27

– ¡MÁS! -INSISTIÓ Thomas-. Quiero pasar inspección en cinco pasos.

– Entonces te tendrán que salir escamas -cuestionó Suzan.

Luego que hubo oscurecido, de una casa en el perímetro de la ciudad habían robado pasta y polvo de morst con algunas ropas. Thomas se había quitado la camisa y se embadurnaba de polvo. Suzan se lo frotaba en la espalda.

– Estará oscuro y tendrás puesta una capucha. En realidad no veo la necesidad de estar tan entusiasmado con esta porquería.

– ¡El olor! -exclamó él, mirándola con ojos abiertos de par en par, como un niño.

La pasión de Thomas por su misión era contagiosa. Los demás habrían creído que se había deschavetado si lo hubieran visto comportándose como lo había hecho durante el día.

Él no se había deschavetado. Se había enamorado. Quizás no lo admitirá, pero Suzan reconocería estos síntomas con los ojos cerrados. Thomas de Hunter transitaba ahora un camino que había eludido a propósito desde la muerte de Rachelle. Se hallaba en las primeras etapas de enamorarse como loco. Al observarlo, Suzan sentía añoranza por lo mismo.

Aún estaba haciendo lo posible por ocultar sus emociones, o quizás en Calidad no se hallaba seguro de qué hacer con estas, pero no lograba contarse. Le había contado a ella lo que sucediera entre él y Chelise en la biblioteca con muchos más detalles de lo que haría cualquier hombre que alguna vez Suzan conociera. Le había hablado con gran expresividad, con puchos movimientos de brazos, sacando conclusiones irracionales acerca de intercambios más simples.


– Ella tenía los brazos cruzados, Suzan -le diría él-. ¡Imagínate eso!

– Me lo estoy imaginando. No estoy segura de captar el significado.

– ¡Cruzados! Ella sabe muy bien que cuando se para de ese modo es adoptando una pose seductora.

– ¿Brazos cruzados? No estoy segura…

– No son los brazos. Olvídate de los brazos. Es todo respecto de ella. Verás.

Ahora él se hallaba cubriéndose el rostro con morst, hablando del olor.

– Quiero oler a las hordas. Ya lo hice antes, exactamente en la recámara de Qurong mientras él roncaba como un dragón -describió, agarrando otro puñado y lanzándoselo en la mejilla. El blanco residuo le cubría la cabeza.

– Esta vez es dentro de la habitación de Chelise, y tengo la sensación de que ella será más sensible que su padre. El morst no cubrirá mi olor a albino si solo está en mi rostro, ahora, ¿verdad?

– Si no te conociera mejor, diría que quieres convertirte en encostrado para más que escabullirte en el castillo. ¡Quieres ser como ella!

– ¿Quiero eso? Bueno, tal vez hubo alguna insinuación de los argumentos de Johan. Me estoy convirtiendo en encostrado a fin de rescatar a una encostrada para que deje de serlo.

– Con solo mirarte ella sabrá que no eres encostrado -advirtió Suzan riendo-. No hay manera de ocultar tus verdaderos colores… allí es donde Johan se equivoca.

– De acuerdo -asintió él parándose y volviéndose hacia la luz de 1a luna-. ¿Cómo me veo?

– Como un encostrado.

Este era un Thomas que pocos habían visto nunca. Para la mayoría se trataba del poderoso guerrero convertido en reflexivo filósofo. Pero aquí en el desierto se estaba convirtiendo en Thomas el amante. Suzan sonrió. A ella más bien le gustó este lado oculto de él.

Thomas corrió hacia la túnica y se la puso por sobre la cabeza.

– ¿Bien? -preguntó.

– Muy bien. Definitivamente un encostrado.

– Magnífico entonces. Creo que estoy listo. Tardaré una hora en llegar al castillo desde aquí y una hora en regresar. Dame hasta el amanecer. Si no regreso usa tu mejor juicio -informó, y se subió al caballo.

Thomas marchaba hacia la insensatez para ir a buscar a una mujer que, pesar de las erróneas suposiciones de él, no lo amaba. Y Suzan se lo estaba permitiendo porque sabía que una vez que Thomas de Hunter ponía su cabeza en algo, siempre veía a través de eso. Tanto eso como el romance en el propio espíritu de Suzan lo alentaban.

