5 POR ENCIMA DEL AIRE

Era como si yaciese sobre la cama de plumas más suave del mundo. Me dejaba llevar en silencio, feliz de dormitar como un niño.

—¿… Ned? ¿Puede oírme?

Esas palabras captaron mi atención. Al principio me resistí, pero la voz insistió y al final me sentí subiendo como un corcho a la superficie de la consciencia.

Abrí los ojos. La cara redonda de Holden flotaba sobre mí con todos los signos de la preocupación; había perdido la faja, tenía el cuello y la corbata arrugadas y esta última colocada en ángulo recto, y el pelo parecía flotarle extrañamente alrededor de la cara, como un halo negro y graso.

—Holden. —Tenía la garganta seca, y todavía conservaba en la boca el sabor de la sangre.

—¿Está bien? ¿Puede sentarse?

Me quedé tendido un momento, permitiendo que la sensación de mi cuerpo y mis miembros me llegase al cerebro.

—Me siento rígido, como si me hubiesen dado una paliza; pero simultáneamente me siento sorprendentemente cómodo. —Volví la cabeza, medio esperando encontrarme tendido en alguna litera, pero sólo una alfombra, manchada de sangre, era lo que había debajo de mí.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

Holden me agarró los hombros y me obligó a sentarme; me pareció que reboté extrañamente sobre la alfombra turca y mi estómago dio un tumbo breve, como si cayese. Lo achaqué al mareo.

—Sólo unos minutos —dijo Holden—, pero… Ned, la situación ha cambiado. Creo que debería prepararse para un susto.

—¿Un susto?

Miré alrededor de la nave. El mismo Holden estaba agachado sobre la alfombra, agarrado al borde como si su vida dependiese de ello; el pobre Pocket seguía atado al asiento, una cara tan bochornosa como la de un pollo desplumado.

¿Y Traveller?

Sir Josiah estaba en una portilla, con la chistera bien metida en la cabeza. En una mano sostenía una pequeña libreta y un lápiz, y la otra mano la tenía entre la cara y la ventana con los dedos extendidos; luz blanquiazul penetraba por la ventana, produciendo reflejos en la nariz de platino pegada al rostro (noté que las otras ventanas estaban oscuras, y habían encendido las lámparas de acetileno de la cabina).

Me pregunté si no estaría todavía durmiendo.

He dicho que Traveller estaba frente a la portilla, y tal fue realmente mi impresión inicial; pero al estudiarle con más detenimiento observé que sus grandes zapatos estaban como a cuatro pulgadas por encima del hule. Es más, un ligero ángulo en las rodillas de Traveller me permitió leer el nombre del fabricante grabado en la suela.

Por tanto, sir Josiah flotaba en el aire como un ilusionista, aparentemente sin esfuerzo.

Miré a la cara de Holden. Tenía las manos en mis hombros.

—Calma, Ned. Una cosa cada vez…

Me asaltó una ola de pánico.

—Holden, ¿estoy perdiendo la cabeza? —Me apoyé en la alfombra con las manos, con la intención de meter las piernas bajo el cuerpo y ponerme de pie. La alfombra se escapó de debajo de mis dedos, y yo floté en el aire como si un hilo invisible tirase de mí. Intenté alcanzar la alfombra, primero con las manos, después con las puntas de los zapatos, pero sin éxito; y pronto quedé varado, en medio del aire, con brazos y piernas extendidos como una estrella de mar abatida.

—¡Holden! ¿Qué me pasa?

Holden permaneció sentado en la alfombra, bien agarrada con los dedos.

—Ned, baje de ahí.

—Si me dice cómo, lo haré —grité impresionado. A continuación, con un suave impacto, mi cuello y mis hombros chocaron con la parte superior y curva de la cámara. Puse las manos a la espalda buscando un agarre, pero mis dedos resbalaron sobre el cuero frustrantemente vertical de las paredes, y sólo conseguí empujarme a mí mismo hacia delante, de forma que colgaba boca abajo en el aire. Era como si Holden colgase absurdamente del techo, y Pocket estuviese suspendido del arnés de la silla, mientras que el modelo del Gran Oriental en su caja de vidrio colgase como una araña de luces náutica.

El estómago se me revolvió.

Una mano fuerte me agarró el brazo.

