Cuando Dennis despertó por fin se sintió un poco extraño, como si hubiera pasado mucho tiempo, como si hubiera soñado muchísimo. Se incorporó, frotándose los ojos.
A través de una fina corona, la luz del sol se filtraba en el pabellón de brillante dosel. Apartó la colcha de seda y se levantó de la mullida cama en la que había dormido. Descubrió que estaba desnudo.
Del exterior de la chillona tienda llegaban gritos excitados, y el sonido de mensajeros al galope yendo y viniendo. Dennis buscó algo que ponerse y encontró un par de leotardos suaves y una blusa de satén verde sobre una silla de respaldo blanco. Cerca había botas negras de cuero… de su talla. Dennis no se entretuvo con la ropa interior. Se vistió rápidamente y corrió al exterior.
Sólo a una docena de metros de distancia, el príncipe Linsee charlaba animadamente con varios de sus oficiales. El señor de los L´Toff escuchaba un informe de un mensajero sin aliento; luego se echó a reír y palmeó en el hombro al correo, en gesto de gratitud.
Dennis se relajó un poco al oír la risa del príncipe. Su agotado sueño se había visto perturbado por pensamientos reiterados de culpa que indicaban que debería estar despierto ayudando a los L´Toff a asegurar la victoria que les había proporcionado. Varias veces había estado a punto de despertar, para ocuparse en el diseño de nuevas armas, o usar su nuevo aparato aéreo para acosar al enemigo. Pero su cuerpo exhausto se había negado a cooperar.
Eso no quería decir que su sueño hubiera sido intranquilo todo el tiempo. A ratos había soñado con Linnora, y eso estuvo muy bien.
—¡Denniz!
Uno de los oficiales L´Toff sonrió al verlo. Dennis dudó un instante. Le habían presentado a tanta gente a la luz del crepúsculo… ¿Había sido la noche anterior, o la otra?
—¡Denniz! Soy yo, ¡Gath!
Dennis parpadeó. ¡Vaya, era él! El muchacho parecía haber crecido durante los dos últimos meses. O tal vez era el uniforme.
—¡Gath! ¿Hay alguna noticia de Stivyung?
El joven sonrió.
—Recibimos un mensaje hace tan sólo una hora. Está bien. ¡Su globo aterrizó en una baronía leal a la corona, y vuelve con una columna de soldados para ayudar a perseguir a Kremer!
—Entonces Kremer…
Dennis se detuvo a mitad de la pregunta, porque el príncipe se había vuelto y se acercaba. Linsee era un hombre alto y delgado, con perilla gris. Sonrió y estrechó la mano de Dennis.
—Mago Nuel. Me alegro de verte levantado por fin. Confío en que hayas descansado bien.
—Bueno, sí, alteza. Pero estoy ansioso por saber…
—Sí —dijo Linsee, riendo—. Mi hija, y tu prometida, con mi permiso, Linnora se está cambiando en una tienda cercana. La mandaré llamar. —A una indicación del príncipe, un joven paje salió corriendo con el mensaje.
Dennis se alegró. Ansiaba volver a ver a Linnora. La noche del aterrizaje se había sentido tan nervioso como cualquier joven petimetre cuando llegó el príncipe y ella los presentó. Se sintió enormemente aliviado cuando Linsee consintió deleitado su compromiso.
Con todo, era el progreso de la guerra lo que le preocupaba en aquellos momentos. Desde al aire, aquel tumultuoso atardecer de la batalla, había visto a las tropas uniformadas de gris del tirano retirarse en todos los frentes. Sus múltiples aliados (los mercenarios y servidores de otros barones) habían desaparecido tras el primer pase de su máquina voladora, dejando a los norteños a solas en su retirada, mirando nerviosamente por encima del hombro.
Pero los soldados grises en retirada no estaban indefensos. A pesar de su terror, se habían replegado en buen orden. Eran tropas excelentes que retrasaron fieramente a los perseguidores L´Toff para que sus compañeros pudieran escapar.