Todo perfecto y bien, pero ¿y si no regresaba? Él la había atraído con su contagiosa pasión, pero ¿y si todo salía mal? Si Thomas estaba muerto para la mañana, ella compartiría la culpa.

– Ten cuidado, Thomas. Si te agarran, será el lago, no la biblioteca.

– Lo sé -convino él mirando al norte, hacia la ciudad-. ¿Estoy haciendo lo adecuado?

– ¿La amas?

– Sí.

– Entonces ve por ella, Thomas de Hunter. Ya dijimos todo lo que se debe decir.

– La fortaleza de Elyon -manifestó él sonriendo y asintiendo con la cabeza.

– La fortaleza de Elyon.


***

THOMAS SE acercó a la ciudad por el oriente, alrededor del jardín real.

Por el camino menos transitado que llevaba directamente al castillo. Una luz brillante se había levantado en lo alto. Si alguien le hablaba, contestaría con una inclinación de cabeza. Con algo de suerte no tendría que mostrar su imitación de encostrado.

El castillo se levantaba a la derecha, imponente a la luz de la luna. Se dejó guiar por el caballo, este era terreno conocido para el animal. Thomas sentía el sudor que se le acumulaba debajo de la túnica, mezclado con el morst.

¿Y si ella no viene, Thomas?

Suzan le había hecho la pregunta y él en su entusiasmo le había asegure Chelise vendría. Pero ahora no estaba tan seguro. Es más, al pensar ahora claramente en su misión comprendía que ingresar al cuarto de ella sería la parte más fácil. Sacar a Chelise con su consentimiento podría ser mucho más difícil.

El camino aún se hallaba vacío. Hasta el momento eso era bueno. Le vino la idea de que la ventaja mayor que tenía era la política de no violencia del Círculo. Las hordas no tenían verdaderos enemigos que amenazaran su seguridad. Sus defensas no estaban construidas para un asalto y el castigo para crímenes simples, tales como el robo, era tan severo que pocos encostrados se atrevían a intentarlos alguna vez. Thomas había oído que cualquier infracción contra la casa real se castigaba con la muerte para toda la familia del autor.

Sin duda, la guardia alrededor del castillo se habría incrementado desde que él escapara, pero ellos no estaban acostumbrados a la clase de sigilo que el Círculo había perfeccionado. Al menos esa era la esperanza de Thomas. Si la mala actuación que los guardias de las hordas tuvieran el día anterior constituía alguna medida, él gozaba de un buen motivo para tener esperanza.

Ingresó en la selva antes de que viniera algún guardia por el camino. Echó las piernas hacia atrás en una posición razonable para cabalgar, y guió al animal entre los árboles, hacia los establos detrás del castillo. La yegua relinchó ante el conocido olor del corral.

– Tranquila, chica.

Thomas se apeó y ató el animal a una rama. Luces de las habitaciones traseras del castillo se futraban a través de los árboles, a pesar de ser medianoche. Esperaba que fueran antorchas encendidas toda la noche.

Debajo de los pies le crujieron ramitas, pero ningún guardia detectó el ruido. Thomas corrió alrededor de los establos. Chelise le había dicho que su habitación daba a la ciudad en el piso alto. Durante el último escape é\ había visto las escaleras que llevaban al techo. Corrió hacia la cerca que rodeaba los terrenos y miró entre los postes.

No había guardias.

Bueno. Una vez en lo alto estaría comprometido. Se agarró a la parte superior del poste, respiró hondo y saltó por encima.

– ¿Quién va ahí?

Thomas aún se hallaba en el aire, cayendo hacia el suelo como un paracaídas, cuando la voz cortó el aire nocturno. Cerca.

Aterrizó en ambos pies y miró al guardia parado a su derecha. El guerrero había estado apostado junto a la cerca.

Thomas bajó la cabeza y caminó hacia el castillo como si no fuera nada extraño que un encostrado cayera del cielo.

– ¡Deténgase! ¿Qué significa esto?

Thomas se detuvo y enfrentó otra vez al guerrero, la mente le daba vuelta pensando en las opciones. Más exactamente, la opción. Singular. Debía deshacerse del guardia. La vida de Chelise dependía de eso. Fue hacia el guardia, con la cabeza agachada. Cinco pasos, pensó.