—En el nombre de Dios, Wickers, no devuelva el desayuno; nunca conseguiríamos limpiar este maldito lugar.

Era Traveller; con los tobillos huesudos atados al arnés de una silla, como un mono con abrigo, me hizo girar unos desconcertantes ciento ochenta grados y tiró de mí hasta el suelo. Aterricé cerca de una silla; aliviado, la agarré, me senté y me até. Durante el esfuerzo, el sombrero de Traveller se le había soltado. Ahora flotaba en el aire, rotando como una semilla de diente de león; con gruñidos de irritación, Traveller dio manotazos hasta que el sombrero navegó hasta sus brazos, y luego se lo metió seguro en la cabeza.

Restaurada una especie de normalidad —exceptuando la desconcertante propensión de mis piernas a colgar en el aire le comenté a Holden, con mucha frialdad dada las circunstancias:

—No dudo que todo esto tendrá una explicación racional. —Oh, por supuesto. —Se pasó una mano sobre el pelo negro, dándole algo de orden—. Aunque sospecho que no le gustará la respuesta.

Traveller flotaba una vez más frente a la portilla de luz azul (noté que era una diferente, lo que demostraba que la misteriosa luz azul se había desplazado alrededor de la nave). Hablé en voz alta:

—Sir Josiah, ya que es responsable de que estemos atrapados en esta berlina aérea, creo que nos debe una explicación sobre nuestra situación.

Traveller permanecía de pie —o más bien flotando— con bastante facilidad en el aire, una mano colocada sobre el alféizar de la portilla. De un bolsillo extrajo la pequeña caja, la abrió y sacó un cigarro y —¡dejando que la caja flotase en el aire!— encendió una cerilla, y pronto el aire se llenó de tentáculos de gas áspero. Luego Traveller afortunadamente recogió la caja acrobática.

—¿Qué hace que los jóvenes sean tan terriblemente pomposos? Nuestra situación es evidente —dijo rápidamente.

Abrí la boca y le hubiese respondido ultrajado si no hubiese intervenido Holden con rapidez.

—Debe recordar nuestras vocaciones poco científicas, señor; los acontecimientos no siempre nos son tan claros para nosotros como para usted.

—Por ejemplo —dije fríamente—, quizá tendría la bondad de explicarnos por qué todo flota en el aire. ¿Es algún fenómeno relacionado con el vuelo por encima del suelo?

Traveller se frotó el cabo de su nariz humana que todavía tenía entre los ojos.

—Buen Dios, ¿qué enseñan hoy en día en la escuela? ¿Es la obra de sir Isaac Newton un libro cerrado?

Testarudo dije:

—Por favor, explíquenos cómo el eminente sir Isaac se las está arreglando para hacernos flotar en el aire como motas de polvo humanas.

—Los motores de la Faetón se han apagado —dijo Traveller———. Quizá perciban una diferencia en el ruido ambiente.

Me sorprendí; porque, hasta que sir Josiah lo había comentado, no había notado el silencio en la cabina.

El corazón me dio un salto.

—Entonces estamos en el suelo. ¿Pero dónde? —Miré hacia las ventanillas oscurecidas viendo que la extraña luz azul había vuelto a cambiar de forma que brillaba por otra portilla diferente—. Fuera es de noche. ¿Hemos viajado a una región de oscuridad? —Tenía la mente desbocada; quizá estábamos en Norteamérica o alguna tierra lejana… ¿pero y sí estábamos atrapados en alguna jungla inexplorada?—. Pero seguro que no hay nada que temer —dije rápidamente—. Todo lo que tenemos que hacer es salir de la nave y buscar al cónsul británico más cercano; no hay ciudad en la Tierra sin representación, y nos darán cobijo y ayuda…

—Ned. —Holden me miró fijamente, aunque noté que sus manos, todavía agarradas a la alfombra, temblaban—. Debe callarse e intentar entender. Estamos más lejos de cualquier consulado de lo que imagina.

Traveller habló lentamente y de forma sencilla, como con un niño:

—Vamos a hacerlo paso a paso. Los motores están parados. Pero no estamos en el suelo, Eso es evidente, incluso para un diplomático. En su lugar, sin la propulsión que dan los motores, la nave está en caída libre. Y nosotros caemos con ella; y, por tanto, flotamos, como el mármol flotaría aparentemente en el interior de una caja arrojada desde una azotea. —Sir Josiah continuó con una larga y complicada ampliación de ese concepto, teniendo en cuenta la falta de fuerzas de reacción entre mi espalda y la silla en que estaba sentado.

