17 Magia deliciosa

Podían ver su propio aliento en el estrecho corredor, cuyas paredes de piedra caliza eran frías al tacto. Dhamon iba en cabeza; Maldred sostenía el farol en alto detrás de él, y Rikali y Varek los seguían.

El sivak se detuvo un instante, contemplando cómo se alejaban; luego, impelido por una mezcla de deber y curiosidad, fue tras ellos. Encontró el pasadizo un poco justo, pues sólo sobraban unos pocos centímetros a cada lado de sus amplios hombros, y los afilados fragmentos de cristales que quedaban triturados bajo las botas de los otros se clavaban en sus pies. Volvió a detenerse unos doce metros más tarde, pasando las zarpas sobre nudosos grupos de corales y pedazos de conchas incrustados ahí y allá en la pared. Con los dedos, siguió la forma de un fósil de cangrejo.

Algo más lejos el pasillo se ensanchaba, y el techo, que había estado apenas unos pocos centímetros por encima de sus cabezas, desapareció en la oscuridad.

Tras casi toda una hora de marcha, Dhamon se detuvo y se volvió hacia Maldred.

—Ha llegado el momento de dar la vuelta —anunció—. Hay que ir en busca de la sanadora. No hay nada aquí.

Su amigo asintió y giró para retroceder, pero al cabo de un instante Dhamon alargó la mano para detenerlo.

—Espera. Oigo algo. —Se volvió de nuevo y siguió por el pasillo unos cuantos minutos más—. El viento, creo, Mal. —La desilusión se reflejaba con claridad en su voz—. Lo admito: fue idea mía entrar aquí, idea mía malgastar nuestro tiempo.

El pasadizo de piedra había ido a parar a una pequeña caverna circular, cuyo suelo estaba ocupado casi por completo por un estanque.

Los dos hombres levantaron la vista hacia lo alto, y Dhamon distinguió una delgada grieta por la que podría haber entrado el agua de lluvia que había originado el estanque.

—Me pareció oír música —dijo meneando la cabeza—. Todavía la escucho. —En voz más baja, añadió—: Podría tratarse de viento.

De nuevo estaba a punto de volver sobre sus pasos cuando divisó una abertura al otro extremo de la cueva; otro túnel, éste más estrecho que el que acababan de recorrer.

—¡Cerdos!, no pienso abrirme paso a través de eso —anunció Rikali, que se dejó caer contra la pared, acariciándose el vientre con los dedos—. Además, no me siento demasiado bien esta mañana. Esto de estar embarazada no es nada divertido.

Dhamon había empezado a rodear el estanque, seguido por Maldred. Varek se quedó junto a Riki y, con mucha paciencia, consiguió que el farol que sostenía los alumbrara.

—En ese caso, nos quedaremos aquí y los esperaremos juntos, cariño.

—¿Y si encuentran algo? —Riki frunció el entrecejo—. No queremos que nos dejen fuera de nada valioso. Lo harían, ya lo sabes.

El joven vaciló.

—Yo me quedaré con ella —se ofreció Ragh.

—Ahora sí que sé que no me voy con ellos, Riki.

La semielfa le dedicó una sonrisa de soslayo.

—Estaré perfectamente con este animalito, Varek. No va a hacerme daño.

Ragh se sentó sin cumplidos cerca del estanque, con las garras que tenía por pies balanceándose justo por encima del agua. Varek dirigió una ojeada a Riki, que le hizo un gesto para que se diera prisa. Minutos más tarde, desaparecía en el interior de la abertura en pos de Maldred y Dhamon.

—Con esos hombros enormes tuyos, no podrías haber pasado por ahí —dijo la mujer al sivak.

—Ni querría haberlo hecho.


El delgado túnel se dobló sobre sí mismo y el techo descendió tanto que Dhamon, Maldred y Varek casi se vieron obligados a arrastrarse. Varek tuvo que dejar atrás su bastón, pero Maldred se las arregló de algún modo para conservar el espadón.

Llegados a cierto punto, Dhamon creyó que el túnel finalizaba allí, pero al aproximarse a lo que parecía ser una pared de piedra, descubrió una malla de raíces de árboles que habían penetrado hasta esa profundidad por entre las rocas. Pertenecían a un árbol que había muerto hacía una eternidad, pero las gruesas raíces primarias formaban una espesa maraña. Se abrió paso entre ellas y siguieron adelante.

—También yo escucho algo ahora —declaró Maldred al cabo de un rato—, pero no creo que se trate de música.

—Cristales golpeados por el viento —dijo Dhamon—. Suena un poco como música.

El túnel acabó en una grieta más amplia, cuya profundidad ni siquiera la aguda vista de Dhamon consiguió determinar. Un estrecho puente de roca salvaba la grieta y conducía a otra abertura situada en el lado opuesto. Había cristales incrustados en las paredes, y colgaban estalactitas del techo, algunas de cristal macizo.

—Tu música —indicó Maldred.

—Hemos andado ya demasiado para dar la vuelta —repuso Dhamon al mismo tiempo que empezaba a cruzar el puente.

Maldred lo siguió más despacio, mirando constantemente a su alrededor, y sin dejar de levantar la vista repetidamente hacia las estalactitas mientras cruzaba. Varek aguardó hasta que los dos hombres estuvieron en el otro lado antes de arriesgarse a cruzar.

La grieta siguiente no era tan larga ni tan exigua, y al llegar al final, Dhamon sacó la cabeza y se encontró con una caverna casi tan grande como la primera que habían explorado. Se percibía claramente una brisa allí dentro; procedía de un trío de estrechas hendiduras en el techo de roca que se alzaba sobre sus cabezas. También una neblina producida por agua de lluvia se filtraba al interior.