Cuando la llegada de la oscuridad los obligó por fin a aterrizar en territorio L´Toff, a Dennis le preocupaba que, al día siguiente, el enemigo pudiera reorganizarse y regresar.
—¿Qué hay de Kremer? —preguntó.
—Nada de que preocuparse. —Linsee sonrió—. Sus aliados han regresado con el rey. Y un ejército de voluntarios viene de camino desde el populoso este. Kremer ha despojado Zuslik de todo lo que ha podido y se dirige ahora mismo hacia las montañas de sus antepasados.
»Por desgracia, me temo que incluso los ejércitos de todo el reino, ayudados por un puñado de tus monstruos voladores, no podrán sacarlo de esos peligrosos barrancos.
Dennis se sintió aliviado. No tenía dudas de que Kremer volvería a causar problemas algún día. Un hombre tan brillante y despiadado encontraría formas de satisfacer sus ambiciones, y consideraría aquello sólo como un retraso temporal.
Con todo, por ahora la crisis había acabado.
Dennis se alegraba de haber ayudado al pueblo de Linnora. Pero sobre todo se alegraba de que ningún tirano lo obligara a inventar aparatos para los que aquel mundo no estaba preparado.
Tendría que tener cuidado con eso, en el futuro. Ya había soltado en Tatir la rueda y el globo. Y Gath probablemente había averiguado ya el principio de la hélice, sólo mirando el carro-avión.
Dennis tendría que ver qué hacía el Efecto Práctica de esas innovaciones, una vez que se produjeran en masa, antes de lanzar más trucos de magia sobre aquellos inocentes.
Un paje corrió hasta el príncipe Linsee, quien se inclinó para escuchar el mensaje.
—Mi hija te pide que te reúnas con ella en el prado donde aterrizasteis hace dos noches —le dijo a Dennis—. Está allí, junto a tu máquina milagrosa.
»Nadie ha molestado la máquina desde que llegasteis —le aseguró el príncipe—. ¡Hice saber que todo aquel que se acercara al brillante dragón rugiente sería devorado vivo!
Dennis advirtió, por la sonrisa pícara de Linsee, que compartía el agudo ingenio de Linnora. Sin duda, mientras él dormía, la princesa había informado a su padre de todo lo que había sucedido desde su captura.
—Oh, muy bien, alteza. ¿Podrías asignarme a alguien que me muestre el camino?
Linsee llamó a una joven paje, que se adelantó y cogió a Dennis de la mano.
Linnora esperaba a Dennis en el prado junto al brillante avión. Estaba sentada cruzada de piernas en el suelo, ataviada con calzas y cuero L´Toff, ante el morro del aeroplano, mientras tres de sus damas de compañía susurraban en el borde del bosquecillo.
Por lo que pudo oír mientras se acercaba, Dennis notó que las doncellas no aprobaban demasiado que su princesa se vistiera como un soldado, y menos que se sentara en el suelo delante de una máquina extraña.
Las damas abrieron la boca y se volvieron rápidamente cuando Dennis les dio los buenos días. (Buenas tardes, se corrigió mientras veía la posición del sol.) Las doncellas hicieron una reverencia y se retiraron. Su actitud era respetuosa, pero su nerviosismo ponía de manifiesto que consideraban probable que a Dennis le salieran colmillos o echara a andar por el aire. Estaba claro que los L´Toff corrientes y molientes no eran mucho más sofisticados que los coylianos medios.
Pero eso podía cambiar, se recordó Dennis mientras caminaba hacia el avión.
Frunció el ceño, aturdido. Linnora estaba echada de espaldas, con la cabeza dentro de su antiguo carro. Aunque admiraba la esbeltez de la muchacha y su capacidad de retorcerse de esa forma, se pregunto qué demonios estaba haciendo.
—Linnora, ¿que haces?
Hubo un súbito golpe.
