III NOM DE TERRE

1

Al día siguiente la carretera empezó a descender hacia un amplio valle fluvial.

Montado en el hombro de Dennis, el cerduende trinó y agarró un puñado de bayas de una rama. Mordisqueó algunas frutas, y el zumo le corrió por la barbilla. Cuando le ofreció un poco a Dennis, éste declinó amablemente la invitación.

Dennis se sentía bastante bien. Había recuperado sus antiguas habilidades como excursionista. Llevaba la mochila firmemente sujeta ahora que había descubierto los nudos adecuados. Sus botas, gastadas ya, parecían simples extensiones de sus propios pies mientras caminaba por la resistente calzada. Iba a buen paso.

Pero se daba cuenta de que el bosque terminaría pronto. Todavía se enfrentaba al problema de qué hacer cuando encontrara civilización.

¿Qué clase de criaturas serían los autóctonos? ¿Tendrían la tecnología necesaria para ayudarle a reconstruir su mitad del zievatrón?

Más importante, ¿decidirían colocar sus piezas ordenadamente, según tamaño y color, como alguien había hecho ya con el zievatrón?

Tal vez sería buena idea espiar a los nativos como primer paso.

—¡Qué indicado! —se burló Dennis—. ¡Si sus rasgos faciales son un poco distintos, usaré un poco de lodo del río para fabricar antenas falsas y ojos saltones y establecerme por mi cuenta! Puede que tenga que quitarme la nariz y estirarme un poco el cuello, por supuesto, pero sólo unas pocas pulgadas como mucho.

»Me pregunto si necesitaré escamas.

Mientras seguía caminando, se le ocurrió un puñado de escenas fantásticas.

¡Ya sé! Estaré atento a la aparición de los dominios del excéntrico caballero científico Gzvreep. Lo reconoceré por la cúpula de observación que sobresale del ala oeste de su mansión.

Muy bien, Dennis. Cuando llames, el anciano sabio nativo te abrirá la puerta personalmente, pues habrá enviado a sus sirvientes a la cama mientras escruta el cielo en busca de cometas. Al verte agitará su tórax en una arcada momentánea ante tus horribles ojos planos, tus millones de diminutos tentáculos craneales. Pero cuando levantes la mano en el gesto universal de la paz, te conducirá al interior y dirá:: «¡Entre rápidamente! ¡Gracias a Gixgax que llegó usted aquí primero!»


En un prado, junto a la carretera, Dennis encontró los restos de un campamento. Las brasas de la hoguera aún estaban calientes.

Dennis soltó su mochila. Depositó la alarma sobre una piedra grande y al cerduende en otra.

—Muy bien, ojos brillantes —le dijo a la criatura—, veamos si eres bueno para algo más que para hacer compañía. Puedes montar guardia mientras yo hago un poco de trabajo serio como detective.

Duen ladeó la cabeza intrigado, luego bostezó.

—Vaya. Bueno, eso demuestra lo poco que sabes. ¡Ya he encontrado algo! —Dennis señaló el suelo—. Mira. ¡Pisadas!

Duen arrugó la nariz, al parecer sin impresionarse demasiado. Dennis suspiró. ¿Dónde había un público capaz de apreciarte cuando lo necesitabas?

Había muchas impresiones profundas en el suelo, al parecer hechas por grandes animales de carga, y huellas de cascos más pequeñas como las que podría dejar un pony sin herrar. Las deposiciones indicaban asimismo que aquel mundo debía tener también análogos cercanos a los caballos.

Después de terminar con los animales, se acercó a un claro grupo de huellas bípedas y no tardó en advertir que todo el mundo en la caravana llevaba zapatos.

Por los claros contornos de las marcas, quedó claro que aquella gente utilizaba botas no muy distintas de las suyas propias. Eso era sin duda una prueba de tecnología. Las pautas eran todas idénticas… como si algún ordenador hubiera elaborado un diseño perfecto que después fuera producido en masa. Se quedó estudiando las huellas hasta que se le ocurrió algo.