Pero cogí lo esencial.

Estábamos cayendo.

Una ola de pánico me recorrió y me agarré al arnés.

—Estamos condenados, ¡porque seguro que en unos momentos nos estrellaremos contra el suelo!

Traveller gruñó de forma teatral y se golpeó la cadera; y Holden dijo:

—Ned, todavía no lo entiende. No corremos peligro de chocar contra el suelo.

Me rasqué la cabeza.

—Entonces confieso que estoy completamente perdido, Holden.

Traveller habló lentamente.

—En el momento del lanzamiento del Príncipe Alberto, y el sabotaje, los motores de la Faetón se activaron. La nave se elevó en el aire, y siguió subiendo, acelerando, hasta dejar la Tierra muy atrás.

Sentí que el frío recorría mis venas, y pronto me sentí mareado, ligero.

—¿Estamos en la atmósfera superior?

Traveller apagó el cigarro en un cenicero situado en el asiento más cercano y extendió un brazo hacia mí.

—Ned, creo que debería unirse a mí. ¿Cree que puede hacerlo?

La idea de lanzarme una vez más como un saltador de trampolín me llenaba de temor; pero abrí los cierres y aparté el arnés flotante.

Me enderecé para flotar en el aire y me empujé con las dos manos contra el asiento. Como un tronco de madera, atravesé la cabina, yendo a parar finalmente donde Traveller, cuyas manos fuertes me llevaron hasta la portilla.

—Gracias, señor.

La iluminación azul resaltaba su estropeado perfil depredador.

—Ahora, si tiene en cuenta la vista…

Acerqué la cara a la portilla. Un globo colgaba suspendido frente a un fondo de estrellas, como una maravillosa linterna azul; un tercio estaba en sombras, y había luces que parpadeaban en la oscuridad. En la parte iluminada del globo podían distinguirse a través de una película de nubes las formas familiares de los continentes. Un pequeño y brillante punto de luz se arrastraba por el cuerno más alejado del globo, provocando reflejos en el océano.

Era, por supuesto, la Tierra, y el minúsculo compañero que recorría pacientemente su mes de noventa minutos era la Pequeña Luna.

Sentí la mano de Traveller sobre el hombro.

—Incluso el Imperio parece diminuto a esta distancia, ¿ eh, Ned?

—¿Estamos todavía en la atmósfera?

—Me temo que no. Más allá del casco de la Faetón sólo está el desierto del espacio: sin aire, sin luz y varias decenas de grados más frío que las hipótesis de monsieur Fourier.

_¿Todavía nos alejamos del mundo?

—Sí. —Traveller extrajo su libro de notas con destreza, empleando sólo los dedos de una mano, y comprobó los cálculos—. He estimado la velocidad por triangulación con puntos conocidos del globo. Mis resultados son imprecisos, por supuesto, ya que no dispongo de nada que se parezca al equipo adecuado…

—Pero —dijo Holden.

—Pero he averiguado que nos alejamos de la Tierra a unas quinientas millas por hora. Y eso es consistente con el periodo de algunos minutos cuando se dispararon los cohetes, alejándonos de la Tierra a aproximadamente dos veces la aceleración debida a la gravedad a nivel del mar.

Hubo sollozos detrás de mí; di la espalda a la imagen de la Tierra. Pocket, todavía atrapado en la silla, había enterrado la cara entre las manos; le temblaban los hombros y el pelo fino le colgaba alrededor de los dedos.

Exploré mis propios sentimientos. Así que estábamos más allá del aire. Y debía de ser cierto después de todo que Traveller ya había viajado de esa forma, no una, sino varias veces. El pánico se disipó, reemplazado por un juvenil sentido de la maravilla.

La imagen de la Tierra se movió a la derecha y deduje que la nave debía estar girando lentamente. Por algún truco de la perspectiva, el planeta tenía el aspecto de un cuenco, de la mejor porcelana china, pero era un cuenco que contenía todas las ciudades y las personas vivas; ¿y quién hubiese supuesto una belleza tan desconcertante?

Me volví hacia Traveller y dije:

—No sé por qué, sir Josiah, pero ahora siento calma y me sentiré aún más calmado cuando encienda los motores de la Faetón una vez más y volvamos al suelo.