—¡Ay! —Su gritó quedó ahogado por la cabina del aparato. Dennis se ruborizó al oír la retahíla de epítetos que siguió y que Linnora sólo podía haber aprendido de una fuente. ¡Las palabras desde luego no pertenecían al dialecto coyliano del inglés!
La princesa salió de debajo del aparato y se sentó, frotándose la cabeza. Pero sus murmullos cesaron en el momento en que vio de quién se trataba.
—¡Dennis! —exclamo. Y se arrojó a sus brazos.
Finalmente, un poco sin aliento, él tuvo la oportunidad de preguntarle qué estaba haciendo allá abajo.
—¡Oh, eso! Bueno, espero haber tenido razón. Quiero decir que espero no haber tonteado peligrosamente con cosas que no comprendo lo suficiente. Pero dormiste un montón de tiempo, y alguna metomentodo fue y le dijo a mi padre que me había vestido para la guerra, así que me hizo vigilar para asegurarse de que no me marchaba volando detrás de Kremer para cortarle las orejas o algo así. Empezaba a aburrirme, tanto que decidí que quería ver…
Estaba claramente excitada por algo. Pero se expresaba demasiado rápido para Dennis.
—Eh, Linnora, tus damas parecían un poco preocupadas al verte allí debajo de esa forma.
—¡Oh! —Linnora se miró las rodillas sucias. Empezó a quitarse el polvo, luego se detuvo y se encogió de hombros—. Oh, bueno. Tendrán que acostumbrarse, ¿no? Además de ser tu esposa, espero aprender magia. Y el de mago parece ser un oficio algo sucio, por lo que he aprendido de él hasta ahora.
Por el brillo de sus ojos Dennis supo que esperaba ciertas cosas de su marido. Estaba claro que no tendría que buscar muy lejos de casa un aprendiz.
—De todas formas —continuó ella—, vine aquí y descubrí que todo estaba tal y como lo habíamos dejado cuando aterrizamos. Tu krenegee estaba también aquí. Pero parece que ahora se ha marchado. Tal vez esté cazando. He estado ahí debajo un buen rato, y a lo mejor he perdido el sentido del tiempo.
Dennis no creía que su amada fuera capaz de llegar alguna vez al meollo del asunto.
—¿Pero qué estabas haciendo ahí abajo? —insistió.
Linnora se detuvo un momento, interrumpido su torrente de palabras mientras seguía su cadena de pensamientos.
—¡El robot! —declaró de pronto—. ¡Estaba aburrida, así que decidí hablar con esa maravillosa criatura-y-herramienta que trajiste de tu mundo!
—Estabas hablando con… —Ahora le tocó a Dennis el turno de parpadear—. Enséñamelo —pidió por fin.
Las damas L´Toff se sorprendieron aún más cuando vieron que el mago y su princesa se ponían juntos a cuatro patas sobre la hierba y la tierra. Las damas se prepararon para darse discretamente la vuelta y marcharse si sus peores temores se confirmaban.
Dejaron escapar suspiros de alivio. Linnora no se había echado a perder en las tierras bajas. ¿Pero entonces qué estaban haciendo en esa postura?
Las damas comprendieron con disgusto que las cosas nunca volverían a ser como antes.
En realidad no necesitaban arrastrarse bajo el avión para examinar el robot. Dennis se dio cuenta más tarde de que podría haber ordenado al pequeño autómata que soltara la hélice, y su tenaza sobre la parte inferior del aparato, y que saliera. Pero a estas alturas parecía ya tan parte de la máquina que no se le ocurrió en ese momento. Los sucesivos y poderosos trances de práctica, amplificados por la magia de la bestia krenegee, habían transformado la máquina hasta hacer que pareciera inseparable del brillante avión de madera.
Cuando Linnora dijo que había estado «hablando» con el robot, se refería a que ella había hablado. El robot respondía utilizando su pantallita.