Dennis se agarró el pie izquierdo. Torpemente, trató de mirar la suela de su propia bota. Al moverse demasiado rápido, perdió el equilibrio y cayó de espaldas.

Contempló el diseño de su propia bota y suspiró. ¡Era idéntico! O bien los ordenadores de aquel lugar habían llegado al mismo diseño que los de la Tierra o…

Miró alrededor. Había huellas de botas por todas partes. Sin duda todas eran suyas.

Sonó un trino sospechosamente parecido a una carcajada. Dennis se volvió y miró al cerduende. Éste mostró su sonrisa de costumbre.

—¡No te atrevas a decir una sola palabra! —le advirtió a la criatura.

Por una vez, Duen hizo lo que le decían.


No había muchas más pistas. Junto a la hoguera encontró unos cuantos trocitos de carne seca. Donde los animales habían estado atados había restos de grano.

Al lado de un árbol alto Dennis encontró una mancha roja en el suelo. Parecía pegajosa, como de sangre.

Había marcas en el suelo, y mechones sueltos de pelo. Luego encontró un largo rizo dorado que brillaba a la luz de la mañana.

Lo contempló durante un largo instante, y luego se lo guardó con cuidado en un bolsillo del hombro.

Un poco más cerca del bosque, encontró un animal muerto.

Parecía un primo grande del cerduende. Tenía la nariz chata y dientes de aguja, pero era del tamaño y la constitución de un mastín.

La cabeza le contemplaba fríamente desde un metro de distancia del cuerpo. Había sido cercenada, junto con parte del hombro, como por una guillotina… o un láser de alta energía.

Contempló la matanza hasta que el zumbido de la alarma lo hizo reaccionar. Dennis alzó la cabeza ansiosamente. ¿De qué se trataba?

Se volvió justo a tiempo de ver seis cosas con aspecto de perro surgir súbitamente de la línea de árboles. No tuvo tiempo de formarse una idea más precisa. Gruñeron (un sonido grave, rechinante) y luego atacaron.

La pistola de agujas apareció en su mano antes de que tuviera tiempo de pensar. Había practicado desenfundando y disparando a los troncos de los árboles durante los últimos días. El ejercicio probablemente le salvó la vida.

Equilibrado, las piernas separadas, Dennis apuntó a las bestias y disparó. El suelo explotó delante de la jauría, pero los locos animales cargaron directamente a través de la lluvia de arena y hierba. Dennis no tuvo otra opción. Apuntó y volvió a disparar.

La jauría se convirtió en una masa aullante. Se dividió casi de inmediato entre los que huían y los muertos.

Dennis observó cómo los supervivientes retrocedían, aullando de dolor, dejando detrás a sus compañeros sangrantes a inmóviles. Contempló la pequeña arma que tenía en la mano.

Impulsada por la energía solar almacenada, la pistola de agujas podía arrancar diminutas lascas de cualquier metal almacenado en su recámara, y luego dispararlas a alta velocidad. Dennis no la consideraba más que un juguete cuando salió del zievatrón, pero había empezado a confiar más en ella con la práctica adquirida durante el viaje.

Ahora la contempló sorprendido.

Qué potencia, pensó.

2

Pronto advirtió que se acercaba a la civilización.

La carretera se ensanchaba perceptiblemente al descender de un paso entre las montañas. Algunos de los prados mostraban ahora signos de cultivos. Un grueso seto separaba el camino de los campos abiertos a ambos lados. A través de las ramas pudo ver rebaños de animales pastando en las pendientes.

Pronto encontraría tráfico. Un encuentro casual en la carretera no era el primer contacto ideal. No quería enfrentarse a la clase de arma que había cortado la cabeza de la bestia allá en el campamento. Dennis decidió que lo mejor sería continuar el viaje manteniéndose apartado de la carretera durante algún tiempo.

Buscó una abertura en el seto. Duen despertó de su siesta en lo alto de la mochila cuando Dennis sacó el machete y empezó a practicar una abertura estrecha en la barrera. La pequeña bestia saltó en busca de una rama alta, luego se agazapó y contempló a Dennis con reproche por interrumpir su sueiño.

