Con la Serie de la elevación de los pupilos —iniciada en 1980 y recientemente resucitada en la nueva trilogía que se inicia con ARRECIFE BRILLANTE (1995, prevista en NOVA éxito, número 13)—, o con esas obras independientes, complejas y sugerentes como TIERRA (1990, NOVA éxito, número 6) o TIEMPOS DE GLORIA (1993, NOVA éxito, número 9), David Brin ocupa ya un lugar privilegiado en el seno de la moderna narrativa especulativa. Considerado por los lectores de la influyente revista LOCUS como el autor favorito de entre aquellos cuyas publicaciones aparecieron por vez primera en la década de los ochenta, Brin es capaz de abordar las especulaciones más arriesgadas y sugerentes con una habilidad narrativa excepcional.
En 1984, Brin sorprendió a muchos de sus lectores y críticos con una curiosa novela que no tuvo continuación, aun cuando algunos de sus lectores lo hubiéramos deseado. Se trata de la presente: EL EFECTO PRÁCTICA (1984, NOVA ciencia ficción, número 91); un cabal ejemplo de una ciencia ficción especulativa construida en torno al famoso ¿Qué sucedería si…?. Esta vez formulado alrededor de la entropía.
Arthur Eddington, uno de los grandes astrónomos y cosmólogos de todos los tiempos, dio en considerar que la segunda ley de la termodinámica era algo así como la ley suprema de la naturaleza. Y posiblemente estaba en lo cierto. La ley nos viene a decir que la entropía (y el desorden que, en cierta forma, viene a medir) aumenta siempre en un sistema cerrado que no esté en equilibrio. Por el contrario, la entropía se mantiene constante en un sistema cerrado en equilibrio.
Pero si hay equilibrio no hay vida, ni tampoco intercambio energético de ningún tipo. Por ello, una formulación más popular y sencilla de la ley nos dice que en cualquier transferencia energética siempre hay una pérdida hacia la forma menos noble de energía, el calor.
Recientes formulaciones asocian la segunda ley de la termodinámica a lo que hoy se etiqueta como la «flecha del tiempo», dadas las características de irreversibilidad de los procesos que hacen aumentar la entropía en un sistema cerrado que no esté en equilibrio.
Y, al fin y al cabo, el universo en su conjunto es un sistema cerrado.
Aun cuando es lícito el debate sobre si el concepto de entropía es susceptible de asociarse correctamente al universo considerado como un todo, la ciencia ficción no ha podido dejar de explotar especulativamente la segunda ley de la termodinámica. Es habitual la imagen de un final del universo sometido al grado máximo de desorden y de entropía. Un final que, en realidad no es tal final, sino simplemente un entorno en el que la degradación energética hace imposible ese extraño fenómeno anti-entrópico, al que llamamos vida, o cualquier otro aprovechamiento de una energía que no presenta más que su versión más degradada.
Por el contrario, Isaac Asimov imagina en su relato favorito, The Last Question (1956), que los ordenadores evolucionan durante miles de millones de años hasta alcanzar la omnisciencia y la omnipotencia absolutas, para que sea precisamente el ordenador final y definitivo quien, cuando el universo está por agotarse en el desorden entrópico total, pronuncie las bíblicas palabras: «¡Hágase la luz!», que dan, de nuevo, inicio a todo.
David Brin ha hecho otro intento especulativo parecido, más reciente y juguetón, y ha pretendido imaginar en EL EFECTO PRÁCTICA un mundo en el cual la segunda ley de la termodinámica funcione exactamente al revés de como lo hace en nuestro mundo.
La historia nos narra las desventuras del protagonista, un joven físico, quien, atrapado en las consecuencias de un fallido experimento, se ve transportado a un mundo tal vez paralelo en el cual la entropía de un sistema cerrado disminuye con el tiempo y, consiguientemente, la segunda ley de la termodinámica y la «flecha del tiempo» se hallan invertidas.
Algunas de las múltiples consecuencias posibles están tratadas en la novela en clave humorística. Por ejemplo, en la sociedad casi de tipo feudal que muestra Brin, los señores mantienen a sus prisioneros en mazmorras para que vistan los andrajos que, con el tiempo, se convertirán en lujosos vestidos. Tras muchos años de uso, un trozo informe de hierro acabará, a su vez, convirtiéndose en una espectacular y brillante espada.