—Más barcos —anunció Dhamon—. Carabelas y cargueros.

Esas naves estaban ligeramente en mejores condiciones que las otras, si bien no había tantas ahí como en la otra cueva. Y había innumerables tablas hechas añicos que indicaban muelles a los que los barcos habían estado atracados en épocas pasadas.

Dhamon avanzó, seguido por Maldred, que alzó más el farol. La luz rebotó en innumerables cristales que salpicaban estalactitas delgadas como dedos que colgaban del techo.

Los cristales refulgieron con fuerza, y la luz añadida ayudó a iluminar desmoronados edificios de piedra incrustados en la pared meridional situada más allá de las embarcaciones.

—Hemos encontrado uno de los antiguos puertos piratas —sonrió Maldred—. ¡Ja! Puede ser que hallemos una auténtica fortuna aquí.

Incluso Varek se mostró excitado, y pasó junto a ellos para dirigirse hacia una carabela con los mástiles intactos.

Primero, se dedicaron a registrar los barcos y encontraron sedas y alimentos exóticos, y vinos que se habían avinagrado hacía cien años. Los insectos, que habían invadido muchas de las bodegas, habían destrozado tallas de madera y pinturas.

Había gemas, pequeñas urnas rebosantes de perlas, elegantes cajas llenas de collares de diamantes, broches de rubíes, una pequeña colección de patas de palo con incrustaciones de latón, y más cosas. Una alhaja excepcional atrajo la atención de Dhamon. Se trataba de un collar, compuesto de raras perlas negras y cuentas de obsidiana sumamente bruñidas. Que algo tan oscuro poseyera tal fuego y color le impresionó, y pasó la pieza a Maldred, quien estuvo de acuerdo en que ése era uno de los objetos más valiosos que habían encontrado.

—Se lo podríamos dar a Riki —sugirió el hombretón.

Dhamon se encogió de hombros y reanudó su búsqueda.

Varek descubrió un escondrijo de objetos que probablemente estaban hechizados: una pequeña esfera que brillaba alternativamente en color verde y naranja; una daga que despedía una tenue luz azulada, que se apresuró a guardar en su cinto; un lobo de ónice del tamaño de la palma de una mano, que, cuando se le frotaba el costado, emitía una antigua melodía, y una copa de plata que se llenaba continuamente a sí misma con agua fría.

—Para la sanadora, tu libro no es suficiente —dijo Maldred, señalando los tesoros mágicos que habían reunido en un saco conseguido en uno de los barcos.

Dhamon añadió una diadema de bronce a esa colección, jurando que oía voces en su cabeza cuando se la ponía.

A medida que se adentraban más en la caverna, fueron descubriendo más restos de edificios, que consistían en su mayoría en cimientos de piedra. Se hallaban muy al este y al sur de una hilera de barcos, que señalaba probablemente lo que había sido la ribera este del antiguo río. Se veían docenas de esqueletos entre los cascotes, con los huesos bien pelados y con restos de tela a su alrededor. Varek arrojó una vieja vela sobre tres pequeños esqueletos; sospechó que eran de kenders, y no, de niños humanos, a tenor de sus anchos pies.

—Dhamon, cuando hayamos acabado con el saqueo de todo esto…

—Iremos en busca de la sanadora, Mal.

—Sí —asintió él—, pero una vez que acabemos con ese asunto, tenemos que contarle a alguien dónde se encuentra todo esto. Un historiador, diría yo. Entregarle un mapa y dejar que venga aquí.

—Pero no nuestro mapa mágico.

—Eso jamás.

—Después de que hayamos tomado lo que queramos —dijo Varek—. Todo lo que queramos.

Maldred asintió.

—Claro, pero esto es historia, algo que ha quedado de antes del Cataclismo, y debería compartirse y quedar registrado. Dhamon, debemos decírselo a mi padre. Le gustará saber que su mapa nos condujo a un auténtico tesoro.

—Serás tú quien se lo cuente a tu padre.

Dhamon lanzó una risita mientras examinaba una puerta de piedra del edificio que estaba más intacto de la cueva. Todas las ventanas habían sido tapadas con láminas de pizarra, que tenían un desagradable tacto frío.

—No volverás a pescarme en Bloten nunca más, amigo mío.

—Muy bien. No es una ciudad tan mala —repuso el otro—. Hay buenos sitios donde comer. Me gustaría hacerle una visita a Sombrío Kedar, aunque yo tampoco siento el menor deseo de quedarme allí. Hay mucho mundo por ver. Tal vez deberíamos comprar un barco, Dhamon, navegar hacia tierras de las que sólo hemos oído hablar.

—Después de la sanadora.

Dhamon le dedicó una media sonrisa.

—Quizá podríamos seguir otro de los mapas de mi padre.

—Riki y yo no os acompañaremos en ninguna otra búsqueda de tesoros —manifestó Varek, tras un carraspeo—. Tomaremos nuestra parte de éste y nos despediremos de vosotros.

El joven ayudó a Dhamon en el intento de extraer una plancha de pizarra.

—¿Comprar una bonita casa en alguna parte? —Maldred adoptó una postura afectada, y sus ojos centellearon—. ¿Llevar una vida normal y olvidar la vida aventurera? ¿Crear una gran familia y echar raíces? A Riki le encantará eso —dijo con un dejo de sarcasmo que el atareado Varek no captó.

Dhamon retrocedió y volvió a examinar el edificio, aunque entonces su mente estaba puesta en la semielfa, en su adaptación a una vida mundana y segura con un joven por el que Dhamon no sentía el menor aprecio: era demasiado joven, demasiado impetuoso. «¿Estaré celoso?», se preguntó.

