24

POR UN momento que se estiró demasiado dentro del siguiente, Carlos estuvo en el ático. Más abajo se encontraba el sótano del cual Thomas (y Monique) escaparan solo días antes, después de decirle a Carlos que estaba conectado con otro hombre más allá de este mundo… quien sangraba en el cuello. Ese era él, Johan.

Carlos se tocó el cuello. Húmedo. Retiró los dedos. Sudor, no sangre.

Por supuesto que no hay sangre, pensó Johan. Eso fue hace trece meses. Pero aquí en este mundo fue solo una semana atrás. ¡Estoy en el sueño del que me hablara Thomas!¿Comprende Carlos que estoy aquí? Johan se sentó.


***

CARLOS SUPO inmediatamente que algo había cambiado, pero no podía definir ese cambio. Se sintió nervioso. Estaba transpirando. Una voz lejana le advirtió del peligro, pero no lograba oír la voz. Intuición. ¿O era más? Los susurros de misticismo de su madre habían cobrado vida en estas últimas semanas. Thomas Hunter había hallado una manera de intervenir en lo desconocido. Había estado muerto durante dos días sobre el catre antes de quitarse aparentemente la sábana y subir las escaleras hacia el nivel principal. Cierto, ningún médico había confirmado su muerte, como Fortier lo señalara. Había ejemplos más extraños de experiencias cercanas a la muerte. Pero Carlos rechazaba el análisis agnóstico del francés. Hunter había estado muerto.

Recorrió el salón con la mirada. ¿Y ahora estaba aquí?


***

NO, PENSÓ Johan. No es Carlos; soy yo. Y aunque conozco sus pensamientos, él no necesariamente conoce los míos, al menos no todavía. Carlos no es el que está soñando, sino yo. Es como Thomas dijo que sería.

¿Por qué Carlos? Porque Carlos creía que existía una conexión única entre ellos, aunque no una creencia suficiente para hacer comprender a Carlos que Johan se hallaba presente, como en el caso de Mikil y Kara.

Y para probarlo el hombre tenía una cortada de una semana de antigüedad en el cuello. La misma cortada que Johan había recibido de Thomas hacía trece meses en el anfiteatro cuando Justin lo había expuesto. Una alteración del estado mental. Pero real. Tan real como Thomas y Mikil prometieron que sería.

En este mismo instante él se hallaba en las historias. No se podía imaginar cómo… alguna clase de contorsión del tiempo o de distorsión espacial, cualquier nombre que tal vez Mikil sugiriera para eso. Más importante, según Thomas, él podría afectar la historia depositando pensamientos en la mente de Carlos y enterándose de las intenciones de este. Dos cosas, había insistido Thomas. Convencerlo de estas dos cosas, enterarse de lo que pudiera y luego salir.


***

CARLOS HABÍA tenido una sensación de paramnesia. Algo conocido residía en su mente, pero no podía sacudírselo para examinarlo de manera adecuada. Se puso de pie y fue al vestidor. Se pasó un pañuelo por la cara. Sintió irregular la respiración y caliente el rostro.

Así es como te sentirás cuando Portier ponga veneno en tu bebida después de haberte usado como un animal… antes de lo que crees.

El pensamiento lo agarró desprevenido. Naturalmente, tenía algún motivo para desconfiar de Fortier. Hunter mismo lo había sugerido. El momento en que Carlos tuviera el antivirus daría los pasos necesarios para protegerse. Él ya le había contado a Fortier que, según le informara Hunter, inmediatamente después del virus vendría un golpe de estado. Tal vez ni siquiera se imaginarían que el golpe sería organizado por el mismo Carlos. Pero este se hallaba impotente hasta disponer del antivirus.

Ahora le vino el pensamiento de que esperar mucho tiempo podría ser un problema.

Por qué dejaría Portier que alguien capaz de dar un golpe viviera el tiempo eficiente para llevarlo a cabo? Tienes un día, quizás dos; luego te eliminará.

