era el tipo de intelectual que desprecia un urgente a imparable cambio en su sociedad, ignorando por completo las fuerzas en tensión a su alrededor. Los de su clase siempre tocaban la lira mientras Roma ardía, al mismo tiempo que justificaban las cenizas con su propia lógica.

Hoss´k sorbió su vino y sonrió a Dennis.

—Naturalmente, no tengo que explicar a un hombre de tu categoría por qué es tan necesario controlar a las clases inferiores.

—No tengo ni idea de a qué se refiere —respondió Dennis fríamente.

—Vamos, vamos, mago, no tienes que disimular. Tras inspeccionar los artículos que tan amablemente… nos has prestado, ¡puedo decir tantas cosas sobre ti! —Con una sonrisa indulgente, el hombre mordió una pulposa fruta del postre.

Dennis decidió no decir nada. Había comido despacio y hablado poco durante la velada, consciente de que el barón observaba sus reacciones con atención. Apenas había tocado el vino.

Dennis y Linnora habían intercambiado algunas miradas cuando se atrevieron. Una vez, mientras el barón le hablaba al sirviente y el erudito disertaba hacia el techo, la princesa hinchó los carrillos y remedó el parloteo de Hoss 'k. Dennis tuvo que esforzarse para no soltar una carcajada.

Cuando Kremer los miró con curiosidad, Dennis trató de mantener la cara seria. Linnora adoptó una expresión de atenta inocencia.

Dennis comprendió que llevaba camino de enamorarse.

—Siento curiosidad, diácono —dijo Kremer—. ¿Qué puedes adivinar sobre la tierra de nuestro invitado sólo a partir de sus herramientas y su conducta?

El barón se arrellanó en su mullido asiento, semejante a un trono. Parecía lleno de energía, cuidadosa, calculadamente contenida. Aparecía de vez en cuando, al aplastar nueces con las manos desnudas.

Hoss´k se limpió la boca en su manga- servilleta. Inclinó la cabeza.

—Como desees, mi señor. Primero, ¿quieres decirme cuáles de las herramientas de Dennis Nuel te resultan más interesantes?

Kremer sonrió, indulgente.

—El arma que mata de lejos, la caja de vidrio para ver en la distancia y la caja que muestra brillantes insectos en forma de puntos móviles.

Hoss´k asintió.

—¿Y qué tienen todas esas cosas en común?

—Dínoslo tú.

—Muy bien, mi señor. Claramente, esos artículos contienen esencias completamente desconocidas aquí en Coylia. Nuestra señora de los L´Toff —Hoss´k inclinó la cabeza en dirección a Linnora— nos ha confirmado este hecho.

»Aunque él haya pretendido ocultar los detalles de sus orígenes, la ignorancia evidente de nuestro mago sobre algunos de los hechos más básicos de nuestro modo de villa indica que procede de una tierra lejana, seguramente de más allá del Gran Desierto situado tras las montañas… una tierra donde el estudio de la esencia ha desarrollado líneas radicalmente diferentes a las de aquí.

»Quizá la esencia misma sea diferente allí, y las herramientas que practican están constreñidas a desarrollarse de formas totalmente divergentes. —Hoss´k sonrió, como si supiera que estaba haciendo una osada especulación.

Dennis se enderezó en su silla. Tal vez este tipo no sea tonto, después de todo, pensó.

—La caja de luces, en particular, me dice mucho —continuó Hoss´k, confiado—. Los diminutos insectos amaestrados que contiene tras su tapa nos resultan desconocidos. Son más pequeños que la más diminuta luciérnaga. ¿Cómo se llaman, mago?

Dennis volvió a acomodarse en la silla, casi suspirando en voz alta su decepción. Cavernícolas, se recordó.

—Se llaman pixels —respondió—. Son elementos compuestos de algo llamado cristal líquido, que…

—¡Elementales de cristal líquido! —le interrumpió Hoss´k—. ¡Imagínate eso! Bueno, al principio temí que las pequeñas criaturas murieran bajo mi cuidado. Con el tiempo se volvieron oscuras, y no pude encontrar agujeros para que respiraran ni forma alguna de suministrarles comida. ¡Finalmente descubrí, casi por accidente, he de confesarlo, que se recuperaban rápidamente cuando se alimentaban de luz solar!

Dennis no pudo evitar reaccionar alzando una ceja. Hoss´k tomó nota y sonrió triunfal.

—Ah, sí, mago. No somos retrasados ni idiotas aquí. Este descubrimiento resultó particularmente agradable a mi señor barón. Para entonces, su nueva arma, el pequeño «lanzador de agujas» que tan amablemente nos proporcionaste, había dejado de funcionar. Ahora, naturalmente, también esa herramienta se alimenta de luz cada día mientras es practicada.


El grueso erudito sonrió mientras el barón Kremer le reconocía el logro con una leve sonrisa y un gesto de cabeza. Kremer tenía obviamente planes para la pistola de agujas. Dennis frunció el ceño, pero permaneció en silencio.

—Como los insectos de la caja maravillosa —continuó Hoss´k—. Algo dentro del arma debe comer sol a intervalos. De hecho, cuando se usa el arma puede oírse el leve rumor de los animales cautivos en su interior.

»Encontré una pequeña puerta para la comida en esa máquina. Y ahora, además de luz, proporcionamos a las criaturas del interior el metal que al parecer requieren.

»Esos demonios tuyos tienen gustos caros, mago. ¡Mi señor ha agotado el precio de varios siervos sólo manteniendo el arma en práctica!

Dennis mantuvo el gesto impasible. El tipo era listo, pero sus deducciones estaban cada vez más y más alejadas de la realidad. Dennis trató de no pensar en cómo Kremer podría estar «practicando» con su aguja.

—¿Y qué te dice todo esto sobre mi tierra natal? —pregunto.

Hoss´k sonrió.

—Bueno, primero hemos visto que parte de tu magia consiste en tomar la esencia de las cosas vivas a infundirla en herramientas antes de que la práctica comience siquiera. Esto me sugiere una sociedad menos considerada que la nuestra por la dignidad de la vida.

Dennis no pudo dejar de sonreír sardónicamente. ¡De todas las posibles conclusiones estúpidas tenía que llegar a ésa! Se volvió hacia Linnora para compartir sus sentimientos secretamente con una mirada de complicidad, pero quedó aturdido por la mirada que ésta le dirigió. Obviamente, ella no tenía en gran estima a Hoss´k, pero su última deducción sin duda la había perturbado. Manoseó su servilleta, nerviosa.

¿No se daba cuenta de que el erudito estaba simplemente dando palos de ciego?

Hoss´k continuó.

—Hace algún tiempo cogí algunos de las artículos que Dennis Nuel trajo consigo desde su tierra natal… aquellos que mi señor el barón no requirió para otros propósitos, y los puse en un armario oscuro, donde no recibían luz ni practica. Deseaba observarlos cuando revirtieran a su forma original y averiguar qué principios de esencia había en el corazón de cada uno.

»¡Para mi sorpresa descubrí, pasados unos cuantos días, que las herramientas dejaban de involucionar! A solas en un cuarto oscuro, su cuchillo sigue siendo tan afilado como lo era hace una semana. En parte puede ser debido al hecho de que está fabricado del hierro por el valor de rescate de un Príncipe, pero los cierres de su ropa y su mochila también permanecieron petrificados en intrincadas formas que no podría hacer ningún artesano vivo.

Dennis miró a Kremer.

El barón escuchaba con los puños apretados. Sus tupidas cejas le cubrían los ojos de sombras.

La mirada de Linnora pasaba de Hoss´k a Dennis y a Kremer con aparente ansiedad. Dennis se preguntó qué estaba sucediendo. ¿Era algo que acababa de decir aquel idiota? Decidió acabar con aquella tontería antes de que el ridículo fuera mayor.

—Creo que no…

Pero el erudito no estaba dispuesto a ser interrumpido.

—Las cosas del mago son sin duda sorprendentes —dijo—. Sólo una vez he encontrado algo igual. En nuestra reciente expedición a las montañas situadas al norte de las tierras de los L´Toff, mis escoltas y yo encontramos una casita en la espesura, toda hecha de metal…

Dennis observó a Hoss´k y sintió que sus puños se crispaban.

—¡Tú!

Ahora supo que, en efecto, ya había visto al diácono antes, una vez, en la pequeña pantalla del robot de exploración del Tecnológico Sahariano. ¡Había sido aquel idiota, vestido con su túnica roja, quien había supervisado el desmantelamiento del zievatrón!

—Ah —asintió el erudito—. Veo por tu reacción que esa casita era tuya, mago. Y eso no me sorprende. Pues encontré una pequeña caja en el costado de la casa, que se abrió haciendo palanca. ¡Y allí encontré un almacén de herramientas increíbles! ¡Me llevé unas cuantas a casa para examinarlas a placer y, aunque no he podido sacar de ellas nada en claro, al igual que los artículos de lo mochila no han cambiado un ápice desde que me las quedé!

Hoss´k rebuscó en su voluminosa túnica y sacó un puñado de pequeños objetos.

—Unos cuantos de éstos proceden de un par de grandes demonios feroces que encontramos guardando la casita. Pero no pudieron hacer nada contra los thenners de los valientes guardianes de mi señor.

Trozos y piezas de componentes electrónicos se desparramaron sobre la mesa. Dennis contempló un brazo de un «feroz» robotito de exploración del Tecnológico Sahariano, y un tablero roto zievatrónico cuyos componentes valían cientos de miles de dólares.

—Naturalmente, no pudimos quedarnos el tiempo suficiente para realizar una investigación en profundidad, como comprenderás, pues fue entonces cuando encontramos a la princesa. Nuestros hombres tardaron dos días enteros en, ejem, localizarla desde la casita de metal hasta el promontorio rocoso donde se había perdido…

—¡No me había perdido! ¡Me ocultaba de vuestros malditos norteños! —exclamó Linnora.

—Mmm. Bien. Ella sostuvo que había acudido al claro porque sentía que algo extraño acababa de suceder en esa zona. Me pareció aconsejable invitarla a acompañar a nuestra expedición de regreso a Zuslik… por su propia seguridad, naturalmente.

Dennis apenas pudo contenerse.

—Así que tú eres el cretino que hizo pedazos el mecanismo de regreso —rugió.

Hoss´k se echó a reír.

—Oh, mago, yo completé el trabajo de disección, pero nuestra princesa L´Toff ya había empezado a investigar la extraña cabaña cuando llegamos.

