25

THOMAS CAMINÓ en círculos alrededor de Johan, extrayendo a su amigo información respecto de Carlos. Pero esta primera experiencia había sido tan impactante que la mayor parte de la información fue desplazada por la cruda vivencia de vivir indirectamente a través de otra mente. Habían estado en ello por media hora. Aparte de la insistencia de Johan en que Carlos no sabía nada acerca del libro en blanco, y de sus repetidas exclamaciones sobre lo increíble del sueño en que había estado, no llegaron a ninguna conclusión. Con cada minuto que pasaba se deterioraba más el recuerdo en Johan.

– Sí, sí, lo sé -coincidió Thomas-. Indescriptible. Pero lo que debo averiguar es si Fortier pretende llevar a cabo el intercambio, antivirus por armas, como convino.

– No.

– ¿No? Dijiste…

– Quiero decir sí -corrigió Johan-. El intercambio sí, pero el antivirus que recibirás no será eficaz. Creo. ¿Tiene algún sentido?

– Sí. ¿Estás seguro?

– Bastante -afirmó Johan, parpadeando-. ¿Así que en este mismo instante tú, este otro Thomas, estás durmiendo en este palacio llamado la Casa Blanca? Estás soñando contigo mismo. Peto Carlos no está soñando conmigo. Soy real.

– Yo también lo soy -objetó Thomas haciendo un gesto con la mano-. No trates de entenderlo. Háblame de los planes de Carlos. ¿Crees que se le puede cambiar?

– Quizás. Él fue sensible a mis sugerencias. De inmediato, en realidad. Especialmente si él fuera a venir aquí como yo, del modo que sugieres. Ya ha tenido ideas místicas. Y hay algo acerca de un libro de nombres. El francés está planeando algo que nadie espera.

– ¿Ah sí? ¿Y esperaste tanto tiempo para decírmelo? ¿Qué?

– Se me acaba de ocurrir. Y no estoy seguro de qué se trata. Algo con la gente a la que planea darle el antivirus. No es lo que todo el mundo cree Muchos menos.

– ¡Yo lo sabía! -exclamó Thomas, escupiendo-. ¡Está faroleando! Así es, ¿verdad?

– Creo que sí. Svensson es la clave. No sé por qué, pero Carlos estaba pensando en él.

– No recuerdo que Rachelle fuera así de olvidadiza cuando soñó – comentó Thomas.

– Mi pericia es la batalla, no los sueños.

– Eres absolutamente igual de listo de lo que era ella. Solo que te está distrayendo tu propio entusiasmo. Como un niño obsesionado por un paseo.

– ¡Fue un paseo de locura! -exclamó Johan riendo-. Nunca lo habría creído de no haberlo experimentado en persona. Quiero regresar.

– Solo recuerda, ahora que no tienes ninguna duda de tu conexión con Carlos, que el destino de él muy bien podría ser el tuyo. Debemos tener mucho cuidado. Si Carlos se descuida y muestra su juego, ellos intentarán…

El sonido de cascos de caballos sobre las rocas captó su atención. Cuatro caballos trotaban a la vuelta de la esquina. Caín y Stephen. Un albino a quien Thomas no reconoció. Y un encostrado.

¿Un encostrado?

– Los encontramos en lo alto de los barrancos -anunció Caín, adelantando su caballo-. Qurong los envía con un mensaje.

Al instante Thomas abandonó todo pensamiento de Johan y Carlos. El encostrado se hallaba vestido con los cueros de guerrero, pero no llevaba armas.

– Este es Simion -informó Caín, refiriéndose al albino, y desmontó. Se lo llevaron cautivo hace varios meses y lo han tenido cautivo en los calabozos más profundos.

Thomas corrió hacia el flacucho hombre y lo ayudó a bajar del caballo. Le apretó los brazos en saludo.

– Gracias a Elyon. No sabíamos dónde encontrarte. ¿Hay otros? -le preguntó, luego se volvió hacia Johan-. Un poco de fruta y agua, rápido. Simion sonrió. Había perdido un diente y Thomas comprendió que probablemente se lo había arrancado una bota o un puño.

– Siéntate, siéntate -le ayudó a sentarse-. ¿Hay otros?

– Solo yo -contestó Simion en voz baja.

– Ayuden a nuestro invitado a bajar del caballo y denle un poco de fruta -declaró Thomas mirando al encostrado, quien observaba cautelosamente.

– Desmonte -ordenó William.

– Estoy desarmado -advirtió el encostrado bajando con cautela-. Mi único propósito es llevar su respuesta de vuelta a mi comandante, Woref.

– ¿Y qué es lo que quiere Woref? -inquirió Thomas.

El encostrado miró a Simion, quien se paró de modo inseguro.

– Qurong ha emitido un decreto -contestó Simion.

Mikil dio un paso adelante y le ofreció la mano al hombre. Él la rechazó con un gesto de la mano.