Maravillas que sorprenden por ese ir en contra de la « flecha del tiempo» de que hablábamos o que sugieren la activa participación de muchos atareados diablillos de Maxwell. Algo, por desgracia, francamente alejado de nuestra experiencia, que nos muestra cada día cómo el desorden (todo tipo de desorden) crece imparable a menos que luchemos enconadamente contra él…
Es cierto que la crítica no alabó demasiado esta novela de Brin. Tras el éxito popular y de crítica que representó MAREA ESTELAR (1983), a algunos les pareció que EL EFECTO PRÁCTICA (1984) era una obra menor. En el LOCUS de febrero de 1984 Faren Miller la acusaba de «frivolidad», y acababa haciendo votos por que Brin no siguiera la senda iniciada con EL EFECTO PRÁCTICA respecto a la cual, pese a todo, afirmaba que con ella «Brin va a obtener una amplia y nueva audiencia».
Personalmente lamento que Brin, además de las obras que hasta hoy nos ha ido ofreciendo, no haya seguido cultivando también la que podría ser la maravillosa senda de explorar universos alternativos, donde alguna de las leyes de la física resulta trastocada y, con ella, todo lo que abarca ese mundo alternativo, aunque el estilo narrativo fuera un tanto menos cuidado o, mejor, simplemente divertido, al estilo del utilizado por algunos viejos autores de los años cuarenta y cincuenta.
Por suerte Brin no estaba solo en ese tipo de especulación sobre una física alternativa. Hay otras obras, en la ciencia ficción y fuera de ella, que abordan, tal vez con un estilo menos desenfadado, otras alteraciones de leyes físicas fundamentales.
Un ejemplo claro lo proporcionan los efectos relativistas (dilatación del tiempo, contracción de las dimensiones, etc.) que nos resultan extraños, ya que no se presentan a las velocidades que cotidianamente experimentamos. Una especulación de gran interés sería imaginar qué ocurriría si dichos efectos fueran perceptibles a velocidades posibles en la vida cotidiana. Así lo hizo George Gamov, físico y gran divulgador científico, en uno de los amenos libros protagonizados por Mr. Tomkins en la serie genéricamente denominada MR. TOMKINS EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS (1936-1967).
También la ciencia ficción ha intentado algo parecido. John E. Stith en REDSHIFT RENDEZVOUS («Cita en el corrimiento al rojo», 1990) concibió una acción novelada, con secuestros y asesinatos incluidos, que transcurre en una gran nave espacial que viaja a través de una particular versión del hiperespacio. En estas condiciones, Stith imagina que la velocidad de la luz es tan baja (10 metros por segundo, unos 36 kilómetros por hora) que los efectos relativistas resultan perceptibles y, como no podía ser menos, incluso impresionantes.
Hay también ejemplos en otros ámbitos científicos. Ante las diversas opciones matemáticas en torno, por ejemplo, a las construcciones de Euclides, Riemann y Lobachevsky sobre las geometrías plana, esférica o hiperbólica del universo, el británico Christopher Priest analiza las consecuencias de una geometría hiperbólica en EL MUNDO INVERTIDO (1984).
En la novela de Priest, una ciudad ha de ser constante y penosamente movida a lo largo de unos raíles, ya que la percepción del mundo de sus habitantes es, precisamente, la de un universo de geometría hiperbólica donde el tiempo y el espacio resultan distorsionados tanto al norte como al sur de una teórica línea de óptimo que la ciudad debe perseguir sin descanso. Al final de la novela se nos revela que no se trata, pese a su apariencia, de un universo distinto al nuestro, sino de las interferencias creadas por un nuevo campo de fuerza generador de energía. La novela, no obstante, ha desarrollado una inteligente especulación de cómo llegaría a ser la vida y la percepción de la realidad en un universo de geometría hiperbólica.
A ese conjunto de obras especulativas que alteran alguna de las leyes fundamentales de nuestro universo se incorporó en su día EL EFECTO PRÁCTICA de David Brin y, una vez aceptado su tono menor en lo estilístico, coincidirán conmigo en que la ciencia ficción debe enorgullecerse de hacer posibles tales obras, especulaciones inteligentes sobre la mismísima urdimbre de nuestro universo.
A mí me gustó EL EFECTO PRÁCTICA y, sin que sirva de precedente, no me molesta nada disentir de lo que se opina en LOCUS. Tal vez mi interés por la ciencia y la tecnología justifica implícitamente la que Faren Miller considera levedad y frivolidad de esta novela. Pero ocurre que yo siempre he pensado que no sólo de trascendencia vive el hombre…
Y nada más. Pasen y lean. Yo me divertí con esta novela tal vez no tan intrascendente como parece.
Ojalá les guste.
MIQUEL BARCELO