Dennis la miró para ver si eso era cierto, pero Linnora se limitó a apartar la mirada, abanicándose. En ese momento Dennis no sintió ningún favoritismo. Dirigió a Linnora la misma mirada acalorada que había dirigido a Hoss´k. ¡Ambos habían metido la nariz donde no debían!

—De cualquier manera, mago —continuó Hoss´k—, estoy seguro de que no se hizo ningún daño. Cuando mi señor el barón decida que es hora de que regreses a tu tierra natal con tus pertenencias, estoy seguro de que podremos devolver el metal que cogí y prestarte toda la ayuda que necesites para practicar lo casita de vuelta a la perfección.

Dennis maldijo en voz baja en árabe, la única manera que tenía de expresar adecuadamente lo que pensaba de la idea.

Al parecer Hoss´k captó parte del mensaje, aunque no su significado. Su sonrisa se encogió.

—Y si mi señor decide lo contrario, entonces dirigiré otra expedición hasta la casita y reclamaré todo ese maravilloso metal para el tesoro de mi señor.

Dennis permaneció en silencio, aturdido. ¡Si la compuerta era movida del sitio, o desmantelada, pasaría el resto de su vida en aquel lugar!

Kremer había permanecido sin decir palabra durante la conversación. Ahora intervino.

—Creo que nos hemos desviado del tema, mi buen diácono. Nos estabas explicando qué hay de desacostumbrado en las herramientas que antes poseía nuestro extraño mago. Dijiste que, según parece, permanecen sin cambios, no importa cuánto tiempo estén sin ser practicadas.

—Sí, mi señor. —Hoss´k inclinó la cabeza—. Y sólo hay una forma conocida de petrificar una herramienta en su forma practicada para que permanezca en ese estado para siempre, incapaz de revertir a su forma de comenzador. En nuestra tierra, solamente los L´Toff controlan esa técnica.

Linnora permanecía rígida, sin mirar a Hoss´k, ni siquiera a Dennis.

—La técnica, como todos sabemos, requiere que un miembro de la raza L´Toff invierta voluntariamente una porción de su propia fuerza vital en la herramienta en cuestión, gastando una parte de su lapso de vida para hacer que el Pr´fett sea permanente.

Kremer habló, pensativo.

—Un gran regalo, ¿no, mago? Los sacerdotes sostienen que los L´Toff fueron elegidos por los dioses… bendecidos con el talento de poder hacer que las cosas hermosas lo sean para siempre.

»Pero todos los regalos tienen un precio, ¿no, erudito?

Hoss´k asintió sabiamente.

—Sí, mi señor. El talento ha sido una bendición de doble filo para los L´Toff. Con sus otros dones, los eleva por encima de los demás pueblos. También produce desagradables episodios de, bueno, de lo que podría ser llamado intento de explotación por parte de los otros.

Dennis parpadeó. Todo se desarrollaba demasiado rápido, pero incluso sin reflexionar podía imaginar cómo habían sufrido los L´Toff a causa de su talento.

La princesa se limitaba a mirarse las manos.

—Naturalmente, el resto de la historia es conocida por todos —dijo Hoss´k, chasqueando la lengua—. Huyendo de la avaricia de la humanidad, los L´Toff llegaron a las montañas occidentales, donde un antepasado de nuestro rey Hymiel les concedió su actual territorio y la protección de los antiguos duques de Zuslik.

Y el padre del barón Kremer eliminó al último de los antiguos duques, se dijo Dennis.

—Estábamos hablando de las pertenencias del mago —recordó Kremer, suave pero severamente.

Hoss´k inclinó la cabeza.

—Por supuesto. Bien, ¿qué podemos suponer cuando descubrimos que las pertenencias del mago no se deterioran, no involucionan hasta volver a ser rudos comenzadores? Nos vemos obligados a llegar a la conclusión de que Dennis Nuel es un miembro de la aristocracia de su tierra natal, una tierra donde tanto el metal como la vida son baratos. Aún más, parece claro que los L´Toff de su país han sido esclavizados y obligados a poner Pr´fett en objetos practicados para que permanezcan refinados incluso cuando no se usan durante largos periodos de tiempo. Esta explotación ha llegado incluso a petrificar la ropa de Nuel. Aquí en Coylia nadie se ha planteado siquiera malgastar el talento de los L´Toff en ropa…

—Eh, espera un maldito minuto —lo interrumpió Dennis—. Creo que hay unas cuantas cosas que…

Hoss´k sonrió y continuó, cortando a Dennis.

—Debemos concluir, por fin, que su experiencia en distintas clases de esencia (incluyendo la esclavitud de animales pequeños que son parte integral de las herramientas) más este poder sobre los L´Toff de su propia tierra explica la magia del país de Dennis Nuel.

»Puede que sea un exiliado o un aventurero. No lo sé. En cualquier caso, nuestro invitado pertenece sin duda a una raza de guerreros implacable y poderosa. Por tanto, debe ser tratado como miembro de la casta superior mientras permanezca en Coylia.

Dennis miró al hombre, anonadado. ¡Quería echarse a reír, pero todo era demasiado absurdo incluso para eso!

Empezó a hablar dos veces y se detuvo cada una de ellas. Se preguntó si debía intervenir. Su impulso inicial de protestar podía no ser la estrategia adecuada. Si los sofismas de Hoss´k le proporcionaban una buena posición social y privilegios, ¿debía intervenir siquiera?

Mientras lo consideraba, la princesa Linnora se levantó bruscamente, la cara muy pálida.

—Mi señor barón. Caballeros. —Asintió con la cabeza a derecha a izquierda, pero no miró a Dennis—. Estoy fatigada. ¿Me disculpan?

Un criado retiró su silla. Ella no miró a Dennis a los ojos, aunque éste se levantó y trató de encontrar su mirada. Linnora soportó estoicamente los labios del barón sobre su mano, luego se dio la vuelta y se marchó, acompañada por dos guardias.

A Dennis le ardían las orejas. podía imaginar perfectamente lo que pensaba Linnora de él. Pero teniendo en cuenta las circunstancias, probablemente era mejor que hubiera permanecido en silencio, hasta que tuviera una oportunidad de pensar qué hacer. Ya habría tiempo más tarde para las explicaciones.

Se volvió y vio que Kremer 1e sonreía.

El barón tomó asiento y bebió de una copa cuyo barniz se había vuelto, con el paso de los años, de un magnífico azul arsénico.

—Por favor, siéntate, mago. ¿Fumas? Tengo pipas que han sido usadas cada día durante trescientos años. Mientras nos relajamos, estoy seguro de que encontraremos asuntos provechosos para ambos de los que conversar.

Dennis no dijo nada.

Kremer lo miró, calculador.

—Y tal vez podamos resolver algo que beneficie también a la dama.


Dennis frunció el ceño. ¿Tan obvios eran sus sentimientos?

Se encogió de hombros y se sentó. En su posición, no tenía más remedio que negociar.

4

—Menos mal que el palacio tiene montones de tuberías internas bien practicadas —dijo Arth mientras trataba de hacer encajar dos tubos, uniéndolos con lodo y cuerdas—. Odiaría tener que hacer nuestras propias tuberías de papel o yeso y practicarlas nosotros mismos.

Dennis usaba un escoplo para recortar una tapa dura que encajara en una gran tina de barro. Cerca, varios barriles del «mejor» vino del barón esperaban su turno de prueba. El laberinto de tuberías que había sobre sus cabezas era la pesadilla de un fontanero. Incluso el más retorcido fabricante clandestino de whisky de los Apalaches se habría echado a temblar nada más verlo. Pero Dennis supuso que sería lo bastante bueno para un comenzador de destilería.

Todo lo que tenían que hacer era introducir unas cuantas gotas de brandy para que salieran por el otro extremo del condensador. Un poco de producto final era todo lo que necesitaban para que fuera útil y, por tanto, practicable.

Arth silbaba al trabajar. Parecía haber perdonado a Dennis desde que le habían sacado del calabozo y le habían asignado el puesto de «ayudante de mago». Ahora, vestido con cómoda ropa de trabajo vieja y bien alimentado, el pequeño ladrón estaba entusiasmado con aquella tarea de creación que no se parecía a nada de lo que había hecho antes.


—¿crees que Kremer quedará satisfecho con esta destilería, Denniz?

Dennis se encogió de hombros.

—Dentro de un par de días deberíamos estar produciendo un caldo que hará que al barón se le caigan sus cómodas calzas de doscientos años. Debería bastar para hacerlo feliz.

—Bueno, sigo odiándolo a muerte, pero admito que paga bien. —Arth agitó una bolsita de cuero llena hasta su cuarta parte de tiras de precioso cobre.

Arth parecía satisfecho por ahora, pero Dennis tenía sus dudas. Hacer una destiladora para Kremer era sólo el primer paso.

Estaba seguro de que el señor de la guerra querría más cosas de su nuevo mago. Pronto perdería el interés por las promesas de nuevas comodidades y lujos y empezaría a pedir armas para su inminente campaña contra los L´Toff y el rey.

Dennis y Arth llevaban casi una semana con aquella tarea. Allí, pocos pasaban más de un día creando nada. Kremer empezaba a mostrar ya signos de impaciencia.

¿Qué haría cuando la destilería estuviera funcionando? ¿Enseñar al barón a forjar hierro? ¿Enseñar a sus artesanos el principio de la rueda? Dennis esperaba conservar una o dos de esas «esencias» en reserva, por si Kremer decidía faltar a su promesa. El señor de la guerra había jurado cubrir a Dennis de riquezas y proporcionarle todos los recursos que necesitara para reparar su «casita de metal» y volver a casa. Pero podía cambiar de opinión.

Dennis seguía sintiéndose ambiguo. Sin duda, Kremer era un frío hijo de perra. Pero era competente y no particularmente venal. Por sus lecturas de historia terrestre, Dennis sabía que muchos personajes considerados legendarios no eran precisamente personas agradables en la vida real. Aunque estaba claro que Kremer era un tirano, Dennis se preguntaba si era tan terrible comparado con los fundadores de otras dinastías.

Tal vez lo mejor sería convertirse en el Merlín de aquel tipo. Probablemente, Dennis podría hacer que las victorias de Kremer fueran abrumadoras, y por tanto relativamente incruentas, y al hacerlo así convertirse en un poder a su lado.