Pude ver cómo la amabilidad y una impaciencia feroz luchaban sobre la frente marcada de Traveller.

—Ned, no fui yo quién lanzó el Faetón la primera vez.

—¿No? Entonces, ¿cómo … ?

—La nave se dirige desde el Puente. ¿Recuerda cómo luché por abrir la escotilla de acceso al Puente antes del lanzamiento?

Noté entonces que la escotilla del techo seguía cerrada, aunque exhibía las cicatrices de los esfuerzos de Traveller por abrirla.

—Entonces, ¿quién es el responsable?

—¿Cómo podríamos saberlo? —dijo Traveller.

—Pero podemos hacer suposiciones —dijo Holden desde el suelo, con un rastro de furia destacándose en el miedo—. Porque este suceso y el atentado contra el Príncipe Alberto deben estar relacionados.

El miedo penetró en mi mente.

—¿Infiere que estamos en manos de un saboteador?

Holden habló con gravedad:

—Me temo que un miembro de la misma banda de prusianos tiene en estos momentos el control de esta nave.

Finalmente comprendí todo el horror de nuestra situación.

—Estamos atrapados en esta caja, alejándonos de la Tierra y a merced de un prusiano loco… ¡Debemos penetrar inmediatamente en el Puente!

Me habría dirigido inmediatamente hacia la escotilla si Traveller no me hubiese retenido poniéndome una mano en el brazo.

—He intentado durante mucho tiempo seguir esa ruta, Ned. Y aunque consiguiésemos llegar al Puente, nos enfrentaríamos a muchos obstáculos antes de regresar con éxito a la Tierra.

—¿Qué obstáculos, Traveller? —exigió saber Holden.

Traveller sonrió.

—Seguirán ahí. Mientras tanto, son ustedes mis invitados en esta nave. ¿Qué me dice, Pocket?

El desdichado sirviente no pudo sino agitar la cabeza, con la cara todavía hundida entre las manos empapadas.

Traveller se estiró las solapas arrugadas de la chaqueta.

—Usted, por ejemplo, tiene costras de la sangre que soltó durante el lanzamiento. Y qué hay mejor que un buen baño caliente para aliviar el dolor de las contusiones, ¿eh? Pocket, ¿lo preparará? Y después quizá tomemos una cena ligera…

—¿Baño? ¿Una cena ligera? —Apenas podía creer lo que oía—. Sir Josiah, éste no es el momento ni el lugar. Y Pocket apenas se encuentra en situación de…

—Al contrario —dijo Traveller con firmeza, clavándome con una mirada de complicidad—. Nada mejor podría hacer el temible Pocket sino prepararle un baño caliente.

Le devolví la mirada a sir Josiah, y me volví para observar a Pocket; el sirviente, a pesar de una torpeza angustiosa, exhibía una serenidad cada vez mayor a medida que se ocupaba de esas tareas.

Reflexioné que Josiah Traveller poseía un conocimiento más profundo de sus compañeros humanos de lo que se molestaba en demostrar.

Ya sabía que un sinfín de maravillas estaba escondido entre las paredes acolchadas de la Cabina de Fumar; pero apenas podía haber supuesto que fuese posible tomar un baño caliente completo en condiciones tan cómodas como las de cualquier club de caballeros de Inglaterra.

Pocket retiró una sección de alfombra turca del suelo para revelar una serie de paneles; éstos se desdoblaban para formar una pantalla de cinco pies de alto detrás de la cual pude quitarme en la intimidad la ropa manchada. La sección de suelo bajo esos paneles estaba cubierta con capas de goma superpuestas, y había grifos situados en huecos del suelo. Pocket abrió los grifos —en respuesta su cuerpo se agitó bastante cómicamente— y de debajo del suelo llegó el sonido del agua corriente. Al rato un calor agradable y algunos penachos de vapor salieron de entre las capas de goma, dándole al lugar la atmósfera de un baño.