A Dennis no le resultó fácil su trabajo. La gruesa hoja rebotaba en las ramas, apenas haciéndoles muescas.

La miró con disgusto. No había usado mucho el machete hasta ahora. Estaba cubierto de manchas de óxido y tenía el filo gastado. Dennis maldijo a Bernald Brady, sintiendo cierto consuelo por el hecho de que no había juzgado mal al tipo después de todo.

Mientras se lamía los arañazos del dorso de su mano derecha, tuvo una idea. ¿Y el hermoso cuchillo nativo que había encontrado junto a la compuerta? Se quitó la mochila y sacó el arma envuelta en tela de una de las bolsas del fondo. Con una mirada alerta arriba y abajo de la carretera, depositó la tela en el suelo y la desplegó.

Los ojos se le salieron de las órbitas.

Una semana antes había guardado un cuchillo hermoso, afilado, resistente, un claro producto de artesanía de alta tecnología.

Lo que se encontraba ante él seguía siendo impresionante, pero parecía más un pedazo de obsidiana bien tallado atado a un mango de madera por tiras de cuero bien tensas. Era afilado y estaba bien hecho, pero distaba mucho de ser la herramienta avanzada que recordaba haber recogido.

Se sintió mareado. Un fenómeno, recalcó para sí, tocando ligeramente el objeto.

Un agudo trino desde arriba lo devolvió al presente. El cerduende le canturreó dos veces, sacudiendo la cabeza vigorosamente. Luego se perdió en los matorrales.

Dennis se metió la mano en el bolsillo del muslo y sacó la alarma de campamento. La pantallita mostraba luces rojas en el camino que se acercaban…

Volvió a envolver el arma. El misterio tendría que esperar. Se cargó de nuevo la mochila y se puso a cortar frenéticamente con el machete. ¡Tenía que salir de la carretera!

Las zarzas se le engancharon en la mochila y en el brazo que alzó para protegerse la cara mientras se abría paso entre los matorrales. Finalmente, como una pepita expulsada de un melón, cayó volando en el prado y quedó tendido en la hierba.

Dennis rodó, respirando entrecortadamente.

Al menos esta vez les echaré un buen vistazo, pensó mientras se apartaba de la abertura en el seto. ¡Por fin descubriré cómo son los nativos!

Sacó de nuevo la alarma. La pantalla mostraba un montón de luces amarillas; al parecer representaban los rebaños de animales que Dennis había visto en las faldas de las montañas. A un lado de la pantalla vio dos puntos rojos y dos amarillos que se aproximaban por la carretera.

Un par de jinetes.

La marca verde de Duen no se veía por ninguna parte. La nerviosa criatura debía de haberle abandonado de nuevo.

Estaba tan concentrado en los puntos rojos de la carretera que tardó un instante en advertir que dos pequeñas luces rosadas se habían separado de un rebaño cercano de luces amarillas al sur. Se movían rápidamente hacia el centro de la pantalla.

Hacia el centro, advirtió Dennis… Ése soy yo.

—¡Haaa-aayy-oooaaoo!

Vino desde atrás, un agudo alarido que hizo que un escalofrío le corriera por la espalda. Con el ulular vino el sonido de pasos veloces. ¡Alguien lo atacaba por la espalda!

Dennis echó mano a su cartuchera, con pocas esperanzas de poder reaccionar a tiempo. Esperaba en cualquier momento el súbito destello de algún mortífero rayo alienígena que lo partiera en dos.

—¡Haaayyoo-oh!

Entorpecido por la mochila, rodó sobre su estómago, tratando de alzar el arma. Empuñó la pistola de agujas con dos manos temblorosas dispuesto a disparar al… perro.

Parpadeó, se dispuso a disparar… al pequeño perro que le gruñía, y que luego dio un salto atrás para protegerse tras un par de piernas pequeñas… las piernas regordetas y arañadas de un niño pequeño.

Dennis alzó la cabeza y se quedo boquiabierto. El arma más terrible que había a la vista era un cayado de pastor empuñado por un mocoso de metro veinte con la cara sucia.