Un frío le bajó por la columna a medida que el pensamiento se le abría paso hacia la mente, no porque esta simple sugerencia fuera nueva o incluso sorprendente, sino porque de repente comprendió que era verdad. Fortier incluso podría acabar con Svensson. Su asidero de este nuevo poder solo duraría mientras tuviera la oportunidad de contraatacar a sus muchos enemigos recientes. Fortier se aislaría para protegerse. Quemaría sus puentes detrás de él.

Esto era solo una teoría, desde luego, pero Carlos estuvo de repente seguro de haber tropezado con algo a lo que ya no podía hacer caso omiso.

Una barba de un día le oscurecía la barbilla. Derramó colonia en las manos y se palmeó las mejillas. Una ducha habría sido parte de su rutina normal en la mañana. Este no era un campamento en el desierto de Siria.

Se le ocurrió otro pensamiento: debía reunirse con Fortier. Ahora. Inmediatamente.

Exactamente por qué, no estaba seguro.

Sí, estaba seguro. Tenía que probar al hombre. Tantearlo sin parecer demasiado obvio. Fortier salía esta mañana para la ciudad.

Carlos fue al clóset, sacó del gancho una camisa beige de seda y se la puso. Levantó la radio de la cómoda.

– Revisión de perímetro.

Una leve pausa. Estática.

Luego los guardias apostados alrededor del campamento empezaron a reportar sus posiciones.

– Uno despejado.

– Dos despejado.

– Tres despejado.

– Cuatro despejado. La revisión terminó en once.

Satisfecho, Carlos examinó una vez más su imagen en el espejo y salió del desván. Tres tramos hacia el sótano, y un recorrido por un largo pasillo. Ingresó el código de seguridad, oyó desconectarse los pasadores y entró al enorme y seguro salón.

Sobre una felpuda alfombra verde había una mesa de conferencias rodeada por diez sillas blancas. Los monitores a lo largo de la pared sur se hallaban alimentados por una docena de antenas, de las cuales solo una estaba localizada en este edificio. La mayoría se encontraba a muchos kilómetros de distancia. Fortier no había reparado en gastos para encubrir el complejo Ya no importaba… el centro ya estaba comprometido por Monique y ahora por Thomas. Esta era la última visita de Fortier.

No había indicios del francés.

– Carlos, reúnase conmigo por favor en el salón de mapas -se oyó por un intercomunicador que tenía detrás.

Él sabía. Siempre sabía.

Y hasta podría encargarse de ti ahora.

Carlos no se dejó afectar por el pensamiento y caminó hacia la tercera puerta a su izquierda. ¿Por qué este francés lo ponía nervioso con tanta facilidad? Solo era un hombre, y tenía la mitad de habilidades de matar que poseía Carlos.

¿Qué guardia se llevó el libro?

¿Qué diablos era eso? ¿Qué libro? Un guardia habría agarrado el libro de registros… de ser así, él no recordaba que le hablaran al respecto.

Agitó la cabeza y entró al salón, cerrando la puerta detrás de él. Allí había otros tres además de Fortier. Estrategas militares. Como Carlos lo entendía, todos ellos se irían hoy.

Fortier se volvió de una pared de mapas que mostraba la posición exacta de cada arsenal de poder nuclear, viajando hacia Francia. Varios ya se habían descargado; los chinos y los rusos estaban ahora casi intactos en tierra francesa. Los británicos y los israelíes habían seguido el ejemplo de Estados Unidos de ofrecer sus arsenales a cambio del antivirus. Debía haber un enorme enfrentamiento en la costa francesa en el Atlántico. Pero las condiciones del intercambio solo garantizaban que Fortier conseguiría lo que deseaba.

Las armas.

– Déjennos solos, por favor -pidió Fortier a los otros.

Ellos miraron a Carlos y salieron del salón sin hacer comentarios.