Tuvo que admitir que le había molestado ver a Varek durmiendo cada noche con el brazo rodeando de forma protectora a Riki, e intentó decirse a sí mismo que no importaba, que no amaba a la semielfa, que sólo había estado con ella porque era hermosa… y resultaba conveniente en aquel momento. «No la amo —se dijo—. Nunca la he amado». Pero ¿amaba la semielfa al muchacho? Riki no abrumaba al joven con muestras de afecto, no estaba pendiente de él como había hecho con Dhamon. También tenía un aspecto distinto al que tenía cuando se encontraba con él; ya no se maquillaba el rostro y tampoco se vestía con ropas llamativas y ajustadas. Renegaba con menos frecuencia y, a menudo, parecía levemente femenina.

—Estoy mejor sin amor —musitó—. No lo quiero, no lo necesito. Estoy mejor solo.

Intentó arrancar un trozo diferente de pizarra y descubrió que, al igual que aquél en el que Varek seguía trabajando, éste también había sido soldado a la ventana; podía ser que fuera a causa del Cataclismo, o tal vez del conjuro de un hechicero, y esto último era algo que Maldred podría ser capaz de solucionar.

—No necesito amor —repitió.

Se volvió e hizo una seña a Maldred.

—Ven aquí. Quiero echar una mirada al interior de este edificio. Podría tratarse de alguna cámara del tesoro por el modo como está sellado. Creo que nos hará falta tu magia para entrar.


—¿Qué miras, Ragh?

Rikali se acomodó con cuidado junto al sivak y se inclinó más cerca para echar una mirada a lo que éste tenía en la palma.

—No es más que arena y limo —le respondió el draconiano, y las palabras mismas parecieron arena raspando sobre roca, chirriantes y sordas al surgir de su destrozada garganta—. Y cenizas, creo.

—¿Cenizas?

—De un volcán. —Ragh señaló con una zarpa hacia un punto en lo alto de la pared y movió el farol—. ¿Ves?

—Todo lo que veo es roca.

—Diferentes tipos de roca —repuso él con la chirriante voz pausada y uniforme, como hablaría un profesor al dar una clase—. Se han fundido: sílex, granito, arena, conchas y algunos fósiles, probablemente. Una pieza sólida. El suelo sobre el que nos sentamos… —El sivak apartó un poco de arena con la mano—. Está endurecido; tierra y roca que se han soldado.

—¿Cómo sucedió algo así? —preguntó la mujer, enarcando levemente una ceja.

—Podría haberlo hecho el tiempo, de haber actuado con suficiente presión sobre el suelo. También podría haberlo hecho un volcán, cuyo calor lo funde todo. Esto último explicaría la ceniza y, quizá, los túneles de esta sala. Podrían haberse formado a partir de un torrente de lava.

—Ya he pasado por un terremoto —manifestó la semielfa, estremeciéndose—. ¡Cerdos!, cuando Mal, Dhamon y yo estuvimos en el valle de Caos… El valle es un…

—Sé lo que es y dónde está.

La mujer trazó un dibujo en un trozo de arena.

—Soy viejo, Rikali. He visto gran parte de Krynn.

—Inteligente, también. Pareces saber muchas cosas. La inteligencia no aparece con los años.

El sivak dejó escapar un largo suspiro, que sonó como un forzado silbido.

—Averigüé muchas cosas sobre Krynn a la fuerza. Fui espía para Takhisis; luego, para Sable. Mataba hombres y ocupaba sus puestos durante tanto tiempo como era capaz de mantener su aspecto: exploradores, políticos, embajadores, enanos. De los enanos aprendí muchas cosas sobre cavernas y piedras.

Rikali se estremeció ante la idea.

—¿Cuántos mataste?

—Más de los que puedo recordar. —Ragh echó la cabeza hacia atrás para estudiar el techo—. Pero todo ello terminó cuando Sable me entregó a Nura Bint-Drax.

—Como aquellas ladronas me vendieron a mí y también a otros a ella. —Rikali volvió a estremecerse—. Podría haberme convertido en un drac.

—En una abominación —corrigió él mientras un dedo terminado en una garra, que había vuelto a crecer, se alzaba para tocar las cicatrices de su pecho allí donde lo habían sangrado para crear a aquellos seres espantosos.

—Espero que ya no tarden mucho —dijo ella para cambiar de tema—. No resulta cómodo estar sentado aquí.


—¡Magia! —declaró Maldred—. Fundió la pizarra sobre las ventanas y selló la puerta. Yo diría que el morador era un mago que pensó que atrincherarse aquí dentro podría salvarlo del Cataclismo.

Varek seguía forcejeando con una ventana.

—En ese caso, a lo mejor podría haber guardado todos sus objetos mágicos. —Resopló y tiró durante unos instantes más; luego, sacudió la cabeza, y su pecho jadeó debido a los esfuerzos realizados—. ¿Puedes franquear el paso?

El hombretón sonrió de oreja a oreja y extendió los dedos de par en par, a la altura del pecho, sobre la puerta.

—No tendría que resultar muy difícil, diría yo.

Empezó a tararear una melodía que Dhamon no había oído antes. Mezcladas con la melodía había palabras en la lengua de los ogros. Juntas formaban un monótono cántico.

Varek paseó la mirada por la caverna.

—A lo mejor hay otras estancias. Ese viejo mapa mostraba cómo el río discurría más hacia el sur; otro puerto pirata, quizá.

—¿No crees que ya somos lo bastante ricos? —preguntó Dhamon.

Sabía que de no tener en mente la búsqueda de la sanadora, en ese momento estaría explorando más zonas; además, había sido su codicia la que lo había hecho recorrer la grieta hasta llegar a ese lugar. En el fondo, pensaba ya en un viaje de regreso, pues Maldred podía sellar el agujero que los había conducido bajo tierra, y él podría regresar después de que lo curaran de las escamas que no dejaban de aparecer.