Ciertamente, eso le daría más libertad, tal vez incluso la suficiente para reparar el zievatrón y regresar a casa.

Parecía el plan adecuado.

Entonces, por qué sabía tan amargo?

Se le ocurría al menos una persona que no estaría de acuerdo con su decisión. Las pocas veces que había visto a la princesa Linnora desde el banquete estuvieron separados por al menos dos parapetos, ella escoltada por sus guardias y él por los suyos. Linnora le saludó fríamente con un movimiento de cabeza y se marchó con un remolino de faldas mientras él sonreía y trataba de mirarla a los ojos.

Dennis comprendía ahora cómo la lógica de Hoss´k en el banquete podía resultar convincente para alguien educado en aquel mundo. El malentendido le irritaba por lo injusto que era.

Pero no había nada que pudiera hacer. Kremer permitía que Dennis la viera de lejos, pero no que hablara con ella. Y él no podía insultar al barón en su presencia (estropeando todos sus planes) sólo por recuperar el favor de ella, ¿no? Eso sería un error.

Era un fastidio.


Arth y él construyeron su destilería en un patio amplio no lejos del de la cárcel de la que habían escapado sólo unas semanas antes. Excepto su pequeña parcela, todo el patio consistía en terrenos para la instrucción de las tropas del barón. Cerca de la pared exterior de troncos afilados, los sargentos dirigían a la milicia de la ciudad y las aldeas cercanas, practicando tanto las ajadas armas como sus igualmente escuálidos guerreros.

Más cerca del castillo, soldados regulares con vistosos uniformes usaban sus hachas de batalla y albardas para cortar trozos de carne que colgaban de altas picas. Las hojas resplandecientes cortaban carne y hueso por igual. Las tajadas se recogían en tinas que los pinches llevaban a las cocinas de palacio.

Incluso la pareja de guardias asignada a la vigilancia de Dennis y Arth tenía trabajo: los hombres se turnaban golpeándose levemente el uno al otro con espadas sin filo, para mejorar sus armaduras.

En el cielo, la patrulla aérea del barón realizaba sus maniobras. Dennis veía las cometas zambullirse y remontar vuelo unas alrededor de otras, tan gráciles como los más livianos planeadores de la Tierra. Permanecían en el aire durante horas seguidas gracias a las corrientes térmicas próximas al castillo. Practicaban lanzando en pleno vuelo pequeños dardos letales a unos blancos situados en el suelo.

Nadie más en Coylia tenía algo parecido a esos planeadores. Se decía que la innovación se produjo el día en que la cometa de observación que e1 propio barón pilotaba se soltó a resultas de un intento de asesinato. Practicada a la perfección como cometa, roto el cabo de contacto, la máquina aérea cayó dando vueltas.

Pero en vez de precipitarse a la muerte, Kremer se salvó gracias a una potente corriente de aire invernal. Haciendo gala de una imaginación poco habitual, el barón reconoció casi al instante que había algo nuevo en todo aquello. Se concentró desesperadamente en practicar el planeador sin cabo, en vez de resignarse a una muerte segura, y sucedió lo sorprendente. Para asombro de todos los que observaban, él y la cometa resplandecieron unos instantes en el chispeante nimbo de un trance felthesh. ¡E1 aparato se transformó ante los ojos de todos en algo que volaba!

Kremer acabó rompiéndose sólo una pierna, y había descubierto un nuevo principio.

Diecisiete «voluntarios» muertos y lisiados más tarde, tenía su cuerpo de planeadores de uno, dos a incluso cuatro hombres. Mejoraban día a día. Y aunque Kremer nunca pudo volver a producir otro felthesh, su reputación se extendió por toda Coylia.

Dennis observaba pensativo los planeadores. El cobertizo que hacía las veces de hangar estaba protegido, y también la torre de lanzamiento. Pero la mayor protección era el hecho de que el castillo Zuslik contenía la única dotación de pilotos entrenados del planeta. Aunque algún otro señor consiguiera robar un planeador, no podría practicarlo a tiempo de impedir que se deteriorara hasta volver a ser un montón de palos, cuerdas y pieles.

Pero sin que lo supiera el barón Kremer, había un piloto potencial más en Tatir.

No. Dennis sacudió la cabeza. Has elegido un plan. Cíñete a él.

Arth se acercó, sosteniendo una pieza del condensador.

—Dime, Denniz, ¿dónde encaja esta cosa que llamaste… aparato? ¿Va dentro de la retuerta? ¿O del engudo? —Arth pronunciaba cada nombre tal como lo había memorizado.

Dennis regresó a la tarea de engendrar una revolución industrial.

5

—Amo, debes vestirte ya para la fiesta.

Dennis alzó la cabeza de un puñado de notas cubiertas con las arcanas anotaciones de la matemática de las anomalías.

—Oh. ¿Ya es la hora, Dvarah?

La criada sonrió y señaló la vieja cama adosada a la pared. Dennis vio que había colocado encima un traje de etiqueta con las mangas de fantasía y gola ancha.

La muchacha hizo una reverencia.

—Sí, mi señor. Y esta noche vestirás de modo que convenga a tu estado. Esos ropajes tienen más de doscientos años. Y el practicador que encontramos para ti los ha llevado ininterrumpidamente durante más de una semana. Acaban de lavarlos y están preparados para ti.

Dennis miró el traje y frunció el ceño. No era sólo que el traje fuera incómodo y decadente para su gusto. Después de todo, él era el extranjero allí y tenía que adaptarse a las modas locales.

Pero no le gustaba pensar que algún pobre ciudadano de Zuslik había sido secuestrado sólo para que practicara aquellas prendas para él.

Dvarah le había sido asignada después de la cena con el barón. La hermosa muchacha, pequeñita y morena, le compraba la comida y atendía sus suntuosas habitaciones.

Ella tosió para llamar su atención.

—Amo, no debes hacer esperar al barón.

Dennis dirigió una breve y triste mirada a los papeles de su mesa. Había sido divertido, casi relajante, jugar con los símbolos y los números, tratando de calcular el porqué de la existencia del Efecto Práctica.

Mientras estaba perdido en las ecuaciones, Dennis casi podía olvidarse de dónde se encontraba, y fingir que era, una vez más, un tranquilo científico terrestre sin nada que temer.

En realidad, Kremer había sido muy generoso con él. Por ejemplo, le había dado a Dennis todo el papel que quiso para sus estudios. Pero no había permitido que le devolvieran su equipaje terrestre.

No tenía sentido quejarse. Dennis tenía que ganarse la confianza del señor de la guerra. Sin el ordenador de muñeca, por ejemplo, todos sus cálculos eran inevitablemente vanos. Con el tiempo, estaba seguro, Kremer le permitiría recuperar sus cosas.

Se levantó para vestirse. Kremer había invitado a todos los burgueses y maestros de los gremios aquella noche, para alardear de su nuevo mago. Dennis tendría que hacer una buena exhibición.

Dvarah se acercó y empezó a desabrocharle la camisa.

Las primeras veces que eso había sucedido, Dennis, nervioso, la había apartado. Pero eso solamente sirvió para herir los sentimientos de la muchacha, por no mencionar su orgullo profesional. Allá donde fuesen haz lo que vieres, aceptó por fin, y aprendió a relajarse mientras le hacían las cosas.

De hecho, una vez que te acostumbrabas, era bastante agradable. Dvarah olía bien. Y en los últimos días se había hecho bastante devota de él. Parecía que sus deberes iban mucho más allá de lo que había hecho hasta el momento. La amabilidad de Dennis hacia ella, y su falta de disposición a hacer valer esos privilegios, parecían sorprenderla y complacerla.

Dvarah enderezaba su corbatín cuando llamaron a la puerta.

—¡Adelante! —indicó Dennis.

Arth asomó la cabeza.

—¿Preparado, Denniz? ¡Vamos! ¡Tenemos que preparar el brandy para la fiesta!

—Muy bien, Arth. Sólo un segundo.

Dvarah dio un paso atrás y sonrió, aprobando la elegancia de su amo. Dennis le hizo un guiño y siguió a Arth al salón.

junto con dos de los omnipresentes guardias, esperaban cuatro hombretones con un pesado barril montado sobre dos rieles. Mientras los guardias se volvían para abrir la marcha, los porteadores cargaron el barril a hombros y los siguieron.

Dennis había considerado inventar algo para hacer más fácil su tarea. Luego, al pensarlo mejor, decidió esperar un poco. La rueda era un as demasiado peligroso para jugarlo todavía.

—Tengo un mensaje de mi mujer… —susurró Arth a Dennis mientras recorrían el elegante pasillo.

Dennis caminaba decidido, sin perder un paso. También en voz baja, preguntó:

—¿Están los otros bien?

Arth asintió.

—Casi todos. Los guardias capturaron a dos de mis hombres… y Maggin descubrió lo que le sucedió a Perth. —Escupió el nombre como si fuera algo vil.

—¿Mishwa lo…? —Dennis dejó la pregunta en el aire.

—Sí. ¡Se encargó de esa rata, desde luego! Justo antes de que lo apresaran. Perth nunca tuvo oportunidad de revelar el emplazamiento exacto del almacén, así que Stivyung y Gath pudieron…

Arth cerró la boca cuando las grandes puertas del salón se abrieron de par en par ante ellos. Pero Dennis capto la idea general.

Sintió alivio al saber que sus amigos se encontraban bien. Tal vez dentro de semanas, o meses, tendría suficiente influencia sobre Kremer para interceder por otros prisioneros. Pero por ahora prefería no intentarlo. Gath y Stivyung merecían la oportunidad de huir por su cuenta.


Dennis sólo podía describir la fiesta como una especie de ceremonia India del potlatch[1] con un toque de la corte del Rey Sol, Luis XIV.

La elite local destacaba en un mar de elegantes ropajes, pero había menos bailes y conversaciones de los que habría habido en una fiesta en la Tierra. En cambio, tenía lugar al parecer todo un ceremonioso intercambio de regalos. Los rituales divertían a Dennis. Por lo visto se trataba de una complicada costumbre: la posición social se mantenía regalando cosas; cuanto más practicados estuvieran los artículos ofrecidos, mejor.

Dennis recordó haber leído sobre la existencia de ritos similares en la Nueva Guinea preatómica y en el noroeste del Pacífico. No se intercambiaban regalos por generosidad, sino más bien en un alarde agresivo que dependía enormemente del estatus.

