12

CINCO ENCOSTRADOS totalmente armados introdujeron a Thomas al Thrall por una entrada trasera. Toda la estructura fue construida pensando en el Thrall original. Al no tener madera colorida, Ciphus había usado barro, que luego cubrió con paja seca… al estilo de las hordas. El enorme piso circular en el auditorio en cúpula era verde, también trabajado en paja seca en vez de la resina brillante que en otro tiempo moldearon las manos de hombres inocentes. Cientos de adoradores yacían postrados alrededor de la circunferencia, con solo las cabezas y las manos en el círculo verde.

Era como si estuvieran rindiendo homenaje a este lago verde.

La orientación principal del Thrall original era la enorme estatua de la serpiente alada, la cual se hallaba en lo alto de la cúpula. Una réplica más pequeña colgaba de la cima interior.

Este era el Thrall de Teeleh.

Thomas fue obligado a atravesar el auditorio, entrar a un pasillo y luego a una oficina lateral, donde se hallaba un solo hombre encapuchado con la espalda hacia la puerta, mirando por una ventana pequeña. La puerta se cerró detrás de Thomas.

Permaneció encadenado ante una gran tabla de madera, a la que se Podría llamar escritorio, bordeada a cada lado con estatuas de bronce de la serpiente alada. Ardían velas en dos grandes candeleros, cuyo grasiento humo se elevaba al techo.

El hombre se volvió lentamente. El primer pensamiento de Thomas fue que Ciphus se había convertido en fantasma. El polvo en su rostro era tan blanco como la túnica blanco que usaba, y sus ojos solo un tono más oscuro.

El sumo sacerdote lo miró como un felino, sin emoción, los brazos cruzados dentro de mangas cubiertas que le ocultaban las manos.

– Hola, Thomas.

– Ciphus -contestó Thomas inclinando levemente la cabeza-. Qué bueno verte, viejo amigo.

El sumo sacerdote únicamente lo miró por largo rato y Thomas no quiso volver a hablar. Con determinación jugaría y ganaría este juego.

Ciphus fue hacia un elevado frasco sobre su escritorio y le agarró el delgado cuello con sus largos dedos blancos. Usaba el mismo polvo que utilizaran Chelise y su madre, reflexionó Thomas. La piel rajada aún se veía debajo, pero no en la misma forma escamosa que caracterizaba a los llene de costras.

– ¿Bebes? -preguntó el sacerdote vertiendo un líquido verde en un cáliz.

– No, gracias.

– ¿Estás seguro? Es jugo de fruta.

– Tenemos fruta, Ciphus. ¿La has probado?

– ¿Tus semillas amargas? Que prefieras eso debería ser la primera señal de que has perdido tu juicio. Las aves y los animales comen ansiosamente semillas amargas. Igual tú -declaró, y sorbió el jugo de fruta.

– ¿Sanan también a los animales las semillas que ellos se comen? – inquirió Thomas.

– No. Pero los animales no practican brujería. La cuál es la única clara indicación de que ustedes en realidad no son animales. ¿Qué son entonces Thomas? Es claro que ya no son humanos; una mirada a tu carne es suficiente prueba. Y en realidad no eres un animal como aseguran otros. ¿Que eres entonces? ¿Um? ¿Nada más que un enemigo de Elyon?

– Somos seguidores de Justin, quien es Elyon.

– Por favor, no aquí -expresó Ciphus con labios demacrados' Estamos en su templo; no permitiré que profieras aquí tal blasfemia. El encostrado bajó con cuidado la copa.

– Solicitaste una audiencia. Supongo que pretendes suplicar por ^ vida. Cuando tienes la espada me desafías a mí y a mi consejo, y ahora gas a mis pies cuando te tengo en cadenas, ¿es así?

– No eres tú quien me tiene en cadenas, sino Qurong.

– ¿Y dónde está Justin ahora? Yo habría creído que vendría galopando sobre un caballo blanco y trazaría en la arena una línea que te protegiera.

– No puedes seguir fingiendo que no ocurrió nada cuando lo mataste, Ciphus.

– ¡Martyn lo mató! -exclamó bruscamente el hombre-. ¡Lo mató tu precioso Johan!

– Y tú se lo permitiste. Johan ha encontrado nueva vida. Tú aún vives en tu muerte.