Dennis frunció el ceño mientras miraba las filas de letras coylianas en el brillante rectángulo. No podía leer la lengua alienígena a esa velocidad. Además, se preguntó cómo había aprendido el robot a…
Por supuesto, comprendió rápidamente. Casi desde su primer momento en Tatir, la máquina había estado recopilando información sobre los habitantes, según sus órdenes. Naturalmente, eso incluía aprender la escritura que utilizaban.
—Divide la pantalla —ordenó—. Escritura coyliana a la izquierda, traducción al inglés terrestre a la derecha.
El texto se dividió en dos versiones del mismo informe. Linnora y él tuvieron que arrastrarse un poco más para poder leer, pero eso sólo acabó por acercarlos más, lo que no resultaba ninguna desventaja.
De inmediato, advirtió algo interesante. Aunque las letras coylianas eran parte de un silabario, y las letras inglesas/romanas eran un verdadero alfabeto, los dos sistemas compartían un mismo estilo. El sonido coyliano «th», por ejemplo, parecía una «t» mutada y una «h» fundidas.
Dennis recordó algunos de los cálculos que había hecho durante su encarcelamiento. Con una creciente sensación de excitación, empezó a sospechar que una de las teorías que había elaborado entonces podía ser cierta.
Leyó el texto durante un rato. Era un resumen de la historia coyliana, encontrado en algunos pergaminos antiguos que el robot había robado temporalmente de un templo de Zuslik. Los pergaminos se referían específicamente a la Antigua Fe, antaño ampliamente seguida en Tatir, pero ahora limitada sólo a los L´Toff y unos cuantos más. Parecía consistir principalmente en mitos y leyendas; pero entremezclada con esas exageradas historias, a Dennis le pareció ver una pauta.
Pidió al robot que volviera a fechas anteriores y luego continuara. Linnora observaba, fascinada, y de vez en cuando recomendaba párrafos que había leído antes. Ocasionalmente se detenía a explicar el sentido de algo que Dennis no había comprendido.
Pasaron mucho tiempo juntos bajo el carro, leyendo la historia de un mundo.
A Dennis empezaba a dolerle el cuello cuando por fin consideró que tenía suficientes datos. La conclusión parecía irrebatible.
—¡Esto no es sólo otro planeta! —declaró—. ¡También es el futuro!
Linnora se dio la vuelta y lo miró.
—Sí, para ti lo es, mi mago del pasado. ¿Cambia eso las cosas? ¿Seguirás queriendo casarte con alguien que puede ser tu descendiente lejana?
Dennis se acercó y la besó.
—No tengo ningún lazo fuerte con mi tiempo —le dijo—. Y no puedes ser descendiente mía. Nunca he tenido hijos.
Linnora suspiró.
—Bueno, eso puede remediarse también.
Dennis estaba a punto de volver a besarla, lo que habría inquietado aún más a las damas del bosquecillo. Pero un súbito grito, directamente sobre ellos, lo impidió.
—¡Denniz! ¡Princesa!
Esta vez hubo dos golpes y dos series de maldiciones entre murmullos.
Linnora y Dennis salieron frotándose las respectivas cabezas. Pero sonrieron al ver quién les esperaba.
—¡Arth!
Era, en efecto, el diminuto ladrón. Unos cuantos de L´Toff se habían congregado y observaban admirados en silencio desde el borde del claro, pues Arth llevaba un krenegee en el hombro, ronroneando.
Dennis abrazó a su amigo.
—¡Así que los hombres de Proll pudieron encontrarte! Temía que nuestra descripción de la altiplanicie no fuera lo bastante buena y tuviéramos que buscarte en avión. ¡Estábamos preocupados por ti!
Arth rascó al ronroneante cerduende bajo la barbilla.
—Oh, me encontraba okay —dijo, sin darle importancia—. Pasé todo el tiempo uniendo palos para crear otro carro volador. Lo habría intentado si los L´Toff y los Exploradores de Demsen no hubieran aparecido.