Vio a la portadora de un atuendo particularmente chillón a inútil ponerse blanca y contemplar horrorizada lo que le habían regalado, antes de adoptar rápidamente una expresión indiferente y dar las gracias entre dientes al obsequiante.

Sí, aquello se parecía mucho al antiguo potlatch terrestre. Pero Dennis pronto vió que el Efecto Práctica había retorcido el ritual de una manera extraña.

Costaba muchas horas-hombre de trabajo mantener una herramienta o un objeto en la cima de la perfección, por ejemplo. Así que contrariamente a lo que sucedía cuando se celebraban reuniones sociales similares en la Tierra, hacer acopio previo de regalos implicaba un gran coste para el donante. Su número estaba limitado por la habilidad de los sirvientes y lacayos de un magnate para usar cosas… y justo antes de una de aquellas fiestas los siervos debían de agotarse practicando los mejores regalos de sus amos.

Dennis deambuló por la gran sala, contemplando a la gente rica saludarse y hacerse rebuscados cumplidos unos a otros. Intercambiaban sus regalos con elegantes gestos de sorpresa y fingían espontaneidad.

Arth se lo había explicado. El receptor de los regalos era pillado desprevenido. La avaricia era contrarrestada por la cautela.

El hombre rico podía desear una cosa hermosa y antigua, pero temer invertir las horas-hombre necesarias para mantenerla. Un regalo recibido tenía que ser mostrado más tarde, y cualquier deterioro del mismo sería motivo de una terrible vergüenza.

Era como contemplar una elegante pavana. Dennis volvió a ver una expresión inconfundible de chasco en el rostro de un receptor que había hecho un movimiento en falso y había recibido demasiado.

En la zona atendida por Arth acababan de abrir el barril de brandy. Los criados servían copitas de fluido color ámbar. Una cadena de jadeos, toses y exclamaciones se extendía por la multitud, justo detrás de los camareros.

Dennis buscó a Linnora. Tal vez allí, en la fiesta, tendría una oportunidad para explicarle que no procedía de una tierra de monstruos. Tenía que convencerla de que al realizar un juego de esperas se volvería tan necesario para Kremer que una prisionera L´Toff, en comparación, carecería de valor. Dennis estaba seguro de que tardaría pocos meses en conseguir la libertad de la princesa.

Pero no había ni rastro de ella entre la multitud. Tal vez iría más tarde.


Los nobles menores y los maestros gremiales (la mayoría hijos y nietos de hombres que habían ayudado al padre de Kremer a hacerse con el poder) paseaban con sus esposas, seguidos por sirvientes personales que modelaban los regalos que sus amos habían recibido. Era como contemplar a una multitud llena de parejas de gemelos casi idénticos, sólo que el hermano que aparentemente llevaba más riquezas siempre caminaba detrás del menos cargado, y el que llevaba toda la llamativa quincalla nunca tomaba comida ni bebida.

Dennis había conseguido renunciar a que le asignaran una «cola», como llamaban a los sirvientes de compañía. Ya era bastante malo saber que alguien, en alguna parte, pasaba horas practicando por él sus trajes.

No quería tener que obligar a otro tipo a realizar una función tan repugnante, no importaba lo aceptada que estuviera.

De cualquier forma, eso contribuía a que Dennis fuese considerado un caso raro. A estas alturas todo el mundo sabía que era un mago extranjero. Dennis calculaba que cuantas más convenciones rompiera más sentado quedaría el precedente y menos probable sería que intentaran obligarlo a otras estupideces tribales.

Estupideces no, se recordó… ¡adaptaciones! Las pautas de conducta encajaban todas cuando se combinaba el feudalismo con el Efecto Práctica. Tal vez no le gustaran, pero los rituales tenían un gran sentido común.

—¡Mago!

Dennis se dio la vuelta y vio que era Kremer en persona quien lo llamaba.

Cerca se encontraban el diácono Hoss´k, con su vistoso hábito rojo, y un puñado de dignatarios locales. Dennis se acercó y dirigió a Kremer un calculado y respetuoso saludo con la cabeza.

—Así que éste es el mago que nos ha mostrado cómo practicar el vino en… brandy. —Un magnate ricamente vestido alzó su copa en gesto de admiración—. Dime, mago, ya que pareces haber encontrado una forma para practicar artículos de consumo, ¿nos enseñarás a convertir el grano en filetes de rickel?

El hombre se rió estentóreamente, acompañado por varios de los que le rodeaban. Obviamente, había tomado ya un par de copas del primer producto de Dennis.

El barón Kremer sonrió.

—Mago, déjame presentarte a Kappun Thsee, magnate del gremio de los picapedreros, y representante de Zuslik en la Asamblea de nuestro señor, el rey Hymlel.

Dennis se inclinó sólo un poquito.

—Encantado.

Thsee asintió levemente. Apuró el brandy de su copa y llamó a un criado para que le sirviera más.

—No has respondido a mi pregunta, mago.

Dennis no sabía qué decir. Aquella gente tenía una sola forma de ver las cosas, y cualquier explicación que ofreciera daría pie a nuevas suposiciones que los aristócratas coylianos estaban mal preparados para oír.

De todas formas, en ese momento vio entrar en la sala a la princesa Linnora, acompañada por una criada.

La multitud situada cerca de la entrada se dividió para dejarle paso. Cuando ella saludaba y hablaba con alguien, la respuesta era casi siempre una sonrisa exagerada y nerviosa. Tras ella, la gente se la quedaba mirando. Destacaba brillantemente en el mar de rostros arrebolados y ansiosos, fría y reservada como correspondía a la reputación de su pueblo de las montañas.

—Me temo que las cosas no se hacen así, mi querido Kappun Thsee.

Dennis se volvió rápidamente y vio que era el erudito Hoss´k quien había hablado, llenando la larga pausa en la conversación. Dennis había tenido la breve ilusión de que era el profesor Marcel Flaster, transportado directamente de algún modo desde la Tierra, comenzando una de sus insoportables y pesadas conferencias.

—Verás —explicó Hoss´k—. El mago no ha mejorado el vino en brandy. Ha utilizado el vino igual que tus picapedreros usan nódulos de pedernal. Él crea el brandy infundiéndole una nueva esencia.

Los ojos de Kappun Thsee brillaron con avaricia mal disimulada.

—El gremio que consiga la licencia de este arte…

El barón Kremer se rió con ganas.

—¿Y por qué debe darse este maravilloso secreto nuevo a ninguno de los gremios actuales? ¿Qué tiene que ver, amigo mío, cortar piedra con crear licor con el sabor del fuego?

Kappun Thsee se ruborizó.

Dennis había estado intentando no perder a Linnora en su avance a través de la multitud. Se volvió rápidamente cuando Kremer le puso una mano en el hombro.

—No, magnate Thsee —dijo Kremer, sonriendo—. Las nuevas esencias que nos proporcione nuestro mago podrían ser repartidas entre los gremios existentes. Pero claro, tal vez debería formarse un gremio nuevo. ¿Y quién mejor para ser maestro de ese gremio que el hombre que nos ha traído esos secretos?

Una de las mujeres abrió la boca. Los otros aristócratas lo miraron.

En el momento de silencio, Dennis vio de repente con súbita claridad lo que estaba sucediendo.

¡Kremer los estaba manipulando a la perfección! Negando la posibilidad de acceso a todo un conjunto de nuevas «esencias», acompañaba la zanahoria con un palo implícito. Ahora estarían sin duda dispuestos a hacer su voluntad.

A1 mismo tiempo, Dennis se dio cuenta de que Kremer acababa de ofrecerle más riquezas y poder de lo que había imaginado jamás.

Vio que incluso el jactancioso Hoss´k guardaba silencio, como si estuviera viendo a Dennis bajo una nueva luz: menos como su propio descubrimiento personal y más, quizá, como un peligroso rival.

Eso le venía bien a Dennis. Aquel tipo había sido el causante directo de que hubiera quedado atrapado en ese loco mundo. Y se había prometido a sí mismo darle una lección.

Dennis advirtió que Linnora se había acercado, pero evitaba aproximarse a la zona donde se encontraba el barón. Se volvió hacia Kremer.

—Excelencia, algunos pueden pensar que mi brandy no es nada más que una forma potente de vino. ¿Puedo realizar una demostración para probar que es, en efecto, algo completamente diferente?

Kremer asintió, traicionando una leve sonrisa.

Dennis pidió una copa llena de brandy y una mesita donde depositarla. Luego rebuscó en los pliegues de una de sus amplias mangas y sacó un puñado de palillos, cada uno con un extremo recubierto de una pasta crujiente.

Había tardado días en localizar y refinar los materiales adecuados para realizar aquella demostración. Sería el tipo de acto que cimentaría su reputación.

—El barón Kremer ha hablado del sabor del fuego. Por la forma en que nuestros notables locales se mueven por el salón, ciertamente parece que la sangre de sus venas se ha vuelto algo más que un poco caliente.

La multitud se echó a reír. En efecto, varios magnates ya se habían achispado, y habían caído en la trampa de otros jugadores del juego de los regalos.

Sus criados se tambaleaban bajo enormes cantidades de hermosas y antiguas cosas que arruinarían a sus amos con su caro tiempo de práctica.

Dennis notó que Linnora observaba desde una columna cercana. Había sonreído al oír la alusión a los tontos maestros de los gremios.

Animado, Dennis continuó:

—En esta noche de maravillosos regalos, yo, un pobre mago, tengo poco que ofrecer. ¡Pero al barón Kremer le ofrezco ahora la esencia del… fuego!

Frotó dos de dos pequeños palos. De inmediato, los extremos de ambos estallaron en llamas.

La multitud gimió y retrocedió asombrada. Se trataba de cerillas bastante burdas, humeantes y que apestaban a azufre y nitratos, pero eso sólo hacía que el espectáculo fuera aún más impresionante.

Dennis había visto los encendedores que utilizaba aquella gente. Eran efectivos, pero se basaban en el antiguo principio del palo y la fricción. Nada en Caylia podía hacer lo que él acababa de hacer.

—Y ahora —añadió dramáticamente, agitando las cerillas para conseguir mayor efecto—, ¡el sabor del fuego!

Acercó una de las cerillas a la copa.

Una fluctuante llama azul resonó de manera audible al entrar en contacto ambas. Los espectadores gimieron. Hubo un largo y aturdido silencio.

—La esencia del fuego… ¿capturada en una bebida?

Dennis se volvió y vió que Hoss´k tenía los ojos como platos.