– ¡Deténgase allí!

– El general, Woref, me pidió que me reuniera aquí con él.

– ¿El general?

– Soy su concubina.

– Su…

Thomas se movió antes de que el hombre pudiera procesar la sorprendente afirmación. Se lanzó hacia su derecha, rodó una vez y fue a parar a un metro a la derecha del guardia. El hombre giró, haciendo resplandecer la espada.

Thomas transformó su impulso en una amplia patada. Conectó sólidamente el pie en la sien del hombre.

Un gemido, y luego el individuo cayó como un saco de rocas.

– Perdóname -susurró Thomas.

Se puso de rodillas, rasgó la manga del guardia en el hombro, y lo ató de pies y manos a la espalda. Rompió la otra manga y le amordazó la boca bien apretada.

Thomas corrió hacia el edificio y subió las escaleras. Resbaló en el tejado y se puso en cuclillas detrás de la barandilla. ¿Se había roto la túnica? Revisó, conteniendo el aliento. Toda intacta, hasta donde podía ver.

Ahora la rapidez sería el problema. El guardia despertaría pronto y, aunque amordazado, podría crear suficiente alboroto para llamar la atención.

Thomas corrió hacia el único hueco de escaleras que pudo ver. Presionó la manija en la puerta. Trancada. Analizó la manija. Era tecnología del b0s que. Diseñada por él mismo.

La había diseñado para asegurar la puerta contra fuertes vientos, no contra ladrones. Un simple pasador de bronce sostenía en su lugar todo el montaje. Liberó el pasador, el cual le cayó en las manos. Lo colocó en el suelo y abrió la puerta.

Una débil luz llenó el estrecho hueco de la escalera. Thomas ingresó cerró la puerta detrás de él y se quedó en silencio total.

Ningún sonido. El castillo pernoctaba.

Trepó con cuidado los peldaños, haciendo una pausa en cada crujido. Podrían haber usado la tecnología del bosque, pero habían hecho el trabajo a toda prisa.

En el fondo, una terraza recorría el perímetro del piso alto. Frente a él, una antorcha ardía entre dos puertas. Si él tenía razón, una llevaba a la habitación de Chelise. Solo había una manera de averiguar cuál.

Asomó la cabeza por sobre la barandilla, vio que el patio abajo estaba vacío y corrió hacia la primera puerta.

Otra vez cerrada.

Otra vez diseño de él.

Otra vez sacó el pasador.

Entró al cuarto y cerró la puerta. Una lámpara de aceite proyectaba una tenue luz sobre una cama grande. ¡Ella se hallaba en la cama, durmiendo! Thomas recorrió el resto de la habitación de una ojeada. Puertas que llevaban a otra terraza. Un enorme armario sobre el cual se hallaba una lámpara Un escritorio con un espejo. Largas cortinas sueltas. Realeza de las hordas.

Había llegado el momento de la verdad. Si esta no era Chelise, él podría ver obligado a atar de pies y manos a un encostrado más.

Se deslizó sigilosamente hasta la cama y se inclinó sobre la forma bajar la sábana. ¿Dormía ella con cobijas sobre la cabeza? Debía verle el rostn1 para estar seguro, pero el pensamiento de destaparla mientras dormía…

El piso crujió detrás. Algo le golpeó la cabeza. Thomas cayó hacu delante sobre la figura que dormía y se movió apresuradamente a la derecha.

El objeto lo volvió a golpear, de lleno en la espalda. Esta vez él gimió. Entonces se le ocurrió, a medio gemido, que lo que tenía debajo de él no era para nada un cuerpo. Almohadas.

El tercer golpe lo recibió en la cabeza y por un momento creyó que se podría desmayar. Se las arregló para poder hablar.

– ¡Soy yo! ¡Thomas!

Su atacante se detuvo el tiempo suficiente para que Thomas se volviera. Allí, a la anaranjada luz de la lámpara, se hallaba de pie una mujer totalmente vestida.

– ¿Thomas?

– ¡Chelise! -exclamó él, sentándose, sobándose la cabeza; luego la tuteó-. ¿Qué estás haciendo?

– ¿A qué te refieres con qué estoy haciendo? -susurró ella-. Me estoy defendiendo.

– Estoy aquí para ayudarte, no para atacarte.