Cuando el agua estuvo lista, Pocket me rogó que me metiese entre las capas de goma. Sólo mi cabeza salía al aire. El baño en sí —del tamaño y forma de un ataúd, deduje por el tacto— estaba bajo la goma, y las capas superpuestas contenían completamente el agua que de otra forma hubiese escapado al aire de la cabina. Me quedé tendido sintiendo cómo los dolores abandonaban mi carne cansada. Y entonces el valiente Pocket me trajo un brandy sellado en un globo del tamaño de una copa, del que se sorbía el líquido por medio de una tetilla— y cuando el incongruente aroma de la carne asada —¡y el sonido del piano!— traspasaron la pantalla, cerré los ojos y descubrí que me era totalmente imposible creer que en ese momento estuviese suspendido en una pequeña lata de metal saltando entre los mundos a quinientas millas por hora.

Salí del baño y dejé que Pocket me ayudase con una toalla. Cuando estuve seco me vestí, nuevamente con ayuda de Pocket. Había limpiado y cepillado mi ropa, sólo superficialmente, pero era suficiente para darme la sensación de frescura y comodidad.

—Bien, Pocket; ¿cómo se siente?

—Más yo mismo, gracias, señor— dijo, claramente avergonzado.

—¿Cuál es su visión de la situación? ¿Ha compartido antes aventuras similares con sir Josiah?

La delgada boca de Pocket se contrajo.

—Hemos sufrido algunos rasguños, me atrevería a decir —Confesó—, pero nada a esta escala… tengo dos nietos señor, me dijo de pronto.

Me ajusté la chaqueta.

—No tema. Estoy seguro de que sir Josiah no tardará en encontrar la forma de reunirle con su familia.

—Es un tipo de recursos —dijo Pocket; y con movimientos diestros, ya parecía estar acostumbrándose a la situación de caída, plegó la pantalla de intimidad.

Le toqué el hombro huesudo.

—Dígame —inquirió—. ¿Conoce Traveller su… debilidad?

—Supongo que usted no le conoce muy bien, señor. Dudo mucho que sea consciente de algo así.

Apenas me sorprendí al ver que Traveller había sacado un piano pequeño de la pared de la cabina; flotaba frente a él, un pie alrededor de una pata plegable, y tocaba las alegres melodías que había oído antes. Holden seguía agarrado a la alfombra; observaba perplejo a Traveller, en ese momento el más alegre de los cuatro viajeros renuentes.

Se volvió hacia mí y se obligó a sonreír.

—Bien, ¿se han curado sus heridas?

—Finalmente curado; gracias —señalé a Traveller—. ¿No se van a acabar las maravillas de este hombre?

Holden levantó una ceja.

—Lo que me sorprende no es que esté tocando el piano en el espacio interplanetario, eso ya no podría sorprenderme, sino lo que está tocando.

Escuché con mayor atención y me sorprendió reconocer una de las melodías de music hall más grosera y popular en la época.

Traveller percibió nuestra atención y, con un gesto poco característico de timidez, abandonó la melodía a la mitad.

—Un ingenio muy bueno —señaló—. Lo conseguí en la Exposición de 1851. Creo que se suponía que era para un yate.

—¿En serio? —replicó Holden con sequedad.

Sonó un gong suave; me volví para ver a Pocket flotando en el aire, completamente sereno, sosteniendo un pequeño disco de metal.

— La cena está servida, caballeros.

—¡Espléndido! —gritó Traveller, y plegó el piano de un gesto.

Y así tomé parte en uno de los ágapes más extraños de la confusa historia de la humanidad.

Los tres tomamos asiento. Yo llevaba el arnés un poco suelto, apenas lo suficiente para impedirme salir flotando por aquel lugar. Pocket nos puso servilletas en el regazo y nos ayudó a fijarnos bandejas de madera a las rodillas por medio de correas de cuero. La comida venía envuelta en paquetes de papel engrasado que Pocket sacó de uno de los ubicuos chiribitiles. Otro panel escondía un pequeño horno de hierro en el que Pocket insertó los paquetes. La comida, cuando estuvo servida, era de una sorprendente buena calidad; empezamos con una mousse de pescado de intenso pero delicado sabor, seguida de una loncha de cordero asado, patatas y guisantes con una salsa; y terminó con un pesado budín con sirope. Bebimos —en globos— una satisfactoria cosecha francesa con el primer plato, y concluimos con globos más pequeños de oporto, y gruesos cigarros de fuerte sabor.

Todo se sirvió con cubertería de plata y porcelana china decorada con el sello de la compañía Príncipe Alberto, que se resumía en un blasón que mostraba la escultura de Neptuno que decoraba la cubierta de paseo del Príncipe Alberto.