El primer extraterrestre inteligente con quien Dennis entablaba contacto se apartó un mechón de desaliñado pelo castaño de los ojos y jadeó.

—… Ayoo-gnoouh,)… —El niño respiraba excitado—.

Quii' veeh' opá?

Un poco aturdido por la sorpresa, Dennis cayó en la cuenta de que probablemente parecía, un idiota allí tumbado. Lentamente, para no asustar al niño, se incorporó.

Decidió no pensar siquiera en la incongruencia de encontrar a un niño humano (al parecer de unos ocho años), allí, en un mundo alienígena. No tenía sentido. Se obligó a concentrarse en el problema del lenguaje. Algo en los sonidos pronunciados por el niño le había sonado extrañamente familiar, como si ya los hubiera oído en alguna otra parte.

Trató de recordar unas cuantas cosas del curso de lingüística que había seguido en la universidad para salir del infame Inglés 7 del profesor LaBelle. Había aprendido entonces que hay unos pocos sonidos de significado prácticamente universal para los seres humanos. Los antropólogos solían usarlos al entablar contacto con las tribus recién descubiertas.

Tragó saliva, Y probó con uno.

—¿Eh?—dijo.

A estas alturas el niño contenía la respiración. Con un suspiro de exagerada paciencia, repitió:

—Quiere ver a mi padre, señor?

Dennis se atraganto. Consiguió, al menos, menear arriba y abajo la cabeza.

3

El cachorro corría alrededor de ellos, ladrando a sus pies. El niño (dijo que se llamaba Tomosh) caminaba decididamente junto a Dennis, guiándolo por el prado hacia su casa.

Mientras caminaban, Dennis vió pasar a un par de jinetes por la carretera. Vistos a través de las aberturas en el seto, las fuentes de los amenazantes puntos rojos que le habían hecho esconderse minutos antes resultaron ser un par de granjeros que cabalgaban en viejos ponis.

No hacía más que empezar a asimilar todo aquello. De todos los posibles primeros contactos, éste tenía que ser el más benigno y el más confuso. Dennis ni siquiera llegaba a imaginar cómo podía haber humanos allí.

—Tomosh, —empezó a decir.

—¿Sí, señorr? —El niño arrastraba las erres con un acento al que Dennis empezaba a acostumbrarse. Alzó la cabeza, expectante.


Dennis se detuvo. ¿Por dónde podía empezar? Había demasiadas cosas que preguntar.

—Esto… ¿estará bien tu rebaño mientras me acompañas a conocer a tus padres?

—Oh, los rickels estarán bien. Los perros los vigilan. Tengo que salir y contarlos dos veces al día y dar la alarma si falta alguno.

Caminaron en silencio un poco más. Dennis no tenía mucho tiempo para preparar su primer encuentro con adultos. De repente, eso lo inquietó mucho.

Antes de toparse con el niño se había resignado a ser detectado como alienígena y correr sus riesgos. Ser asesinado de buenas a primeras por hombres-hormiga que odiaban a los mamíferos, por ejemplo, habría sido simplemente inevitable mala suerte. No podría haber hecho nada.

Pero pequeños detalles de su propia conducta podrían influir en la reacción de los humanos locales ante él. Una simple falta de cortesía (un patinazo) podría costarle todo. Y en ese caso la culpa sería suya.

Tal vez podría preguntarle al niño cosas de las que sólo los adultos recelarían.

—Tomosh, ¿hay muchas granjas por aquí?

—No señorr, sólo unas cuantas. —El niño parecía orgulloso—. ¡Somos casi la más lejana! El rey solo quiere mineros y comerciantes en las montañas donde viven los L´Toff.