Dennis se estremeció ante la idea. Tendría que mantener una buena charla con el hombrecito… y con Linnora y Gath y todos los demás que sufrían la ilusión de que la tecnología de la Tierra podía conseguirse uniendo cosas. ¡Con Efecto Práctica o no, algunas cosas tenían que funcionar bien la primera vez!
—Bueno, por lo menos estás bien.
—Sí, muy bien. Envié a Maggin un mensaje con las tropas de Demsen. Le pedí a mi mujer que viniera de Zuslik para pasar unas vacaciones aquí conmigo… con el permiso de su alteza, por supuesto. —Hizo una reverencia a Linnora, quien se echó a reír y abrazó al pequeño ladrón.
—Oh, por cierto —continuó Arth—. No sé si os habéis enterado, pero supongo que puede interesaros. Parece que los muchachos de Demsen capturaron a una compañía de hombres de Kremer, cerca del Paso Norte. ¿Y adivináis quién iba con ellos? ¡Nada menos que nuestro viejo amigo Hoss´k!
—¡Hoss´k!
—Sí. El diácono escapó, mala suerte. Pero los exploradores capturaron a un tipo raro que estaba con él. Un prisionero, parece. Ahora lo tienen en la tienda de Linsee.
»Pero hay una cosa curiosa. ¿Sabes que habla de forma muy parecida a ti, Denniz? Abriendo mucho la boca y con la parte trasera de la garganta, con ese extraño acento tuyo.
»¡Y algunos de los norteños capturados dijeron que era otro mago!
Dennis y Linnora se miraron.
—Creo que será mejor que le echemos un vistazo —comentó la princesa.
—Bien, Brady. Así que Flaster te eligió para que me siguieras. Desde luego, se tomó su tiempo.
El tipo del pelo arenoso que estaba sentado con aspecto meditabundo se volvió rápidamente y se quedó boquiabierto.
—¡Nuel! ¡Eres tú! ¡Oh, Dios, me alegro de ver a un camarada terrestre!
Bernald Brady parecía molesto y exhausto. Tenía un chichón en la frente, y su típica expresión despectiva había pasado a ser de alivio y alegría aparentemente sinceros al ver a Dennis.
Linnora y Arth entraron entonces en la tienda. Los ojos de Brady se ensancharon al ver la criatura encaramada en el hombro de Arth. El hombre retrocedió.
Al parecer, el cerduende recordaba también a Brady. Siseó con desprecio y enseñó los dientes. A1 final, Arth tuvo que sacarlo fuera.
Cuando se marcharon, Brady se volvió implorante hacia Dennis.
—¡Nuel, por favor! ¿Puedes decirme qué está pasando aquí? ¡Este lugar es una locura! Primero encuentro el zievatrón hecho pedazos, y tu extraña nota. Luego todo mi equipo muestra signos de funcionar de una manera rara.
Al final acaba golpeándome la cabeza un tipo que actúa como si fuera primo de Dios y hace que un puñado de matones me despojen de todas mis cosas…
—¿Se llevaron tus armas? Me lo temía. —Dennis hizo una mueca. Kremer tenía ya su pistola de agujas, y no podía imaginar qué otras armas habría traído consigo el siempre cauteloso Brady. Sin duda no había dudado en la calidad del equipo que traía para sí. Con todo aquel material, Kremer podría seguir siendo un problema a tener en cuenta.
—¡Me lo robaron todo! —gruñó Brady—. ¡Desde mi hornillo de campamento a mi anillo de bodas!
—¿Te has casado? —Dennis alzó las cejas—. ¿Con quién? ¿Alguien que yo conozco?
Brady pareció súbitamente ansioso. Estaba claro que no quería ofender a Dennis.
—Uh, bueno, como no regresabas…
Dennis se le quedó mirando.
—¿Te refieres a Gabbie?
—Bueno, sí. Quiero decir que… llevabas tanto tiempo fuera … Y descubrimos que teníamos muchas cosas en común … bueno, ya sabes. —Alzó la cabeza tímidamente.
También Linnora parecía preocupada.
Dennis se echó a reír.