– Te equivocas. La muerte de Justin demuestra que estás equivocado. Solo un bobalicón podría alguna vez estar convencido de que Elyon moriría. O que podría morir, en realidad. Vives en esta tonta condición tuya debido a tu necedad en seguir la payasada de Justin. Es el juicio de Teeleh contra ti.

– ¿El juicio de Teeleh?

– No trates de engañarme -contestó bruscamente Ciphus-. Elyon te ha juzgado.

– Dijiste el juicio de Teeleh.

– Yo nunca expresaría ese nombre en el lugar santo. No pongas palabras en mi boca.

Él no se había oído. No solo estaba ciego a la verdad; estaba sordo. Un hombre a quién compadecer, no odiar.

– Justin está vivo, Ciphus. Un día, tarde o temprano, verás eso. Él no descansará hasta que su novia regrese a él.

– ¿De qué tonterías estás hablando? ¿Qué novia?

Así es como él nos llama. Tú. Cualquiera que le acepte la invitación al Gran Romance.

– ¿Ahogándose? ¡Qué absurdo!

– Muriendo a esta enfermedad que cuelga de tu piel y te ciega los ojos. Hallando una nueva vida con él.

Ciphus frunció el ceño y caminó a lo largo del escritorio, con las manos en la espalda.

– ¿Cómo volviste color café el lago? -preguntó Thomas. Drenamos el agua profanada y llenamos el lago con el agua del manantial. Debimos volver al Gran Romance; seguro que lo entiendes. La gente estuvo dos semanas sin bañarse, y solo fue por la gracia de Elyon que no nos castigó por nuestra indiscreción. Una indiscreción que fue tuya, te lo podría recordar.

– Así que todo volvió aquí a la normalidad. Bañar una enfermedad que permanece.

– La enfermedad está en la mente, no en la piel, necio. Esta última se manifiesta en la secta de ustedes. ¿Cómo la llaman? ¿El Círculo?

– Representa el círculo del matrimonio.

– ¿Así que ustedes están casados con Elyon?

– En cierto modo, sí.

– ¿Y cuál es ese modo?

– En el mismo modo en que él es un león, un cordero, un niño o Justin.

Ciphus cerró los ojos y respiró hondo.

– Elyon, dame fuerzas. Puedo ver que insistirás en morir, Thomas. Yo había esperado poderte ayudar a ver con sensatez. De veras. El líder supremo me escucha, tú lo sabes. Yo podría haberlo hecho cambiar.

– Y aún puedes.

– Ahora no. No con tu corazón obstinado.

– No estoy sugiriendo que lo cambies por mi bien -expuso Thomas-, sino por el tuyo.

– ¿Um? ¿Es eso cierto? Yo, podría decirse el ser vivo más poderoso en el mundo, ¿necesito tu ayuda? Qué benévolo de tu parte.

– Sí. En todo esto de edificar con barro y chapotear en tu nuevo lago, quizás se te escapó un punto.

– Adelante -incitó Ciphus mirándolo.

– No eres el hombre más poderoso del mundo, aunque podría decirse que deberías serlo. Por desgracia eres un simple títere de Qurong.

– ¡Tonterías!

– Te tolera como asunto de conveniencia. Sus motivos son meramente políticos.

– ¡Esta plática te hará ganar una ejecución!

– Ya me gané la ejecución. Sin duda ves lo que estoy diciendo, Ciphus. Acabo de venir del castillo de Qurong. Él no tiene ni pizca de interés en el Gran Romance. Sabe que someter a su gente a un poder superior solo fortalecerá su poder sobre ellos. Te está utilizando para controlar a su pueblo.

– Siempre ha habido una tensión entre política y religión, ¿de acuerdo?

– objetó Ciphus-. Cuando pensabas correctamente, ¿te seguía la gente a ti, o a mí?

– Seguíamos a Elyon. ¡El Gran Romance siempre fue primero! Y ahora has permitido que el monstruo del castillo te ponga en ridículo sometiéndote a sus pies.

Ciphus se quedó inmóvil mientras Thomas hablaba, quizás tanto con temor de que lo oyeran como de que le hubiera tocado alguna fibra. Thomas debía andarse con cuidado.

– ¿No? -siguió presionando-. Entonces considera esto: cuando decidiste permitir la ejecución de Justin, yo estaba impotente para detenerte. Tu palabra estaba por sobre la mía. Pero si ahora le dices a Qurong que el consejo ha decidido que es necesario derribar su castillo, ¿lo haría él? Creo que en vez de eso derribaría tu Thrall.