—¿Qué es ser lo bastante rico? —Varek rascó la planta del pie contra el suelo de piedra—. Quiero comprarle a Riki una casa realmente bonita. Comprarle cualquier cosa que necesite.

—¡Casi lo he conseguido!

Los hombros de Maldred tensaban las costuras de la túnica, y el contorno de sus músculos quedaba de manifiesto a través de la tela. Estaba utilizando algo más que simplemente su magia para atravesar la puerta.

—Aunque si este lugar no fuera tan antiguo… y si la puerta estuviera fijada aquí de un modo mejor… ¡Ya! Vaya, ¿qué es esto?

Tiras de cera verde se desprendieron en cuanto él empezó a empujar la puerta hacia adentro. El hombretón apoyó el hombro contra la hoja y empujó con más fuerza; sonrió cuando la puerta se movió unos centímetros más.

—Necesito un poco de ayuda, Dhamon.

El otro se apresuró a reunirse con él. Los cabellos de la nuca se le erizaron cuando la puerta se deslizó unos centímetros más y parte del techo de roca se desplomó. Un pedazo de piedra del tamaño de un puño le golpeó el brazo, y lanzó un juramento.

—No es nada —dijo Maldred—. Además parece que te curas con bastante facilidad. Vamos.

Un empujón más, y la puerta se abrió de par en par. Maldred se apartó de ella de un salto y recuperó el farol a toda prisa. Regresó y cruzó el umbral antes de que Dhamon se hubiera movido. El aire parecía estancado, frío e impregnado de un fuerte aroma a putrefacción. Dhamon tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. También Maldred se vio afectado, pero sus sentidos no eran tan agudos. Se lanzó al frente.

—¡Quédate ahí afuera, Varek! —advirtió.

El joven negó con la cabeza y los siguió.

—No vais a dejarnos ni a Riki ni a mí fuera de nada.

—No parece la casa de un hechicero —declaró Dhamon—. Varek, ¿por qué no te quedas fuera?

Había ocho enormes cofres dispuestos de manera uniforme en el centro de una habitación cuadrada y toscamente tallada: cuatro a cada lado, separados por pilares de madera que daban la impresión de ir a desplomarse en cualquier momento.

Varek se abrió paso por entre Dhamon y Maldred, y se dirigió al primer cofre. Observó que había más cera verde alrededor de los bordes.

Dhamon sintió que la temperatura se enfriaba.

—Varek, no creo que esto tenga nada que ver con piratas o hechiceros.

El muchacho intentó levantar la tapa.

—Algún pirata que no confiaba en sus compañeros del puerto puso sus riquezas aquí dentro.

—Deja que te eche una mano con esto.

Maldred introdujo los dedos bajo la tapa y tiró hacia arriba.

—Mal… —El aire era cada vez más helado—. No creo que esta habitación quedara enterrada durante el Cataclismo. Mira. Con magia o sin ella, ninguna de las paredes está agrietada. Los cofres no parecen tan viejos como la madera de los barcos ni la de los otros cofres que encontramos. Creo que esto fue puesto aquí mucho después del Cataclismo. Fíjate…

Dhamon señaló el otro extremo de la habitación, donde tres peldaños de piedra conducían a una pared sellada con más cera verde.

—Creo que deberíamos salir de aquí. Tendríamos que…

—¡Ya está! —exclamó el gigantón—. ¡Jamás ha existido cerradura o puerta que se me pudiera resistir!

Tanto él como Varek retrocedieron y echaron la tapa hacia atrás. Ambos tosieron cuando un remolino de polvo surgió violentamente del interior.

Justo detrás de la nube de polvo apareció una figura diáfana y de relucientes ojos rojos.

—¡Muertos vivientes! —exclamó Dhamon, desenvainando la espada y cargando al frente—. Fantástico y maravilloso.

La criatura tenía una vaga forma humana, pero a medida que se movía iba creciendo. Al final, se dividió, transformándose en dos.

La primera voló hacia Maldred, con los finos brazos estirados, mientras la boca se formaba y castañeteaba. La segunda corrió hacia otro cofre, introduciendo unos brazos insustanciales en el interior, que se solidificaron y, a continuación, rompieron la madera. Otra criatura salió al exterior.

Dhamon se lanzó hacia ese segundo cofre, blandiendo la espada ante él y atravesando la criatura, de nuevo transparente. El arma prosiguió su camino y fue a golpear una de las columnas de madera, a la que partió en dos. Una lluvia de rocas cayó del techo y le hirió los brazos y la cabeza, sin afectar en absoluto a las criaturas.

—¡Por los dioses desaparecidos! —chilló Varek—. ¿Qué son estas cosas?

—Espectros —replicó Dhamon mientras volvía a asestar un mandoble.

—Tu muerte —respondió uno de los seres, y la inquietante voz resonó en las paredes de roca.

Había ya cuatro criaturas no-muertas; la recién liberada se había dividido también en dos.

—Somos libres —susurró una de ellas—. Hemos dejado de estar prisioneros, y nos reuniremos con nuestros hermanos.

—Sí —intervino otra—. Libres, debemos marchar.

Maldred atacó a una situada justo frente a él. Gruñó cuando la hoja la atravesó sin apenas infligirle ningún daño, si es que le infligió alguno.

—¿Por qué no os morís?

—Libres —repitieron como una sola.

—Al fin, estamos libres de nuestra prisión —dijo la que se encontraba más cerca de Dhamon.

Dhamon corrió hacia otro cofre, que uno de los espectros intentaba abrir. El ser le dirigió una tétrica mirada y solidificó un brazo para golpearlo, pero el hombre fue más veloz y alzó su espada en el último instante, que chocó contra algo sólido. El espectro soltó un alarido.