—No importa, Bernie. En realidad nunca hubo nada entre nosotros. Estoy seguro de que eres más adecuado para ella que yo. Enhorabuena. De verdad.
Brady estrechó la mano de Dennis, inseguro. Su mirada pasó de Dennis a Linnora y de vuelta a Dennis, y pareció comprender la situación.
Pero eso solamente contribuyó a que se sintiera más deprimido. El tipo no sólo sentía miedo y añoraba su hogar. Estaba enamorado.
—Bien, nos encargaremos de que vuelvas con ella lo antes posible —le dijo Dennis a su antiguo rival, compasivo—. Tengo que visitar la Tierra de manera temporal, de todas formas. Me gustaría cambiar unas cuantas obras de arte locales por algunos artículos de ferretería.
Dennis tenía planes. Por el bien de ambos mundos, se aseguraría de que Linsee controlara el zievatrón, restringiendo cuidadosamente el flujo entre mundos. ¡Desde luego, no querían crear paradojas temporales!
Pero, de forma limitada, el comercio sería probablemente beneficioso para ambas realidades.
Brady sacudió la cabeza.
—¡Aunque pudiéramos montar un nuevo mecanismo de retorno con los componentes que enterraste, nunca lo terminaríamos a tiempo! ¡Flaster sólo me dio unos cuantos días de plazo, y están a punto de agotarse!
»Y cuando forzaron el mecanismo de la compuerta, destruyeron los cálculos de calibración. ¡Ni siquiera sé las coordenadas de la realidad de la Tierra!
—Bueno, yo las recuerdo —le aseguró Dennis.
—¿Ah, sí? —Una pizca del familiar sarcasmo de Brady regresó—. Bien, ¿ya has calculado las coordenadas de este lugar de locos? Nunca estuvimos demasiado seguros de ellas en el Laboratorio Uno. Más o menos jugueteamos con las coordenadas. ¡Y ahora también se han perdido!
—No te preocupes. Puedo calcularlas también. Verás, creo que sé no sólo dónde estamos, sino también cuándo.
Brady se le quedó mirando. Y Dennis empezó a explicárselo.
—Piensa en los descubrimientos más importantes de los siglos XX y XXI —sugirió Dennis—. Sin duda, los más espectaculares fueron la bioingeniería y la zievatrónica.
»A finales del año 2000 la física era un callejón sin salida. Oh, había un montón de problemas abstractos, pero nada que pareciera ofrecer un medio de poner otros mundos al alcance de la humanidad. El sistema solar era un lugar yermo, y las estrellas estaban terriblemente lejos.
»Pero recombinando el ADN surgió la posibilidad de crear casi cualquier tipo de forma de vida viable, para cualquier propósito. El trabajo que comenzaba en el Tecnológico Sahariano y otras instituciones cuando estábamos allí parecía conducir a un mundo repleto de maravillas: ¡pollos gigantes, vacas que dieran yogur, incluso unicornios, dragones, y grifos!
»Y luego estaba el zievatrón, que prometía volver a abrir el camino a las estrellas que la relatividad parecía haber cerrado para siempre.
»Ahora imagina ambas tendencias llevadas al futuro.
»Cuando, al cabo de cien años o así, el efecto ziev fue finalmente perfeccionado, grupos de emigrantes viajaron a otros mundos, para colonizarlos o en busca de espacio para sus diversas formas de vida.
»Y entonces no se llevaron muchas herramientas, sólo las mínimas, las que cabían en el zievatrón. Después de todo, cuando puedes crear organismos adaptados para cualquier función, ¿por qué cargar con molestos trozos de metal?
»Robots inteligentes y que se autorreparaban hechos de materia viva te llevaban al trabajo, atendían los campos y limpiaban la casa. Cerebros parlantes grababan tus mensajes y recitaban cualquier información siguiendo tus órdenes. Grandes “dragones” voladores leales hasta la muerte protegían tus nuevas colonias de cualquier peligro. Todos esos organismos especializados se “repostaban” con comida producida en instalaciones especiales.