– Esto es una charla de tontos. Para mí es un gran privilegio servir al pueblo…

– Quieres decir a Qurong. Eres esclavo de él, Ciphus. Hasta tus ojos ciegos pueden ver eso.

– ¿Y crees que eso se puede cambiar? -gritó el sacerdote golpeando la mesa con el puño.

– Bien -asintió Thomas exhalando-. Entonces lo ves. Elyon no será juguete de ningún hombre, ni siquiera de Qurong. ¿Cómo te atreves a dejarle hacer del Gran Romance su herramienta? Ha reducido tu gran religión a nada más que ataduras para utilizar la voluntad de su pueblo. Él hace una burla de Elyon. Y de ti.

– ¡Basta! -exclamó Ciphus; el hombre había recuperado el control de S1 mismo; contrajo la mandíbula y cruzó los brazos-. Esto no tiene sentido. Creo que se te acabó tu tiempo. Sí -asintió Thomas. Ciphus miró momentáneamente desprevenido por la rápida afirmación e Thomas. Inclinó la cabeza.

– Sí, yo podría tener una manera de cambiar el desequilibrio del poder entre tú y Qurong.

Los ojos del sacerdote giraron abruptamente hacia la puerta. Parpadeó a toda prisa.

– Debes salir antes de que me hagas ahogar también.

– Exactamente. Qurong ahogará al sumo sacerdote solo por hablar contra él. Él lo ha tergiversado. Tú deberías tener el poder de ahogarlo p0t hablar en contra del Gran Romance.

Ciphus no estaba dispuesto a capitular. Él sabía lo peligrosa que era esta conversación, porque sabía que Thomas decía la verdad. Ciphus servía a Qurong. Debía ver la salida a esto antes de insinuar ningún acuerdo.

– Los libros de historia tienen un poder que está detrás de Qurong – continuó Thomas en voz baja-. Estos libros santos podrían restaurar el poder del Gran Romance en su justo lugar. Políticamente hablando. Y con ello, a ti.

– Entonces no lo sabes, ¿verdad? -objetó Ciphus con una sonrisa irónica retorciéndole los labios-. Los libros de historia, que buscabas con tanta desesperación, no son legibles. Aquí falló tu treta.

– Te equivocas. Son legibles y puedo interpretarlos.

– ¿De verdad? ¿Has visto alguna vez uno de los libros?

– Sí. Y pude leerlo como si yo mismo lo hubiera escrito.

La sonrisa se desvaneció.

– También sé que hay libros en blanco. Estos contienen un poder que cambiaría todo. Y sé cómo usarlos.

– ¿Cómo sabes respecto de los libros en blanco?

Thomas había supuesto que eran más; ahora lo sabía.

– Sé más de lo que posiblemente puedes imaginar. Mi interés en lo* libros de historias no es tan frívolo como crees. Ahora nos podrían salvar la vida.

– No comprendes cuan atrevidas son estas afirmaciones -objetó Ciphus después de volver a agarrar la copa y beber.

– No tengo nada que perder. Y con lo que propondré, tampoco tú. El hombre vació la copa y la bajó, negándose a hacer contacto visual-¿De qué se trata?

De que me lleves a los libros de historia y me dejes demostrarte su der.

Qurong no lo permitiría. Y si lo hiciera, ¿cómo sé que no usarías este poder contra mí?

– Los libros contienen verdad. No puedo usar la verdad contra la verdad.

Tú representas la verdad, ¿no es así? ¿He lastimado a algún hombre desde la muerte de Justin? Soy alguien confiable, Ciphus, demente o no.

– Qurong no lo permitirá -expresó el sacerdote mirándolo con cautela.

– Creo que lo hará si se formula adecuadamente la solicitud. Es asunto del Gran Romance. ¿Pero necesitas su permiso?

Un rayo de luz cruzó los ojos del sacerdote. Caminó de un lado al otro, acariciándose el mentón.

– ¿Estás seguro de que puedes interpretar los libros?

– Seguro. Y tengo la seguridad de que no tienes nada que perder al probarme. Si me equivoco, simplemente me devolverás al calabozo. Si no puedo demostrar el poder, harás lo mismo. Pero si tengo razón, juntos cambiaremos la historia.

– ¿Y por qué quieres cambiar la historia conmigo?