Chelise tenía en las manos una antorcha apagada. Ella miró la puerta.

– ¿Cómo entraste aquí? ¿Has venido para entregarte?

– No. No, no puedo hacer eso.

– ¿Por qué no? Tu escape me puso en una terrible posición. He estado esperando toda la noche que esa bestia entre aquí. Me dijeron que habías rechazado la exigencia de Qurong.

Así que todo era cierto. La joven comprendía que estaba en peligro su propia vida.

– Si me entrego, me matarán. ¿Quieres eso? La mujer bajó la antorcha.

Thomas se paró y se puso frente a ella. Se miraron por primera vez desde que ella lo había dejado en la biblioteca. El rostro de la muchacha se veía hermoso a la llama de la lámpara.

Thomas fue hacia Chelise y empezó a levantar la mano hacia el rostro de ella, y luego se detuvo.

– He venido a rescatarte.

– No necesito ser rescatada. Lo que necesito es que te entregues a Qurong para que podamos olvidarnos de esta locura. Ahora mismo debo llamar a los guardias.

La negativa de ella envió un rayo de dolor por el pecho de Thomas.

– Entonces llama a los guardias -desafió él con el rostro enrojeció.

– Mantén baja la voz. Te ves ridículo con ese morst.

– ¿Me prefieres sin eso?

Ella fue hacia el escritorio, dejó allí la antorcha y miró el espejo, que n mostraba nada en esta débil luz.

No había llamado a los guardias.

– Escúchame, Chelise. Sabes tan bien como yo que ya se acabó cualquier vida que pensaste tener en este castillo. Woref te destruirá. Si sobrevives entregándome, esa bestia, como lo llamas, te dará una muerte en vida Y si no te encoges de miedo ante su puño, te matará.

– Nada de esto habría pasado sin ti -contraatacó ella-. Sin ti Woref no sería el cerdo que es, y sin ti yo no me habría colocado en esta terrible posición de elegir.

– Entonces al menos ves que tienes una elección.

– ¿Entre qué? ¿Entre un animal y un albino? ¿Qué clase de elección es esa?

– Entonces no nos elijas a ninguno de los dos -objetó él, haciendo caso omiso a la mordacidad en las palabras de Chelise-. Salgamos de este lugar y negociemos con tu padre desde una posición fuerte.

La idea la paralizó. Cuando ella volvió a hablar se le había suavizado la voz.

– Si huyo contigo, Woref nunca me perdonaría.

– No vendrás conmigo. Te llevaré por la fuerza.

– ¿Por la fuerza? -objetó ella riendo-. Como tu prisionera. ¿Cómo puedo negociar con Qurong siendo tu prisionera?

– Pensaremos en algo. Le diré a Qurong que deseo a Woref en intercambio por ti. Algo como eso. ¿Y qué haría Woref por tenerte?

– Lo que sea.

– Exactamente. Lo ves; si sales, puedes obligarlos. Si te quedas, tu vida será un desastre, aunque me entregues.

Una leve sonrisa se formó en el rostro de Chelise.

– Pero debes entender que yo…

¿Cómo decir esto? De repente Thomas deseó no haber hablado.

– ¿Qué? -exigió saber ella.

– Que creo que sienta algo por ti -confesó él-. Te puedo ver de manera diferente, pero no sería adecuado sacarte de aquí sin ser totalmente sincero respecto de mis intenciones.

– ¿Y cuáles son? -preguntó ella, esta vez seria-. ¿Ganar mi amor?

Entonces permíteme ser sincera contigo. Sé cómo nos miran ustedes los albinos. Les resultamos repulsivos. Nuestro aliento les apesta y nuestra piel les produce náuseas. No sé qué clase de idea de adolescente se te ha subido a la cabeza, pero tú y yo nunca podríamos ser amantes.

– Podríamos si te ahogaras.

– Nunca.

Thomas se preguntó si había cometido una terrible equivocación. Pero Michal le había dicho que siguiera su corazón, y su corazón estaba por esta mujer. ¿No era así? Pues sí, la idea de dejarla lo aterraba. Sin duda su corazón era para esta mujer.

– No fue mi intención ofenderte -estaba diciendo ella; había visto el dolor de él-. Lo siento. Pero tú tienes tu vida y yo tengo la mía. Me siento atraída hacia hombres como yo. Hombres con mi carne.