»Los colonos del futuro no viajaron a las estrellas, ni llevaron consigo frío metal. ¿Para qué iban a hacerlo, cuando les bastaba simplemente con atravesar una puerta para llegar a sus nuevos mundos y diseñar criaturas aptas para cualquier función?
Brady se rascó la cabeza.
—Eso es especular mucho, Nuel. No puedes decir qué va a pasar en el futuro.
—Oh, claro que puedo —dijo Dennis con una sonrisa—. ¡Porque es esto! ¡Estamos en el futuro, Brady!
El otro se le quedó mirando.
—Imagina a un grupo de colonos que pertenece a un sector marginal que alberga sentimientos contrarios a las máquinas —dijo Dennis.
»Digamos que este grupo encuentra un mundo maravilloso, accesible a través del zievatrón. Ahorran para pagar los gastos de transmisión y luego cambian la complicada sociedad de la Tierra por este paraíso, cerrando la puerta tras ellos.
»Al principio todo va bien. ¡Luego, de repente, las complicadas criaturas fruto de la bioingeniería de las que dependen empiezan a morir!
»Sus científicos encuentran finalmente la causa. Es una plaga, creada por otra raza que hurga el espacio ziev, con la que el hombre ha tenido sus escaramuzas durante varios siglos. Los enemigos son los blecker, y han elegido este aislado reducto de la humanidad para probar su nueva arma.
»Los blecker liberaron una enfermedad en Tatir, que es como se llama el mundo.
»La plaga no podía matar ninguna forma de vida capaz de existir independientemente, capaz de sobrevivir por sí misma en la naturaleza salvaje, pero destruyó el suministro de comida sintética. Sin ese alimento, los delicados simbiontes de los que dependía la civilización de los colonos quedaron condenados.
»Los científicos de Tatir descubrieron el ataque demasiado tarde para detenerlo. La muerte se extendió, empezando por los enormes pero delicados dragones en los que se basaba la defensa del planeta.
»Desesperados, los colonos volvieron a abrir el enlace zievatrón con la Tierra, para pedir ayuda.
Brady estaba sentado en el borde de la silla, escuchando con toda su atención.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó.
Dennis se encogió de hombros.
—La Tierra estaba ansiosa por no contaminarse. Enviaron un poderoso aparato que interferiría los zievcaminos a Tatir durante mil años, hasta que pudiera encontrarse una cura. Cuando la máquina realizó su trabajo, ni la Tierra ni los invasores pudieron llegar a este mundo.
» ¡Pero… —Dennis alzó un dedo— antes de hacer eso, enviaron un regalo!
Desde fuera, oyeron que Arth llamaba.
—Creo que el bicho se ha tranquilizado ya. Voy a entrar. ¡Quedaos sentados!
La cortina se abrió v Arth volvió a entrar con el cerduende montado sobre el hombro. Cuando el animal vio a Brady puso mala cara, pero permaneció tranquilo. Desplegó sus alas membranosas y revoloteó hasta el regazo de Linnora. Ella acarició a la bestia, que pronto empezó a ronronear.
—Nosotros los L´Toff nunca olvidamos el regalo de la Tierra, ¿verdad, mi pequeño krenegee? —susurró Linnora.
—No, no lo hicisteis —reconoció Dennis—. En los siglos que siguieron a la inevitable caída de la civilización de Tatir, casi todo se perdió. Las pocas máquinas que había se enmohecieron y fueron olvidadas. Como 1a mayoría de los transportes eran hovercraft, se olvidó incluso el principio de la rueda.
»La mayoría de tos animales especializados murió, quedando sólo los animales terrestres más fuertes y la fauna local. El lenguaje empezó a cambiar, ya que la enseñanza y el saber se perdieron prácticamente del todo.
»La gente no tardó en quedar reducida casi a un estado animal. Pasó mucho tiempo antes de que las leyendas acerca de un lenguaje escrito inspiraran a algún genio para reinventar la escritura.