Sus ojos se encendieron, furiosos, y parecieron taladrar a Dhamon.

—No podíamos responder a la llamada atrapados como estábamos. ¡Libres, podemos responder ahora!

Flotó hasta otro cofre e introdujo un brazo en el interior. Al cabo de un instante, otra criatura había quedado libre.

—¡Libres!

Se convirtió en una salmodia siseante, y a través de ella, Dhamon oyó cómo Maldred jadeaba mientras seguía combatiendo con uno de los seres. Varek masculló una serie de juramentos contra una criatura que flotaba cerca de él y la acuchilló con la refulgente daga que había cogido.

—¡Hermanos, éste hace daño! —gritó el espectro cuando el arma del joven quemó la figura insustancial del ser—. Éste debe morir primero.

—Dulce muerte —canturrearon—. Muerte al hombre que nos hiere.

Dhamon escuchó un crujido que se abría paso por entre la salmodia.

—¡No! —chilló—. ¡Mal! ¡Varek! ¡Cuidado!

Uno de los fantasmas se había vuelto sólido junto a una columna de madera y tiraba de ella; lanzó enloquecidas carcajadas cuando ésta se rompió e hizo caer con ella parte del techo. Enormes pedazos de roca se precipitaron sobre otro cofre, lo hicieron añicos y liberaron más no-muertos.

—¡Somos libres!

—¡Nos llaman! ¡Se nos pide que nos unamos a nuestros hermanos! —gritó otro—. ¡Siento el tirón!

—¡Pues que se os lleve lejos de aquí! —chilló Dhamon—. ¡Dejadnos!

Algunas de las criaturas abandonaban ya la estancia, y una nube de muerte penetraba en la caverna situada más allá. Otras trabajaban en los pilares para derribar el edificio.

—¡Maldred, Varek, salid de aquí! —ordenó Dhamon.

Comprendió que los no-muertos iban a abrir el resto de los cofres y a liberar a sus otros macabros camaradas, usando las rocas que caían del techo, pues el peso de las piedras no podía hacer daño a algo que ya estaba muerto.

—¡Nos llaman!

—¡Magia! —gimoteó uno de ellos—. Huelo a magia.

—Es el arma del hombre. Nos hiere.

—¡Magia!

La palabra se convirtió en un cántico mientras tres de los espectros descendían sobre Varek; uno alargó una mano transparente y la cerró sobre la reluciente hoja.

—¡Me hiere! —exclamó el ser, pero se negó a soltar el cuchillo—. ¡Magia! ¡Absorberé la magia!

—¡Dhamon! ¡Socorro!

Varek intentó arrancar la daga de la mano de la criatura, pero sus dos compañeros se habían solidificado y lo mantenían inmóvil.

—Magia deliciosa —canturreó el espectro. Cuando soltó finalmente el arma, la hoja ya no brillaba.

—Magia deliciosa —repitieron sus compañeros al mismo tiempo que lanzaban al muchacho contra la pared de piedra con tanta fuerza que lo dejaron momentáneamente aturdido.

Se volvieron como uno solo en dirección a Maldred.

—¡Magia! —exclamaron.

Dhamon intentaba desesperadamente apartar a los espectros de los pilares a la vez que intentaba abrirse paso alrededor de los cofres rotos para llegar hasta el hombretón, rodeado entonces por las fantasmales imágenes.

—¡Hay magia en este hombre! —exclamó uno, y sus ojos refulgieron al rojo vivo, esperanzados.

—Hechicero encantador —entonaron los espíritus—. Una deliciosa muerte para el encantador hechicero.

—¡Enfrentaos a mí! —gritó Dhamon.

Los seres, sin embargo, sólo parecieron interesados en Maldred, y uno de los no-muertos se solidificó ante Dhamon para impedirle el paso.

—¡La espada del hechicero! —exclamó la criatura—. Fue forjada con magia. ¡Absorbed la magia!

—Magia deliciosa.

—¡El hombre! —dijo en un lamento agudo otro—. Contiene mucha más magia que su espada. ¡Absorbed la magia! ¡Bebed su vida!

—Magia deliciosa.

—¡Varek! —exclamó Dhamon mientras atacaba al espectro que tenía delante, que alargó una mano en forma de zarpa y le arañó el rostro con las uñas como carámbanos que se hundieron en su piel—. ¡Varek! ¡Ve hasta Maldred!

El joven meneó la cabeza y se apartó de la pared. Los espectros rompieron otra columna, y un enorme trozo del techo se desprendió y sepultó al muchacho. Éste gimió desde debajo de los cascotes, y Dhamon vio que las rocas inmovilizaban también al hombretón.

—¡Decís que os llaman, criatura repugnante! —escupió Dhamon al espectro que le impedía el paso, y lanzó una lluvia de golpes sobre la criatura, todos ellos inútiles—. ¡Marchad! Id hasta quien sea que os esté llamando.

—¡Deliciosa magia! —se escuchó gritar desde la zona situada fuera del edificio.

Dhamon comprendió que las criaturas habían descubierto el saco que contenía los objetos mágicos.

—¡Bebed la magia!

—Magia deliciosa —canturreó el que estaba frente a Dhamon, y en un santiamén se tornó insustancial y se marchó flotando a reunirse con sus hermanos.

Dhamon corrió hasta donde se encontraba Maldred. Por el camino, tuvo que rodear rocas que le cortaban el paso y se deslizó junto a un cofre del que surgían más muertos vivientes.

—¡Bebed la magia!

—Deliciosa magia.

—¡Nos llaman! ¡Nos convocan! ¡Debemos responder!

—¡Dhamon!