»El baron Kremer no es de la misma opinión, por supuesto. Mi padre dice que el barón no tiene derecho a enviar leñadores y soldados…

Tomosh comentó lo malo y duro que era el señor local y cómo el rey, que vivía muy lejos al este, pondría al barón en su sitio algún día. La historia acabó degenerando en chismorreos que resultaban un tanto sofisticados en boca de un niño pequeño: cómo «lord Hern» se hacía lentamente con todas las minas en nombre del barón y cómo no había llegado ningún circo a la región desde hacía más de dos años a causa de los problemas con el rey. Aunque era difícil seguir todos los detalles, Dennis llegó a la conclusión de que vivían en una aristocracia feudal y que la guerra no era cosa extraña.

Por desgracia, la historia no le dijo nada acerca de la crucial cuestión de la tecnología de aquel mundo. La ropa del niño, aunque sucia, era de buena confección. No tenía bolsillos, pero el cinturón con faltriqueras parecía sacado directamente de un catálogo Kelty. Los zapatos de Tomosh se parecían mucho a las viejas zapatillas que Dennis usaba cuando era niño.

Una granja apareció a la vista cuando llegaron a la cima de una colina baja. La casa, el granero y un almacén se alzaban a un centenar de metros del desvío de la carretera. El patio estaba rodeado por una empalizada alta. A Dennis el lugar le pareció bastante próspero. Tomosh se impacientó y tiró de la mano de Dennis, que siguió con dificultad al niño colina abajo.

La granja en sí era una estructura baja con un techo inclinado que brillaba a la luz de la tarde. Al principio Dennis pensó que los reflejos procedían de los refuerzos de aluminio. Pero a medida que se acercaban vio que las paredes eran paneles de madera laminada, hermosamente unidos y barnizados.

El granero era de construcción similar. Ambos edificios parecían fotos sacadas de una revista.

Dennis se detuvo ante la verja. Era su última posibilidad de hacer preguntas estúpidas.

—Uh, Tomosh —dijo—. Soy forastero por aquí…

—Oh, ya me he dado cuenta. ¡Hablas raro!

—Umm, sí. Bueno, de hecho soy de una tierra muy lejana al… al noroeste. —Dennis había supuesto a partir de la cháchara del niño que era una dirección de la que los lugareños sabían poco.

—Naturalmente, siento un poco de curiosidad por tu país —continuó—. Ah… ¿podrías decirme, por ejemplo, el nombre de esta sierra?

Sin vacilación, el niño respondió:

—¡Es Coylia!

—¿Así que lo rey es el rey de Coylia?

Tomosh asintió con una expresión de pacieneia exagerada.

—¡Eso es!

—Bien. ¿Sabes?, los hombres son una cosa curiosa, Tomosh. La gente de distintas tierras llama al mundo por hombres distintos. ¿Cómo lo llama tu gente? —Dennis estaba decidido a enterrar el hombre de Flasteria.

—¿Al mundo? —El niño parecía asombrado.

—A1 mundo entero. —Dennis indicó la tierra, el cielo, las montañas—. Todos los ocêanos y reinos. ¿Cómo lo llamáis?

—Oh. Tatir —respondió rápidamente— ese es el nombre del mundo.

—Tatir —repitió Dennis. Trató de no sonreír. No era mucho mejor que Flasteria.

—¡Tomosh!

El agudo grito procedía de la casa. Una joven bastante malhumorada salió al porche y gritó de nuevo.

—¡Tomosh! ¡Ven aquí!

El niño frunció el ceño.

—Es tía Biss. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Y dónde están papá y mamá? —Se dirigió hacia la casa, dejando a Dennis en la verja.

Obviamente, sucedía algo. La tía del niño parecía preocupada. Se arrodilló y le sujetó los hombros mientras le explicaba algo seriamente. Tomosh pronto tuvo que combatir las lágrimas.

Dennis se sintió incómodo. Acercarse antes de que la mujer le invitara no parecía inteligente. Pero no podía marcharse tampoco.

Nada parecía extraño en la casa y el patio. Gallinas de verdad picoteaban en el suelo junto a lo que parecía una bandada de diminutos avestruces domesticados.

Los caminos de los alrededores de la granja parecían hechos del mismo material resistente y de alta tecnología que la carretera. Tenían los mismos bordes irregulares que se confundían casi con la tierra y la hierba que los rodeaban.