– Está bien.

– ¿Entiendes entonces?

– Entiendo. No lo acepto. Creo que he visto más en tus ojos.

– Aunque así fuera, no puedo actuar en base a eso -expresó ella; luego lo miró sin decir nada y se dirigió al armario.

– ¿Qué estás haciendo? -inquirió él.

– Estoy tomando lo que necesito para un viaje por el desierto.

– ¿Vienes entonces?

– Mientras convengas en traerme de vuelta en intercambio por una exigencia de mi elección.

– Sí. De acuerdo -concordó él sintiéndose impaciente de pronto-. No necesitas nada. Debemos apurarnos.

– Una mujer necesita lo que necesita -respondió ella, poniendo rápidamente varios artículos en una bolsa de cuero-. Hay un envase de morst y un poco de pasta en el tocador.

– ¿En realidad tú…?

– Es del tipo perfumado que usé en la biblioteca. Créeme, te agradará que lo lleve.

Thomas sacó el pequeño envase. Ella se acercó y abrió la bolsa. Intercambiaron una larga mirada, y él podía jurar que tenía razón. Detrás de esos ojos había más de lo que ella admitía.

O quizás no.

– Dirige el camino -pidió ella.


***

LO HABÍAN llamado al castillo a medianoche, a causa de preocupaciones incluso en tiempos de paz. Considerando los acontecimientos de los últimos días, Woref temió lo peor.

Esto tenía que ver con Chelise; podía sentirlo. Llevó su caballo por la calle y afirmó el paso, pero la sangre ya le hervía. No había mayor fuente de problemas en el mundo que las mujeres. Amaban y mataban, y aún al amar mataban. El hombre podía hacer algo mejor para quitar la tentación de la faz de la tierra. ¿Cuán bueno era el amor a tan terrible precio?

Desmontó, entró al vestíbulo y se echó la capucha hacia atrás.

– Woref -llamó Qurong, quien esperaba dentro del patio-. Me alegra que mi general de confianza haya venido.

Woref inclinó la cabeza en respeto.

– Me acaban de despertar unas noticias muy malas -informó Qurong; se estaba mostrando demasiado reservado con esto como para que no se tratara sino de terribles noticias-. Hallaron a uno de nuestros guardias atado en la cerca trasera.

¿Robo?

– Afirmó que un hombre fingiendo hablar como mujer saltó sobre la cerca, aseguró ser tu concubina, y lo puso fuera de combate. Un poco más tarde regresó con otra mujer y lo volvió a dejar sin sentido.

– Le aseguro, señor, que está mintiendo. No tengo concubina.

– ¡No me importan tus mentiras, general! La segunda mujer era m1 hija. ¡Chelise ha desaparecido! -exclamó Qurong, primero lentamente y luego con voz temblorosa.

– ;Cómo…?

– La primera «mujer» era Thomas, ¡idiota!

– Thomas de Hunter -expresó Woref-. Él se la llevó.

O se fue ella por voluntad propia?

– El guardia afirma que la estaban obligando. Thomas le dijo que transmitiera que él cumplirá con la exigencia. Liberará a Chelise cuando accedamos.

Ella se fue por voluntad propia, pensó Woref. El rostro se le enrojeció pero no mostró su ira.

– Ahora es tu vida la que está en juego -explicó el líder máximo-. Si mi hija resulta con un solo cabello lastimado, te haré responsable. Tú le dijiste que la ahogaríamos, sabiendo muy bien que yo nunca lo haría. Tú dijiste que esto le enseñaría una lección a Chelise y tú hiciste saber el mensaje para poner en evidencia a Thomas. Ahora ella ha desaparecido.

– No estamos sin recursos, mi señor. Recibí mensaje de que mis hombres se están acercando a la tribu de Thomas. Él no tendrá la única pieza de negociación.

Qurong lo miró con escepticismo.

– Ellos están sin sus líderes -informó Woref-. He enviado refuerzos. No escaparán a toda una división.

– Es a Chelise a quien quiero, ¡no a un grupo de albinos!

– Usted tendrá a Chelise. ¡Pero solamente si la voy a tener yo!

– ¡Encuéntrala! -gritó Qurong con el ceño fruncido.

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