»En la Tierra sabían que todo esto sucedería. Y sin embargo no podían ayudar sin arriesgarse a extender la infección al mundo natal.
»Así que abrieron el portal sólo un instante, antes de sellarlo durante un milenio. Enviaron el último producto de su gran investigación, la culminación de dos campos convergentes: la biología y la física de realidades.
»Lo que enviaron fue un animal inmune a la enfermedad, de la que podía protegerse solo, pero que además tenía un talento. Ese talento se difundiría por este mundo y daría a su gente una oportunidad.
»Con el tiempo, los habitantes de Tatir asimilaron en parte el talento. Los que vivían más cerca de las criaturas lo asimilaron ampliamente y se convirtieron en los L´Toff.
—El regalo enviado por la Tierra fue un milagro, desde nuestra perspectiva del siglo XXI —terminó Dennis—. Salvó a la gente de este planeta. Y pensar que yo lo consideraba inútil…
Brady siguió la mirada de Dennis.
—¿Esa cosa? —Señaló incrédulo al cerduende. La criatura se irguió y sonrió con una hilera de dientes afilados.
—Sí, ésa —asintió Dennis—. Naturalmente, sólo me estoy basando en fragmentos de leyendas de hace más de mil años. Pero estoy seguro de que eso es lo que sucedió.
»Cómo es la Tierra del siglo XL, ahora que los krenegee llevan allí sueltos siglos, sólo podemos imaginario. Quizá la era de la biología haya pasado y la era de las herramientas haya regresado… herramientas mágicas e increíbles. »Me alegraría por ellos, pues la bioingeniería resultaba un tanto cuestionable desde un punto de vista ético.
Dennis se acercó a Linnora. Ella y Duen alzaron la cabeza. Dennis sonrió y se volvió hacia Brady.
—Ahora, por fin —concluyó—, las barreras de este mundo están cayendo. Por algún motivo, un extraño camino intertemporal hasta la tierra del siglo XXI fue el primero en abrirse, quizá porque el nuestro fue el primer zievatrón de todos.
»Pronto se abrirán otros caminos. Y esta gente tiene que estar preparada cuando lo hagan. Los blecker están probablemente ahí fuera, esperando una oportunidad para entrar.
»Por eso creo que me quedaré aquí después de que arreglemos el mecanismo de regreso y te enviemos de vuelta a casa.
Linnora lo cogió de la mano.
—Al menos ésa es una de las razones —corrigió.
Brady parecía perplejo.
—Es una historia bastante convincente, Nuel. Excepto por una cosa.
—¿Cuál?
—¡Todavía no me has dicho cuál es ese talento que dices que tiene ese bicho tan desagradable! ¿Cuál fue el regalo que supuestamente envió la Tierra?
Dennis pareció sorprendido.
—¡Oh! ¿Quieres decir que nadie te ha explicado todavía esa parte?
—¡No! ¡Y te digo que no puedo soportarlo más! ¡Hay algo raro en este mundo! ¿Has notado la extraña yuxtaposición de tecnologías que tiene esta gente? ¡No puedo comprender qué es lo que pasa, y eso me está volviendo loco!
Dennis recordó cuántas veces había jurado vengarse de Brady durante los meses que llevaba en Tatir. Ahora el tipo estaba a su merced, pero toda la inquina que antes sentía se había esfumado. Decidió vengarse sólo un poquito para darse gusto.
—Oh, dejaré que lo descubras por ti mismo, Brady. Estoy seguro de que una mente como la tuya hallará la respuesta, si practicas lo suficiente.
Bernald Brady permaneció allí, sentado. No tenía más remedio que reconcomerse en silencio mientras Dennis Nuel se reía. Cuando la mujer, el hombrecito, la extraña criatura del futuro y su antiguo rival le miraron risueños, Brady tuvo la incómoda sensación de que no iba a disfrutar demasiado del proceso de aprendizaje.