– Carlos -declaró Fortier, con una leve sonrisa; se agarró las manos QI detrás y miró los mapas-. Tan cerca, pero tan lejos. __Yo diría que los tiene acorralados, señor -opinó Carlos.

– Quizás. ¿Has sabido de alguna vez en que los israelíes se dejaran arrinconar?

Desde el principio la principal preocupación de Carlos había sido la destrucción de Israel. Fortier miró hacia atrás.

– No creo que estén permitiendo nada, señor. Se están viendo obligados.

Y en una semana ya no importará.

– Porque en una semana los aniquilaremos, pase lo que pase en este intercambio -informó Fortier-. ¿Es eso lo que quieres decir?

– Suponiendo que tomemos sus armas, sí.

– ¿Y si no les quitamos las armas? ¿Y si están faroleando?

– Entonces consideramos su faroleo y de todos modos los destruimos. Tenemos las armas con qué hacerlo.

– Las tenemos. En realidad, en este momento tenemos el mayor arsenal del mundo con base en el planeta. La mayor parte del arsenal de Estados Unidos está en el océano. Pero desde una perspectiva netamente militar, nuestra posición aún es débil.

– Se está olvidando del antivirus.

– Estoy poniendo de lado el antivirus y sigo diciendo que sin él nuestra posición es fuerte, pero no lo suficiente. La sola flota de submarinos de Estados Unidos nos podría aún causar un daño considerable. Todavía estamos montando los misiles tácticos desde China. Rusia tiene ciento sesenta misiles intercontinentales bajo mis órdenes apuntados hacia Estados Unidos Y sus aliados. En general estamos en la posición perfecta para terminar el juego exactamente en la forma en que deseábamos.

– Pero usted tiene reservas -aseguró Carlos.

– Ayer pasé nueve horas en conferencias con delegados del más alto nivel de Rusia, China, India y Pakistán. Todos ellos han aceptado nuestros planes, ansiosos de tener su parte en un mundo cambiante. Ha habido discusiones, naturalmente, pero al final su reacción es mejor de lo que pude haber esperado.

Algo le molestó a Carlos respecto del tono del hombre. En la frente le brillaba sudor; parecía más cauto de lo normal. Quizás hasta nervioso.

– Pero no confío en los estadounidenses -continuó Fortier-. No confío en los israelíes. No confío en los rusos y no confío en los chinos. Es más, no confío en ninguno de ellos. ¿Y tú?

– No estoy seguro que usted esté obligado a confiar en ellos -contestó Carlos.

– Siempre se necesita confianza. Un arma escondida podría acabar con medio París.

– Entonces, no. No confío en ellos.

– Muy bien -enunció Fortier.

Levantó un gran libro negro de la parte alta de un archivador y lo deslizó sobre la mesa frente a Carlos, quien nunca lo había visto.

– ¿Qué es esto?

– Este es el nuevo plan -anunció Fortier frunciendo el ceño. Podría ser bueno y podría ser malo… Carlos aún no estaba seguro si lo uno o lo otro. Alargó la mano hacia el libro.

– Página uno únicamente -informó Fortier.

Carlos dejó el libro sobre la mesa, levantó la portada, y pasó a la primera página. En ella había una lista de nombres. El suyo era el cuarto hacia abajo. Missirian, Carlos. El resto de la página contenía al menos otros cien nombres, registrados igual que el suyo, el apellido primero.

– No estoy seguro de entender -reconoció, levantando la mirada.

– Nuestra lista de sobrevivientes. Cien millones en total, por familia. No tenemos dudas en cuanto a sus lealtades, basándonos en vínculos familiares e historia, y tenemos planes precisos sobre cómo distribuirles el antivirus. Se necesitaron cinco años para recopilar la lista. Habrá algunas manzanas podridas, por supuesto, pero trataremos fácilmente con ellas tan pronto el resto haya desaparecido.