– No necesariamente. Quiero vivir. Ese es mi precio. Si tengo razón, garantizarás mi sobrevivencia y la de mis amigos.

Thomas era consciente de que Ciphus probablemente no podría garantizar, o no garantizaría, tal cosa. También era consciente de que quizás no había ningún poder para mostrar a Ciphus. Usar uno de los libros en blanco podría cambiar las cosas en la otra realidad, de por sí una buena razón para ejecutar este plan, pero los libros serían inútiles aquí.

No importaba. Estos no eran los objetivos principales de Thomas. Él seguía otro hilo. Uno muy delgado, de acuerdo, pero al fin y al cabo un hilo.

Incluso si me equivoco respecto del poder, la capacidad de interpretar 05 libros de historia ofrecerá un nuevo poder en sí mismo. ¿Puedes entonces enseñarme a leerlos?

No has estado escuchando -respondió Thomas sonriendo-. No enes idea de lo que tienes en tus manos, ¿verdad? Soy tu sendero hacia el que está exactamente ante ti.

Ciphus levantó su copa, bebió lo último del jugo de fruta, la bajó finalmente y se dirigió a la puerta.

– Vamos entonces.

– ¿Ahora?

– ¿Qué mejor momento? Tienes razón; no necesito permiso de Qurong. Tengo acceso a la biblioteca. Diré que te estoy llevando allá para sacarte una confesión completa e interrogarte sobre varios escritos que he hallado de tu Círculo.

– Solo te mostraré lo que sé con una condición.

– Sí, lo sé. Tu vida. Primero los libros.

– No, otra condición. Insisto en que esté presente una tercera parte.

– ¿Por qué diablos?

– Mi protección. Quiero una parte que atestigüe nuestro acuerdo. Alguien que esté desconectado de tu propia autoridad pero que tenga suficiente autoridad para corroborar.

– ¡Imposible! ¡Equivaldría a contarle a Qurong que estoy obrando contra él!

– Escoge entonces a alguien que desee ver develados los libros de historia tanto como tú. Sin duda hay alguien a quien Qurong respete tanto para escucharle en caso de que te vuelvas contra mí, pero que no represente una amenaza para ti.

– No lo veo. Si muestras este poder a alguien más, ¿qué valor tiene para mí?

– No le mostraré el poder. Solo demostraré que puedo interpretar los libros. Esto será suficiente para esta persona. ¿Qué tal la esposa de Qurong?

– Patricia. Ella simplemente me hundiría un cuchillo en el estómago tan pronto como me bañe en el lago.

– ¿Quién entonces está obsesionado con las historias?

– El bibliotecario, Christoph. Pero él apenas es mejor. No veo el valor de esta absurda exigencia. Si debo confiar en ti, entonces tú debes confiar en mí.

– Tú tienes motivos para confiar en mí. Mis acciones nunca te han debilitado. Yo, por otra parte, tengo bastantes razones para dudar de ti.

– Entonces no tenemos acuerdo -objetó Ciphus devolviéndose a su escritorio a grandes zancadas.

– Sin duda, habrá alguien en la corte real que tenga bastante interés en las historias para inclinar un poco las reglas.

– La corte real es una comunidad muy pequeña. Está su esposa, su hija y -Ciphus se interrumpió y miró a Thomas-. Su hija está bastante obsesionada con las historias.

– ¿La que se va a casar con Woref? Chelise. Bueno, no me importa la persona mientras sea imparcial y tenga amor por los libros. No hay riesgo para ti. No le diremos que pretendes derrocar a su padre, solo que has acordado llevar mi caso a Qurong si puedo de veras revelar el conocimiento contenido en los libros. Por consideración a Qurong, te niegas a molestarlo con el asunto hasta que hayas verificado que tengo algo que ofrecer.

– ¡No más charlas de derrocamiento! -susurró Ciphus con dureza-. ¡No dije tal cosa! Es estrictamente como dices: Estoy investigando este asunto con toda la intención de motivar la atención de Qurong si encuentro algún mérito.

– Por supuesto. Y podrías sacar a Chelise del salón cuando llegue el momento de mostrarte el poder de los libros. Ciphus frunció el ceño.

– ¡Guardias! -llamó.

– ¿De acuerdo? -preguntó Thomas.

– Hablaré con ella.

La puerta se abrió unos instantes después y entraron dos guardias. Regresen al prisionero a las mazmorras.

Загрузка...