Toda la granja había sido levantada de modo similar, al parecer. Las ventanas de la casa estaban bien perfiladas y ajustaban, pero encajaban en huecos burdos, de altura y tamaño aproximados. Había ventanas grandes y pequeñas juntas, aparentemente sin ton ni son.

Tomosh se agarró a la falda de su tía, llorando a lágrima viva. Dennis se preocupó. A los padres del niño debía de haberles sucedido algo.

Finalmente, decidió acercarse unos cuantos pasos. La mujer alzó la cabeza.

—¿Su nombrre es Dennis? —preguntó fríamente, en el extraño dialecto local.

Él asintió.

—Sí, señora. ¿Se encuentra bien Tomosh? ¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarles?

La oferta pareció sorprenderla. Su expresión se suavizó un poco.

—Los padres del niño se han ido. He venido a llevármelo a mi casa. Puede usted quedarse hasta que mi marido venga para recoger las cosas y cerrar.

Dennis quiso hacer más preguntas, pero la severa expresión de la mujer lo indujo a callarse.

—Siéntese aquí en los escalones y espere —dijo. Condujo al niño al interior.

Dennis no se ofendió por el recelo de la mujer hacia un extraño. Su acento probablemente tampoco resultaba de ninguna ayuda. Se sentó en los escalones, donde ella le había indicado.

Había un grupo de herramientas en el porche justo ante la puerta. Al principio Dennis las miró complaciente, pensando en otras cosas. Luego las miró más de cerca y frunció el ceño.

—Curiosear y curiosear —dijo.

Era el grupo de herramientas más extraño que había visto en su vida.

Cerca de la puerta había una azada, un hacha, un rastrillo y una pala, todos de aspecto brillante y nuevo. Tocó un par de tijeras de podar que había al lado. Las hojas eran afiladas, y parecían muy fuertes.

El mango tenía asas de madera oscura y pulida, como cabía esperar. Pero las hojas no parecían de metal. Las cuchillas eran transparentes, levemente veteadas y facetadas por dentro.

Dennis se quedó boquiabierto.

—¡Son de piedra! —susurró—.

¡Algún tipo de gema, según creo! ¡Vaya, puede que incluso sean de un solo cristal!

Se quedó anonadado. No podía imaginar tecnología capaz de proporcionar semejante tipo de herramientas para un granjero. ¡Las que había junto a la puerta eran increíbles!

Pero ésa no fue la última sorpresa. Mientras estudiaba las herramientas, Dennis sintió una creciente sensación de extrañeza, pues aunque las herramientas mas apartadas de la puerta parecían también de piedra, eso era lo único que tenían en común con las hermosas hojas cercanas a la entrada.

Dennis parpadeó debido a la incongruencia. En la parte izquierda había otra hacha. ¡Y ésta bien podía haber salido de la Edad de Piedra!

El rudo mango de piedra había sido alisado en algunos sitios, pero en otros tenía aún trozos de corteza. La hoja parecía un simple pedazo de pedernal pulido y sujeto con tiras de cuero.

El resto de las herramientas encajaban entre estos extremos. Algunas eran inimaginablemente rudas. Otras, obviamente eran producto de una ciencia enormemente avanzada, diseñadas con la ayuda de ordenadores.

Tocó el hacha de pedernal, perdido en sus cavilaciones. Podía haber sido fabricada por la misma mano que había hecho el misterioso cuchillo que llevaba guardado en la mochila.

—Stivyung es el mejor practicador de esta zona —dijo una voz tras él.

Se volvió. Sumido en sus pensamientos, no había oído a tía Biss salir al porche.

La mujer le ofreció un cuenco y una cuchara, que él aceptó automáticamente. El humeante aroma despertó su apetito.

—¿Stivyung? —Repitió el nombre con dificultad—. ¿El padre del niño?

—Sí. Stivyung Sigel. Un buen hombre, sargento de los Exploradores Reales antes de casarse con mi hermana Surah. Su reputación como practicador fue su perdición. Eso y el hecho de que tiene la misma constitución que el barón, su peso y altura. Los hombres del barón vinieron por él esta mañana.

