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EL GUARDIA abrió la puerta que conducía al calabozo mientras Woref aún estaba a más de tres metros de distancia. Cincuenta antorchas resplandecían en la medianoche, iluminando el perímetro de la estructura y el sendero hacia la única entrada. Si los albinos vinieran ahora por Thomas deberían enfrentar a más de trescientos de los mejores guerreros de las hordas. Aun así, no había manera de entrar a la celda de Thomas, Woref tenía la única llave, y ninguna clase de pólvora que los guardianes del bosque usaran una vez haría volar los barrotes.

El general se detuvo bajo el grueso dintel de la puerta y descendió el largo tramo de escaleras, el guardia detrás de él.

– Espere aquí -ordenó, agarrando una antorcha; recorrió el estrecho corredor, pisando fuerte sobre el suelo de piedra.

Había un terrible riesgo en este plan que se le ocurrió, pero en el momento en que Chelise había pronunciado esas palabras, Perdóname, mi amor, perdóname, Woref juró hacerla cambiar. O matarla.

Thomas ya no le preocupaba. Lo utilizarían, lo destrozarían, lo ahogarían. Nada de eso cambiaría nada. El amor de su novia era lo único que importaba ahora. Comprendió que todo su propósito de vida estaba dirigido hacia este día. Toda su vida se reduciría a ganar y perder amor.

Con el tiempo podría persuadir a Chelise para que se sometiera a él. ^ro mientras esta amara a Thomas, el afecto de ella estaría comprometido. Y si mataba ahora al albino, solamente conseguiría que él viviera en la mente de ella, persiguiendo a Woref por siempre.

No podía matar a Thomas. No todavía.

Pero podía usar al albino para asegurar el amor de Chelise. Woref descendió rápidamente y con ansiedad el segundo tramo de escalones. Ciphus había aprobado el plan por sus propios motivos, concretamente para salvarle la vida a Chelise. Si ella rechazaba públicamente a Thomas y abiertamente aceptaba a Woref, estaría resuelto el asunto del corazón de la joven.

El general oyó que el prisionero arrastraba los pies en medio de su celda. ¿Esperando tal vez otro vislumbre de su querido amor? Tú y los de tu ciase son lo peor que la vida tiene para ofrecer. Y cuando haya terminado de avasallarte bajo mis pies dedicaré mi vida a acabar con los demás.

Thomas se hallaba en medio de la celda, mirando expectante cuando Woref se detuvo detrás de los barrotes. Su mirada se dirigió a la derecha de Woref, luego regresó al ver que el corredor estaba vacío.

Woref caminó de un lado al otro, principalmente para sofocar su impulso de abrir la puerta y matar al hombre allí mismo. Parpadeó para quitarse el sudor que se le filtraba a los ojos.

– Tú y tu precioso Círculo están acabados, Thomas. Estoy seguro de que ahora comprendes eso -expresó Woref; el albino solamente lo miró-. El problema es que malinterpretas sentimientos enfocados simplemente en satisfacción personal. Afecto, lealtad, amor. Tus amigos vendrán a ayudarte, ligados por el honor, pero solo hallarán sus propias muertes. Usaremos esa equivocada sensación del deber para nuestro beneficio.

Aún no hubo reacción.

– No puedes salvar a tus amigos, pero puedes salvar a Chelise.

A Thomas se le movieron los ojos.

– La amas. Puedo ver eso -expresó Woref sintiendo náuseas por sus propias palabras, pero continuó-. Y si la amas, me gustaría creer que te interesaría salvarle la vida.

– La amo -manifestó por fin el albino-. Más que a mi vida.

– ¡No me interesa tu vida! -bramó Woref; luego se calmó-. ¿Sabes qué precio pagará ella por este sentimiento herético al que la arrastraste? La has sentenciado a muerte. Es nuestra ley.

– Qurong no matará a su propia hija. Ella no admitirá abiertamente su amor por mí. Y su padre la creerá antes que a ti.

– ¡Entonces la mataré! -vociferó Woref mientras temblaba, pero no 1£ importó; dejaría que el chacal supiera la verdad-. Solo el mismo Elyon sabe cuán desesperadamente necesito a esta mujer. Si ella no me ama, entonces no amará a ningún hombre. Le arrancaré la lengua y se la tiraré a los perros.

Temor recorrió lentamente por el rostro del albino.

– No lo harás -dijo-. Estás demasiado obsesionado con tu propia vida para arriesgarla.

– Lo haré. Hay maneras de matar que no se pueden rastrear. Te puedo asegurar que la muerte de Chelise será brutal.

La boca de Thomas se movió hacia abajo y comenzó a temblar. Su respiración era leve.

– Sabes que soy capaz de esto. Es más, sabes que me encantaría hacerlo-continuó Woref, sonriendo.

Ahora Woref podía oír en el estrecho corredor la respiración de los dos, fuerte e irregular. Lo que estaba diciendo había abatido la mente de Thomas. El general no había esperado sentir tanto placer.

– Si Chelise aún te ama dentro de tres días, morirá. Solo tú puedes salvarle la vida. He dispuesto que pases tiempo con ella en la mañana. Nadie lo sabrá. Te daré esta oportunidad única para cambiarle la mente y el corazón.

Las palabras del individuo flotaron en el aire entre ellos. Y su significado surtió el efecto buscado. De los ojos del albino brotaron lágrimas que le bajaron por las mejillas. Se le contrajo el rostro. Lentamente levantó las dos manos, se agarró el cabello, y comenzó a llorar en silencio.

Woref sonrió.

No había nada más que decir, pero él estaba petrificado por esta escena de tan terrible tristeza. Thomas amaba tanto a la mujer como se amaba a sí mismo. ¿Y qué podría decir el albino? Nada. Estaba ridiculizado. Atrapado.

Tendría que hallar una manera de convencer a Chelise de que él ya no la amaba.

– Estaré escuchando y observando. No creas que me puedes engañar – declaró Woref, se volvió y se alejó de la celda.

Cuando Woref se hallaba en la mitad del segundo corredor comenzaron los sollozos del albino.

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