—Una hazaña maravillosa —reconoció Kremer, bastante tranquilo—. Relacionada, tal vez, con la forma en que el pueblo del mago esclaviza a esas pequeñas criaturas dentro de sus cajitas. Parece que también han encontrado una manera de atrapar el fuego. Maravilloso.

—Pero… pero… —tartamudeó Hoss´k—. ¡El fuego es una de las esencias de la vida! Incluso los seguidores de la Antigua Fe están de acuerdo en eso. Podemos liberar la esencia del fuego de lo que vivió una vez… ¡pero no podemos atraparla!

Dennis no pudo evitarlo. Se echó a reír. Hoss´k se lamía nervioso los labios, y ver rebullirse al diácono le proporcionó un momento de satisfacción. Por fin, se resarcía en parte de lo que aquel tipo le había hecho.

—¿No os lo dije? —exclamó Kremer—. ¡Dennis Nuel sabe cómo atrapar cualquier cosa dentro de una herramienta! ¿Qué maravillas podremos esperar si le damos nuestro pleno apoyo?

La multitud aplaudió diligente, pero Dennis advirtió que estaban acobardados. En sus rostros se leía el terror supersticioso y la inseguridad.

Dennis miró a su izquierda, todavía sonriendo por haberle causado a Hoss´k la conmoción mayor de su vida. Entonces vió a Linnora, el rostro convertido en una máscara de preocupación y miedo.

La princesa dirigió a Dennis una mirada de espanto; luego se volvió para abandonar el salón seguida de su doncella.

Dennis recordó entonces lo que Hoss´k había dicho sobre la «Antigua Fe». Al parecer, su pequeña demostración había reavivado el terror de Linnora hacia aquellos que abusaban de las esencias vitales. Dennis maldijo en voz baja. ¿Había algo allí que él pudiera hacer y que ella no malinterpretara?

Se dió cuenta de que había sido el barón quien había definido lo hecho por Dennis. Kremer había puesto sus acciones bajo una luz que lo arrojaba a un rincón, asegurándose de que Linnora lo malinterpretase.

Estaba en inferioridad de condiciones ante aquel hombre. No podía contrarrestar esa clase de habilidad manipuladora. ¿Cómo podía tener una oportunidad de hacerlo?

Sólo esperaba que algún día Linnora también lo comprendiera.

6

A la mañana siguiente, un poco resacosos tras la fiesta, Arth y Dennis llegaron tarde a la destilería. Allí descubrieron que su equipo de trabajo había celebrado una fiesta por su cuenta y dejado la destilería hecha un desastre.

Los prisioneros gemían, temerosos de la ira del mago.

Dennis tan sólo suspiró.

—Oh, demonios —dijo, y puso a los hombres a trabajar para arreglar el desastre. Mantenerse ocupado le ayudaba a no pensar en su situación general.

Había hecho progresos en su plan para ganar influencia sobre el señor de la guerra, Kremer. Todavía consideraba que era el plan más lógico: lo mejor para él mismo, para sus amigos, para Linnora a incluso para la gente de aquella tierra. Sin embargo, el episodio de la noche anterior le había dejado un regusto agridulce. Trabajó duro, y trató de alejar su recuerdo.

Poco después del mediodía, un clarín sonó en la puerta principal. La llamada fue respondida por trompetas en la torre del castillo. Las tropas del patio corrieron a formar filas a lo largo de un corredor, desde la puerta de la ciudad hasta el castillo.

Dennis miró a Arth, quien se encogió de hombros. El pequeño ladrón- destilador no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.

Por una rampa bajaron el barón Kremer y su séquito, con sus brillantes ropas de siglos de antigüedad casi dolorosas de mirar a la luz del sol. El alto casco emplumado del primo de Kremer, lord Herm, destacaba entre la multitud de cortesanos.

Se detuvieron bajo un dosel que dominaba a los soldados en formación y contemplaron cómo la puerta de la ciudad se abría.

Por ella entró una pequeña procesión a caballo.

—¡Es la embajada de los L´Toff! —jadeó Arth.

Les habían dicho que venía un grupo de esa índole. Los L´Toff buscaban a su princesa desaparecida y sin duda sospechaban que estaba retenida allí.

Los rumores debían de haberse extendido por todas partes desde su huida de la cárcel y, sobre todo desde que la aristocracia de Zuslik estaba enterada, Kremer fingía públicamente inocencia hasta que conviniera a sus propósitos hacer lo contrario. Pero al parecer ya no le preocupaban las sospechas.

A pesar de toda su aparente buena relación con el señor feudal, Dennis no había sido invitado a asistir al encuentro con el comité de bienvenida. Era otro signo del magistral conocimiento que tenía Kremer de la gente. Sabía con toda seguridad que el mago extranjero no era digno de confianza en el asunto de la princesa L´Toff.

Dennis alzó la mirada hasta el parapeto del segundo piso, por donde a menudo había visto pasear a Linnora. No estaba a la vista, por supuesto. Sus guardias la mantendrían bien recluida durante la breve visita de los suyos.

Se acercó a la verja baja que rodeaba su zona de trabajo y puso un pie en uno de los burdos barrotes de madera. Arth y él contemplaron la representación de la embajada pasar entre los soldados en fila hasta acercarse a la plataforma del barón Kremer.

La formaban cinco jinetes, todos ataviados con capas suaves de colores claros. A Dennis le parecieron bastante normales, aunque los cinco llevaban barba, algo que no era común entre los coylianos. Parecían un poquito más espigados que la gente de Zuslik y los norteños de Kremer. Los cinco cabalgaban mirando al frente, ignorando las xenofóbicas miradas de los soldados, hasta que se acercaron a una docena de metros del dosel bajo el cual esperaba Kremer.

Dos L´Toff sostuvieron las riendas de los demás mientras desmontaban y saludaban al barón.

Dennis podía ver mejor la cara del barón que la de los emisarios. No podía oír lo que decían, pero la respuesta de Kremer fue obvia. El señor de la guerra sonrió con untuosa conmiseración. Alzó las manos y sacudió la cabeza.

—Luego dirá que tiene exploradores recorriendo todo el país en busca de la princesa —dijo Arth.

En efecto, Kremer señaló a sus tropas y a un escuadrón de jinetes a caballo. Luego indicó los planeadores que trazaban círculos pacientemente en el cielo, por encima del castillo.

—Los dos L´Toff de la derecha no se lo tragan —comentó Arth—. Les gustaría hacer pedazos el castillo, empezando por el propio barón.

El líder de la embajada, un hombre de barba gris, trató de contener a uno de sus acompañantes, un joven de pelo castaño con armadura marrón oscura, pero éste se zafó y gritó acaloradamente al barón. Los guardias de Kremer murmuraron airados y se dispusieron a obedecer cualquier orden de su señor.

El joven L´Toff miró despreciativo a los tensos guardias y escupió en el suelo.

Arth masticó una brizna de hierba, especulativo.

—He oído decir que antes los L´Toff eran pacifistas. Pero se han convertido en luchadores durante los últimos doscientos años o así, a pesar de la protección del rey y del antiguo duque. Se dice que algunos son tan buenos como los exploradores del rey.

Arth señaló al alto y furioso L´Toff.

—Ése puede que le ponga difícil al embajador salir de aquí sin una pelea.

Parecía como si Arth estuviera sopesando las posibilidades de unos caballos de carrera.

Por lo que Dennis había oído, uno de los principales deportes de Coylia era ver cómo la gente se hacía pedazos y apostaba sobre el resultado.

El barón no respondió al desafío del joven. En cambio, sonrió y susurró a uno de sus ayudantes, que se marchó rápidamente.

Kremer mandó traer bandejas con refrescos, que diplomáticamente probó primero. Hizo traer también asientos para sus invitados mientras las tropas retrocedían para crear un amplio pasillo desde el dosel hasta la muralla del patio.

Los L´Toff parecían recelosos, pero difícilmente podían rehusar. Se sentaron nerviosos cerca de su anfitrión. Cuando se volvieron hacia él, a Dennis le pareció ver en el rostro del furioso joven un parecido familiar con Linnora.

Se preguntó si su aguda sensibilidad habría informado a la princesa de que sus parientes se encontraban a sólo unos cientos de metros de distancia. Dennis había acabado por convencerse de que Linnora tenía en efecto ese don. Más de un mes atrás ese poder la había conducido al zievatrón, donde fue capturada. Le había permitido reconocerle en el oscuro patio de la prisión semanas más tarde.

Por desgracia, no era suficiente para mantenerla a salvo del hechizo de la falaz lógica de Hoss´k, o para que viera lo que se escondía tras las manipuladoras explicaciones de Kremer.

En cualquier caso, su talento era al parecer intermitente y bastante raro incluso entre los L´Toff. Kremer no parecía tenerle miedo.

Arth se agarró al hombro de Dennis y jadeó. Dennis miró en la dirección que el pequeño ladrón le indicaba.

Un puñado de guardias sacaba a rastras a un prisionero por una de las puertas inferiores del castillo. La pugna levantaba una polvareda, pues el cautivo era muy grande y estaba furioso.


Dennis cayó de repente en la cuenta de que se trataba de Mishwa Qan, el gigante cuya fuerza había sido clave para su huida de la cárcel. Mishwa se debatía y luchaba contra sus ataduras. Cuando vio que lo conducían hacía un poste enhiesto y chamuscado, se debatió con renovada furia.

Pero los guardias habían sido elegidos cuidadosamente entre los que tenían casi su mismo tamaño. Dennis vio a su antigua némesis, el sargento Gil´m, tirar de una cuerda atada en torno al cuello de Mishwa.

Kremer hizo una seña al erudito Hoss´k y éste se adelantó de entre los hombres que formaban su séquito. Saludó a los dignatarios y sacó unos artículos para mostrárselos, uno a uno. Dennis se agitó cuando vio que el primero era su alarma de campamento.

Mientras los L´Toff contemplaban las luces de la pantalla, Dennis se preguntó qué cambios habría introducido la práctica en la diminuta máquina desde la última vez que la había visto.

Sin duda Hoss´k señalaba lo difícil que sería ahora para un enemigo acercarse al castillo sin ser detectado.

Luego enseñó el catalejo de Dennis, mostrando a los L´Toff cómo utilizarlo, apuntando a varios objetos. Cuando el embajador soltó la lente, estaba visiblemente impresionado.