Era una comida que no hubiese estado de más en muchas grandes mesas en la querida y distante Inglaterra, incluso si algunas de las circunstancias eran un poco curiosas. La única limitación de la comida parecía ser la necesidad de pegarla al plato o cuenco de alguna forma. La salsa servida con la carne, por ejemplo, era mucho más glutinosa de lo que me hubiese gustado, pero cumplía su propósito, excepto por un par de guisantes que se escaparon del tenedor.

Pero nunca antes me había servido un camarero que nadaba por el aire como un pez.

Se permitió que Pocket se sentase con nosotros para comer, ya que no había ninguna cocina o zona separada.

Cuando Pocket hubo retirado los restos nos sentamos en silencio en la Cabina de Fumar, sorbiendo el oporto y mirando cómo la luz de la Tierra penetraba por el aire lleno de humo. Holden dijo:

—Tengo que felicitarle por su mesa, sir Josiah. Me refiero tanto a la calidad de la provisión, como al ingenio con el que se ha arreglado la comida.

—Prensas hidráulicas, ése es el secreto —dijo Traveller tranquilo, y estiró las largas piernas en el aire—. La comida se prepara en un buen restaurante de Londres que frecuento de vez en cuando, y luego se seca rápidamente, en hornos calientes, y se comprime en esos paquetes que han visto. El resultado es un bulto pequeño y compacto que puede almacenarse durante semanas sin que se estropee, y que sólo necesita la aplicación de calor y agua para volver a ser una buena comida.

—Asombroso —comenté—. Y me atrevería a decir que hay muchas más comidas como ésas almacenadas en las paredes de esta nave, ¿no?

—Oh, sí —dijo Traveller—. Tenemos provisiones para algunas semanas.

Holden volvió a encender el cigarro (noté la forma extraña en que se comportaba la llama de la cerilla en condiciones de caída; la llama formaba un pequeño globo alrededor de la cabeza de la cerilla, y se apagaría rápidamente si uno no la moviese suavemente en el aire hacia nuevas regiones de oxígeno). El periodista dijo:

—Me alegra saber que no corremos mucho peligro de morirnos de hambre. Pero quizá sea éste el momento para discutir de qué otras cosas disponemos en general.

La idea del hambre no se me había pasado por mi limitada imaginación hasta ese momento; pero por supuesto que Holden tenía razón. Después de todo, estábamos perdidos en un vacío frío y desolado, con sólo el contenido de aquel frágil vehículo para sostenernos. Reflexioné culpable sobre mi disfrute de la comida; quizá ya deberíamos haber establecido un régimen.

—Muy bien. Sobre el agua —dijo Traveller—, llevamos varios galones. —Golpeó el suelo con un pie esquelético—. Está almacenada abajo, en una serie de tanques pequeños. Un tanque grande sería inadecuado, porque al volar la nave se correría el peligro de que el agua se moviese en el interior.

—Varios galones no parece mucho —dije incómodo—. Especialmente considerando que he tomado un baño.

Traveller sonrió.

—No tiene que preocuparse, Wickers; el agua para bañarse se pasa por una serie de filtros y tuberías que permiten que se use varias veces. Es adecuada para beber, incluso después de cuatro o cinco filtrados. —Se rió de nuestra expresión—. Pero el agua que usamos para el aseo, que Pocket les mostrará pronto, se expulsa directamente, se alegrarán de oírlo, del casco de la nave. —Luego su expresión se convirtió en una de preocupación calculadora—. Aun así, el agua sigue siendo un problema. Porque el agua se usa como masa de reacción, y me temo mucho que nuestro amigo prusiano ya ha gastado demasiada para estar cómodos.

Le hubiese pedido que ampliase ese preocupante misterio, la masa de reacción, pero Holden se inclinó con urgencia.

—Sir Josiah, ¿qué hay del aire? Ésta es una nave pequeña. ¿Cómo pueden cuatro hombres, cinco si contamos al prusiano, sobrevivir aquí por más de unas pocas horas?

Traveller agitó lánguido una mano de largos dedos.