El rugido de Maldred estaba preñado de dolor. Un cuarteto de no-muertos seguía rodeando al hombretón, y Dhamon contempló, horrorizado, cómo uno introducía las espectrales manos en el interior del pecho del hombre al mismo tiempo que los brazos se solidificaban. El fornido ladrón lanzó un alarido.

—¡Magia deliciosa! —exclamaron los cuatro espectros mientras hundían las zarpas en el cuerpo de Maldred y se daban un banquete.

Dhamon intentó arrancarlos de allí, pero sus manos no encontraron al cerrarse más que un entumecedor aire helado. Lanzó una exclamación ahogada y redobló sus esfuerzos.

—No se puede hacer daño a estas cosas —refunfuñó—. ¡No se les puede hacer nada!

—¡Nos llaman!, ¡debemos acudir! —gritó uno desde la caverna del exterior.

—Magia deliciosa —repitieron los cuatro que había en la habitación—. Magia deliciosa que ya no está.

Como uno solo, se deslizaron hasta la puerta y pasaron al otro lado, al interior de la cueva donde una nube de criaturas flotaba como neblina por encima del suelo de piedra. Rápidamente, la nube se elevó, y los espectros se desvanecieron.

—¡Maldred!

Dhamon palpó el pecho de su amigo sin encontrar nada roto, pero el rostro de Mal estaba pálido.

—Tienes que estar vivo, Mal. Tienes que… ¡Ah!

El caído tomó aire con energía y empezó a temblar de modo incontrolable. La temperatura había descendido en picado tan deprisa debido a la presencia de los no-muertos que la escarcha lo cubría completamente todo.

Maldred cambiaba. Su figura creció, la piel se tornó de un color azul pálido, su melena era entonces larga y se volvió blanca ante los ojos de Dhamon. Su forma humana se desvaneció y fue reemplazada en un instante por su auténtico aspecto: el de un enorme mago ogro.

Dhamon rechinó los dientes y tiró de las rocas que inmovilizaban a su amigo. No debería haber sido capaz de mover aquellos enormes trozos de roca, lo sabía; eran demasiado grandes, demasiado pesados para que un hombre los manejara…, pero entonces era más fuerte que un hombre normal.

«¿Qué me está sucediendo?», pensó mientras levantaba la piedra de mayor tamaño y la arrojaba a un lado. Se fue abriendo paso por detrás de Maldred y lo sujetó por debajo de las axilas para arrastrarlo fuera de la habitación.

Las extremidades y la boca de Maldred se estremecieron, y transcurrieron varios minutos antes de que abriera los ojos.

—¿Dhamon?

—Sí, estoy aquí.

—Eran…

—No-muertos. Sí, lo sé. Sin un arma mágica no pude hacer nada contra ellos.

—Mi espada…

—Probablemente, ya ha dejado de estar hechizada. Parece que te robaron tu magia. La bebían como una muchedumbre sedienta.

—¡No! ¡Mi magia! —Maldred se incorporó sobre los codos, cerró los ojos, y su frente se crispó mientras se concentraba—. La chispa. Siempre ha existido una chispa en mi interior, un fuego que invocaba para lanzar mis conjuros. Ha desaparecido, Dhamon. Ni siquiera puedo efectuar el hechizo más sencillo, el que hace que parezca humano… Esa magia ha desaparecido.

Dhamon había regresado al interior del edificio y movía las piedras que sujetaban a Varek. Pensaba que hallaría al muchacho muerto o con las costillas aplastadas, pero éste respiraba con regularidad, aunque estaba sin sentido. Una roca le había provocado un profundo corte en la frente. Dhamon comprobó sus ojos.

—Vivirás —dijo.

La más pesada de las piedras había caído sobre las piernas del muchacho, y cuando Dhamon consiguió apartar por fin los últimos restos de cascotes, su rostro se crispó en una mueca.

—Tal vez habría sido mejor que hubiera muerto —declaró.

Una de las piernas del joven estaba aplastada, y desde la rodilla hasta el pie era una masa carnosa de sangre y tejido.

—A lo mejor debería dejar que te desangraras hasta morir. Tu espíritu quizá me lo agradecería.

Por un instante, consideró la posibilidad de hacer justo eso, pero luego cerró los ojos, soltó un profundo suspiro y sacó al desvanecido Varek fuera a la caverna.

Maldred había conseguido sentarse en el suelo. Tenía las manos cerradas con fuerza y las apretaba contra el pecho.

—Se ha ido —repitió—. Toda ella.

Su expresión, no obstante, dejó de ser de lástima por sí mismo para convertirse en preocupación por el herido.

—¡Por mi padre!

—Esa pierna tiene que desaparecer —dijo Dhamon con toda naturalidad—, o al menos en parte; de lo contrario, morirá desangrado, o su cuerpo se gangrenará de tal modo que morirá igualmente.

Se apartó del joven y fue hacia el barco más cercano, del que arrancó unos cuantos trozos resecos de barandilla.

—Necesitaré fuego —explicó mientras trabajaba— para cauterizar la herida cuando termine. Usaré tu espada si no te importa.

Maldred se incorporaba ya.

—Yo haré mi parte. Se llevaron mi magia, pero no mi fuerza. ¿Dónde está mi espada?

Su compañero indicó con la cabeza en dirección al edificio.

—Ahora, Varek, si pudieras permanecer dormido hasta que esto haya terminado sería… maravilloso.

Los ojos del joven se abrieron con un parpadeo, y su rostro se crispó presa de dolor. Empezó a temblar, y Dhamon posó las manos sobre sus hombros.

—Estás herido —dijo.

—Frí… friiiío —balbuceó él—. Tengo tanto frío.

