3

WOREF PASÓ la pierna por sobre el semental y cayó a la arena. Detrás de él, cien de sus mejores soldados esperaban en caballos que corcoveaban y relinchaban de vez en cuando en el aire frío de la mañana. La víspera los había guiado el resplandor de luz en el cielo, acamparon al borde del Bosque Sur y se levantaron mientras aún estaba oscuro. Este quizás era el día que marcaba el inicio del final de los albinos.

El teniente que primero había localizado este campamento nunca se equivocaba… y acertó una vez más. Sin embargo, muchas veces habían estado en situaciones similares, con los albinos al alcance, solo para volver a casa con las manos vacías. Los del Círculo no peleaban, pero habían perfeccionado el arte de escapar.

Woref miró los cañones al frente. El humo azul de excremento calcinado de caballo era inconfundible. Soren había informado de un pequeño oasis al sur del campamento, apenas un centenar de árboles alrededor de uno de los estanques rojos envenenados, pero los albinos eran demasiado listos para usar algo de madera a menos que el árbol ya se hubiera caído. En vez de eso usaban combustible reciclado, como haría un encostrado. Se habían adaptado al desierto con la ayuda de Martyn. Con la ayuda de Johan.

A Woref le caían rizos colgando de la cabeza, que sacudió para retirarse uno del rostro. La verdad es que nunca le había agradado Martyn. Que desertara había sido muy adecuado. Mejor aún, había despejado el camino al ascenso de Woref. Ahora él era el cazador y Martyn la presa, al lado de Thomas. La recompensa por sus cabezas constituía una posibilidad emocionante.

– Muéstrame sus senderos de retirada -ordenó Woref.

– El cañón se parece a una caja -informó Soren poniendo una rodilla en tierra y dibujando en la arena-, pero tiene dos salidas, aquí y aquí. Una lleva al estanque, aquí; la otra al desierto abierto.

– ¿Cuántas mujeres y niños?

– Veinte o treinta. Aproximadamente la mitad.

– ¿Y estás seguro de que Thomas está entre ellos?

– Sí señor. Apostaría mi vida.

– Te podrías arrepentir -gruñó Woref-. Qurong está perdiendo la paciencia.

Mil o más disidentes que habían jurado no violencia no representaban amenaza para las hordas, pero la cantidad de deserciones de las hordas hacia que el Círculo pareciera como agua en la descostrada piel de Qurong. Él estaba convencido acerca de la erosión y el deterioro en la base de su poder. Thomas de Hunter lo había derrotado demasiadas veces en batalla como para tomar cualquier riesgo.

– Igual nosotros -asintió Soren inclinando la cabeza y luego añadió-. Señor.

Woref escupió a un lado. Todo el ejército sabía que la cabeza de Thomas de Hunter no era aquí la única en juego. Lo que no sabían era que la propia hija de Qurong, Chelise, también estaba en juego.

Mucho tiempo atrás el líder supremo había prometido dejar que su hija se casara una vez que las hordas conquistaran las selvas, pero cambió de opinión cuando Thomas escapó. Mientras Thomas de Hunter estuviera libre para dirigir una rebelión, Chelise permanecería soltera. Al inicio de esta campaña, en secreto, Qurong había jurado a Woref la mano de su hija, en espera de la captura de Thomas.

Woref se preguntaba a veces si Qurong solo protegía a su hija, quien había dejado en claro que no le interesaba casarse con ningún general, incluyendo a Woref. El rechazo de ella solo alimentaba el deseo de Woref. Si Qurong se la negaba esta vez, él mataría al líder y tomaría a Chelise por la fuerza.

– ¿No tienen ellos idea de nuestra cercanía? -preguntó.

– Ninguna señal de ello. No logro recordar una oportunidad tan prometedora como esta.

– Envía veinte a cubrir toda ruta de escape. Muerte para quien los alerte antes de que estemos listos. Atacamos en veinte minutos. Adelante.

Soren retrocedió y en silencio cumplió las órdenes.

Woref empuñó los dedos y luego los liberó. Extrañaba los días en que los guardianes del bosque peleaban como hombres. Su intrépido líder se había convertido en un ratón. Un pequeño grito y saldría corriendo por las rocas, donde las hordas tenían pocas probabilidades de encontrarlo. Los albinos seguían siendo mucho más veloces que los encostrados.

Woref había observado la batalla en la Brecha Natalga, cuando Thomas les había lanzado una lluvia de fuego con trueno que él llamara bombas. Desde entonces no las habían vuelto a usar, pero eso cambiaría una vez que tuvieran encadenado a Thomas. La batalla que precedió a esa aplastante derrota había sido de la mejor clase. Miles habían muerto en ambos lados. De acuerdo, muchos más miles de las hordas que de los guardianes del bosque, pero le habían pisado los talones a Thomas antes de que los barrancos aplastaran a las hordas.

Woref mató ese día a ocho de los guardianes. Aún recordaba cada golpe, en que cortara carne y hueso. El olor a sangre. Los gritos de dolor. Los ojos blancos de terror. Matanza. No había experiencia que se le comparara ni remotamente.

Sus órdenes eran traer vivo a Thomas, en parte por la información que el hábil líder podría comunicar y en parte porque Qurong quería hacer de él un ejemplo. Pero si le daba una excusa, Woref mataría al hombre. Thomas era responsable por la soledad que el encostrado había experimentado en los últimos trece meses… en realidad en los últimos tres años, incluso desde que Chelise se convirtiera en la mujer que era, tentando con su barbilla recta, su cabello largo y suelto y sus resplandecientes ojos grises a cualquier hombre con sangre en las venas. Él estaba seguro de que la iba a poseer. Pero no había esperado tanta demora.

Ásperamente, había objetado la decisión de Qurong de demorar el matrimonio de su hija después del ahogamiento de Justin. Si Martyn aún hubiera estado con ellos, la indiscreción de Woref esa noche le pudo haber costado la vida. Pero, en la confusión de tan drástico cambio, Qurong necesitaba una mano fuerte para mantener la paz. Woref había asumido el puesto de Martyn y lo cumplía sin falla. No había un encostrado vivo que no temiera su nombre.

– ¿Señor?

Soren se le acercó, pero Woref no lo reconoció, y contuvo un arrebato de ira. ¿ Te dije que vinieras? No, pero viniste de todos modos. Un día nadie se atreverá a acercarse sin mi permiso.

– Ya salieron, como usted ordenó.

Woref volvió a su caballo, levantó la bota hasta el estribo, hizo una pausa para permitir que le pasara el dolor en las articulaciones y luego montó. Los albinos afirmaban no tener ningún dolor. Eso era mentira.

– Di a los hombres que ejecutaremos a uno de ellos por cada albino que escape -declaró.

– ¿Y a cuántos de los albinos matamos?

– Solo a tantos como sea necesario para capturar a Thomas. Son más útiles vivos.

Загрузка...