—Señor, no debe preocuparse. Una vez más actúa un ingenioso, si se me permite decirlo, sistema de filtrado. En una hora un hombre sano absorbería el oxígeno contenido en veinticinco galones de aire, reemplazándolo con ácido carbónico, inútil para la respiración. Una bomba actúa continuamente para pasar el aire de esta cabina, y el Puente, por una serie de rejillas. El aire pasa por clorato de potasio, a una temperatura varios cientos de grados por encima de la de la habitación; el clorato se descompone en la sal cloruro de potasio y emite oxígeno para reponer el aire viciado. Y luego se aplica una cantidad de potasa cáustica, que se combina con el ácido carbónico para eliminarlo del aire.

»Tenemos cantidades suficientes de los productos químicos relevantes para sostener nuestra vida durante varias semanas.

—Ah! —asintió Holden, evidentemente impresionado.

—Y en lo que al calor y la luz se refiere —siguió Traveller—, quemadores de acetileno hacen funcionar las lámparas que tenemos sobre nuestras cabezas, y también calientan el aire que pasa por tuberías incrustadas en el casco de la nave. De hecho, bañados como estamos en la luz directa del sol, no es el frío lo que debemos temer, sino el peligro de cocernos vivos. De ahí la lenta rotación de la nave que han observado, y que sirve para extender la acción de la radiación solar sobre todo el casco de la nave.

—Entones —dije—, no ve ningún obstáculo para que sobrevivamos y regresemos sanos a nuestro mundo.

—No he dicho eso, Ned. —Como tenía apagado el cigarro, Traveller encendió uno de los turcos que prefería—. Diseñé la Faetón para realizar observaciones de las capas altas de la atmósfera de la Tierra. Esperaba incluso ponerla algún día en órbita terrestre. —Ese concepto, que era nuevo para mí, me lo explicó más tarde Holden; consiste en una caída continua, bajo la influencia de la gravedad, de un cuerpo alrededor del planeta, de forma muy similar a como la Pequeña Luna da vueltas alrededor de la Tierra—. Pero —siguió diciendo Traveller—, la Faetón no está diseñada para volar al espacio profundo.

Siguió describiendo los principios del sistema de propulsión de la maravillosa nave. Parecía que se usaban hornos de antihielo para calentar el vapor a una temperatura monstruosa. Pero en lugar de dirigir la expansión del gas caliente a un pistón (como en el diseño del sistema de propulsión del crucero terrestre), las tuberías llevaban el vapor a las toberas que había observado en la base de la nave, por donde era expulsado. Lanzando el vapor supercalentado lejos de ella, la Faetón se impulsaba hacia delante. Como un patinador puede empujar a su compañero; el compañero corre por el lago, pero el primer patinador sale corriendo hacia atrás por la fuerza de reacción. Ése es el principio del cohete, y la «masa de reacción» que Traveller había mencionado antes era el vapor lanzado por el cohete.

El vapor salía de las toberas a muchos miles de millas por hora.

Pero incluso así, para permitir que la nave se moviese hacia delante con una aceleración dos veces la de la gravedad terrestre, había que perder en el espacio cuatro libras de agua cada segundo.

Holden asintió preocupado.

—Entonces el peso de toda la nave no puede ser superior a una o dos toneladas.

Traveller se impresionó brevemente.

—Claramente el peso de la nave debe estar limitado —dijo—. Y eso me hizo elegir el aluminio como el principal material de construcción del casco. Es mucho más ligero que cualquier aleación de hierro, o acero, a pesar de su absurdo precio: nada menos que nueve soberanos la libra, en comparación con los dos o tres peniques del hierro forjado.

—Buen Dios —dijo Holden.

—Elegir el agua como masa de reacción se debió a que es fácil de encontrar y barata, incluso si la Faetón chocase con el mar, un tanque de agua salobre sería suficiente para ponernos de nuevo en el aire.

Hice un gesto hacia la ventana oscura.

—Pero ahí fuera no hay océanos.

—No. Tenemos sólo lo que queda en los tanques. Y, aunque no puedo estar seguro sin acceso al Puente, ahí está nuestro problema. Mucho me temo que nuestro anfitrión prusiano ha agotado las reservas más allá del punto en el que podemos dar la vuelta a la nave y volar hacia la Tierra; e incluso si pudiésemos, no habría nada con lo que hacer funcionar los cohetes para aterrizar de forma controlada, y no desplomarnos como un meteorito contra el paisaje.

Temblé ante esas palabras, y apreté el bulbo de oporto entre las manos.

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