– Qurong ha declarado que, a menos que Thomas de Hunter vuelva a su cautiverio dentro de tres días, ahogará a su hija, Chelise, por traición.

Ninguno habló. A Thomas le daba vueltas la cabeza. Chelise no era más culpable de traición que…

Ella lo había dejado soñar.

– ¿Ahogaría él a su propia hija? -preguntó, mirando a Johan. -Le aseguro que lo hará -insistió el encostrado.

– ¿Qué asunto de traición es este? -inquirió Johan con el ceño fruncido.

– Él no lo dijo -terció Simion-. Solo dijo que Thomas de Hunter lo sabría.

Ellos lo miraron.

Chelise me dejó soñar -confesó él distraídamente-. Seguramente ningún hombre, ni siquiera Qurong, mataría a su propia hija por permitirle 0tlar a un prisionero.

– No -declaró Johan-. Estoy de acuerdo; debe de haber más. Esto es obra de Woref.

– Pero ¿por qué iban ellos a creer que una demanda tan absurda nos iría a preocupar? -exigió saber William. Thomas lo supo de inmediato.

– Caín. Stephen. Quédense en compañía de nuestros huéspedes -, ordenó; halló la mirada de Suzan-. Convoco un consejo.

– ¿Para qué? -cuestionó William-. Este es un asunto sencillo.

– Entonces nuestra reunión será corta. La vida de una mujer está en juego. No rechazaremos el asunto sin la adecuada consideración.

Les dio la espalda y caminó por el cañón, rodeó una curva y llegó a una franja de arena descubierta sombreada por los elevados barrancos. Emociones en conflicto se le revolvían en el pecho.

Se pasó una mano por el cabello y caminó de un lado al otro. No tenía por qué sentirse tan preocupado por esta mujer. Chelise. Una mujer a quien apenas conocía. Una mujer que había mostrado desprecio por las tribus y que era cómplice en la cacería de ellas. ¡La propia hija de Qurong! Los demás nunca entenderían.

– Si no te conociera mejor -comentó William detrás de él-. Diría que sentiste algo por esta mujer.

Thomas los miró. Estaban en un círculo alrededor de él: Johan, William, Mikil, Jamous y Suzan.

– Mis sentimientos por ella no son diferentes de los sentimientos de Justin por ti, William. Ella es su creación tanto como tú.

William pareció quedarse sin argumentos.

– ¿Estás considerando de veras la demanda de Qurong?

– ¿De qué sirve un consejo si no discutimos nuestras opciones? -gritó Thomas-. Tú ya tomaste una decisión… así no es como lo hacemos.

Los demás se pararon ante el eco de la voz de Thomas.

– Tiene razón -opinó Suzan-. Está en juego la vida de una mujer.

– La vida de una encostrada.

– Suzan tiene razón -intervino Mikil-. Aunque tiendo a coincidir con William acerca de la vida de un encostrado, deberíamos escuchar a Thomas. Todos fuimos encostrados una vez.

Ella se sentó. Los demás hicieron lo mismo. Mucho tiempo atrás decidieron que sentarse era la posición preferida si era probable que estallara una discusión.

– Elyon, solicitamos tu mente -expresó Mikil en la manera acostumbrada-. Permítenos verte.

– Así sea -contestaron los demás al unísono.

– Perdóname por mi respuesta impulsiva -pidió William, respirando para calmarse-. Estoy impaciente por regresar a la tribu. Ellos son vulnerables sin nosotros.

Luego respiró más hondo.

– Tienes razón, Mikil. Una vez nosotros mismos fuimos encostrados. Pero arriesgar la vida de Thomas por la hija de Qurong, quien seguirá viviendo en desobediencia a Elyon, no solo es poco sensato sino que podría ser inmoral.

– Tal vez Thomas debería explicarse primero -expuso Suzan.

Lo miraron con expectación. ¿Qué se suponía que él dijera? ¿Creo que me he enamorado de una princesa encostrada? Lo inesperado del pensamiento lo horrorizó. No. No debía decir nada en absoluto acerca de amor.

– Quiero dejar en claro que no me he enamorado de una princesa encostrada -manifestó, y luego carraspeó-. Pero admitiré que se ganó mi confianza mientras estuve con ella en la biblioteca.

– ¿Confianza? -indagó Johan-. Yo no confiaría en ninguna hija de Qurong.

– Llámalo empatía entonces -expresó bruscamente Thomas-. No puedo explicar cómo me siento, solo que lo hago. Ella no merece su propio engaño.

– Pero es de ella misma -objetó Mikil-. Todos somos libres de tomar una decisión, y ella tomó la suya.

– Eso no significa que no pueda elegir de manera distinta. Ella es una Persona, ¡como cualquiera de nosotros!

La afirmación resonó muy fuerte por el pequeño cañón.