Dennis sintió que empezaba a arder por dentro: una combinación de vergüenza y profunda ira. A pesar de la estrategia que había escogido, por muy buenas razones, sus simpatías naturales se dirigían hacia los L´Toff.

A Dennis no le gustó ni pizca que Hoss´k se volviera y lo señalara directamente. Kremer sonrió y saludó ligeramente a su mago con un gesto de cabeza. La bien entrenada guardia personal del barón gritó al unísono el nombre de Dennis.

Éste hizo una mueca. ¡Si al menos hubiera algún medio de comunicarse en privado con los L´Toff!

Mishwa había sido arrastrado hasta el poste y atado a él. Dennis ya había comprendido que planeaban ejecutar al hombre. Había sido testigo de muchas ejecuciones durante la semana anterior, y no había nada que pudiera hacer. Arth lo sabía también y contemplaba la escena, inmóvil como una roca.

El guardia, Gil´m, se acercó a su señor y se inclinó. Kremer sacó algo pequeño de su túnica y se lo tendió al soldado, que volvió a inclinarse y se volvió para regresar junto al prisionero.

Dennis comprendió de inmediato lo que iba a suceder.

—¡No! —exclamó en voz alta.

Gil´m se encaminó hacia el poste de ejecución. Mishwa Qan lo miró, las manos agitándose inútilmente bajo sus ligaduras. El enorme ladrón gritó un desafío a Gil´m que todos los presentes en el patio pudieron oír; se ofreció para enfrentarse al soldado con los ojos vendados, con las armas que éste escogiera.

Gil´m se limitó a sonreír. Alzó una pequeña forma negra.

Dennis sintió un estallido de ira.

—¡No! —gritó.

Saltó la verja y corrió hacia el cadalso, esquivando a un grupo de guardias, luego derribó a otros dos que corrían para cortarle el paso. Otro cayó de bruces al suelo cuando lo sorteó. Los del dosel se volvieron a mirar la conmoción mientras uno de los guardias agarraba a Dennis por detrás. En ese momento, Gil´m apuntó con la pistola de agujas de Dennis y apretó el gatillo.

En medio de la confusión, solo unas cuantas personas estaban mirando al prisionero cuando el estallido de diminutas agujas de metal golpeó a velocidad hipersónica. Pero todo el mundo oyó la explosión. Dennis oyó el anonadado jadeo de Arth.

Libre a medias de un grupo de guardianes, Dennis consiguió ver un tocón ensangrentado; el poste se había partido por la mitad. Detrás, en la pared de madera, se abría un agujero.

La pistola de agujas, en efecto, había estado recibiendo práctica. Gil´m sonrió y alzó el arma al sol.

Una oleada de repulsión y vergüenza se adueñó de Dennis. Apretó los dientes y combatió a los que le rodeaban, mordiendo una mano que se movía cerca de su cara. Entonces un objeto pesado le golpeó por detrás y apagó las luces.

7

Linnora contemplaba las pequeñas criaturas que se colocaban en filas ordenadas en una cara de la cajita. En el extremo derecho se agitaban y recolocaban con gran rapidez, saltando a nuevas posiciones casi más rápido de lo que sus ojos podían seguir. El grupo situado a su lado cambiaba de formación más despacio, y así sucesivamente. En el extremo izquierdo, los diminutos insectos eran pacientes, y parecían requerir casi medio día para hacer su siguiente movimiento.

La cajita no era mucho mayor que el doble de su pulgar, con una cinta a cada lado. Una de las cuales terminaba en pequeñas piezas de metal cuyo propósito tenía que adivinar todavía.

Vacilante, Linnora trató de pulsar uno de los muchos pequeños nódulos que sobresalían de la mitad de la caja donde no danzaba ningún insecto. Los insectos saltaban formando nuevos dibujos cada vez que tocaba uno de los nódulos.


Una parte de ella quería reírse por las proezas que las diminutas criaturas ejecutaban. Sentía el impulso de jugar y hacerlas bailar un poco más.

No. Soltó la cajita y retiró la mano. No experimentaría con cosas vivas. No sin saber lo que estaba haciendo ni tener una idea clara acerca de su propósito. Ése era uno de los más antiguos credos de la Antigua Fe, transmitido de padres a hijos desde los primeros días de los L´Toff.

Sólo la profunda convicción de que necesitaban estar dentro de la caja para sobrevivir impedía que Linnora la rompiera para liberar a los pequeños esclavos.

Eso y la duda de que realmente fueran esclavos.

Las ordenadas pautas tenían un aire… no de alegría exactamente, sino de orgullo, quizá. Sentía que se había invertido mucho en la creación de la cajita y sus diminutos ocupantes. Había mucha complejidad allí.

Si al menos pudiera saberlo con seguridad, suspiró en silencio.

¡El diácono Hoss´k había presentado un caso tan consistente y lógico! El pueblo del mago tenía que haber empleado medios implacables para conseguir tales maravillas… sobre todo para petrificar el estado de práctica en cada una de aquellas sorprendentes herramientas. Las vidas de muchos de los equivalentes de los L´Toff en la tierra natal de Dennis Nuel debían de haber sido sacrificadas para que tales cosas permanecieran en un estado de perfección sin cambio.

¿O no? Linnora sacudió la cabeza, confundida.

¿Podía toda la lógica de la creación y la practica ser diferentes en algún otro lugar?

Según la Antigua Fe, antes las cosas no eran iguales en Tatir. En los tiempos remotos que precedieron a la caída, la vida era perfeccionable y las herramientas no tenían ningún poder.

Eso decían las historias.

Con los codos sobre la cómoda, se cubrió el rostro con las manos. Su esperanza había sido frágil desde aquel día en que los hombres de Hoss´k surgieron del bosque cerca de la misteriosa casita del mago. Ahora, con Kremer insistiendo en sus demandas cada vez más, con la marcha de los buscadores L´Toff sin entablar contacto, se sentía más desesperada que nunca.

¡Si hubiera al menos una manera de creer en el mago! Si fuera el tipo de hombre que al principio pensaba que era, en vez de servir a Kremer y vivir cómodamente (en lujosas habitaciones nuevas con su hermosa servidora), demostrando ser un lacayo complaciente con la estrella en alza de Kremer, como todos los demás…

Se frotó los ojos, decidida a no volver a llorar. En la mesa, ante ella, los pequeños insectos continuaban con su misteriosa danza, girando a la derecha, moviéndose lentamente a la izquierda. Marcando el tiempo.

8

Dennis se despertó sintiendo como si su cuerpo hubiera sido utilizado para practicar bates de béisbol. Las primeras veces que intentó moverse, sólo consiguió mecerse un poco de lado a lado. Le dolía todo.

Por fin consiguió rodar sobre un costado y abrir a duras penas los ojos. Bueno, no estaba en las lujosas habitaciones que le habían asignado antes, pero tampoco en el del calabozo. La habitación tenía el aspecto burdo y a medio terminar de las partes superiores del castillo.

Había guardias en la puerta, dos de los norteños del clan de Kremer. Cuando vieron que había despertado, uno de ellos salió al pasillo y dijo unas cuantas palabras.

Dennis se sentó en el jergón, gimiendo un poco a causa de sus magulladuras. Tenía la garganta irritada y seca, así que tendió la mano hacia la burda mesilla de noche para servirse una copa de agua de una jarra de barro. El labio partido le escoció al beber.

Soltó la copa y se apoyó contra la basta almohada, observando a los norteños observarle. No les dijo nada a los guardias ni esperaba que ellos le dijeran nada.

Al parecer, había perdido categoría.

Sonaron pasos pesados en el pasillo. Luego se abrió la puerta. El barón Kremer apareció en el umbral.

Dennis tuvo que parpadear debido a que la ropa del hombre brillaba a la luz del sol que lo iluminaba por detrás. Kremer observó a Dennis en silencio, sus ojos oscuros en sombras bajo las tupidas cejas.

—Mago —dijo por fin—, ¿qué voy a hacer contigo?

Dennis volvió a beber de la copa. Se lamió torpemente los labios heridos.

—Uf, es un verdadero desafío, alteza. Difícil de verdad. Pero creo que tengo una idea.

»¿Qué tal esto? Vas a ayudarnos a mis amigos y a mí, sinceramente y utilizando los mejores medios a lo alcance, a regresar a nuestros hogares en buen estado, tanto mental como físico.

La lenta sonrisa de Kremer no fue particularmente apreciativa.

—Es una idea, mago. Por otro lado, se me ocurre que el torturador de palacio se ha estado quejando de que sus herramientas de repuesto se están quedando sin práctica. Sólo el juego principal ha tenido trabajo durante el último mes o así. Remediar esa situación resulta igualmente atractivo.

—Te encuentras ante un dilema —se apiadó Dennis.

—Es una elección difícil. —El barón sacudió la cabeza.

—Pero estoy seguro de que se te ocurrirá algo.

—¿De verdad? Ah. Tanta confianza procedente de un mago resulta inspiradora. Con todo, las dos opciones parecen contradictorias. Me preguntaba si podrías sugerir una solución de compromiso. Sólo una pista, claro.

Dennis asintió.

—Un compromiso. Mmm. —Se rascó la barbilla—. ¿Qué tal algo intermedio, como que yo obedezca tus órdenes rápida y alegremente, dándote todo lo que desees, a cambio de que me mantengas en un moderado estado de comodidad, y me premies con recompensas de poca importancia y promesas vagas de eventual libertad y poder?

Kremer sonrió.

—¡Una solución sorprendente! No me extraña que te llamen mago.

Dennis se encogió modestamente de hombros.

—Oh, no ha sido nada.

El barón hizo crujir sus nudillos.

—Entonces está decidido. Tienes dos días más para completar la creación de tu «destilera» de bebidas y enseñar a mis criados a practicarla. Luego empezarás a trabajar en algo de valor práctico más inmediato, en fabricar más armas de muerte a largo alcance, por ejemplo. Si, como dices, los animales necesarios para impulsar tales aparatos no existen en mi reino, te pediré que crees otra cosa de valor militar.

»¿Ha quedado claro nuestro compromiso, pues?

Dennis asintió. Estaba pensando, y ya bastaba de ironías por el momento. De todas formas, no habían servido de nada.


—Una cosa más, mago. Si vuelves a avergonzarme otra vez delante de extraños, o si intentas interponerte en mi camino, descubrirás que mis torturadores han planeado algo especial para ti. La desafortunada demostración de ayer no volverá a repetirse. ¿Entendido?