La mujer parecía pensar que lo que decía tenía sentido. Dennis no se atrevió a decirle lo contrario. De todas formas, gran parte de su confusión podía deberse al cerrado acento de la mujer.

—¿Qué hay de la madre del niño? —preguntó Dennis. Sopló sobre una cucharada de guiso. Estaba soso, pero comparado con las raciones de supervivencia que llevaba comiendo desde hacía una semana era una delicia.

Tía Biss se encogió de hombros.

—Cuando cogieron a Stivyung, Surah corrió a llamarme, luego recogió sus cosas y se marchó a las montañas. Quería pedir ayuda a los L´Toff. —Biss hizo una mueca—. Para lo que servirá eso.

Dennis empezaba a marearse con tantas referencias a cosas que no comprendía. ¿Quiénes eran los L´Toff? ¿Y qué demonios era un practicador?

En cuanto al arresto del padre del niño, Dennis comprendía que el orgullo de un granjero pudiera enemistarle con el jefazo local, ¿pero por qué iba Stivyung a ser detenido por tener la misma complexión que su señor? ¿Era eso un crimen allí?

—¿Está bien Tomosh?

—Sí. Quiere despedirse de usted antes de que se marche.

—De que me marche —repitió Dennis. Más o menos esperaba algún tipo de hospitalidad, como una cama de verdad y un poco de conversación sustanciosa, antes de irse a un asentamiento más grande. Las cosas no parecían estar demasiado tranquilas por allí. Quería averiguar quién hacía aquellos maravillosos artículos de alta tecnología y centrarse directamente en ese elemento de la sociedad, evitando a los barones Kremer de este mundo.

Tía Biss asintió firmemente.

—No tenemos sitio en mi casa. Y mi marido Bim va a cerrar esta empalizada mañana. Si quiere usted trabajo, lo encontrará en Zuslik.

Dennis contempló el cuenco. De pronto se sintió incapaz de soportar otra noche al aire libre. Incluso las gallinas cluecas le hacían sentir nostalgia del hogar.

Tía Biss guardó silencio un momento, luego suspiró.

—Oh, ¡qué demontres? Tomosh piensa que es usted un peregrino auténtico y no uno de esos charlatanes que a veces llegan del este. Supongo que no hará ningún daño si le dejo pasar la noche en el granero. Siempre que se comporte y prometa marcharse en paz por la mañana.

Dennis asintió rápidamente.

—Tal vez haya algo en lo que pueda ayudar…

Biss lo pensó.

Se dio la vuelta y cogió el hacha de pedernal del estante del porche.

—No creo que sirva de nada, pero puede cortar leña para el fuego.

Dennis cogió la ruda hacha, dubitativo.

—Bueno… supongo que podría intentarlo…

Contempló la hermosa hacha de gema junto a la puerta.

—Use ésta —recalcó Biss—. Querernos venderla rápido, ahora que Stivyung no está. Hay un montón de leños en la parte de atrás. Buena practica.

Hizo un gesto con la cabeza y se volvió para entrar.

Otra vez esa palabra. Dennis estaba seguro de que pasaba por alto algo importante. Pero consideró prudente no hacer más preguntas a la tía Biss.

Lo primero era lo primero, pues. Acabó con el guiso y dejó el cuenco limpio. Parecía el tipo de plato que se encuentra en las casas de toda la Tierra. Pero al examinarlo con atención, reparó en que el cuenco estaba hecho de madera, finísima y pulida a la perfección.

Si alguna vez logro arreglar el zievatrón, y si alguna vez empezamos a comerciar con esta cultura, podrán vendernos millones de estos platos. ¡Sus fábricas trabajarán sin parar!

Entonces recordó los animales de tiro arrastrando trineos que se deslizaban sin ruido a través de la noche.

¿Qué está pasando aquí.?

Tras dirigir una mirada apesadumbrada a la hermosa hacha de gema que había junto a la puerta, cogió resignado el hacha de cavernícola y se dirigió al montón de leña situado detrás de la casa.

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