Carlos sintió que la sangre se le iba del rostro. Fortier no tenía intención de entregar el antivirus a ninguna nación. Solo estos sobrevivirían.

– De ti depende que tu nombre siga en esta lista, desde luego -advirtió el francés-. Pero mi decisión es definitiva.

Se quedó sin palabras. ¿Por qué le estaba diciendo esto Fortier? A menos que pretendiera confiar en él después de todo. ¿O se lo decía para ganarse la lealtad de Carlos y luego poder finalmente eliminarlo con facilidad?

– Esto no es…

Carlos se detuvo. Señalar lo obvio no le favorecería. Fortier iba a eliminar a la mayor parte del islamismo… difícilmente esta podría ser la voluntad de Alá.

– Te preocupa el islamismo -comentó Fortier-. Te aseguro que el libro contiene los nombres de tus más respetados imanes.

– ¿Y estarán ellos de acuerdo con el plan?

– Se les dará esa oportunidad. Sí, por supuesto.

– Es prudente. Audaz. Lo soluciona todo. Fortier lo analizó, luego sonrió finalmente.

– Esperaba que lo vieras de ese modo.

– ¿Y el intercambio? -preguntó Carlos.

– Aún crítico. Todavía no estamos fuera de peligro. Siempre existe la posibilidad de que ellos encuentren el antivirus a tiempo. Una vez que tengamos sus armas está asegurada la destrucción.

– ¿Comprende usted cuan peligrosa es esta lista? -inquirió Carlos yendo hasta el extremo de la mesa-. ¿Cuántos la conocen?

– Diez, incluyéndote. Ninguno de ellos tiene aún el antivirus.

Un pensamiento suelto resplandeció de pronto en la mente de Carlos. Svensson era la clave para el antivirus; sin duda había asegurado su sobrevivencia manipulando el antivirus de una forma que solo él conocía. Lo había afirmado dos semanas atrás, y Carlos no dudaba de él. Si mataban a Svensson, el antivirus moriría con él. Aunque ya habían almacenado el remedio, sin duda Svensson había desarrollado también un plan para esta contingencia.

Toma a Svensson.

Ese fue el pensamiento.

Hasta que el antivirus se distribuyera ampliamente, Svensson podría ser e' más poderoso del par. Controlarlo significaba controlar más de lo que Carlos podría imaginar.

– Te quedarás aquí hasta después de que se haya completado el Intercambio -continuó Fortier-. Necesitamos poner una presión total sobre el presidente estadounidense a través de estos disturbios. Esa es ahora tu mayor prioridad. Después del intercambio quiero arrasadas estas instalaciones.

– ¿Y los asesinatos de gente importante?

– Como están planeados, dependiendo de lo bien que se comporten.


***

ARMAND FORTIER observó cerrarse la puerta detrás del chipriota y se preguntó si había cometido una equivocación al mostrarle la lista. Pero necesitaba toda la cooperación del sujeto en estos últimos días, y no había mejor manera que engendrar la confianza plena del hombre. Era muy arriesgado matarlo ahora, antes de que tuvieran el control de las armas nucleares. ¿Quién sabía qué medidas de protección propia tenía Carlos en mente ahora mismo?

El celular le vibró en el bolsillo. Lo sacó y miró el número. Una llamada en código.

Fortier fue a un teléfono rojo en la pared y comenzó el tedioso proceso de hacer una llamada al extranjero a través de canales seguros. Solo una vez antes había hablado con el hombre, y la conversación no había durado ni diez segundos. El director de la CÍA demostraba ser de gran valor y se había ganado la vida. Lo menos que se imaginaba…

Finalmente se conectó la llamada.

– Grant.

– Habla rápidamente. Pausa.

– Tengo motivos para creer que han doblegado a mi contacto.

¿Contacto? ¿Carlos?

– El hombre de Chipre.

– Sí -contestó el estadounidense.

– ¿Estás seguro?