Dennis no dijo nada. Miró al hombre alto y rubio con el traje resplandeciente y asintió, levemente.


El barón esbozó una sonrisa posesiva.

—Serás feliz aquí, Dennis Nuel —prometió—. Con el tiempo, quizá pronto, si te portas bien, mejoraremos de nuevo tus aposentos. Luego tú y yo podremos hablar como caballeros una vez más. Me interesaría saber cómo persuadió tu gente a sus recalcitrantes L´Toff a volverse sumisos. Tal vez la princesa Linnora pueda ser un campo de pruebas.

Sonrió, luego se dio la vuelta y se marchó. La puerta se cerró, dejando a Dennis a solas con un único guardia. Durante un buen rato imperó el silencio; sólo se oían los gritos lejanos de las tropas haciendo la instrucción.

El terrestre se sentó en su jergón. Casi podía imaginarlo cambiar imperceptiblemente mientras yacía sobre él, minuto a minuto, hasta convertirse en una cama cada vez mejor.

Lógicamente, sus opciones seguían siendo las mismas, sólo las había aplazado un poco. Tras suministrar maravillas a Kremer durante un año o dos, estaba seguro de que se ganaría la confianza y la gratitud del hombre, sobre todo si le inventaba la pólvora, asegurándole la conquista de toda Coylia.

Dennis sacudió la cabeza, decidido. No había pensado demasiado en ello antes, pero había pocos criminales peores en cualquier mundo que el inventor que entrega a un tirano, a sabiendas y sin importarle, las armas de la opresión. Pasara lo que pasase, no iba a entregarle a Kremer la pólvora, ni la rueda, ni el secreto de fundir metales, ni ninguna otra cosa que pudiera utilizar para hacer la guerra.

¿Qué opciones le quedaban, pues?

Sólo escapar. Tenía que salir otra vez de allí de algún modo.

9

Tenazas de acero al rojo vivo sobre sus pulgares. Un humo hediondo alzándose allí donde la carne se chamuscaba convirtiéndose en negra ceniza retorcida.

Dennis gimió. Sintió una bofetada húmeda en la cara y abrió los ojos, respirando con dificultad.

Arth lo miraba, preocupado.

—Estabas soñando, Denniz. Debía de ser una pesadilla. ¿Ya estás bien?

Dennis asintió. Había echado una cabezada cerca de la zona de trabajo después de la cena. Ya estaba oscuro a la sombra del castillo.

—Sí —murmuró—. Estoy bien.

Se levantó y se secó la cara con una toalla. Todavía seguía tembloroso a causa del sueño.

—Acabo de regresar del patio de la cárcel —le informó Arth—. Dije que quería ir allí y escoger personalmente a la gente que manejará la nueva destiladora.

Dennis asintió.

—¿Has averiguado algo?

Arth negó con la cabeza.

—Nadie ha visto a Stivyung ni a Gath ni a Maggin ni a ninguno de mis muchachos, así que no parece que hayan sido capturados.

Dennis se alegró. Tal vez Stivyung acabara por reunirse con su esposa y su hijo. La noticia contribuyó a animarlo un poco.

—¿Cuál es el plan ahora? —le preguntó Arth, en voz muy baja para que los guardias no lo oyeran—. ¿Intentamos hacer otro globo? ¿O tienes algo más en mente, como esa sierra que puede cortar las paredes?

Después de la ejecución de su amigo, a Arth ya no le tentaba la vida dentro de los muros del castillo. Todo lo que quería era largarse de allí, ver de nuevo a su esposa y golpear al barón Kremer lo más fuerte posible. El ladrón miraba al terrestre; tenía en él completa confianza.

Dennis habría deseado compartir su opinión.

A medida que oscurecía, un pelotón de soldados subía al pedestal emplazado en el patio, donde de día se guardaba la pistola de agujas de Dennis. Cuando no la practicaban o la tenían guardada de noche, permanecía expuesta a la luz del sol, siempre rodeada por al menos seis guardias.

Dennis había hecho unos cuantos cálculos. Claramente, la pistola estaba alcanzando el límite teórico de capacidad de ese tipo de arma. No importaba cuán eficaz se volviera, sólo podía arrojar lascas de metal con la cantidad de energía que podía absorber a través de un recolector solar de cinco centímetros cuadrados.

Eso daba a Dennis un motivo más para salir de allí. Kremer había hablado de utilizar la pistola de agujas para derribar las murallas de las ciudades. Dennis no quería estar cerca cuando el barón descubriera que la pequeña y mortal arma no podría ser practicada hasta tan lejos.

Observó a los guardias retirar cuidadosamente la pistola de agujas de su pequeño solarium. No. El aparato estaba demasiado bien protegido. No iba a poder recuperar su arma y abrirse paso a tiros hasta la libertad. Tendría que encontrar otro medio.

Había considerado la idea de construir un carro con ruedas y practicarlo hasta convertirlo en un vehículo blindado. Teóricamente, debería ser posible. Pero eso podía durar meses o años, al paso que las cosas mejoraban normalmente allí. Dadas las circunstancias, no merecía la pena.

A medida que oscurecía, las cometas de vigilancia se posaban. El cuerpo de planeadores del barón ya se había retirado a pasar la noche.

Dennis pensó otra vez en los cobertizos de aquellos planeadores. Estaban poco protegidos. Hacía falta un largo entrenamiento para aprender a pilotar una de aquellas cosas con alas de mariposa, y el barón Kremer al parecer daba por sentado que controlaba el único cuerpo de pilotos cualificados del mundo.

Tenía razón. Dennis nunca había volado ni siquiera en un planeador de ala fija, y menos en una de aquellas cometas. Pero había tomado unas cuantas clases particulares de vuelo en aviones de un solo motor. Siempre había tenido la intención de volver y sacarse la licencia.

Los dos tipos de vuelo no podían ser tan diferentes, ¿no?

De todas formas, había visto montones de películas y hablado con pilotos de parapente sobre cómo se hacía. Y había hecho cursos sobre la física de la aerodinámica. Los principios parecían bastante sencillos.

—Has conseguido ya un medio para entrar y salir de tu habitación? —le preguntó a Arth.

—Por supuesto. —El pequeño ladrón arrugó la nariz—. Echan el cerrojo a la puerta, pero no se puede mantener a un tipo como yo en una habitación que no ha sido practicada como celda.

—Sobre todo con la ayuda de un poco de aceite deslizante.

Arth se encogió de hombros. Habían tenido cuidado de recoger el material cuando no había nadie mirando, así que no tenían demasiado. Sin embargo, sólo una pizca de aquel lubricante perfecto podía servir para mucho.

—Puedo desenvolverme por las partes más burdas del castillo bastante bien después de oscurecer. Lo más difícil son las murallas externas, donde hay perros y bestias olfateadoras, y luces y guardias por docenas. Podría meter la mitad del material en la sala de banquetes de Kremer si supiera que con él puedo escapar del castillo.

—¿Crees que podrías robar uno de ésos? —Dennis señaló con la barbilla el refugio donde antes habían visto cómo los pilotos plegaban cuidadosamente sus maquinas.

Arth miró a Dennis, nervioso.

—Mm, no sé. Esos planeadores son más bien grandes… —Se mordió el labio inferior—. Tu pregunta es sólo… uh, hipotética. —Pronunció con cuidado la palabra que Dennis le había enseñado—. ¿Verdad? No tiene nada que ver con lo idea de cómo escapar de aquí, no?

—Sí tiene que ver, Arth.

Arth se estremeció.

—Temía que dijeras eso. Denniz, ¿sabes cuántos hombres perdió Kremer antes de que aprendieran a manejar esas cosas? Todavía pierden casi la mitad de los pilotos nuevos. ¿Sabes pilotar uno?

Dennis necesitaba la ayuda de Arth. Para conseguirla, tendría que inspirarle fe.

—¿Tú qué crees? —preguntó confiado.

Arth sonrió nervioso.

—Sí, claro. Supongo que sólo un idiota intentaría volar en una de esas cosas, en la oscuridad, sin saber lo que hace. Lo siento, Denniz.

Dennis trató de no echarse a temblar visiblemente ante la forma de expresarlo de su amigo. Agarró a Arth por el hombro.

—Bien. ¿crees que podrás esconder el planeador hasta que lo necesitemos? La gente de Kremer no parece comprender el control de inventarios, pero pueden echarlo de menos de todas formas.

—No hay problema. —Arth sonrió —. Mi habitación está llena de montones de tela y leña para nuestros «experimentos». Los criados tienen órdenes de entregarnos toda la basura que pidamos, siempre que no sea afilada o esté hecha de metal. Puedo esconderlo allí fácilmente.

—¿Quieres que te ayude?

Arth se echó a temblar.

—Uf, no, Denniz. Algunas cosas es mejor dejarlas a los expertos. Caminas como un rickel macho que busca una hembra bajo una casa. No es por ofender, pero lo haré yo solo. No te preocupes por nada.

—Muy bien, pues. —Dennis miró la luz del crepúsculo—. Tal vez será mejor que te acuestes un poco temprano esta noche, Arth. Pareces muy cansado.

—¿Eh? Pero si sólo… oh… —Arth asintió—. Quieres que lo haga esta noche. —Se encogió de hombros—. Ah, bueno, ¿por qué no? ¿Eso significa que escaparemos mañana por la noche?

—O pasado. —Dennis tenía un tiempo limitado. Kremer no permitiría que siguiera dándole largas.

—Muy bien. —Arth había captado la expresión de Dennis. El pequeño ladrón bostezó exageradamente para que lo vieran los guardias. Habló en voz alta—. ¡Bueno, pues me parece que voy a mejorar mi cama un rato! —Le dio un codazo a Dennis a hizo un guiño—. ¡Te veré por la mañana, jefe! —Y luego añadió, en voz baja—: Eso espero.

—Buena suerte —dijo Dennis en voz baja mientras Arth se marchaba, seguido por sus guardias. A Dennis le sabía mal pedirle que se jugara el cuello de aquella forma. Pero el tipo conocía su oficio y lo haría alegremente. Dennis se consideraba afortunado por tenerlo como amigo.

Cerca, un pequeño arroyo de fuerte licor había empezado a brotar del extremo del condensador. Si seguía así, el trabajo básico de la cuadrilla consistiría simplemente en observar y practicar la destiladora como una unidad. La parte difícil era enseñarles a cambiar adecuadamente la mezcla de vinos.