– No, Thomas, ella no es como cualquiera de nosotros -cuestionó William-. Es una encostrada. Nunca habría creído que oiría de ti estas Palabras. Tus emociones están nublando tu juicio. ¡Cálmate, amigo!

– ¿Y las emociones de Justin? -preguntó Suzan-. ¿No fue su amor lo que lo llevó a su propio ahogamiento?

Varios hablaron a la vez y sus palabras fueron todo un revoltijo para Thomas. Como sus propios sentimientos. No estaba seguro de qué sentía Las emociones no eran confiables; todos ellos lo sabían. Por otra parte Suzan hizo una buena pregunta. ¿Cómo vería esto Justin?

Él levantó una mano para que hicieran silencio. Los demás se callaron.

– Si Ronin estuviera aquí, aceptaríamos su juicio. Admito que me duele pensar en la muerte de esta mujer, pero aceptaré el juicio de este consejo. No tengo más argumento que mis propias emociones, las cuales he expresado. William, explica tu doctrina.

– Gracias -contestó William con una inclinación de cabeza-. Tengo tres puntos que nos guiarán. Uno, en cuanto a la pregunta de Suzan respecto de las emociones de Justin, se dice que Elyon está enfermo de amor por su novia. Todos sabemos esto. También sabemos que nosotros, el Círculo, somos su novia. Él nos lo dijo en el desierto. Las hordas no son su novia.

Él miró alrededor, no recibió ninguna objeción, y continuó.

– Dos, la enfermedad, que solo se puede limpiar por medio del ahogamiento, es una ofensa a Elyon. Algunos afirman que todo lo que un encostrado toca es inmundo, aunque yo no iría tan lejos. Pero no hay duda de que un encostrado es inmundo. Aceptar a tan desgraciada criatura que ha adoptado la inmundicia es abrazar la inmundicia misma.

– Justin me abrazó cuando yo era un encostrado -objetó Johan.

– Eso fue antes de que el ahogamiento estuviera disponible. Es más, por eso es que él proveyó el ahogamiento, para que pudiéramos curar la enfermedad. ¿Estás diciendo que no hay ninguna diferencia en que estemo5 limpios o no? Él no habría llegado tan lejos si no hubiera diferencia.

Había algo de lógica en el argumento de William, pero no le sentaba bien a Thomas. Él no confió en sí mismo para hablar.

– Él odia la enfermedad -intervino Suzan-, pero no al hombre o la mujer debajo de esa enfermedad.

– ¿Es por eso que el libro establece que Justin quemará toda rama que no permanece en él y que no lleva fruto? -preguntó William-. Yo soy la vid y ustedes son las ramas, pero veamos qué le sucede a aquellas ramas que no llevan fruto. Eso los acalló.

– Y finalmente, si esto no basta, piensen en la ira de Elyon contra quienes lo rechazan. ¿Te cambiarías por Teeleh, Thomas? ¿O por un shataiki? Están los encostrados menos engañados que ellos? Yo diría que entregarte a alguna encostrada, o por ella, no es menos ofensivo que proteger a un shataiki, y eso invocaría la ira de Elyon.

El argumento era tan ofensivo que ninguno de ellos pareció absorberlo adecuadamente. En vez de encontrar algo de ánimo para hacer lo que Thomas ahora sabía que se debía hacer, sintió que su desesperación se profundizaba. Pudo sentir el pulso en sus oídos.

– Todos ustedes saben que discrepo de William -manifestó Johan-. En el último consejo sostuve que deberíamos aceptar a las hordas haciéndonos más como ellas. Pero esto es distinto. El Círculo te necesita, Thomas. Tu tribu te necesita. A través de tu liderazgo llegarán al Círculo muchos más de las hordas que esta sola mujer.

Thomas miró a los otros. Mikil permaneció en silencio, igual que Jamous. Ni siquiera Suzan objetó la afirmación de Johan.

– ¿Es esta la decisión del consejo?

Nadie dijo nada.

– Que así sea -contestó él poniéndose de pie.

Se alejó de ellos, rodeó la esquina y fue hacia el encostrado que esperaba.

– ¡Thomas! Por favor, ella es una encostrada, por el amor de Dios- exclamó Mikil corriendo a alcanzarlo; luego susurró-. Renuncia al asunto.

– ¡Estoy renunciando! -afirmó con brusquedad.

Se detuvo frente al encostrado.

Vaya y dígale a su general que Thomas de Hunter no aceptará más sus ridículas condiciones de que él beberá su propia sangre -le informó; lo menos que podía hacer por Chelise era enviarle a Qurong un claro mensaje de que despreciaba a su hija-. Y dígale a Qurong que lo que haga con su ')a es asunto suyo. Ahora váyase.

El encostrado titubeó, luego montó rápidamente, hizo girar su caballo y salió al galope por el cañón.

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