Gotas de sudor le salpicaban el rostro y los brazos, y la piel resultaba pegajosa bajo los dedos de Dhamon.

—Tienes una conmoción —le dijo Dhamon—. Has perdido bastante sangre. Nos ocuparemos de ti, pero necesitas…

Varek lanzó un grito.

—¡Un monstruo! Dhamon hay un…

Dhamon echó un vistazo por encima del hombro y vio que Maldred salía del edificio con la enorme espada en la mano. Tenía las ropas hechas jirones, colgando de su gigantesco cuerpo.

—No es un monstruo, Varek —explicó, y colocó el rostro sobre el del joven para tapar la visión del cuerpo de ogro de su amigo—. Es Maldred. Te lo contaremos todo más tarde. Cierra los ojos.

El herido se negó a hacerlo y, moviendo la cabeza de un lado a otro, intentó incorporarse. Volvió a chillar, en esa ocasión debido a un dolor insoportable.

—Mi pierna…

Dhamon mantuvo una mano sobre un hombro, confiando en su fuerza para hacer que el muchacho siguiera tumbado. La otra se movió hacia el cuchillo de su cinto, cuya empuñadura introdujo entre los dientes del herido para acallarlo.

—¡Ahora, Mal! Justo por encima de la rodilla.

El gigante alzó el espadón por encima de Varek, y los ojos del muchacho se desorbitaron, aterrorizados. Vio descender la hoja y sintió cómo partía su extremidad; apretó los dientes sobre la empuñadura del cuchillo, y se sumió en una profunda oscuridad.

Dhamon introdujo la larga espada solámnica en el fuego, y cuando el acero estuvo al rojo vivo, lo aplicó en el extremo de la pierna del muchacho.

—Ya has hecho esto antes, ¿verdad? —manifestó Maldred.

Su compañero asintió con la cabeza.

—Cuando estaba con los caballeros negros —añadió—. La mayoría de los hombres no lo superaban. Habían perdido demasiada sangre o tenían otras heridas. Creo que Varek sobrevivirá.

—Es joven. —Maldred meneó la cabeza—. La pérdida de mi magia parece intrascendente en comparación con eso.

—Permaneceremos aquí hasta que recupere el sentido y lo emborracharemos con ese vino que vimos. Tiene que quedar suficiente alcohol para aturdirlo. Luego, lo arrastraremos fuera de aquí.

—Riki… —musitó su amigo.

—Ella se ocupará de esto —repuso Dhamon—. Es fuerte. Ahora, busquemos algo razonablemente limpio y hagamos un vendaje. Después de eso, veremos qué vale la pena acarrear fuera de aquí junto con él.

—Voy a traer algo que creo que Varek necesitará —indicó Maldred, y su voluminoso corpachón azul desapareció en el interior del negro agujero del casco de una carabela.


Rikali chilló y se levantó de un salto, agitando el brazo en dirección al ogro de piel azulada que había conseguido a duras penas abrirse paso a través de la grieta. Arrastraba un enorme saco de lona tras él mientras sostenía un farol en alto con una mano carnosa.

Ragh se puso en pie en un instante, mostrando las garras, mientras intentaba colocar a la semielfa a su espalda.

—Mo…, mo…, monstruo —exclamó Riki, y su mano voló en dirección a la daga sujeta a la cintura para extraerla.

Giró en redondo desde detrás del sivak y se acuclilló, lista para enfrentarse a la criatura. Sus ojos se entrecerraron cuando distinguió el espadón de Maldred sujeto a la espalda del mago ogro.

Dhamon surgió de la hendidura, remolcando a un Varek todavía inconsciente.

Rikali volvió a chillar al contemplar a su magullado esposo.

Hizo falta casi toda una hora para tranquilizarla y explicarle lo que les había sucedido a Varek y a Maldred, y para contarle quién y qué era el hombretón. Durante todo aquel tiempo, los dedos de la mujer no dejaron de acariciar el rostro excesivamente pálido del muchacho.

—Esto es culpa mía —gimió—. Te dije que los siguieras. Es culpa mía. ¡Oh, Varek, tu pierna!

Dhamon no dijo nada: sabía que cualquier palabra de consuelo sonaría vacía. En silencio, el sivak se echó a la espalda el saco de lona, tomó uno de los faroles, y echó a andar por el pasadizo.

—¡Espérame! —exclamó Maldred, siguiendo al draconiano.

—¡Monstruo! —dijo Riki mientras contemplaba cómo Maldred marchaba por el corredor. Las lágrimas bañaban el rostro de la semielfa—. Dhamon, Varek va a…

—Al menos, vivirá —respondió él.

—Está mutilado —sollozó—, y Maldred es un…, un monstruo. No os debería haber salvado de aquellas ladronas, Dhamon. No tendría que haber convencido a Varek de ir tras de ti y de Maldred. Debería haber dejado que aquellas mujeres os mataran.

Se limpió las lágrimas con la mano, manchándose el rostro de mugre al hacerlo.

—¡Mi esposo mutilado de por vida!

—Riki, da gracias de que esté vivo.

Dhamon miró hacia el corredor, observando cómo la luz del farol que llevaba el sivak se iba desvaneciendo. Recogió, entonces, el farol que quedaba y le hizo una seña a la mujer para que marchara primero.

—Da gracias de que aún tengas un esposo para tu hijo.

—Es culpa mía. —La mujer estaba encolerizada—. Lo envié tras de ti y de Mal. Es culpa mía porque hice que se enamorara de mí, que se casara conmigo. —Ahogó un sollozo—. El niño no es suyo, ya sabes. Aunque ni tú ni yo le diremos jamás la verdad.

Los ojos de Dhamon se abrieron como platos.

—Es tuyo, idiota. Me abandonaste embarazada y sola en Bloten, Dhamon Fierolobo.