Dennis descubrió que sus pensamientos se perdían varios parapetos más arriba. Ahora que había decidido tratar de escapar pronto, tendría que decidir cuáles eran sus sentimientos hacia la princesa Linnora.

Si pretendía de veras hacer algo por ella, durante las siguientes veinticuatro horas tendría que ponerse de algún modo en contacto con Linnora, recuperar su confianza y encontrar una forma de liberarla de sus guardias para que subiera al planeador en la cima del castillo.

Parecía casi imposible.

Sólo esperaba que ella le diera una oportunidad para explicarse si se daba la ocasión.


La cuadrilla de la destilería estaba agrupada en torno al condensador, contemplando el lento goteo del brandy en un barril.

Dennis mojó los dedos en el brandy y se estremeció al olerlo, anhelando nostálgico la botella de Johnny Walker de treinta años que presumiblemente se encontraba todavía en su armarito del Tecnológico Sahariano.

Dejó que unas cuantas gotas le cayeran en la boca y luego tomó aire. El brebaje tenía fuerza, había que admitirlo.

Los practicadores del turno de noche llegaron para relevar al equipo diurno. Era hora de cambiar de barrica de todas formas, así que hizo que los prisioneros coylianos ejecutaran la rutina varias veces para asegurarse de que lo habían comprendido todo.

Para cuando terminaron, las estrellas empezaban a salir. Se aseguró de que todo estuviera en orden, y luego recogió su capa.

—Quiero estirar las piernas —les dijo a sus guardias.

Los norteños asintieron levemente y le siguieron. Aunque sus privilegios habían sido reducidos, todavía era, al menos oficialmente, casi un invitado… y un mago. Tenía libertad de acceso al patio siempre y cuando fuera acompañado.

Tomó por el camino largo, pasando ante los cobertizos de los planeadores y luego la puerta principal. A medida que se acercaba a la sección del castillo donde la princesa L´Toff tenía sus aposentos, las dudas volvieron a asaltarlo. Todos los parapetos estaban rodeados de estacas puntiagudas, practicadas cada día por equipos de soldados armados con lonchas de carne. Aterrizar con un planeador sobre uno y despegar de nuevo sería tan imposible como escalar aquellas paredes cortadas a pico.

¿Debía poner en práctica un plan ya de por sí arriesgado y reducir sus posibilidades a la nada intentando también liberar a Linnora? ¿Sería eso justo para Arth?

Dennis dobló una esquina y sintió que su pulso se aceleraba. A la luz de los fluctuantes hachones de la muralla, vio una esbelta muchacha vestida con una túnica blanca de pie junto a los barrotes, dos pisos más arriba. La princesa L´Toff contemplaba la noche estrellada, y la brisa agitaba su fina túnica. Mientras Dennis se acercaba, seguido a pocos pasos por sus guardianes, vio a la muchacha volverse. Alguien más había llegado al balcón.

Dennis se inclinó en las sombras para atarse los cordones de las botas, y alzó la cabeza lo más disimuladamente que pudo. Vio al barón Kremer avanzar y hablarle a Linnora. Comparada con él, ella parecía enormemente pequeña.

El señor de la guerra le habló y ella sacudió la cabeza en respuesta. Trató de volverse, pero él la agarró por el brazo y volvió a hablar, más bruscamente. Dennis seguía sin poder distinguir lo que se decía, pero captaba el tono.

Linnora se debatió, pero Kremer tan sólo se echó a reír y la atrajo hacia sí, sujetándola contra su amplio pecho a pesar de su resistencia.

Uno de los guardias que Dennis tenía detrás hizo un chiste vulgar. Obviamente, todos pensaban que su señor estaba dando a la testaruda muchacha sólo lo que se merecía.

Dennis palpó bajo su cinturón. Allí llevaba cuatro piedras cuidadosamente escogidas que formaban un bulto. No había tenido ninguna oportunidad de practicar esa burda arma. Sólo sería tan buena como la creara. No sería una honda mejor que la que había improvisado para el mismo propósito durante la última fiesta del Tecnológico Sahariano.

Con todo, podría lanzar una o dos piedras antes de que los guardias lo derribaran. Y Kremer era un blanco grande.

Si yo fuera uno de los personajes de Shakespeare, consideraría digno morir por la virginidad de una dama, pensó. O al menos por su honor.

Dennis hundió los hombros. La mayoría de los personajes de Shakespeare eran idiotas poéticos. Aunque consiguiera abatir a Kremer, eso sólo concedería a Linnora un pequeño respiro. Al precio de su propia vida.

No merecía la pena. No cuando podía sacarla de allí al día siguiente, si era paciente. Estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella, pero no a desperdiciarla inútilmente.

Entonces oyó el sonido de ropa al rasgarse.

Se dio la vuelta para no tener que ser testigo de aquello. Al menos, forzando a los guardias a seguirlo podía ahorrar a la muchacha un público para su humillación. Se marchó rápidamente, los hombros hundidos. Los guardias se rieron mientras le seguían.

Avanzó diez pasos, entonces un destello de movimiento en el cielo captó su atención.

Se detuvo. Míró al sur.

Algo en el cielo bloqueaba un pequeño grupo de estrellas. Se movía en la noche, más rápido que una nube y más regular en su contorno, haciéndose más grande a medida que se acercaba. Entornó los ojos, pero deslumbrado por las antorchas de la torre, no pudo distinguirlo.

Entonces una sonrisa iluminó su rostro. ¿Podía ser…?

En el borde sur del campamento se produjo un súbito clamor, luego una barahúnda de gritos ansiosos. De los barracones salieron hombres corriendo, enfundándose sus armaduras mientras una campana de alarma empezaba a sonar.


En medio de la penumbra de la noche, a la luz de las antorchas de la torre, se alzó de pronto una gigantesca forma redonda. Tenía dos ojos enormes que brillaban y miraban con furia. En la parte inferior de la enorme cara acechante había una boca enorme. Dentro de ella ardía un fuego.

—¡Ja ja! —Dennis saltó y golpeó el aire con el puño—. ¡Kremer no capturó a los demás! ¡Lo practicaron y vuela! ¡Realmente vuela!

Un gigantesco globo de tela y aire caliente siseaba y gravitaba sobre la muralla exterior, ganando lentamente altura. En una barquilla de mimbre, debajo, las tenues formas de sus amigos eran sombras vagas contra las llamas.

Sin embargo, algo parecía irles mal con el globo. No se alzaba tan rápido como Dennis habría esperado. ¡Y aún peor iba directo hacia el castillo de Kremer! ¡Daba la sensación de que apenas podría rebasar el pico del palacio!

—Vamos, chicos —murmuró mientras sus guardias señalaban temerosos, los ojos blancos de miedo—. ¡Arriba! ¡Elévate y sal de aquí! —Dennis miró con todas sus fuerzas el globo, practicando su subida.

Y, en efecto, pareció ir más rápido y se alzó lentamente. Pequeños rostros se asomaron a la barquilla y contemplaron el patio de abajo. Unos cuantos soldados arrojaron lanzas y piedras, pero ninguna alcanzó al majestuoso y silencioso aparato.

Dennis se volvió para ver cómo se estaba tomando aquello Kremer. Sería magnífico que algo desencajara el imperturbable semblante del tirano.

El barón había soltado a Linnora, que se agazapaba contra la pared, frotándose los brazos magullados y llorando en silencio.

Pero al contrario que sus hombres, Kremer no parecía asustado en lo más mínimo. Una sonrisa apareció en sus labios mientras rebuscaba dentro de su túnica.

—Oh —dijo Dennis, al darse cuenta—. ¡Oh, no, no, hijo de puta!

Se desató rápidamente el cinturón mientras sus guardias seguían acobardados bajo la brillante sombra del globo. Hubo un estampido cuando dos bolsas de arena explotaron cerca, haciendo huir a los hombres.

Las piedras de Dennis, cuidadosamente seleccionadas, saltaron a su mano. Corrió hacia el primer parapeto, estirando el cinturón y rezando por llegar a tiempo.

Kremer estaba saboreando el instante, bendito fuera, dejando que el burdo aerostato se acercara mientras acariciaba el lanzador de agujas terrestre. Dennis midió un palmo de cinturón, metió una piedra y empezó a hacer girar la improvisada honda sobre su cabeza.

Excepto aquella noche en el I.T.S., no había utilizado una honda desde sus días de boy scout. ¡Si al menos hubiera podido practicar!

Kremer alzó la pistola y apuntó lánguidamente al gran globo justo cuando Dennis soltaba su piedra.

La piedra golpeó una de las picas del parapeto, justo delante del barón y rebotó ruidosamente hacia la noche. Kremer dio un salto de sorpresa. Miró un instante a su alrededor, luego vio a Dennis en el patio, esforzándose por lanzar otra piedra.

Kremer sonrió y apuntó hacia abajo, hacia el terrestre. Dennis supo, en aquel instante, que no tenía tiempo de lanzar otra piedra. Apenas había empezado a hacer girar su honda cuando Kremer disparó.

Una granizada de mortales lascas barrió el suelo a unos cuantos metros de Dennis, a su derecha. Dennis parpadeó sorprendido de verse vivo. El motivo quedó rápidamente claro. Una pequeña tormenta de cabello rubio y uñas había atacado al barón.

Un poco sorprendido, pero sin contar todavía con su suerte, Dennis hizo girar la honda, buscando un blanco claro. Pero ahora Linnora estaba en medio. La princesa luchaba contra su captor, tratando de quitarle el arma.

El brazo de Dennis empezaba a cansarse. ¡Si por lo menos ella se apartara!

El globo estaba directamente encima, moviéndose deprisa. Todo lo que los aeronautas necesitaban era tal vez medio minuto más para escapar…

Kremer agarró a Linnora por el brazo y la derribó. Había marcas de arañazos en su rostro, y por fin parecía perturbado. Kremer dirigió a Dennis una mirada que parecía decir que su turno llegaría, y alzó la pistola para apuntar al globo.

Por lo visto, los guardias de Dennis habían reaccionado por fin. Terminó de hacer girar su honda mientras los oía correr hacia él. Supo que daría en el blanco mientras soltaba la segunda piedra, justo a tiempo.

La piedra golpeó la sien izquierda de Kremer al mismo tiempo que el globo alcanzaba el cenit, y varios cientos de kilos de guardias derribaban a Dennis desde atrás.

Mientras el suelo se alzaba para recibirlo, Dennis pensó: Tengo que dejar de conocer a gente así.

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