– No. Pero están tratando de alcanzarlo.

– ¿Cómo?

– A través de los sueños de Thomas.

Sueños. El único elemento no previsto de todo esto. Fortier aún no ¡taba seguro de creer la tontería esa. Había explicaciones alternativas que, 0r improbables que fueran, tenían más sentido que esta estupidez mística.

– Procedimientos normales -ordenó Fortier.

– Sí, señor.

– No debe saber que sospechas de él..-Entendido.


***

– ¿QUÉ HORA es?

– Casi las seis -contestó el Dr. Bancroft-. De la tarde. Habían dormido aproximadamente tres horas. Kara se sentó y miró los brazos, que aún estaban unidos. Miró a Thomas.

– Lo logramos.

– Por el momento. Estamos vivos y libres.

– Y Johan está soñando.

– Esperemos.

Bancroft extendió la mano hacia Thomas y cuidadosamente retiró la cinta que les unía los brazos.

– Johan está soñando -repitió el doctor-. Díganme que esta es una buena noticia para nosotros. Aquí, quiero decir.

– Tan buena como se puede lograr por el momento. Lo que Carlos haga ahora depende de él -dijo Thomas; hizo oscilar los pies hacia el suelo y agarró una toallita húmeda antiséptica que le ofreció el doctor.

– Increíble -exclamó Kara-. ¡Esto es absolutamente increíble!

– Se hace más real cada vez. Tres o cuatro veces y no sabes cuál es verdaderamente real.

– Sinceramente, si no lo supiera mejor, diría que este es el sueño – opinó ella.

– Podría ser -respondió Thomas.

– Siempre me he preguntado lo que sería vivir en un sueño -comentó el Dr. Bancroft con una leve sonrisa.

– Hasta que usted entienda que hay otras realidades más allá de esta, y que experimente de verdad una de ellas, esta es muy real, doctor. Mi padre solía decir que nuestra lucha no es contra cosas de este mundo sino contra. No puedo citarlo textualmente, pero era algo espiritual. Créame, doctor usted no está viviendo en un sueño -manifestó Thomas al tiempo que Se rascaba una picazón debajo del brazo; Bancroft le siguió los dedos, y luego lo miró a los ojos-. Solo se trata de una erupción. Probablemente algo que agarré en Indonesia.

Se paró y se dirigió al teléfono sobre el escritorio.

– ¿Le importaría salir un momento, doctor? Debo hacer una llamada.

El Dr. Myles Bancroft salió de mala gana, pero salió. Thomas marcó el número de la Casa Blanca y esperó mientras lo conectaban. El presidente se hallaba durmiendo, pero había dejado órdenes de que lo despertaran cuando Thomas llamara.

– Thomas. ¿Soñaste? -preguntó Blair con voz cansada.

– Soñé, señor.

– ¿Y Johan?

– Si no te importa, en persona. La línea podría estar limpia, pero…

– Por supuesto. El helicóptero está listo esperando.

– ¿Están avanzando las cosas? -preguntó Thomas mientras asentía.

¿Se refería a si Gains se hallaba en camino a Israel?

– Sí. Pero estamos a dos días…

– Perdóname, señor, pero no en el teléfono.

– Podríamos tener otro problema. Las manifestaciones están empezando a inquietar.

– Haz intervenir al ejército.

– Ya lo hice. No es mi seguridad lo que me preocupa. Es el sentimiento público. Si esto se pone feo me podrían torcer la mano.

– Necesito más tiempo.

– Y yo debo averiguar lo que está sucediendo…

– Tan pronto como vuelva a soñar, lo sabré -aseguró Thomas.

El presidente se quedó en silencio. Se estaba extendiendo a favor de Thomas. Si fallaba el juego de mover las fichas como Thomas sugería, varios miles de millones de personas perderían la vida.

Además, ¿qué alternativa tenía él en realidad?

– Ven tan pronto como puedas -pidió el presidente y colgó.

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