Se apartó de él y se fue a toda velocidad pasillo adelante. Dhamon se quedó allí plantado, estupefacto, durante varios minutos, y finalmente, se marchó tras ella con pasos lentos.


Cuando Varek recuperó, por fin, el conocimiento, Dhamon tuvo que explicarle de nuevo todo lo referente a que Maldred fuera un mago ogro. El muchacho aceptó la noticia mejor que Riki, tal vez porque estaba preocupado por su pierna.

—Podrás volver a andar por ti mismo —dijo Maldred, tranquilizador, al mismo tiempo que rebuscaba en el saco de lona que habían traído con ellos y sacaba una pata de palo de caoba con incrustaciones de bronce y plata—. Hay otras dos en la bolsa. Puedes elegir.

Varek lanzó un gemido y se recostó en el regazo de Rikali.

La semielfa contempló cómo Maldred y el sivak reunían el tesoro y lo colocaban debajo del agujero. Dhamon se quedó rondando alrededor de los dos, aunque la mayor parte del tiempo se dedicó a observar a Riki. Ésta le devolvió las miradas, impasible, y se dedicó a acariciar el rostro de Varek.

—Tú subirás primero, Dhamon —sugirió Maldred—. Ataremos unos cuantos fardos a la soga y así podrás subirlos. Nos llevaremos estas cosas. —El mago ogro indicó con un ademán el seleccionado surtido de objetos—. Entre nosotros, podemos cargar con esto. Yo te seguiré. Ragh puede llevar a Varek y…

—Sellaremos el agujero —repuso Dhamon en tono aturdido.

—Sí, y regresaremos a por el resto más tarde. Y traeremos un carro.

—¿Mi libro?

—Está ahí.

Maldred señaló un morral.

—No tan deprisa —intervino Riki, depositando con cuidado la cabeza del herido en el suelo—. Yo iré primero. Ragh traerá a Varek, y luego subiremos el tesoro. No pienso arriesgarme a que nos dejéis aquí.

Dhamon no discutió. En su lugar, la levantó del suelo y la sostuvo en alto para que pudiera agarrar la cuerda. Al cabo de un momento, ya había desaparecido de su vista, arrastrando la cuerda tras ella. Transcurrieron varios minutos antes de que la soga descendiera de nuevo.

—Ha querido tenernos en ascuas un rato —observó Maldred.

Dhamon hizo una seña al sivak. Varek rodeó firmemente el cuello de Ragh con sus brazos cuando la criatura inició el ascenso.

—Espero que no resulten demasiado pesados —dijo el ogro, pensativo—. No me gustaría quedar atrapado aquí abajo.

Las bolsas con el botín fueron las siguientes en subir, a excepción del morral que contenía el libro mágico de Abraim, que Dhamon sujetó a su espalda.

—Tú primero, amigo —ofreció Maldred.

Dhamon obedeció.

Sin embargo, cuando el mago ogro salió del agujero minutos más tarde, se encontró con una visión inesperada.

Tres docenas de caballeros de la Legión de Acero estaban formados ante él, y otra docena tenían a Dhamon y al sivak bajo custodia, atados con gruesas sogas. Un comandante sujetaba las muñecas de Rikali con una mano, y la otra sostenía una daga contra su garganta.

—¿Y si nos limitáramos a matar al draconiano? —gritó uno de los hombres.

El comandante negó con la cabeza.

—El comandante Lawlor está en Trigal. Querrá interrogar a la criatura primero. Podría poseer información valiosa sobre los dragones de por aquí. —Tras unos instantes, añadió—: Ata al ogro, también. Lawlor ya decidirá qué hacer con él.

Una docena de caballeros se adelantaron para llevar a cabo esa tarea.

—Ponedlos a todos en ese carro —rugió el comandante.

Había dos carromatos. El otro contenía el botín que Dhamon y sus compañeros habían reunido.

—Un hermoso tesoro —sonrió el caballero comandante.

—Apuesto a que hay muchos más tesoros ahí abajo, en ese agujero.

La voz era suave y femenina, y provenía de una delgada ergothiana, que se adelantó desde detrás de una fila de caballeros.

—Satén —dijo Dhamon.

La mujer de piel oscura lucía aún la túnica de Dhamon, y Wyrmsbane, su mágica espada larga, estaba envainada a su costado. La ladrona le dirigió una sonrisa astuta.

Otras tres figuras conocidas se reunieron con ella: las otras ladronas que les habían robado y casi asesinado en Blode.

—Debería haber riquezas suficientes para alimentar y alojar a un ejército de tus caballeros, comandante —indicó Satén—, durante mucho tiempo.

El otro asintió con la cabeza.

—Te doy las gracias, señora, por decirnos dónde encontrar a estos ladrones. La recompensa por Dhamon Fierolobo es sustanciosa.

Satén lanzó una risita.

—Me limitaré a tomar esto si no tienes inconveniente —indicó rebuscando en una pequeña bolsa del carro y extrayendo un puñado de objetos, incluido el collar de perlas negras y cuentas de obsidiana—. Es más que suficiente. —Hizo una seña con la mano a las otras mujeres—. Vamos, chicas. Podremos establecernos con esto.

Rikali fue empujada sin miramientos al pescante del carro. Un caballero presionaba una daga contra su costado para asegurarse de que Dhamon y Maldred, que fueron relegados a la parte de atrás, no ocasionarían problemas. A Varek lo tumbaron entre los dos hombres.

El comandante agitó una hoja de pergamino. Era un cartel de busca y captura como los que habían estado clavando en la pared en El Tránsito de Graelor.

—Ya era hora de que alguien te atrapara —declaró—, de que pagaras por tus fechorías.

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